Adolf Quibus es el catalán Adolfo Quibus García (no tuvo que pensar mucho para buscarse un seudónimo). Es un autor menor, con poca presencia en las Editoriales de entonces. Destacan sus novelas "Misión suicida", bélica, de la colección Metralla (ECSA), "El poder de Niceo", ciencia ficción, de la colección "Héroes del Espacio" (CERES) y esta "Kirgon", de la misma colección de la anterior, publicada por Ceres
CAPITULO PRIMERO
— ¡Mi capitán!, aquí es el lugar.
— ¿Está seguro, Rony? —preguntó el capitán de la
nave de rescate Julius, que había salido de la Tierra en rescate del comandante
Krony y la princesa Libstsy, desaparecidos hacia unas semanas en las profundidades
del espacio infinito.
— Sí, mi capitán, no me cabe la menor duda; la última
vez que transmitieron fue desde aquí mismo.
—Bueno,
ahora es cuando comienza lo verdaderamente difícil —dijo el capitán—, ¿no le
parece, Rony?
Este
asintió con la cabeza, sabía que el capitán tenía razón.
— Por desgracia, mi capitán, desde este lugar han
podido seguir infinitos caminos, sin dejar... —Rony se interrumpió.
—No
se calle, Rony, lo sé; seguramente lo más fácil es que haya sucedido así, pero
le puedo garantizar que no abandonaremos esta misión hasta que tengamos la
certeza de que su muerte es un hecho cierto.
—Lo
sé, señor, —Rony sabía que el capitán no bromeaba, así como que una de las
posibilidades que concurrían en aquella extraña misión de rescate era que no
encontrasen jamás al comandante y la princesa, lo que supondría sin lugar a
dudas un vagar por el espacio sin posibilidad de regreso a la Tierra. Su mente
recordaba a sus seres queridos que esperarían en vano su regreso. Claro que aún
era muy pronto para pensar en ello.
—Veamos
qué posibilidades tenemos.
— Esto es como la lotería, señor.
Una
enorme sacudida lanzó a los dos hombres al suelo de la nave, de tal forma que
el capitán se golpeó en la cabeza al caer y perdió el conocimiento. Rony fue
más afortunado y, tras pasar el momento de la sacudida, que no duró más allá de
unos treinta segundos, pudo incorporarse aquejado tan sólo de un golpe en el
costado izquierdo. Se dirigió con rapidez a auxiliar a su capitán.
— ¡Capitán, capitán!
Era
inútil, éste se hallaba completamente inconsciente. Fue hacia el
intercomunicador de la nave. Pulsó el botón de emergencia. Durante unos
segundos esperó una contestación, que no llegaba. Volvió a insistir. Nada,
parecía como si del otro lado todo hubiese dejado de existir.
«No
puede ser —se decía—, todo está correcto y la señal llega nítida, ¿en qué
estarán pensando estos holgazanes?»
Por
un momento, tras insistir por tercera vez, el pánico se apoderó de todo su ser.
Con la sacudida, algo había ocurrido al resto de la tripulación. El capitán
estaba inconsciente y a los otros podía ocurrirles lo mismo. Pulsó el botón de
abertura del computador de la nave, para comprobar las coordenadas de navegación.
Este no funcionaba, lo que significaba que se encontraban poco menos que a la
deriva, Y lo que era mucho más grave, de no poder arreglarlo seguirían así
hasta la más dura y cruel de las muertes. Por un momento, y como una estela
fugaz pasó por su mente la imagen del comandante y la princesa.
«Tal
vez a ellos les sucediese lo mismo», pensó.
Fue
hacia el extracomunicador, a fin de intentar que desde la Tierra le pudieran
dar instrucciones sobre aquella emergencia. Todo fue inútil, se había perdido
el contacto, estaban completamente aislados de todo mundo viviente.
Aseguró
al capitán para evitar que una nueva sacudida pudiera afectar su integridad
física y salió del puesto de mando hacia el resto de la nave, teniendo que
utilizar el rayo ultrasónico de emergencia para abrir las puertas que
comunicaban el puesto de mando con el resto de la tripulación. Lo que pudo ver allí
le produjo unas enormes náuseas y ganas de devolver. Estaban todos muertos. En
sus rostros, o mejor dicho lo que de ellos quedaba, ya que era imposible
reconocer quién era quién, había marcado un estigma monstruoso. Como si al
escaparse la vida de sus cuerpos hubiesen llegado al súmmum del sufrimiento. Un
sufrimiento que iba más allá de lo natural, para convertirse en algo diabólico.
Regresó al puesto de mando y volvió a cerrar la puerta, pues ya nada se podía
hacer por ellos. El capitán seguía inconsciente, en la misma postura que lo
había dejado. Algo no estaba muy claro en todo aquello. Lo que fuera, había
actuado contra todos, menos ellos. Había respetado el puesto de mando, y eso
debía tener una explicación, aunque en aquellos momentos fuese incapaz de dar
con ella. La nave estaba protegida por igual, y no se veía motivo aparente para
que la zona en la que se encontraban tuviera una especie de bula, a no ser que
hubiera una razón especial para ello. Cuanto más lo pensaba más y más se convencía
de que éste era el motivo, pero ¿por qué? Una pregunta que le martilleaba el
cerebro con violencia.
Los
minutos transcurrían con una velocidad escalofriante, sentía un golpetear en
sus sienes con rapidez y fuerza. Era una sensación indescriptible, por un momento
la imagen de su casa volvió a él desde que habían llegado a las coordenadas correctas
de la desaparición de la princesa y el comandante en su nave AX-77.
¿Sería
aquello el principio del fin?
El
capitán comentó a moverse.
«Menos
mal», pensó, pues con un poco de suerte no estaría solo en aquel viaje.
Poco
a poco, el capitán Kirby fue recuperando el sentido. Rony le explicó cómo pudo
y lleno de una gran emoción, cómo se habían ido desarrollando los
acontecimientos durante aquellos últimos minutos, que en realidad parecían tan
intensos como si fueran siglos.
— ¡Es horrible! —exclamó el capitán.
— Más de lo que pueda desprenderse de mis
palabras.
Y
eso no es lo peor, estamos vagando hacia
no sé qué lugar y sin ninguna posibilidad de control de la nave por nuestra
parte,
— ¿Ha probado el control manual?
— Confieso que no se me había ocurrido —se lamentó
Rony, al que aquel descuido le parecía completamente fuera de lugar,
«Un
fallo imperdonable», se dijo.
— No se preocupe, Rony, dadas las circunstancias
era más que normal que no se le hubiese ocurrido. Por otra parte, estoy
orgulloso de sus reacciones primarias, que debo reconocer han sido fantásticas
—aseguró el capitán para levantar la moral de su oficial y único superviviente
de su tripulación en aquellos momentos. Una de las mejores tripulaciones que
habla tenido la suerte y el orgullo dé mandar, y que ahora estaba destrozada
sin que él, su capitán, hubiera hecho nada para salvarla. Le atormentaba esa
idea más que la fuerte contusión que tenía en la cabeza, cuyo dolor era bastante
agudo.
— Gracias, señor, en seguida paso a manual.
Hizo
las operaciones necesarias, y la pantalla les mostró algo que todavía les
produjo más desconcierto.
— Parece increíble, señor.
— Sí, Rony, pero me imagino que, puesto que lo
vemos los dos, se trata de la realidad.
Y
así era.
La
nave reposaba en sitio fijo, no se movía. Estaban en algún planeta de alguna
galaxia. Al fondo se veía vegetación exuberante como la de las selvas amazónicas,
lo que les indicaba que la atmósfera era similar a la de la Tierra. El cómo
habían llegado hasta aquel lugar era uno más de los misterios a añadir al
sumario.
— Si no fuera porque es imposible, señor, diría
que hemos regresado a casa.
— A mí también me lo parece, pero sé que no es posible.
Por otra parte, en nuestra posición, me refiero a la que teníamos antes del
incidente, por llamarlo de alguna forma, no había ningún lugar parecido en infinidad
de años luz de distancia.
— Todo esto es muy extraño. Si al menos pudiéramos
disponer de la computadora...
— Debemos intentar repararla, Rony.
—Cuente
conmigo, señor.
— Gracias, Rony, no esperaba menos de usted; me
gustada ver hasta dónde han llegado los desperfectos.
Se
pusieron manos a la obra. En aquellos momentos era preciso actuar con la máxima
celeridad posible, y sobre todo no pensar en nada que pudiera distraerles de su
objetivo principal.
Tras
revisar el cuadro del cerebro electrónico, el capitán lanzó un silbido.
— ¿Ve lo mismo que yo?
— Sí, mi capitán —-respondió el oficial.
— Parece obra del demonio.
— Si existe el infierno, señor, creo que estamos
en él.
— Puede que tengas razón.
Aquello
estaba completamente destrozado. Diluido como si de una barra de mantequilla se
tratase.
— Pero lo más curioso es que por fuera está completamente
intacto.
— Así es, lo que nos hace pensar que el fenómeno
que nos ha sucedido ha sido provocado por algo o alguien, y por supuesto
intencionado.
— Había pensado, señor —dijo Rony—, que al comandante
y a la princesa pudo sucederles lo mismo.
—No
vas muy desencaminado, desde hace algún tiempo yo también estaba pensando lo
mismo, aunque lo que me resulta más difícil saber es si han corrido la misma
suerte que nosotros o en su defecto el mismo que el resto de la tripulación.
— Será difícil saberlo.
— Encerrados aquí por supuesto que sí, pero...
— Tendremos que salir.
—Cogeremos
el mínimo equipo, si es que al menos el analizador de componentes o los láser
están aún en uso.
Rony
comprobó uno de los analizadores y por suerte aún funcionaba.
— ¡Es el único, señor!
— Suficiente.
— ¿Los láser están en buen estado? —pregunto
Rony.
— Me temo que sólo los que llevamos en nuestro
cinto.
No
era mucho, pero menos daba una piedra.
Se
equiparon con traje espacial y se dispusieron a salir al exterior.
Descendieron
por la escalera de emergencia. Lentamente. El capitán puso en marcha el
analizador. Al llegar al suelo hizo indicaciones a Rony de que podía quitarse
el casco.
— El aire es respirable para nosotros. Está compuesto
exactamente igual que el de la Tierra. Siempre resulta reconfortante saber que
uno se encuentra en un lugar similar al de su origen.
— Desde luego, señor —el timbre de la voz de Rony
no era precisamente el de la convicción,
— No parece muy convencido.
— La verdad es que no lo estoy demasiado, señor.
Todos estos acontecimientos se han sucedido de una forma demasiado rápida. Se
han ido encadenando sin solución de continuidad.
— Rony, creo que usted y yo las hemos pasado de
casi todos los colores.
— Ahora lo ha dicho usted, de casi todos.
—Confieso
que en eso tiene razón, éste es uno de los colores más macabros que haya visto
jamás.
Caminaron
por aquella jungla analizando árboles y plantas, y tomando unas muestras del
terreno. No había duda, se hallaban en un planeta sosias de la Tierra. Tenía
que estar habitado. La vida existía, pero ¿de qué forma? Esa pregunta
inquietaba al capitán Kirby. Pero no se la transmitió a Rony, quería conservar
la moral de aquel hombre, que sin lugar a dudas era uno de los mejores que
habla tenido bajo sus órdenes.
—Deberíamos
enterrar a los hombres —dijo Rony.
—Sí,
es lo primero que debemos hacer.
Y así lo hicieron.
CAPITULO II
Llevaban
un par de horas caminando por aquella espesa jungla.
— Mi capitán, ¿no siente como si alguien o algo
nos estuviera observando?
—Hace
ya bastante rato que me he dado cuenta, Rony, pero es mejor que lo que sea no
se percate de que estamos alerta. De todas formas abra bien los ojos, cualquier
cosa puede suceder, y es mejor que estemos prevenidos,
—De
acuerdo, señor.
Siguieron
avanzando lentamente como si nada les preocupase de una forma particular. Al
fondo de aquel enmarañado de árboles y plantas, pudieron vislumbrar una especie
de planicie al fondo de la cual se veía un rio de color rojo. Un impulso de
salir corriendo de la jungla hacia el espacio libre les recorrió todo el
cuerpo.
— Me imagino que está pensando lo mismo que yo
—dijo el capitán,
— Sí, señor, pero supongo que no lo considerará
prudente.
—Así
es, mi querido amigo. —Por primera vez, en todos los años que Rony servía a las
órdenes del capitán Kirby, éste le trataba con aquella familiaridad.
Siempre
se había portado bien con él y por nada del mundo hubiese deseado otro jefe que
no fuera aquél. Aquella muestra de amistad dio a Rony una fuerza de la que había
carecido desde el accidente, o lo que fuera.
Siguieron
caminando con el mismo paso. Observando el camino, mirando los extraños
árboles. Cada vez notaban más la vigilancia de la que eran objeto, casi notaban
el aliento, era como un baño de terror, más que de sudor, el que invadía sus
cuerpos.
Por
fin llegaron a la planicie sin que fueran molestados por nada ni por nadie,
parecía que aquello estaba completamente deshabitado; sin embargo, la sensación
de que eran vigilados se hacía cada vez más angustiosa.
— ¡Vamos hacia el rio!
— El agua, o lo que sea ese líquido, tiene un
color algo raro.
— Parece sangre —dijo el capitán—. De todas
formas, con un poco de suerte podremos analizarla y saldremos de dudas.
En
pocos minutos llegaron a la orilla de aquel extraño rio.
— ¿Qué opina, mi capitán?
— No sé qué opinar.
Colocó
el analizador del líquido y pulsó el botón de análisis. De repente, Rony pudo
ver cómo la cara del capitán sufría una transformación.
— ¿Qué sucede, capitán? —preguntó Rony aterrado,
— |Es sangre, Rony! Es auténtica sangre humana.
— ¡Así es, caballeros!
Se
giraron rápidamente y pudieron ver a un ser de aspecto humano vestido con una
túnica verde y cuyo rostro estaba poblado por una larga barba de color
amarillo. Sus ojos eran rojos como la sangre que corría por aquel extraño tío.
— ¿Quién es usted? —preguntó el capitán, mientras
con su mano derecha intentaba sacar el rayo láser,
— Yo de usted no lo haría —sugirió el extraño
ser, indicándole al capitán con la vista que mirase a su alrededor.
Estaban
rodeados por cientos de aquellos seres de aspecto humano, vestidos con
primitivas túnicas. El capitán dejó el pequeño láser e indicó a Rony que
hiciera lo mismo.
—Veo
que es usted razonable,
— Práctico, sólo práctico. De todas formas, me gustaría
mucho volver a repetirle la pregunta anterior.
— Quiere saber quién soy yo, ¿no es eso?
— Exactamente,
— Y, claro, eso es lo primero.
— No veo otro caso...
— Claro, ustedes los terrestres siempre tan
jactanciosos. No se ha parado a pensar que lo primero que se hace cuando se
invade un territorio que no es el de uno, es identificarse primero y preguntar
después.
—Usted,
por lo visto, ya sabe quiénes somos, o al menos de dónde venimos, lo que obvia
toda clase de explicaciones por mi parte.
El
extraño ser guardó silencio durante unos instantes, Sus grandes ojos de pupilas
rojas miraban a los dos hombres con fijeza y frialdad, capaz de poner los pelos
de punta al más templado de los mortales. Mientras tanto el resto de los seres
que les rodeaba permanecían quietos y en uno de los silencios más espantosos.
— No hablan su lengua —interrumpió el silencio
aquel ser como si hubiera leído el pensamiento del capitán—. Sí, puedo leer su
pensamiento, capitán, y creo que sé algo de su princesa y su comandante.
— ¿Están vivos?
—Según
mis últimas noticias sí, pero le ruego que no se impaciente, podría resultar
perjudicial para su salud, soy el único que habla su jerga y creo que les
interesa saber que también soy el único que está interesado por su especie,
— ¿Es usted un científico? —preguntó el capitán.
— Es la forma que tienen ustedes de llamarlo, sí,
creo que sí.
— ¿Cómo llegamos hasta aquí?
— Esa pregunta no se la voy a contestar de
momento. Creo que más adelante podré hacerlo. ¡Grpad! —exclamó el extraño ser,
y, como si aquella extraña voz hubiera sido un resorte, diez de aquellos seres saltaron
sobre Rony y el capitán inmovilizándolos por completo. Una vez éstos estuvieron
sin posibilidad de reacción, fueron despojados de los láseres.
—Es
una simple precaución, la raza humana es demasiado impulsiva y muy dada a
cometer tonterías.
— ¡Esto es un maldito atropello...!
—Guárdese
sus insultos, capitán, aquí no le van a servir de nada. Me gustaría que fuese
usted mi huésped, creo que siempre es mejor que ser prisionero.
En
su fuero interno el capitán pensó que de momento era mejor dejar las cosas así.
—Veo
que usted es razonable, aunque pienso que debería desterrar cualquier tipo de
duda respecto al momento, siempre será igual, y ahora espero que sean ustedes
tan amables de seguirnos por propia voluntad.
Dio
una orden y aquellos seres dejaron libres a los dos hombres.
El capitán pensó que era mejor obedecer y se encaminaron hacia el lugar de residencia de los pobladores de aquel extraño planeta.
CAPITULO III
Aquéllas
gentes vivían dentro de la montaña, protegidos de todo contacto con el
exterior, dentro de aquella selva. El río de color rojo que habían visto en la
planicie era el límite dé seguridad. Risca, que así se llamaba el ser que hablaba
su lengua, les había explicado los pormenores de la vida en el planeta Kirgon.
— Quieren conquistar otros mundos, y la Tierra es
uno de sus objetivos. —Risca le estaba hablando de los Turegs, que eran los
dominadores del planeta y a los que ellos se habían opuesto, por sus ansias
sangrientas, ya que ellos eran eminentemente pacíficos.
— Por lo que me cuenta, su poder es fantástico — exclamó el capitán Kirby.
— Están bastante por encima de ustedes, aun
incluso en ambición y maldad.
— Lo que no entiendo, es cómo no han conseguido
destruirles a todos ustedes,
— Mientras no salgamos de nuestro límite no les molestamos.
Además, aquí les resultaría muy difícil hacernos nada. Más adelante les podré
mostrar las medidas de defensa que protegen esta ciudad subterránea.
— Es fantástico.
Kirby
y Rony no podían salir de su asombro, aquello era fantástico. Nunca hubiesen
podido imaginar que existiese en otra galaxia una civilización humana mucho más
avanzada que la suya.
Les
indicaron unos amplios aposentos donde dentro de su modestia disponían de todo
lo necesario.
— Espero que se encuentren a gusto, mañana seguiremos
hablando. Sé que se están haciendo muchísimas preguntas y que quisieran tener
la contestación de todas ellas en este mismo momento, pero me temo que tendrán
que tener un poco de paciencia.
— La tendremos —contestaron ambos casi al unísono,
lo que provocó la sonrisa en los tres personajes.
— Si necesitan algo, no tienen más que marcar el
número dos en ese aparato. Es un intercomunicador directo conmigo. No duden en
utilizarlo para cualquier cosa.
— Muchas gracias, Risca, es usted muy amable.
—Creo
que en su planeta saben también lo que es la hospitalidad, ¿no es cierto?
— Claro, sin dudarlo.
— Nosotros también somos seres civilizados, no lo
duden.
Kirby
sintió como un puñal que se clavaba en su pecho, olvidaba demasiado a menudo
que aquel hombre podía leer sus pensamientos con enorme facilidad. No le
gustaba nada, era como estar desnudo ante él. Rony a su lado apenas articulaba
palabra. Le hubiese gustado saber lo que pensaba. Sin embargo, Risca lo sabía,
y eso le producía un enorme malestar.
— No se preocupe en cuanto a que yo pueda leerle
el pensamiento, en cuanto me vaya no podré hacerlo.
—¿Quiere
decir...?
— Efectivamente, si no le miro a los ojos no
puedo hacerlo, no hay contacto.
Kirby
sonrió.
—Eso
es peligroso.
Tras
esta última observación, Risca se marchó cerrando la puerta.
Por
primera vez desde que se habla encontrado con ellos estaban solos.
La
idea de que hubiesen micrófonos, o algo similar, escondidos desagradaba al
capitán.
— {Qué opina, Rony?
— No sé, mi capitán, es todo tan fantástico.
— Al menos sabemos que la princesa vive.
— No creo que nos sirva de mucho, señor. Si esa
gente es tan poderosa como dice Risca, y a tenor de lo que hemos podido
comprobar por nosotros mismos, a mí no me cabe la menor duda de que es así.
— Pero con nosotros fallaron.
— Fue sólo un error de cálculo.
— Un error de cálculo que nos ha venido como anillo
al dedo.
— Y que puede propiciar un serio problema para los
hombres de Risca, y yo no veo esto tan seguro como él afirma.
— Hombre de poca fe.
— Va vio usted cómo jugaron con nosotros.
Rony
tenía razón, pensó el capitán Kirby. Ellos estaban vivos porque así lo habían
dispuesto, al igual que pocas semanas antes habían capturado vivos al comandante
y la princesa. Todo aquello era horrible, los planes de aquella gente contra la
Tierra eran demenciales. Mientras tanto sus compatriotas estaban completamente
ajenos a cuanto sucedía en Kirgon, ignorando incluso su existencia.
— Tenemos que liberar a la princesa y evitar que
esa gente invada u conquiste la Tierra —dijo repentinamente el capitán como si
un rayo de luz hubiese iluminado su cerebro.
— Me parece maravilloso, capitán. Es una idea fantástica
—expuso Rony que intentaba sonreír por primera vez desde que comenzó todo
aquello.
—Noto
cierto retintín y sarcasmo en sus palabras, Rony.
— Señor, me gustaría saber —dijo volviendo a ponerse
serio al observar el rostro de su capitán— cómo piensa hacerlo.
— Todavía no lo sé, muchacho, pero le garantizo
que lo sabré antes de que pasen dos días.
Aquellas palabras sonaron en los oídos de Rony como una música celestial, que sabía que era complemento imposible. Su capitán había protagonizado durante el tiempo que estuvo sirviendo a sus órdenes, gestas auténticamente increíbles casi sobrehumanas, pero aquello sabía que era demasiado. Si Risca con todo su poder mental no había conseguido más que exiliarse voluntariamente, ¿cómo iba a poder hacer algo su capitán sin ninguna clase de ayuda? Claro que él estaba allí. Pero no tardó en convencerse que eso era muy poco, por no decir nada.
CAPITULO IV
Aquellas
paredes blancas y luminosas cegaban toda su visión y luego estaba también aquel
ruido infernal que martilleaba su cerebro de una forma despiadada. Ragon ya se
lo había dicho
— Coopere, comandante; será mucho más fácil.
—¡Eso
jamás!
—Entonces
aténgase a las consecuencias, pienso que mi poder es superior al suyo.
Infinitamente superior.
Aquel
individuo era un fatuo estúpido, pero en el fondo y aunque él se negase a
reconocerlo, tenía razón. Pensó en Libstsy. Según Ragon ella había sido más
sensata que él, y había dado toda clase de facilidades. Esa sola idea le
golpeaba con más fuerza que la luz y el sonido que le martirizaban incesantemente.
Sabía que cuanto más resistiese las posibilidades de vencer se aumentarían, No
debía dejarse dominar por todo aquel entorno. Le estaban sometiendo a una
tortura psicológica cruel y despiadada, muy por encima de las que en otro
tiempo se habían utilizado en la Tierra, cuando el mundo estaba gobernado por
un conglomerado de naciones. Por suerte, la cordura había invadido a los humanos
después de aquella increíble y desastrosa guerra mundial, que fue la tercera y
por suerte la última. Aquellos seres querían tener en la Tierra una sucursal de
su planeta que les permitiera el control de otra galaxia distinta de la suya.
Los
sonidos incrementaban su potencia.
Los
tímpanos estaban a punto de estallarle; aquella sensación la había soportado
varias veces, sin que el fenómeno esperado llegara a producirse lo que lo hacía
más cruel. Las frases de convicción golpeaban su subconsciente como dardos
ardientes. Era el comienzo del fin. Su resistencia se iba desmoronando poco a
poco, con una lentitud desesperante. Repentinamente todo ceso. La estancia, compuesta
por cuatro paredes blancas y apenas unos metros cuadrados, quedó en silencio.
Era un silencio de muerte. Esa muerte que se había deseado tantas veces, desde
que penetraron por aquella sima negra que les transportó a través de una forma horrible.
Sólo él y la princesa habían permanecido vivos, para servir a los diabólicos
planes de aquella especie de emperador de la maldad.
Desapareció
una de las paredes como por arte de encantamiento y la imagen de Ragon envuelta
en su túnica azul se hizo presente.
— Amigo Krony, me parece que su testarudez es
absurda.
— ¡Nunca aceptaré colaborar con usted!
— Le vuelvo a repetir que está usted sufriendo innecesariamente.
Sabe que el resultado será el mismo.
— Lo dudo, la prueba es que todavía no lo ha conseguido,
y por su aspecto creo que se está impacientando. —Krony hacia todo lo posible
por sacar fuerzas de flaqueza. Querría irritar a Ragon, era la única esperanza
que le quedaba. Si éste perdía los nervios y acababa con él, tal vez la Tierra
podría permanecer unos años más sin padecer la amenaza de Kirgon. Claro que mientras
la princesa viviese había riesgo. Y aunque hubiesen fallado con la primera nave
de rescate, estaba seguro de que desde la Tierra seguirían investigando. El rey
quería demasiado a la princesa y toda la humanidad la adoraba.
— Sé lo que pretende, comandante, pero le aseguro
que no se saldrá, con la suya.
— Eso está todavía por ver. Puede marcharse y seguir
hasta el infinito con sus luces y sus estúpidos sonidos, moriré antes que
colaborar con un individuo como usted.
— Esto no le gustará al emperador.
— Si quiere se lo puedo decir personalmente,
— No le daré ese placer.
La puerta volvió a cerrarse y otra vez volvió el sonido y la luz que le atormentaban, con más fuerza sí cabe que anteriormente.
* * *
— ¡Krony, despierta!
— ¿Dónde estoy?
Krony
fue abriendo los ojos lentamente, estaba, en una sala amplia y lujosa, que no
había visto en su vida.
— Libstsy, ¿qué haces aquí?
—Estos
son mis aposentos, estaba preocupada por ti.
— ¿Qué te han hecho esos bárbaros? —Krony se incorporó
rápidamente, aunque tuvo que dejarse caer nuevamente, había calculado mal sus
fuerzas y éstas no le respondían,
—Será
mejor que descanses un poco, estás muy débil.
— ¿De verdad no te han hecho nada?
— No, ¿Por qué habían de hacerlo? ¿No soy acaso la
princesa Libstsy?
—Sí,
perdone su alteza.
— Krony, ¿desde cuándo usas el protocolo conmigo?
— Desde siempre, alteza yo...
— Me refiero a cuando estamos solos.
Krony
no entendía nada de lo que le estaba sucediendo. Todo parecía una horrible
pesadilla, de la que tenía que despertar de un momento a otro. Necesitaba
recobrar la calma y analizar aquella situación completamente nueva. ¿Cuál era
la intención de Ragon? ¿Había él accedido a cooperar? No podía ser, se negaba a
creerlo; pero entonces ¿qué hacia allí con ella? ¿Acaso recordaba lo que había
sucedido? Todo entraba dentro de lo posible.
— Toma, bebe un poco, te reconfortará. —La princesa
le dio un extraño líquido, que él aceptó sin rechistar. Pasaba caliente por la
garganta y al asentarse en el estómago le produjo una sensación de rechazo que
ella notó—. No temas, es una reacción normal, pero sigue bebiendo, pronto
estarás bien.
Siguió
bebiendo aquella extraña pócima. Poco a poco el estómago la fue aceptando.
— Has estado demasiados días sin probar alimento;
dentro de un par de horas ya podrás comer, y en un par de días, nuevo.
— ¿Nuevo para qué? —preguntó casi sin fuerza el
comandante.
— Para regresar a casa.
— No pretenderás decir que estos energúmenos van
a dejarnos marchar como si tal cosa.
—Yo
creo, Krony, que te has formado un concepto muy equivocado de ellos.
— Princesa, me parece que vos no sois quien aparentáis.
— Y dale con el tratamiento.
—Hay
algo que no entiendo...
— Estás confuso, nada más —le interrumpió ella poniéndole
una mano en los labios para evitar que siguiese hablando—, en cuanto recobres
tus fuerzas lo verás todo de distinta forma.
— Dudo que lo que ha sucedido pueda cambiar para mí.
—Todo
ha sido una terrible pesadilla producida por una extraña enfermedad,
— Eso te lo habrá dicho Ragon, ¿no? —preguntó él,
olvidando nuevamente el protocolo, que no había usado casi nunca o mejor dicho
nunca en privado con la mujer que amaba desde hada años.
— Claro, ¿quién más podía hacerlo?
— El emperador, por ejemplo.
— Él está por encima de esos detalles.
No
respondió, estaba todavía demasiado débil para poder entender nada de todo
aquello.
Era
mejor esperar.
Debía
recuperar fuerzas.
No
pensar en nada.
Y se dejó caer en el sofá dispuesto a dormir cuanto más mejor.
CAPITULO V
En
la Tierra, tras la desaparición misteriosa de la nave del capitán Kirby, en las
mismas coordenadas y en circunstancias idénticas a las de la de su antecesora
que transportaba a la princesa Libstsy, existía una enorme preocupación, a la
vez que un gran desconcierto, en la central espacial del consejo de seguridad
mundial. El coronel Smit y su ayudante, el capitán Harry, intentaban, analizar
la situación.
— Harry, esto parece obra del diablo, si
estuviésemos en el siglo veinte estoy seguro de que a él le echaríamos la
culpa.
— Estoy de acuerdo, mi coronel, pero por otra
parte tiene que existir una explicación lógica a todo lo sucedido. Una vez se
puede hablar de casualidad, pero me niego rotundamente a que se emplee el
término cuando el mismo fenómeno se ha vuelto a producir, y máxime cuando al
mando de la AX-77 estaba un hombre
como Kirby,
— Sin olvidar su tripulación,
—¡Cómo
olvidarla, mi coronel!
— Me pregunto cómo voy a informar a su majestad
de lo sucedido, sí en realidad no tengo ni la más ligera idea de qué es lo que
ha pasado.
La
Tierra estaba gobernada por un solo rey, que era el símbolo de la unidad en la
misma, aunque el gobierno en sí era elegido democráticamente por todas las
naciones. Desde la última conflagración mundial, se habían adoptado los más
diversos sistemas, hasta llegar al actual, que se consideraba perfecto.
— Antes deberíamos intentar algo, mi coronel,
—¿Y
qué podemos hacer? ¿Enviar una flota hacia lo desconocido?
— No, pero al menos no enviar una sola nave, tal
vez así existiesen más posibilidades de que una de ellas nos pudiese comunicar
lo que sucede en esas malditas coordenadas,
— Según mis informes, allí sólo hay espacio
libre.
— Ya lo sé, pero por lo visto nuestros informes
no son todo lo correctos que deberían serlo.
Decidieron
enviar tres naves, una en avanzadilla y las otras dos flanqueándola a derecha e
izquierda, un poco atrasadas a fin de observar cualquier contingencia que
pudiera suceder.
Los
preparativos se iban haciendo con la mayor celeridad y en el más absoluto de
los secretos. Mientras tanto se daban informaciones falsas a fin de ocultar la
verdad.
El
coronel Smit estaba retrasando su entrevista con el rey, ya que no sabía qué
debía decirle a su majestad. Comprendía que en aquellos momentos no era más que
un padre angustiado por la suerte de su hija, y al ver a Isa, su propia hija,
comprendió la angustia que debía invadir al rey de la Tierra.
— Papá, ¿qué te pasa? Últimamente tienes muy mal
aspecto.
Nada,
hija, es el trabajo.
— Me imagino que alto secreto como siempre —continuó
Isa, que era una preciosa mujer de veinte años, cuyo pelo rubio hacia
maravilloso juego con sus ojos azules.
—No
te lo tomes a risa.
—Y
tú siempre tomándotelo a lo trágico.
«Desde
que murió tu madre no puedo ser de otra forma», pensó Smit, que se había
quedado viudo hada ya cinco años.
El tiempo no había podido cicatrizar la herida. Tan sólo Isa alegraba su vida, con aquel maravilloso carácter, Sabía que su hija estaba enamorada del capitán Kirby y que éste la correspondía. Pensaban contraer matrimonio, precisamente a la vuelta de este viaje. Si aquella criatura supiese la verdad... No, él no podía decírselo. El peso de la responsabilidad le atenazaba el corazón. De buena gana hubiese cogido él mismo una nave y se hubiese lanzado al espacio en busca de las dos naves desaparecidas. Aunque éste era su deseo, sabía que no podía hacerlo realidad. Su época de vuelo se había terminado hacía ya bastantes años, y aunque era consciente de la importancia de su labor en la Tierra, sentía impotencia y pena en su interior.
* * *
Cuando
vieron la nave que entraba en la atmósfera terrestre, ni Smit ni Harry se lo
podían creer. El comandante Krony y la princesa estaban de regreso. Habían
recibido noticias dos días antes, pero, y aun constatando la autenticidad de
las mismas, dudaban.
— ¡Parece un sueño! —exclamó Harry.
— Sí, un maldito sueño que al parecer ha
terminado. Lo que me preocupa es ese interés del comandante en mantener en
secreto la noticia.
—Tal
vez deba contamos algo peliagudo, ¿no le parece, coronel?
— No sólo me parece, sino que estoy seguro de
ello; pero la verdad es que sobre todo me preocupa lo que le pueda haber
sucedido a Kirby.
— ¿Le ha dicho algo a su hija?
— No, pero me temo que algo sospecha, es muy difícil
darle gato por liebre.
— Ha salido a su padre —rió Harry.
El
coronel Smit no tenía ganas de reír, todo aquello le sonaba mal. No era lógico
y comenzaba a creer que algo grave iba a suceder de un momento a otro.
Krony
le había asegurado que la princesa se encontraba perfectamente bien, y que por
ese camino no debía preocuparse lo más mínimo. Entonces ¿a qué venía tanto
misterio? Claro que conocía al comandante desde hacía mucho tiempo y sabía que
si le había pedido aquella discreción era porque se trataba de algo absolutamente
necesario. Y era eso precisamente lo que le preocupaba.
— ¿Te apetece una copa? —le preguntó a su ayudante.
— Señor, estando de servicio...
—Boberías,
¿te apetece o no?
—Eso
no se pregunta.
Y
Smit sacó de un cajón una botella de whisky
y dos vasos. Harry quedó completamente sorprendido, jamás había supuesto que su
jefe guardara aquello en su despacho. Después de tantos años, uno se da cuenta
que no se conoce a nadie completamente.
— ¿Qué, le extraña? —le preguntó el coronel alargándole
un vaso.
— No, señor...
— Harry, no sea hipócrita, se lo noto en los
ojos. Además usted miente muy mal.
— No es mi costumbre, señor.
— Lo sé, pero después de los últimos acontecimientos
creo que un trago está más que justificado. Ayuda a templar los nervios. Sólo
de pensar en las novedades que pueda traer el comandante me entra un escalofrío
digno de las antiquísimas películas de terror.
— A su salud, señor —alzó el vaso Harry y lo
vació de un solo trago.
—Vaya,
para no ser bebedor se lo ha zampado de golpe.
—Ya
se sabe, los malos tragos cuanto antes.
— ¿Le apetece otro?
— No, señor, no es bueno abusar.
Harry
tenía ratón. El coronel Smit lo sabía, pero había circunstancias en la vida que
eran completamente irrepetibles y se temía que en aquellos momentos se
encontraba ante una de ellas.
— Aquí torre de control, nave AX-77 solicita permiso para aterrizar.
— Darle prioridad —contestó el coronel.
—A
sus órdenes, señor.
—En
cuanto lleguen traerlos aquí, pero pasarlos por ABx6. ¿Entendido?
— Sí, señor. Recibido. Cierro.
Dentro
de unos minutos estarían en la sala de mando y todo aquel misterio quedaría
desvelado.
El
coronel estuvo a punto de guardar el whisky, pero se lo pensó mejor.
«Seguro
que un trago les vendrá estupendamente.»
Se
equivocaba.
Krony se habla vuelto abstemio de repente.
CAPITULO VI
Rony
le había dicho que era una locura; el hombre del poder mental también había
comentado lo mismo. En el fondo él también lo pensaba, pero cualquier cosa era
mejor que quedarse esperando con los brazos cruzados. Los Turegs eran gente muy
peligrosa. Risca le había dado una información muy completa sobre ellos. Su
plan tenía tan sólo una posibilidad entre mil, pero su deber era seguir
adelante. Llegó al borde del río rojo. Risca le había proporcionado un plano
perfecto, que le serviría de guía por todo el territorio de los Turegs. Para
evitar contingencias desagradables se lo había aprendido de memoria, lo que era
una garantía de seguridad, y en una aventura como aquélla, donde los riesgos
eran mil veces superiores a las seguridades, no estaba de más potenciar éstas
al máximo. Llevaba su pequeño láser como única arma de defensa. Para un país
poseedor de un ejército tan bien dotado como aquél parecía irrisorio, pero
Kirby sabía que no lo era. La única forma de hacer daño a gente así era la
táctica del mosquito, que le había enseñado su padre cuando apenas contaba unos
pocos años de edad. Había que dar picotazos al enemigo de forma que éste no
supiese de dónde venían. Y él pensaba hacerlo, un hombre solo podría moverse
con mayor facilidad. Rony quería acompañarle, pero él le hizo ver la
importancia de la misión que le reservaba.
— Rony, sin usted aquí todo sería un fracaso.
— Poco podremos ayudar desde aquí.
—Es
una ayuda fundamental, Risca y sus hombres no entenderían ni serían capaces de
llevar a cabo esa estrategia por sí solos; usted ha estado mucho tiempo
conmigo, y conoce perfectamente todas mis reacciones.
— Usted manda, señor; como siempre estoy a sus
órdenes.
Se
había convencido. Rony siempre le había obedecido ciegamente, sabía que era un
hombre que daría gustoso la vida por él.
Comenzó
a cruzar el río. Una primera sensación de repugnancia le invadió todo el
cuerpo, recordando la composición de aquel río rojo, pero fue superándola a
medida que avanzaba. Debía abandonar cualquier tipo de escrúpulos si quería
conservar alguna posibilidad de éxito en su descabellado plan.
Nadaba
bajo el líquido elemento, para evitar cualquier tipo de sorpresas. Con una caña
agujereada en la boca, que le servía para respirar, pudo hacer toda la
travesía. Un poco a ciegas, hasta que llegó a la otra orilla; salió con mucho
tiento, pues a pocos metros de allí estaba la frontera que controlaban los
Turegs y aunque él había cruzado por la zona adecuada, no podía estar seguro de
haberlo hecho en el tiempo y la dirección correcta, ya que tenía que aprovechar
el cambio de guardia, tal y como le había indicado Risca. Delante suyo se
extendía una planicie desértica de unos centenares de metros, antes de verse
una nueva selva idéntica a la que había dejado a su espalda. Miró a derecha e
izquierda y pudo ver cómo uno de aquellos soldados Turegs iba caminando hacia
la vegetación, de espaldas a él, Desde la selva, no tardaría en aparecer el soldado
que le reemplazaba. No tenía tiempo que perder, comenzó a correr con todas sus
fuerzas para conseguir ponerse a la altura del hombre que abandonaba el puesto,
y así desaparecer del campo visual del otro soldado, que como le había indicado
Risca sólo iba pendiente del compañero a relevar.
El
soldado salió de la vegetación, Kirby seguía corriendo, y se tiró al suelo
justo en el momento oportuno. Los dos soldados siguieron su camino sin percatarse
en él. Su corazón le golpeaba el pecho con gran fuerza.
Estaba
agazapado, atento; hasta el momento había recorrido la mitad del camino sin
novedad alguna, había tenido suerte y además confiaba en que la precisión
milimétrica de aquellos seres siguiese siéndolo, pues de lo contrario sería
descubierto. Y uno de los factores de su plan era la sorpresa, pues sin ella no
podría dar un solo paso sin ser atrapado, lo que quería decir tanto como
destruido.
Observó el momento y se levantó con agilidad felina, lanzándose a correr con rapidez; pedía a sus piernas el máximo, ya que en su velocidad estaba su salvación. El corazón le latía con fuerza, parecía querer salirse de su pecho, era angustioso. Le faltaba el aire, pero seguía corriendo a pesar de todo. Por fin llegó a la meta y se dejó caer tras unos árboles, no podía más. Allí al menos tenía donde esconderse. Los Turegs ignoraban su presencia, y eso favorecía enormemente sus planes. Poco a poco fue recobrando el aliento. Necesitaba descansar un poco, pero aquella posición no era la más idónea. Se fue a buscar otra más segura.
* * *
Esperó
la noche para salir de la jungla y encaminarse a la primera ciudad que estaba,
a unos pocos kilómetros de allí. Se acercó a una especie de casa de campo. Era
lo más parecido a una granja terrestre. Pudo ver luz y oír unas voces.
—Vas
demasiado sigiloso, extranjero.
Aquella
voz le hizo girarse rápidamente y se encontró con un representante femenino de
aquella extraña raza que eran los Turegs. Gracias a un conversor que le había
proporcionado Risca, podía entender aquella extraña jerga que hablaban o
gritaban aquellos seres y a la vez hacer que sus palabras se transformasen en
jerga. Era un aparato que había maravillado a Rony y a él mismo. Convertía
cualquier tipo de sonido en su homónimo, por medio de un cambio de longitudes
de onda. Un invento muy práctico, que le había permitido oír la voz de la
representante femenina.
— No tiene voz —volvió a insistir ella.
Era
preciosa, sólo se diferenciaba de una terrícola en el color azul de su pelo y
en los ojos rojos, como tenían todos los habitantes de Kirgon,
— Sí, lo que pasa es que...
— Tienes miedo, ¿no es así?
— Sí —le confesó, intentando ganar tiempo y observando
cuáles eran sus verdaderas posibilidades. Podía saltar sobre ella e
inutilizarla, o por el contrario sacar el láser y eliminarla. Era muy hermosa,
pero no debía tener un ápice de compasión, y en una misión suicida como la
suya, la vida de toda la Tierra estaba en juego, y no sólo la de la princesa.
— Estás en un apuro —hacia unos instantes que
ella había comenzado a tutearle.
Kirby
no sabía si aquello era bueno o malo, no había tenido oportunidad de recibir
instrucción sobre aquel particular. En su afán por emprender el camino hacia la
salvación de sus compatriotas había estudiado a los Turegs muy por encima, no
obstante Risca se había esforzado en darle la mayor información posible, en tan
corto espacio de tiempo. Fueron muchos conceptos a la vez y existía la
posibilidad de que hubiese saltado alguno como aquél, que él en un momento de
inconsciencia, hubiese pasado por alto.
— Me temo que sí, y más grande de la que usted
cree —decidió jugar la carta de la sinceridad, esperando el momento de actuar.
No podía saber si ella era la única que se había percatado de su presencia,
— No hace falta que me llames de usted, no pienso
denunciarte.
Aquellas
palabras le dejaron helado. No sabía si había entendido bien, a lo mejor era
una mala pasada que le estaban jugando el conversor y su cerebro.
— Has entendido bien; aunque lo dudes, es eso exactamente
lo que he querido decir. ¿Te extraña?
— Debo confesar que sí.
— Y desconfías, ¿no es cierto?
—No
lo sé.
— Me gustaba más tu sinceridad anterior,
desconfías y es lógico, yo en tu lugar también lo haría. Tú debes ser uno de
esos terrícolas de los que no cesa de hablar nuestro pueblo. ¿Me equivoco?
— No —respondió Kirby, cada vez más sorprendido y
sin saber qué partido tomar.
— Mi nombre es Tirma. ¿Cómo te llamas tú?
— Kirby, capitán Kirby.
— Bueno, amigo Kirby, creo que será mejor que entremos
dentro, aquí corremos el riesgo de que pase alguna patrulla y te descubra, y
entonces sí que no podría hacer nada por ti.
— No sé si...
—Estoy
sola, no hay nadie conmigo si eso es lo que te molesta o preocupa, y además te
puedo garantizar que no miento jamás.
Aquellas
últimas palabras acabaron de vencer su resistencia. Ignoraba los motivos que
podía tener Tirma, pero dadas las circunstancias era mejor comprobarlo, «Es un
riesgo», pensó un instante, luego decidió correrlo.
Entraron
en la granja, estaba limpia y ordenada, su distribución era similar a todas las
que había visto en su vida, salvo algunos objetos que eran consustancialmente
diferentes.
—Siéntate,
¿te apetece beber algo? Claro, qué pregunta más tonta, necesitas algo fuerte.
¿Has probado el rodor?
Negó
con la cabeza.
— No sé si te gustará, la verdad es que desconozco
cuáles son vuestras costumbres, es la primera vez que estoy ante un terrestre.
— Nuestras diferencias son casi nulas, más
debidas a una adaptación climática que a otra cosa. —Kirby sabía todo aquello
gracias a sus conversaciones ilustrativas que había tenido con Risca.
— Toma, bebe esto y luego me cuentas —le alargó
una copa.
Kirby
la estuvo sopesando durante unos instantes. Ella se preparó otro recipiente y
se lo bebió de un solo trago. El comprendió e hizo lo propio. Se trataba de una
bebida fuerte al estilo del whisky, con un sabor particular, pero que le
infundió ánimos.
— ¿Qué tal? —preguntó ella.
— Perfecto.
—¿Otra?
— No vendría mal.
— ¿Pensabas que quería envenenarte?
— Sí, la verdad es que no sé por qué haces esto.
— No comparto las ideas del emperador, y como yo
hay muchos, entre ellos estaban mi padre y mi hermano.
— ¿Estaban?
— Los mataron.
Se
bebió la segunda copa de aquel extraño y a la vez estimulante mejunje y pudo
ver cómo las pupilas de Tirma se azulaban, era señal de que se teñían de
lágrimas.
— Lo siento — fue lo único que fue capaz de
articular.
—Te
creo, ahora comprenderás el porqué de todo. Para mí cualquier enemigo del
emperador es amigo, venga de donde venga.
— Me alegro de ser tu amigo. Es el amigo más hermoso
que he visto en mi vida.
—¿Todos
los terrícolas sois igual de aduladores?
—Yo
no acostumbro mentir nunca, y no soy adulador — dijo Kirby con firmeza.
—Está
bien, tendré que creerte. Ahora vas a contarme cómo has llegado hasta aquí y
qué es lo que pretendes.
— Rescatar a la princesa, que es la hija del rey
de la Tierra.
— ¿Y piensas hacerlo tú solo?
— No, tengo un plan,
— Y esa princesa, ¿qué es para ti?
— La hija de mi jefe, ¿te parece poco?
— ¿Así vuestro rey es como el emperador?
— No, viene a representar la unión de los
pueblos, pero no es más que un símbolo, él no gobierna, lo hacen representantes
del pueblo. Fue una fórmula que utilizamos tras la Tercera Guerra Mundial y
desde que la utilizamos no hemos vuelto a peleamos entre nosotros, Que aunque
parezca poco, es mucho.
— Tienes que contarme más cosas de ese planeta
tan fascinante llamado Tierra.
Kirby
la miró a los ojos, y éstos eran tiernos y nobles.
Por unos momentos olvidó la gravedad de su situación.
CAPITULO VII
El
consejo de seguridad de la Tierra estaba reunido en sesión extraordinaria con
motivo de la información que la princesa Libstsy y el comandante Krony les
habían suministrado sobre Kirgon, y sus intenciones de conquista de la misma.
El clima en el consejo era tenso. La situación era grave, posiblemente la más
grave que se presentaba en los últimos años, por no decir los últimos siglos.
Estaban todos los representantes reunidos, no había faltado ni uno, pues hasta
el general Galti, con su enfermedad a cuestas, se había desplazado a la sede
del consejo, en cuanto se enteró de la gravedad del asunto.
Según
estos datos, el ataque se podría producir dentro del próximo trimestre. —Era el
coronel Smit el que como jefe del departamento aplicado a las cuestiones
galácticas se encontraba en posesión de la palabra.
— ¿Está seguro, coronel? —preguntó el general
Stric.
— Mi general, si los datos que dispongo son
correctos, sí.
— ¿Es que se puede dudar de ellos?
— Si dudarnos de la princesa, que aunque nadie
osaría hacerlo podría confundirse en sus apreciaciones, tal vez podría ser todo
un cuento terrorífico sin demasiado fundamento, pero para que esto sea así,
señores, también debemos dudar del criterio y profesionalidad del comandante
Krony, y eso sí que no estoy dispuesto a hacerlo. Aquí tienen sobre la mesa, a su
derecha, un amplio dossier con el historial del comandante, que me gustaría
revisasen, pues aunque ya sé que casi todos ustedes conocen al comandante no
tan a fondo como lo harán tras leer su expediente.
Hubo
un murmullo en la sala del consejo, y sus miembros cogieron los dossiers
indicados por el coronel y comenzaron a leerlos. Momento que aprovechó Smit
para salir un momento al bar del consejo, donde le esperaba su fiel Harry.
— ¿Cómo va eso, señor?
— No demasiado bien, Harry.
--¿Qué
sucede?
—Lo
de siempre, son duros de mollera, y pueden pasar días hasta que lleguen a tomar
su resolución. Ellos piden siempre tiempo, no quieren precipitarse por nada del
mundo, y en estos momentos de lo que menos disponemos es de tiempo.
—Fuerce
la situación.
— ¿Qué cree que estoy haciendo?
— Perdone, señor, era sólo una sugerencia.
— Lo sé, no me haga caso, es que todo esto me
está poniendo excesivamente nervioso, no lo puedo evitar.
El
camarero se acercó a los dos hombres con gran sigilo. Era un hombre
seleccionado, su lema era auténticamente ver, oír y callar.
— ¿Desea tomar algo, mi coronel?
— Sí, James, un whisky doble, y para el capitán,
lo que quiera.
— Lo mismo que usted, mi coronel.
— Pues que sean dos. James.
—En
seguida, señor.
Le
importaba un pimiento lo que pensase James o cualquier otro, necesitaba un
whisky y se lo iba a beber en aquel instante. Harry había estado colosal
pidiendo lo mismo que él, sabía que no sólo era un buen oficial si no que le
quería como a un padre.
— Espero, señor, que todo se arregle pronto.
— Harry, estamos en uno de aquellos momentos en
los que no importa demasiado hablar. Hay que actuar, es preciso, y además hay
que hacerlo sin demora. Aquí el factor tiempo es fundamental, y esa gente puede
presentarse ante nosotros en cualquier momento, mientras nosotros estamos aun
discutiendo lo que debemos hacer.
— Aquí tienen —James les había traído las
bebidas.
—Muchas
gracias, James.
— ¿Se lo apunto a su cuenta, señor?
— Por supuesto.
— ¿Cree que tardarán mucho en leer el expediente
del comandante?
— Si se lo quieren leer de verdad, sí, y me temo
que no sólo se lo van a querer leer sino que lo harán constatar.
— ¿Usted cree, señor?
— Estoy completamente convencido, Harry. Esa
lentitud de nuestros políticos que usted me ha oído elogiar durante años, es la
que ahora me está sacando de quicio, y es que hay que ser flexible, caramba.
Smit se iba irritando por momentos.
* * *
— ¿Papá, ¿qué te pasa?
— Nada.
El
coronel Smit acababa de pegar el portazo más grande de toda su vida, y su hija
se había extrañado, era la primera vez que veía a su padre de aquella manera.
Algo muy grave debía suceder y casi seguro que tenía que ver con aquella
interminable reunión del consejo de seguridad que llevaba una semana reunida y
que hacía que su padre se fuese poniendo nervioso por momentos.
— ¿Quieres un café? La cena aún tardará un poco.
— Por mí te puedes ahorrar el trabajo, no tengo
apetito.
— Papá, te recuerdo que estás en tu casa, y aquí
no eres el coronel Smit. Aquí eres un ser humano y yo también.
— Lo siento, hija, es que esa gente me saca de quicio
— las venas del cuello del coronel se hinchaban de un modo alarmante.
— Por más que te preocupes, tendrás que esperar
su resolución, ¿no es así?
—Claro,
qué remedio.
— Entonces tranquilízate. Te pones cómodo, ves un
poco la televisión, y te tomas un cafetito, mientras yo termino mis cosas y
preparo la cena.
— Preferiría un whisky.
— Después de cenar te tomas los que quieras,
antes no.
— Eso es dictadura.
—Aquí
mando yo.
Y era cierto.
Durante
la cena ella no pudo evitar preguntar por Kirby.
— ¿Y qué sabes de él?
— Está bien, ya te lo he dicho muchas veces: está
en una misión secreta —mintió— y por eso no puedo decirte nada, ni tan siquiera
a ti.
— Papá, mientes muy mal.
— ¿Desde cuándo miento yo?
—Desde
hace tiempo.
—Eso
es mentira.
— Y lo que me dices de Kirby también, algo pasa y
tú no quieres decírmelo, sin pensar que de esta forma no consigues otra cosa
que mantenerme mucho más preocupada. Sé que lo haces para quitarme la preocupación,
pero no consigues nada.
Y terminó por contarle toda la verdad. Luego se
dio cuenta de su debilidad, pero en el fondo se sintió mucho más aliviado; era
como si se hubiese quitado un enorme peso de encima.
Ella
dominó las lágrimas. Un enorme nudo se formó en su garganta, amaba a Kirby con
toda su alma, y la sola idea de que no lo volvería a ver nunca más, le
destrozaba.
— Lo siento, hija, sigo creyendo que no debía habértelo
dicho,
— No, papa, es mejor así. Prefiero saber la
verdad.
— Sé que Kirby saldrá de ésta, ha salido de otras
peores.
— Claro, papá.
No
estaba segura.
Quería
creer en él.
Al
entrar en su cuarto se echó encima de la cama y comenzó a sollozar amargamente.
— Kirby, Kirby...
Él no podía escucharla.
CAPITULO VIII
Rony
estaba muy preocupado por su capitán, hacia dos días ya que había partido hacia
su misión imposible; la espera era para él angustiosa. Si supiera al menos cómo
le iban las cosas al capitán... Tan absorto estaba con sus pensamientos, que no
se percató de la presencia en su cuarto de Risca,
—¿Preocupado,
muchacho?
Se
giró, tenía un halo de crispación en el rostro que dio paso inmediatamente a
una sonrisa, al comprobar quién era el portador de aquella voz, que le había vuelto
a la realidad. Rony apreciaba a Risca, aún recordaba su primera impresión
cuando le vio, y se dijo a sí mismo que no se debía juzgar a nadie hasta
conocerle bien.
— Un poco, no le había oído llegar.
— La verdad es que yo tampoco hice demasiado
ruido.
— ¿Se sabe algo?
— De momento no, es demasiado pronto.
— ¿Está todo tranquilo?
— Si, no se ha detectado nada anormal, salvo que
parecen haber perdido interés por nosotros; es como si de repente algo les
interesase más que nuestra rebeldía.
— Lo que quiere decir...
—Me
temo que están preparando la invasión de
la Tierra.
— Pero eso es monstruoso.
— Lo sé, muchacho, pero como su amigo no tenga
suerte, o lo que es lo mismo; que llegue a producirse un milagro, los días de
libertad de su planeta están contados.
—Usted
puede que no lo crea, pero yo sé que si hay en algún lugar de las galaxias
alguien capaz de conseguirlo, éste no es otro que el capitán Kirby.
— Desde luego fe en él, no le falta.
—Si
usted lo conociese mejor, opinaría como yo
— Rony ponía un énfasis tremendo en sus palabras.
—Lo
único malo en todo esto —respondió Risca— es que por desgracia los conozco a
ellos demasiado bien, y aun sin dudar en las cualidades del capitán no me queda
más remedio que ver muchas dificultades en una misión de esa envergadura.
— Lo sé, pero existe una ventaja: ellos no se lo
esperan.
—Yo
no estaría tan seguro, Rony; existe la posibilidad de que sí.
— ¿Cómo es posible?
—Su
nave fue a parar a nuestro territorio por error, y me extraña mucho que no
hayan enviado a nadie para comprobar qué es lo que sucedió.
—Tal
vez piensen que no merece la pena.
— No es su estilo, y me extraña, a no ser que sus
deseos de invasión...
— ¿Por qué se detiene? —preguntó Rony, que había
observado algo extraño en el rostro de Risca.
— No merece la pena, además no estoy seguro.
Insisto,
en que prefiero conocer su opinión, aunque se trate tan sólo de una hipótesis.
— Preferiría no decir nada.
— No hay forma de convencerle, ¿verdad?
— Está en lo cierto.
Risca
era muy suyo. En aquellos días Rony había podido comprobarlo, de todas formas
se imaginaba que aquello que había pasado por su cabeza no debía de ser nada
agradable, a juzgar por la expresión de su rostro, todo y que casi siempre se mostraba
completamente impasible.
Hubiese dado cualquier cosa por ver a su capitán.
* * *
Kirby
acababa de entrar en la capital de Kirgo; iba acompañado por Tirma que le había
proporcionado lo necesario para atravesar varias ciudades sin dificultad; y no
contenta con ello, se había lanzado a la aventura de acompañarlo. El intentó
por todos los medios convencerla de que aquello no iba a ser ningún paseo, pero
todo resultó inútil.
— Sin mí no podrás hacer nada.
— Es demasiado arriesgado, y a ti no te va nada
en esto.
— Ya te dije antes que sí. Además, yo sé dónde están
los fieles que desean derrocar al tirano, y vas a necesitar de toda la ayuda
que te puedan prestar para lograr llegar a tu objetivo.
No
había duda, Tirma tenía razón, y él había tenido rendirse a la evidencia.
Con
una especie de lentes, ocultaba el color de sus ojos, que sin duda le hubiesen
delatado en seguida. Un tinte solucionó el color de su pelo, nadie podría descubrir
al terrícola. Salvo por esos dos detalles, los habitantes de Kirgon eran
idénticos a los de la Tierra.
— Nuestras razas son muy parecidas —le había
dicho Tirma.
Y
era así Kirgon era un planeta gemelo a la
Tierra, enclavado en otra galaxia, de aquí el interés de conquista que
pretendían los Turegs.
— Después de mucho buscar por las galaxias, el único
planeta como el nuestro es la Tierra.
«Lástima
que no fuesen todos los Turegs como Tirma», pensó Kirby.
— Rosic nos recibirá en su casa — le dijo Tirma,
saliendo de una casa, a la puerta de la que él había estado esperando.
— ¿Estás segura de él?
— Como lo estaba de mi padre.
— Entonces cuando quieras —empezaba a confiar en
ella. Su primitivo recelo, por otra parte lógico dadas las circunstancias, había
desaparecido por completo.
—Este
es el terrícola.
— Bien venido —dijo Rosic, que era un venerable
viejecito, cuya mirada estaba impregnada de bondad.
— Me alegro de que se haya dignado recibirme en
su morada.
— Es un placer poder ejercer las normas de la hospitalidad
con seres idénticos a nosotros, con los que sería un verdadero placer entablar
pacíficas relaciones, que podrían enriquecer la cultura y tecnología de ambos a
fin de conseguir una mejor convivencia.
— Ese es sin duda nuestro mayor deseo —replicó
Kirby, que ante aquel hombre olvidó por un momento la angustiosa situación que
le había llevado hasta aquel lugar.
— No soy el único que piensa así en Kirgon, lo
que ocurre es que nadie se atreve a oponerse al dictador. Él tiene la fuerza y
practica la represión.
— Por desgracia —dijo Kirby— conozco perfectamente
lo que es eso, en la historia de nuestra Tierra han existido cientos de hombres
así, que estuvieron a punto de llevamos a un auténtico cataclismo. Por suerte
después de la III Guerra Mundial, todo se solucionó. Aunque siguen habiendo
problemas y brotes violentos, pues creo que es consustancial al hombre y será
difícil desterrarlo del todo.
— Me alegro que ustedes lo hayan conseguido, ésas
serían, por ejemplo, las enseñanzas que nos irían muy bien a nosotros.
— Ustedes están, tecnológicamente hablando, muchísimo
más adelantados que nosotros,
— A eso me refería cuando decía que un
intercambio sería de lo más beneficioso,
— Siento interrumpirle — cortó Tirma —, pero hay
otras cosas más urgentes que hacer en estos momentos.
— Tienes razón, querida Tirma, si queremos hacer
algo por sus compatriotas será mejor que empecemos ya, luego tal vez sería
tarde.
Y Kirby pensaba lo mismo.
CAPITULO IX
—Todo
marcha a las mil maravillas, señor — dijo Ragon a su emperador— dentro de poco
la Tierra será nuestra y nos habremos ahorrado un montón de vidas.
— Me alegro mucho, mi fiel Ragon, espero que
estés en lo cierto, yo no estaría tan seguro sobre la reacción de los
terrícolas,
— Si los hubieseis estudiado tan de cerca como
yo, estaríais convencido de que su reacción no puede ser otra.
— No acabo de entender —seguía hablando el emperador
cuyo cuerpo rechoncho se balanceaba de un lugar a otro— qué perseguíais
haciendo caer la nave de rescate de la Tierra en la otra zona del río rojo.
— Era fundamental que llegasen a tomar contacto
con Risca, conozco a los terrícolas y también a Risca; gracias a ellos
terminaremos de una vez con Risca y sus secuaces.
— Eso me alegraría mucho.
— No debéis preocuparos, es cosa hecha.
— Ragon, no acabáis de sorprenderme una y otra
vez.
— No hago más que corresponder a la confianza que
habéis depositado en mí.
En
aquel momento entró un criado.
— La emperatriz solicita permiso para entrar a
ver a su emperador.
— Dile que puede pasar.
Y
una espléndida Tureg, de figura esbelta y
pelo azul, penetró en la estancia. Ragon se inclinó haciéndole una reverencia.
— Vamos, vamos, Ragon, dejaos de protocolos — exclamó la emperatriz, a la que en el
fondo entusiasmaba aquel acto de pleitesía—. Espero, mi señor —dijo
dirigiéndose al emperador— que no os molestará mi presencia, pues si es así no
tenéis más que decirlo y partiré presto hacia mis aposentos,
— No, Ragon y yo ya hablamos terminado los asuntos
de estado y nos disponíamos a tomar una copa.
— ¿Puedo acompañaros?
— Cómo no.
Mi
señor —interrumpió Ragon —, con vuestro permiso desearía retirarme. Quedan aún
algunos asuntos pendientes, que requieren mi supervisión particular.
— Antes os tomaréis esa copa, ¿verdad?
— Como mandéis.
— Eso no es mandato, si no os apetece.
— Sabéis que sí, señor,
— Entonces, Rilei.
— Mandad, señor.
Rilei
era uno de los criados personales del emperador que le servía además de
guardaespaldas. Su aspecto era monstruoso. Mediría algo más de dos metros y sus
brazos eran como las piernas de Ragon, contando con que Ragon era un individuo
normal tirando a fuerte. Con aquel criado personal, además de su escolta, el
emperador estaba superprotegido contra cualquier contingencia, suponiendo que
alguien tuviera la desagradable idea de intentar algo contra su egregia
persona.
¾Tráenos
unas copas de trisco de la cosecha 66AT.
— Enseguida, señor.
— Siempre tan servicial — dijo la emperatriz
mientras el criado se marchaba a cumplir con su cometido—, aunque si nace más
feo, no nace.
—Tenéis
un exquisito sentido del humor —anunció Ragon riendo la gracia de la
emperatriz, que no gustó en absoluto al emperador.
— A mí no me ha hecho ninguna gracia.
—Disculpadme,
esposo mío, ha sido una verdadera estupidez.
— Así me lo ha parecido.
— Claro que vos tenéis la culpa.
— ¿Yo? —preguntó el emperador, que era como un
niño pequeño, sólo que más caprichoso y cruel.
— Sí, vos, que siempre tan ocupado con los problemas
de estado, os olvidáis con demasiada frecuencia de vuestra esposa,
— No es lo que pensáis.
El
criado trajo las copas.
Brindaron
por el éxito de su próxima conquista.
— Por la Tierra.
— Por ella.
Y comenzaron a reír a carcajadas.
* * *
Ragon
estaba reunido con sus generales a fin y efecto de darles las últimas
instrucciones con respecto a la operación K-16.
— Espero que esté bien comprendido.
— ¡Perfectamente! —exclamaron casi todos al unísono.
— Sabéis que no me gustan los errores.
— Lo sabemos —respondió el comandante en jefe de
la escuadrilla 36F.
— Si todo sale tal como hemos previsto, será un paseo
para vosotros, algo así como un auténtico tiro al blanco —Ragon sonreía
diabólicamente al imaginarse todo aquello. Pasaba su lengua por entre los
labios,
— Los terrícolas tardan mucho en decidirse.
— Terminarán por hacerlo —replicó Ragon mis estudios
sobre ellos no ofrecen la más mínima duda.
— Podría...
Resfos
intentó replicar, pero un gesto de Ragon le impidió terminar la frase, él era
un técnico en material bélico, pero no debía meterse en problemas psicológicos.
Claro que cabía dentro de lo posible que Ragon estuviese equivocado, y entonces
sus disquisiciones tal vez hubieran sido dignas de escucharse. Al salir de la
reunión, se encaminó a su habitual tertulia, que se celebraba como siempre en
la cantina del cuartel. Llevaban más de un año acuartelados, en servicio
constante, y los ratos de la tertulia en la cantina eran los únicos que
paliaban la dureza de aquel casi insufrible reglamento.
— Has estado a punto de meter la pata —le dijo su
amigo Rigol.
— Sí, pero no lo hice.
— Es peligroso replicar a Ragon, sabes que es el verdadero
jefe, el emperador hace lo que él quiere.
— Y nosotros no somos más que unos peones en manos
de ellos, que nos hacen dar vueltas como un péndulo.
—Eso
me suena a insubordinación.
— ¡¡Y qué si lo fuese?
— Podría oírte alguien que no fuera yo, y te llevarías
un disgusto.
— ¿Quién va a oímos aquí? —La cantina estaba llena
de jefes y jefecillos que gritaban como energúmenos, nadie parecía prestarles
la más mínima atención.
— Muchas veces pienso que hasta las paredes oyen;
no sé, pero la verdad es que Ragon está siempre enterado de todo.
— Porque somos nosotros los que le informamos, si
no de qué,
—Me
preocupas, amigo Resfos. Seguramente tanto tiempo concentrado sólo en el
trabajo te ha sentado mal. ¿Quieres que te recomiende para un descanso? Sabes
que tengo algo de influencia.
Resfos
negó con la cabeza.
—Te
lo agradezco, pero creo que estoy bien; además en estos momentos no creo que me
dejasen, ni a mí, ni a nadie, tomar ni un pequeño respiro. No al menos hasta
que hayan terminado con Risca y con los terrícolas.
— Esos serán sometidos.
— Querrás decir aniquilados.
— ¿Bromeas?
— En absoluto. Primero aniquilarán sus naves cuando
pasen por el pasillo intergaláctico, y luego una vez indefensos, viajaremos
hasta ellos y los aniquilaremos. Esa es la idea de nuestro querido emperador.
— Eso no es lo que nos han dicho.
— Pero es la verdad, sólo espero que los
terrícolas no sean tan imbéciles como se supone que son y no caigan en la
trampa. Si tuviésemos que atacarlos de frente y sin traición, me parece que
resultaría mucho más difícil.
— Nuestro armamento es infinitamente superior al
suyo,
— Pero después de un enfrentamiento podríamos, o
más bien tendríamos, que destruir todo su arsenal atómico, y la Tierra quedaría
convertida en un desierto árido que no serviría al emperador para nada en
absoluto.
— Veo que estás muy bien informado.
— Por desgracia sí.
— ¿Por qué por desgracia?
— Hay cosas que las prefiero ignorar.
— No veo por qué.
— Tal vez algún día lo veas —replicó Resfos. No
se había percatado de la proximidad de aquel individuo.
— Mejor será beber algo, ¿no te parece Resfos?
— Sí, y que sea algo fuerte, creo que me hace
falta.
Cuando
fue a levantar el brazo ya era demasiado tarde.
Una
mueca de dolor asomó a su rostro y comenzó una danza macabra, de la que jamás
sería capaz de regresar,
— Resfos, Resfos, ¿qué te ocurre?
Resfos
no podía contestar a su amigo, acababa de morir. Nadie se dio cuenta de aquel
individuo que salía de la cantina. En su rostro se dibujaba una sonrisa.
Luego
todo fueron conjeturas.
Cuando
Ragon se enteró de lo sucedido exclamó:
— ¡Increíble!
En
su fuero interno, ya estaba pensando la forma de sustituirle. Los traidores no
podían estar al servicio del imperio.
Aquél
era su imperio.
El
emperador su juguete.
—Aquí
tienes ¾alargó
una bolsa repleta de la moneda del país a aquel encapuchado.
— Muchas gracias, mi señor. Siempre a vuestra
disposición.
— No te alejes mucho, tengo un trabajo para ti.
— Cuando queráis.
— Ya te avisaré, ahora márchate.
El encapuchado salió, en su rostro seguía habiendo una sonrisa diabólica.
CAPITULO X
Rosic
había enviado unos cuantos espías cerca de la guarnición del emperador, y
estaba esperando noticias junto a Tirma y Kirby, que se habían convertido en
sus invitados.
Kirby
estaba deseoso de entrar en acción cuanto antes Por él, se habría lanzado ya al
asalto de la fortaleza del emperador. Tirma había conseguido disuadirle.
—Si
te precipitas no harás más que perjudicar a los tuyos.
Y
Kirby sabía que ella tenía razón, por lo
que aun a pesar de sus deseos, accedió a los sabios consejos que ella y el
viejo le habían dado. Aquella casa era una de las más confortables que él había
visto en aquel planeta, le recordaba la de sus abuelos, en cierta manera. La
familia de Rosic era de lo más amable y sencillo, parecía increíble pensar que
aquella gente formase parte de un pueblo tan temido y peligroso como aquél. En
su galaxia eran los únicos seres vivos y eran temidos en muchas otras galaxias.
Su extraordinario parecido con los terrícolas, los hacia a los dos ser considerados
peligrosos por el resto de los habitantes del cosmos, y eso a Kirby le
molestaba por la parte que le tocaba, aunque reconocía que la Tierra no había
sido siempre el paraíso que hoy era, y si se atrevía a ser absolutamente
sincero no tendría más remedio que reconocer que los problemas internos eran
demasiado fuertes para que el vergel fuese todo lo que él y muchos predicaban.
— ¿Hay alguna novedad? —preguntó el capitán a la
llegada del anciano.
— Querido amigo, tu impaciencia no hará que los
acontecimientos sucedan con mayor rapidez. Eso es una cosa que se aprende con
los años, sería mejor para ti que no tuvieses que esperar llegar a mi edad,
para darte cuenta de ello.
— Si no conseguimos parar su conspiración
criminal, no creo que tenga oportunidad de envejecer. Bueno, ni yo ni ningún
terrícola, como les llaman ustedes.
— ¿Y no es correcto? —preguntó el anciano.
—Sí,
por supuesto —respondió Kirby, que, aunque se lo proponía, no conseguía tranquilizarse.
La imagen de las Smit pasó por su mente en aquel momento como si de una
premonición se tratara. Fue en aquel preciso momento en que Tirma había dicho:
—Sería
conveniente que comieran algo.
La
miró, y entonces en aquel preciso instante apareció la imagen de Isa.
Era
como si viniese a recordarle que él era un hombre comprometido, que ella le
estaba esperando en la Tierra para casarse con él y que aquella maravillosa
criatura llamada Tirma, era un tabú para él. La verdad es que hacía ya algunos
días, casi todos los que llevaba con ella, que era mucha la admiración que
sentía por aquella Tureg, porque Turegs eran todos los habitantes de Kirgon,
aunque Risca no quisiera reconocerlo o al menos aceptarlo, ya que al no estar
de acuerdo con las ideas de su emperador preferían sentirse de otra raza,
aunque muchos, no todos por desgracia, no comulgaban con las ideas de su líder,
ya que antes al contrario las despreciaban. Todo lo referente a las tres
guerras mundiales habían sido asignaturas obligadas en la universidad, y él
siempre fue un buen estudiante.
— ¿Quién llama? —preguntó el viejo.
—Es
Tarín.
—Kirby,
amigo, creo que por fin tenemos noticias.
Tarín
entró en la estancia donde se encontraban Kirby y Rosic, su aspecto era de
agitación, posiblemente por la velocidad con que se había dirigido a la casa.
—¿Qué
hay, Tarín? Te veo sofocado —dijo Rosic—, siéntate y reposa un instante. —Se
volvió a Tirma—: trae una copa para mi buen amigo Tarín, me parece que la
necesita.
—En
seguida —respondió Tirma, que salió de la estancia para dirigirse a la bodega.
— Mi querido amigo, te presento al capitán Kirby,
de quien ya te he hablado,
— Mucho gusto, capitán —se dieron la mano.
— El gusto es mío. Rosic me ha hablado mucho de
usted.
—Siempre
tan cumplido, no le haga demasiado caso, capitán, es demasiado exagerado en
cuanto se trata de enjuiciar a sus amigos.
— Eso no es cierto, sólo digo la verdad; a mis
años sería absurdo mentir,
— De eso estoy seguro —afirmó Kirby.
Tirma
regresó con las copas.
— Me imaginé que los demás también querrían ¾afirmó
mientras entregaba una copa a cada uno.
—Claro
—asintió Tarín—, a mí nunca me ha gustado beber solo.
Alzaron
las copas y efectuaron un solemne brindis.
— ¿Qué novedades hay? —preguntó por fin el viejo
Rosic.
Kirby
estaba impaciente, pero intentaba disimularlo al máximo. Sabía seguir los
consejos del anciano.
— Mañana celebrarán el Rabistán. Y se prepara con
un gran boato, como sí se tratase no sólo de la fiesta anual que el emperador
concede a su pueblo.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Rosic.
— No estoy seguro, pero parece como si el asunto
de la Tierra estuviese ya en el bote, al menos para ellos.
Kirby
saltó de su asiento y se dirigió como una flecha hacia el tugar en que se
encontraba Tarín.
— ¿Qué quieres decir?
— Mi capitán, yo no quiero decir nada, sólo...
Intervino
el anciano:
— Por favor, amigos, aquí no existe más que la amistad
y la camaradería; vamos, pues a intentar comportarnos. Yo soy consciente de la
preocupación de mi amigo terrícola, pero no por eso debemos perder la calma, ya
que ello no nos conduciría a ningún lugar, y dado que nuestra inferioridad ante
nuestro enemigo es prácticamente apabullante, conservemos al menos la calma,
con una de las mejores armas que podemos esgrimir en estos precisos instantes.
Las
palabras del anciano habían servido para distender la situación que era
excesivamente tensa.
El
momento de actuar había llegado.
— El Rabistán es el único momento en que se puede
tener libre acceso al palacio del emperador, pero no será fácil.
— Me da igual la dificultad.
El
anciano y Tarín se miraron y luego miraron a Kirby, sentían admiración por el
coraje que demostraba aquel hombre. Valía la pena ayudarle en aquella misión
imposible.
— Yo le acompañaré —terció Tirma.
— Ni hablar —inquirió Kirby decididamente.
— El solo no lo conseguirá jamás formando pareja
tenemos muchas más posibilidades.
— Es una locura y no lo permitiré bajo ningún
concepto.
— Me temo —dijo el viejo— que nuestra querida Tirma
tiene toda la razón
— No debería usted apoyar una locura semejante.
— Amigo Kirby, yo no la apruebo, como tampoco
apruebo lo que va a intentar hacer usted, porque lo considero una sentencia o,
mejor dicho, autosentencia de muerte, pero lo apruebe o no, mi opinión es que
sin ella no tiene ninguna posibilidad, aunque dudo que con ella tenga muchas.
— Es muy explícito.
— Ya sabe que no miento, y le aseguro que es así.
De
eso Kirby estaba seguro, acababa de recibir una tremenda lección que le sería
difícil olvidar.
— ¿Convencido? —preguntó Tirma.
¾No.
— Eres un tozudo.
— Lo soy.
— ¿Qué tendré que hacer para convencerte?
—Nada,
pues no lo conseguirás nunca.
— Pues vaya...
— No me queda más remedio que aceptar, pero eso
no quiere decir que me convenzas.
Y empezaron a trazar el descabellado plan.
* * *
El
hombre que compartía el lecho de la emperatriz en aquellos momentos no era su
legítimo poseedor. El emperador descansaba en sus aposentos, mientras la que él
consideraba su fiel esposa se solazaba en el lecho imperial con Ragon, primer
ministro y hombre de confianza del emperador.
— Ragon ¿cuándo terminará esta absurda situación?
¾preguntó
la emperatriz entre los últimos suspiros, provenientes del último encuentro
amoroso,
— Paciencia, amor mío, ya falta poco; una vez la
Tierra haya sido destruida y sus fértiles territorios pasen a nuestro poder,
será el momento que tengo señalado para que nuestro querido emperador se desplace
a los territorios conquistados.
— ¿Y entonces?
— La pequeña resistencia terrícola acabará con
él.
— Perfecto.
—Y
además eso me dará una excusa para exterminar a los terrícolas que nos hayan
sobrevivido,
— Eres un auténtico genio.
— No demasiado.
—Sí.
— Si tú lo dices...
— Lo afirmo, lo digo y lo rubrico.
—Como
verás, todo está minuciosamente planeado.
— ¿Pero cuándo comenzará ese maldito plan? Ardo
en deseos de que llegue de una vez esa hora tan señalada.
— Mañana es el día del emperador, ¿no?
— Sí, y eso ¿qué tiene que ver?
— Pues que voy a provocar un incidente en la
Tierra que haga precipitar los acontecimientos de una forma efectiva.
— ¿Cómo?
— Mañana enviaremos, con motivo del día del emperador,
una nueva nave especial, que será el catalizador que desencadene el conflicto
intergaláctico entre la Tierra y Kirgon, de tal forma que acabaremos con sus
defensas sin que ellos mismos puedan darse cuenta.
— ¿Crees que dará resultado?
— Me ofendes.
— Nada más lejos de mi intención.
— Bésame.
Y volvieron a caer en los deleites de la carne. Los Turegs era una civilización extremadamente ardiente.
* * *
Kirby
caminaba junto a Tirma por las calles de la capital. Parecía que toda la gente
había salido a ellas. La fiesta era celebrada con gran alborozo por todos los
habitantes de aquel planeta sosias de la Tierra.
— Parece que están muy contentos.
— Es una vez cada año —explicó Tirma—, A nosotros
también nos gusta tener un poco de libertad.
— De todas formas veo muchos soldados —observó
Kirby.
— No es nada comparado con la, vigilancia superférrea
que existe el resto del año. De todas formas, ya sabes que todos los tiranos
tienen mucho miedo.
— Tal vez será porque no tienen la conciencia demasiado
tranquila —bromeó Kirby.
— Me alegro que conserves el buen humor. Nos hará
falta.
— Mi querida Tirma, el buen humor es uno de los
patrimonios que recibí de mi padre y estoy dispuesto a defenderlo con la vida,
si es absolutamente necesario.
— Lo será,
— ¿Te has fijado en aquellos dos?
— No demasiado, iba distraída charlando contigo,
— Me parece que los he visto antes,
— Creo que ves espías por todas partes,
— No hago más que seguir tus consejos,
—Tampoco
es necesario exagerar.
— Puede que tengas razón, pero no me gusta demasiado.
Kirby
palpó entre sus ropas su láser. El contacto con él le dio una mayor
tranquilidad.
—Entremos
—dijo Tirma a la puerta de un establecimiento similar a los bares de la Tierra.
— No tendrán whisky, ¿verdad?
— ¿Y eso qué es?
—Si
alguna vez vienes a la Tierra lo sabrás, y te aseguro que te satisfará mucho
más que esos potingues que vosotros consideráis tan buenos.
— Me gustada ir algún día, aunque sólo fuera para
comprobar si es cierto todo cuanto dices de tu idílico planeta.
— ¡Yo no miento!
— ¡Calla y entremos de una vez!
Así
lo hicieron.
Los
hombres que había observado Kirby anteriormente hicieron lo propio.
— Estoy seguro de que nos siguen.
—¿Por
qué?
—Han
entrado detrás nuestro.
— Tendrán sed, hoy todos beben, es un día
festivo. Sólo pueden hacerlo libremente una vez al año; no veo nada extraño en
ello.
— Puede que tengas razón. Será mejor que deje de
preocuparme tanto, pero la verdad es que no puedo remediarlo.
—Tenemos
para unas cuantas horas antes de poder acercamos al palacio;
— Lo sé.
— Pues será mejor que no lo olvides y que actúes
como el resto de la gente, hay que evitar que tu actitud resulte sospechosa a
cualquiera de los soldados que pululan por las calles.
—Y
ellos, ¿cuándo descansan?
— ¿Quién?
— Los soldados, naturalmente.
—Esos
lo tienen todo muy bien organizado, por cada dos días de servicio tienen uno de
fiesta,
—Todo
un privilegio.
— No lo dudes —repuso Tirma, mientras pedía unas
bebidas.
—¿Qué
es eso que has pedido?
— Calla, pueden oírte.
— ¿Aquí?, más bien creo que no.
En
aquel establecimiento había una algarabía tal que resultaba prácticamente
imposible que nadie pudiera escuchar nada de lo que hablaba su vecino. La
bebida corría a raudales. En el fondo, pensó Kirby que podía considerarse un
hombre de suerte, ya que aquella oportunidad sólo se presentaba una vez al año,
y él podía gozar ahora, en un momento tan transcendental para la vida de la
Tierra como era aquél, de ella.
— ¿En qué piensas? —le preguntó Tirma mientras le
alargaba una copa.
—No,
nada, eran sólo disquisiciones mías.
— ¿Disqui... qué?
— Olvídalo, no lo entenderías.
— No soy tan tonta como crees.
— Lo sé, pero el poder explicártelo requeriría un
tiempo del que por desgracia no disponemos.
—¿Tan
complicado es?
— Ni yo mismo sabría decirlo.
—Anda,
bebe y cállate.
Bebieron.
— A la salud del emperador —se escuchó una voz
que sobresalió sobre las demás.
Todos
alzaron sus copas y profirieron el grito de «Salve al emperador».
—Es
uno de ellos.
— No tengas manías, es uno de los gritos y
brindis que verás repetir durante todo el día.
Tal
vez Tirma tuviera razón, pero él se senda espiado.
Salieron
del establecimiento y se confundieron con la muchedumbre. Ella se colgó de su
brazo.
— Me gustaría que todo fuera distinto, y así
poder disfrutar de este día contigo.
— A mí también.
Tirma
se acercó a él y le besó en la mejilla.
Kirby
sintió un escalofrió.
Le
devolvió el beso.
Esta
vez la imagen de Isa no apareció.
Siguieron caminando.
CAPITULO XI
En
el despacho del general Stric, adjunto al consejo de seguridad de la Tierra,
donde seguían los debates y las deliberaciones, sin que llegasen a ningún tipo
de solución, se encontraban el general y el coronel Smit.
— Mi general, con todos los respetos, creo que
estamos perdiendo un tiempo precioso del que espero no nos tengamos que
arrepentir.
— Mi querido coronel, es usted demasiado
impetuoso. Debería tomar algo para los nervios.
— Qué nervios ni qué niño muerto, estamos jugando
con una posibilidad de invasión extraterrestre, la primera que se nos ha
presentado, y lo único que se nos ocurre hacer es sentarnos a deliberar como
niños caprichosos, sobre si debemos tomar alguna medida o no.
—Una
decisión de este tipo debe meditarse muy bien, mi querido amigo.
— Sí, y mientras tanto estamos dando ventajas al
enemigo.
—Un
enemigo que todavía no nos ha declarado cuáles son sus intenciones.
— Creo que están muy claras, tenemos un
testimonio directo que para mí es determinante — aseveró el coronel, al que
aquella pasividad no hacía más que sacarlo de sus casillas.
— También podía darse el caso de que hubiesen
desistido de su propósito.
— ¿Qué le hace pensar en ello, mi general?
— No es que dude de nuestro intrépido comandante
Krony, pero ellos saben que él logró escapar.
— De eso no tengo la menor duda.
—Ve,
amigo mío, usted mismo me está dando la razón, existe la posibilidad de que
ante la circunstancia de que la sorpresa
no pueda producirse, decidan olvidar su estúpido plan de invasión. Deben
haberse dado cuenta de que no es tan fácil acabar con nosotros así por las
buenas.
— No lo creo, señor.
— Por lo menos convendrá conmigo en que existe
una duda razonable.
—No.
—Smit,
está usted obcecado y de esa forma es muy difícil que razone bien, yo creo que
hace demasiados días que no descansa.
— No estará insinuando que debo tomarme unas vacaciones,
precisamente ahora.
— Yo no insinúo nada, sólo hago un comentario que
me creo en la obligación de hacerle, no como superior suyo, sino como amigo.
Hace ya muchos años que nos conocemos, ¿no es cierto?
—Desde
luego, señor.
El
coronel había captado perfectamente la onda de las manifestaciones del general.
Si seguía oponiéndose sistemáticamente al camino emprendido por el consejo
podría ser relevado de la Tierra. Eso era al menos lo que pensaba el coronel
Smit, y sabía que su ayudante Harry corroboraría sus palabras,
— La verdad es que tiene usted razón, señor,
estos últimos días han sido muy tensos para mí. De todas formas preferiría no
descansar demasiado, le aseguro que podré controlarme en lo sucesivo.
— No lo dudo, Smit —asintió el general
visiblemente satisfecho por el repentino cambio de actitud que demostraba el
coronel Smit. El general, muy pagado de sí mismo, gustaba de un reconocimiento
y obediencia ciega en todos sus subordinados, y el coronel lo era.
El
timbre del teléfono se encendió. El general lo descolgó.
—Aquí
el general Stric. —Smit seguía atento la expresión del rostro del general—. De
acuerdo, que pase,
Colgó
el teléfono.
—Es
el comandante Krony, he querido tener una entrevista con él, supongo que dará
usted su aprobación.
— No faltaría más, mi general, pero creía que
tras declarar ante el consejo no haría falta más interlocuciones.
— Se equivoca, amigo mío, allí hubieron una serie
de cabos que quedaron un poco sueltos y me veo en la obligación de intentar
esclarecerlos.
— ¿Quiere que me marche, general?
— No, puede quedarse, coronel, será para mí un placer
que usted esté presente.
La
puerta se abrió, dando paso al comandante Krony. Al fondo del amplio despacho,
y tras una enorme mesa, se encontraba el general Stric; frente a él, a su
izquierda, el coronel Smit. Krony se quedó firmes en la puerta.
— Pase, comandante —le indicó el general.
Este
se adelantó hasta llegar a la altura de los dos hombres.
— Siéntese, Krony, haga el favor.
Obedeció
sentándose en la silla que había al lado del coronel y frente al general.
— Espero que se encuentre ya completamente restablecido.
— Sí, mi general, muchas gracias.
— Krony —prosiguió el general —, le he mandado llamar
para tener con usted, y por supuesto con el coronel Smit, un cambio de
impresiones a nivel particular. Quisiera saber unas cuantas cosas sobre su
estancia en Kirgon y demás.
—Creo
que ya lo comenté todo ante el consejo.
— De eso estoy seguro, pero existen algunas apreciaciones
a nivel personal que quisiera poner a su consideración, Creo que entre los tres
podremos sacar mejores conclusiones. ¿Le apetece tomar algo?
— Gracias, señor.
El
general intentaba crear una atmósfera lo más agradable posible, o así al menos
lo pensaba el coronel, aunque no entendía muy bien a dónde quería ir a parar.
— Rogers, tráenos unos vasos y una botella de
whisky —pidió el general por el interfono— Quiero que dejemos por unos
instantes el protocolo militar y que consideremos que somos una pandilla de
viejos amigos, lo que en el fondo somos, que estamos celebrando una efemérides
importante.
A
medida que el general hablaba, Smit se desconcertaba más y más. No podía ni tan
siquiera sospechar lo que aquel viejo zorro pretendía, pero dada la experiencia
que tenía con él, sabía que todo aquello no era ni mucho menos gratuito,
Rogers
entró con la botella y los vasos. Junto a ellos dejó encima de la mesa del
despacho una cubitera repleta de cubitos de hielo. Cuando fue a servir el
whisky en los vasos correspondientes, observó que el general le indicaba con un
gesto que podía marcharse. Sin mediar palabra entre los dos, Rogers dejó las
cosas en su sitio, se cuadró y pronunció aquellas palabras, que todos los
presentes conocían también.
—¿Ordena
alguna cosa más, mi general?
— No, puede retirarse,
Y
así lo hizo, con la misma diligencia con
que había efectuado todos los anteriores movimientos.
— Excelente muchacho este Rogers —comentó el general
mientras servía los whiskies.
Todos
asintieron con la cabeza.
— Bueno, ahora me gustaría proponer un brindis.
Y alzaron sus copas por la paz de las galaxias.
— Eso será difícil mientras no derrotemos a los habitantes
de Kirgon —apostilló el comandante Krony.
— Mi querido amigo —replicó el general—, no estamos
aquí, aunque pueda parecer insólito, para discutir de un tema que pertenece
exclusivamente al consejo de seguridad. Ya les he dicho que se trata sólo de
una reunión de buenos amigos.
—Usted
dijo que quería interrogarme sobre el asunto, por eso creí...
— Quería que hablásemos de experiencias privadas
y personales, que seguro que también existieron a lo largo de esa desagradable
aventura.
— No entiendo, señor.
El coronel comenzaba a ver por dónde iban los tiros.
CAPITULO XII
Ragon
estaba mostrándole al emperador desde el cuadro de control del palacio, el
despegue de la nave que llegaría a la Tierra en dos días, la cual según el
propio Ragon iba a desencadenar la operación K-16.
— Habréis podido comprobar que todo está saliendo
según lo programado,
— Ragon, mi fiel Ragon, no sabéis el placer que
me produce contemplar estas imágenes tan reconfortantes, —Se refería a la nave
que desde la pantalla describía la órbita de la puerta negra que propiciaba el
salto intergaláctico, colocándola en el sistema planetario terrestre.
— Pues aún os reservo otro regalo, que espero sea
de vuestro agrado.
—Si
se trata de una nueva esclava, os ruego que sea sin que se entere la
emperatriz, sería capaz de matarme,
— No temáis, además se trata de algo que estoy seguro
que os producirá un mayor placer,
— Me tenéis intrigado.
—Eso
es importante, mas tened un poco de paciencia.
— Podría ordenaros.
— Mi señor, en vuestro día seria cruel,
recordadlo.
El
emperador era como un niño caprichoso y rebelde, al que Ragon manejaba
perfectamente.
— ¡Hola, esposo mío! ¡Hola, Ragon!
La
emperatriz acababa de entrar sin ninguna clase de protocolo.
— ¡Cómo!, ¡me has asustado! —exclamó el emperador,
al que aquella intromisión había molestado en gran manera.
— Nada más lejos de mi intención, sólo venía a felicitaros
como esposa y sierva.
La emperatriz se había arrodillado ante el emperador, Ragon sonreía al contemplar aquella escena de opereta. La emperatriz abusaba de sus prerrogativas y podía ser peligroso. El emperador era bastante estúpido, pero tampoco había que menospreciarlo hasta ese extremo.
* * *
— ¡Cuidado, Kirby! —pudo gritar Tirma, cuando
aquellos individuos se abalanzaron contra ellos. Kirby no tuvo tiempo de sacar
su láser, dos de aquellos individuos le tenían prácticamente inmovilizado.
Reaccionó
con gran rapidez pisando con fuerza el pie de uno de ellos, con tal fuerza, que
tuvo que aflojar su presa, al tiempo que profería un tremendo grito de dolor.
— ¡Maldición!
— Lo siento por ti.
Sin
casi dejar reaccionar al otro, lanzó su puño derecho contra su rostro, con tal
potencia que éste aflojó completamente su presa, luego le aplicó un golpe con el
canto de la mano en el cuello que dio con él en el suelo, dejándole sin
sentido.
— ¡Escapa, Tirma!
Los
que la sujetaban la dejaron para lanzarse contra él. Kirby se lanzó al suelo,
evitando la primera embestida, y aprovechando para sacar su láser del bolsillo.
Llegó
justo a tiempo de disparar. Los dos Turegs cayeron fulminados.
— ¡Vamos, Tirma, no hay tiempo que perder, la alarma
ya está dada! —dijo mientras la cogía por el brazo y la arrastraba lejos de
allá. Todo sucedió con una rapidez endiablada, sin que nadie de los que estaban
a su alrededor tuviese tiempo de reaccionar.
Corrieron
entre la multitud, abriéndose paso como podían, la alarma había sonado, era
difícil que pudiesen seguirles, debido al enorme desconcierto que se había
organizado tan sólo en unos segundos,
— Da la vuelta por la primera bocacalle, es
nuestra única oportunidad —dijo Tirma.
—De
acuerdo. ¿Puedes seguir?
— No te preocupes por mí y corre sin parar.
Así
lo hicieron.
Al
llegar a la esquina doblaron.
—¡Al
fin, estamos salvados!
Su
alegría duró muy poco, esta vez Kirby no pudo usar el láser, pues se lo
arrebataron en seguida y antes de que pudiese utilizar sus puños o sus pies
perdió conciencia de si estaba vivo o no. Un golpe en la cabeza le envió, sin
él quererlo, en brazos de Morfeo.
—Tú,
supongo que serás más razonable —dijo el que parecía el jefe de la patrulla a
Tirma.
— ¿Qué le habéis hecho? —preguntó mientras forcejeaba
inútilmente con dos soldados.
—Si
hubiésemos querido matarle ya lo habríamos hecho la primera vez, y nos
habríamos ahorrado dos muertos. Por suerte para él, Ragon lo quiere vivo.
Tirma, cuando sintió el nombre del brazo derecho del emperador, tembló como jamás había supuesto que pudiera temblar.
* * *
La
luz verde indicó al emperador que alguien le llamaba.
— ¿Quién osará molestarme hoy? -—preguntó el
emperador.
— Permitid que conteste, señor; me permití el atrevimiento
de ordenar a mis hombres que me avisasen en cuanto tuviese preparada la
sorpresa que reservo para mi emperador, del universo entero. Espero que no habré
ido demasiado lejos en mis atribuciones —se excusó Ragon ante emperador y
emperatriz.
—En
absoluto, mi fiel Ragon, puedes contestar. Tienes mi permiso, confieso que
estoy impaciente por ver cuál es esa otra sorpresa que me tenéis preparada,
pues después de la que ya he tenido no sé qué pensar.
— Gracias, señor —Se fue hacia la luz verde y pulsó
el botón del interfono—. Aquí Ragon, ¿quién habla?
— Señor, ya tenemos al extranjero.
— Entonces dad la alarma roja y dejadlos en mi sala,
dentro de unos minutos voy para allí. ¿Os ha costado mucho?
— Dos hombres muertos, y el terrícola está inconsciente
en estos momentos. Es un hombre peligroso, le hemos atado, no tardará en
despertar.
— Quiero que esté despierto para cuando yo
llegue. Hacedlo como queráis, pero hacedlo,
— No sufráis, señor, vuestras órdenes serán cumplidas,
¿alguna cosa más?
—No.
Ragon
volvió al centro de la sala. En la cara de la emperatriz había un interrogante que éste disipó con un gesto; el
emperador por su parte mostró un súbito interés por todo aquello. Ragon sin
embargo sabía que cualquier cosa, por superflua que fuese, distraería muy
pronto la atención del mismo, y eso era algo que a él le interesaba mucho en
aquellos momentos trascendentales para su diabólico plan. Dentro de muy poco, antes
de lo que nadie pudiera imaginar, sería emperador de dos planetas separados
entre galaxias y controlando la mayor parte de ellas,
—¿Está
todo bien, Ragon?
— Perfectamente, señor,
—¿Puedo
saber ya de qué se trata?
— Dentro de una hora lo sabréis.
—¿Y
por qué no ahora ya?
— Porque quiero que lo veáis con vuestros propios
ojos. Si os lo contase tal vez no dieseis crédito a mis palabras.
—Sois
especialista en picar mi curiosidad,
— Intento agradaros en la mayor parte de cosas, dentro
siempre de mis modestas posibilidades.
La
emperatriz salió en auxilio de Ragon, pues éste corría el riesgo de que su
esposo se impacientara y cometiese alguna de sus múltiples tonterías, a las que
por desgracia era él tan propenso.
—¡Esposo
mío!
— Decidme, mi bien.
— Debéis confiar en Ragon, es vuestro servidor
más fiel y si está creando ese clima de misterio, estoy segura de que será
buscando algo que os agrade en sobremanera; no puede ser de otra forma.
— Gracias, mi emperatriz, me abrumáis con vuestra
amabilidad.
—
Pillín —sonrió el emperador—, os ha salido una estupenda defensora.
Y era cierto.
El emperador no sospechaba nada.
* * *
— Rony, creo que ha llegado el momento —fueron
las palabras de Risca.
— ¿Se ha dado la señal?
—Sí,
no sé cómo lo habrá conseguido, pero lo cierto es que lo ha logrado; ahora
viene nuestra parte.
— Todo está listo.
— Me parece mentira, pensar que podemos ser otra
vez ciudadanos libres.
— Aún nos queda mucho que hacer —replicó Rony,
que estaba visiblemente emocionado por el éxito del capitán, ignorando como
Risca que era una trampa que había urdido Ragon para matar dos pájaros de un
tiro, y que el segundo pájaro eran ellos.
Todos
estaban en sus puestos preparados para salir de su refugio y cruzar el río
rojo.
—Cuando
usted disponga, Risca; todos están preparados esperando sus órdenes.
— Nunca me ha gustado mandar.
— Bueno, digamos sus sugerencias.
—De
acuerdo, adelante.
Y
todos comenzaron a salir del exilio.
Una monstruosa trampa los esperaba detrás del río rojo.
* * *
—¡Conque
tú eres el famoso capitán Kirby! Vaya, ya tenía ganas de conocerte —La sonrisa
de Ragon era diabólica, pues como casi siempre su rostro mostraba una
satisfacción por lo que él consideraba su más astuta victoria.
— ¿Y tú quién eres, chivo asqueroso? —Kirby
estaba furioso y no podía disimularlo. Además no creía que valiese la pena,
había fracasado en su intento, y estaba casi seguro de que no tendría una nueva
oportunidad,
— Que te lo diga ella que me conoce muy bien, ¿no
es así, querida Tirma?
— Es Ragon. El brazo derecho del emperador.
— Pues tiene pinta de cerdo.
— Esa es una reacción típicamente terrícola y no sirve
para nada aquí. Vuestra inteligencia es muy inferior a la nuestra. Has perdido,
tienes que reconocerlo, y así te ibas a evitar muchas molestias,
— Me imagino que a ti no te importará mucho saber
que a mí puede que sí que lo hayas logrado, pero aún queda gente suficiente
para oponerse a los cerdos de tu especie.
Kirby
estaba fuera de sí. Pensaba en Tirma, qué estaba allí con él en una situación
embarazosa tan sólo por su culpa; debía haber emprendido la aventura solo,
— Fue una temeridad por tu parte —prosiguió Ragon—
el menospreciamos. Hemos seguido todos tus pasos desde que cruzaste el río
rojo. Incluso lo que los rebeldes y tú pensasteis que había sido un fallo
nuestro al llevar vuestra nave a la zona rebelde, no fue sino parte de un plan
que culminará hoy con la captura de tu compañero Rony y todos los rebeldes.
— Eso lo veo difícil —respondió Kirby, recobrando
un poco el dominio si mismo ante la estúpida aseveración de aquel ser
deleznable.
— Según me han comunicado, hace escasos minutos
están a punto de cruzar el río rojo, creyendo los muy estúpidos que tu misión
de destronar a nuestro emperador ha sido triunfal,
— No puede ser.
— Lo es, no tardarás en verlo con tus propios
ojos.
La
cólera volvió al rostro de Kirby, pero era una cólera bien distinta de la que
había sentido hasta aquel momento. Esta vez era producto de la impotencia, Ragon
tenía razón y aunque le doliese tener que reconocerlo, aquel hombre poseía una
inteligencia diabólica. Era muy peligroso, tal vez sin su concurso la democracia,
al igual que en la Tierra, podría reinar en Kirgon, pero aquello era una
utopía. Él estaba ahora atado de pies y manos y sus amigos lo estarían dentro
de poco.
— Pienso regalarle al emperador en su día las cabezas
de Risca y la tuya, y yo conozco al emperador, no las tendría todas conmigo,
con él es muy fácil perderla cuando uno menos se lo piensa,
— Aquí puede que nos hayas vencido, pero jamás
conquistarás la Tierra.
— Siento contradecirte, admirado capitán, los habitantes
de tu planeta son bastante más estúpidos que tú, y ellos mismos se meterán en
la trampa que me he dignado prepararles, a fin de que terminen de la forma más
rápida. La Tierra será una más de las conquistas de Kirgon, Nosotros somos los
únicos dignos de dominar el universo.
— ¡Estás loco, Ragon!
— Puede que sí, tal vez tienes razón.
— Estoy seguro que la tengo.
— Pero en todo caso mi locura es una locura
constructiva.
Antes de salir dio orden de que los prisioneros fuesen preparados para el emperador.
* * *
Sólo
cruzar el río e internarse en el sendero que llevaba a la ciudad de Rony, Risca
y sus hombres fueron capturados con una facilidad pasmosa.
— No entiendo nada —decía Rony mientras los conducían
a palacio.
Ese
privilegio fue exclusivo de Risca y Rony, el resto de los que formaban el grupo
de rebeldes fue conducido a unas mazmorras desde donde serían ajusticiados al
amanecer, según la costumbre implantada por Ragon, dueño y señor de las
cárceles de Kirgon.
— Es muy sencillo —le dijo Risca —, Kirby ha sido
atrapado, y nosotros hemos caído como chiquillos en la más ingenua de las
trampas. Debí pensarlo.
— Maldita sea: la culpa es mía, Risca, yo le
aseguré que el capitán no podía fallar.
—Y
yo llegué a creerlo, tal vez porque necesitaba hacerlo. Creo que es mejor morir
por la libertad que vivir como cucarachas encerradas. Sólo lo siento por mis
hombres, ellos tenían una fe ciega en mí, y les he llevado a la muerte.
— Supongo que también opinan como usted.
— Me gustaría poder creerte,
— Esta vez sí que puede hacerlo.
Rony
sentía una extraña sensación, sabía que iba a morir y no le importaba, la
presencia de ánimo de hombres como su capitán, y ahora aquel ser que se enfrentaba
a su destino con una parsimoniosa tranquilidad, y al que sólo preocupaban sus
hombres. Que seguro que hubiese dado gustoso su vida por ellos.
Era
todo un ejemplo de solidaridad.
Cuando
llegaron a palacio, los llevaron enseguida a los aposentos donde estaban
encerrados el capitán Kirby y Tirma.
— Mi capitán —exclamó Rony alborozado—, me alegro
de verlo.
— Preferiría que nos hubiésemos encontrado en
otra circunstancia.
Y Rony sabía que tenía razón.
CAPITULO XIII
El
emperador había llamado a Ragon, y éste se presentó sin saber que iba a ser la
última vez que sus ojos contemplarían el sol de su planeta.
— ¿Me habíais llamado?
— Sí, estimado Ragon, tengo algo que comunicaros.
— Os escucho, majestad,
— ¿Cuándo pensabais asesinarme?
La
pregunta golpeó la estancia como una pesada losa.
— No entiendo qué queréis decir.
— Ragon, no os hagáis el tonto, me entendéis
perfectamente.
—Supongo
que se tratará de una broma.
—No.
En
aquel momento entró la emperatriz.
—Supongo
que no lo negaréis.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Ragon a la par
que sacaba un estilete y se lanzaba contra el emperador.
No
pudo llegar a su objetivo, Rilei fue más rápido e hizo fuego alcanzándole en
plena cabeza. Casi ni se dio cuenta. Realizó una extraña pirueta en el aíre y
se desplomó en el suelo para siempre.
— Gracias, Rilei, tan oportuno como siempre.
— Siempre a las órdenes de mi emperador.
— Fue una suerte, esposa mía, que Rilei
descubriese el complot.
— Fue maravilloso, esposo mío. Pero, ¿cómo llegó
a descubrirlo?
La
emperatriz estaba lívida, temerosa de que pudiera descubrirse toda la verdad,
ahora que Ragon había dejado de existir. Ella era la única que conocía con
detalle los planes de éste y aun no todos.
— Fue por medio de uno de los sicarios de Ragon,
Rilei escuchó algo no hace muchos días y le siguió.
— No fue muy difícil hacerle hablar —dijo Rilei
mientras sonreía y mostraba sus horribles dientes.
— Ya lo veo. Recibid mi agradecimiento, junto con
el de mi esposo.
— Es un honor para mí.
— Está bien, Rilei, llévate el cuerpo de ese
asqueroso y espera mis nuevas órdenes.
—Será
como mandéis.
Rilei
cogió el cadáver de Ragon, como si de una pluma se tratase y salió de la
estancia. El emperador no parecía demasiado satisfecho, eso molestó a la emperatriz
que estaba atemorizada. No sabía, y seguro que sería imprevisible saber las
reacciones de su esposo a partir de aquel instante. Desde luego todo podía saltar
por los aires en cualquier momento. Tan sólo ella podía seguir los planes de
Ragon, pero ignoraba con cuánta gente fiel contaba, y eso era un gran hándicap.
— Nunca me lo hubiese imaginado.
— ¿El qué?
— La traición de Ragon,
—Yo
también dudé, pero ante la evidencia... Además, querida, debo agradecer tu
colaboración, has dado el golpe. El desgraciado creía que veía visiones, tan
seguro como estaba de la inmunidad con que yo le dispensaba.
—Te
hubieses dejado asesinar por él, tanta fe le tenías.
— Eso es precisamente lo que quería hacer.
— Cuánta ambición.
— En demasía es peligrosa.
— Pues ¿no tenía mucho poder?
— Después de mí era el que más tenía de todo el
imperio.
— ¡Qué barbaridad!
— Por lo visto no era suficiente, quería más, sin
saber que el emperador es infalible y nada se puede contra él.
La
emperatriz pensó que aquello le iba a endiosar todavía más, lo que no estaba
dispuesta a tolerar, por lo que decidió pasar a la ofensiva sin más dilación.
— ¿Qué pensáis hacer con los prisioneros?
—Tienes
razón, se me había olvidado. Diré a Rilei que los traiga a mi presencia, voy a
interrogarlos. ¿Te gustaría presenciarlo?
— Nada me haría tan feliz.
— Pronto verás la justicia del emperador.
— Será un placer.
Estaba seguro que así sería.
CAPITULO XIV
Los
prisioneros fueron conducidos a presencia del emperador entre impresionantes
medidas de seguridad.
— Bueno, ¿qué voy a hacer con vosotros? —preguntó
el emperador.
— Lo que os diga Ragon, supongo respondió el
comandante Krony,
Sí,
tal y como suena, en aquella sala estaban Krony, la princesa, Kirby, Tirma,
Rony y Risca.
— No me habléis de ese traidor, ya ha dejado de
existir, como os ocurrirá a vosotros y a todos los habitantes de la Tierra,
— ¿Para qué queréis destruir la Tierra? —preguntó
Kirby.
— Es necesario que así sea, lo necesita el
pueblo, él lo pide.
— Eso no es cierto —era la voz de Tirma, la que se
levantó indignada al oír aquella sarta de estupideces.
—¿Quién
eres tú?
—Una
Turegs —respondió ella—. Lo que demuestra que no todo tu pueblo está contigo,
en esas ideas estúpidas.
— ¿Cómo te atreves a hablarme así? —rugió el
emperador.
— Calma, esposo mío — se interpuso la emperatriz —,
creo que será mejor dejarles hablar, tal vez tengan algo interesante que
explicarnos ames de que los hagas suprimir.
— Ella habla así porque era la amante de Ragon
afirmó Risca dejando sorprendidos a todos los presentes.
—
Eso es mentira —bramó indignada la emperatriz a la vez que sacaba una daga y se
abalanzaba sobre Risca, al que atravesó antes de que nadie pudiera reaccionar.
— Atrapadla —ordenó el emperador.
Los
soldados la cogieron, inmovilizándola.
— Eso te ha delatado. Lleváosla y que no vuelva a
verla jamás.
Aquello
era una auténtica sentencia de muerte. El pobre Risca yacía en el suelo sin
vida.
— Me parece, emperador, que vos desconocíais muchas
de las cosas que se hacían en vuestro nombre —dijo Krony—, y entre ellas la
necesidad de conquistar la Tierra, planeta que por otra parte es el único de
todas las galaxias que es igual que Kirgon, lo que debería ser un motivo de
ayuda e intercambio recíproco, para bien de ambas civilizaciones.
— Yo apoyo las palabras del comandante —prosiguió
Kirby— y ella —refiriéndose a Tima—, como súbdita vuestra, podrá relataros un
poco tal como está la situación.
Y así lo hizo.
El
emperador no fue demasiado difícil de convencer, ahora sólo quedaba un pequeño
detalle, pues ya sabían que los dobles de Krony y la princesa estaban en la
Tierra, así como la nave que había despegado a fin de hacerles caer en la
trampa y conseguir que enviaran sus tropas a una verdadera matanza. Ahora las
naves de Kirgon no atacarían a las de la Tierra, ya que tendrían paso franco
por la puerta intergaláctica, pero había que evitar que ellos comenzaran un
ataque, que sí entonces haría irremediable la guerra.
— Debemos evitarlo —dijo Kirby.
— El emperador nos presta una nave, iremos los
dos si le parece —explicó el comandante Krony.
— Será un verdadero placer.
— Yo también voy contigo — interfirió la
princesa, colgándose mimosa del brazo del comandante.
— No puede ser.
— Es una orden.
— No puedo obedecer.
— Ya mandarás cuando nos casemos.
— Enhorabuena, mi comandante —felicitó Kirby.
— Gracias —respondió éste azarado y rojo como un
tomate—. Bueno, es hora de partir.
— Yo voy con vosotros —insistió la princesa, y ya
se sabe lo que sucede cuando una mujer se empeña en conseguir algo. Lo
consigue, de eso no existe la menor duda.
Partieron
rumbo a la Tierra.
—Espero
que aún no estén en camino hacia este tugar.
—Esperemos,
— Son siempre lentos en tomar posiciones.
Pero
en el fondo sentían una tremenda inquietud al ignorar cuál sería la situación y
qué clase de mal habrían hecho los dobles del capitán y la princesa, que aunque
a ella no se lo habían dicho Krony y Kirby temían por el padre de ésta. Tenían
que reconocer que el plan de Ragon era o mejor dicho había sido prácticamente
perfecto.
— Pronto volveremos a casa, tengo unas enormes ganas
de llegar —dijo Rony en un tono nostálgico—, aunque voy a extrañar la compañía
de Risca, pues era un gran hombre. La vida es injusta.
— No temas, Rony —prosiguió Kirby—. Sé que Risca
estaría satisfecho con la libertad de su pueblo, y ésta se ha conseguido
gracias a su sacrificio, esto nunca podrá ser olvidado por los suyos. Es, desde
luego, una verdadera lástima. Seres como él no deberían morir nunca.
—¡Comandante,
capitán!
— ¿Qué sucede? —preguntaron al unísono.
— Estamos a cinco minutos de la puerta negra.
— Fijad las coordenadas.
— Fijadas están.
— Motor a tres mil.
— A tres mil, señor.
— Pues vamos allá.
— Entrando.
Y la nave se perdió por unos instantes entre la negrura del espacio intergaláctico.
* * *
Habían
llegado a la Tierra, tras encontrarse en el camino las naves que comandaba
personalmente el coronel Smit, Llegaron después de esto sin novedad.
El
comandante y la princesa anunciaron su compromiso con el beneplácito de todos.
Kirby
se encontraba en casa del coronel.
— ¿Cómo los descubrieron? —preguntó Kirby.
— No creas que fue fácil —respondió —, debo confesar
que a mí consiguieron engañarme completamente, pero el viejo sabueso...
—¿Se
refiere al general Stric?
— Sí, hijo mío, el mismo, pero oye, ¿cómo lo
sabías?
Señaló
hacia el lugar donde se encontraba Isa, la hija del coronel.
— Eso es una trampa asquerosa.
— Y luego todo fue muy fácil, aquellos dobles nos
dieron la clave.
Estas
palabras las dijeron ambos jóvenes a coro, provocando la indignación del
coronel, que se marchó refunfuñando.
— ¡Iros al diablo!
Los
dos jóvenes se abrazaron sonriendo.
— Lo importante es que ya estamos juntos, ¿no te
parece?
—Sí,
Isa, y además que ya no existe peligro de guerra ni de destrucción.
— ¡Bésame! —pidió ella.
Sus
labios se unieron en un interminable beso.
Eran
fuertes.
Eran
jóvenes.
La imagen de Tirma pasó durante un momento por la mente de Kirby, luego su mirada sonrió.
FIN