La areografía, ciencia que estudia la superficie del planeta Marte y que corresponde a la geografía del globo terrestre, ya no causaba asombro alguno.
El hombre del año 2002 se dejaba sorprender por
muy pocas cosas; sin embargo, sus conocimientos del Universo continuaban siendo
primarios. Permanecía aún limitado a su Sistema Solar. A explorar los planetas
vecinos en busca de recursos que ya empezaban a escasear en la Tierra.
Se estaba en plena época de colonización.
La tripulación de la astronave Ipsilon-V estaba
sólo compuesta por tres hombres.
Tres veteranos del espacio.
El comandante de la nave era Aldrich Foster.
Veintinueve años de edad. Un individuo atlético. Ágil. De envidiable complexión
física. Sus facciones correctas amenizadas siempre por cordial sonrisa. Estaba
considerado como uno de los miembros más destacados del Center of Aerospace
Sciences. Licenciado en Astrobiología, ingeniero aviador y comandante en jefe
de astronaves en el Kerwin Space Center de California.
Sus dos compañeros eran Charles Saunders y David
Williams. Ambos expertos pilotos en cohetes y oficiales en la escuela de
astronautas del Kerwin Space Center. Formaron parte de la tripulación del
Ipsilon-II en dramáticas circunstancias. Sobre ellos pesaba el recuerdo de los
componentes del Ipsilon-I. La primera astronave tripulada que se posó sobre el
planeta Marte.
Más que posarse se estrelló contra la superficie
de cráteres marcianos. No hubo supervivientes.
—Ahí tenemos a nuestra amada Tierra —dijo Foster,
frente al visor exterior de la cabina de vuelo—. Ya nos falta menos.
—Ha sido un viaje muy largo.
David Williams, reclinado en su asiento
anatómico, sonrió con cinismo. Desvió la mirada del panel para posarla en su
compañero Saunders.
—¿Un viaje largo? ¡Por todos los diablos,
Charles! Acércate al visor y contempla a nuestra amada Tierra. Envuelta en una
viscosa capa negruzca. ¿Atmósfera terrestre? No, condenación. ¡Basura! Eso es.
¡Basura! Hasta aquí nos llega su nauseabundo hedor.
Aldrich Foster avanzó hacia el panel de mando
moviendo de un lado a otro la cabeza.
—No le hagas caso, Charles. Es un pesimista.
—¡Soy realista! —protestó David Williams—. Hemos
pasado una larga temporada en Marte. Y ha sido como una cura de reposo. ¿Por
qué? Muy sencillo, amigos. Marte es todavía un planeta deshabitado. ¡Ese es su
encanto! Ahora regresamos a la Tierra. Nada más posarnos en el cosmodromo del
Kerwin Space Center pasaremos al «invernadero». ¡Una semana encarcelados!
Después de la cuarentena...
—No sigas, David.
—Déjale, Charles —sonrió Aldrich Foster—. Que
llegue a los treinta días de permiso. Eso es lo que le duele a David. El es un
amargado. Zarandeado por la sociedad de consumo. Sólo con sus millones de
vecinos. Terriblemente solo. A ti te espera tu esposa, ¿no es cierto, Charles?
Y yo sueño con mi prometida Pamela Salkow. ¿Quién espera a David Williams?
Nadie. Ni tan siquiera su servi-robot. Lo dejó desconectado.
La carcajada de Williams resonó en la cabina.
—Eso es precisamente lo que ha hecho grata mi
ausencia de la Tierra. Vosotros dos deambuláis atormentados por los
pensamientos. Charles añorando a su linda esposa e hijos, y tú a tu bella
prometida. Ciertamente a mí nadie me espera. A nadie tengo que recordar... ni
nada que temer.
—¿Temer?
—Eso he dicho, Aldrich. ¿Por qué no eres sincero?
Reconoce que has imaginado a Pamela Salkow por los sitios de diversión de San
Francisco. Llevamos cerca de un año ausentes de la Tierra. Es demasiado tiempo
para exigir fidelidad a una mujer. Máxime a una muchacha tan bonita como
Pamela. En cuanto a la esposa del iluso Charles...
—Comandante Foster —interrumpió Saunders, con
fingido tono severo—.Solicito permiso para aplastar la cabeza de David
Williams.
—Permiso concedido.
Los tres hombres rieron al unísono.
Sus carcajadas se extendieron como originadas en
una cámara de resonancias acústicas.
La cabina dotada de una atmósfera cuyas
condiciones físicas de composición, temperatura, presión y humedad la semejaba
con la terrestre... En un amplio y complicado panel se agrupaban los mecanismos
para el encendido y la regulación de los motores, el control de las fuentes de
energía, tablero de telecomunicaciones, mandos para el gobierno y
estabilización de la astronave, sistema automático regenerador de la atmósfera,
altímetros, aparatos de radar...
La superficie exterior del habitáculo reflejaba
los rayos caloríficos. Varias capas de material atérmano proporcionan protección
a los tripulantes contra el calentamiento provocado por el roce con el aire;
así como láminas aislantes del ensordecedor ruido de los motores.
Gozaban de relativa comodidad. Las máximas
permitidas en aquella cónica cápsula. Los trajes eran ligeros. De fibra
especial que les proporcionaba gran facilidad de movimientos sin restar
seguridad. Los servicios básicos de supervivencia e instrumentación aparecían
conectados al traje espacial.
Tampoco tenían que preocuparse mucho por la
conducción de la astronave. Gran parte de los equipos se hallaban subordinados
a un ordenador ya programado, el cual realizaba las operaciones extremadamente
complicadas o de rápida solución de forma automática.
—¡Eh, David!
—¿Sí?
—Echa un vistazo al radar cósmico —indicó Charles
Saunders—. ¿Qué puede ser eso?
—No veo nada de...
David Williams se interrumpió quedando con la
mirada fija en el panel de las pantallas de radar. Manipuló en los
amplificadores y detectores de imagen para centrar uno de aquellos fugaces
impulsos, que asomaban en la pantalla cósmica del radar.
Aldrich Foster también se había aproximado, al
panel.
—Está a mucha distancia de aquí... millones de
kilómetros, sin embargo su velocidad es asombrosa. Y parece que...
—¡Se dirige hacia nosotros! —exclamó Foster,
concluyendo lo que iba a decir su compañero Saunders—. ¡Rápido! ¡Las
escafandras!
En el interior del habitáculo no llevaban puesta
la escafandra espacial. El reglamento del Kerwin Space Center ordenaba su
utilización permanente, pero contados astronautas cumplían esa disposición. La
máxima seguridad de la cabina les daba confianza.
La escafandra espacial estaba para los casos de
emergencia, un cierre imperfecto de las escotillas, una perforación en la
cabina... Todo ello casos muy remotos. De ahí que no se utilizara
permanentemente. La microatmósfera de la escafandra, alimentada por un circuito
independiente, era para situaciones extremas.
Y los tripulantes de la astronave Ipsilon-V iban
a vivir una de aquellas situaciones.
—Es... es una lluvia de meteoritos...
—¡Maldita sea, Charles! ¡La escafandra!
Charles Saunders no pareció oír la voz del
comandante de la Ipsilon-V. Continuó con la mirada fija en las pantallas y
detectores.
Una mueca de incredulidad se reflejó en el rostro
de Saunders.
Agrandó los ojos.
—¡Son rayos cósmicos! ¡Partículas de viento
solar!
Aldrich Foster le apartó de violento empujón.
—¡Ponte la escafandra, estúpido! Si en verdad se
trata de rayos cósmicos, el menos peligroso de ellos atraviesa planchas de
plomo de diez metros de grosor. ¡David! ¡Emergencia total! Conectaré el
ordenador de...
—¡Aldrich! ¡Aldrich...!
Los visores de las pantallas de radar estallaron
con fulgente crepitar. Justo en el momento en que la Ipsilon-V era zarandeada
con inusitada violencia. Como si la gigantesca garra de un monstruo
intergaláctico hubiera atrapado la astronave.
El habitáculo fue perforado por infinidad de
lenguas de fuego. Una lluvia de látigos cegadores que en vertiginoso zigzag
recorrieron la cabina.
Lo primero en ser taladrado fue el visor
exterior.
Y el primero en sufrir las consecuencias fue
David Williams.
Cuatro de aquellos múltiples rayos se centraron
sobre él. Sobre su escafandra, manos y pies. Sacudiéndole de un lado a otro. Su
traje espacial nada pudo protegerles contra aquellas líneas cegadoras e
incandescentes
Aquel traje espacial, orgullo de los científicos
del Kerwin Space Center, se estaba derritiendo como mantequilla. Un traje de
supernilón revestido interiormente por una capa de caucho-bx y aluminizado por
el exterior con láminas especiales que le convertían en material atérmano.
Atérmano...
David Williams era ya una antorcha humana. Con
aquel traje espacial derretido y pegado al cuerpo. Una masa gelatinosa. El
casco de la escafandra, en plástico armado con fibras de vidrio-acero, era como
una chimenea que despedía un humo de rojizo color.
Aldrich Foster y Charles Saunders no perdieron el
tiempo contemplando la alucinante escena.
Permanecer allí significaba la muerte.
El comandante de la Ipsilon-V ya había conectado
el ordenador en posición de E. T.
Emergencia Total.
El ordenador electrónico programado para
desarrollar automáticamente las operaciones excesivamente rápidas o
complicadas, actuó con asombrosa precisión señalando los pasos a seguir.
Tal como Foster y Saunders habían imaginado, ya
no podían seguir allí. Ni aún funcionando los sistemas automáticos de seguridad
de la cabina que en vano trataban de reparar los desperfectos.
El ordenador les indicaba la salida de
emergencia.
Aldrich Foster y Charles Saunders se precipitaron
hacia sus respectivos asientos.
Asientos hechos a medida. Con la forma del cuerpo
del tripulante acostado en decúbito supino, con las piernas en un plano algo
más elevado. Asientos dotados de cinturones de seguridad y asideros.
El ordenador les iba advirtiendo del plazo para
salude la cabina.
Diez segundos.
Ese era el tiempo que les quedaba.
La zigzagueante lluvia de aquellos látigos
cegadores azotaba todo el habitáculo. Imposible esquivar los refulgentes rayos
que iban perforando implacables las abovedadas paredes.
Y aquellas quebradas líneas iridiscentes
alcanzaron finalmente a Foster y Saunders. Cuando ya los dos astronautas se
encontraban sobre sus asientos. Y también cuando, transcurridos los diez
segundos, el mecanismo de salida de emergencia empezaba a funcionar.
Los tres asientos se abatieron siendo engullidos
por unos recuadros herméticamente ejecutados en el suelo.
Charles Saunders salió despedido. Antes de que
pasara al conducto de emergencia. Al recibir las primeras descargas interrumpió
el ajustado de los cinturones de seguridad.
Y eso fue su perdición.
Fue proyectado contra el panel de mando rebotando
hacia el suelo. Presa de aquellos látigos de fuego que convulsionaban su
cuerpo. Que desintegraban su traje espacial, convertiéndolo en una masa
mucílaga.
Aldrich Foster sí resistió.
El rayo cegador sobre su escafandra le hizo
agitarse dominado por espasmos violentos; no obstante se aferró a los asideros
del asiento. No había concluido el ajustarse totalmente los cinturones de
seguridad, de ahí su esfuerzo sobrehumano en mantenerse sujeto al asiento.
Fue engullido hacia el conducto de emergencia.
Justo cuando nuevas serpenteantes líneas de invisible
fuego se centraban sobre él. Convirtiéndole en una antorcha humana.
Su alarido de dolor, audible por el microvoz de
la escafandra, se eclipsó al desaparecer tragado junto con el asiento. Una
placa brillante se cerró ocupando el recuadro originado frente al panel de
mando. Igual placa en los asientos correspondientes a Williams y Saunders. Sus
asientos también habían sido tragados hacia el túnel de emergencia; pero
vacíos.
Charles Saunders y David Williams seguían en la
cabina.
Lo que quedaba de ellos.
La pantalla del televisor tridimensional estaba
iluminada. Uno de los programas nocturnos de Munditel.
Marc Mathews prestaba poca atención a la
pantalla,
Más bien nula.
Sólo tenía ojos para Sandra Gorins.
Y por muy interesante que fuera la emisión de
Munditel, el espectáculo que ofrecía Sandra era muy superior.
Parecía imposible que Sandra Gorins fuera doctora
en cinética espacial. Lo suyo debía ser anatomía.
Mostrar la perfección del cuerpo femenino.
Tal como estaba haciendo ahora ante el aplicado
alumno Marc Mathews. Este no perdía detalle. Ni tan siquiera pestañeaba. Para
una mayor atención pulsó el mando a distancia que eclipsó la pantalla del
televisor.
Todo ojos para Sandra.
Sandra Gorins, a sus veintidós años de edad,
parecía haber adquirido ya la plenitud de su belleza. Su cuerpo acusaba las
pronunciadas curvas de una mujer de más edad, aunque con la ventaja de
mantenerlas firmes y macizas.
Se había despojado del vestido.
Aunque daba la impresión de estar desnuda, sobre
su seductor cuerpo todavía se ceñían dos reducidas prenda. Un sujetador sin
tirantes ni costuras, ligero como una pluma, se adaptaba a sus turgentes senos.
El rosado pezón sombreaba la elástica fibra destacando poderosamente.
El slip, en igual fibra, era un diminuto
triángulo que apenas cubría la incitante oscuridad de su pubis.
Sandra se llevó las manos al cierre delantero del
sujetador. Sus pechos, al quedar libres, permanecieron igualmente erectos y
pujantes. Apuntando desafiantes al inquieto Marc Mathews.
Los movimientos de Sandra eran lentos.
Deliberadamente pausados.
Provocativos.
Demasiado para Marc Mathews. Fue incapaz de
seguir por más tiempo inmóvil ante la turbadora desnudez de la muchacha. Alargó
las manos hacia la cimbreante cintura de Sandra interrumpiendo su ademán de
despojarse del slip.
Atrajo a la joven contra sí reclinándola sobre el
circular lecho. Subió las manos para apoderarse de los duros senos. Los
aprisionó con fuerza. Consciente de que hacía daño a la muchacha.
—Te gusta jugar con fuego, ¿eh, Sandra? Llevas
más de diez minutos desnudándote, provocando...
—Quería conocer tu grado de resistencia. Empezaba
a dudar de mis encantos, Marc. Has tardado en reaccionar. Máxime teniendo en
cuenta que es la primera vez que estás conmigo.
—Me has rechazado muchas veces, Sandra. ¿Por qué?
—Me irritaba tu éxito con las mujeres. Todas las
jovencitas del Kerwin Space Center supurando por Marc Mathews.
—Ahora comprenderás la causa.
—Eres un cínico. Estoy tentada de...
Sandra no terminó la frase.
Sus carnosos labios quedaron aprisionados por los
de Mathews. En voraz beso. Percibió la rítmica lengua de Mathews pugnando por
introducirse en su boca. Las manos seguían sobre sus senos. Ahora
acariciadoras, amasándolos una y otra vez, deslizando el pulgar sobre el erecto
pezón, tirando de él...
Los labios de Marc Mathews se deslizaron por el
frágil cuello femenino, por los palpitantes pechos, el liso vientre... Lascivos
besos que provocaron un leve jadear en Sandra. Al sentir las manos de Mathews
sobre el slip alzó las caderas para facilitar el ser despojada de la prenda.
Y el lujurioso movimiento de caderas coincidió
con el penetrante sonido del timbre.
Un agudo y acusado zumbido que inmovilizó a la
pareja.
Se miraron a los ojos.
Marc Mathews fue el primero en reaccionar.
—Es... es la llamada en Clave-3 del Kerwin Space
Center.
Sandra asintió.
Sí.
También ella conocía las diferentes llamadas en
clave utilizadas por, los servicios de Inteligencia del Kerwin Space Center.
Marc Mathews saltó del lecho.
Del microprogramador acoplado sobre la mesa de
noche pulsó uno de los mandos. En una de las paredes de la estancia se abrió un
boquete descubriendo un panel telefónico con minipantalla.
Acudió hacia el panel.
Al presionar uno de los botones hizo silenciar el
penetrante sonido del timbre. Acto seguido colocó la palma de su mano derecha
sobre la lámina de identificación acoplada al panel.
Una vez detectada y comprobada su identidad en la
terminal empezó a surgir el mensaje en la minipantalla.
Marc Mathews siguió con atención aquella veloz
sucesión de palabras. Consciente de que era imposible reproducirlas
posteriormente dado que eran automáticamente destruidas a medida que
desaparecían de la minipantalla.
El cifrado terminó encendiéndose una luz roja en
uno de los botones superiores del panel. En demanda del acuse de captación.
Marc Mathews lo comunicó tecleando en el disco de
números, letras y claves. Añadió una pregunta.
En fracción de segundo le llegó la respuesta en la
minipantalla.
Una sola palabra:
«Afirmativo.»
Mathews giró sobre sus talones enfrentándose a la
inquieta mirada de la muchacha. Avanzó hacia el microprogramador para ocultar
nuevamente el panel de la pared. Sus pies tropezaron con la bata caída sobre la
alfombra. Se inclinó percatándose por primera vez de su desnudo deambular por
la estancia.
También Marc Mathews podía considerarse un buen
ejemplar.
Veintisiete años de edad. Abundante pelo negro,
frente despejada, cejas bien trazadas, ojos oscuros, nariz perfilada, labios de
firme línea y cuadrado mentón acusando poderoso carácter. Su complexión era
atlética, musculosa, sin un solo gramo de grasa.
Se ajustó la bata anudándola a la cintura.
Enfrentó sus ojos a los de Sandra.
—Estamos como al principio —dijo Mathews, con
forzada sonrisa—. Sin hacer el amor contigo. Todavía peor. Quedo con la miel en
los labios.
—Tienes que salir, ¿verdad?
—En efecto, Sandra. Una fea jugada del destino.
Por una vez que consigo hacerte subir a mi apartamento...
—Clave número tres. Bastante alto en la escala de
emergencia dictada por la Inteligencia del KSC. Lo suficiente alto para ser
secreto —comentó Sandra, sentándose en el lecho—, ¿no es cierto?
—Lo sabes al igual que yo. También perteneces al
Kerwin Space Center y dispones de panel directo en tu apartamento.
La muchacha ahogó un suspiro.
—Sí... Nada puedes decirme..
Marc Mathews se aproximó a un longitudinal
armario de doble hoja de vidrio coloreado.
—Te aconsejo me acompañes hasta el Kerwin Space
Center, Sandra. De una forma u otra estás integrada en el equipo de las
astronaves ípsilon.
—¿Qué quieres decir?
Mathews rebuscó entre el vestuario del armario.
Respondió de espaldas a la joven:
—El mensaje recibido estaba relacionado con la
Ipsilon-V. Informé al Control de Seguridad que te encontrabas en mi apartamento
y que si era permitido comunicarte lo ocurrido. La respuesta fue afirmativa.
Sandra se incorporó del lecho.
Sin recordar que tenía el elástico slip a la
altura de las rodillas. Trastabilló subiéndose de inmediato la prenda.
Avanzó hacia Mathews.
—¿Qué... qué le ha ocurrido a la Ipsilon-V?
Marc Mathews sí giró ahora hacia la muchacha.
Sus facciones se habían endurecido.
—No han sido muy explícitos, Sandra. Una
notificación de alarma. Se considera la Ipsilon-V como desaparecida. El
planeador de emergencia de la astronave entrará esta misma noche en la
atmósfera terrestre.
—¿Están todos bien? Aldrich, David...
—Se ignora.
—¿No han comunicado con el planeador?
—Llevan horas intentando esa comunicación,
Sandra. Nadie responde a las llamadas del Kerwin Space Center. Intentan
reiteradamente establecer contacto. Puede que el planeador vuele vacío o con
sus tripulantes muertos. Sólo así se explica que no respondan a las llamadas
del Kerwin Space Center. Vacío... o convertido en ataúd flotante.
El Kerwin Space Center se hallaba emplazado en
California. En la antaño desértica zona conocida por el Valle de la Muerte. Las
extraordinarias instalaciones y tecnología empleada habían hecho del KSC el
principal complejo aeroespacial del mundo. Ridiculizando al Kennedy Space
Center, a los cosmodromos rusos de Kapustin Yar y Tyuratam o al Woomera
australiano.
El Kerwin Space Center era algo más que un
cosmodromo. En sus diferentes y gigantescos complejos se investigaba todo lo
relacionado con el Cosmos. Aglutinaba todos los principales cometidos de la
National Aeronautics Space Administration.
El accidente de la Ipsilon-V, aún sin detectar
por los medios de comunicación, era conocido por todo el personal en servicio
del Kerwin Space Center. Muchos habían contemplado el suave aterrizar del
planeador espacial. Su perfecta y autodirigida toma de tierra en el Campo-IS
del cosmodromo.
El satélite alado se posó majestuosamente.
Impasible a los inquietos ojos que habían seguido
su trayectoria desde su contacto con la atmósfera terrestre.
Fue lo único que pudo ser presenciado.
Todo lo demás había sido catalogado top secret.
Concluidas las investigaciones de rigor se determinaría si era aconsejable o no
divulgar a la opinión pública lo ocurrido.
Fue una larga noche en el Kerwin Space Center.
Marc Mathews y Sandra Gorins habían llegado
procedentes de San Francisco en un jet-sonic del KSC. Llevaban en la base ya
más de cinco horas. Presenciaron la llegada del planeador.
Sólo eso.
Nada más les había sido comunicado.
Ese silencio no sorprendía a Sandra, pero sí a
Marc Mathews. El formaba parte del equipo de seguridad que proyectó el
Ipsilon-V. Si había ocurrido algún fallo técnico debía ser informado.
Con el amanecer del nuevo día el general Raymond
Feldman, jefe de Unidad Control Seguridad, convocó a los miembros de su
departamento directamente relacionados con la Ipsilon-V. Los diferentes
departamentos realizaban también asambleas informativas. El director del Kerwin
Space Center ya había designado a un Comité Especial de Investigación que
agruparía todos los departamentos.
El general Feldman inició su plática con una
pesimista frase.
—Sólo hay un superviviente.
Los reunidos en la circular sala se removieron
inquietos en sus asientos. Ninguno de ellos formuló pregunta alguna. Esperaron
a que Raymond Feldman prosiguiera. Lo hizo tras una interminable pausa. Con voz
carente de inflexión. Como si les estuviera facilitando un parte metereológico.
—Aldrich Foster era el único ocupante del
planeador. Sólo él logró pasar de la astronave al satélite alado. El retorno a
la Tierra se realizó por conducción auto-programada. La Ipsilon-V fue alcanzada
frontalmente por una lluvia de rayos cósmicos aún sin determinar. Se conectó la
Emergencia Total, pero únicamente Foster consiguió pasar al planeador. Lo hizo
convertido en una antorcha humana. Los sistemas automáticos de seguridad
funcionaron en el túnel apagando las llamas. Los rayos cósmicos no alcanzaron
al subsuelo de la Ipsilon-V donde se emplazaba el planeador y la veloz salida
de éste evitó su segura destrucción.
El general Feldman hizo una nueva pausa. Trazó
una mirada por la sala. En espera de alguna pregunta.
Fue formulada por uno de los oficiales allí
presentes.
—¿No funcionaron los sistemas de seguridad del
módulo de mando, general?
—Sí funcionaron. Correctamente. Así ha quedado
registrado en la «cámara negra» del planeador que fue recibiendo todos los
datos desde el mismo instante en que se detectó la alarma. Desgraciadamente
esos sistemas nada pudieron hacer contra los rayos cósmicos.
—¿Como murieron Williams y Saunders?
El general. Feldman demoró unos instantes la
respuesta.
Por primera vez su voz delató una leve inflexión.
—Desintegrados. Esa es al menos nuestra
hipótesis.
Otro de los allí reunidos tomó la palabra.
—¿Hipótesis? La «cámara negra» habrá filmado todo
lo ocurrido en el módulo de mando. ¿Aún no se ha visionado la película?
—No hay película, caballeros. Los circuitos de
televisión estallaron. En la «cámara negra» sólo han quedado registrados los
datos captados por el radar y la posterior destrucción en el módulo. Están
grabadas las voces de los tripulantes. Ninguna imagen. Puede que sea mejor así.
—¿Por qué dice eso, general?
—Eso es todo —replicó Feldman, ignorando la
pregunta formulada—. Pueden retirarse a sus pabellones de servicio. Alguno de
ustedes será designado para formar parte del Comité Especial de Investigación.
Esperen órdenes.
Los allí reunidos empezaron a abandonar la sala.
—Teniente Mathews...
Marc Mathews giró marcialmente enfrentándose al
general. Este permanecía sentado tras la curvada mesa. Esperó a que salieran
los demás para añadir:
—Aproxímese, Mathews. Quiero hablarle.
Marc Mathews obedeció avanzando hacia el estrado.
El general pulsó un botón del teclado existente
sobre la mesa. Se abrió un rectángulo en el suelo surgiendo un sillón metálico
próximo al ocupado por Raymond Feldman.
—Tome asiento, Mathews. Me consta su estado de
ánimo. Usted era muy amigo de Aldrich Foster, ¿no es cierto?
—Todos apreciamos a Foster, señor.
—Por supuesto, pero ambos están muy unidos.
Incluso habitan en un mismo bloque. Foster ingresó en el Kerwin Space Center
avalado por usted.
Mathews esbozó una sonrisa.
—De eso hace ya seis años, general. Yo era en
aquel entonces un simple técnico en seguridad. A las pocas semanas llegó
Foster. Poco podía avalarle. Fueron sus conocimientos y valía los que le
abrieron las puertas del KSC. No tardó en convertirse en el número uno de los
astronautas.
—Cierto. No queremos perder a un hombre como
Aldrich Foster.
—¿Puede proporcionarme datos de su estado, señor?
—Aún sigue sobre la mesa de operaciones. Se está
tratando al máximo de salvar su vida. Sígame... Vamos a mi despacho privado.
Abandonaron la circular sala.
Uno de los múltiples tubo-elevadores del complejo
les condujo al despacho. La cabina cilíndrica comunicaba directamente con la
estancia.
El mobiliario base del despacho no era abatible,
aunque sí los archivadores y paneles de control.
El general Feldman se acercó al tablero de mando
que formaba pieza con la longitudinal mesa. Con profusión de botones, palancas
y dial. Dividido en secciones. La parte inferior del tablero ocupada por un
teclado encerrado en un disco luminoso.
Raymond Feldman accionó una palanca que iluminó
la pantalla tridimensional camuflada en la pared. Tecleó en el disco
deteniéndose al quedar reflejada en la pantalla una sala de operaciones.
Eran varios los hombres de blanco inclinados
sobre la camilla. Rodeados de complicado instrumental quirúrgico.
El paciente quedaba oculto.
Dos de los doctores se distanciaron
momentáneamente, aunque Aldrich Foster siguió oculto por los otros médicos.
El general tecleó entonces para recibir imágenes
captadas por otra cámara. Desde otro ángulo de la estancia.
Sí.
Aldrich Foster quedó ahora visible.
—Santo Dios...
La susurrante invocación que brotó de Marc
Mathews hizo mover afirmativamente la cabeza del general.
—Esas mismas palabras fueron pronunciadas por
nuestro director. «Santo Dios». Curioso, ¿verdad, Mathews? Hoy, en las
postrimerías del año 2002, cuando la tecnología alcanzada por el hombre ha
hecho desterrar las supercherías religiosas de todo el mundo, es ridículo
invocar al imaginario Dios. El ochenta por ciento de la población mundial se
declara atea convencida. Un diez por ciento adora al diablo. Un cinco por
ciento se los reparten las religiones consideradas clásicas. El restante cinco
por ciento se inventan nuevas religiones o nuevos dioses. Y nuestro director,
el máximo ateo que pueda existir bajo las estrellas, también ha susurrado el
«Santo Dios» al contemplar a Foster.
—No me avergüenzo de ello, señor. En ocasiones,
ésta es una de ellas, me gustaría creer en un dios misericordioso.
—No diga absurdos, teniente. Conseguiremos salvar
la vida de Aldrich Foster. No lo dude.
Mathews permaneció con los ojos fijos en la
pantalla.
Alucinado.
Sí.
Aquello era Aldrich Foster.
—Aunque no lo crea, está ahora, tras las
amputaciones, más presentable que cuando le sacaron del planeador —comentó el
general Feldman—. Era espeluznante verle con los brazos y piernas colgando como
masas gelatinosas.
Marc Mathews no despegó los labios.
Era incapaz de hablar.
Siguió con la mirada fija en el televisor mural.
Los dos médicos retornaron hacia la mesa de
operaciones. El paciente volvió a quedar oculto, pero no para Mathews.
La imagen de Aldrich Foster había quedado grabada
en su mente.
Las piernas amputadas, los brazos seccionados,
parte del rostro convertido en negruzca masa, la cuenca del ojo izquierdo
vacía...
Un despojo humano.
Eso era Aldrich Foster,
El jet-sonic inició la toma de tierra vertical en
el aeropuerto CM-4 del Kerwin Space Center.
—Estás temblando, Pamela.
Pamela Salkow sonrió forzadamente.
—Sólo un poco nerviosa, Marc.
—¿De veras? Sospecho que vas a cometer un error,
Pamela. Tú no quieres ver a Aldrich. Te lo han impuesto.
Pamela se mordió instintivamente el labio
inferior. Juntó las manos entrelazando los dedos. Una y otra vez terminando a
los pocos segundos por aferrarse al asiento.
Marc Mathews hizo una mueca a la vez que movía la
cabeza de un lado a otro. Encendió un cigarrillo que aproximó a los gordezuelos
labios de la muchacha.
Pamela lo aceptó succionando repetidamente.
La palidez de sus facciones no afectaba a su
atractivo rostro. El pelo muy cortito hacía resaltar el óvalo de su cara. Lucía
uña minicapa acoplada sobre los hombros del vestido. La falda a mitad del muslo.
Las piernas enfundadas en medias de suave sildorex. Complementaba su vestimenta
con unas botas altas y un bolso-cinturón.
—Quiera o no poco importa, Marc.
—Puedes negarte. Si no te encuentras con valor
suficiente, no lo hagas. Aldrich lo comprenderá. Por el contrario, si descubre
en ti una instintiva y lógica mueca de repugnancia, se hundirá más en su
desesperación. Deja pasar más tiempo. Sólo han transcurrido cinco semanas y...
—Quiero verle. Marc. Amo a Aldrich.
—No al Aldrich Foster de ahora, Pamela. El que
está en el Complejo Médico es muy distinto al que partió en la Ipsilon-V. Ahora
es un monstruo.
—Por poco tiempo.
Mathews respiró con fuerza reclinándose en el
asiento.
—Comprendo. Vas a convencerle para que se
convierta en un robot androide.
—¡Ya basta, Marc! ¡Déjame!
—¡No, maldita sea! —Mathews tomó los hombros de
la joven obligándola a enfrentar sus miradas—. Necesitan a Aldrich, Pamela. En
Aldrich Foster está basado todo el proyecto Futuro Uno. Ha sido entrenado para
ello. Sus conocimientos interplanetarios no se adquieren en los diferentes
complejos del Kerwin Space Center, sino viajando por el cosmos. Aunque Aldrich
Foster no vuele jamás al espacio como comandante de una astronave, sí formará
parte de la tripulación para el Futuro Uno. Es necesaria su veteranía,
capacidad y saber. El debe enseñar a cientos de astronautas como resolver
situaciones que los científicos del KSC son incapaces de afrontar. Aldrich
Foster era el mimado del Kerwin Space Center. El mejor. Se han gastado muchos
millones de dólares en su formación. Y no quieren perder ese dinero invertido.
¡Aunque sea a costa de convertirlo en un robot!
—Estás exagerando, Marc. Infinidad de hombres y
mujeres se desenvuelven perfectamente con miembros artificiales.
—Cierto. Una pierna, un brazo, las dos piernas...
¡Aldrich necesita brazos y piernas! ¡Y un rostro nuevo!
Pamela aplastó nerviosamente el cigarrillo.
—Tú lo has dicho antes, Marc. Han invertido mucho
dinero con Aldrich. Le necesitan. De ahí que no reparen en gastar más. Todo lo
que haga falta. Los máximos adelantos de la ciencia y los mejores especialistas
serán ofrecidos a Aldrich Foster.
—Perfecto. Imagina a Foster convertido en un...
un hombre nuevo. Con brazos y piernas artificiales que moverá correctamente. El
adecentar su rostro es pura rutina. La cirugía plástica y la silicona han
quedado superadas por otros métodos más perfeccionados. Aldrich Foster puede
incluso disfrutar de un rostro aún más atractivo. Responde a una pregunta,
Pamela. ¿Seguirás prometida a él? ¿Te unirás en matrimonio a Aldrich Foster?
El jet-sonic ya había tomado tierra y parte de
los pasajeros descendidos del aparato.
Pamela se incorporó sin responder a la pregunta.
No era necesario para Mathews.
Había leído la respuesta en los ojos femeninos.
En la mueca de repulsión que se acusó instintiva en el rostro de la joven.
Abandonaron el avión.
La plataforma deslizante del aeropuerto les
condujo hasta el túnel de identificación. Una vez cumplimentados los obligados
trámites de seguridad pasaron al Complejo Médico del KSC.
Pamela Salkow debía personarse ante el director
del Kerwin Space Center. El mismísimo Warren Gibson la acompañaría hasta la
habitación donde reposaba Foster.
Por primera vez se habían autorizado las visitas.
Marc Mathews también iría a verle. Su presencia
había sido solicitada por el propio Aldrich Foster.
—Hasta luego, Pamela.
—Marc...
—¿Sí?
La muchacha inclinó la cabeza.
Incapaz de soportar la dura mirada de Mathews.
—Me obligan, Marc. Tengo que hacerlo. Debo animar
a Aldrich para que se someta de buen grado a... a la intervención.
—¿Obligarte? ¿De qué forma pueden obligarte?
—Perdería mi trabajo en Munditel... Soy una de
las pocas que figuran fijas en la plantilla de actores, Marc. También me sería
retirada mi subvención de Ciudadana-E. Con todo lo que ello lleva consigo.
Estaría obligada a vivir en bloques anexos a la ciudad, sin derecho a las
fichas de crédito estatales...
—Millones de habitantes de Estados Unidos no son
catalogados como Ciudadanos-E. Y viven en la abundancia y confort. Impera la
meritocracia. Unos más y otros menos.
—Hay clases superiores a las de Ciudadano-E,
Marc. Ambiciono alcanzarlas o como mal menor el mantenerme. No me pidas que retroceda.
Soy ambiciosa... y también tengo miedo. Tú sabes que pueden destruirme con sólo
proponérselo. Y lo harán de no cumplir sus órdenes.
—¿Hasta qué extremo, Pamela? ¿También te casarás
con Aldrich Foster si te lo ordenan?
—Sólo debo animar a Aldrich. En el día de hoy.
Sólo eso.
Marc Mathews esbozó una amarga sonrisa.
—Te va a resultar difícil, Pamela... Muy difícil»
Raymond Feldman descargó violentamente su puño
derecho sobre la mesa.
—¡No trate de negarlo, Mathews! Sospecho que
olvidó que volaba en un jet-sonic del Kerwin Space Center. Desde este mismo
despacho he estado escuchando palabra por palabra su conversación con Pamela
Salkow. La tengo registrada.
—No he olvidado los micro-escuchas, general. Yo
mismo he diseñado e instalado muchos de ellos en nuestra flota de jet-sonic. Me
hubiera resultado muy sencillo inutilizar todo el sistema de micro-escucha si
mi intención fuera ocultar algo!
El general Feldman quedó unos instantes con la
boca entreabierta.
Reaccionó echándose hacia atrás en el respaldo
del sillón.
—Hoy no presta servicio, teniente. Está aquí para
visitar a su amigo Foster. Fue Aldrich Foster, al saber que le eran autorizadas
las visitas, quien solicitó que se le cursara aviso.
—Y aquí estoy.
—Sí. También Pamela Salkow.
—Dudo que ella esté aquí requerida por Foster.
—En efecto. Foster ni tan siquiera mencionó su
nombre. Es lógico. Tiene miedo a la reacción de Pamela Salkow. Afortunadamente
para todos nosotros, Pamela Salkow es una mujer inteligente. Usted sí me ha
decepcionado, Mathews. Sus consejos a Pamela Salkow eran los de un perfecto
estúpido.
—Soy amigo de Foster.
—Apostaría todo lo contrario. ¿Qué quiere,
Mathews? ¿Dejarle así? ¿Convertido en un tronco humano? El doctor Randy Hoffman
y un equipo especializado ha trabajado estas últimas semanas en los miembros
artificiales a implantar en Foster.
—Los conozco. No han sido probados jamás en un
ser humano.
—Cierto. Su elevado costo no permite por el
momento el ser comercializados. Sólo están para casos extremos. Algún alto
cargo del gobierno, algún científico de insustituible valía...
—Aldrich Foster sí puede ser sustituido.
—Foster es el hombre designado para el proyecto
Futuro Uno. ¡Y usted lo sabe! Llevamos años trabajando en ello. No podemos
permitir que nos pisen el terreno. Las fuentes de recursos que nos ofrece el
cosmos, en los planetas que... ¡Por todos los diablos! ¡No estoy hablando con
un profano! ¿Qué le ocurre, teniente? ¿Qué encuentra de negativo en la
proyectada rehabilitación de Foster?
—No será una rehabilitación, señor. Se convertirá
en un autómata. Es tal el grado de tecnicismo de esos miembros artificiales a
implantar, que le dominarán. Dejará de ser humano para convertirse en una
especie de robot.
—Eso es ridículo. Foster no tiene dañado el
cerebro. Y será su cerebro el que dicte las órdenes. Los aparatos biónicos del
doctor Hoffman son perfectos. A Foster le han sido seccionados los brazos por
encima del codo. La prótesis a colocar dispone de un servomotor, baterías y un
circuito impreso que interpreta y ejecuta las señales de los músculos. En las
piernas...
—¿Está conforme, Foster?
El rostro de Raymond Feldman se crispó por la
interrupción.
El general dirigió una dura mirada a su
subordinado.
—Aldrich Foster se debe a los intereses del
Kerwin Space Center. Ahora está abatido por su desgracia e incapaz de razonar
sobre lo que más le conviene. Sus superiores y sus amigos tratamos de ayudarle.
Su prometida le animará. Pamela Salkow... y usted. Son las dos personas que más
pueden influenciar en Foster.
—No cuente conmigo, señor.
Feldman se adelantó apoyando los brazos sobre la
mesa.
Ahora sonrió, aunque en una mueca que no
presagiaba nada bueno.
—Usted se limitará a acatar las órdenes, Mathews.
Está bajo la disciplina de Unidad Control Seguridad del KSC.
—Esto es un caso particular.
—¡Cumplirá las órdenes!
—Yo no tengo miedo a las amenazas, general
—replicó Mathews, sin inmutarse—. No pueden asustarme como a Pamela Salkow. El
ser despedido, degradado y engrosar la lista de Ciudadanos No Deseables del
gobierno es algo que no me preocupa. Entre los CND tengo buenos amigos.
—Cuando Pamela Salkow termine su visita acudirá
usted junto a Foster. Irá porque es deseo de Foster.
—Ya lo supongo, señor. De ahí que no esté ya
destinado a una base de Alaska. No deben contrariar a Aldrich Foster.
—Ni por un instante hemos llegado a imaginar su
absurdo proceder, teniente. Todos deseamos lo mejor para Foster. Todos...,
menos usted.
—Se equivoca. Yo, precisamente por ser amigo de
Foster, no quiero entrometerme en su decisión.
—¿Y si le pide consejo?
—Se lo daré.
—Rechazando la intervención del doctor Hoffman.
—Correcto. Hay prótesis a aplicar menos...
avanzadas. Aparatos artificiales mediante los cuales Aldrich Foster podrá
desenvolverse.
—¡Como un inválido! —exclamó Feldman, furioso—.
¡Con visible torpeza de movimientos!
—Tal vez, pero será él mismo quien mueva esos
aparatos. Y eso le dará la sensación de que sigue con vida. Que no es un pedazo
de carne impulsada por complicados mecanismos.
—Es usted un estúpido, Mathews. Aténgase a las
consecuencias de su grave error. Valora en demasía su influencia sobre Aldrich
Foster... El está ahora con su prometida. La voz y aliento de Pamela Salkow
determinará. Con más fuerza que sus absurdos consejos.
Marc Mathews sonrió despectivo.
—Puede que la pobre Pamela domine su repulsión.
Por supuesto que animará a Foster. Esa es la orden recibida, pero Aldrich
Foster no es tonto. Notará el temblor, en la voz de Pamela, adivinará su
náusea, los esfuerzos por no delatar su repugnancia.
—Está muy equivocado, teniente. Y voy a
demostrárselo.
El general Raymond Feldman iluminó la pantalla
del televisor mural. Tecleó en el panel hasta seleccionar la habitación ocupada
por Aldrich Foster en el Complejo Médico.
Feldman sonrió complacido.
—¿Qué le parece, teniente? Ese es el
comportamiento de una mujer enamorada. No descubro en su rostro mueca alguna de
rechazo. ¿Y usted?
Marc Mathews contempló la pantalla con
incredulidad.
En imagen aparecía Pamela Salkow sentada al borde
del lecho.
Junto a Aldrich Foster.
La muchacha sonreía feliz.
—Reconozco mi error, general. Consideraba a
Pamela Salkow una actriz mediocre, pero no hay duda de que es...
Mathews se interrumpió.
Quedó con la boca entreabierta.
Pamela había deslizado la sábana que cubría a
Aldrich Foster. Descubriendo su mutilado cuerpo.
Y la espeluznante visión no pareció impresionar a
la muchacha.
Todo lo contrario.
Pamela Salkow se inclinó para besar los labios de
Foster. Acto seguido abrió el escote del vestido mostrando sus desnudos senos.
Las manos femeninas se apoderaron del seccionado brazo derecho.
Lo acarició.
Sin dejar de sonreír.
Y Pamela Salkow continuó sonriendo al conducir
aquel repulsivo muñón hacia sus erectos pechos.
Aldrich Foster movió la cabeza de un lado a otro.
—No comprendes...
—Eres tú quien no comprende —interrumpió Pamela—.
Te quiero, Aldrich. Te sigo queriendo. Lo ocurrido no altera mis sentimientos.
—Sí los míos, Pamela.
—¿Ya no me amas?
El rostro de Foster semejaba una inexpresiva
máscara.
Los adelantos de la cirugía plástica habían
recompuesto totalmente su rostro en aquellas semanas. Los injertos de piel del
lado izquierdo en nada diferenciaban del derecho. También las señales del
quirúrgico «punch», previas al implantar las raíces del nuevo cabello, habían
ya desaparecido.
Sí.
Las facciones de Foster seguían siendo perfectas
y atractivas.
El ojo izquierdo acoplado no era humano, sino una
prótesis que superaba en perfección y capacidad visual a la de cualquier
donante humano. El ojo artificial imposible de diferenciar del ojo derecho.
Y los ojos de Aldrich Foster se posaron en
Pamela.
Fijamente.
La muchacha no sabría distinguir el artificial.
—Sí te amo, Pamela. Tu sólo recuerdo me ha
acompañado durante esta larga ausencia en Marte. Siempre soñando contigo.
Anhelando tenerte entre mis brazos. Y es precisamente mi amor el que me impulsa
a romper nuestro compromiso.
—¿Por qué?
—¡Maldita sea, Pamela...! ¡Demasiado lo sabes! No
es necesario fingir. Me he convertido en un despojo humano. Tenías que haber
visto mi rostro antes de...
—En nada ha variado.
Foster forzó una sonrisa.
—Sí..., milagros de la ciencia. Perdí un ojo, ¿sabes?
El izquierdo. Pues ahora veo mejor que antes. Muy divertido.
—No debes atormentarte, Aldrich. Tú lo has dicho.
Nuestra tecnología hace auténticos milagros.
—Tengo seccionados los brazos por encima del
codo. Y ambas piernas a la mitad del muslo. Quieren implantarme una prótesis
biónica revolucionaria. Algo fabuloso que me convertirá en un hombre nuevo. Y
yo no quiero eso, Pamela. Me... me da miedo.
—¿Miedo? —sonrió la muchacha, animosa—. ¿Miedo
Aldrich Foster?
—Sí, Pamela. Un miedo atroz a convertirme en un
monstruo mecánico.
—He estado hablando con el señor Warren Gibson.
Me informó ampliamente de ese equipo biónico del doctor Hoffman. Están todos
muy entusiasmados con el proyecto.
—¿También tú?
—Yo quiero lo mejor para ti, Aldrich.
Foster volvió a mover la cabeza de un lado a
otro.
Con energía.
—No, Pamela... Aun con todos eses perfectos
aparatos sería como un muñeco eléctrico. Tú no has visto mi cuerpo. Te
horrorizaría. Ahora... y después de la intervención del doctor Hoffman.
Pamela sonrió.
Dulcemente.
—Me valoras muy poco, Aldrich. Apuesto que
siempre me has considerado como una niña bonita y poco inteligente. Nuestras
relaciones siempre se fundamentaron en el terreno sexual, pero mis sentimientos
hacia ti van mucho más lejos. En verdad hemos disfrutado momentos amorosos
excepcionales, ¿no es cierto?
—Pamela...
—Déjame seguir, Aldrich. Te quiero. Por encima de
todo. No me causará repugnancia verte con los aparatos biónicos del doctor
Hoffman. Me consta que son perfectos, pero aunque no lo fueran estaría a tu
lado. Te demostraré que no son simples palabras.
La muchacha tendió las manos hacia la sábana que
cubría a Foster hasta el cuello.
La deslizó.
—No... ¡No, Pamela!
La protesta fue ignorada por la joven que siguió
hasta descubrir por completo el desnudo cuerpo de Foster.
Las quemaduras habían sido tratadas e
intervenidas de igual forma que en el rostro. Las amputaciones cicatrizadas.
Los muñones de los brazos quedaban a diferente altura. Un poco más largo en el
brazo derecho.
Foster se removió.
En un vano intento por cubrirse.
El agitar de aquellos cuatro muñones resultó
espeluznante. Los muñones de las piernas se alzaron acusando un súbito tono
verdoso en los extremos. También movió desesperadamente los seccionados brazos.
De pronto quedó inmóvil.
Perplejo por el beso de Pamela.
La muchacha se había inclinado posando suavemente
sus húmedos labios sobre los de Foster.
—¿Te das cuenta, Aldrich? No me causas repulsión
alguna. Te quiero.
—Pamela..., no podrá ser como antes... yo...
—Sí lo será, mi amor. Lo será después de la
operación del doctor Hoffman. Lo sé. Estoy convencida.
Pamela abrió el adherente cierre superior del
vestido hasta descubrir los túrgidos senos que acarició sensual.
Dedicó, una lasciva mirada a Foster..
—¿Recuerdas, Aldrich? Mis pechos eran tu zona
preferida.
—Pamela...
La muchacha tomó el brazo derecho de Foster.
Lentamente lo aproximó hacia sus senos. Hizo
deslizar el muñón por los erectos pechos.
Una y otra vez.
—Posiblemente ahora no sientas nada, Aldrich.
Ninguna sensación. Los aparatos del doctor Hoffman sí te harán sentir. Una mano
mioeléctrica dotada de un sistema feedback de tacto para percibir el frío,
calor, dureza, blandura...
Foster tiró con fuerza.
Soltando su mutilado brazo de entre las manos de
Pamela.
—Déjame..., déjame, Pamela...
La joven se incorporó ajustando nuevamente el
escote del vestido. Con deliberada y provocativa lentitud.
—Sí, querido. Comprendo que necesites reposo. No
dejes de pensar en mí. En nosotros. ¿De acuerdo?
Foster asintió.
La joven, tras cubrirle con la sábana, abandonó
la estancia.
Aldrich Foster quedó con la mirada fija en el
techo.
Pensativo.
Su mente no era ocupada por Pamela Salkow.
Los pensamientos de Foster estaban lejos de allí.
Muy lejos.
A más de cincuenta millones de kilómetros. En
Marte.
Aldrich Foster añoraba la soledad del planeta
marciano. Le hubiera gustado estar allí de nuevo. En la soledad de la pequeña
base de exploración. Contemplando el danzar de Fobos y Deimos.
Sí.
Foster hubiera preferido no regresar jamás de
Marte.
Aldrich Foster succionó el cigarrillo.
Sonrió cuando Mathews se lo apartó de los labios.
—Sí, Marc. Fue algo horrible. Mi última visión,
antes de pasar al túnel del planeador, fue el cuerpo de David convertido en
gelatina.
—¿Rayos cósmicos?
—Es mi hipótesis. No encuentro Otra. La
Ipsilon-V, como bien sabes, iba dotada de detector, y contadores de viento
solar. Cualquier rayo o partícula ionizante procedente del viento solar sería
alertada y neutralizada. El blindaje especial de la astronave nos protegía, sin
embargo, esos misteriosos rayos cósmicos nos aniquilaron. Los detectores
ionizantes saltaron por los aires antes de lograr identificar las partículas.
Eran como látigos de fuego. Sí..., horrible.
—Tú al menos puedes contarlo, Aldrich.
Foster entornó los ojos.
Fijos en Mathews.
—¿Debo alegrarme de ello, Marc?
Mathews sonrió volviendo a colocar el cigarrillo
en labios de su amigo.
—Depende del punto de vista. Imagina el de David
o Charles.
—De acuerdo. Puedo imaginar el de Charles
Saunders. Preferiría estar muerto antes de presentarse ante su esposa en mi
estado. Sin brazos ni piernas.
—Tú vas a tener brazos y piernas, Aldrich. Al
igual que te han colocado un ojo nuevo.
El rostro de Foster se transfiguró. Se removió
inquieto en el lecho a la vez que tendía sus seccionados brazos hacia Mathews.
—Marc..., no lo consientas... Tienes que
impedirlo. ¡No quiero que lo hagan! ¡No quiero someterme a la intervención del doctor
Hoffman!
—Tranquilízate, Aldrich.
—Marc..., ayúdame —suplicó Foster, con angustiada
mueca—. Por supuesto quiero unos miembros artificiales... algo que me permita
moverme... hay infinidad de prótesis comercializadas en el mercado; pero lo que
quieren hacer conmigo es diferente. ¡Me convertirán en un muñeco mecánico!
—¿Qué puedo hacer, Aldrich?
—Habla con los medios de comunicación...
infórmales de que no deseo someterme a la operación de Hoffman, que van a
actuar contra mi voluntad... El pueblo norteamericano me aprecia.
—Seguro. Eres un héroe. Y ahora, después del
accidente de la Ipsilon-V, aún más. De ahí que el Departamento de Información
del KSC haya realizado su gran campaña. Sí, Aldrich. Llevan ya un par de
semanas machacando a la opinión pública con el fabuloso proyecto del doctor
Hoffman. El héroe Aldrich Foster no está perdido. El equipo del doctor Hoffman
realizará el milagro. Aldrich Foster volverá a pilotar astronaves por el
cosmos.
—No... yo no...
—Han manipulado la noticia, Aldrich. Y todos
están entusiasmados con el proyecto. Les han informado únicamente de las partes
positivas. Todos esperan con impaciencia la operación que les devuelva a su
héroe. Esta noche, por el canal USA de Munditel, hay una estrella invitada.
Pamela Salkow, la prometida de Foster. También ella se mostrará entusiasmada.
—Ha estado aquí...
—Lo sé.
—Una Pamela muy desconocida —murmuró Foster—.
Muy... cariñosa y compresiva... No me pareció drogada. Su euforia y entusiasmo
eran reales. Me animó a someterme a la operación de Hoffman.
—También yo he recibido esa orden.
Se miraron a los ojos.
La voz de Foster fue un tenue susurro.
—¿Cuál es tu opinión, Marc? ¿Qué debo hacer?
—Nada puedes hacer, Aldrich. Te someterán de
grado o por fuerza. Han invertido mucho en Futuro Uno. Tus conocimientos no
deben quedar mermados por taras físicas. Las prótesis comercializadas, aun con
su grado de perfección, te restarían facultades. La operación del doctor
Hoffman te convertirá en un hombre totalmente nuevo.
—Ése es mi temor. Me negaré, Marc. ¡Con todas mis
fuerzas! ¡No pueden actuar contra mi voluntad...! ¡No pueden...!
Mathews no hizo ningún comentario. Quedaron unos
instantes en silencio.
—Marc...
—¿Sí, Aldrich?
Los ojos de Foster recorrieron en rápida mirada
la amplia estancia. Terminó posándolos de nuevo en Mathews.
—¿Estamos... controlados?
Mathews asintió.
Sonriente.
—Por supuesto, Aldrich. Los circuitos de
Vigilancia Médica nos observan desde sus múltiples monitores. Y no sólo ellos.
Los altos mandos disponen de su correspondiente sistema de... control. En
videoaudio. ¿Quieres que burle esa vigilancia?
—No. Te comprometería.
—Ya lo estoy, Aldrich. Hasta el cuello. No he
obedecido la orden de convencerte para que permitas la operación, pero no te
preocupes por mí. No me importan las represalias.
—Según tú poco importa mi parecer.
—Cierto, pero una vez realizada la operación
deberás colaborar y seguir el proyecto espacial ya aprobado en Futuro Uno. Te
presentarás en público, hablarás a los medios de comunicación... No sería buena
publicidad que confesaras tu reiterada negativa a la operación del doctor
Hoffman. De ahí que quieran conseguir tu conformidad.
—No la lograrán.
—Puede que después de la intervención te muestres
satisfecho, Aldrich. Lo estamos enfocando desde el punto de vista totalmente
negativo.
—He sopesado lo positivo y negativo, Marc. Y dado
que actuarán contra mi voluntad, quiero pedirte un gran favor. Acércate... que
no puedan oír mi voz.
Mathews obedeció.
Pegó su oído a los susurrantes labios de Aldrich
Foster.
Pronunció dos palabras.
Dos únicas palabras que resonaron en Marc Mathews
como secos martillazos. «Mátame, Marc.»
Munditel superaría aquella noche su récord de
audiencia.
Millones de telespectadores estaban frente a sus
pantallas. Por el canal USA hablaba el doctor Randy Hoffman. Explicando los
pormenores de la operación de prótesis biónica llevada a cabo en el astronauta
Aldrich Foster.
El doctor Hoffman aparecía radiante.
A sus noventa y dos años de edad mantenía una
envidiable fortaleza física y mental.
—El promedio de vida en el ser humano está fijado
actualmente en los cien años. A mí ya me quedan pocos —el doctor Hoffman
amenizó su comentario con una sonrisa—. Para prolongar nuestra juventud se
procede a la terapia de sustitución de enzimas y otros tratamientos. Tenemos
vacunas contra virus, es ya rutinario el empleo de vesículas, riñones,
páncreas, corazones e hígados artificiales para el trasplante. El cáncer ha
dejado de preocuparnos. Las enfermedades cardíacas quedan limitadas mediante
disminución masiva de colesterol en la sangre. ¿Qué nos preocupa? ¿Qué inquieta
al feliz mortal del año 2002?
Randy Hoffman hizo una pausa.
Volvió a sonreír.
Las cámaras de Munditel-USA trazaron una
panorámica múltiple de la concurrida sala de actos. Periodistas,
corresponsales, científicos e infinidad de curiosos se habían dado cita.
Volvieron a centrarse nuevamente en el doctor
Hoffman.
—Envejecemos, queridos amigos. Sin remisión. Aún
no hemos dado con la utópica fuente de la Eterna Juventud. Los riñones y el
hígado, de no estar enfermos, duran toda la vida; pero el sistema hormonal se
debilita paulatinamente y el sistema inmunológico deja de funcionar originando
enfermedades. La piel pierde su elasticidad, los tejidos se endurecen, los
pulmones mueven menos aire, los músculos se resienten y el corazón bombea menos
sangre. Todavía nos queda mucho camino por recorrer, pero el penoso accidente
de la Ipsilon-V nos ha permitido encontrar una puerta a la esperanza. Una
puerta que nos resistíamos a franquear. En la desgracia de Aldrich Foster,
nuestro más valeroso y eficaz astronauta, decidimos el jugar la arriesgada
baza. ¡No queríamos perder a un hombre como Aldrich Foster! Y no le perderemos,
amigos de todo el mundo. Hemos recuperado a Foster... para siempre.
El murmullo y comentarios de la sala ahogó la voz
de Randy Hoffman. El doctor alzó las manos en demanda de silencio.
Tras una sonrisa de suficiencia, prosiguió:
—Sí... ¡He dicho para siempre! Aldrich Foster nos
enterrará a todos nosotros. Los miembros que le han sido implantados es algo
más que una prótesis avanzada. Su mecanismo interior proporcionará a Foster una
eterna energía vital. De no originarse fallo alguno, Aldrich Foster podrá vivir
cientos de años. Me consta que periodistas y científicos desearán formular
muchas preguntas. Responderé a todas, exceptuando las relacionadas con los
aparatos biónicos implantados en Aldrich Foster. Se deben a una laboriosa investigación
todavía catalogada top secret. Espero lo comprendan, aunque opino que la
noticia no está en mí. ¡El hombre del día es Aldrich Foster...! ¡Nuestro héroe
del espacio!
Las cámaras enfocaron a Aldrich Foster que
avanzaba sonriente y con ágil paso hacia la tribuna de oradores.
El doctor Hoffman se incorporó para aplaudirle.
También los miles de personas agrupadas en el
auditorium de Munditel-USA se levantaron de sus asientos recibiendo con
entusiasmo la aparición de Aldrich Foster.
Marc Mathews aprovechó aquellos momentos de
bullicio para abandonar el palco.
Salió a uno de los corredores.
—Marc... ¿qué te ocurre?
Mathews desvió la mirada hacia Sandra Gorins que
había seguido preocupada sus pasos.
—Nada.
—¿No piensas presenciar la entrevista a Aldrich?
Es la parte más interesante del espectáculo.
—Tú lo has dicho, Sandra. Un espectáculo.
Mostrarán a Aldrich Foster como si fuera un monstruo de circo.
—Es lógico que se sientan orgullosos del éxito de
la operación. Esta es la primera presentación de Aldrich ante el pueblo
norteamericano tras el accidente. Todo el mundo contemplará asombrado los...
—Esperaré en el parking.
La muchacha se colgó del brazo derecho de
Mathews:
Le sonrió.
—Voy contigo, Marc. Aun restan treinta minutos de
emisión.
Descendieron en uno de los tubo-elevadores del
edificio. En el parking privado de Munditel-USA estaba estacionado el Mirach.
El fabuloso auto alado donado por el Kerwin Space Center a Foster. El último
avance en la industria del automóvil. Modelo turboflite especial, techo de
vidrio térmico que filtra los rayos nocivos y el deslumhrar solar, alumbrado
electroluminiscente, fanales delanteros que se retraen, aletas traseras
móviles, celda de combustible de energía química, mitad computadora para la
conducción en carreteras electrónicas...
Sí.
Un magnífico auto.
—¡Sueño con un coche así! —suspiró Sandra.
—Confórmate con el que tienes.
La joven hizo un mohín a la vez que dirigía una
inquisitiva mirada a Marc Mathews.
—Sospecho que vas a estropearnos la noche, Marc.
¿Qué te ocurre? Aldrich nos ha invitado a cenar al Nola the Great. Quiere
celebrar su primera salida tras el internamiento en el centro Neurocirugía
Hoffman. Cerca de un mes en aquella diabólica clínica. Sin recibir visita
alguna. Su primer recuerdo ha sido para nosotros, Marc. Para ti en especial.
Eres su mejor amigo.
—Negué a Aldrich cierto favor —dijo Mathews, con
fría voz—. Algo que me pidió días antes a ser intervenido por el doctor
Hoffman.
—¿Y temes que te guarde rencor? No seas ridículo,
Marc. El hecho de querer celebrar con nosotros su regreso al mundo de los vivos
significa que no existe problema alguno.
—¿Eso crees?
—Seguro. He hablado con Pamela. Todo marcha bien.
Sólo intercambió unas breves palabras con Aldrich antes de iniciarse la emisora
de Munditel-USA; pero me informó de que Aldrich se comporta con toda
naturalidad. Incluso parece optimista y feliz. Lógico después de oír al doctor
Hoffman. ¡Aldrich vivirá cientos de años! Es algo fabuloso.
—Sandra.
—¿Sí?
Marc Mathews entornó los ojos hasta casi
semiocultarlos. Fijos en la muchacha. En una penetrante mirada que hizo borrar
paulatinamente la sonrisa en Sandra.
—Responde con sinceridad, Sandra. ¿Te gustaría
vivir cientos de años? ¿Te agradaría vivir eternamente?
—Bueno..., yo...
—Te lo pondré más fácil, Sandra. Vivir con todas
las ventajas de la meritocracia e inmersa en el más refinado hedonismo.
Embriagada de cultura empírica, epicúrea, pragmática..., disfrutando de los
placeres que la sociedad actual nos proporciona. ¿Te gustaría vivir
eternamente? La verdad, Sandra.
La joven inclinó la cabeza.
La sonrisa ya había desaparecido por completo de
sus labios.
—No.
La respuesta de Sandra, aunque en tenue susurro,
fue audible para Mathews. Este alzó con suavidad la barbilla femenina para
seguidamente unir su boca a la de Sandra.
—Perdóname, pequeña. Tienes razón. No debo
amargar la noche. Nos espera una magnífica velada en Nolan the Great.
Poco más tarde se abría una de las puertas privadas
del edificio para dar paso a Aldrich Foster.
Acompañado de Pamela Salkow.
Se encaminaron hacia el parking donde les
esperaban Mathews y Sandra.
El caminar de Aldrich Foster era ágil. Sin la
menor torpeza en brazos o piernas. Movimientos perfectos y sincronizados.
Marc Mathews tragó saliva.
Sí.
Los movimientos de Foster eran perfectos.
Demasiado... perfectos.
Unos movimientos que no parecían humanos. Propios
del más sofisticado de los androides.
Estrecharon sus manos.
Enfrentando las miradas.
—Hola, Marc.
—Celebro verte de nuevo, Aldrich.
Aldrich Foster retiró su mano para contemplarla
sonriente. Movió los dedos una y otra vez.
—Espero no haber apretado demasiado. En ocasiones
olvido mi nueva fortaleza. ¿Sabes que puedo doblar una barra de acero con las
manos? Tengo la fuerza del viejo Supermán.
Pamela rió en sonora carcajada.
Una risa forzada que era desmentida por la
palidez de sus facciones. Una cadavérica palidez que el maquillaje no ocultaba
totalmente.
—¡Eres el de siempre, Aldrich! ¡Siempre
bromeando!
Foster desvió la mirada hacia Pamela.
Asintió.
—Sí... Soy el de siempre. ¿Nos vamos? Hay que
sacar jugo a la noche. Todo pagado por el Kerwin Space Center. ¿Quieres
conducir tú, Marc?
—Me gustaría, pero me ha sido retirado el permiso
de conducir en ciudad. Pronto tendré que desprenderme de mi auto. Yo no lo
necesitaré.
—No lo hagas, Marc. Trataré de solucionar tu
problema. Ahora soy un tipo con muchas influencias.
Se acomodaron en el Mirach.
Mathews y Foster ocuparon los asientos
delanteros.
Aldrich Foster posó sus manos en la barra-volante
maniobrando con agilidad la salida del parking.
Mathews fijó la mirada en aquellas manos.
Unas manos de largos y flexibles dedos. Ágiles.
Fuertes. Como las de un ser humano.
—No te molestes en solucionar mi problema,
Aldrich —dijo Mathews, desviando de inmediato la mirada para no ser descubierto
por su amigo—. Tengo muchos. También me ha sido retirada la licencia de habitar
Bloques-E. Tengo un plazo para abandonar mi apartamento.
—Los funcionarios del Kerwin Space Center tienen
derecho a ocupar viviendas Bloque-E.
—Llevo un mes fuera de servicio en el KSC. Se
está tramitando mi despido. Me será comunicado de un momento a otro.
—¿Un mes...?
—Ahá.
—Ese es el tiempo transcurrido desde nuestro
último encuentro en el Complejo Médico del KSC.
—Más o menos.
—Entonces es fácil adivinar las causas de tu
trámite de despido. Es por mi culpa, ¿no?
—En absoluto —mintió Mathews—. Ya me conoces,
Aldrich. Muchas cosas del Kerwin Space Center no me gustan. Y el no
silenciarlas origina problemas. Yo me los he buscado.
—No he tenido ocasión de hablar en profundidad
con miembros del comité Especial de Investigación designados para el caso
Ipsilon-V. Desde mi salida de la clínica del doctor Hoffman todo ha sido un
continuo bullicio. Dispongo de permiso indefinido, aunque sospecho que pronto
seré reclamado por el Kerwin Space Center. ¿Se sabe algo nuevo relacionado con
el accidente en la astronave?
—Aunque fuera de servicio he oído comentarios.
Sigue sin descubrirse la naturaleza de los rayos cósmicos que atacaron la
Ipsilon-V. Se han descartado las partículas de viento solar, los rayos gamma y
cualquier tipo de radiación inferior. Se baraja la hipótesis de una serie de
ondas cósmicas.
—¿Nada más?
—No, Aldrich.
—¿Se han localizado los restos de la Ipsilon-V?
—La astronave quedó desintegrada. Así se ha
comprobado tras el envío de las sondas espaciales de investigaciones. Resulta
sorprendente que la capacidad destructora de esos rayos no te haya afectado.
—¿Eso crees?
Mathews esbozó una sonrisa.
—Sabes a qué me refiero, Aldrich. La Radiación
ionizante puede originar lesiones internas, leucemia, tumores malignos,
alteración de genes sexuales... Un variado repertorio de afecciones más o menos
graves. En los análisis a los que te sometieron en el Complejo Médico del KSC
no se detectó enfermedad o alteración alguna. Ni tan siquiera signos de
radiación que...
—¡Ya basta! —interrumpió Sandra, con fingido
enfado—. ¿Qué significa esto? ¡Aquí estamos Pamela y yo! Apuesto que lo habíais
olvidado. ¡Se supone que es una noche de diversión!
Mathews y Foster rieron al unísono.
—Creo que las chicas tienen razón, Marc. Hay que
divertirse y olvidar los problemas. ¡Nos espera Nolan the Great!
Nolan the Great.
El más refinado centro de placer de toda
California.
Iba a ser una noche de diversión... y muerte.
Nolan the Great estaba emplazado en las Gerry
Hills. Sólo tenían acceso los forrados de dólares. En algunas de las zonas ni
tan siquiera el dinero abría las puertas. Eran cotas reservadas para las altas
esferas de la vida social y política californiana.
Aldrich Foster, con la ficha especial
proporcionada por el Kerwin Space Center, encontraba libre acceso. Para él y
sus acompañantes cuyos números de identificación figuraban en la ficha
perforada.
Habían cenado en el Salón Azul de Nolan the
Great. Una comida exquisita. Con manjares de difícil adquisición en cualquier
punto del globo.
Del lujoso restaurante pasaron a los centros de
diversión. Todo ello sin salir del gigantesco complejo urbano que era Nolan the
Great. Era como un ciclópeo pulpo. A cada uno de sus tentáculos se llegaba
mediante plataformas deslizantes, escaleras mecánicas, tubo-elevadores o los
auto-carril para los grandes desplazamientos;
Tras presenciar algunos de los espectáculos de
los nightclubs, Aldrich Foster sugirió acudir a los pornogramas del Ultimo
Círculo. En aquella zona era rigurosamente controlado el paso.
La entrada a las diferentes salas del Último
Círculo no era cuestión de precio, sino de una determinada meritocracia.
—Hasta para el placer estamos discriminados
—comentó Foster—. De no ser por la ficha del KSC jamás pisaríamos este tugurio.
Sandra forzó una sonrisa.
—Yo estoy algo nerviosa. He oído hablar del
Último Círculo como algo depravado y soez;
—Es posible. Cuanto más alto se está, más gusta
revolcarse en el pestilente fango. ¡Adelante, amigos!
Sandra se aferró instintivamente al brazo derecho
de Marc Mathews. Este leyó la súplica en los ojos femeninos. Tampoco a él le
seducía la idea de visitar el Último Círculo; pero Foster era el anfitrión.
Pamela nada decía.
Apenas despegaba los labios.
Continuaba con aquella marcada palidez en el
rostro. Junto con un imperceptible temblor que en vano trataba de dominar.
Se adentraron en el local recorriendo varias de
las salas. Algunos de los habitáculos dedicados en exclusiva al consumo de
drogas de calidad. La WST, terminantemente prohibida, era disfrutada por los
propios dictadores de la ley.
El plato fuerte del Ultimo Círculo eran los
nomogramas de sus escenarios móviles. En las diferentes pistas espectáculos
para todos los gustos.
Aldrich Foster y sus acompañantes ocuparon una de
las cabina-esferas. Sobre la mesa varias botellas de bebidas afrodisíacas.
—¿Por dónde empezamos? —inquirió Foster,
atrapando el mandoguía.
Marc Mathews se encogió de hombros.
Sin mostrar mucho entusiasmo.
—Somos tan profanos como tú, Aldrich. ¿Imaginas
acaso que hemos estado aquí con anterioridad?
Foster sonrió pulsando la puesta en marcha.
—Entonces sin determinar el escenario. ¡Un
recorrido por todas las pistas!
La cabina-esfera se puso en movimiento
sobrevolando el extenso local. Deslizándose como un funicular. Podía cruzarse
con otras esferas, aunque sin ser vistos. Tampoco ellos observarían a los
ocupantes de las demás cabinas. El vidrio especial les protegía de miradas
indiscretas.
Los escenarios móviles subían y bajaban.
En ocasiones quedaban a la misma altura de los
compartimentos circulares. Entonces, si los ocupantes de la cabina deseaban,
podían detenerla y presenciar más detenidamente el espectáculo.
—¡Infiernos!... ¡Ese es «Zalaw»! —exclamó
Foster—. ¿No recordáis a «Zalaw»?
Una de las pistas subía en aquel momento.
Aldrich Foster pulsó el botón de stop deteniendo
la esfera a poca distancia del escenario elevadizo.
Sobre la pista un corpulento gorila.
Extraordinariamente membrudo. Con brazos musculosos y sus piernas cortas
arqueadas.
Y junto al gorila tres muchachas desnudas que le
prodigaban lujuriosas caricias hasta conseguir excitarlo sexualmente.
«Zalaw» rugió a la vez que se lanzaba sobre una
de las muchachas a la que penetró en brutal acometida. La joven profirió un
grito de dolor. Las otras dos muchachas se restregaron sensualmente contra el
gorila. Sus obscenas palabras eran audibles desde las esferas.
«Zalaw» alargó su zarpa hacia el bajo vientre de
una de las jóvenes. Su rugoso y velludo dedo índice se hundió salvajemente en
el sexo femenino.
Un nuevo alarido de dolor.
La tercera muchacha atraía contra sí la cabeza
del gorila. La rojiza lengua de «Zalaw» asomó por entre sus babeantes fauces.
Sobre la nívea pista iban apareciendo gotas de sangre.
—Era... era cierto...
—¿A qué te refieres, Sandra? —interrogó Mathews,
encendiendo un cigarrillo.
—Me hablaron de «Zalaw» y de las tres muchachas
vírgenes que le eran ofrecidas todas las noches. Me resistía a creerlo.
—En verdad resulta difícil creer que encuentren
todas las noches tres muchachas vírgenes —rió Foster.
—No lo encuentro divertido, Aldrich.
—Tienes razón... Disculpa, Sandra. La dirección
de Nolan the Great paga importantes sumas de dinero por muchachas vírgenes.
Unas para los clientes exigentes... otras para «Zalaw». ¡Y pensar que el doctor
Ericson fue condecorado!
—¿Quién es el doctor Ericson?
La pregunta había sido formulada por Pamela.
Aldrich Foster sirvió los vasos para
seguidamente, con la mirada fija en la pista, responder:
—Se hizo famoso hace un par de años. Por un
trasplante de cerebro. Un cerebro humano... a un gorila.
Pamela agrandó los ojos.
—¿Ese..., ése...?
—Sí, Pamela. «Zalaw». Creí que conocías la
historia. El cerebro de un hombre a un gorila. Se trabajó en «Zalaw». Sin duda
querían que llegara a senador, pero poco sacaron de él. Ahí le tienes. Con su
cerebro humano. Hay que reconocer un relativo éxito en el experimento. «Zalaw»
domina su devastadora virilidad y bestialismo. Cualquiera de sus hermanos hubiera
destrozado a las tres chicas.
—¿Por qué no nos vamos de aquí?
—Vuelvo a darte la razón, Sandra —sonrió Foster—.
Ha sido un error mío. Terminemos la velada tomando una copa en el más tranquilo
de los salones de Nolan the Great.
Aldrich Foster pulsó el mando de retorno.
Siguió con la mirada fija en el escenario ocupado
por el gorila y las tres muchachas.
—¿Te ocurre algo, Aldrich? ¿Te encuentras mal?
Foster parpadeó.
—No... Estoy bien, Marc. Simplemente pensaba. En
«Zalaw». Puede que yo también termine como él. En una pista del Último Círculo.
Una armoniosa y suave música resonaba en el
local.
La orquesta interpretaba la "Melodía del
Adiós", de Smiley. Un romántico compositor que recientemente había puesto
fin a sus días arrojándose a un triturador de basuras público.
La noticia no sorprendió a nadie.
¿Qué diablos hacía un romántico en el año 2002?
—¡Por nosotros...!
Vaciaron la segunda copa de champaña.
Auténtico champaña francés.
—¿Quieres bailar con tu prometido, Pamela?
—preguntó Foster, sonriente—. Sigo siendo un perfecto bailarín.
La palidez de Pamela fue casi cadavérica.
—No... yo no...
La sonrisa se heló en labios de Foster.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo que se me suelte alguna
pieza?
—¡No seas ridículo! —exclamó Sandra, jovial—.
Simplemente no le apetece bailar, pero yo lo estoy deseando. ¡Vamos...! ¡Venga,
Aldrich!
Sandra tiró de él.
Foster, tras leve resistencia, sonrió siguiendo a
la muchacha hacia las pistas de baile.
—Eres una perfecta estúpida, Pamela —masculló
Mathews, entre dientes.
—No... no puedo remediarlo, Marc. Me produce
escalofríos. Sólo de pensar que pueda tocarme...
—¿Por qué no te has drogado? Al igual que cuando
le visitaste en el Complejo Médico. Allí sí te mostraste cariñosa.
—¿Drogarme? ¡Ni drogada lo resistiría! —exclamó
Pamela, nerviosamente—. En el Kerwin Space Center lo comprendieron tras
someterme a unas pruebas. Las drogas no eran suficientes. Me sometieron a
estimulación directa en el cerebro... Sólo así pude hacer aquello.
—¡Pues hoy también tenías que haber sido tratada,
maldita sea!
—Te equivocas. No voy a seguir fingiendo. Esta
misma semana marcho contratada por Munditel-USA de Illinois. Un fabuloso
contrato, una magnífica vivienda y una buena gratificación del KSC.
—¿Y tu compromiso con Aldrich?
—Lo comprenderá todo tras mi partida.
—¿No piensas despedirte? ¿No vas a decirle una
sola palabra?
—Marc... ahí regresan —Pamela palideció de
nuevo—. Te lo suplico, Marc. No me dejes a solas con Aldrich. No permitas que
me quede con él...
Aldrich Foster llegó abarcando con su brazo
derecho la cintura de Sandra.
—¡Adelante, Sandra! ¡Cuéntales qué tal lo he
hecho!
—Fabuloso —sonrió Sandra—. Únicamente las
bisagras de tu codo izquierdo chirrían un poco. Les falta aceite.
Foster rió a carcajadas.
—Tú sí eres maravillosa, Sandra. ¿Quieres un buen
consejo, Marc? No la dejes escapar. Cásate con Sandra. En cualquier modalidad
de «matrimonio. A corto o largo plazo. Con o sin hijos. En prueba... No lo
dudes más, muchacho.
—¿Piensas tú predicar con el ejemplo, Aldrich?
—Por supuesto, Sandra —aseguró Foster, tomando
asiento—. Cuando decida Pamela. Y en la modalidad que ella designe.
—¡Aprovecha su estado de euforia, Pamela! —rió
Sandra.
Pamela quiso sonreír, pero sólo logró forzar el
esbozo de una sonrisa.
Muy significativa.
—Es ya muy tarde —dijo Mathews, consultando su
digital—. Y mañana tengo que desplazarme hasta los bloques de Parker City.
—También yo tengo que madrugar —añadió Sandra—.
Debo terminar unos trabajos en el laboratorio.
Aldrich Foster trató de animarles para prolongar
un poco más la velada en Nolan the Greath, pero no tuvo éxito.
Se encaminaron hacia las zonas de parking.
Pamela dejó oír su temblorosa voz.
—Yo... yo tomaré un aerotaxi.
—¿Qué tonterías dices, Pamela? —parpadeó Foster—.
Te acompañaré a casa.
Pamela sí consiguió ahora dibujar una sonrisa.
—Yo no tengo que madrugar, Aldrich. Es preferible
que lleves a Sandra y Marc. No te preocupes por mí.
—Aldrich está en lo cierto —intervino Sandra—. No
dices más que tonterías, Pamela. Eres la prometida de Aldrich y ésta es vuestra
primera noche en mucho tiempo. Marc y yo utilizaremos un aerotaxi.
—Pero...
—¡Gracias por tan maravillosa velada, Aldrich!
—exclamó Sandra, tomando del brazo a Mathews—. ¡Adiós!
—Oye, Sandra...
—Muévete, Marc —interrumpió Sandra, empujándole—.
Si nos quedamos, Aldrich se decidirá por llevarnos. Y no debemos robarles más
tiempo.
El Mirach pasó instantes después ante ellos.
En el asiento delantero Foster y Pamela. El
primero de ellos agitó el brazo derecho en señal de despedida. Pamela se limitó
a dirigir a Marc Mathews una angustiosa mirada.
También era una despedida.
No volvería a ver a Pamela Salkow.
Jamás.
Ni viva ni muerta.
El apartamento de Pamela Salkow estaba dotado de
todo tipo de comodidades. Paredes insonorizadas y con láminas de vidrio
electrificado que proporcionaban calor o frío. En algunas de las habitaciones
los muros, fabricados en lámina de aluminio con un relleno de espuma plástica,
podían ser cambiados de emplazamiento agrandando o reduciendo la estancia.
En la construcción no se había utilizado un solo
clavo. Todas las uniones, juntas y revestimientos se realizaron con materiales
y adhesivos plásticos. Todo perfectamente acoplado.
La amplia gama de aparatos electrodomésticos y de
servicio eran controlados por un programador.
—Estás nerviosa.
Pamela sonrió forzadamente.
—Sólo un poco cansada, Aldrich.
—¿Por eso no querías invitarme a subir a tu
apartamento?
—Estás en él, Aldrich.
—Sí. Después de mucho insistir. Llevamos mucho
tiempo sin estar juntos, Pamela. Es lógico que deseara estar a solas contigo.
El invitar a Marc y Sandra fue para que no te resultara tan... violento nuestro
encuentro tras la operación del doctor Hoffman.
—Estoy muy cansada, Aldrich.
Foster contempló fijamente a la muchacha.
Pamela paseaba de un lado a otro del salón. Con
el elegante vestido de dynel modelando seductoramente su cuerpo.
Foster interrumpió aquel deambular.
—Voy a besarte, Pamela.
—No le dio tiempo a reaccionar. La atrajo contra
sí. Sus labios buscaron los de la joven. Con vehemencia.
Pamela, aunque sin corresponder al beso, no se
resistió.
Ni tan siquiera cuando las manos de Foster se
deslizaron acariciadoras por su espalda hasta posarse sobre las prietas nalgas.
—Pamela... Pamela... te he echado tanto de
menos...
La muchacha siguió inmóvil.
Rígida como una estatua.
La diestra de Foster bordeó la cadera para luego
subir por el vientre femenino hacia los prominentes senos.
Abrió el escote del vestido.
Y Pamela reaccionó.
Al sentir aquella mano aprisionar su seno
izquierdo dejó escapar todo su contenido horror.
—¡No...! ¡No me toques...!
Aldrich Foster contempló perplejo el súbito
retroceder de la muchacha. Fijó la mirada en sus manos.
—¿Es... es por...? Ahora comprendo... ¡No,
maldita sea! ¡No comprendo! ¿Qué te ocurre, Pamela? ¿Qué hay de horripilante en
mis manos? ¡Son perfectas! —Foster hizo mover ágilmente sus dedos—. En la
habitación del Complejo Médico, cuando era un repulsivo despojo humano, no te
mostraste...
—No son humanas —interrumpió Pamela, con excitada
voz—. ¡No son manos humanas!
—¿Acaso has notado alguna diferencia? ¿Qué
sientes al tocarte? ¡Responde, maldita sea!
Foster se abalanzó sobre la mujer aferrándola por
los hombros. Tiró del abierto escote bajando la tela hasta la cintura. Los
pechos de Pamela se balancearon unos instantes por el brusco movimiento.
Foster los inmovilizó al posar las manos sobre
ellos.
Apretujó una y otra vez los senos femeninos.
—Aldrich... me... me haces daño...
—Oh, sí... disculpa, nena —sonrió Foster, en una
mueca irónica—. Debo acariciarte... Así... así..., ¿no es eso? Siempre me
entusiasmaron tus pechos. Y a ti te gustaba que los acariciara. ¿Y bien,
Pamela? ¿Qué sientes?
La joven temblaba de pies a cabeza.
Pálida.
—Na... nada...
—¿Nada? Es curioso. Yo puedo percibir la dureza
de tus pechos, Pamela. El calor que emana de ellos..., pero no... estás fría.
Fría como un cadáver.
—Por favor, Aldrich... Déjame... Dame tiempo a...
Foster la rechazó de violento empujón.
—¿Tiempo? ¿A qué? ¿A huir de mí? Fui un estúpido.
Debí sospechar en el Complejo Médico. Tu sonrisa ante mis nauseabundos muñones,
tus caricias... Todo falso, ¿no es cierto?
—Sí... Ordenes del director del Kerwin Space
Center. Perdóname, Aldrich. Es superior a mí. Sólo pensar en el contacto de tus
manos...
—¡Por todos los...! ¡Nada las distingue de otras,
Pamela! —Foster se despojó de la chaqueta. El chaleco dejaba al descubierto sus
brazos hasta el hombro—. Mira... ¡Mírame, Pamela! No encontrarás ninguna
cicatriz. Todo ha sido perfecto. No hay unión ni señales de las amputaciones.
Tampoco en las piernas. Me han acoplado los miembros artificiales de modo
que... ¡Mírame, maldita sea!
—Aldrich, te lo suplico...
—Y yo a ti. Por piedad, Pamela —Foster la sujetó
por los hombros—. No me rechaces. Tú no, Pamela. Podré soportar la repulsión o
malsana curiosidad de los demás, pero tú no me rechaces. Te necesito.
—Suéltame...
Foster se había abalanzado de nuevo sobre la joven.
Tratando de besarla. Sus manos buscaron otra vez los senos femeninos.
—Todo será como antes, Pamela —jadeó Foster,
pugnando por despojarla del vestido—. Te aseguro que todo será...
—¡Suéltame...! ¡Déjame, monstruo!
Foster quedó rígido.
Lenta, muy lentamente, soltó a la muchacha a la
vez que le dirigía una penetrante mirada.
Terminó por esbozar una sonrisa.
—Tienes razón, Pamela. Soy un monstruo. Un
monstruo al que han disfrazado con bellos atributos.
La joven respiró con fuerza. Hinchando sus túrgidos
pechos. Con un aplomo nacido de la debilidad mostrada por Foster.
—Vete, Aldrich. ¡No quiero volver a verte jamás!
—La copa prometida, Pamela —dijo Foster,
ajustándose la chaqueta—. Me invitaste a un whisky, ¿recuerdas? Lo necesito. No
te preocupes. Me marcharé de inmediato. No volveré a molestarte.
—Espero que lo cumplas.
—Yo sólo tengo una palabra.
Pamela acudió al carro-bar.
Tomó una botella de whisky y dos vasos de fino
cristal. Sirvió el líquido ofreciendo uno de los vasos a Foster.
—¿Por nosotros, querida Pamela? —inquirió Foster,
con sarcasmo—. ¿Por tu amor eterno?
La muchacha bebió un pequeño sorbo.
Acto seguido dejó caer el vaso que se quebró en
minúsculos pedazos contra el suelo.
—Nuestro compromiso queda roto, Aldrich. Al igual
que el vaso.
—Muy teatral. Lástima de vasos... Fue un regalo
mío, ¿recuerdas? Dos vasos de delicado cristal tallado formando juego. Ya no se
fabrican. Nadie aprecia la belleza.
Foster dejó caer también el vaso.
—Perfecto, Aldrich —Pamela pulsó un botón del
microprogramador doméstico—. Ya todo ha terminado entre nosotros. Adiós.
El presionar el botón puso en funcionamiento el
barredor de autopropulsion al vacío. Un aparato discoforme con aletas metálicas
plegables. El barredor absorbió rápida y silenciosamente los cristales del
suelo.
—¿Esperas algo, Aldrich?
Foster, con la mirada fija en el barredor
automático, sonrió.
—Nada... ya me voy. Simplemente pensaba. Me
hubiera gustado que el barredor te tragara también a ti. Adiós, furcia.
—¡Vete al...!
Pamela se interrumpió para proferir un grito de
dolor.
Aldrich Foster, que ya se disponía a abandonar el
salón, giró alarmado por el grito femenino.
Con incrédulos ojos contempló al barredor.
El aparato había extendido sus aletas plegables.
Las dos pinzas, casi a ras de suelo, golpeaban uno de los tobillos de Pamela.
Como si tratara de engullir a la muchacha.
Pamela retrocedió.
Y el barredor mecánico fue tras ella.
—¡Ayúdame, Aldrich...! ¡Se ha averiado...!
Foster permaneció inmóvil.
Sin reaccionar.
Con la mirada fija en el aparato que de nuevo
tendía sus pinzas recogedoras hacia Pamela. Esta, en su retroceso, había
perdido uno de los zapatos. El aparato, programado para retirar cualquier
objeto pequeño del suelo ni tan siquiera reparó en él.
Continuó lanzando sus palas hacia Pamela.
La muchacha, con sangrantes cortes a la altura de
los tobillos, corrió hacia la puerta del fondo. Al aproximarse se abrió
automáticamente facilitando su veloz huida.
El barredor siguió tras ella.
Como un perro juguetón.
Pamela se había refugiado en la cocina.
Desconectó el ordenador doméstico que regulaba todos los aparatos; pero no
detuvo el avance del barredor.
—¡Aldrich...! ¡Aldrich...!
Las pinzas habían hecho presa en su tobillo
izquierdo.
Pamela, enloquecida de dolor, atrapó una pesada
figura de mármol que adornaba uno de los salientes de la estancia. Sujetándola
con ambas manos comenzó a golpear furiosamente el barredor. Una y otra vez,
pronto abolló el disco superior del aparato haciéndolo saltar.
La muchacha, con el rostro desencajado y
sudoroso, siguió golpeando hasta destrozar la capa protectora descomponiendo
varias piezas. Las tenazas recogedoras dejaron de aprisionar el tobillo.
Pamela, inclinada y jadeante, soltó la figura de
mármol. Al incorporarse se enfrentó con Aldrich Foster.
—Aldrich..., ha sido horrible... ¿Por qué no me
has ayudado?
Foster no contestó.
Contempló el destrozado barredor.
Alzó la mirada hacia Pamela.
Los senos de la joven aparecían sudorosos.
Subiendo y bajando en descompasado palpitar.
—No me explico lo ocurrido... Desconecté el
programador...
—Yo sí, Pamela. La máquina me obedeció. Comenté
que me gustaría que te tragara, ¿recuerdas?
—No seas estúpido. No estoy para soportar tus
bromas. Aldrich. Me he llevado un buen susto. ¡Y tú poco has hecho por
ayudarme!
Aldrich Foster trazó una semicircular mirada por
la estancia.
Había estado allí en más de una ocasión. En sus
veladas amorosas con Pamela antes de emprender viaje a Marte. Poco había
cambiado durante su ausencia. Una cocina moderna. Unidad combinada de
congelador y horno electrónico. El lavaplatos y el refrigerador instalados en
carriles elevadores que permitían levantarlos u ocultarlos a comodidad. La
cocina y el triturador de basuras formaban unidad con la pared.
—Voy a hacerte una demostración, Pamela.
—¿Una demostración? —la joven se había sentado en
un taburete procediendo a limpiar las heridas—. ¿De qué?
—El retira-platos de propulsión automática. Le
estoy ordenando que te atrape y arroje al triturador de basuras.
—Muy gracioso. ¿Por qué no te vas...? —Pamela
enmudeció unos instantes. Contempló horrorizada a Foster—. Aldrich... tu... tu
ojo izquierdo...
—¿Qué le ocurre? —preguntó Foster, sin apartar la
mirada del recoge-platos.
Pamela balbuceó, aunque incapaz de articular
palabra alguna. Con desencajada mueca de horror contempló el siniestro brillar
del ojo izquierdo de Foster. Un destello infrahumano.
Un pequeño zumbido hizo reaccionar a Pamela.
Incrementando su terror.
Reconocía aquel sonido. Significaba que el
retira-platos se había puesto en funcionamiento.
—Aldrich... ¿es... es una broma...? ¡Aldrich...!
El recoge-platos era de forma cilíndrica. De un
metro aproximado de altura. Tenía dos bocas receptoras. Una para albergar
platos, cubiertos y demás objetos de mesa no desechables. Estos eran
trasladados al lavaplatos. La segunda bandeja recibía los objetos no útiles y
restos de comida que pasaban al triturador de basuras.
El recoge-platos estaba programado para hacer un
recorrido determinado. Cocina-salón-comedor. Una unidad de propulsión
automática que sigue las invisibles líneas de fuerza colocadas bajo el suelo
del piso. Una corriente eléctrica a las líneas hace funcionar la unidad móvil.
Y estaba funcionando.
Hacia Pamela.
Sin seguir el programado carril del suelo.
Del cilíndrico aparato brotaron los cuatro brazos
extensores. En cada extremo una especie de mano mecánica. Si algún objeto a
retirar, por su voluminosidad no tenía cabida en la cámara receptora, era
trasladado directamente al triturador por las manos mecánicas.
Así iba a ser transportada Pamela.
De poco le sirvió su vano intento de huida. No
llegó a alcanzar la puerta. Uno de aquellos brazos la atenazó por el cuello.
—¡No...! ¡No, Aldrich...! ¡Piedad.:.!
El rostro de Foster semejaba una máscara
infernal. Con aquel ojo trasplantado que brillaba iridiscente.
—¿Piedad? Eso es un, sentimiento humano, Pamela.
Y yo no soy humano, ¿recuerdas? Tú misma lo has dicho. Soy un monstruo.
—¡Aldrich...! ¡No...!
Pamela era ya dominada por los cuatro brazos
mecánicos. Dos de ellos sujetaban los hombros femeninos Un tercero en el
cuello. El cuarto garfio la empujaba hacia el triturador de basuras.
El ojo izquierdo de Foster, ya convertido en
llameante esfera, incrementó aún más su brillo.
Y el triturador de basuras abrió su compuerta
iniciando su capacidad de destrucción a el más elevado grado. No eran restos de
comida lo que había de tragar y triturar.
Los alaridos de Pamela desgarradores.
Sus bellas facciones desencajadas por
indescriptible mueca de terror. Estaba siendo obligada a inclinarse. A situarse
a la altura de la compuerta. Quedó arrodillada Atenazada por aquellas cuatro
zarpas de acero. La cabeza frente a la compuerta del triturador de basuras.
—¡No...! ¡NO...!
Los espeluznantes gritos quedaron ahogados al ser
introducida su cabeza en la cámara. Se escuchó un siniestro chasquido de
macabro crujir. La sangre salpicó fuera de las paredes del triturador.
Las manos mecánicas iban empujando el cuerpo de
Pamela. Introduciéndolo poco a poco.
Las piernas de Pamela, en principio agitadas por
violentas convulsiones, estaban ya rígidas.
La horripilante destrucción del cuerpo femenino
fue contemplada por Aldrich Foster hasta el final. Paulatinamente se fue
eclipsando el satánico brillo de su ojo izquierdo.
El triturador de basuras había dejado de
funcionar. El recogedor de platos volvió a su emplazamiento habitual.
Foster se contempló las manos. Le parecían estar
ardiendo. Tocó sus piernas. Aquellas piernas de perfecta prótesis.
También parecían despedir fuego.
Aldrich Foster retrocedió.
Empezó a correr hacia la salida.
Alucinado.
Aterrorizado de su propio poder.
Sandra se removió inquieta en el lecho.
—Marc... ¿te levantas ya?
—Ahá. Debo irme, pero aún es temprano para ti.
Puedes seguir durmiendo.
—Un beso de despedida, Marc —susurró Sandra,
voluptuosa—. Ven...
Mathews, que se disponía a saltar de la cama, se
encontró atrapado por los brazos femeninos. Cayó sobre Sandra que ya le
esperaba con los labios entreabiertos. Unieron sus bocas.
—Debo irme...
—Sí, Marc —asintió la muchacha, aunque sin soltar
les brazos del cuello de Mathews—. Lo sé...
Volvió a besarla. Ahora más apasionadamente.
Percibió como el cuerpo de Sandra se estremecía como si hubiera sufrido una
sacudida. Las caderas femeninas empujaron lascivamente hacia arriba.
—Sandra... Sandra...
—Sí... tienes que irte...
Mathews besó ahora el lóbulo izquierdo de la
joven. Su cuello. Fue al bordear con la lengua los rugosos pezones cuando
Sandra ahogó un gemido placentero a la vez qué movía las piernas para albergar
entre sus mórbidos muslos a Mathews.
Poco más tarde, Mathews maldecía en el cuarto de
baño.
Había perdido el «levacar» de las siete horas. No
llegaría a tiempo a su cita en Parker City.
Terminó de vestirse con rapidez.
Antes de abandonar la habitación dirigió una
mirada hacia el lecho. No pudo contener una leve sonrisa.
Sandra dormía plácidamente. Con los brazos en
cruz y las piernas entreabiertas. Sin tela alguna que protegiera su seductora
desnudez. Con una feliz expresión en el rostro.
Marc Mathews descendió en uno de los elevadores
de movimiento continuo del edificio. Al llegar al vestíbulo correspondiente le
sorprendió la presencia de Foster.
—¡Aldrich...! ¿Qué haces aquí a estas horas?
—Esperarte.
—¿A mí?
—Llevo más de treinta minutos. Creí qué tomarías
el «levacar» de las siete. Incluso llegué a pensar que habías salido antes de
mi llegada.
—Me demoré más de la cuenta.
—No vas a desplazarte a Parker City, Marc. Iremos
a visitar a Warren Gibson.
—¡Al director del Kerwin Space Center? No seas
ridículo, Aldrich. Te has convertido en un tipo importante, pero no hasta el
extremo de ser recibido por el todopoderoso Gibson.
—Me recibirá.
—¿Qué piensas decirle? ¿Que se suspenda mi
tramitación de despido? Eso no es cosa de Gibson. Mi jefe es el general
Feldman. Y tampoco él podría detener esa tramitación.
—¿Recuerdas el nombre de John Edgar Hoover?
—interrumpió Foster, con una sonrisa—. Fue en el pasado uno de los mas famosos
directores del desaparecido FBI. Dicen las crónicas que el poder de Hoover
eclipsaba al del mismísimo presidente de Estados Unidos. Igual ocurre ahora con
Warren Gibson. Su poder es ilimitado. Me consta que le teme hasta el
Triunvirato que gobierna el país.
—Correcto. Gibson puede poner y quitar a
cualquiera de los miembros de nuestro Triunvirato. Le temen en las; altas
esferas del gobierno. Warren Gibson fue, hace años, el primer director de la
Unidad Control Seguridad. Conoce muchos trapos sucios. ¿Crees que le inquieta
la suerte, de un individuo como yo?
—Tengo fuera el auto, Marc. Vamos. Antes de que
Gibson emprenda vuelo al Kerwin Space Center.
—Oye, Aldrich...
—No, Marc. Escucha tú. Todo lo que te ocurre es
por mi culpa. Por negarte a cumplir determinada orden.
—También tú puedes sufrir las consecuencias.
—¿Yo? ¡Soy el héroe! —rió Foster—. ¡El inmortal
astronauta! Han despilfarrado mucho conmigo para arrinconarme. ¡En marcha,
Marc!
Abandonaron el bloque.
Minutos más tarde el auto conducido por Aldrich
Foster dejaba atrás los bloques CE-736 de Boots Hill.
El tráfico era casi nulo por la megalópolis de
San Francisco. Al menos en las calles de Bloques CE. Era demasiado prematuro
para el inicio de una nueva jornada laboral.
Los «levacards» y demás servicios de transporte
público sí acusaban gran concentración de masas. Los no cualificados, sin
permiso de circular en auto por la ciudad, sí debían de madrugar para, cubrir
las distancias entre sus hogares y los respectivos puestos de trabajo.
—Aldrich...
—¿Sí?
—¿Cómo te fue con Pamela?
—Ya lo puedes imaginar. Los dos conocemos a
Pamela. Fue muy distinta a cuando me visitó en el Complejo Médico del KSC. Al
intentar besarla por poco me vomita encima.
—Al diablo con ella.
Foster sonrió.
—Sí... Eso es. Al diablo con Pamela.
—Hay otras muchas chicas, Aldrich.
—Seguro. Buscaré una con buen estómago.
—Eso que has dicho es una tontería. Y tú lo
sabes. Nadie puede descubrir en ti que te han amputado y...
—Toca mi mano, Marc —Foster tendió su diestra.
Ante la inmovilidad de Mathews, añadió—: ¿No te atreves?
Mathews tomó la mano de su amigo.
—Ya está.
—¿Qué sientes, Marc? ¿Cómo es al tacto? ¿Parecido
al de una mano humana? ¿No la notas más... fría?
—Es posible. Hay fulanos con manos frías,
calientes, húmedas...
—Aprieta mi mano, Marc. ¿También con esa dureza?
—¡Maldita sea, Aldrich! Es una mano igual que
otra. ¡Al menos exteriormente! ¿Qué más quieres?
Foster volvió a posar las dos manos sobre la
barra-dirección del Mirach.
Desvió la mirada hacia Mathews.
—Lo que quería te lo dije. Marc. En el Complejo
Médico. Te pedí que me dieras muerte. La muerte antes que someterme a la
intervención del doctor Hoffman. Esperaba que lo hicieras.
—Te acostumbrarás a...
—¿Por qué, Marc? ¿Por qué te negaste? Podías
hacerlo sin despertar sospechas. ¿Fue por miedo a que te descubrieran?
—No. Simplemente no me atreví. Tu reacción
después de la operación del doctor Hoffman podía ser positiva.
—No lo es, Marc. Me siento como un muñeco
mecánico. Como un... un monstruo.
—Aún es pronto, Aldrich. Es tu primer contacto
con el mundo después de la operación.
—No me gusta este mundo, Marc. Y menos sus
habitantes.
Mathews sonrió.
—En eso estamos de acuerdo, pero ambos seguimos
en él. Tú también, Aldrich. Por encima de todo. Apuesto que ya no piensas en
matarte.
Aldrich Foster no respondió.
Alzó la mirada al divisar un helicóptero
sobrevolar cercano a las líneas del «levacar». Un helicóptero modelo Gerry-ZX.
De blindaje, especial. Utilizado en exclusiva por los miembros de Unidad
Control Seguridad especializados en disturbios callejeros.
—¿Qué hacen por aquí esos cuervos? —comentó
Foster.
Mathews también contempló el sobrevolar del
aparato.
Un helicóptero color negro. Con los doce
tripulantes de uniforme igualmente negro y dotados de contundente material
antidisturbios.
—Camino de la Raglán and Logan Company —dijo
Mathews, encendiendo un cigarrillo—. Los obreros han decidido manifestarse
contra ciertas irregularidades de la empresa estatal. Lo harán antes de entrar
al trabajo. De no cumplirse ciertas condiciones determinarán la huelga.
—Toda huelga es ilegal. ¿Acaso ha cambiado esa
disposición durante mi estancia en Marte?
—Todo sigue igual. O peor. Las huelgas son
ilegales. Y los obreros lo saben. De ahí el helicóptero de Unidad Control
Seguridad. Actuarán con dureza. Como siempre. A los quince o veinte obreros
muertos todo volverá a la normalidad. ¿Sabes una cosa, Aldrich? Me gustaría que
los muertos fueran los doce tripulantes del helicóptero.
Foster parpadeó.
Lentamente una sonrisa asomó a sus labios.
—No es mala idea... También a mí me gustaría...
Aldrich Foster deslizó el techo de vidrio del
Mirach. Alzó la mirada fijando sus ojos en el helicóptero.
Fue cuestiones de segundos.
El helicóptero realizó un brusco giro para
seguidamente caer en espiral. Vertiginosamente. Una atronadora explosión
acompañó su violento chocar contra el asfalto.
Warren Gibson bizqueó.
—¿Habla en serio, Foster?
—Totalmente, señor.
Gibson contempló alternativamente a los dos
hombres que estaban frente a él.
Aldrich Foster mantenía una actitud desafiante.
Mathews, por el contrario, parecía aturdido. Aún no había despegado los labios.
—Creo que todavía les dura la resaca —terminó por
sonreír Warren Gibson—. Fue ayer noche la celebración, ¿no es cierto? Comprendo
su euforia, pero no abuse de mi benevolencia. Soy un hombre muy ocupado. Al
recibirle, sin previa cita y saltando todos los trámites de rigor, suponía que
se trataba de algo urgente.
—Lo es. Se ha cometido una injusticia con el
teniente Mathews. Quiero que...
—¡Al diablo! —interrumpió el director del KSC,
vociferante—. ¡Maldita sea, teniente! ¿También usted está borracho? ¿Cómo ha
consentido venir hasta mí? Escuche, Mathews... no sólo va a ser desplazado del
Kerwin Space Center. Juro que no encontrará un puesto de trabajo en todo el
país. Pasará a figurar en los primeros puestos de la lista de Ciudadanos No
Deseables. ¡Ni tan siquiera en nuestras colonias logrará trabajo!
Aldrich Foster se adelantó unos pasos.
Amenazador.
—Un momento, señor. Esto es idea mía.
—¿De veras? También sufrirá un expediente
disciplinario, Foster.
—¿No piensa reparar la injusticia cometida con el
teniente Mathews?
—Aldrich, vámonos... No empeores más la
situación. Fue un absurdo venir. Yo no tengo nada que perder, pero tú...
Foster se zafó del brazo de su amigo.
Volvió a enfrentarse a Warren Gibson.
—¡Responda, Gibson! ¿No piensa intervenir en
favor del teniente Marc Mathews?
—Ya le he dicho mis planes para el teniente
Mathews. También usted recibirá noticias mías, Foster. Muy pronto. Su
indisciplina de hoy no quedará sin castigo ¡Y ahora retírense!
Foster se adelantó unos pasos más.
Hasta rozar la semicircular mesa tras la cual se
acomodaba el director del Kerwin Space Center.
—¿No ha recibido recientemente ninguna noticia
interesante por el teleperiódico, señor?
Gibson volvió a bizquear.
—¿Qué quiere decir, Foster?
—Hace unos minutos un helicóptero de Unidad
Control Seguridad se estrelló en Brown Hill. Supongo que el suceso le habrá
llegado de inmediato por el teleperiódico.
Warren Gibson desvió la mirada hacia el aparato
facsimilar del teleperiódico.
Posó nuevamente sus ojos en Foster.
—Lo tengo programado para noticias más
interesantes, Foster. El piloto me avisa de ellas. No me molesta para vulgares
accidentes.
—La caída del helicóptero de UCS tiene mucha
importancia, señor. Yo la he provocado. Con sólo desearlo. Ordené a uno de los
motores-base del helicóptero que dejara de funcionar.
—Muy gracioso.
Marc Mathews no lo encontró tan divertido. Una
súbita palidez se apoderó de sus facciones. La caída del aparato le había
impresionado. Máxime al descubrir la transfiguración del rostro de Foster
mientras el helicóptero se desplomaba.
—No lo considere una broma, Gibson —advirtió
Foster, acentuando el tono amenazador en su voz—. Le doy cinco segundos para
rectificar su actitud en relación al teniente Mathews.
El director del KSC resopló furioso.
—Tres segundos. Ese es el tiempo que les doy yo
para salir de mi despacho. En caso contrario serán conducidos por mi guardia
personal.
—No se lo aconsejo, Gibson.
Warren Gibson tendió su diestra hacia el panel de
mando emplazado sobre la semicircular mesa. Su dedo índice quedó a escasas
pulgadas de uno de los botones del tablero.
—Un segundo...
—Si aprieta ese botón quedará carbonizado,
Gibson. Todos los aparatos electrónicos controlados por ese mando le harán
llegar su energía en violenta descarga.
Warren Gibson sonrió despectivo.
—Dos...
—Correcto. Adiós, señor Gibson.
—Tres...
Gibson pulsó el botón.
La espeluznante sacudida le hizo brincar en el
asiento. Su cuerpo se iluminó como una lámpara de cadmio de millones de watios.
Brutales espasmos, le agitaron de un lado a otro. Su cuerpo fue adquiriendo un
marcado tono negruzco.
Sí.
Tal como aseguró Aldrich Foster.
Warren Gibson quedó carbonizado.
—¿Me tienes miedo, Marc?
Mathews contempló a su amigo.
El rostro de Aldrich Foster aparecía deformado
por horrible mueca. Lo más espeluznante era el brillo de su ojo izquierdo. Un
cegador destello qué paulatinamente se iba eclipsando.
Marc Mathews, después de tragar repetidamente
saliva, pudo responder.
—¿Debo temerte, Aldrich?
—Dependerá de ti. ¿Quieres ayudarme a construir
un mundo nuevo, Marc? —ante el perplejo parpadear de Mathews, añadió—: No estoy
loco. Ayer noche descubrí en mí extraordinarios poderes. Poderes
sobrenaturales. Estaba con Pamela... Ella me rechazó. Le horrorizaba mi solo
contacto. El recogedor automático estaba retirando unos vidrios del suelo.
Formulé un absurdo deseo. Que el aparato barriera también a Pamela. Y sucedió.
Ante mi estupor y el pánico de Pamela. Hice una segunda prueba. Con el
retira-platos. Arrinconó a Pamela hasta introducirla por el triturador de
basuras.
Mathews sintió flaquear las piernas.
Palideció.
—¿Pamela...?
—Sí, Marc. Engullida por el triturador de basuras
—dijo Foster, muy sonriente—. Salí del apartamento alucinado. Sin dar crédito a
lo ocurrido. Deambulé sin rumbo hasta llegar al Reeve Park. Allí me entretuve
apagando los postes del encendido... ¡Infiernos!... Sólo tenía que desearlo
mentalmente y el foco se eclipsaba. Había dejado el Mirach unas calles más
abajo. Pues bien, Marc. Con sólo... ordenarlo, el auto se aproximó hacia mí. ¡Y
llegó suavemente!
—Oye, Aldrich...
—Déjame proseguir, Marc. Poco a poco fui calmando
mis nervios. Era fácil deducir que los rayos cósmicos que atacaron la Ipsilon-V
me habían proporcionado esos extraños poderes. Tal vez al quedar combinados con
la complicada prótesis biónica implantada por el doctor Hoffman en mi cuerpo.
Quise seguir probando mis... cualidades. No hay límite, Marc. Lo mismo puedo
hacer mover un horno electrónico que el hacer saltar por los aires una Central nuclear.
No se ha comunicado todavía a los medios de comunicación; pero existe una
avería en la central nuclear de Corwinsville. Yo la provoqué. Esta mañana llamé
a mi amigo Ralph Janssen. Con una vulgar excusa. Janssen trabaja en la central
de Crowinsville. Le sonsaqué que tenían una avería en uno de los generadores,
la que yo había provocado.
—No te comprendo, Aldrich. No comprendo dónde
quieres llegar.
—Muy sencillo, Marc. Ellos me han convertido en
un muñeco mecánico. Contra mi voluntad. Lo van a, pagar muy caro. Acabaré con
ellos.
—¿Quiénes son... ellos?
—Demasiado lo sabes. ¿Recuerdas nuestra infancia?
Conocimos una buena época, Marc. Cierto que no era un paraíso, pero se
disfrutaba de libertad. No había tan marcadas pautas cómo las existentes ahora.
Fue al final de la década de los ochenta, ¿recuerdas? Todos los máximos
dirigentes del mundo unidos para aplastar a los descontentos. El capitalismo y
la burguesía contra los traidores al poder establecido. Las purgas de 1992, los
campos de concentración, la masacre de 1994... Fue el principio del fin. Para
unos fue un falso paraíso... para otros el auténtico infierno. Jamás en la
historia de la civilización se vivió mejor que ahora. Estos últimos, ya
aplastados los descontentos, hemos alcanzado la cúspide del bienestar. La
máxima prosperidad. Un cambio sorprendente. Económico, político, social,
religioso... Imposible de imaginar en 1985. Del pesimismo mundial hemos pasado
al más disparatado despilfarro. De la democracia a la autarquía. Una descomunal
tarta de varios pisos. Y nuestros gobernantes la reparten según su criterio.
—No debes quejarte, Aldrich. Desde que se
implantó el Triunvirato tú has sido catalogado como Ciudadano-E.
—También tú... ¿y estás satisfecho? ¿Este es el
país que deseas para el futuro?
—¿Sabes de algún otro mejor?
Foster sonrió.
En enigmática mueca.
—Cierto, Marc. No lo hay. La década de los
ochenta fue muy significativa. Todos los gobiernos del mundo unidos por primera
vez para combatir a un enemigo común. En un país eran denominados traidores, en
otro rebeldes, mercenarios, terroristas o simplemente basura. Escoria que hacía
tambalear el poder. Había que exterminarles. Borrarles por completo del mapa.
Aplastarles como hormigas.
—Y se consiguió.
—Correcto. Empezaba una nueva época de esplendor.
Sólo quedaron los conformistas. Y ésos eran fáciles de manejar. Poco les
importó ser discriminados y catalogados por siglas. Ciudadano-A, B, C...,
discriminados en las viviendas, en las ayudas estatales, en los empleos... ¡El
imperio de la meritocracia dictada por el poder!
—Ocurre en todos los países del globo, Aldrich.
Como bien dices se unieron, se repartieron territorios, se aplastó a los más
débiles... Supervivencia, ¿recuerdas? Esa fue la explicación de cara a la
Historia. Después de todo aquello se superó la crisis energética al conquistar
territorios productores, se desterró el hambre por el contundente medio de
eliminar a los hambrientos...
—Sí, Marc. ¡Ahora todo es prosperidad! De 1950 a
1975 el mundo experimentó el más desorbitante de los avances. De 1990 al 2000,
el hombre se ha convertido en el rey de la creación. Todo en función de
incrementar su bienestar. Incluso se juega a conquistar el espacio Disponemos
de mucho dinero —Foster hizo una breve pausa. Su rostro se endureció—. Yo
acabaré con ello, Marc. ¡Les aniquilaré
—No seas absurdo, Aldrich.
—Tengo el poder suficiente. Ellos mismos,
inconscientemente, me lo han proporcionado. Los misteriosos rayos cósmicos que
me atacaron, la prótesis biónica... ¡Poco importa!
—Es una locura. Todo esto es...
—Recuerda, Marc... Recuerda nuestra infancia...
No está tan lejana. El hombre tenía unos derechos y unas obligaciones. ¡No
éramos marionetas! ¿No te gustaría derribar este monstruoso sistema?
—Sí, Aldrich. Me gustaría otro tipo de gobierno,
otra clase de sociedad...; pero ya es demasiado tarde. La mayoría no quiere
cambiar. Ya todos somos conformistas.
—¡Yo les aniquilaré! Confía en mí, Marc. Con tu
ayuda lo conseguiré.
—¿Cómo?
—Exterminio total de los organismos de opresión.
Empezaré por Unidad Control Seguridad. Por sus máximos dirigentes. Sembraré el
caos, la destrucción y la muerte.
—Como hicieron ellos.
Foster parpadeó.
—¿Qué dices...?
—También ellos empezaron así, Aldrich.
—¡Maldita sea...! ¡Yo pienso implantar un nuevo
gobierno! Justo, democrático, sin discriminaciones...
—Lo mismo que prometieron ellos. No saldrá bien,
Aldrich. La idea es buena, pero tiene malos cimientos. Se derrumbará.
Foster dirigió una mirada al tablero de mando.
Volvió sus ojos hacia Mathews.
—Ya he perdido mucho tiempo, Marc. ¿Estás conmigo
o contra mí?
—Lo que piensas hacer es...
—¡Quiero una respuesta concreta, Marc!
—No voy a ayudarte.
Foster sonrió despectivo.
—Lo imaginaba. Eres un cobarde, Marc. Ya lo
demostraste en el Complejo Médico. Te negaste a darme muerte. Yo no voy a ser
tan generoso contigo.
—¿Piensas matarme?
—No me das otra alternativa, Marc. No puedes
salir de aquí y divulgar lo ocurrido alertándoles de mis planes. El llegar aquí
fue premeditado. No por mendigar tu puesto en el Kerwin Space Center. Este
bloque es una fortaleza. El cuartel general de Warren Gibson. Con
mando-control, conexiones con organismos estatales, defensa bélica... Este será
mi campo de operaciones. Desde aquí contemplaré la destrucción de esta podrida
sociedad.
—Eres un pobre iluso, Aldrich..
Foster avanzó.
Con demoníaca mueca reflejada en el rostro.
—Yo mismo te daré muerte, Marc... Con mis manos.
A Marc Mathews le pareció percibir el silbar
sobre su cabeza.
El demoledor puño de Aldrich Foster pasó rozando
sus cabellos.
Mathews, al esquivarle, correspondió proyectando
su zurda al estómago de Foster. Este no retrocedió. Ni tan siquiera flaquearon
sus piernas, pero sí acusó el golpe con una mueca en el rostro.
Marc Mathews era experto en todo tipo de lucha.
También Foster.
De ahí que Mathews actuara con extrema prudencia.
Consciente de que un golpe de Foster, de cualquiera de sus terroríficos puños,
le dejaría fuera de combate al instante.
Y el temor de Marc Mathews se cumplió.
No logró esquivar por completó uno de los
trallazos de Foster. Un golpe tras la oreja izquierda que hizo nublar la vista
a Mathews obligándole a doblar las rodillas.
Marc Mathews se aferró instintivamente a la
cintura de su contrario.
Fue un grave error.
Aldrich Foster sólo tuvo que levantar la pierna
derecha. El brutal rodillazo alcanzó de lleno el rostro de Mathews impulsándole
hacia atrás con violencia.
Mathews cayó con los brazos en cruz.
Sangrando abundante por nariz y labios.
Aldrich Foster se aproximó inclinándose sobre el
caído. Con feroz mueca alzó la diestra. Los dedos juntos y extendidos.
Dispuesto a descargar la mano en la carótida.
No lo hizo.
Un ruido le hizo girar velozmente la cabeza.
Estaban tratando de derribar la puerta blindada
del despacho con una taladro-pistola de rayos Goom.
Foster parpadeó aturdido.
El cargar contra el despacho privado de Warren
Gibson significaba que había sido descubierto.
Una soez maldición brotó de Foster a la vez que
se precipitaba hacia la mesa. Violentamente desplazó el sillón donde reposaba
el calcinado Gibson. Al contemplar el panel de mando, y tal como había
imaginado, estaban conectados los sistemas de seguridad interiores: Sin duda
funcionaron automáticamente al recibir Warren Gibson la descarga.
Sistema de seguridad conectado a la terminal de
Unidad Control.
Aldrich Foster sonrió al dirigir una mirada por
la amplia estancia.
Sin duda le estaban ya observando por ocultos
circuitos de videoaudio. Estaban ya al corriente de todo. Habían escuchado
todo...
—De acuerdo, perros... ¡Tanto mejor!
Las facciones de Foster se desencajaron. Su ojo
izquierdo comenzó a destellar con cegador fulgor. Era tal el brillo que llegaba
a ocultar por completo su rostro.
Foster se volcó sobre el panel de mando.
Tecleó descubriendo un mural plagado de
complicados aparatos, pantallas de diferentes tamaños, osciladores,
amplificadores de imagen, sintonizadores de alcance ilimitado...
Sintonizó el repetidor de imagen de Smiley Fiat.
En una de las pantallas apareció la sede californiana de Unidad Control
Seguridad. Emplazada en las proximidades de Pasadena. Un gigantesco bloque con
varios anexos. El edificio principal apareció envuelto en llamas. Sucesivas
explosiones iban aconteciendo por todo el complejo.
Aldrich Foster rió en desaforada carcajada.
Había hecho explotar la cámara de diodos
generadora de electricidad. Reiteradas llamaradas iban envolviendo la sede de
UCS. Los servicios de emergencia trataban desesperadamente de impedir que el
fuego llegara al anexo de armamento.
Foster volvió al panel de mando.
Accionó todos los sistemas de seguridad y defensa
del edificio. Cualquier ataque del exterior sería neutralizado por los antifuegos
instalados en el bloque. Warren Gibson, hombre previsor e influyente, había
dispuesto de una eficaz defensa.
Una de las pantallas superiores del mural se
iluminó iniciando un peculiar zumbido de atención.
Foster fijó la mirada en la pantalla.
Sonrió.
Allí estaba Frankie McRoots. Jefe Supremo de
Unidad Control Seguridad en todo el país. Premio a su destacada labor en la
Masacre de 1944.
La voz de McRoots llegó ronca y excitada.
—¡Foster...! Escuche, Foster... Estamos al
corriente de todo... Lo que pretende es una locura... Recapacite. No es
culpable de sus actos, Foster. El doctor Hoffman asegura que su metabolismo ha
sufrido una transformación... No será acusado de la muerte de Gibson...
Foster sonrió más ampliamente.
En la imagen recibida se podía ver a Frankie
McRoots con las manos apoyadas sobre el tablero de un macroprogramador..
¿Dónde se encontraría McRoots? ¿En Washington?
¿En California...?
Aldrich Foster decidió probar.
Centró su mente en aquel tablero... y dictó la
orden.
Nada ocurrió.
Al menos de momento, pero a los pocos segundos la
imagen de Frankie McRoots quedaba envuelta en llamas. Zarandeado su cuerpo por
violentos espasmos. Mortíferas descargas eléctricas que le calcinaron por
completo.
Foster reía como un poseso.
Ya no sólo brillaba satánicamente su ojo
izquierdo. Todo Foster parecía despedir fuego. Como una infernal criatura
surgida de lo más profundo del Averno.
En un cuadro de cuatro pantallas independientes
del mural se captó el ataque a que iba a ser sometido el edificio. Varios
bombarderos Hoff-VX sobrevolaban la zona. Comandos especializados de Unidad
Control Seguridad se aproximaban con armamento de combate.
Todas aquellas imágenes eran recibidas merced al
circuito de seguridad y autodefensa instalados. Los sistemas de rechazo
preparados para responder el fuego.
Aldrich Foster decidió que era el momento de
atacar más duramente. En algo que movilizara por completo a UCS desviándoles de
allí. Y entonces, entre el caos y destrucción, sería el momento de escapar y
ocultarse. Desde las sombras sería más fácil ejecutar su plan.
Foster no se percató de que la puerta blindada
estaba próxima a ceder en sus puntos de seguridad.
Cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde.
Una microgranada terminó de abatir la hoja.
Los sistemas de autodefensa del despacho entraron
en funcionamiento, pero los atacantes eran muy numerosos. Y conocían los
mecanismos de defensa implantados en aquella estancia. De ahí que con un equipo
antielectrok burlaran las descargas conectadas bajo el umbral de entrada. Con
un simple lanzabombas Ferfox podían hacer volar el despacho; pero la orden
recibida era la de causar el menor daño en las instalaciones. En aquel
espacioso despacho habían aparatos y ordenadores de importante valor.
El grupo iba capitaneado por Adam Lemmon, jefe de
la guardia personal del ya difunto Warren Gibson. A sus órdenes una veintena de
hombres. Todos, a excepción de Lemmon, portadores de rifles Zoop-02 y
cartucheras con electrobombas.
Los cinco primeros hombres en penetrar en el
despacho quedaron destrozados por horrendas explosiones. Las electrobombas de
sus cartucheras explosionaron al unísono. Restos humanos saltaron por los
aires.
De entre aquel estruendo sobresalió la carcajada
de Foster.
—¡Adelante...! ¡Adelante, bastardos!
Las explosiones habían arrojado a Adam Lemmon al
suelo. Y desde allí contempló alucinado la muerte de sus hombres. Despedazados
al estallarles las electrobombas.
—¡Las cartucheras! ¡Despojaros de las...!
Lemmon ahogó su enronquecida voz.
Ya no quedaba nadie para cumplir aquella orden.
Aldrich Foster, oculto tras el automático
parapeto de protección abatible, salió de su refugio para abalanzarse sobre el
caído Lemmon. Este, demasiado aturdido por lo sucedido, se dejó arrebatar el
multirrevólver.
Alzó la mirada hacia Foster.
Iba a implorar piedad, pero enmudeció.
El rostro de Foster, aquellas diabólicas
facciones coronadas por un ojo iridiscente, le dejaron sin voz. Comprendió que
sería como suplicar al mismísimo diablo.
—¡Tu turno, lacayo! —rió Foster, manipulando en
uno de los cilindros del multirrevólver. El de mayor capacidad destructora—.
También tú vas a...
Foster sintió un trallazo en la nuca.
Trastabilló, aunque sin llegar a caer. Giró con
rapidez para repeler aquel súbito ataque.
—Marc, maldito...
Mathews propinó un violento puntapié al brazo
armado de Foster. El multirrevólver ni tan siquiera tembló. La mano de Foster,
aquellos dedos de acero, aprisionaba con fuerza el arma.
Mathews saltó suicida.
Aferrándose a Foster para impedirle el destructor
disparo; pero fue rechazado con facilidad. Un simple semicírculo trazado por el
brazo izquierdo de Foster le proyectó aparatosamente sobre la mesa.
—¡Al infierno contigo, Marc!
Aldrich Foster quedó inmóvil. Con el brazo
derecho extendido. El multirrevólver en posición de disparo.
Marc Mathews también tenía el brazo derecho
extendido. Su diestra había lanzado el punzante abrecartas. Una pieza de adorno
situada sobre la mesa. Una hoja de acero ancha y larga. Con artística
empuñadura en forma de trébol. Una pieza de anticuario.
La hoja se había hundido en el corazón de Foster.
Hasta la empuñadura.
Pero Aldrich Foster no caía. Continuaba en pie.
Apuntando a Mathews.
Adam Lemmon gateó para apoderarse del rifle de
uno de sus hombres.
—No dispare —dijo Mathews, con fría voz—. No es
necesario. Está muerto.
Lemmon se incorporó desconfiado¡
Sin dejar de encañonar a Foster.
—¿Muerto? ¿Por qué diablos no cae? Voy a...
Súbitamente el cuerpo de Aldrich Foster quedó
envuelto por brusca llamarada. De su ojo izquierdo surgió un enceguecedor rayo
que zigzagueó como si buscara una salida. Al chocar contra la pared abrió un
enorme boquete. La iridiscente línea de fuego, a una velocidad imposible de
seguir con la mirada, se elevó desapareciendo en el cielo.
El general Raymond Feldman ahogó un suspiro.
—Estamos muy satisfechos por su comportamiento,
Mathews; pero lamentablemente no puedo revocar la orden de despido.
—No es ése el motivo de mi visita, señor. Simplemente
quiero un visado rojo. Me será necesario para conseguir trabajo.
—Solo se requiere en nuestras colonias, Mathews.
En Estados Unidos no es necesario el...
—Marcho a Nueva Finley, señor.
—¿Nueva Finley? —respingó el general—. ¡La
capital de una de nuestras más conflictivas colonias! Allí proliferan los
descontentos, los rebeldes, los saboteadores.., ¿Quiere ir en verdad?
—Sí, señor.
—Bien... Daré orden que le entreguen el
correspondiente visado rojo. Puede retirarlo ahora mismo. ¿Cuándo piensa
marchar, Mathews?
—Lo antes posible.
Raymond Feldman sonrió.
—Le ha impresionado lo de Aldrich Foster, ¿no es
cierto? Nuestros científicos siguen investigando sin encontrar explicación
lógica, pero poco importa. Lo único lamentable fue perder a un hombre como
Foster. Se buscará y formará a otro. Usted estaba en lo cierto. Nadie es
insustituible.
—Buenos días, señor.
Marc Mathews, al salir del Complejo
Administración del KSC, ya llegaba en su poder el visado rojo.
Se acomodó en el auto donde le esperaba Sandra.
—¿Solucionado?
—Sí, Sandra. Ya puedo partir hacia Nueva Finley.
—Y yo contigo.
—¿Sigues convencida?
—Por supuesto —Sandra puso en marcha el
vehículo—. Ya me ha sido aceptada la dimisión en Kerwin Space Center. Quiero ir
contigo, Marc. Estar a tu lado. Además... tengo muy buenos amigos en Nueva
Finley. El cabecilla de los rebeldes es uno de ellos. ¿Quieres conocer su
nombre?
—No me interesa.
—¿De veras?
El auto se alejó del KSC. Por una de las
autopistas que conducían al Aeropuerto-12 E de Los Angeles.
El no pertenecer ya al Kerwin Space Center les
impedía utilizar los jet-sonic de la base.
Marc Mathews encendió un cigarrillo.
Exhaló una bocanada de humo fijando la mirada en
el azulado cielo.
—Sandra...
—¿Sí?
—Apuesto que Aldrich está ahora en Marte.
—No digas eso —murmuró la muchacha, con forzada
sonrisa—. Me produce escalofrío.
—Es mi hipótesis. Aldrich murió físicamente en el
accidente de la Ipsilon-V. Uno de los rayos cósmicos se apoderó de él. Ese
mismo rayo que voló hacia el cielo. Aldrich habrá seleccionado Marte. Le
gustaba Marte.
—Una bonita hipótesis. ¿La comparten los
investigadores del Kerwin Space Center?
—Ellos no tienen ninguna. Quieren rodear lo
ocurrido con indiferencia. Les avergüenza, con toda su tecnología y saber,
enfrentarse a un fenómeno inexplicable. A un misterio que escapa a toda lógica.
Son incapaces de reconocer su propia ignorancia. Siguen creyéndose dioses.
—Un poco más de astucia en Aldrich y hubiera
derribado esos dioses. Se descubrió él mismo.
—La idea de Aldrich era buena —reconoció
Mathews—, pero no tuvo un buen comienzo.
—Otros luchan por esa misma idea, Marc. En muchos
lugares del mundo.
—¿Como los rebeldes de Nueva Finley?
—Es el grupo más poderoso y temido por nuestro
gobierno, pero no hablemos de ello. A ti no te interesa.
Mathews sonrió rodeando los hombros femeninos.
—Pon el conductor automático un momento, Sandra.
Quiero besarte.
La joven obedeció.
Unieron sus labios.
Largamente.
—Te quiero, Sandra. Te necesito...
—Estaré a tu lado, Marc.
—Sandra..., referente al jefe de los rebeldes de
Nueva Finley...
—¿Sí?
—¿Cuál dices que es su nombre?

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