jueves, 27 de julio de 2023

KIRGON CONQUISTAR LA TIERRA (ADOLF QUIBUS)

 

Adolf Quibus es el catalán Adolfo Quibus García (no tuvo que pensar mucho para buscarse un seudónimo). Es un autor menor, con poca presencia en las Editoriales de entonces. Destacan sus novelas "Misión suicida", bélica, de la colección Metralla (ECSA), "El poder de Niceo", ciencia ficción, de la colección "Héroes del Espacio" (CERES) y esta "Kirgon", de la misma colección de la anterior,  publicada por Ceres

CAPITULO PRIMERO 

¡Mi capitán!, aquí es el lugar.

¿Está seguro, Rony? —preguntó el capitán de la nave de rescate Julius, que había salido de la Tierra en rescate del comandante Krony y la princesa Libstsy, desaparecidos hacia unas semanas en las profundidades del espacio infinito.

Sí, mi capitán, no me cabe la menor duda; la última vez que transmitieron fue desde aquí mismo.

—Bueno, ahora es cuando comienza lo verdaderamente difícil —dijo el capitán—, ¿no le parece, Rony?

Este asintió con la cabeza, sabía que el capitán tenía razón.

Por desgracia, mi capitán, desde este lugar han podido seguir infinitos caminos, sin dejar... —Rony se interrumpió.

—No se calle, Rony, lo sé; seguramente lo más fácil es que haya sucedido así, pero le puedo garantizar que no abandonaremos esta misión hasta que tengamos la certeza de que su muerte es un hecho cierto.

—Lo sé, señor, —Rony sabía que el capitán no bromeaba, así como que una de las posibilidades que concurrían en aquella extraña misión de rescate era que no encontrasen jamás al comandante y la princesa, lo que supondría sin lugar a dudas un vagar por el espacio sin posibilidad de regreso a la Tierra. Su mente recordaba a sus seres queridos que esperarían en vano su regreso. Claro que aún era muy pronto para pensar en ello.

—Veamos qué posibilidades tenemos.

Esto es como la lotería, señor.

Una enorme sacudida lanzó a los dos hombres al suelo de la nave, de tal forma que el capitán se golpeó en la cabeza al caer y perdió el conocimiento. Rony fue más afortunado y, tras pasar el momento de la sacudida, que no duró más allá de unos treinta segundos, pudo incorporarse aquejado tan sólo de un golpe en el costado izquierdo. Se dirigió con rapidez a auxiliar a su capitán.

¡Capitán, capitán!

Era inútil, éste se hallaba completamente inconsciente. Fue hacia el intercomunicador de la nave. Pulsó el botón de emergencia. Durante unos segundos esperó una contestación, que no llegaba. Volvió a insistir. Nada, parecía como si del otro lado todo hubiese dejado de existir.

«No puede ser —se decía—, todo está correcto y la señal llega nítida, ¿en qué estarán pensando estos holgazanes?»

Por un momento, tras insistir por tercera vez, el pánico se apoderó de todo su ser. Con la sacudida, algo había ocurrido al resto de la tripulación. El capitán estaba inconsciente y a los otros podía ocurrirles lo mismo. Pulsó el botón de abertura del computador de la nave, para comprobar las coordenadas de navegación. Este no funcionaba, lo que significaba que se encontraban poco menos que a la deriva, Y lo que era mucho más grave, de no poder arreglarlo seguirían así hasta la más dura y cruel de las muertes. Por un momento, y como una estela fugaz pasó por su mente la imagen del comandante y la princesa.

«Tal vez a ellos les sucediese lo mismo», pensó.

Fue hacia el extracomunicador, a fin de intentar que desde la Tierra le pudieran dar instrucciones sobre aquella emergencia. Todo fue inútil, se había perdido el contacto, estaban completamente aislados de todo mundo viviente.

Aseguró al capitán para evitar que una nueva sacudida pudiera afectar su integridad física y salió del puesto de mando hacia el resto de la nave, teniendo que utilizar el rayo ultrasónico de emergencia para abrir las puertas que comunicaban el puesto de mando con el resto de la tripulación. Lo que pudo ver allí le produjo unas enormes náuseas y ganas de devolver. Estaban todos muertos. En sus rostros, o mejor dicho lo que de ellos quedaba, ya que era imposible reconocer quién era quién, había marcado un estigma monstruoso. Como si al escaparse la vida de sus cuerpos hubiesen llegado al súmmum del sufrimiento. Un sufrimiento que iba más allá de lo natural, para convertirse en algo diabólico. Regresó al puesto de mando y volvió a cerrar la puerta, pues ya nada se podía hacer por ellos. El capitán seguía inconsciente, en la misma postura que lo había dejado. Algo no estaba muy claro en todo aquello. Lo que fuera, había actuado contra todos, menos ellos. Había respetado el puesto de mando, y eso debía tener una explicación, aunque en aquellos momentos fuese incapaz de dar con ella. La nave estaba protegida por igual, y no se veía motivo aparente para que la zona en la que se encontraban tuviera una especie de bula, a no ser que hubiera una razón especial para ello. Cuanto más lo pensaba más y más se convencía de que éste era el motivo, pero ¿por qué? Una pregunta que le martilleaba el cerebro con violencia.

Los minutos transcurrían con una velocidad escalofriante, sentía un golpetear en sus sienes con rapidez y fuerza. Era una sensación indescriptible, por un momento la imagen de su casa volvió a él desde que habían llegado a las coordenadas correctas de la desaparición de la princesa y el comandante en su nave AX-77.

¿Sería aquello el principio del fin?

El capitán comentó a moverse.

«Menos mal», pensó, pues con un poco de suerte no estaría solo en aquel viaje.

Poco a poco, el capitán Kirby fue recuperando el sentido. Rony le explicó cómo pudo y lleno de una gran emoción, cómo se habían ido desarrollando los acontecimientos durante aquellos últimos minutos, que en realidad parecían tan intensos como si fueran siglos.

¡Es horrible! —exclamó el capitán.

Más de lo que pueda desprenderse de mis palabras.

Y eso no es lo peor, estamos vagando hacia no sé qué lugar y sin ninguna posibilidad de control de la nave por nuestra parte,

¿Ha probado el control manual?

Confieso que no se me había ocurrido —se lamentó Rony, al que aquel descuido le parecía completamente fuera de lugar,

«Un fallo imperdonable», se dijo.

No se preocupe, Rony, dadas las circunstancias era más que normal que no se le hubiese ocurrido. Por otra parte, estoy orgulloso de sus reacciones primarias, que debo reconocer han sido fantásticas —aseguró el capitán para levantar la moral de su oficial y único superviviente de su tripulación en aquellos momentos. Una de las mejores tripulaciones que habla tenido la suerte y el orgullo dé mandar, y que ahora estaba destrozada sin que él, su capitán, hubiera hecho nada para salvarla. Le atormentaba esa idea más que la fuerte contusión que tenía en la cabeza, cuyo dolor era bastante agudo.

Gracias, señor, en seguida paso a manual.

Hizo las operaciones necesarias, y la pantalla les mostró algo que todavía les produjo más desconcierto.

Parece increíble, señor.

Sí, Rony, pero me imagino que, puesto que lo vemos los dos, se trata de la realidad.

Y así era.

La nave reposaba en sitio fijo, no se movía. Estaban en algún planeta de alguna galaxia. Al fondo se veía vegetación exuberante como la de las selvas amazónicas, lo que les indicaba que la atmósfera era similar a la de la Tierra. El cómo habían llegado hasta aquel lugar era uno más de los misterios a añadir al sumario.

Si no fuera porque es imposible, señor, diría que hemos regresado a casa.

A mí también me lo parece, pero sé que no es posible. Por otra parte, en nuestra posición, me refiero a la que teníamos antes del incidente, por llamarlo de alguna forma, no había ningún lugar parecido en infinidad de años luz de distancia.

Todo esto es muy extraño. Si al menos pudiéramos disponer de la computadora...

Debemos intentar repararla, Rony.

—Cuente conmigo, señor.

Gracias, Rony, no esperaba menos de usted; me gustada ver hasta dónde han llegado los desperfectos.

Se pusieron manos a la obra. En aquellos momentos era preciso actuar con la máxima celeridad posible, y sobre todo no pensar en nada que pudiera distraerles de su objetivo principal.

Tras revisar el cuadro del cerebro electrónico, el capitán lanzó un silbido.

¿Ve lo mismo que yo?

Sí, mi capitán —-respondió el oficial.

Parece obra del demonio.

Si existe el infierno, señor, creo que estamos en él.

Puede que tengas razón.

Aquello estaba completamente destrozado. Diluido como si de una barra de mantequilla se tratase.

Pero lo más curioso es que por fuera está completamente intacto.

Así es, lo que nos hace pensar que el fenómeno que nos ha sucedido ha sido provocado por algo o alguien, y por supuesto intencionado.

Había pensado, señor —dijo Rony—, que al comandante y a la princesa pudo sucederles lo mismo.

—No vas muy desencaminado, desde hace algún tiempo yo también estaba pensando lo mismo, aunque lo que me resulta más difícil saber es si han corrido la misma suerte que nosotros o en su defecto el mismo que el resto de la tripulación.

Será difícil saberlo.

Encerrados aquí por supuesto que sí, pero...

Tendremos que salir.

—Cogeremos el mínimo equipo, si es que al menos el analizador de componentes o los láser están aún en uso.

Rony comprobó uno de los analizadores y por suerte aún funcionaba.

¡Es el único, señor!

Suficiente.

¿Los láser están en buen estado? —pregunto Rony.

Me temo que sólo los que llevamos en nuestro cinto.

No era mucho, pero menos daba una piedra.

Se equiparon con traje espacial y se dispusieron a salir al exterior.

Descendieron por la escalera de emergencia. Lentamente. El capitán puso en marcha el analizador. Al llegar al suelo hizo indicaciones a Rony de que podía quitarse el casco.

El aire es respirable para nosotros. Está compuesto exactamente igual que el de la Tierra. Siempre resulta reconfortante saber que uno se encuentra en un lugar similar al de su origen.

Desde luego, señor —el timbre de la voz de Rony no era precisamente el de la convicción,

No parece muy convencido.

La verdad es que no lo estoy demasiado, señor. Todos estos acontecimientos se han sucedido de una forma demasiado rápida. Se han ido encadenando sin solución de continuidad.

Rony, creo que usted y yo las hemos pasado de casi todos los colores.

Ahora lo ha dicho usted, de casi todos.

—Confieso que en eso tiene razón, éste es uno de los colores más macabros que haya visto jamás.

Caminaron por aquella jungla analizando árboles y plantas, y tomando unas muestras del terreno. No había duda, se hallaban en un planeta sosias de la Tierra. Tenía que estar habitado. La vida existía, pero ¿de qué forma? Esa pregunta inquietaba al capitán Kirby. Pero no se la transmitió a Rony, quería conservar la moral de aquel hombre, que sin lugar a dudas era uno de los mejores que habla tenido bajo sus órdenes.

—Deberíamos enterrar a los hombres —dijo Rony.

—Sí, es lo primero que debemos hacer.

Y  así lo hicieron. 

CAPITULO II 

Llevaban un par de horas caminando por aquella espesa jungla.

Mi capitán, ¿no siente como si alguien o algo nos estuviera observando?

—Hace ya bastante rato que me he dado cuenta, Rony, pero es mejor que lo que sea no se percate de que estamos alerta. De todas formas abra bien los ojos, cualquier cosa puede suceder, y es mejor que estemos prevenidos,

—De acuerdo, señor.

Siguieron avanzando lentamente como si nada les preocupase de una forma particular. Al fondo de aquel enmarañado de árboles y plantas, pudieron vislumbrar una especie de planicie al fondo de la cual se veía un rio de color rojo. Un impulso de salir corriendo de la jungla hacia el espacio libre les recorrió todo el cuerpo.

Me imagino que está pensando lo mismo que yo —dijo el capitán,

Sí, señor, pero supongo que no lo considerará prudente.

—Así es, mi querido amigo. —Por primera vez, en todos los años que Rony servía a las órdenes del capitán Kirby, éste le trataba con aquella familiaridad.

Siempre se había portado bien con él y por nada del mundo hubiese deseado otro jefe que no fuera aquél. Aquella muestra de amistad dio a Rony una fuerza de la que había carecido desde el accidente, o lo que fuera.

Siguieron caminando con el mismo paso. Observando el camino, mirando los extraños árboles. Cada vez notaban más la vigilancia de la que eran objeto, casi notaban el aliento, era como un baño de terror, más que de sudor, el que invadía sus cuerpos.

Por fin llegaron a la planicie sin que fueran molestados por nada ni por nadie, parecía que aquello estaba completamente deshabitado; sin embargo, la sensación de que eran vigilados se hacía cada vez más angustiosa.

¡Vamos hacia el rio!

El agua, o lo que sea ese líquido, tiene un color algo raro.

Parece sangre —dijo el capitán—. De todas formas, con un poco de suerte podremos analizarla y saldremos de dudas.

En pocos minutos llegaron a la orilla de aquel extraño rio.

¿Qué opina, mi capitán?

No sé qué opinar.

Colocó el analizador del líquido y pulsó el botón de análisis. De repente, Rony pudo ver cómo la cara del capitán sufría una transformación.

¿Qué sucede, capitán? —preguntó Rony aterrado,

|Es sangre, Rony! Es auténtica sangre humana.

¡Así es, caballeros!

Se giraron rápidamente y pudieron ver a un ser de aspecto humano vestido con una túnica verde y cuyo rostro estaba poblado por una larga barba de color amarillo. Sus ojos eran rojos como la sangre que corría por aquel extraño tío.

¿Quién es usted? —preguntó el capitán, mientras con su mano derecha intentaba sacar el rayo láser,

Yo de usted no lo haría —sugirió el extraño ser, indicándole al capitán con la vista que mirase a su alrededor.

Estaban rodeados por cientos de aquellos seres de aspecto humano, vestidos con primitivas túnicas. El capitán dejó el pequeño láser e indicó a Rony que hiciera lo mismo.

—Veo que es usted razonable,

Práctico, sólo práctico. De todas formas, me gustaría mucho volver a repetirle la pregunta anterior.

Quiere saber quién soy yo, ¿no es eso?

Exactamente,

Y, claro, eso es lo primero.

No veo otro caso...

Claro, ustedes los terrestres siempre tan jactanciosos. No se ha parado a pensar que lo primero que se hace cuando se invade un territorio que no es el de uno, es identificarse primero y preguntar después.

—Usted, por lo visto, ya sabe quiénes somos, o al menos de dónde venimos, lo que obvia toda clase de explicaciones por mi parte.

El extraño ser guardó silencio durante unos instantes, Sus grandes ojos de pupilas rojas miraban a los dos hombres con fijeza y frialdad, capaz de poner los pelos de punta al más templado de los mortales. Mientras tanto el resto de los seres que les rodeaba permanecían quietos y en uno de los silencios más espantosos.

No hablan su lengua —interrumpió el silencio aquel ser como si hubiera leído el pensamiento del capitán—. Sí, puedo leer su pensamiento, capitán, y creo que sé algo de su princesa y su comandante.

¿Están vivos?

—Según mis últimas noticias sí, pero le ruego que no se impaciente, podría resultar perjudicial para su salud, soy el único que habla su jerga y creo que les interesa saber que también soy el único que está interesado por su especie,

¿Es usted un científico? —preguntó el capitán.

Es la forma que tienen ustedes de llamarlo, sí, creo que sí.

¿Cómo llegamos hasta aquí?

Esa pregunta no se la voy a contestar de momento. Creo que más adelante podré hacerlo. ¡Grpad! —exclamó el extraño ser, y, como si aquella extraña voz hubiera sido un resorte, diez de aquellos seres saltaron sobre Rony y el capitán inmovilizándolos por completo. Una vez éstos estuvieron sin posibilidad de reacción, fueron despojados de los láseres.

—Es una simple precaución, la raza humana es demasiado impulsiva y muy dada a cometer tonterías.

¡Esto es un maldito atropello...!

—Guárdese sus insultos, capitán, aquí no le van a servir de nada. Me gustaría que fuese usted mi huésped, creo que siempre es mejor que ser prisionero.

En su fuero interno el capitán pensó que de momento era mejor dejar las cosas así.

—Veo que usted es razonable, aunque pienso que debería desterrar cualquier tipo de duda respecto al momento, siempre será igual, y ahora espero que sean ustedes tan amables de seguirnos por propia voluntad.

Dio una orden y aquellos seres dejaron libres a los dos hombres.

El capitán pensó que era mejor obedecer y se encaminaron hacia el lugar de residencia de los pobladores de aquel extraño planeta. 

CAPITULO III 

Aquéllas gentes vivían dentro de la montaña, protegidos de todo contacto con el exterior, dentro de aquella selva. El río de color rojo que habían visto en la planicie era el límite dé seguridad. Risca, que así se llamaba el ser que hablaba su lengua, les había explicado los pormenores de la vida en el planeta Kirgon.

Quieren conquistar otros mundos, y la Tierra es uno de sus objetivos. —Risca le estaba hablando de los Turegs, que eran los dominadores del planeta y a los que ellos se habían opuesto, por sus ansias sangrientas, ya que ellos eran eminentemente pacíficos.

Por lo que me cuenta, su poder es fantástico —      exclamó el capitán Kirby.

Están bastante por encima de ustedes, aun incluso en ambición y maldad.

Lo que no entiendo, es cómo no han conseguido destruirles a todos ustedes,

Mientras no salgamos de nuestro límite no les molestamos. Además, aquí les resultaría muy difícil hacernos nada. Más adelante les podré mostrar las medidas de defensa que protegen esta ciudad subterránea.

Es fantástico.

Kirby y Rony no podían salir de su asombro, aquello era fantástico. Nunca hubiesen podido imaginar que existiese en otra galaxia una civilización humana mucho más avanzada que la suya.

Les indicaron unos amplios aposentos donde dentro de su modestia disponían de todo lo necesario.

Espero que se encuentren a gusto, mañana seguiremos hablando. Sé que se están haciendo muchísimas preguntas y que quisieran tener la contestación de todas ellas en este mismo momento, pero me temo que tendrán que tener un poco de paciencia.

La tendremos —contestaron ambos casi al unísono, lo que provocó la sonrisa en los tres personajes.

Si necesitan algo, no tienen más que marcar el número dos en ese aparato. Es un intercomunicador directo conmigo. No duden en utilizarlo para cualquier cosa.

Muchas gracias, Risca, es usted muy amable.

—Creo que en su planeta saben también lo que es la hospitalidad, ¿no es cierto?

Claro, sin dudarlo.

Nosotros también somos seres civilizados, no lo duden.

Kirby sintió como un puñal que se clavaba en su pecho, olvidaba demasiado a menudo que aquel hombre podía leer sus pensamientos con enorme facilidad. No le gustaba nada, era como estar desnudo ante él. Rony a su lado apenas articulaba palabra. Le hubiese gustado saber lo que pensaba. Sin embargo, Risca lo sabía, y eso le producía un enorme malestar.

No se preocupe en cuanto a que yo pueda leerle el pensamiento, en cuanto me vaya no podré hacerlo.

—¿Quiere decir...?

Efectivamente, si no le miro a los ojos no puedo hacerlo, no hay contacto.

Kirby sonrió.

—Eso es peligroso.

Tras esta última observación, Risca se marchó cerrando la puerta.

Por primera vez desde que se habla encontrado con ellos estaban solos.

La idea de que hubiesen micrófonos, o algo similar, escondidos desagradaba al capitán.

{Qué opina, Rony?

No sé, mi capitán, es todo tan fantástico.

Al menos sabemos que la princesa vive.

No creo que nos sirva de mucho, señor. Si esa gente es tan poderosa como dice Risca, y a tenor de lo que hemos podido comprobar por nosotros mismos, a mí no me cabe la menor duda de que es así.

Pero con nosotros fallaron.

Fue sólo un error de cálculo.

Un error de cálculo que nos ha venido como anillo al dedo.

Y que puede propiciar un serio problema para los hombres de Risca, y yo no veo esto tan seguro como él afirma.

Hombre de poca fe.

Va vio usted cómo jugaron con nosotros.

Rony tenía razón, pensó el capitán Kirby. Ellos estaban vivos porque así lo habían dispuesto, al igual que pocas semanas antes habían capturado vivos al comandante y la princesa. Todo aquello era horrible, los planes de aquella gente contra la Tierra eran demenciales. Mientras tanto sus compatriotas estaban completamente ajenos a cuanto sucedía en Kirgon, ignorando incluso su existencia.

Tenemos que liberar a la princesa y evitar que esa gente invada u conquiste la Tierra —dijo repentinamente el capitán como si un rayo de luz hubiese iluminado su cerebro.

Me parece maravilloso, capitán. Es una idea fantástica —expuso Rony que intentaba sonreír por primera vez desde que comenzó todo aquello.

—Noto cierto retintín y sarcasmo en sus palabras, Rony.

Señor, me gustaría saber —dijo volviendo a ponerse serio al observar el rostro de su capitán— cómo piensa hacerlo.

Todavía no lo sé, muchacho, pero le garantizo que lo sabré antes de que pasen dos días.

Aquellas palabras sonaron en los oídos de Rony como una música celestial, que sabía que era complemento imposible. Su capitán había protagonizado durante el tiempo que estuvo sirviendo a sus órdenes, gestas auténticamente increíbles casi sobrehumanas, pero aquello sabía que era demasiado. Si Risca con todo su poder mental no había conseguido más que exiliarse voluntariamente, ¿cómo iba a poder hacer algo su capitán sin ninguna clase de ayuda? Claro que él estaba allí. Pero no tardó en convencerse que eso era muy poco, por no decir nada. 

CAPITULO IV 

Aquellas paredes blancas y luminosas cegaban toda su visión y luego estaba también aquel ruido infernal que martilleaba su cerebro de una forma despiadada. Ragon ya se lo había dicho

Coopere, comandante; será mucho más fácil.

—¡Eso jamás!

—Entonces aténgase a las consecuencias, pienso que mi poder es superior al suyo. Infinitamente superior.

Aquel individuo era un fatuo estúpido, pero en el fondo y aunque él se negase a reconocerlo, tenía razón. Pensó en Libstsy. Según Ragon ella había sido más sensata que él, y había dado toda clase de facilidades. Esa sola idea le golpeaba con más fuerza que la luz y el sonido que le martirizaban incesantemente. Sabía que cuanto más resistiese las posibilidades de vencer se aumentarían, No debía dejarse dominar por todo aquel entorno. Le estaban sometiendo a una tortura psicológica cruel y despiadada, muy por encima de las que en otro tiempo se habían utilizado en la Tierra, cuando el mundo estaba gobernado por un conglomerado de naciones. Por suerte, la cordura había invadido a los humanos después de aquella increíble y desastrosa guerra mundial, que fue la tercera y por suerte la última. Aquellos seres querían tener en la Tierra una sucursal de su planeta que les permitiera el control de otra galaxia distinta de la suya.

Los sonidos incrementaban su potencia.

Los tímpanos estaban a punto de estallarle; aquella sensación la había soportado varias veces, sin que el fenómeno esperado llegara a producirse lo que lo hacía más cruel. Las frases de convicción golpeaban su subconsciente como dardos ardientes. Era el comienzo del fin. Su resistencia se iba desmoronando poco a poco, con una lentitud desesperante. Repentinamente todo ceso. La estancia, compuesta por cuatro paredes blancas y apenas unos metros cuadrados, quedó en silencio. Era un silencio de muerte. Esa muerte que se había deseado tantas veces, desde que penetraron por aquella sima negra que les transportó a través de una forma horrible. Sólo él y la princesa habían permanecido vivos, para servir a los diabólicos planes de aquella especie de emperador de la maldad.

Desapareció una de las paredes como por arte de encantamiento y la imagen de Ragon envuelta en su túnica azul se hizo presente.

Amigo Krony, me parece que su testarudez es absurda.

¡Nunca aceptaré colaborar con usted!

Le vuelvo a repetir que está usted sufriendo innecesariamente. Sabe que el resultado será el mismo.

Lo dudo, la prueba es que todavía no lo ha conseguido, y por su aspecto creo que se está impacientando. —Krony hacia todo lo posible por sacar fuerzas de flaqueza. Querría irritar a Ragon, era la única esperanza que le quedaba. Si éste perdía los nervios y acababa con él, tal vez la Tierra podría permanecer unos años más sin padecer la amenaza de Kirgon. Claro que mientras la princesa viviese había riesgo. Y aunque hubiesen fallado con la primera nave de rescate, estaba seguro de que desde la Tierra seguirían investigando. El rey quería demasiado a la princesa y toda la humanidad la adoraba.

Sé lo que pretende, comandante, pero le aseguro que no se saldrá, con la suya.

Eso está todavía por ver. Puede marcharse y seguir hasta el infinito con sus luces y sus estúpidos sonidos, moriré antes que colaborar con un individuo como usted.

Esto no le gustará al emperador.

Si quiere se lo puedo decir personalmente,

No le daré ese placer.

La puerta volvió a cerrarse y otra vez volvió el sonido y la luz que le atormentaban, con más fuerza sí cabe que anteriormente. 

*   *   * 

¡Krony, despierta!

¿Dónde estoy?

Krony fue abriendo los ojos lentamente, estaba, en una sala amplia y lujosa, que no había visto en su vida.

Libstsy, ¿qué haces aquí?

—Estos son mis aposentos, estaba preocupada por ti.

¿Qué te han hecho esos bárbaros? —Krony se incorporó rápidamente, aunque tuvo que dejarse caer nuevamente, había calculado mal sus fuerzas y éstas no le respondían,

—Será mejor que descanses un poco, estás muy débil.

¿De verdad no te han hecho nada?

No, ¿Por qué habían de hacerlo? ¿No soy acaso la princesa Libstsy?

—Sí, perdone su alteza.

Krony, ¿desde cuándo usas el protocolo conmigo?

Desde siempre, alteza yo...

Me refiero a cuando estamos solos.

Krony no entendía nada de lo que le estaba sucediendo. Todo parecía una horrible pesadilla, de la que tenía que despertar de un momento a otro. Necesitaba recobrar la calma y analizar aquella situación completamente nueva. ¿Cuál era la intención de Ragon? ¿Había él accedido a cooperar? No podía ser, se negaba a creerlo; pero entonces ¿qué hacia allí con ella? ¿Acaso recordaba lo que había sucedido? Todo entraba dentro de lo posible.

Toma, bebe un poco, te reconfortará. —La princesa le dio un extraño líquido, que él aceptó sin rechistar. Pasaba caliente por la garganta y al asentarse en el estómago le produjo una sensación de rechazo que ella notó—. No temas, es una reacción normal, pero sigue bebiendo, pronto estarás bien.

Siguió bebiendo aquella extraña pócima. Poco a poco el estómago la fue aceptando.

Has estado demasiados días sin probar alimento; dentro de un par de horas ya podrás comer, y en un par de días, nuevo.

¿Nuevo para qué? —preguntó casi sin fuerza el comandante.

Para regresar a casa.

No pretenderás decir que estos energúmenos van a dejarnos marchar como si tal cosa.

—Yo creo, Krony, que te has formado un concepto muy equivocado de ellos.

Princesa, me parece que vos no sois quien aparentáis.

Y dale con el tratamiento.

—Hay algo que no entiendo...

Estás confuso, nada más —le interrumpió ella poniéndole una mano en los labios para evitar que siguiese hablando—, en cuanto recobres tus fuerzas lo verás todo de distinta forma.

Dudo que lo que ha sucedido pueda cambiar para mí.

—Todo ha sido una terrible pesadilla producida por una extraña enfermedad,

Eso te lo habrá dicho Ragon, ¿no? —preguntó él, olvidando nuevamente el protocolo, que no había usado casi nunca o mejor dicho nunca en privado con la mujer que amaba desde hada años.

Claro, ¿quién más podía hacerlo?

El emperador, por ejemplo.

Él está por encima de esos detalles.

No respondió, estaba todavía demasiado débil para poder entender nada de todo aquello.

Era mejor esperar.

Debía recuperar fuerzas.

No pensar en nada.

Y se dejó caer en el sofá dispuesto a dormir cuanto más mejor. 

CAPITULO V 

En la Tierra, tras la desaparición misteriosa de la nave del capitán Kirby, en las mismas coordenadas y en circunstancias idénticas a las de la de su antecesora que transportaba a la princesa Libstsy, existía una enorme preocupación, a la vez que un gran desconcierto, en la central espacial del consejo de seguridad mundial. El coronel Smit y su ayudante, el capitán Harry, intentaban, analizar la situación.

Harry, esto parece obra del diablo, si estuviésemos en el siglo veinte estoy seguro de que a él le echaríamos la culpa.

Estoy de acuerdo, mi coronel, pero por otra parte tiene que existir una explicación lógica a todo lo sucedido. Una vez se puede hablar de casualidad, pero me niego rotundamente a que se emplee el término cuando el mismo fenómeno se ha vuelto a producir, y máxime cuando al mando de la AX-77 estaba un hombre como Kirby,

Sin olvidar su tripulación,

—¡Cómo olvidarla, mi coronel!

Me pregunto cómo voy a informar a su majestad de lo sucedido, sí en realidad no tengo ni la más ligera idea de qué es lo que ha pasado.

La Tierra estaba gobernada por un solo rey, que era el símbolo de la unidad en la misma, aunque el gobierno en sí era elegido democráticamente por todas las naciones. Desde la última conflagración mundial, se habían adoptado los más diversos sistemas, hasta llegar al actual, que se consideraba perfecto.

Antes deberíamos intentar algo, mi coronel,

—¿Y qué podemos hacer? ¿Enviar una flota hacia lo desconocido?

No, pero al menos no enviar una sola nave, tal vez así existiesen más posibilidades de que una de ellas nos pudiese comunicar lo que sucede en esas malditas coordenadas,

Según mis informes, allí sólo hay espacio libre.

Ya lo sé, pero por lo visto nuestros informes no son todo lo correctos que deberían serlo.

Decidieron enviar tres naves, una en avanzadilla y las otras dos flanqueándola a derecha e izquierda, un poco atrasadas a fin de observar cualquier contingencia que pudiera suceder.

Los preparativos se iban haciendo con la mayor celeridad y en el más absoluto de los secretos. Mientras tanto se daban informaciones falsas a fin de ocultar la verdad.

El coronel Smit estaba retrasando su entrevista con el rey, ya que no sabía qué debía decirle a su majestad. Comprendía que en aquellos momentos no era más que un padre angustiado por la suerte de su hija, y al ver a Isa, su propia hija, comprendió la angustia que debía invadir al rey de la Tierra.

Papá, ¿qué te pasa? Últimamente tienes muy mal aspecto.

Nada, hija, es el trabajo.

Me imagino que alto secreto como siempre —continuó Isa, que era una preciosa mujer de veinte años, cuyo pelo rubio hacia maravilloso juego con sus ojos azules.

—No te lo tomes a risa.

—Y tú siempre tomándotelo a lo trágico.

«Desde que murió tu madre no puedo ser de otra forma», pensó Smit, que se había quedado viudo hada ya cinco años.

El tiempo no había podido cicatrizar la herida. Tan sólo Isa alegraba su vida, con aquel maravilloso carácter, Sabía que su hija estaba enamorada del capitán Kirby y que éste la correspondía. Pensaban contraer matrimonio, precisamente a la vuelta de este viaje. Si aquella criatura supiese la verdad... No, él no podía decírselo. El peso de la responsabilidad le atenazaba el corazón. De buena gana hubiese cogido él mismo una nave y se hubiese lanzado al espacio en busca de las dos naves desaparecidas. Aunque éste era su deseo, sabía que no podía hacerlo realidad. Su época de vuelo se había terminado hacía ya bastantes años, y aunque era consciente de la importancia de su labor en la Tierra, sentía impotencia y pena en su interior. 

*   *   * 

Cuando vieron la nave que entraba en la atmósfera terrestre, ni Smit ni Harry se lo podían creer. El comandante Krony y la princesa estaban de regreso. Habían recibido noticias dos días antes, pero, y aun constatando la autenticidad de las mismas, dudaban.

¡Parece un sueño! —exclamó Harry.

Sí, un maldito sueño que al parecer ha terminado. Lo que me preocupa es ese interés del comandante en mantener en secreto la noticia.

—Tal vez deba contamos algo peliagudo, ¿no le parece, coronel?

No sólo me parece, sino que estoy seguro de ello; pero la verdad es que sobre todo me preocupa lo que le pueda haber sucedido a Kirby.

¿Le ha dicho algo a su hija?

No, pero me temo que algo sospecha, es muy difícil darle gato por liebre.

Ha salido a su padre —rió Harry.

El coronel Smit no tenía ganas de reír, todo aquello le sonaba mal. No era lógico y comenzaba a creer que algo grave iba a suceder de un momento a otro.

Krony le había asegurado que la princesa se encontraba perfectamente bien, y que por ese camino no debía preocuparse lo más mínimo. Entonces ¿a qué venía tanto misterio? Claro que conocía al comandante desde hacía mucho tiempo y sabía que si le había pedido aquella discreción era porque se trataba de algo absolutamente necesario. Y era eso precisamente lo que le preocupaba.

¿Te apetece una copa? —le preguntó a su ayudante.

Señor, estando de servicio...

—Boberías, ¿te apetece o no?

—Eso no se pregunta.

Y Smit sacó de un cajón una botella de whisky y dos vasos. Harry quedó completamente sorprendido, jamás había supuesto que su jefe guardara aquello en su despacho. Después de tantos años, uno se da cuenta que no se conoce a nadie completamente.

¿Qué, le extraña? —le preguntó el coronel alargándole un vaso.

No, señor...

Harry, no sea hipócrita, se lo noto en los ojos. Además usted miente muy mal.

No es mi costumbre, señor.

Lo sé, pero después de los últimos acontecimientos creo que un trago está más que justificado. Ayuda a templar los nervios. Sólo de pensar en las novedades que pueda traer el comandante me entra un escalofrío digno de las antiquísimas películas de terror.

A su salud, señor —alzó el vaso Harry y lo vació de un solo trago.

—Vaya, para no ser bebedor se lo ha zampado de golpe.

—Ya se sabe, los malos tragos cuanto antes.

¿Le apetece otro?

No, señor, no es bueno abusar.

Harry tenía ratón. El coronel Smit lo sabía, pero había circunstancias en la vida que eran completamente irrepetibles y se temía que en aquellos momentos se encontraba ante una de ellas.

Aquí torre de control, nave AX-77 solicita permiso para aterrizar.

Darle prioridad —contestó el coronel.

—A sus órdenes, señor.

—En cuanto lleguen traerlos aquí, pero pasarlos por ABx6. ¿Entendido?

Sí, señor. Recibido. Cierro.

Dentro de unos minutos estarían en la sala de mando y todo aquel misterio quedaría desvelado.

El coronel estuvo a punto de guardar el whisky, pero se lo pensó mejor.

«Seguro que un trago les vendrá estupendamente.»

Se equivocaba.

Krony se habla vuelto abstemio de repente. 

CAPITULO VI 

Rony le había dicho que era una locura; el hombre del poder mental también había comentado lo mismo. En el fondo él también lo pensaba, pero cualquier cosa era mejor que quedarse esperando con los brazos cruzados. Los Turegs eran gente muy peligrosa. Risca le había dado una información muy completa sobre ellos. Su plan tenía tan sólo una posibilidad entre mil, pero su deber era seguir adelante. Llegó al borde del río rojo. Risca le había proporcionado un plano perfecto, que le serviría de guía por todo el territorio de los Turegs. Para evitar contingencias desagradables se lo había aprendido de memoria, lo que era una garantía de seguridad, y en una aventura como aquélla, donde los riesgos eran mil veces superiores a las seguridades, no estaba de más potenciar éstas al máximo. Llevaba su pequeño láser como única arma de defensa. Para un país poseedor de un ejército tan bien dotado como aquél parecía irrisorio, pero Kirby sabía que no lo era. La única forma de hacer daño a gente así era la táctica del mosquito, que le había enseñado su padre cuando apenas contaba unos pocos años de edad. Había que dar picotazos al enemigo de forma que éste no supiese de dónde venían. Y él pensaba hacerlo, un hombre solo podría moverse con mayor facilidad. Rony quería acompañarle, pero él le hizo ver la importancia de la misión que le reservaba.

Rony, sin usted aquí todo sería un fracaso.

Poco podremos ayudar desde aquí.

—Es una ayuda fundamental, Risca y sus hombres no entenderían ni serían capaces de llevar a cabo esa estrategia por sí solos; usted ha estado mucho tiempo conmigo, y conoce perfectamente todas mis reacciones.

Usted manda, señor; como siempre estoy a sus órdenes.

Se había convencido. Rony siempre le había obedecido ciegamente, sabía que era un hombre que daría gustoso la vida por él.

Comenzó a cruzar el río. Una primera sensación de repugnancia le invadió todo el cuerpo, recordando la composición de aquel río rojo, pero fue superándola a medida que avanzaba. Debía abandonar cualquier tipo de escrúpulos si quería conservar alguna posibilidad de éxito en su descabellado plan.

Nadaba bajo el líquido elemento, para evitar cualquier tipo de sorpresas. Con una caña agujereada en la boca, que le servía para respirar, pudo hacer toda la travesía. Un poco a ciegas, hasta que llegó a la otra orilla; salió con mucho tiento, pues a pocos metros de allí estaba la frontera que controlaban los Turegs y aunque él había cruzado por la zona adecuada, no podía estar seguro de haberlo hecho en el tiempo y la dirección correcta, ya que tenía que aprovechar el cambio de guardia, tal y como le había indicado Risca. Delante suyo se extendía una planicie desértica de unos centenares de metros, antes de verse una nueva selva idéntica a la que había dejado a su espalda. Miró a derecha e izquierda y pudo ver cómo uno de aquellos soldados Turegs iba caminando hacia la vegetación, de espaldas a él, Desde la selva, no tardaría en aparecer el soldado que le reemplazaba. No tenía tiempo que perder, comenzó a correr con todas sus fuerzas para conseguir ponerse a la altura del hombre que abandonaba el puesto, y así desaparecer del campo visual del otro soldado, que como le había indicado Risca sólo iba pendiente del compañero a relevar.

El soldado salió de la vegetación, Kirby seguía corriendo, y se tiró al suelo justo en el momento oportuno. Los dos soldados siguieron su camino sin percatarse en él. Su corazón le golpeaba el pecho con gran fuerza.

Estaba agazapado, atento; hasta el momento había recorrido la mitad del camino sin novedad alguna, había tenido suerte y además confiaba en que la precisión milimétrica de aquellos seres siguiese siéndolo, pues de lo contrario sería descubierto. Y uno de los factores de su plan era la sorpresa, pues sin ella no podría dar un solo paso sin ser atrapado, lo que quería decir tanto como destruido.

Observó el momento y se levantó con agilidad felina, lanzándose a correr con rapidez; pedía a sus piernas el máximo, ya que en su velocidad estaba su salvación. El corazón le latía con fuerza, parecía querer salirse de su pecho, era angustioso. Le faltaba el aire, pero seguía corriendo a pesar de todo. Por fin llegó a la meta y se dejó caer tras unos árboles, no podía más. Allí al menos tenía donde esconderse. Los Turegs ignoraban su presencia, y eso favorecía enormemente sus planes. Poco a poco fue recobrando el aliento. Necesitaba descansar un poco, pero aquella posición no era la más idónea. Se fue a buscar otra más segura. 

*   *   * 

Esperó la noche para salir de la jungla y encaminarse a la primera ciudad que estaba, a unos pocos kilómetros de allí. Se acercó a una especie de casa de campo. Era lo más parecido a una granja terrestre. Pudo ver luz y oír unas voces.

—Vas demasiado sigiloso, extranjero.

Aquella voz le hizo girarse rápidamente y se encontró con un representante femenino de aquella extraña raza que eran los Turegs. Gracias a un conversor que le había proporcionado Risca, podía entender aquella extraña jerga que hablaban o gritaban aquellos seres y a la vez hacer que sus palabras se transformasen en jerga. Era un aparato que había maravillado a Rony y a él mismo. Convertía cualquier tipo de sonido en su homónimo, por medio de un cambio de longitudes de onda. Un invento muy práctico, que le había permitido oír la voz de la representante femenina.

No tiene voz —volvió a insistir ella.

Era preciosa, sólo se diferenciaba de una terrícola en el color azul de su pelo y en los ojos rojos, como tenían todos los habitantes de Kirgon,

Sí, lo que pasa es que...

Tienes miedo, ¿no es así?

Sí —le confesó, intentando ganar tiempo y observando cuáles eran sus verdaderas posibilidades. Podía saltar sobre ella e inutilizarla, o por el contrario sacar el láser y eliminarla. Era muy hermosa, pero no debía tener un ápice de compasión, y en una misión suicida como la suya, la vida de toda la Tierra estaba en juego, y no sólo la de la princesa.

Estás en un apuro —hacia unos instantes que ella había comenzado a tutearle.

Kirby no sabía si aquello era bueno o malo, no había tenido oportunidad de recibir instrucción sobre aquel particular. En su afán por emprender el camino hacia la salvación de sus compatriotas había estudiado a los Turegs muy por encima, no obstante Risca se había esforzado en darle la mayor información posible, en tan corto espacio de tiempo. Fueron muchos conceptos a la vez y existía la posibilidad de que hubiese saltado alguno como aquél, que él en un momento de inconsciencia, hubiese pasado por alto.

Me temo que sí, y más grande de la que usted cree —decidió jugar la carta de la sinceridad, esperando el momento de actuar. No podía saber si ella era la única que se había percatado de su presencia,

No hace falta que me llames de usted, no pienso denunciarte.

Aquellas palabras le dejaron helado. No sabía si había entendido bien, a lo mejor era una mala pasada que le estaban jugando el conversor y su cerebro.

Has entendido bien; aunque lo dudes, es eso exactamente lo que he querido decir. ¿Te extraña?

Debo confesar que sí.

Y desconfías, ¿no es cierto?

—No lo sé.

Me gustaba más tu sinceridad anterior, desconfías y es lógico, yo en tu lugar también lo haría. Tú debes ser uno de esos terrícolas de los que no cesa de hablar nuestro pueblo. ¿Me equivoco?

No —respondió Kirby, cada vez más sorprendido y sin saber qué partido tomar.

Mi nombre es Tirma. ¿Cómo te llamas tú?

Kirby, capitán Kirby.

Bueno, amigo Kirby, creo que será mejor que entremos dentro, aquí corremos el riesgo de que pase alguna patrulla y te descubra, y entonces sí que no podría hacer nada por ti.

No sé si...

—Estoy sola, no hay nadie conmigo si eso es lo que te molesta o preocupa, y además te puedo garantizar que no miento jamás.

Aquellas últimas palabras acabaron de vencer su resistencia. Ignoraba los motivos que podía tener Tirma, pero dadas las circunstancias era mejor comprobarlo, «Es un riesgo», pensó un instante, luego decidió correrlo.

Entraron en la granja, estaba limpia y ordenada, su distribución era similar a todas las que había visto en su vida, salvo algunos objetos que eran consustancialmente diferentes.

—Siéntate, ¿te apetece beber algo? Claro, qué pregunta más tonta, necesitas algo fuerte. ¿Has probado el rodor?

Negó con la cabeza.

No sé si te gustará, la verdad es que desconozco cuáles son vuestras costumbres, es la primera vez que estoy ante un terrestre.

Nuestras diferencias son casi nulas, más debidas a una adaptación climática que a otra cosa. —Kirby sabía todo aquello gracias a sus conversaciones ilustrativas que había tenido con Risca.

Toma, bebe esto y luego me cuentas —le alargó una copa.

Kirby la estuvo sopesando durante unos instantes. Ella se preparó otro recipiente y se lo bebió de un solo trago. El comprendió e hizo lo propio. Se trataba de una bebida fuerte al estilo del whisky, con un sabor particular, pero que le infundió ánimos.

¿Qué tal? —preguntó ella.

Perfecto.

—¿Otra?

No vendría mal.

¿Pensabas que quería envenenarte?

Sí, la verdad es que no sé por qué haces esto.

No comparto las ideas del emperador, y como yo hay muchos, entre ellos estaban mi padre y mi hermano.

¿Estaban?

Los mataron.

Se bebió la segunda copa de aquel extraño y a la vez estimulante mejunje y pudo ver cómo las pupilas de Tirma se azulaban, era señal de que se teñían de lágrimas.

Lo siento — fue lo único que fue capaz de articular.

—Te creo, ahora comprenderás el porqué de todo. Para mí cualquier enemigo del emperador es amigo, venga de donde venga.

Me alegro de ser tu amigo. Es el amigo más hermoso que he visto en mi vida.

—¿Todos los terrícolas sois igual de aduladores?

—Yo no acostumbro mentir nunca, y no soy adulador — dijo Kirby con firmeza.

—Está bien, tendré que creerte. Ahora vas a contarme cómo has llegado hasta aquí y qué es lo que pretendes.

Rescatar a la princesa, que es la hija del rey de la Tierra.

¿Y piensas hacerlo tú solo?

No, tengo un plan,

Y esa princesa, ¿qué es para ti?

La hija de mi jefe, ¿te parece poco?

¿Así vuestro rey es como el emperador?

No, viene a representar la unión de los pueblos, pero no es más que un símbolo, él no gobierna, lo hacen representantes del pueblo. Fue una fórmula que utilizamos tras la Tercera Guerra Mundial y desde que la utilizamos no hemos vuelto a peleamos entre nosotros, Que aunque parezca poco, es mucho.

Tienes que contarme más cosas de ese planeta tan fascinante llamado Tierra.

Kirby la miró a los ojos, y éstos eran tiernos y nobles.

Por unos momentos olvidó la gravedad de su situación. 

CAPITULO VII 

El consejo de seguridad de la Tierra estaba reunido en sesión extraordinaria con motivo de la información que la princesa Libstsy y el comandante Krony les habían suministrado sobre Kirgon, y sus intenciones de conquista de la misma. El clima en el consejo era tenso. La situación era grave, posiblemente la más grave que se presentaba en los últimos años, por no decir los últimos siglos. Estaban todos los representantes reunidos, no había faltado ni uno, pues hasta el general Galti, con su enfermedad a cuestas, se había desplazado a la sede del consejo, en cuanto se enteró de la gravedad del asunto.

Según estos datos, el ataque se podría producir dentro del próximo trimestre. —Era el coronel Smit el que como jefe del departamento aplicado a las cuestiones galácticas se encontraba en posesión de la palabra.

¿Está seguro, coronel? —preguntó el general Stric.

Mi general, si los datos que dispongo son correctos, sí.

¿Es que se puede dudar de ellos?

Si dudarnos de la princesa, que aunque nadie osaría hacerlo podría confundirse en sus apreciaciones, tal vez podría ser todo un cuento terrorífico sin demasiado fundamento, pero para que esto sea así, señores, también debemos dudar del criterio y profesionalidad del comandante Krony, y eso sí que no estoy dispuesto a hacerlo. Aquí tienen sobre la mesa, a su derecha, un amplio dossier con el historial del comandante, que me gustaría revisasen, pues aunque ya sé que casi todos ustedes conocen al comandante no tan a fondo como lo harán tras leer su expediente.

Hubo un murmullo en la sala del consejo, y sus miembros cogieron los dossiers indicados por el coronel y comenzaron a leerlos. Momento que aprovechó Smit para salir un momento al bar del consejo, donde le esperaba su fiel Harry.

¿Cómo va eso, señor?

No demasiado bien, Harry.

--¿Qué sucede?

—Lo de siempre, son duros de mollera, y pueden pasar días hasta que lleguen a tomar su resolución. Ellos piden siempre tiempo, no quieren precipitarse por nada del mundo, y en estos momentos de lo que menos disponemos es de tiempo.

—Fuerce la situación.

¿Qué cree que estoy haciendo?

Perdone, señor, era sólo una sugerencia.

Lo sé, no me haga caso, es que todo esto me está poniendo excesivamente nervioso, no lo puedo evitar.

El camarero se acercó a los dos hombres con gran sigilo. Era un hombre seleccionado, su lema era auténticamente ver, oír y callar.

¿Desea tomar algo, mi coronel?

Sí, James, un whisky doble, y para el capitán, lo que quiera.

Lo mismo que usted, mi coronel.

Pues que sean dos. James.

—En seguida, señor.

Le importaba un pimiento lo que pensase James o cualquier otro, necesitaba un whisky y se lo iba a beber en aquel instante. Harry había estado colosal pidiendo lo mismo que él, sabía que no sólo era un buen oficial si no que le quería como a un padre.

Espero, señor, que todo se arregle pronto.

Harry, estamos en uno de aquellos momentos en los que no importa demasiado hablar. Hay que actuar, es preciso, y además hay que hacerlo sin demora. Aquí el factor tiempo es fundamental, y esa gente puede presentarse ante nosotros en cualquier momento, mientras nosotros estamos aun discutiendo lo que debemos hacer.

Aquí tienen —James les había traído las bebidas.

—Muchas gracias, James.

¿Se lo apunto a su cuenta, señor?

Por supuesto.

¿Cree que tardarán mucho en leer el expediente del comandante?

Si se lo quieren leer de verdad, sí, y me temo que no sólo se lo van a querer leer sino que lo harán constatar.

¿Usted cree, señor?

Estoy completamente convencido, Harry. Esa lentitud de nuestros políticos que usted me ha oído elogiar durante años, es la que ahora me está sacando de quicio, y es que hay que ser flexible, caramba.

Smit se iba irritando por momentos. 

*   *   * 

¿Papá, ¿qué te pasa?

Nada.

El coronel Smit acababa de pegar el portazo más grande de toda su vida, y su hija se había extrañado, era la primera vez que veía a su padre de aquella manera. Algo muy grave debía suceder y casi seguro que tenía que ver con aquella interminable reunión del consejo de seguridad que llevaba una semana reunida y que hacía que su padre se fuese poniendo nervioso por momentos.

¿Quieres un café? La cena aún tardará un poco.

Por mí te puedes ahorrar el trabajo, no tengo apetito.

Papá, te recuerdo que estás en tu casa, y aquí no eres el coronel Smit. Aquí eres un ser humano y yo también.

Lo siento, hija, es que esa gente me saca de quicio — las venas del cuello del coronel se hinchaban de un modo alarmante.

Por más que te preocupes, tendrás que esperar su resolución, ¿no es así?

—Claro, qué remedio.

Entonces tranquilízate. Te pones cómodo, ves un poco la televisión, y te tomas un cafetito, mientras yo termino mis cosas y preparo la cena.

Preferiría un whisky.

Después de cenar te tomas los que quieras, antes no.

Eso es dictadura.

—Aquí mando yo.

Y  era cierto.

Durante la cena ella no pudo evitar preguntar por Kirby.

¿Y qué sabes de él?

Está bien, ya te lo he dicho muchas veces: está en una misión secreta —mintió— y por eso no puedo decirte nada, ni tan siquiera a ti.

Papá, mientes muy mal.

¿Desde cuándo miento yo?

—Desde hace tiempo.

—Eso es mentira.

Y lo que me dices de Kirby también, algo pasa y tú no quieres decírmelo, sin pensar que de esta forma no consigues otra cosa que mantenerme mucho más preocupada. Sé que lo haces para quitarme la preocupación, pero no consigues nada.

Y  terminó por contarle toda la verdad. Luego se dio cuenta de su debilidad, pero en el fondo se sintió mucho más aliviado; era como si se hubiese quitado un enorme peso de encima.

Ella dominó las lágrimas. Un enorme nudo se formó en su garganta, amaba a Kirby con toda su alma, y la sola idea de que no lo volvería a ver nunca más, le destrozaba.

Lo siento, hija, sigo creyendo que no debía habértelo dicho,

No, papa, es mejor así. Prefiero saber la verdad.

Sé que Kirby saldrá de ésta, ha salido de otras peores.

Claro, papá.

No estaba segura.

Quería creer en él.

Al entrar en su cuarto se echó encima de la cama y comenzó a sollozar amargamente.

Kirby, Kirby...

Él no podía escucharla.

CAPITULO VIII 

Rony estaba muy preocupado por su capitán, hacia dos días ya que había partido hacia su misión imposible; la espera era para él angustiosa. Si supiera al menos cómo le iban las cosas al capitán... Tan absorto estaba con sus pensamientos, que no se percató de la presencia en su cuarto de Risca,

—¿Preocupado, muchacho?

Se giró, tenía un halo de crispación en el rostro que dio paso inmediatamente a una sonrisa, al comprobar quién era el portador de aquella voz, que le había vuelto a la realidad. Rony apreciaba a Risca, aún recordaba su primera impresión cuando le vio, y se dijo a sí mismo que no se debía juzgar a nadie hasta conocerle bien.

Un poco, no le había oído llegar.

La verdad es que yo tampoco hice demasiado ruido.

¿Se sabe algo?

De momento no, es demasiado pronto.

¿Está todo tranquilo?

Si, no se ha detectado nada anormal, salvo que parecen haber perdido interés por nosotros; es como si de repente algo les interesase más que nuestra rebeldía.

Lo que quiere decir...

—Me temo que  están preparando la invasión de la Tierra.

Pero eso es monstruoso.

Lo sé, muchacho, pero como su amigo no tenga suerte, o lo que es lo mismo; que llegue a producirse un milagro, los días de libertad de su planeta están contados.

—Usted puede que no lo crea, pero yo sé que si hay en algún lugar de las galaxias alguien capaz de conseguirlo, éste no es otro que el capitán Kirby.

Desde luego fe en él, no le falta.

—Si usted lo conociese mejor, opinaría como yo

Rony ponía un énfasis tremendo en sus palabras.

—Lo único malo en todo esto —respondió Risca— es que por desgracia los conozco a ellos demasiado bien, y aun sin dudar en las cualidades del capitán no me queda más remedio que ver muchas dificultades en una misión de esa envergadura.

Lo sé, pero existe una ventaja: ellos no se lo esperan.

—Yo no estaría tan seguro, Rony; existe la posibilidad de que sí.

¿Cómo es posible?

—Su nave fue a parar a nuestro territorio por error, y me extraña mucho que no hayan enviado a nadie para comprobar qué es lo que sucedió.

—Tal vez piensen que no merece la pena.

No es su estilo, y me extraña, a no ser que sus deseos de invasión...

¿Por qué se detiene? —preguntó Rony, que había observado algo extraño en el rostro de Risca.

No merece la pena, además no estoy seguro.

Insisto, en que prefiero conocer su opinión, aunque se trate tan sólo de una hipótesis.

Preferiría no decir nada.

No hay forma de convencerle, ¿verdad?

Está en lo cierto.

Risca era muy suyo. En aquellos días Rony había podido comprobarlo, de todas formas se imaginaba que aquello que había pasado por su cabeza no debía de ser nada agradable, a juzgar por la expresión de su rostro, todo y que casi siempre se mostraba completamente impasible.

Hubiese dado cualquier cosa por ver a su capitán. 

*   *   * 

Kirby acababa de entrar en la capital de Kirgo; iba acompañado por Tirma que le había proporcionado lo necesario para atravesar varias ciudades sin dificultad; y no contenta con ello, se había lanzado a la aventura de acompañarlo. El intentó por todos los medios convencerla de que aquello no iba a ser ningún paseo, pero todo resultó inútil.

Sin mí no podrás hacer nada.

Es demasiado arriesgado, y a ti no te va nada en esto.

Ya te dije antes que sí. Además, yo sé dónde están los fieles que desean derrocar al tirano, y vas a necesitar de toda la ayuda que te puedan prestar para lograr llegar a tu objetivo.

No había duda, Tirma tenía razón, y él había tenido rendirse a la evidencia.

Con una especie de lentes, ocultaba el color de sus ojos, que sin duda le hubiesen delatado en seguida. Un tinte solucionó el color de su pelo, nadie podría descubrir al terrícola. Salvo por esos dos detalles, los habitantes de Kirgon eran idénticos a los de la Tierra.

Nuestras razas son muy parecidas —le había dicho Tirma.

Y era así Kirgon era un planeta gemelo a la Tierra, enclavado en otra galaxia, de aquí el interés de conquista que pretendían los Turegs.

Después de mucho buscar por las galaxias, el único planeta como el nuestro es la Tierra.

«Lástima que no fuesen todos los Turegs como Tirma», pensó Kirby.

Rosic nos recibirá en su casa — le dijo Tirma, saliendo de una casa, a la puerta de la que él había estado esperando.

¿Estás segura de él?

Como lo estaba de mi padre.

Entonces cuando quieras —empezaba a confiar en ella. Su primitivo recelo, por otra parte lógico dadas las circunstancias, había desaparecido por completo.

—Este es el terrícola.    

Bien venido —dijo Rosic, que era un venerable viejecito, cuya mirada estaba impregnada de bondad.

Me alegro de que se haya dignado recibirme en su morada.

Es un placer poder ejercer las normas de la hospitalidad con seres idénticos a nosotros, con los que sería un verdadero placer entablar pacíficas relaciones, que podrían enriquecer la cultura y tecnología de ambos a fin de conseguir una mejor convivencia.

Ese es sin duda nuestro mayor deseo —replicó Kirby, que ante aquel hombre olvidó por un momento la angustiosa situación que le había llevado hasta aquel lugar.

No soy el único que piensa así en Kirgon, lo que ocurre es que nadie se atreve a oponerse al dictador. Él tiene la fuerza y practica la represión.

Por desgracia —dijo Kirby— conozco perfectamente lo que es eso, en la historia de nuestra Tierra han existido cientos de hombres así, que estuvieron a punto de llevamos a un auténtico cataclismo. Por suerte después de la III Guerra Mundial, todo se solucionó. Aunque siguen habiendo problemas y brotes violentos, pues creo que es consustancial al hombre y será difícil desterrarlo del todo.

Me alegro que ustedes lo hayan conseguido, ésas serían, por ejemplo, las enseñanzas que nos irían muy bien a nosotros.

Ustedes están, tecnológicamente hablando, muchísimo más adelantados que nosotros,

A eso me refería cuando decía que un intercambio sería de lo más beneficioso,

Siento interrumpirle — cortó Tirma —, pero hay otras cosas más urgentes que hacer en estos momentos.

Tienes razón, querida Tirma, si queremos hacer algo por sus compatriotas será mejor que empecemos ya, luego tal vez sería tarde.

Y Kirby pensaba lo mismo. 

CAPITULO IX 

—Todo marcha a las mil maravillas, señor — dijo Ragon a su emperador— dentro de poco la Tierra será nuestra y nos habremos ahorrado un montón de vidas.

Me alegro mucho, mi fiel Ragon, espero que estés en lo cierto, yo no estaría tan seguro sobre la reacción de los terrícolas,

Si los hubieseis estudiado tan de cerca como yo, estaríais convencido de que su reacción no puede ser otra.

No acabo de entender —seguía hablando el emperador cuyo cuerpo rechoncho se balanceaba de un lugar a otro— qué perseguíais haciendo caer la nave de rescate de la Tierra en la otra zona del río rojo.

Era fundamental que llegasen a tomar contacto con Risca, conozco a los terrícolas y también a Risca; gracias a ellos terminaremos de una vez con Risca y sus secuaces.

Eso me alegraría mucho.

No debéis preocuparos, es cosa hecha.

Ragon, no acabáis de sorprenderme una y otra vez.

No hago más que corresponder a la confianza que habéis depositado en mí.

En aquel momento entró un criado.

La emperatriz solicita permiso para entrar a ver a su emperador.

Dile que puede pasar.

Y una espléndida Tureg, de figura esbelta y pelo azul, penetró en la estancia. Ragon se inclinó haciéndole una reverencia.

Vamos, vamos, Ragon, dejaos de protocolos —      exclamó la emperatriz, a la que en el fondo entusiasmaba aquel acto de pleitesía—. Espero, mi señor —dijo dirigiéndose al emperador— que no os molestará mi presencia, pues si es así no tenéis más que decirlo y partiré presto hacia mis aposentos,

No, Ragon y yo ya hablamos terminado los asuntos de estado y nos disponíamos a tomar una copa.

¿Puedo acompañaros?

Cómo no.

Mi señor —interrumpió Ragon —, con vuestro permiso desearía retirarme. Quedan aún algunos asuntos pendientes, que requieren mi supervisión particular.

Antes os tomaréis esa copa, ¿verdad?

Como mandéis.

Eso no es mandato, si no os apetece.

Sabéis que sí, señor,

Entonces, Rilei.

Mandad, señor.

Rilei era uno de los criados personales del emperador que le servía además de guardaespaldas. Su aspecto era monstruoso. Mediría algo más de dos metros y sus brazos eran como las piernas de Ragon, contando con que Ragon era un individuo normal tirando a fuerte. Con aquel criado personal, además de su escolta, el emperador estaba superprotegido contra cualquier contingencia, suponiendo que alguien tuviera la desagradable idea de intentar algo contra su egregia persona.

¾Tráenos unas copas de trisco de la cosecha 66AT.

Enseguida, señor.

Siempre tan servicial — dijo la emperatriz mientras el criado se marchaba a cumplir con su cometido—, aunque si nace más feo, no nace.

—Tenéis un exquisito sentido del humor —anunció Ragon riendo la gracia de la emperatriz, que no gustó en absoluto al emperador.

A mí no me ha hecho ninguna gracia.

—Disculpadme, esposo mío, ha sido una verdadera estupidez.

Así me lo ha parecido.

Claro que vos tenéis la culpa.

¿Yo? —preguntó el emperador, que era como un niño pequeño, sólo que más caprichoso y cruel.

Sí, vos, que siempre tan ocupado con los problemas de estado, os olvidáis con demasiada frecuencia de vuestra esposa,

No es lo que pensáis.

El criado trajo las copas.

Brindaron por el éxito de su próxima conquista.

Por la Tierra.

Por ella.

Y comenzaron a reír a carcajadas. 

*    *   * 

Ragon estaba reunido con sus generales a fin y efecto de darles las últimas instrucciones con respecto a la operación K-16.

Espero que esté bien comprendido.

¡Perfectamente! —exclamaron casi todos al unísono.

Sabéis que no me gustan los errores.

Lo sabemos —respondió el comandante en jefe de la escuadrilla 36F.

Si todo sale tal como hemos previsto, será un paseo para vosotros, algo así como un auténtico tiro al blanco —Ragon sonreía diabólicamente al imaginarse todo aquello. Pasaba su lengua por entre los labios,

Los terrícolas tardan mucho en decidirse.

Terminarán por hacerlo —replicó Ragon mis estudios sobre ellos no ofrecen la más mínima duda.

Podría...

Resfos intentó replicar, pero un gesto de Ragon le impidió terminar la frase, él era un técnico en material bélico, pero no debía meterse en problemas psicológicos. Claro que cabía dentro de lo posible que Ragon estuviese equivocado, y entonces sus disquisiciones tal vez hubieran sido dignas de escucharse. Al salir de la reunión, se encaminó a su habitual tertulia, que se celebraba como siempre en la cantina del cuartel. Llevaban más de un año acuartelados, en servicio constante, y los ratos de la tertulia en la cantina eran los únicos que paliaban la dureza de aquel casi insufrible reglamento.

Has estado a punto de meter la pata —le dijo su amigo Rigol.

Sí, pero no lo hice.

Es peligroso replicar a Ragon, sabes que es el verdadero jefe, el emperador hace lo que él quiere.

Y nosotros no somos más que unos peones en manos de ellos, que nos hacen dar vueltas como un péndulo.

—Eso me suena a insubordinación.

¡¡Y qué si lo fuese?

Podría oírte alguien que no fuera yo, y te llevarías un disgusto.

¿Quién va a oímos aquí? —La cantina estaba llena de jefes y jefecillos que gritaban como energúmenos, nadie parecía prestarles la más mínima atención.

Muchas veces pienso que hasta las paredes oyen; no sé, pero la verdad es que Ragon está siempre enterado de todo.

Porque somos nosotros los que le informamos, si no de qué,

—Me preocupas, amigo Resfos. Seguramente tanto tiempo concentrado sólo en el trabajo te ha sentado mal. ¿Quieres que te recomiende para un descanso? Sabes que tengo algo de influencia.

Resfos negó con la cabeza.

—Te lo agradezco, pero creo que estoy bien; además en estos momentos no creo que me dejasen, ni a mí, ni a nadie, tomar ni un pequeño respiro. No al menos hasta que hayan terminado con Risca y con los terrícolas.

Esos serán sometidos.

Querrás decir aniquilados.

¿Bromeas?

En absoluto. Primero aniquilarán sus naves cuando pasen por el pasillo intergaláctico, y luego una vez indefensos, viajaremos hasta ellos y los aniquilaremos. Esa es la idea de nuestro querido emperador.

Eso no es lo que nos han dicho.

Pero es la verdad, sólo espero que los terrícolas no sean tan imbéciles como se supone que son y no caigan en la trampa. Si tuviésemos que atacarlos de frente y sin traición, me parece que resultaría mucho más difícil.

Nuestro armamento es infinitamente superior al suyo,

Pero después de un enfrentamiento podríamos, o más bien tendríamos, que destruir todo su arsenal atómico, y la Tierra quedaría convertida en un desierto árido que no serviría al emperador para nada en absoluto.

Veo que estás muy bien informado.

Por desgracia sí.

¿Por qué por desgracia?

Hay cosas que las prefiero ignorar.

No veo por qué.

Tal vez algún día lo veas —replicó Resfos. No se había percatado de la proximidad de aquel individuo.

Mejor será beber algo, ¿no te parece Resfos?

Sí, y que sea algo fuerte, creo que me hace falta.

Cuando fue a levantar el brazo ya era demasiado tarde.

Una mueca de dolor asomó a su rostro y comenzó una danza macabra, de la que jamás sería capaz de regresar,

Resfos, Resfos, ¿qué te ocurre?

Resfos no podía contestar a su amigo, acababa de morir. Nadie se dio cuenta de aquel individuo que salía de la cantina. En su rostro se dibujaba una sonrisa.

Luego todo fueron conjeturas.

Cuando Ragon se enteró de lo sucedido exclamó:

¡Increíble!

En su fuero interno, ya estaba pensando la forma de sustituirle. Los traidores no podían estar al servicio del imperio.

Aquél era su imperio.

El emperador su juguete.

—Aquí tienes ¾alargó una bolsa repleta de la moneda del país a aquel encapuchado.

Muchas gracias, mi señor. Siempre a vuestra disposición.

No te alejes mucho, tengo un trabajo para ti.

Cuando queráis.

Ya te avisaré, ahora márchate.

El encapuchado salió, en su rostro seguía habiendo una sonrisa diabólica. 

CAPITULO X 

Rosic había enviado unos cuantos espías cerca de la guarnición del emperador, y estaba esperando noticias junto a Tirma y Kirby, que se habían convertido en sus invitados.

Kirby estaba deseoso de entrar en acción cuanto antes Por él, se habría lanzado ya al asalto de la fortaleza del emperador. Tirma había conseguido disuadirle.

—Si te precipitas no harás más que perjudicar a los tuyos.

Y Kirby sabía que ella tenía razón, por lo que aun a pesar de sus deseos, accedió a los sabios consejos que ella y el viejo le habían dado. Aquella casa era una de las más confortables que él había visto en aquel planeta, le recordaba la de sus abuelos, en cierta manera. La familia de Rosic era de lo más amable y sencillo, parecía increíble pensar que aquella gente formase parte de un pueblo tan temido y peligroso como aquél. En su galaxia eran los únicos seres vivos y eran temidos en muchas otras galaxias. Su extraordinario parecido con los terrícolas, los hacia a los dos ser considerados peligrosos por el resto de los habitantes del cosmos, y eso a Kirby le molestaba por la parte que le tocaba, aunque reconocía que la Tierra no había sido siempre el paraíso que hoy era, y si se atrevía a ser absolutamente sincero no tendría más remedio que reconocer que los problemas internos eran demasiado fuertes para que el vergel fuese todo lo que él y muchos predicaban.

¿Hay alguna novedad? —preguntó el capitán a la llegada del anciano.

Querido amigo, tu impaciencia no hará que los acontecimientos sucedan con mayor rapidez. Eso es una cosa que se aprende con los años, sería mejor para ti que no tuvieses que esperar llegar a mi edad, para darte cuenta de ello.

Si no conseguimos parar su conspiración criminal, no creo que tenga oportunidad de envejecer. Bueno, ni yo ni ningún terrícola, como les llaman ustedes.

¿Y no es correcto? —preguntó el anciano.

—Sí, por supuesto —respondió Kirby, que, aunque se lo proponía, no conseguía tranquilizarse. La imagen de las Smit pasó por su mente en aquel momento como si de una premonición se tratara. Fue en aquel preciso momento en que Tirma había dicho:

—Sería conveniente que comieran algo.

La miró, y entonces en aquel preciso instante apareció la imagen de Isa.

Era como si viniese a recordarle que él era un hombre comprometido, que ella le estaba esperando en la Tierra para casarse con él y que aquella maravillosa criatura llamada Tirma, era un tabú para él. La verdad es que hacía ya algunos días, casi todos los que llevaba con ella, que era mucha la admiración que sentía por aquella Tureg, porque Turegs eran todos los habitantes de Kirgon, aunque Risca no quisiera reconocerlo o al menos aceptarlo, ya que al no estar de acuerdo con las ideas de su emperador preferían sentirse de otra raza, aunque muchos, no todos por desgracia, no comulgaban con las ideas de su líder, ya que antes al contrario las despreciaban. Todo lo referente a las tres guerras mundiales habían sido asignaturas obligadas en la universidad, y él siempre fue un buen estudiante.

¿Quién llama? —preguntó el viejo.

—Es Tarín.

—Kirby, amigo, creo que por fin tenemos noticias.

Tarín entró en la estancia donde se encontraban Kirby y Rosic, su aspecto era de agitación, posiblemente por la velocidad con que se había dirigido a la casa.

—¿Qué hay, Tarín? Te veo sofocado —dijo Rosic—, siéntate y reposa un instante. —Se volvió a Tirma—: trae una copa para mi buen amigo Tarín, me parece que la necesita.

—En seguida —respondió Tirma, que salió de la estancia para dirigirse a la bodega.

Mi querido amigo, te presento al capitán Kirby, de quien ya te he hablado,

Mucho gusto, capitán —se dieron la mano.

El gusto es mío. Rosic me ha hablado mucho de usted.

—Siempre tan cumplido, no le haga demasiado caso, capitán, es demasiado exagerado en cuanto se trata de enjuiciar a sus amigos.

Eso no es cierto, sólo digo la verdad; a mis años sería absurdo mentir,

De eso estoy seguro —afirmó Kirby.

Tirma regresó con las copas.

Me imaginé que los demás también querrían ¾afirmó mientras entregaba una copa a cada uno.

—Claro —asintió Tarín—, a mí nunca me ha gustado beber solo.

Alzaron las copas y efectuaron un solemne brindis.

¿Qué novedades hay? —preguntó por fin el viejo Rosic.

Kirby estaba impaciente, pero intentaba disimularlo al máximo. Sabía seguir los consejos del anciano.

Mañana celebrarán el Rabistán. Y se prepara con un gran boato, como sí se tratase no sólo de la fiesta anual que el emperador concede a su pueblo.

¿Qué quieres decir? —preguntó Rosic.

No estoy seguro, pero parece como si el asunto de la Tierra estuviese ya en el bote, al menos para ellos.

Kirby saltó de su asiento y se dirigió como una flecha hacia el tugar en que se encontraba Tarín.

¿Qué quieres decir?

Mi capitán, yo no quiero decir nada, sólo...

Intervino el anciano:

Por favor, amigos, aquí no existe más que la amistad y la camaradería; vamos, pues a intentar comportarnos. Yo soy consciente de la preocupación de mi amigo terrícola, pero no por eso debemos perder la calma, ya que ello no nos conduciría a ningún lugar, y dado que nuestra inferioridad ante nuestro enemigo es prácticamente apabullante, conservemos al menos la calma, con una de las mejores armas que podemos esgrimir en estos precisos instantes.

Las palabras del anciano habían servido para distender la situación que era excesivamente tensa.

El momento de actuar había llegado.

El Rabistán es el único momento en que se puede tener libre acceso al palacio del emperador, pero no será fácil.

Me da igual la dificultad.

El anciano y Tarín se miraron y luego miraron a Kirby, sentían admiración por el coraje que demostraba aquel hombre. Valía la pena ayudarle en aquella misión imposible.

Yo le acompañaré —terció Tirma.

Ni hablar —inquirió Kirby decididamente.

El solo no lo conseguirá jamás formando pareja tenemos muchas más posibilidades.

Es una locura y no lo permitiré bajo ningún concepto.

Me temo —dijo el viejo— que nuestra querida Tirma tiene toda la razón

No debería usted apoyar una locura semejante.

Amigo Kirby, yo no la apruebo, como tampoco apruebo lo que va a intentar hacer usted, porque lo considero una sentencia o, mejor dicho, autosentencia de muerte, pero lo apruebe o no, mi opinión es que sin ella no tiene ninguna posibilidad, aunque dudo que con ella tenga muchas.

Es muy explícito.

Ya sabe que no miento, y le aseguro que es así.

De eso Kirby estaba seguro, acababa de recibir una tremenda lección que le sería difícil olvidar.

¿Convencido? —preguntó Tirma.

¾No.

Eres un tozudo.

Lo soy.

¿Qué tendré que hacer para convencerte?

—Nada, pues no lo conseguirás nunca.

Pues vaya...

No me queda más remedio que aceptar, pero eso no quiere decir que me convenzas.

Y empezaron a trazar el descabellado plan. 

*   *   * 

El hombre que compartía el lecho de la emperatriz en aquellos momentos no era su legítimo poseedor. El emperador descansaba en sus aposentos, mientras la que él consideraba su fiel esposa se solazaba en el lecho imperial con Ragon, primer ministro y hombre de confianza del emperador.

Ragon ¿cuándo terminará esta absurda situación? ¾preguntó la emperatriz entre los últimos suspiros, provenientes del último encuentro amoroso,

Paciencia, amor mío, ya falta poco; una vez la Tierra haya sido destruida y sus fértiles territorios pasen a nuestro poder, será el momento que tengo señalado para que nuestro querido emperador se desplace a los territorios conquistados.

¿Y entonces?

La pequeña resistencia terrícola acabará con él.

Perfecto.

—Y además eso me dará una excusa para exterminar a los terrícolas que nos hayan sobrevivido,

Eres un auténtico genio.

No demasiado.

—Sí.

Si tú lo dices...

Lo afirmo, lo digo y lo rubrico.

—Como verás, todo está minuciosamente planeado.

¿Pero cuándo comenzará ese maldito plan? Ardo en deseos de que llegue de una vez esa hora tan señalada.

Mañana es el día del emperador, ¿no?

Sí, y eso ¿qué tiene que ver?

Pues que voy a provocar un incidente en la Tierra que haga precipitar los acontecimientos de una forma efectiva.

¿Cómo?

Mañana enviaremos, con motivo del día del emperador, una nueva nave especial, que será el catalizador que desencadene el conflicto intergaláctico entre la Tierra y Kirgon, de tal forma que acabaremos con sus defensas sin que ellos mismos puedan darse cuenta.

¿Crees que dará resultado?

Me ofendes.

Nada más lejos de mi intención.

Bésame.

Y  volvieron a caer en los deleites de la carne. Los Turegs era una civilización extremadamente ardiente. 

*  *   * 

Kirby caminaba junto a Tirma por las calles de la capital. Parecía que toda la gente había salido a ellas. La fiesta era celebrada con gran alborozo por todos los habitantes de aquel planeta sosias de la Tierra.

Parece que están muy contentos.

Es una vez cada año —explicó Tirma—, A nosotros también nos gusta tener un poco de libertad.

De todas formas veo muchos soldados —observó Kirby.

No es nada comparado con la, vigilancia superférrea que existe el resto del año. De todas formas, ya sabes que todos los tiranos tienen mucho miedo.

Tal vez será porque no tienen la conciencia demasiado tranquila —bromeó Kirby.

Me alegro que conserves el buen humor. Nos hará falta.

Mi querida Tirma, el buen humor es uno de los patrimonios que recibí de mi padre y estoy dispuesto a defenderlo con la vida, si es absolutamente necesario.

Lo será,

¿Te has fijado en aquellos dos?

No demasiado, iba distraída charlando contigo,

Me parece que los he visto antes,

Creo que ves espías por todas partes,

No hago más que seguir tus consejos,

—Tampoco es necesario exagerar.

Puede que tengas razón, pero no me gusta demasiado.

Kirby palpó entre sus ropas su láser. El contacto con él le dio una mayor tranquilidad.

—Entremos —dijo Tirma a la puerta de un establecimiento similar a los bares de la Tierra.

No tendrán whisky, ¿verdad?

¿Y eso qué es?

—Si alguna vez vienes a la Tierra lo sabrás, y te aseguro que te satisfará mucho más que esos potingues que vosotros consideráis tan buenos.

Me gustada ir algún día, aunque sólo fuera para comprobar si es cierto todo cuanto dices de tu idílico planeta.

¡Yo no miento!

¡Calla y entremos de una vez!

Así lo hicieron.

Los hombres que había observado Kirby anteriormente hicieron lo propio.

Estoy seguro de que nos siguen.

—¿Por qué?

—Han entrado detrás nuestro.

Tendrán sed, hoy todos beben, es un día festivo. Sólo pueden hacerlo libremente una vez al año; no veo nada extraño en ello.

Puede que tengas razón. Será mejor que deje de preocuparme tanto, pero la verdad es que no puedo remediarlo.

—Tenemos para unas cuantas horas antes de poder acercamos al palacio;

Lo sé.

Pues será mejor que no lo olvides y que actúes como el resto de la gente, hay que evitar que tu actitud resulte sospechosa a cualquiera de los soldados que pululan por las calles.

—Y ellos, ¿cuándo descansan?

¿Quién?

Los soldados, naturalmente.

—Esos lo tienen todo muy bien organizado, por cada dos días de servicio tienen uno de fiesta,

—Todo un privilegio.

No lo dudes —repuso Tirma, mientras pedía unas bebidas.

—¿Qué es eso que has pedido?

Calla, pueden oírte.

¿Aquí?, más bien creo que no.

En aquel establecimiento había una algarabía tal que resultaba prácticamente imposible que nadie pudiera escuchar nada de lo que hablaba su vecino. La bebida corría a raudales. En el fondo, pensó Kirby que podía considerarse un hombre de suerte, ya que aquella oportunidad sólo se presentaba una vez al año, y él podía gozar ahora, en un momento tan transcendental para la vida de la Tierra como era aquél, de ella.

¿En qué piensas? —le preguntó Tirma mientras le alargaba una copa.

—No, nada, eran sólo disquisiciones mías.

¿Disqui... qué?

Olvídalo, no lo entenderías.

No soy tan tonta como crees.

Lo sé, pero el poder explicártelo requeriría un tiempo del que por desgracia no disponemos.

—¿Tan complicado es?

Ni yo mismo sabría decirlo.

—Anda, bebe y cállate.

Bebieron.

A la salud del emperador —se escuchó una voz que sobresalió sobre las demás.

Todos alzaron sus copas y profirieron el grito de «Salve al emperador».

—Es uno de ellos.

No tengas manías, es uno de los gritos y brindis que verás repetir durante todo el día.

Tal vez Tirma tuviera razón, pero él se senda espiado.

Salieron del establecimiento y se confundieron con la muchedumbre. Ella se colgó de su brazo.

Me gustaría que todo fuera distinto, y así poder disfrutar de este día contigo.

A mí también.

Tirma se acercó a él y le besó en la mejilla.

Kirby sintió un escalofrió.

Le devolvió el beso.

Esta vez la imagen de Isa no apareció.

Siguieron caminando. 

CAPITULO XI 

En el despacho del general Stric, adjunto al consejo de seguridad de la Tierra, donde seguían los debates y las deliberaciones, sin que llegasen a ningún tipo de solución, se encontraban el general y el coronel Smit.

Mi general, con todos los respetos, creo que estamos perdiendo un tiempo precioso del que espero no nos tengamos que arrepentir.

Mi querido coronel, es usted demasiado impetuoso. Debería tomar algo para los nervios.

Qué nervios ni qué niño muerto, estamos jugando con una posibilidad de invasión extraterrestre, la primera que se nos ha presentado, y lo único que se nos ocurre hacer es sentarnos a deliberar como niños caprichosos, sobre si debemos tomar alguna medida o no.

—Una decisión de este tipo debe meditarse muy bien, mi querido amigo.

Sí, y mientras tanto estamos dando ventajas al enemigo.

—Un enemigo que todavía no nos ha declarado cuáles son sus intenciones.

Creo que están muy claras, tenemos un testimonio directo que para mí es determinante — aseveró el coronel, al que aquella pasividad no hacía más que sacarlo de sus casillas.

También podía darse el caso de que hubiesen desistido de su propósito.

¿Qué le hace pensar en ello, mi general?

No es que dude de nuestro intrépido comandante Krony, pero ellos saben que él logró escapar.

De eso no tengo la menor duda.

—Ve, amigo mío, usted mismo me está dando la razón, existe la posibilidad de que ante la circunstancia  de que la sorpresa no pueda producirse, decidan olvidar su estúpido plan de invasión. Deben haberse dado cuenta de que no es tan fácil acabar con nosotros así por las buenas.

No lo creo, señor.

Por lo menos convendrá conmigo en que existe una duda razonable.

—No.

—Smit, está usted obcecado y de esa forma es muy difícil que razone bien, yo creo que hace demasiados días que no descansa.

No estará insinuando que debo tomarme unas vacaciones, precisamente ahora.

Yo no insinúo nada, sólo hago un comentario que me creo en la obligación de hacerle, no como superior suyo, sino como amigo. Hace ya muchos años que nos conocemos, ¿no es cierto?

—Desde luego, señor.

El coronel había captado perfectamente la onda de las manifestaciones del general. Si seguía oponiéndose sistemáticamente al camino emprendido por el consejo podría ser relevado de la Tierra. Eso era al menos lo que pensaba el coronel Smit, y sabía que su ayudante Harry corroboraría sus palabras,

La verdad es que tiene usted razón, señor, estos últimos días han sido muy tensos para mí. De todas formas preferiría no descansar demasiado, le aseguro que podré controlarme en lo sucesivo.

No lo dudo, Smit —asintió el general visiblemente satisfecho por el repentino cambio de actitud que demostraba el coronel Smit. El general, muy pagado de sí mismo, gustaba de un reconocimiento y obediencia ciega en todos sus subordinados, y el coronel lo era.

El timbre del teléfono se encendió. El general lo descolgó.

—Aquí el general Stric. —Smit seguía atento la expresión del rostro del general—. De acuerdo, que pase,     

Colgó el teléfono.

—Es el comandante Krony, he querido tener una entrevista con él, supongo que dará usted su aprobación.

No faltaría más, mi general, pero creía que tras declarar ante el consejo no haría falta más interlocuciones.

Se equivoca, amigo mío, allí hubieron una serie de cabos que quedaron un poco sueltos y me veo en la obligación de intentar esclarecerlos.

¿Quiere que me marche, general?

No, puede quedarse, coronel, será para mí un placer que usted esté presente.

La puerta se abrió, dando paso al comandante Krony. Al fondo del amplio despacho, y tras una enorme mesa, se encontraba el general Stric; frente a él, a su izquierda, el coronel Smit. Krony se quedó firmes en la puerta.

Pase, comandante —le indicó el general.

Este se adelantó hasta llegar a la altura de los dos hombres.

Siéntese, Krony, haga el favor.

Obedeció sentándose en la silla que había al lado del coronel y frente al general.

Espero que se encuentre ya completamente restablecido.

Sí, mi general, muchas gracias.

Krony —prosiguió el general —, le he mandado llamar para tener con usted, y por supuesto con el coronel Smit, un cambio de impresiones a nivel particular. Quisiera saber unas cuantas cosas sobre su estancia en Kirgon y demás.

—Creo que ya lo comenté todo ante el consejo.

De eso estoy seguro, pero existen algunas apreciaciones a nivel personal que quisiera poner a su consideración, Creo que entre los tres podremos sacar mejores conclusiones. ¿Le apetece tomar algo?

Gracias, señor.

El general intentaba crear una atmósfera lo más agradable posible, o así al menos lo pensaba el coronel, aunque no entendía muy bien a dónde quería ir a parar.

Rogers, tráenos unos vasos y una botella de whisky —pidió el general por el interfono— Quiero que dejemos por unos instantes el protocolo militar y que consideremos que somos una pandilla de viejos amigos, lo que en el fondo somos, que estamos celebrando una efemérides importante.

A medida que el general hablaba, Smit se desconcertaba más y más. No podía ni tan siquiera sospechar lo que aquel viejo zorro pretendía, pero dada la experiencia que tenía con él, sabía que todo aquello no era ni mucho menos gratuito,

Rogers entró con la botella y los vasos. Junto a ellos dejó encima de la mesa del despacho una cubitera repleta de cubitos de hielo. Cuando fue a servir el whisky en los vasos correspondientes, observó que el general le indicaba con un gesto que podía marcharse. Sin mediar palabra entre los dos, Rogers dejó las cosas en su sitio, se cuadró y pronunció aquellas palabras, que todos los presentes conocían también.

—¿Ordena alguna cosa más, mi general?

No, puede retirarse,

Y así lo hizo, con la misma diligencia con que había efectuado todos los anteriores movimientos.

Excelente muchacho este Rogers —comentó el general mientras servía los whiskies.

Todos asintieron con la cabeza.

Bueno, ahora me gustaría proponer un brindis.

Y  alzaron sus copas por la paz de las galaxias.

Eso será difícil mientras no derrotemos a los habitantes de Kirgon —apostilló el comandante Krony.

Mi querido amigo —replicó el general—, no estamos aquí, aunque pueda parecer insólito, para discutir de un tema que pertenece exclusivamente al consejo de seguridad. Ya les he dicho que se trata sólo de una reunión de buenos amigos.

—Usted dijo que quería interrogarme sobre el asunto, por eso creí...

Quería que hablásemos de experiencias privadas y personales, que seguro que también existieron a lo largo de esa desagradable aventura.

No entiendo, señor.

El coronel comenzaba a ver por dónde iban los tiros. 

CAPITULO XII 

Ragon estaba mostrándole al emperador desde el cuadro de control del palacio, el despegue de la nave que llegaría a la Tierra en dos días, la cual según el propio Ragon iba a desencadenar la operación K-16.

Habréis podido comprobar que todo está saliendo según lo programado,

Ragon, mi fiel Ragon, no sabéis el placer que me produce contemplar estas imágenes tan reconfortantes, —Se refería a la nave que desde la pantalla describía la órbita de la puerta negra que propiciaba el salto intergaláctico, colocándola en el sistema planetario terrestre.

Pues aún os reservo otro regalo, que espero sea de vuestro agrado.

—Si se trata de una nueva esclava, os ruego que sea sin que se entere la emperatriz, sería capaz de matarme,

No temáis, además se trata de algo que estoy seguro que os producirá un mayor placer,

Me tenéis intrigado.

—Eso es importante, mas tened un poco de paciencia.

Podría ordenaros.

Mi señor, en vuestro día seria cruel, recordadlo.

El emperador era como un niño caprichoso y rebelde, al que Ragon manejaba perfectamente.

¡Hola, esposo mío! ¡Hola, Ragon!

La emperatriz acababa de entrar sin ninguna clase de protocolo.

¡Cómo!, ¡me has asustado! —exclamó el emperador, al que aquella intromisión había molestado en gran manera.

Nada más lejos de mi intención, sólo venía a felicitaros como esposa y sierva.

La emperatriz se había arrodillado ante el emperador, Ragon sonreía al contemplar aquella escena de opereta. La emperatriz abusaba de sus prerrogativas y podía ser peligroso. El emperador era bastante estúpido, pero tampoco había que menospreciarlo hasta ese extremo. 

*   *   * 

¡Cuidado, Kirby! —pudo gritar Tirma, cuando aquellos individuos se abalanzaron contra ellos. Kirby no tuvo tiempo de sacar su láser, dos de aquellos individuos le tenían prácticamente inmovilizado.

Reaccionó con gran rapidez pisando con fuerza el pie de uno de ellos, con tal fuerza, que tuvo que aflojar su presa, al tiempo que profería un tremendo grito de dolor.

¡Maldición!

Lo siento por ti.

Sin casi dejar reaccionar al otro, lanzó su puño derecho contra su rostro, con tal potencia que éste aflojó completamente su presa, luego le aplicó un golpe con el canto de la mano en el cuello que dio con él en el suelo, dejándole sin sentido.

¡Escapa, Tirma!

Los que la sujetaban la dejaron para lanzarse contra él. Kirby se lanzó al suelo, evitando la primera embestida, y aprovechando para sacar su láser del bolsillo.

Llegó justo a tiempo de disparar. Los dos Turegs cayeron fulminados.

¡Vamos, Tirma, no hay tiempo que perder, la alarma ya está dada! —dijo mientras la cogía por el brazo y la arrastraba lejos de allá. Todo sucedió con una rapidez endiablada, sin que nadie de los que estaban a su alrededor tuviese tiempo de reaccionar.

Corrieron entre la multitud, abriéndose paso como podían, la alarma había sonado, era difícil que pudiesen seguirles, debido al enorme desconcierto que se había organizado tan sólo en unos segundos,

Da la vuelta por la primera bocacalle, es nuestra única oportunidad —dijo Tirma.

—De acuerdo. ¿Puedes seguir?

No te preocupes por mí y corre sin parar.

Así lo hicieron.

Al llegar a la esquina doblaron.

—¡Al fin, estamos salvados!

Su alegría duró muy poco, esta vez Kirby no pudo usar el láser, pues se lo arrebataron en seguida y antes de que pudiese utilizar sus puños o sus pies perdió conciencia de si estaba vivo o no. Un golpe en la cabeza le envió, sin él quererlo, en brazos de Morfeo.

—Tú, supongo que serás más razonable —dijo el que parecía el jefe de la patrulla a Tirma.

¿Qué le habéis hecho? —preguntó mientras forcejeaba inútilmente con dos soldados.

—Si hubiésemos querido matarle ya lo habríamos hecho la primera vez, y nos habríamos ahorrado dos muertos. Por suerte para él, Ragon lo quiere vivo.

Tirma, cuando sintió el nombre del brazo derecho del emperador, tembló como jamás había supuesto que pudiera temblar.

*   *   * 

La luz verde indicó al emperador que alguien le llamaba.

¿Quién osará molestarme hoy? -—preguntó el emperador.

Permitid que conteste, señor; me permití el atrevimiento de ordenar a mis hombres que me avisasen en cuanto tuviese preparada la sorpresa que reservo para mi emperador, del universo entero. Espero que no habré ido demasiado lejos en mis atribuciones —se excusó Ragon ante emperador y emperatriz.

—En absoluto, mi fiel Ragon, puedes contestar. Tienes mi permiso, confieso que estoy impaciente por ver cuál es esa otra sorpresa que me tenéis preparada, pues después de la que ya he tenido no sé qué pensar.

Gracias, señor —Se fue hacia la luz verde y pulsó el botón del interfono—. Aquí Ragon, ¿quién habla?

Señor, ya tenemos al extranjero.

Entonces dad la alarma roja y dejadlos en mi sala, dentro de unos minutos voy para allí. ¿Os ha costado mucho?

Dos hombres muertos, y el terrícola está inconsciente en estos momentos. Es un hombre peligroso, le hemos atado, no tardará en despertar.

Quiero que esté despierto para cuando yo llegue. Hacedlo como queráis, pero hacedlo,

No sufráis, señor, vuestras órdenes serán cumplidas, ¿alguna cosa más?

—No.

Ragon volvió al centro de la sala. En la cara de la emperatriz había un  interrogante que éste disipó con un gesto; el emperador por su parte mostró un súbito interés por todo aquello. Ragon sin embargo sabía que cualquier cosa, por superflua que fuese, distraería muy pronto la atención del mismo, y eso era algo que a él le interesaba mucho en aquellos momentos trascendentales para su diabólico plan. Dentro de muy poco, antes de lo que nadie pudiera imaginar, sería emperador de dos planetas separados entre galaxias y controlando la mayor parte de ellas,

—¿Está todo bien, Ragon?

Perfectamente, señor,

—¿Puedo saber ya de qué se trata?

Dentro de una hora lo sabréis.

—¿Y por qué no ahora ya?

Porque quiero que lo veáis con vuestros propios ojos. Si os lo contase tal vez no dieseis crédito a mis palabras.

—Sois especialista en picar mi curiosidad,

Intento agradaros en la mayor parte de cosas, dentro siempre de mis modestas posibilidades.

La emperatriz salió en auxilio de Ragon, pues éste corría el riesgo de que su esposo se impacientara y cometiese alguna de sus múltiples tonterías, a las que por desgracia era él tan propenso.

—¡Esposo mío!

Decidme, mi bien.

Debéis confiar en Ragon, es vuestro servidor más fiel y si está creando ese clima de misterio, estoy segura de que será buscando algo que os agrade en sobremanera; no puede ser de otra forma.

Gracias, mi emperatriz, me abrumáis con vuestra amabilidad.

— Pillín —sonrió el emperador—, os ha salido una estupenda defensora.

Y  era cierto.

El emperador no sospechaba nada. 

*    *   *  

Rony, creo que ha llegado el momento —fueron las palabras de Risca.

¿Se ha dado la señal?

—Sí, no sé cómo lo habrá conseguido, pero lo cierto es que lo ha logrado; ahora viene nuestra parte.

Todo está listo.

Me parece mentira, pensar que podemos ser otra vez ciudadanos libres.

Aún nos queda mucho que hacer —replicó Rony, que estaba visiblemente emocionado por el éxito del capitán, ignorando como Risca que era una trampa que había urdido Ragon para matar dos pájaros de un tiro, y que el segundo pájaro eran ellos.

Todos estaban en sus puestos preparados para salir de su refugio y cruzar el río rojo.

—Cuando usted disponga, Risca; todos están preparados esperando sus órdenes.

Nunca me ha gustado mandar.

Bueno, digamos sus sugerencias.

—De acuerdo, adelante.

Y todos comenzaron a salir del exilio.

Una monstruosa trampa los esperaba detrás del río rojo. 

*   *   * 

—¡Conque tú eres el famoso capitán Kirby! Vaya, ya tenía ganas de conocerte —La sonrisa de Ragon era diabólica, pues como casi siempre su rostro mostraba una satisfacción por lo que él consideraba su más astuta victoria.

¿Y tú quién eres, chivo asqueroso? —Kirby estaba furioso y no podía disimularlo. Además no creía que valiese la pena, había fracasado en su intento, y estaba casi seguro de que no tendría una nueva oportunidad,

Que te lo diga ella que me conoce muy bien, ¿no es así, querida Tirma?

Es Ragon. El brazo derecho del emperador.

Pues tiene pinta de cerdo.

Esa es una reacción típicamente terrícola y no sirve para nada aquí. Vuestra inteligencia es muy inferior a la nuestra. Has perdido, tienes que reconocerlo, y así te ibas a evitar muchas molestias,

Me imagino que a ti no te importará mucho saber que a mí puede que sí que lo hayas logrado, pero aún queda gente suficiente para oponerse a los cerdos de tu especie.

Kirby estaba fuera de sí. Pensaba en Tirma, qué estaba allí con él en una situación embarazosa tan sólo por su culpa; debía haber emprendido la aventura solo,

Fue una temeridad por tu parte —prosiguió Ragon— el menospreciamos. Hemos seguido todos tus pasos desde que cruzaste el río rojo. Incluso lo que los rebeldes y tú pensasteis que había sido un fallo nuestro al llevar vuestra nave a la zona rebelde, no fue sino parte de un plan que culminará hoy con la captura de tu compañero Rony y todos los rebeldes.

Eso lo veo difícil —respondió Kirby, recobrando un poco el dominio si mismo ante la estúpida aseveración de aquel ser deleznable.

Según me han comunicado, hace escasos minutos están a punto de cruzar el río rojo, creyendo los muy estúpidos que tu misión de destronar a nuestro emperador ha sido triunfal,

No puede ser.

Lo es, no tardarás en verlo con tus propios ojos.

La cólera volvió al rostro de Kirby, pero era una cólera bien distinta de la que había sentido hasta aquel momento. Esta vez era producto de la impotencia, Ragon tenía razón y aunque le doliese tener que reconocerlo, aquel hombre poseía una inteligencia diabólica. Era muy peligroso, tal vez sin su concurso la democracia, al igual que en la Tierra, podría reinar en Kirgon, pero aquello era una utopía. Él estaba ahora atado de pies y manos y sus amigos lo estarían dentro de poco.

Pienso regalarle al emperador en su día las cabezas de Risca y la tuya, y yo conozco al emperador, no las tendría todas conmigo, con él es muy fácil perderla cuando uno menos se lo piensa,

Aquí puede que nos hayas vencido, pero jamás conquistarás la Tierra.

Siento contradecirte, admirado capitán, los habitantes de tu planeta son bastante más estúpidos que tú, y ellos mismos se meterán en la trampa que me he dignado prepararles, a fin de que terminen de la forma más rápida. La Tierra será una más de las conquistas de Kirgon, Nosotros somos los únicos dignos de dominar el universo.

¡Estás loco, Ragon!

Puede que sí, tal vez tienes razón.

Estoy seguro que la tengo.

Pero en todo caso mi locura es una locura constructiva.

Antes de salir dio orden de que los prisioneros fuesen preparados para el emperador. 

*    *   * 

Sólo cruzar el río e internarse en el sendero que llevaba a la ciudad de Rony, Risca y sus hombres fueron capturados con una facilidad pasmosa.

No entiendo nada —decía Rony mientras los conducían a palacio.

Ese privilegio fue exclusivo de Risca y Rony, el resto de los que formaban el grupo de rebeldes fue conducido a unas mazmorras desde donde serían ajusticiados al amanecer, según la costumbre implantada por Ragon, dueño y señor de las cárceles de Kirgon.

Es muy sencillo —le dijo Risca —, Kirby ha sido atrapado, y nosotros hemos caído como chiquillos en la más ingenua de las trampas. Debí pensarlo.

Maldita sea: la culpa es mía, Risca, yo le aseguré que el capitán no podía fallar.

—Y yo llegué a creerlo, tal vez porque necesitaba hacerlo. Creo que es mejor morir por la libertad que vivir como cucarachas encerradas. Sólo lo siento por mis hombres, ellos tenían una fe ciega en mí, y les he llevado a la muerte.

Supongo que también opinan como usted.

Me gustaría poder creerte,

Esta vez sí que puede hacerlo.

Rony sentía una extraña sensación, sabía que iba a morir y no le importaba, la presencia de ánimo de hombres como su capitán, y ahora aquel ser que se enfrentaba a su destino con una parsimoniosa tranquilidad, y al que sólo preocupaban sus hombres. Que seguro que hubiese dado gustoso su vida por ellos.

Era todo un ejemplo de solidaridad.

Cuando llegaron a palacio, los llevaron enseguida a los aposentos donde estaban encerrados el capitán Kirby y Tirma.

Mi capitán —exclamó Rony alborozado—, me alegro de verlo.

Preferiría que nos hubiésemos encontrado en otra circunstancia.

Y Rony sabía que tenía razón. 

CAPITULO XIII 

El emperador había llamado a Ragon, y éste se presentó sin saber que iba a ser la última vez que sus ojos contemplarían el sol de su planeta.

¿Me habíais llamado?

Sí, estimado Ragon, tengo algo que comunicaros.

Os escucho, majestad,

¿Cuándo pensabais asesinarme?

La pregunta golpeó la estancia como una pesada losa.

No entiendo qué queréis decir.

Ragon, no os hagáis el tonto, me entendéis perfectamente.

—Supongo que se tratará de una broma.

—No.

En aquel momento entró la emperatriz.

—Supongo que no lo negaréis.

¿Qué significa esto? —preguntó Ragon a la par que sacaba un estilete y se lanzaba contra el emperador.

No pudo llegar a su objetivo, Rilei fue más rápido e hizo fuego alcanzándole en plena cabeza. Casi ni se dio cuenta. Realizó una extraña pirueta en el aíre y se desplomó en el suelo para siempre.

Gracias, Rilei, tan oportuno como siempre.

Siempre a las órdenes de mi emperador.

Fue una suerte, esposa mía, que Rilei descubriese el complot.

Fue maravilloso, esposo mío. Pero, ¿cómo llegó a descubrirlo?

La emperatriz estaba lívida, temerosa de que pudiera descubrirse toda la verdad, ahora que Ragon había dejado de existir. Ella era la única que conocía con detalle los planes de éste y aun no todos.

Fue por medio de uno de los sicarios de Ragon, Rilei escuchó algo no hace muchos días y le siguió.

No fue muy difícil hacerle hablar —dijo Rilei mientras sonreía y mostraba sus horribles dientes.

Ya lo veo. Recibid mi agradecimiento, junto con el de mi esposo.

Es un honor para mí.

Está bien, Rilei, llévate el cuerpo de ese asqueroso y espera mis nuevas órdenes.

—Será como mandéis.

Rilei cogió el cadáver de Ragon, como si de una pluma se tratase y salió de la estancia. El emperador no parecía demasiado satisfecho, eso molestó a la emperatriz que estaba atemorizada. No sabía, y seguro que sería imprevisible saber las reacciones de su esposo a partir de aquel instante. Desde luego todo podía saltar por los aires en cualquier momento. Tan sólo ella podía seguir los planes de Ragon, pero ignoraba con cuánta gente fiel contaba, y eso era un gran hándicap.

Nunca me lo hubiese imaginado.

¿El qué?

La traición de Ragon,

—Yo también dudé, pero ante la evidencia... Además, querida, debo agradecer tu colaboración, has dado el golpe. El desgraciado creía que veía visiones, tan seguro como estaba de la inmunidad con que yo le dispensaba.

—Te hubieses dejado asesinar por él, tanta fe le tenías.

Eso es precisamente lo que quería hacer.

Cuánta ambición.

En demasía es peligrosa.

Pues ¿no tenía mucho poder?

Después de mí era el que más tenía de todo el imperio.

¡Qué barbaridad!

Por lo visto no era suficiente, quería más, sin saber que el emperador es infalible y nada se puede contra él.

La emperatriz pensó que aquello le iba a endiosar todavía más, lo que no estaba dispuesta a tolerar, por lo que decidió pasar a la ofensiva sin más dilación.

¿Qué pensáis hacer con los prisioneros?

—Tienes razón, se me había olvidado. Diré a Rilei que los traiga a mi presencia, voy a interrogarlos. ¿Te gustaría presenciarlo?

Nada me haría tan feliz.

Pronto verás la justicia del emperador.

Será un placer.

Estaba seguro que así sería. 

CAPITULO XIV 

Los prisioneros fueron conducidos a presencia del emperador entre impresionantes medidas de seguridad.

Bueno, ¿qué voy a hacer con vosotros? —preguntó el emperador.

Lo que os diga Ragon, supongo respondió el comandante Krony,

Sí, tal y como suena, en aquella sala estaban Krony, la princesa, Kirby, Tirma, Rony y Risca.

No me habléis de ese traidor, ya ha dejado de existir, como os ocurrirá a vosotros y a todos los habitantes de la Tierra,

¿Para qué queréis destruir la Tierra? —preguntó Kirby.

Es necesario que así sea, lo necesita el pueblo, él lo pide.

Eso no es cierto —era la voz de Tirma, la que se levantó indignada al oír aquella sarta de estupideces.

—¿Quién eres tú?

—Una Turegs —respondió ella—. Lo que demuestra que no todo tu pueblo está contigo, en esas ideas estúpidas.

¿Cómo te atreves a hablarme así? —rugió el emperador.

Calma, esposo mío — se interpuso la emperatriz —, creo que será mejor dejarles hablar, tal vez tengan algo interesante que explicarnos ames de que los hagas suprimir.

Ella habla así porque era la amante de Ragon afirmó Risca dejando sorprendidos a todos los presentes.

— Eso es mentira —bramó indignada la emperatriz a la vez que sacaba una daga y se abalanzaba sobre Risca, al que atravesó antes de que nadie pudiera reaccionar.

Atrapadla —ordenó el emperador.

Los soldados la cogieron, inmovilizándola.

Eso te ha delatado. Lleváosla y que no vuelva a verla jamás.

Aquello era una auténtica sentencia de muerte. El pobre Risca yacía en el suelo sin vida.

Me parece, emperador, que vos desconocíais muchas de las cosas que se hacían en vuestro nombre —dijo Krony—, y entre ellas la necesidad de conquistar la Tierra, planeta que por otra parte es el único de todas las galaxias que es igual que Kirgon, lo que debería ser un motivo de ayuda e intercambio recíproco, para bien de ambas civilizaciones.

Yo apoyo las palabras del comandante —prosiguió Kirby— y ella —refiriéndose a Tima—, como súbdita vuestra, podrá relataros un poco tal como está la situación.

Y  así lo hizo.

El emperador no fue demasiado difícil de convencer, ahora sólo quedaba un pequeño detalle, pues ya sabían que los dobles de Krony y la princesa estaban en la Tierra, así como la nave que había despegado a fin de hacerles caer en la trampa y conseguir que enviaran sus tropas a una verdadera matanza. Ahora las naves de Kirgon no atacarían a las de la Tierra, ya que tendrían paso franco por la puerta intergaláctica, pero había que evitar que ellos comenzaran un ataque, que sí entonces haría irremediable la guerra.

Debemos evitarlo —dijo Kirby.

El emperador nos presta una nave, iremos los dos si le parece —explicó el comandante Krony.

Será un verdadero placer.

Yo también voy contigo — interfirió la princesa, colgándose mimosa del brazo del comandante.

No puede ser.

Es una orden.

No puedo obedecer.

Ya mandarás cuando nos casemos.

Enhorabuena, mi comandante —felicitó Kirby.

Gracias —respondió éste azarado y rojo como un tomate—. Bueno, es hora de partir.

Yo voy con vosotros —insistió la princesa, y ya se sabe lo que sucede cuando una mujer se empeña en conseguir algo. Lo consigue, de eso no existe la menor duda.

Partieron rumbo a la Tierra.

—Espero que aún no estén en camino hacia este tugar.

—Esperemos,

Son siempre lentos en tomar posiciones.

Pero en el fondo sentían una tremenda inquietud al ignorar cuál sería la situación y qué clase de mal habrían hecho los dobles del capitán y la princesa, que aunque a ella no se lo habían dicho Krony y Kirby temían por el padre de ésta. Tenían que reconocer que el plan de Ragon era o mejor dicho había sido prácticamente perfecto.

Pronto volveremos a casa, tengo unas enormes ganas de llegar —dijo Rony en un tono nostálgico—, aunque voy a extrañar la compañía de Risca, pues era un gran hombre. La vida es injusta.

No temas, Rony —prosiguió Kirby—. Sé que Risca estaría satisfecho con la libertad de su pueblo, y ésta se ha conseguido gracias a su sacrificio, esto nunca podrá ser olvidado por los suyos. Es, desde luego, una verdadera lástima. Seres como él no deberían morir nunca.

—¡Comandante, capitán!

¿Qué sucede? —preguntaron al unísono.

Estamos a cinco minutos de la puerta negra.

Fijad las coordenadas.

Fijadas están.

Motor a tres mil.

A tres mil, señor.

Pues vamos allá.

Entrando.

Y la nave se perdió por unos instantes entre la negrura del espacio intergaláctico. 

*    *   * 

Habían llegado a la Tierra, tras encontrarse en el camino las naves que comandaba personalmente el coronel Smit, Llegaron después de esto sin novedad.

El comandante y la princesa anunciaron su compromiso con el beneplácito de todos.

Kirby se encontraba en casa del coronel.

¿Cómo los descubrieron? —preguntó Kirby.

No creas que fue fácil —respondió —, debo confesar que a mí consiguieron engañarme completamente, pero el viejo sabueso...

—¿Se refiere al general Stric?

Sí, hijo mío, el mismo, pero oye, ¿cómo lo sabías?

Señaló hacia el lugar donde se encontraba Isa, la hija del coronel.

Eso es una trampa asquerosa.

Y luego todo fue muy fácil, aquellos dobles nos dieron la clave.

Estas palabras las dijeron ambos jóvenes a coro, provocando la indignación del coronel, que se marchó refunfuñando.

¡Iros al diablo!

Los dos jóvenes se abrazaron sonriendo.

Lo importante es que ya estamos juntos, ¿no te parece?

—Sí, Isa, y además que ya no existe peligro de guerra ni de destrucción.

¡Bésame! —pidió ella.

Sus labios se unieron en un interminable beso.

Eran fuertes.

Eran jóvenes.

La imagen de Tirma pasó durante un momento por la mente de Kirby, luego su mirada sonrió. 

FIN