Alfonso Arizmendi Regaldie, "Alf Regaldie", nació en Valencia en 1911, y no utilizó más seudónimos, si excluimos "Carlos de Monterroble", que usó para una novela romántica. Algunos de sus mejores novelas son "El terror de los sin ley", policíaca, "Cuatro rebeldes", Oeste, y "El enigma de Airón", ciencia-ficción.
CAPÍTULO I
Vea esto, Gastón, y dígame qué opina de ello.
Gastón Loos, el joven ayudante del
profesor Alex Ray, se acercó a éste y tomó de sus manos el «microfilm» que le
alargaba. El profesor era hombre que no dejaba traslucir con facilidad sus
emociones y, sin embargo, en aquella ocasión, le fue difícil dominarse y sus
manos temblaban ligeramente al entregar la cinta al joven.
Gastón se acercó a una de las luces del
laboratorio y contempló por unos instantes al trasluz el film que el profesor
le había entregado. Un gesto de asombro se dibujó en su rostro moreno de
expresión vivaz.
-¡Cáspita! Estas cosas no parecen
corrientes a la altura en que han sido tomadas estas películas.
Es tan reducida la fotografía que no se
puede apreciar de qué se trata; pero, desde luego, no son cuerpos celestes.
-Exacto. Venga. Vamos a proyectarlo
cuanto antes.
Pasaron ambos hombres a la pequeña sala
de proyección y poco después, una vez hecha la oscuridad, se entregaron a la
contemplación del film. En el silencio de la sala sólo se percibía el leve
ruido producido por la diminuta máquina de proyección la respiración
entrecortada de los dos hombres, cuya emoción iba en aumento a medida que
avanzaba la proyección y aparecían en la pantalla unas formas extrañas que,
pasando a una endiablada velocidad, desaparecían rápidamente del campo
fotográfico; las primeras formas eran sustituidas por otras que desaparecían,
también veloces, dejando una especie de estela luminosa...
-¿Qué le parece? -preguntó excitado el
profesor Ray.
-Que pasan con demasiada rapidez para
poder determinar exactamente de qué se trata -repuso el joven ayudante-. Pero
sea lo que sea no han pasado lejos del objetivo fotográfico de nuestro cohete.
-Veamos qué puede ser. Detenga la
máquina y deje fija una de las fotografías. Así las podremos estudiar
detenidamente y darnos mejor cuenta de qué se trata.
El joven Loos detuvo la máquina y en la
pantalla quedó fija una de las vistas. En el centro de ella y rodeada de una
especie de halo luminoso, que era lo que seguramente producía la estela, se
veía una extraña forma metálica, de forma circular y achatada y en la cual se
podían apreciar bastantes manchas oscuras, así como determinados reflejos.
-¡Fíjese bien! -exclamó el profesor señalando
con la mano-. ¡Lo que me temía! Son aeronaves bastante semejantes a nuestros
«platillos volantes». Pero sabemos que éstos no pueden ser, ya que, de momento
al menos, no alcanzan tales alturas. Esta película ha sido tomada por nuestro
«Comet-7» entre los mil quinientos y los mil setecientos kilómetros de altura y
ahí es imposible que hayan llegado los platillos...
Las últimas palabras del profesor,
dichas en un tono bajo, parecieron mecerse en el aire tomando la forma de una
angustiosa interrogante.
-¿Y qué puede ser? -interrogó Loos.
-No quiero ni pensarlo. No se me ocurre
nada más sino que pueden ser de otro planeta, seguramente de Marte. ¡Se ha
hablado mucho de una posible y antigua civilización allí y tal vez esto sea la
mejor prueba...
- ¡Pero eso sería maravilloso, profesor!
¡Y magnífico para nosotros el ser sus descubridores!
El anciano profesor miró contristado a
su ayudante y alumno ¡favorito.
-Siento no compartir su entusiasmo,
Gastón. Los años me han vuelto escéptico en lo que se refiere a ese ser que
llamamos hombre y a sus posibles semejantes de otros planetas y no espero
demasiadas cosas buenas de ellos.
El joven contempló a Ray como si no le
comprendiese.
-¿Qué buscan esas aeronaves tan cerca de
nosotros? -continuó el profesor-. Si fuese un acercamiento amistoso, si les
impeliese el interés científico, hubiese tratado de ponerse en contacto con
nosotros, hubiesen hecho señales. Lejos de eso, pasan silenciosos, escurridizos
y sólo la casualidad ha permitido descubrirlos...
-Tal vez desean conocernos mejor antes
de lanzarse a la aventura de darse a conocer y nos están estudiando todo lo
cerca que sus medios des permiten.
-Cuando consiguen llegar tan cerca de
nosotros con evidente facilidad, es señal de que nos tienen harto conocidos y
que lo que buscan de nosotros es otra cosa.
-¿Y qué pueden buscar si, como parece,
su civilización es superior a la nuestra?
-En lo que va de siglo he conocido en
nuestro planeta dos terribles guerras y le aseguro que no quisiera conocer la
tercera. Pues bien, estas guerras han sido motivadas por el eterno móvil:
pretender adueñarse de lo que otro tiene. Esto es tan viejo como la humanidad
misma.
-¿Y qué pueden ellos apetecer? ¿Qué
podemos tener nosotros que ellos no tengan?
-Es difícil poder contestarle a eso,
Gastón. Pero no olvide que, según todos los datos, según las observaciones que
sobre Marte se han hecho, se trata de un planeta viejo, agotado ya, con escasos
medios de vida, tal como nosotros la entendemos. Su vegetación es pobre y, por
tanto, su despensa estará poco menos que agotándose.
-Pero si su civilización es tan
adelantada como nos demuestran esas aeronaves, habrán sido capaces de superar
esa escasez de alimentos con productos sintéticos.
-Es posible, pero esas cosas no siempre
dan satisfacción. Acaso esa civilización no se haya desarrollado de una forma
equilibrada y estando avanzados en unas ramas, en otras estén atrasados.
Pudiera ser que allí, como aquí, las luchas les hubiesen desgarrado,
conduciéndolos a un colapso del que estén despertando un poco tarde para poder
salvarse por sus propios medios. Pueden ocurrir tantas cosas...
Un silencio denso se hizo entre los dos
hombres. Meditaban. Hasta que el vivaz joven le interrumpió:
-¿Y qué piensa hacer ahora, profesor?
Esto es un asunto delicado, sobré todo si se le enfoca desde su punto de vista.
-Tan delicado que deseo tratarlo
directamente con el Presidente, y le ruego que no deje traslucir lo más mínimo
ante nadie, por confianza que le merezca. Quite ese film de ahí y asegúrese de
que en los otros conseguidos por el «Comet-7» no aparece nada de este tipo. Si
viera algo, sepárelo también.
-Si señor. ¿Entonces verá personalmente
al Presidente? Cuánto me gustaría hablar personalmente con él. Es un hombre
admirable.
-Sí. Es admirable. No era fácil reunir a
todos los países en una organización y él lo ha conseguido. Ha conseguido
disipar recelos, aunar criterios, hermanar intereses antagónicos. El fantasma
de la guerra que parecía cernerse sobre nosotros ha sido alejado. Gracias a
esto me da menos miedo nuestro descubrimiento. Si fuésemos agredidos desde
fuera, al menos nos coge a todos unidos... En fin, trataré de conseguir que,
cuando me reciba, pueda acompañarme usted. Usted llevará el proyector y los
films y me ayudará en todo.
Gastón experimentó una viva alegría:
-Gracias, profesor.
* *
*
La entrevista del profesor con el
Presidente de
Se llegó a la construcción de un cohete
que, pesando setenta toneladas, estaba dividido en varias partes que, a medida
que se iba consumiendo el combustible que portaban, las iba abandonando en el
espacio, llegando al final de su trayecto con un peso de doscientos kilos. Este
cohete era susceptible de conducir a un hombre y cierta pequeña carga, pero no
podía contarse con él para el regreso a
Se trazó y comenzó a trabajar sobre el «Plan
Lowe». Consistía éste en el montaje de un planeta artificial que, establecido a
una considerable distancia de
Se trabajaba febrilmente y no se pudo
evitar que la alarma cundiese al exterior de los círculos oficiales, entre las
grandes masas de población, sobre todo las que habitaban alrededor de los
centros fabriles.
La prensa vislumbró algo y se hizo eco
de ello, fantaseando la mayor parte de ella y manteniéndose en una seria
reserva el resto.
El propio Presidente hubo de salir al
paso de las fantasías en circulación, calmando la naciente inquietud con un
informe bastante objetivo y. haciendo ver la necesidad de estar preparados por
si algo que se consideraba remoto, pero no imposible, se producía.
Las palabras del Presidente impusieron
un tanto la calma...
Hasta que cierta noche...
Gastón Leos hallábase en el observatorio
junto al profesor Ray. Pese a los cohetes de exploración provistos de cámaras
tomavistas, que repetidamente habían sido lanzados, no se habían vuelto a
encontrar rastro de aparatos, ni la constante vigilancia del radar había
captado la menor señal que pudiese resultar alarmante.
Enviaban los dos hombres de ciencia
ondas hertzianas de muy pequeña longitud en dirección a Marte. Estas ondas, que
viajan a una velocidad igual a la de la luz, eran reflejadas en la pantalla de
radar en un periodo de tiempo que se podía considerar normal, sin interferencia
alguna.
-Nada, profesor. Parece que tenemos
normalidad.. A veces pienso que nos estamos agotando en un esfuerzo estéril,
tratando de apresar algo impalpable...
Un ruido lejano, como el ulular del
viento en la cumbre de un ventisquero, interrumpió al joven, llenando de
zozobra su ánimo.
No había el menor síntoma de tormenta y
una suave brisa mecía mansamente las hojas en los árboles. En contraposición
con esto, el misterioso ulular iba creciendo en intensidad a un ritmo
uniformemente acelerado.
El profesor Alex Ray sintió cómo sus
nervios percibían unas extrañas vibraciones y tuvo la intuición del peligro.
-¡Rápido! ¡Emita ondas de nuevo!
Presiento que algo extraño se nos viene encima.
Impresionado por la excitación del
profesor, Gastón Loos hizo una nueva emisión de ondas, sin perder de vista la
pantalla del radar, esperando ver reflejado en ella algún objeto cercano. Pero
la pantalla permaneció ciega, mientras el siniestro ulular crecía en intensidad
por momentos, produciéndoles una molesta sensación de desequilibrio, de
anonadamiento. Se sintieron ambos hombres dominados por angustiosas vibraciones
y percibieron que no podían dominar el pensamiento, pese a sus esfuerzos por
ello. El profesor Ray comprendió lo que sucedía y aún pudo exclamar:
-¡Los oídos! ¡Son ondas ultrasónicas!
Hizo un esfuerzo Gastón Loos y pudo
alcanzar un paquete de algodón, deshaciéndolo febrilmente y alargando a su
profesor una parte; él mismo se taponó los oídos y ambos parecieron recobrar el
dominio de sí mismos por unos instantes. Pero de nuevo la obsesionante
vibración les envolvió, anulándolos, haciéndoles sentirse presa del vértigo.
Los oídos les zumbaban y tenían la sensación de que la cabeza les iba a
estallar. Entre negras nieblas entrevieron la antesala de la locura, mientras
la extraña vibración se hacía más intensa aún.
Percibían que el piso les faltaba debajo
de los pies y que la estancia donde se hallaban se entregaba a una danza
frenética impidiéndoles conservar el equilibrio. Primero el profesor, poco
después Gastón, se sintieron proyectados contra el inseguro suelo, a pesar de
un ultimo intento de agarrarse a las paredes y a los instrumentos cercanos.
La nuca les dolía y sintieron la
garganta reseca ; intentaron ponerse de pie en un postrer instante de lucidez,
pero se vieron extenuados, faltos de energía. El creciente ulular los sumía en
un desesperado tormento. Hasta que se desvanecieron...
Escenas similares se desarrollaron en
las calles, en las fábricas, en las oficinas y departamentos de la gran Sede de
Los hombres más resistentes se debatían
aun en la semiinconsciencia cuando, precedidas del atormentador sonido, cada
vez más intenso, fueron dibujándose en el éter las formas de cinco aeronaves de
forma circular que descendían a una velocidad de vértigo. La luna arrancaba
fulgurantes destellos a las armazones metálicas, brillantes, pulidas, que iban
dejando tras sí una luminosa estela.
Como cinco halcones lanzados en vuelo
picado contra su presa, las cinco aeronaves se dejaron caer hasta tomar contacto
con el asfalto que pavimentaba la plaza en la cual se alzaba el edificio
principal del Departamento de Defensa.
Apenas si aminoraron su velocidad hasta tomar
contacto con el piso y, sin embargo, el aterrizaje no resultó violento. Pocos
metros antes de llegar al suelo, aparecieron en las panzas de las aeronaves un
juego de tres patas en cada una y cuyas patas iban rematadas por discos que
formaban la zona de contacto con la tierra. Los discos se adhirieron al piso
como ventosas, las naves experimentaron una leve sacudida, amortiguada por el
ballestaje y el atormentador ruido que había puesto fuera de combate a los
seres vivientes que se hallaban dentro de su radio de acción, cesó.
La total paralización de vida daba un
aspecto impresionante a la plaza, en la cual, el silencio llegó a ser absoluto
por unos instantes.
De improviso se abrieron las panzas de
las aeronaves, tendiendo la misma portezuela una especie de pasarela hasta el
piso por la que rápidamente comenzaron a deslizarse una serie de figuras, a
primera vista en un todo semejantes a las humanas, si bien provistas de algunos
útiles que las desfiguraban un tanto.
Eran seres bastante bien proporcionados
aunque tal vez excesivamente robustos, macizos y que una vez en pie se movían
con una cierta lentitud. ¡Llevaban el cuerpo cubierto por una especie de ceñida
malla de un tejido brillante, de reflejos metálicos y que dejaba adivinar una
recia musculatura. En la cabeza llevaban una especie de escafandra de forma
cilíndrica y de un material transparente y ligero, a través del cual podía
apreciarse sus facciones bastante correctas y en un todo semejantes a las de
los habitantes de
Los asaltantes se dirigieron hacia el
edificio del Departamento de Defensa, cuyas puertas hallaron cerradas, Pero
esto no era obstáculo alguno para ellos. El que avanzaba en vanguardia sacó el
arma que llevaba a la cintura y apuntó a la altura de la cerradura. Una especie
de rayos luminosos fueron proyectados en línea recta por el cañón del arma y el
trozo de puerta afectado quedó desintegrado instantáneamente. Los asaltantes se
disgregaron por el edificio y a su paso fueron saltando las puertas y cerrojos
de seguridad que se les oponían.
Las cajas acorazadas de los sótanos del
edificio fueron violadas y su contenido saqueado concienzudamente.
Escasos minutos duró la operación, al
cabo de la cual, las extrañas figuras tornaron a abandonar el edificio, pero
esta vez cargados en su mayoría con enorme cantidad de papeles sustraídos.
En el interior del edificio
repiquetearon los timbres de alarma mientras, automáticamente, una serie de
reflectores, estratégicamente situados, recorrían con sus rayos de luz los
pasillos y las amplias estancias, poniendo de relieve los destrozos que los
asaltantes habían causado.
Al salir a la plaza, también ésta se
hallaba poderosamente iluminada y los haces de luz recortaban perfectamente a
las aeronaves, así como a los seres que, con su carga, salían del edificio
asaltado en dirección a ellas.
Las portezuelas en rampa tornaron a
abrirse, comenzando a funcionar en ellas una especie de cinta rodante que, una
vez situados en ella, iba introduciendo automáticamente a los seres en las
entrañas de la aeronave.
De nuevo tornó a oírse la extraña vibración que fue ascendiendo de tono paulatinamente mientras las aeronaves, una vez recogidos sus tripulantes y herméticamente cerradas, reanudaban el vuelo desapareciendo a poco dejando tras sí la estela luminosa...
CAPÍTULO
II
Hacía más de una hora que las aeronaves
extrañas desaparecieron en el éter seguidas de su cortejo de vibraciones
sonoras y su estela luminosa, cuando Gastón Loos, aturdido aún, abrió los ojos
y medio se incorporó apoyándose en uno de sus codos. Lo primero que pudo
contemplar al volver a la vida fue el cuerpo del profesor Ray que yacía tendido
boca abajo a escasa distancia de él. Volcada junto al profesor había una mesita
a la que seguramente en sus momentos de angustia, se había aferrado para tratar
de evitar la caída.
Diversidad de papeles se veían
desperdigados por el suelo en completo desorden, obedientes sólo a los impulsos
del aire que de tanto en cuanto entraba en ráfagas por la abierta ventana.
Gastón percibía aún en sus oídos la
sensación del doloroso zumbido y sacudió la cabeza como tratando de despegar de
sí la extraña sensación. El recuerdo de lo sucedido acudió a su mente junto con
la consciencia de su propio ser. El cuerpo del profesor dejó de parecerle una
cosa extraña y trató de incorporarse para acudir en su socorro.
Al esfuerzo notó que la vista se le
nublaba por lo que se mantuvo quieto unos instantes, aspirando con delicia el
aire fresco que entraba por la ventana.
Apoyó ambas manos en el suelo,
procurando mantener la cabeza erguida y dobló las piernas bajo su cuerpo.
Apoyándose primero en el suelo y luego en la pared consiguió al fin ponerse de
pie. Le dolían el cuello y la nuca, y el cerebro no le obedecía aún como él
hubiese querido.
El profesor Ray movió casi
imperceptiblemente la cabeza, tratando de levantarla y de su boca escapó un
débil gemido. Gastón sintió que debía animarlo de la única forma que podía
hacerlo, con la palabra, y exclamó:
- ¡Ánimo, profesor! ¡Arriba! ¡No ha sido
nada!
Su propia voz le sonó a extraña y no
estuvo muy seguro de que el profesor le hubiese podido oír, con tal debilidad
se había producido.
Por fin, tras algunos esfuerzos más, se
sintió mejor y pudo auxiliar al profesor, quien también, de una forma
paulatina, iba recobrando el conocimiento hasta Conseguir, con la ayuda del
joven Loos, quedar sentado en una de las sillas que había en la estancia.
-Ondas ultrasónicas, ¿verdad, profesor?
-Sí. Ellos han progresado más que
nosotros en este sentido, ya que nosotros sólo conocemos la teoría, pero ellos
han sido capaces de llevarla a la práctica. Tendremos que estudiar esta
cuestión a fondo para no quedar a merced de ellos en otro ataque que pudiesen
producir.
El timbre del teléfono repiqueteó
insistentemente sobre una mesa vecina y el joven Loos acudió al aparato.
Escuchó atentamente durante unos minutos lo que le decían desde la otra parte
del hilo y repuso:
-Sí. Ha sido el efecto de las ondas
ultrasónicas. Afortunadamente no las hemos recibido directamente, pues nos
podrían haber producido serias quemaduras además. Tan pronto se reponga el
profesor, iremos. El podrá hacerles un informe completo...
Colgó el joven el aparato y se volvió al
profesor con expresión de perplejidad.
-¡Le llaman a usted de la residencia del
Presidente. Nadie ha tenido ocasión de ver nada y ni siquiera las pantallas de
radar han registrado forma alguna. Imaginan que son naves del tipo de las que
fotografió el «Comet-7» las que han producido el ataque. Se han llevado gran
cantidad de documentos y planos de
- ¡Pero eso es terrible! Puede tener
graves consecuencias.
-Gravísimas, profesor. No se conoce
exactamente aún lo que se han llevado, pero seguramente han desaparecido todos
los planes de defensa y los últimos estudios estadísticos de producción, así
como planos de las últimas realizaciones, las más modernas. Esto nos obligará a
cambiar radicalmente todo y a hacer un esfuerzo en el orden de la investigación
para superarnos y, en lo posible, superarles a ellos.
-Sí. Es cuestión de vida o muerte. Todo
dependerá del tiempo que tarden en desencadenar el ataque. Tendremos que
trabajar mucho, pero tendremos también que saber engañarles. Y por nuestra
parte sabemos muy poco de ellos. Ni siquiera sabemos quiénes son ni de dónde
han venido. ¿Marte? Es lo más probable. Afortunadamente los datos referentes al
«plan Lowe» están aún en nuestro poder, a lo sumo habrán encontrado alguna
referencia a él. En cambio se habrán apoderado de los planos de nuestro cohete.
«Star-3».
-Sí. Pero no le preocupe. Precisamente
quería someterle unas variaciones fundamentales que he estudiado sobre él y que
permitirán el viaje de ida y vuelta incluso al propio Marte. Una eliminación de
parte de su peso y un mejor aprovechamiento de su energía mediante un nuevo
dispositivo. Y de una sencillez extraordinaria, como si dijéramos el «huevo de
Colón». No me explico cómo no se me ocurrió antes.
-Más vale así, Gastón. De lo contrario,
su secreto estaría ahora en manos enemigas -repuso sonriendo el profesor al
comprobar la animación con que el discípulo se expresaba-. Si todos nuestros
jóvenes trabajasen como usted, no tendría miedo a mil planetas que nos
envolviesen...
El joven Loos abrió la puerta de su
departamento, penetró en él y cerró tras sí. Sentíase más que cansado, agotado.
A pesar de las muchas horas que no tomaba nada, no sentía el menor apetito.
Sólo apetecía acostarse y dormir, dormir hasta quedar totalmente satisfecho.
Desplegó sus largos brazos en un colosal
desperezo y se dirigió con pausados movimientos hacia su pequeña despensa.
Allí, en la nevera, tenía leche. Se tomaría un par de vasos antes de acostarse.
De súbito hirió su cerebro algo extraño,
algo que de momento no supo definir. Era como si existiese allí una atmósfera
diferente de la habitual y otro perfume, un perfume suave, dulzón y desconocido
para él hasta el momento.
Intuyó que algo anormal sucedía y se
puso en guardia. El corazón comenzó a latirle violentamente, como avisándole de
un peligro y comprendió que no estaba solo en el departamento.
A espaldas de Gastón se produjo un leve
roce, tan leve que no lo hubiese percibido a no estar en aquel momento en
tensión con todos sus sentidos en guardia. Presintiendo el ataque se arrojó al
suelo. Un ser, como un relámpago que surge de las sombras, le atacó,
descargando un fuerte golpe. Silbó un objeto junto a su oído, con silbido
siniestro y el golpe, perdido por su movimiento, aún se descargó sobre su
hombro produciéndole un vivo dolor.
El atacante, perdido el equilibrio al
fallar el golpe por el inesperado movimiento de Gastón, cayó violentamente
sobre él. El joven sabio había calculado que esto debía producirse y se volvió
rápidamente, haciendo vigorosa presa en uno de los brazos de su agresor, retorciéndoselo
con un movimiento violento y obligándole con ello a dar una aparatosa voltereta
que le llevó a caer sentado y totalmente a su merced.
Sintiéndolo dominado, trató Gastón de
identificar a su adversario. Su sorpresa al verle fue tal que, aturdido, soltó
la presa que le había hecho. Aquel movimiento instintivo estuvo a punto de ser
su perdición, pues el asaltante tornó a la carga, tratando de alcanzarlo con su
violento golpe. Pero ya Gastón se había repuesto de su asombro y con agilidad
felina se había apartado de la trayectoria del golpe, lanzándose seguidamente
sobre el cuello de su adversario y haciendo presa en él con las dos manos.
Jadeaban los dos luchadores y Gastón,
bastante más corpulento y pesado que su antagonista, descargó sobre él todo el peso
de su cuerpo y pese a la seria resistencia encontrada, consiguió dominarlo.
Furioso al comprobar que el otro no se entregaba, gritó:
-¡Estése quieto de una o lo pateo sin
compasión!
Con rápido movimiento despojó al ser que
aún se debatía debajo de él, de la porra con que le atacara y de una rara
pistola que llevaba en uno de los costados, pendiente de un cinturón y le
apuntó con ella aunque, por la extraña forma del arma, no estaba seguro de cómo
se dispararía.
Incorporóse Gastón dejando libre a su adversario
y murmuró:
-Bien. Ya puede levantarse, pero tenga
cuidado con lo que hace o disparo.
La voz de Gastón era agitada debido al
esfuerzo realizado y a la sorpresa experimentada, que no le había abandonado
aún. Pero ahora podía contemplar a su sabor al extraño asaltante.
Los ojos de éste aparecían desorbitados
por el terror y Gastón se apresuró a tranquilizarlo.
-No se asuste. Si se porta bien, no
pienso hacerle daño, conque de usted depende el conservar la vida o no.
El extraño ser se expresó a su vez en
correcto inglés, pero con voz un tanto impersonal, metálica.
-Por favor, no me haga nada... No me
descubra.
-¿Descubrirla?
Gastón reflexionó, unos instantes
mientras continuaba el análisis de su oponente.
Su estatura, reducida para un hombre,
resultaba normal tratándose de una mujer; porque lo que tenía ante sí,
indudablemente pertenecía al sexo femenino, pese a su corto pelo, comprimido
por una especie de ligero casco de tejido flexible y de brillo metálico. La
cabeza la llevaba protegida por una especie de escafandra de forma cilíndrica,
de material ligero y transparente que permitía apreciar sus facciones de trazos
finos, agradables, y el color de su piel de tono ambarino. De ambos lados de la
escafandra y correspondiendo a los oídos salían dos cables que morían un poco
más abajo, en la parte alta del pecho, casi en las clavículas, cubiertas de una
placa de material duro y en la cual encajaba la escafandra. El traje era
también de un flexible tejido que despedía ¿reflejos metálicos y que se le
ceñía al busto y extremidades, poniendo de relieve unas formas graciosas no
exentas de reciedumbre. Sus pies iban calzados con zapatos de un material
plástico flexible y totalmente silencioso.
El extraño ser soportó silenciosamente
el detenido examen que de él hacía el sabio y se aprovechó para, a su vez,
lanzarle rápidas ojeadas que fueron satisfaciendo la natural curiosidad que
sentía por conocer a su vencedor.
Al terminar su examen, Gastón sonrió
humorísticamente, tratando de ganarse la confianza de su «visitante».
-¿Y por qué había de descubrirla? Su
intromisión me ha hecho gracia y su disfraz lo encuentro bastante original.
¿Viene a invitarme a alguna fiesta? Porque, perdóneme, pero yo no la recuerdo a
usted...
El extraño ser volvió a hablar, pero
esta vez con acento más cálido. Su voz y sus mismos ademanes se humanizaban...
-Gentil embuste el suyo. Sabe usted
perfectamente que no he venido a invitarle a nada.
-¿A qué ha venido entonces? ¿A robar?
Supongo que no habrá encontrado usted nada que pueda interesarle. Soy muy
pobre. Gano lo justo para poder mantenerme y costearme mis estudios...
-No es necesario que continúe mintiendo.
Usted no sabe quien soy, pero sí qué soy.
-No le comprendo, señorita...
Gastón, al hablar, jugaba en sus manos
la extraña arma que había arrebatado a su adversaria. Esta lo advirtió y se
sintió desazonada.
-Por favor, no juegue con eso. Me está
usted poniendo nerviosa. Si por un azar se le disparase, no quedaría de mí más
que el recuerdo y soy demasiado joven para desear morir.
Gastón se estuvo quieto y contempló
curiosamente la mortífera arma.
-¿Con qué se carga esto? -interrogó como
sin darle importancia.
-Rayos cósmicos. Aquello que tocan, lo
desintegran.
-Entiendo. ¿En qué sanatorio estaba
usted recluida? ¿Por qué se ha escapado? ¿Es que no la trataban bien?
Telefonearé a su familia. Aquí no puede estar. Yo soy soltero y la gente
murmurará. El joven hizo ademán de dirigirse al teléfono, pero se vio cortado
por un gesto de ella.
-Es inútil. Resulta absurdo que le diga
que no tengo familia aquí en
-¿Qué cosas absurdas se le ocurren
ahora? ¿Qué quiere decir con eso? Creo que voy a llamar inmediatamente al
manicomio. Ya la reclamará allí su familia. En todo caso, no tengo ganas de
complicaciones. Bastantes ha tenido para mí el día y además, estoy cansadísimo.
La joven tornó a oponerse a que Gastón
llamara.
-Por favor, no llame, no me entregue.
Creo que me moriría si no me mataban antes o que me volvería loca. Pertenezco
al planeta Marte y soy uno de los componentes del grupo de asalto que hemos
descendido hace unas horas... Yo sufrí un accidente y no pude embarcar de nuevo
y busqué refugio aquí...
Gastón fingió que sentía conmiseración
por la joven y desviando la pistola que conservaba en su mano derecha, pulsó el
disparador. Se produjo como un leve relámpago y un bronce que descansaba sobre
una repisa desapareció como por arte de encantamiento.
Un leve grito de la joven y Gastón
fingió volver a la realidad.
-¡Oh! ¡No sea loco! Ahí dentro hay
energía suficiente para deshacer un edificio como éste.
El aire de la habitación se había
enrarecido un tanto, produciendo molestias en la respiración al joven sabio,
quien contempló con asombro evidente los resultados de su acción.
-¡Bueno! No voy a tener más remedio que
creerla... y esto es grave. Sé que ha ocurrido algo extraño, pero ignoro qué.
Oí un ruido, como el aullido de un gigante que fue ganando en intensidad hasta
darme sensación de que la cabeza iba a estallarme. Luego perdí el conocimiento.
Al recobrarlo y cuando venía hacia mi departamento oí que había ocurrido algo
extraño y terrible, pero nadie sabía a ciencia cierta qué era. Temo que no voy
a tener más remedio que entregarla a las autoridades. La muchacha se arrodilló
en acritud implorante.
-¡No, por favor! Seré su esclava. No me
dejaré ver de nadie, haré todo lo que usted me ordene, pero no me entregue.
En la desesperación de la joven había
sinceridad y Gastón Loos se sintió conmovido.
-Pero... es que incurro en una grave
responsabilidad y si algún día la descubren me castigarán severamente. Máxime
después del daño que han hecho ustedes...
En los ojos de la joven se veía una
expresión de fiera acorralada a tiempo que repetía casi maquinalmente:
-No me entregue... Seré su esclava... No
me entregue.
El joven pareció meditar unos momentos y
luego la tranquilizó.
-Bien. No la entregaré...
-¡Oh! ¡Gracias! Seré su esclava...
-En
-Nuestra civilización es bastante más
avanzada que la de ustedes -repuso la joven sonriendo con cierto orgullo.
-Y nosotros que nos creíamos los reyes
del Universo. ¡Qué desilusión! ¡Va a ser un golpe terrible para nuestros
hombres de ciencia!
-Eso me temo. Nosotros les venimos
observando hace bastante tiempo y a veces nos hacían reír sus esfuerzos por
dominar el espacio, problema que nosotros tenemos plenamente resuelto hace
bastantes años. En más de una ocasión hemos visto sus graciosos cohetes que
para nosotros son ya arcaicos, piezas de museo...
-¿Y cómo es que habla uno de nuestros
idiomas más usuales? ¿Acaso lo hablan allí también? No me niegue que sería una
estupenda casualidad.
-Los idiomas de Marte son muy
diferentes. El inglés y otros idiomas de
-¿Cómo han podido aprenderlos?
-Gracias a la radio. Hemos tenido que
volar con harta frecuencia por debajo de lo que ustedes llaman la ionosfera.
Allí podíamos captar fácilmente sus emisiones. Las hemos estudiado
pacientemente y los resultados, según usted mismo puede comprobar, no han
podido ser mejores...
-¿Y ese horrible sonido?...
-¿Se refiere a las ondas ultrasónicas?
Son nuestros obligados acompañantes para evitar todo conato de resistencia allá
dónde vamos. Nuestros oídos, al estilo de los de ustedes, sólo registran
ciertos tonos, los cuales tienen de 20 a 20.000 vibraciones por segundo. Las
ondas acústicas de mayor frecuencia no las percibimos, pero sus efectos sobre
el organismo son terribles. Usted mismo los ha experimentado...
-¿Y a ustedes no les causan efecto?
-Dentro de las aeronaves estamos
protegidos de tales ondas y cuando salimos, ha cesado la emisión de las mismas.
-Pero eso únicamente puede emplearse
para ataques que sólo duren minutos, una hora si acaso.
-El tiempo suficiente para conseguir
nuestros objetivos. Imagínese el ejército más potente. Ese tiempo bastaría para
aniquilarle o colocarlo en tal situación de inferioridad que prácticamente
quedaría anulado...
Gastón Loos permaneció pensativo unos
instantes.
-Es algo que se escaparía a mi
comprensión si no lo hubiese vivido, si no lo hubiese sentido sobre mi carne.
Entonces, ¿estamos a merced de los hombres de Marte?
-Eso creo...
CAPÍTULO
III
UN
PLAN AUDAZ
Gastón despertó se hallaba totalmente
recobrado de las fatigas del accidentado día precedente.
La joven marciana le aguardaba
levantada, pero sin osar salir de la pieza, tal como él le ordenara la noche
anterior. Sus hermosos ojos rasgados y de corte un tanto oblicuo sonrieron
alegremente al verle aparecer.
-Voy a preocuparme de hallarle vestidos
apropiados para que, si alguien la ve, no le llame la atención. Tendrá usted
que vestir como nuestras mujeres.
-Como usted estime conveniente. Confío
que sabré acostumbrarme pronto a ellos.
-¿Y no puede usted prescindir de esa
escafandra?
-Deben irme adaptando paulatinamente al
aire de que se disfruta en este planeta. Será cuestión de sólo unos días, al
cabo de los cuales podré prescindir de la escafandra.
-Perfectamente. ¿Y su alimentación?
¿Necesita algo especial?
-No. Puedo comer exactamente lo mismo
que usted. En todo caso, llevo unos comprimidos que ayudarían a mi alimentación
hasta que la adaptación fuese completa.
-Lo celebro. Quédese aquí tranquila,
pero no abra la puerta a nadie aunque echen el departamento abajo. Caso de que
sucediese algo extraordinario ahí tiene el teléfono y el número adonde debe
llamarme. ¿Sabrá servirse de él?
Nueva risita de la marciana,
-Supongo que sí, aunque es un modelo tan
anticuado que en Marte haría reír hasta a los niños. Pero ¿se lleva mi pistola?
-preguntó Lao-Wanga con cierto desconsuelo en la expresión.
-Naturalmente que sí. No desconfío de
usted, pero así me voy más tranquilo.
Cuando minutos después penetró Gastón en
el laboratorio, el profesor Ray le saludó con un gesto como reconviniéndole por
su tardanza.
-Buenos días, profesor. No se enfade; no
crea que he perdido el tiempo del todo. Fíjese en esto.
Y mientras hablaba puso ante los
asombrados ojos del profesor la pistola de rayos cósmicos que había arrebatado
a Lao-Wanga.
-¿De dónde ha sacado eso, Gastón? ¿Lo ha
construido usted?
El auxiliar, sin contestar, apuntó
contra uno de los taburetes y pulsó el disparador. Se produjo la breve
luminosidad y el taburete desapareció, flotando en su lugar una ligera nube que
ascendió en el espacio hasta disiparse lentamente,
-Comprendo. Esa es una de las armas que
emplearon los asaltantes de ayer. ¿Dónde la ha encontrado?
-En mi departamento, junto con el
asaltante que la llevaba colgada de la cintura.
-¿Cómo dice? ¿Qué se ha hecho de ese
hombre?
-No es un hombre, profesor, sino mujer.
Está en mi casa prisionera.
-¡Es un peligro dejarla sola!
-Está desarmada y apenas intentase salir
llamarla la atención por su atavío, tan diferente del nuestro.
-Pero usted tiene en su casa los planos
y estudios que reforman el «Star-3».
-Los tenía. Se los he traído. Quiero que
se haga cargo usted de ellos.
El joven Loos relató al profesor cuanto
le había sucedido desde el momento en que entrara en su departamento dispuesto
a descansar, hasta el momento en que saliera de él aquella mañana.
-¿No la ha cacheado? ¿Y si llevase otras
armas?
-Confieso que me ha dado un poco de
vergüenza cachearla y no lo he hecho. Es una mujer y además atractiva y yo no
tengo espíritu de polizonte. Además, pretendo ganarme su confianza. Quiero que
llegue a confiar en mí ciegamente.
-¿Qué pretende usted, Gastón?
-Escuche, profesor. En cuanto ellos
hayan estudiado los documentos que se llevaron ayer, se darán cuenta de que
estamos a su merced y no tardarán en caer sobre nosotros y esclavizarnos.
-Esa misma idea me ha impedido dormir
tranquilamente esta noche pese a lo cansado que estaba.
-Yo, apenas me di cuenta de quién era
ella, pensé en lo útil que nos iba a ser si sabía tratarla y obré en
consecuencia. Tenemos planteados varios problemas graves, profesor, y uno es el
tiempo. Hemos de ganar tiempo si queremos conservar nuestra integridad. Debemos
hacerles creer que, pasada la sorpresa de ayer, estamos en condiciones de
anular los efectos de las ondas ultrasónicas. Ellos nos escuchan por radio.
Debemos aprovechar esto para dar instrucciones previniendo a la población y así
nos creerán invulnerables a esa arma.
-En algo así había pensado yo.
-Esto les detendrá a ellos un tanto
pudiendo aprovechar nosotros para poner en marcha el «plan Lowe» y producir en
serie los «Star» con arreglo a las mejoras que he introducido en ellos. Yo le
llamo el «Star-4».
-Bien. Pero hasta ahora no veo la
utilidad que nos puede reportar la marciana esa.
-Le prometeré salvarla, sacarla de la
difícil situación en que se halla aquí conduciéndola a su planeta y yo me iré
con ella. Ella deberá estarme agradecida por haberla salvado y mis actividades
allí pueden ser varias y todas provechosas para nuestra causa: Información,
sabotajes...
-¿Y ha de ser precisamente usted quien
vaya?
-La suerte lo ha querido así. Además,
profesor, allí no puede ir cualquiera. Tiene que ir un hombre preparado, capaz
de sorprender los adelantos, los secretos de ellos y transmitirlos fielmente.
Además, me tienta la aventura.
-Y no le desagrada la compañera que debe
tener en ella. ¡Cuidado, Gastón! ¡Piense que ellas suelen ser más sagaces que
nosotros y en el terreno de la intriga nos vencen casi siempre...
-Tendré cuidado, profesor. Para evitar
indiscreciones quisiera que se encargase usted directamente de solicitar la
aprobación del Presidente. Quisiera que fuese usted el hombre con quien yo
comunicaré desde Marte.
-Reflexione, Gastón. Usted no puede
dejar sus trabajos de aquí...
-Es necesario, profesor, aunque el
afecto que siente usted por mi le impida verlo así...
Alex Ray conocía sobradamente a su discípulo y comprendió que su decisión era firme y que si no le autorizaban se iría él por sus medios y accedió.
* * *
Apenas había abierto Gastón la puerta de su departamento cuando vio una sombra que se proyectaba en la ventana de la parte posterior de la casa. Cerró rápidamente la puerta y se escondió tras un pesado cortinaje a tiempo que sacaba su pistola apuntando con ella hacia la ventana. En el vano de la misma apareció una figura que, tras levantar la cristalera en forma de guillotina, asomó la cabeza precautoriamente y satisfecha sin duda del silencio que reinaba en la estancia, se dejó caer con un salto de felina gracia dentro de ella.
Detúvose unos momentos el personaje para
tomar aliento e inmediatamente se quitó el sombrero con lo que dejó al
descubierto su cabellera, una cabellera rubia, con reflejos de cobre fundido, y
sus facciones, aunque a contraluz, quedaron también expuestas a las miradas de
Gastón que no pudo evitar un ligero grito de asombro. El personaje que había
entrado por la ventana era Lao-Wanga, quien experimentó un vivo sobresalto al
oír el grito de Gastón y comprobar que había sido descubierta.
Gastón salió de su escondite y sin dejar
de apuntar a la muchacha se dirigió al encuentro de ella. En su rostro había
una expresión de reproche que fue advertido prontamente por la marciana.
-¡Oh! Lo siento, pero no podía aguantar
ni un minuto más encerrada aquí. Llamaron varias veces a la puerta y tuve miedo...
-¿De dónde ha sacado ese traje? Porque
de mi exiguo guardarropa no es.
La muchacha vestía un estrafalario traje
masculino que, para colmo de males, le estaba grande. Dirigióse una mirada de
autoinspección, de pies a cabeza y sonrió avergonzada.
-No. Los suyos me estaban excesivamente
grandes. Tuve que pasar al departamento contiguo.
-Pues está usted elegantísima. Supongo
que si la vieran a usted en Marte, causaría sensación. ¿Y cómo ha podido usted
pasar? Seguramente que no ha sido por la puerta...
-No. Me he valido de estos tentáculos.
Lao-Wanga mostró a Gastón una especie de
ventosas de un material parecido al caucho. Llevaba una en cada mano y otra en
cada pie.
-Esto, con una ligera presión, se
adhiere a las superficies lisas perfectamente y resulta facilísimo subir y
bajar por las paredes o trasladarse de un lado a otro de ellas. Es sencillo e
ingenioso.
-Muy ingenioso. Pero no es esto lo que
importa. Ha faltado usted a una promesa que me había hecho...
-Tuve miedo...
Iba a replicar Gastón cuando sonó el
timbre del teléfono. Púsose el hombre al aparato y a medida que le hablaban su
expresión reflejaba el disgusto y el asombro. Contestaba sólo por monosílabos:
«Si..., sí..., si..., no.»
Cuando hubo colgado el auricular se
volvió a Lao-Wanga con gesto adusto.
-Han detenido a un compañero suyo según
parece y me preguntan si la he visto a usted.
-¿Lo han detenido? ¿No ha pedido
escapar? -la muchacha se tornó densamente pálida-. Es un imprudente. Le dije
que aguardara hasta que yo le llevara los medios para poder salir en público,
pero me desobedeció. Ha caído él y he estado a punto de caer yo...
-Y tan a punto. Pero el peligro no ha
pasado. Ahora la buscarán con ahínco y me va a ser difícil ocultarla. Sí vuelve
a cometer otra imprudencia no respondo de lo que puede pasar. Tome. Quítese esa
ropa que lleva y vístase esta. Si alguien la ve y le pregunta, es usted mi
hermana. Es usted de Londres, no lo olvide.
-Sí. De Londres.
Minutos después reapareció Lao-Wanga
vestida con un sencillo traje femenino de elegante corte y que realzaba su
feminidad de forma extraordinaria. De soslayo dirigió una mirada a un gran
espejo colocado en la pared y se observó con agrado.
-Sí, Lao-Wanga. Está usted hermosa y muy
femenina. Puede pasar perfectamente por una de nuestras mujeres y creo que no
le faltarían admiradores. Pero no se trata ahora de eso. Siéntese ahí.
Obedeció la marciana y Gastón sentóse en
un butacón frente a ella; la miró escrutador hasta hacerla enrojecer.
-Ayer me mintió, Lao-Wanga. El que usted
quedase en
-Lo sé. Pero usted no me entregará,
¿verdad?
-Si usted es sincera, no. Pero si veo que
trata de deslizar el menor embuste, lo haré en seguida. ¿Dónde han colocado
ustedes el aparato que les permitiría mantener la comunicación con su planeta?
-Con el aparato que hemos traído no
podemos mantener comunicación directa con nuestro planeta, sino con nuestras
aeronaves. Una de ellas esperará comunicación todos los días, volando por
debajo de una capa de la ionosfera que ustedes llaman Heaviside.
-Se desvía usted, Lao-Wanga. Lo que
necesito saber es dónde han colocado ustedes el aparato.
Lao-Wanga vaciló unos instantes; por
fin, se levantó y seguida de Gastón llegó hasta la pequeña pieza destinada a
comedor. Una vez en ella se dirigió a una pequeña alacena, apartó en ella unos
botes de conservas y quedó al descubierto un pequeño aparato de severas líneas.
-Ahí lo tiene usted.
-¿Cuándo lo montó ahí?
-Anoche. Terminaba de montarlo cuando
usted llegó.
-¿Por qué eligió mi departamento y no
otro?
-Estuve antes en tres. En dos de ellos
había mujeres. Cuando llegué a éste comprendí que lo habitaba un hombre sólo y
me di cuenta de que estaba poco rato en él. Era lo que convenía para empezar...
Gastón desmontó el emisor y se lo guardó
en el bolsillo. Tornó al lugar donde conversaba e hizo sentar de nuevo a
Lao-Wanga.
-Es la aventura más absurda de que jamás
tuve conocimiento. ¿Cómo imaginaron que podían pasar desapercibidos de la forma
que venían?
-En Marte no tenemos algodón ni lana.
Nuestras ropas están confeccionadas con fibras sintéticas y baños metálicos.
Confiábamos poder proporcionárnoslos aquí.
-Ese plan de ustedes estaba elaborado
con los pies. Si lo hubiese preparado un enemigo no creo que hubiese conseguido
algo peor.
-Tampoco nos ha ayudado la suerte.
-Tiene usted razón... en parte. Porque
suerte, y no poca, ha sido el que usted tropezara conmigo. En la voz de Gastón
había un matiz de ironía pero la preocupada Lao-Wanga no lo percibió.
-Tendré que procurarle una documentación
para que no sospechen y deberá usted amoldarse a nuestros usos.
-¡No tema. Los he estudiado bien. En
Marte se hacen las cosas mejor de lo que usted imagina. Podía servirle de
ejemplo el magistral golpe de mano de anoche -respondió la joven con cierto
orgullo.
-Debe ser interesante conocer aquello.
Me agradaría visitarlo.
-Si es usted buen chico no creo que
tarde mucho en tener ocasión de hacerlo. Podrá usted ser mi huésped de honor.
-¿Confía usted en poder volver allá?
-Sí.
-Confía en la invasión, ¿verdad?
Lao-Wanga fijó la mirada de sus
escrutadores ojos en Gastón. Después la dejó vagar perdida en el horizonte que
se vislumbraba por la ventana.
-Sí. Ellos no necesitarán de nuestros
informes para darle cuenta de que están ustedes a merced nuestra.
-No esté tan segura, Lao-Wanga. No
siempre es posible cogernos por sorpresa. Además,
-Bastante menos; para dominar
-Legiones reclutadas en Venus. ¿Por
ventura han llegado ustedes hasta allí?
-Hace bastantes años. Primero, pensamos
apoderarnos de
Gastón se sintió aplanado por la magnitud de las noticias. Un estremecimiento, como una descarga eléctrica, recorrió su cuerpo.
* * *
Han pasado dos días.
Gastón ha llegado al departamento en que
reside un par de horas más tarde de lo habitual.
Lao-Wanga, ante el aparato de radio se
deja mecer por los acordes de la música sinfónica que emiten en aquel momento.
-Ha tardado mucho, Gastón.
Y al notarlo preocupado:
-¿Qué sucede? Estaba extasiada con esta
música.
-¿No tienen música allí?
-Se la considera como una debilidad y
está prohibida. Pero no me ha dicho qué le sucede.
-Que mucho me temo que va a tener que
prescindir de la música. Ese compañero suyo ha debido hablar. Ha dado sus señas
personales y los dibujantes del Departamento de Investigación han conseguido
trazar un retrato suyo bastante parecido. Se la busca afanosamente y hay
retratos suyos por todas partes. En estos momentos es usted más popular que
nuestro Presidente o que nuestras estrellas cinematográficas más famosas. Se
ofrece una crecida suma por su captura y los habitantes de medio mundo se
hallan movilizados buscándola.
Lao-Wanga palideció.
-¿Y cree que si me cogen me matarán?
-Casi seguro. Después del golpe de mano
que dieron la otra noche,
-Pero usted me protegerá, ¿verdad,
Gastón?
-La protegeré hasta donde pueda, pero
mis fuerzas son limitadas. Y malo sería que la cogiesen a usted y compareciese
ante un Consejo de Guerra, como le ocurrirá a su compañero, pero bastante más
temo a que caiga usted en manos de las masas exaltadas por la propaganda de
guerra. Imagine que la despedazarían donde la encontrasen.
-Pero eso es vandalismo puro.
-Sí. Pero ¿tiene alguna justificación la
agresión de ustedes? Y eso que los habitantes de
-Si los conocieran se estremecerían de
miedo y me respetarían. Si cae uno sólo de los cabellos de mi cabeza sabrán los
habitantes de
Lao-Wanga aparecía ahora como
transfigurada y el orgullo, al reemplazar al miedo, daba mayor prestancia a su
figura, envolviéndola en un halo de majestuosidad. Gastón la admiró unos instantes.
-Bien, Lao-Wanga; pero seamos prácticos.
Si usted cae, de poco le valdrán esas hipotéticas venganzas a posteriori de su
Tirano. ¿No sería mejor pensar en un medio seguro de librarla? ¿No podría
recogerla alguna de sus aeronaves?
-No puedo pedir que hagan eso. Además,
usted se llevó los medios de comunicación que tenía con ellos,
-¿No podría enviarles un mensaje cifrado
por medio de nuestras emisoras de radio?
-No creerían en él. Pensarían que es un
engaño.
Gastón se retorció las manos fingiendo
una desesperación que estaba muy lejos de sentir.
-Pues yo he de salvarla, sea como sea.
Pero no por miedo a su Tirano, sino por devoción hacia usted. Si usted llegase
a morir no me consolaría nunca ni me perdonaría jamás...
-¡Gastón! No hable así. Usted no tiene
culpa de nada. Demasiado benévolo ha sido conmigo.
El joven auxiliar pareció meditar sólo
unos instantes.
-Escuche, Lao-Wanga. ¡Yo la devolveré a
Marte, aunque me cueste la vida! ¿Usted se quiere arriesgar? El viaje no será
tan seguro como en una de sus aeronaves, pero podemos llegar allá... aunque yo
no podré regresar jamás.
-¿Se ha vuelto usted loco, Gastón?
-¡Nada de eso! Yo sé dónde hay un cohete
dispuesto que nos pueden llevar. ¡Aguárdeme aquí y no abra a nadie! Yo estaré
de regreso antes de dos horas. No sé si podremos salir esta misma noche o si
habremos de aguardar a mañana. ¿Está dispuesta a venirse?
La imprevista reacción de Gastón
sorprendió a Lao-Wanga, tanto, que estuvo unos instantes sin saber qué
contestar para responder al fin:
-¿Y debo regresar con los míos
totalmente fracasada?
-Ya le dije que había sido absurdo el
planteamiento de la operación. Da la sensación de que deseaban deshacerse de
ustedes. Por otra parte, usted no tiene la culpa de que su compañero de equipo
la haya delatado de la forma que lo ha hecho. Supongo que ellos podrán
comprender...
-No estoy segura de que comprendan. Allí
no se suele comprender más que: o se cumple la misión o se deja uno la vida en
ella.
Gastón varió la forma de ataque.
-¿Tiene usted muchos enemigos, Lao-Wanga?
¿Ocupa usted algún puesto envidiable y hay quien desea arrebatárselo?
-Sí. Supongo que muchas mujeres y aun
bastantes hombres me tienen envidia... Tal vez tenga usted razón -añadió con
voz sombría-. Prepare usted cuanto antes nuestra fuga. Estoy dispuesta a
seguirle...
Gastón manifiesto su alegría abrazando a
la sorprendida joven y desapareció corriendo a tiempo que gritaba:
- ¡Esté preparada por si podemos salir aún esta noche!
CAPÍTULO
IV
RUMBO A MARTE
Gastón detuvo el automóvil en uno de los
laterales de la pista, abrió la portezuela y se apeó, volviéndose hacia
Lao-Wanga que quedó dentro.
-Silencio y no se mueva. Si la ven,
estamos perdidos...
El joven auxiliar del profesor Ray se
despegó del coche y llegó hasta una pequeña edificación de la que salió
instantes después para tornar a reunirse con Lao-Wanga en el automóvil.
-Puede usted salir. Mi amigo ha cumplido
lo prometido y no hay nadie a la vista.
Lao-Wanga, amparándose en el corpachón
de Gastón Loos, atravesó la distancia que les separaba de una especie de
gigantesco huso con alas, cerca del cual habían parado el coche. La mole del
proyectil cohete se recortaba contra el horizonte, dando la sensación de algo
imponente e inconmovible, más parecido a un monumento que a algo que estaba
destinado a atravesar el espacio a una velocidad de vértigo.
Lao-Wanga sentíase impresionada y Gastón
se dio cuenta de ello.
-¿Tiene miedo?
-Le confieso que un poco. Sé que ese
tipo de aparatos son muy poco seguros. En Marte, otros de parecido tipo,
pertenecen a la prehistoria de la navegación interplanetaria. Allí sólo son
piezas de museo...
-¡Pues aquí es lo más avanzado que
tenemos, después de innumerables ensayos. Le llamamos el «Star-3» y será el
primero capaz de llegar hasta Marte, pero por mi parte, sin posibilidades de
regresar.
-¿Eso le preocupa? Tan pronto como usted
desee regresar podrá hacerlo en una de nuestras aeronaves.
-Sí, es cierto, pero ¿quién piensa en el
regreso después de esto? Menudo escándalo se habrá promovido mañana. Mi nombre
aparecerá en la prensa, señalándome como traidor y yo qué sé cuántas cosas
más...
En el rostro de Gastón había una
expresión de tristeza que llegó a conmover a la marciana. Empezó ésta a
comprender que era un magnífico ejemplar de hombre y que no le desagradaría
enamorarse de él; pero no. Existían otras, cosas de más interés para ella.
Desechó aquellos pensamientos y repuso al joven:
-Aún está usted a tiempo de retroceder,
de enmendarse... Es más lógico que sea yo la que se sacrifique.
-¡No! Nada de eso. Anoche soñé que la
veía ante el piquete de ejecución y creí que me moría de pesar. Usted se
salvará por encima de todo.
Gastón se expresaba con calor y aquello
acabó por decidir a Lao-Wanga.
-Tiene razón. Vamos. Es preferible que
vivamos los dos.
Con ágiles movimientos inició la
marciana la subida por la escalerilla que conducía hasta la cabina del cohete,
la cual se hallaba situada en el punto más elevado del gigantesco armatoste. Al
llegar a ella se mostró sorprendida al ver su ajustado traje de marciana y
junto a él, otro de características similares, pero de mayor tamaño.
-¿Qué es esto? -preguntó ella extrañada.
-Un traje por el estilo de los suyos,
pero apropiado para mí.
Lao-Wanga lo examinó detenidamente y se
volvió en actitud recelosa hacia su compañero de viaje. Gastón comprendió y le
salió al paso.
-Desde que admití que usted quedase
oculta en mi departamento, comprendí que más pronto o más tarde tendría que
emprender este viaje y me preparé. Lo primero que hice fue encargar que me
hicieran ese traje.
-Pero es que las fibras son idénticas.
-No lo crea. A lo sumo, muy parecidas,
pero las nuestras tienen otras propiedades. Con este traje, fuera de la luz
solar, es uno prácticamente invisible, a menos que se proyecten sobre el que lo
lleva rayos infrarrojos. No quiero que me suceda a mí, en Marte, lo que ha
estado a punto de suceder a usted en
-Pero es que en Marte usted será mi
huésped y nadie osará molestarle.
-No se confíe demasiado. Le agradeceré
que hasta que no conozca las reacciones que su vuelta cause en sus comarcianos
no les hable de mi presencia. Será muy conveniente para la salud de ambos, en
particular para la mía.
-Se lo prometo.
Vistieron ambos los ceñidos trajes de
brillante superficie y haciendo un pequeño fardo con los otros los arrojaron al
espacio.
-¿Dispuesta?
-Sí.
-Póngase el cinturón de seguridad. El
despegue será un poco más violento de lo conveniente -aseguró Gastón, a tiempo
que manipulaba en los mandos del aparato.
En la cabina se dejó sentir una fuerte
trepidación y de fuera les llegó un potente resoplido, que fue subiendo de tono
hasta convertirse en un mugido bronco, ensordecedor.
Asomóse Gastón y pudo apreciar que desde
el suelo le hacían las convenidas señales luminosas.
-Esto marcha. Vamos.
Jugó otros mandos y la puerta de la
cabina se cerró automática y herméticamente, cesando de percibirse en ella el
ensordecedor ruido que llegaba de fuera.
Lao-Wanga dirigió una sonrisa a Gastón
mientras éste ceñía, a su vez, el cinturón de seguridad.
-Esto está mejor. Era un ruido horrible.
La trepidación en la cabina aumentaba,
sacudiendo a los dos seres, que parecían atacados de una enfermedad nerviosa.
Un fuerte resplandor llegó hasta ellos y
simultáneamente cesó la trepidación, mientras notaban una sensación de
ingravidez.
Gastón, pendiente de los mandos,
percibió que se elevaban rápidamente. Febrilmente comprobaba por la pantalla de
radar que la dirección era la conveniente y por los diferentes aparatos de
control a su disposición, que el consumo de energía se mantenía por bajo de los
cálculos y, por tanto, que de no fallar nada, les sobraría al llegar al término
de su viaje.
La marcha era regular sin que, gracias
al debido acondicionamiento de la cabina, notasen la menor molestia, ni en la
respiración ni en la circulación de la sangre. La temperatura también era
agradable y en manos de Gastón estaba el graduarla a su antojo, caso de que,
por urna u otra causa, variara bruscamente.
Hubo unos momentos en que Gastón mostró
una cierta inquietud, mientras a ambos lados del cohete se producían una serie
de fenómenos luminosos, perceptibles a través de las ventanillas de material
plástico y transparente.
-¿Algo anormal? -interrogó ella
ansiosamente.
-¡De momento todo va bien. Estaba
preocupado hasta comprobar las reacciones que se podían pronunciar al atravesar
las capas electrificadas de la ionosfera; pero vea: todo normal...
-Seguramente. La curiosidad podrá en
ellos más que nada. Están demasiado seguros de su fuerza. Es muy posible que a
estas horas nos hayan descubierto y nos vayan siguiendo.
Gastón manipuló emitiendo ondas, pero la
pantalla no reflejó ningún cuerpo extraño cercano.
-No creo que nos sigan. Vea la pantalla.
Nada se refleja en ella.
-No se confíe por eso. Nosotros también
conocemos los medios de desviar las ondas para que no se reflejen en las
pantallas de radar y todas nuestras aeronaves interplanetarias van dotadas del
correspondiente equipo. Por eso no pudieron prevenir ustedes nuestro ataque y
les pudimos sorprender por completo.
Gastón, atento a las indicaciones de los
numerosos aparatos que tenía ante la vista, no respondió.
* * *
El «Star-3» ha ido abandonando en la
larga travesía los depósitos de energía consumidos ya, aligerando su peso hasta
llegar al mínimo, poco antes de penetrar en la órbita del planeta Marte.
Inesperadamente ha visto Gastón que el
cohete se halla rodeado de veloces aeronaves de diversos tipos que le dan
escolta.
En el aparato receptor se han registrado
diversas llamadas y Gastón ha hecho seña a Lao-Wanga para que ocupe su puesto.
Durante los días que ha durado la travesía, la muchacha ha ido aprendiendo el
manejo de los diversos aparatos de a bordo hasta poder hacerse cargo del
gobierno de la nave y, por su parte, Gastón ha aprendido un buen número de los
vocablos más usuales del idioma oficial de los marcianos, así como su
pronunciación y forma de construir.
Lao-Wanga ocupó su puesto, colocándose
los auriculares.
-Nos ordenan que tomemos tierra en una
llanura que se divisa a diez mil metros, en la misma dirección que seguimos.
-¿Le conviene ese lugar de aterrizaje?
-No. Me interesa llegar hasta uno de los
aeródromos que rodean a Martha, nuestra capital.
-Pues identifíquese y pida una escolta.
Así ellos estarán más tranquilos.
Obedeció Lao-Wanga y la respuesta no se
hizo esperar. Era favorable. Gastón vio cómo la mayoría de las aeronaves que
les habían salido al encuentro se retiraban haciendo graciosas maniobras y
quedando únicamente dos que casi se pegaron a la cola del cohete.
Gastón disimuló una sonrisa que afloraba
a sus labios.
-Bien. Parece que su nombre tiene un
efecto mágico. A su lado estaré bien protegido seguramente. ¿Tardaremos mucho
en llegar a Martha?
-Al anochecer. Pero tendremos tanta luz,
casi como si fuese de día. ¿Le importa?
-Cuanta menos luz haya mejor. Ya sabe
que deseó pasar inadvertido. ¿Impone bastante su personalidad aquí, verdad?
-Bastante. Pero no puedo pedir que nos
dejen a oscuras. Sospecharían inmediatamente.
-No lo decía por eso. Me ha extrañado lo
rápidamente que la han atendido.
-Ya irá conociendo los motivos en cuanto
lleve unos días conviviendo con nosotros. Pero hasta ahora no hemos hablado de
usted. ¿Qué es? ¿En qué se ocupaba?
-Temo decepcionarla. Mi personalidad en
-Le comprendo. Imagino que le dolerá
recordar esto y no debe mortificarse vanamente. El paso está dado. Con mi
afecto procuraré recompensarle de lo mucho que ha perdido al ayudarme. Aquí
podrá abrirse usted camina también...
Gastón sonrió enigmático.
-Eso espero. Y gracias, Lao-Wanga, pero
considero tan difícil que llegue a corresponder a los sentimientos que me
animan hacia usted...
-¿Quién sabe? Su valiente gesto ha
abierto una puerta en mi corazón...
Calló ella como si temiese seguir
adelante y Gastón respetó este silencio. Por otra parte, su pensamiento estaba
en aquellos momentos bastante alejado de lo que él consideraba una trivialidad.
Se avecinaban instantes difíciles que para él serian de prueba. De ellos
dependía que la misión que se había trazado tuviese éxito o que, por el
contrario, se viniese estrepitosamente abajo.
Gastón salió de su ensimismamiento al
notar que el cohete descendía. Dirigió su mirada al altímetro y pudo observar
que volaban escasamente a tres mil pies de altura.
Pudo en él la curiosidad más que la
prudencia y se pegó a una de las ventanillas tratando de estudiar el paisaje.
Las impresiones que recibiera las muchas veces que lo había observado a través
de los potentes telescopios del observatorio, se vieron confirmadas ahora en su
mayoría.
Lo que tenía ante la vista era una
superficie casi llana y los relieves que se observaban en ella eran poco
acusados. Se veían grandes extensiones cubiertas de una masa rojiza y ondulante
y exiguas corrientes de agua perfectamente canalizadas. En las cercanías del
agua se veían masas de verde, pero menores que las rojas y menos abundantes.
Pero dominaba la impresión dé aridez, de pobreza en suma.
-Encuentra a nuestro planeta envejecido,
¿verdad? La voz de Lao-Wanga sacó a Gastón de su abstracción.
-Sí. Viejo, pero no tanto como
imaginaba.
-Está muy empobrecido. Ello nos ha
obligado a salir de él. Razones de supervivencia. Nuestro gusto sería muy otro.
-¿Es usted sincera ahora, Lao-Wanga?
-Lo soy y otros piensan como yo, muchos,
aunque tal vez sean mayoría los que quieren resolver la cuestión por medio de
la agresión.
-Ra-Tsung I, entre ellos, ¿no es cierto?
-Sí -concedió Lao-Wanga con evidente
mala gana.
-¿Que le dirá al Tirano, si no es
indiscreción preguntarlo?
Lao-Wanga permaneció callada, con la
mirada perdida ante sí.
El crepúsculo vespertino se iniciaba y
al descender más el cohete comprendió Gastón que se acercaban al término de su
viaje. Se levantó de su asiento e hizo una indicación a Lao-Wanga para que le
cediera los mandos del aparato.
-Estamos llegando, ¿no es eso?
-Sí.
-Déme los mandos. No va a ser fácil el
posar sobre la superficie con este endemoniado artefacto.
-Déjeme a mi, Gastón. Estoy más
familiarizada de lo que usted imagina con estas cosas y conozco algo con lo que
usted no cuenta en este momento: la gravedad de nuestro planeta, que es
bastante menor que la de
-Es cierto -concedió Gastón de mala gana.
En aquel momento algo llamó poderosamente la atención de Gastón. Unos seres
indefinibles que adelantaron al avión y que volaban en pequeños grupos.
-¿Qué tipo de pájaro es ése?
-No son precisamente pájaros. Ya los
verá mejor y además le hablaré de ellos. Pero observe que van armados.
Un nuevo grupo de pájaros quedaba atrás,
si bien por la velocidad del cohete, no pudo Gastón distinguir bien las formas,
aunque pudo darse cuenta de que eran portadores de unos objetos brillantes,
pulidos...
-Le aguardan bastantes sorpresas, Gastón
-observó ésta con enigmática sonrisa.
Las luces del aeropuerto se columbraron,
a lo lejos y en el aparato comenzaron a oírse las instrucciones para el
aterrizaje.
Lao-Wanga, pendiente de la maniobra no
volvió a dirigir la palabra a Gastón y éste, acurrucándose en el rincón más
oscuro de la cabina se dispuso a observar.
La nave entró dentro del área de
potentes reflectores y Gastón se apresuró a colocarse los guantes y una especie
de casco flexible de un material semejante al del ceñido traje. Las funciones
de ojos, oídos, boca y nariz quedaban aseguradas por unos dispositivos de
material rígido y oscuro, pero transparente y que disfrutaba de las mismas
características de invisibilidad que el resto del traje.
Entraron en zona profusamente iluminada
y a poco el cohete tomaba contacto con la superficie, pero no de la forma
brusca que Gastón imaginaba, sino suavemente.
Gastón no pudo menos de elogiar la
pericia de su compañera de viaje.
-Bravo, Lao-Wanga. Ha sido perfecto.
-Gracias, pero silencio. Como verá,
aunque he desobedecido en parte las órdenes recibidas, he conseguido salirme de
la zona luminosa, pero ¿cómo va a llegar hasta mi casa?
-No se preocupe. Piense que en todo
momento me tendrá cerca. Y ahora no le extrañe si me difumino y deja de verme.
Gastón había apagado unas determinadas
lámparas de «luz negra», dejando únicamente las de luz normal y Lao-Wanga no
pudo menos de experimentar un ligero sobresalto. Desde aquel momento perdía el
dominio que creía tener sobre el ser que ella misma había traído a Marte por
considerar que allí sería un desvalido.
Aún percibió la voz de Gastón en la que
se podía adivinar un punto de ironía.
-Supongo que esto no le habrá resultado
demasiado sorprendente porque creo haberle hablado de ello, ¿no es eso? Hasta
pronto, Lao-Wanga.
Manipuló Gastón los dispositivos que
abrían la cabina y cogiéndose a los bordes de la abertura con ambas manos hizo
una poderosa flexión y saltó ágilmente al exterior del techo del cohete. Ya era
tiempo. Un nutrido grupo de marcianos se acercaban corriendo al aparato,
hablando animadamente, gesticulando...
Un potente reflector enfocó al cohete y
Gastón se deslizó hacia la parte contraria del aparato, procurando verse
rodeado de la mayor cantidad de sombra. Desde donde se había situado podía ver,
sin exponerse a ser descubierto, y podría seguir a Lao-Wanga en el momento
conveniente.
La linda cabeza de la marciana emergió
por la portezuela. Contra lo que Gastón esperaba, era el suyo un gesto grave,
serio.
Del grupo que había acudido a esperarla
se destacó uno de los componentes, ligeramente más alto que sus compañeros,
pero también más delgado. Llevaba la cabeza totalmente rapada y su rostro tenía
un tinte marfileño que resultaba poco atractivo y que añadido a la inexpresividad
del mismo le hacía aparecer antipático y hasta un tanto repulsivo.
Con voz que carecía casi totalmente de
inflexiones se dirigió a la recién llegada, a la que hizo una ligera cortesía
con el ademán.
-El Magnífico Tirano Ra-Tsung I me ha conferido el honor de venir a recibirte y a comunicarte que desea verte inmediatamente.
CAPÍTULO
V
EL TIRANO RA-TSUNG I
Lao-Wanga rechazó la ayuda que le
ofrecía el recién llegado, descendiendo del cohete por sus propios medios.
Desde su punto de observación pudo darse
cuenta Gastón de que los marcianos recibían a Lao-Wanga con bastante frialdad,
en particular el que había hablado en nombre del Tirano. La marciana habló
secamente también, mostrando cierta hostilidad a los que habían acudido a
recibirla.
-Vamos, Woonga. Después de tan largo
viaje hubiese preferido ir a descansar un rato, pero si el Tirano ordena,
Lao-Wanga obedece.
Gastón se aproximó al grupo que formaba
la joven y los marcianos. Formando grupo en un segundo término había observado
a unos seres de aspecto bastante diferente a los primeros y sintió curiosidad
por estudiarlos de cerca. Así como los primeros eran de mediana estatura, estos
otros seres rebasaban todos el metro setenta y cinco; diferenciábanse también
de aquéllos en el color de la piel. Eran los primeros de una blancura un tanto
marfileña, mientras los segundos eran morenos, con reflejos entre cobrizos y
verdosos. Vestían los primeros ceñidas vestiduras similares a las de Lao-Wanga,
del mismo tejido y que les defendían todo el cuerpo. Los segundos llevaban el
busto defendido por una especie de ceñida cota de metálicas escamas y el
vientre y hasta menos de medio muslo iban cubiertos por una especie de faldilla
de cuero. Usaban una especie de bragas de recio tejido en vez de pantalones y
sus piernas, finas y nervudas, quedaban totalmente al descubierto. Calzaban
toscas sandalias de cuero, cubiertas de escamas metálicas e iban armados de
largas lanzas y de sendos pistolones, semejantes al de Lao-Wanga, pero de mayor
tamaño.
Pero no fue esto lo que más sorprendió a
Gastón, sino el vivo contraste que formaban las expresiones de una y otra raza,
pues estaba bien patente que se trataba de dos razas de características
totalmente diferentes.
Mientras el primer grupo de marcianos
poseían facciones finas, frentes despejadas y ojos expresivos que denotaban
inteligencia, los seres que habían llamado tan poderosamente la atención de
Gastón eran dueños de unas testas de expresión semisalvaje, de frentes
comprimidas, cabellos crespos y ojillos pequeños y de maligno mirar. Su idioma,
si de tal podía calificarse a la forma que usaban entre sí para entenderse,
estaba compuesto de monosílabos, en su mayor parte, guturales.
¿Cómo puede haber tal diferencia entre
unos y otros? Entonces recordó las palabras de Lao-Wanga cuando se refirió a
las legiones traídas del planeta Venus. ¿Se trataría de estos seres?
Seguramente, pues tenían todas las características que Gastón conocía del
hombre primitivo. Y respondían al concepto que de Venus se había forjado.
Planeta en una de las últimas fases de su formación y en el que, en
determinadas zonas, podía existir el hombre, aunque en condiciones de vida
durísimas para el concepto que de ella tenían los civilizados.
Pero la atenea en de Gastón fue atraída
ahora por los marcianos que rodeaban a Lao-Wanga, examinando en actitud crítica
al «Star-3» y pronunciando a costa de él jocosas frases de burla.
Gracias a las lecciones recibidas de
Lao-Wanga, Gastón conocía el idioma marciano lo suficiente para comprender la
mayoría de las pullas que sugería el cohete y su indignación iba en aumento.
Woonga, «el Antipático», como
mentalmente lo había apodado Gastón, se mostró más incisivo que los demás y el
joven terrícola no pudo ni quiso aguantarse ya. Amparado en la impunidad que le
daba su traje, avanzó unos pasos hasta quedar frente a Woonga y le disparó su
puño derecho con precisión y fuerza demoledoras. Gastón no era un buen
pugilista, pero había puesto en el golpe todo su coraje y «el Antipático» salió
proyectado de espaldas, dando la sensación de que le arrancaban la cabeza del
tronco. El mismo Gastón, no acostumbrado a las condiciones de Marte, al
encontrar menos resistencia de la esperada, se fue tras su puño y a punto
estuvo de dar con su cuerpo en el piso.
El cuerpo de Woonga fue casi dos metros
por el aire, hasta chocar contra otro de sus compañeros que, incapaz de
resistir el impacto, cayó con él a tierra, evitándole que el golpe fuese más
duro.
Los marcianos se miraron unos a otros,
sorprendidos. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había podido producirse aquello? La
única que hubiese podido dar una explicación era Lao-Wanga y estaba demasiado
interesada en ello para hacerlo.
Woonga había quedado sin sentido y
prontamente dos de los hombres de la escolta se abrieron paso entre los
marcianos y cogiendo el desmayado cuerpo se lo llevaron corriendo en dirección
de una de las edificaciones que se veían en el extremo del aeropuerto, no lejos
del lugar en que el cohete había posado. De la boca del marciano salía sangre
en abundancia, así como de una herida que se le había producido en el lugar
donde había recibido el golpe y su aspecto era alarmante.
Los compañeros del golpeado marciano le
siguieron hacia el puesto de socorro y Lao-Wanga quedó unos instantes sola.
Cerca de ella oyó como Gastón se movía y apercibió su sombra en actitud un
tanto belicosa.
-Por favor, Gastón. No haga estas
barbaridades o estamos perdidos.
-Lo siento, Lao-Wanga, pero me han
irritado sus burlas. Además, me ha desagradado cómo la han recibido. En
particular, Woonga. Y cuídese de él. Ese hombre es su enemigo.
-Ya lo sé, pero debo actuar con bastante
cautela.
El diálogo quedó interrumpido, pues dos
de los marcianos que se habían ido detrás de Woonga volvieron junto a
Lao-Wanga.
-Perdona si te hemos dejado sola,
Lao-Wanga. Creímos que nos seguías.
-Estoy demasiado cansada para correr
detrás de nadie y si estoy dispuesta a ir ahora mismo ante Ra-Tsung, sin pensar
en mi cansancio, es porque él lo ordena.
-Nos alegramos de que hayas vuelto,
Lao-Wanga. Por aquí no corren muy buenos aires para nosotros. ¿Y Gaustrak, por
qué no ha vuelto?
-Gaustrak ha quedado prisionero en
-Algo de eso sabíamos ya y es posible de
que te acusen a ti de ser la responsable de su muerte. Woonga está furioso y ha
conseguido influir en el ánimo de Ra-Tsung en contra tuya.
-No temáis. Ra-Tsung...
Iba a continuar Lao-Wanga, pero la
seguridad de que Gastón les estaría escuchando le hizo contenerse.
-Bien, amigos. Ya hablaremos más tarde.
Ahora quisiera que me acompañaseis hasta el coche. Creo que me empiezan a
faltar las fuerzas.
Varios de los seres primitivos que daban
escolta al grupo de marcianos habían vuelto y se habían puesto a disposición de
Lao-Wanga, flanqueando el grupo que formaban ésta con los marcianos y
poniéndose en marcha.
Gastón se había percatado de que
aquellos seres primitivos miraban a sus dominadores como semidioses y que los
defenderían hasta derramar por ellos la última gota de su sangre. Estaba seguro
de que no tenían mucha más inteligencia que los perros y que si alguna ventaja
les llevaban a estos era la forma de caminar y aquel reducido número de
monosílabos que constituían su idioma.
Púsose en marcha el grupo y Gastón tras
ellos. No se habían alejado unos metros del cohete cuando unos cuantos hombres
de Venus, tipos primitivos como los otros, pero sin su belicoso atuendo,
llegaron hasta el cohete y haciéndose cargo de él lo obligaron a deslizarse por
la misma pista en que había aterrizado hasta llegar a un extremo de ella en
donde, valiéndose de un pequeño tractor, lo sacaron conduciéndolo a un hangar
próximo.
Pero a Gastón, como ya Lao-Wanga le
había advertido, le estaban reservadas otras sorpresas aún. Hallábase cerca del
automóvil que aguardaba a Lao-Wanga cuando sintió un fuerte batir de alas sobre
su cabeza. Sin tiempo casi para levantar la vista se vio rodeado de un grupo de
aquellos seres indefinibles que había visto en pleno vuelo y que tanto habían
llamado su atención. Ahora los podía examinar a su antojo y en verdad que valía
la pena. Tan cerca se habían posado que Gastón hubo de dar un salto para evitar
el encontronazo con uno de ellos.
Lo que veía ahora no tenía más que una
ligera semejanza con la criatura humana y sin embargo, se adivinaba que era un
primitivísimo eslabón en la cadena. Lo primero que llamó la atención de Gastón
en estos seres fue el color: amarillos en la cara y parte anterior del cuello y
cuerpo y verdes en el resto, pero con un verdor brillante, atractivo.
Andaban sobre dos patas cortas y de pies
grandes y palmeados, pero lo más extraordinario eran sus alas, de gran
envergadura y que llevándolas plegadas casi les arrastraban al andar. Al
extremo de estas alas se veían las manos, unas manos medio atrofiadas aún y
también palmeadas como los pies. La parte verdosa de la piel se adivinaba
cubierta de finas escamas y en las alas, fuertes y membranosas, se veía un
plumón fino, pequeño y de brillante colorido.
La cabeza, como todo lo de este extraordinario
ser, era también extraña. Los ojos eran grandes y saltones y despedían un
extraño brillo, pero en vez de dos tenían tres, uno a cada lado de la cara y
otro en el centro de la cabeza. Las orejas eran recortadas, pequeñísimas y
colocadas detrás de los ojos laterales y su boca y nariz recordaban a la del
lagarto.
Estos seres tenían también su lenguaje
onomatopéyico, iban totalmente desnudos y armados de fusiles cortos que en
aquellas manos debían resultar temibles.
Pero Gastón tenía que estar pendiente de
los movimientos de Lao-Wanga y no podía detenerse a contemplarlos como hubiera
sido su gusto. Tiempo tendría en los días venideros.
Lao Wanga subió en uno de los
automóviles que aguardaban. Uno de sus amigos iba a subir en el mismo, pero
ella le contuvo.
-Lo siento, amigo mío, pero prefiero ir
sola. No me extrañaría que en este automóvil, como ocurre en otros, hubiese
oculta una cinta magnetofónica dispuesta a impresionar nuestra conversación. Si
quiero que Ra-Tsung o alguno de sus amigos se enteren de mis cosas, quiero que
sea porque yo se las digo. No me agrada ser sorprendida.
Lao-Wanga se expresaba en alta voz y
Gastón comprendió que aquellas palabras iban dirigidas a él. Eran una
advertencia para que se mantuviese callado durante todo el trayecto en el
automóvil.
Subió Lao-Wanga en su automóvil ocupando uno de los dos asientos y a poco notó que el pesado cuerpo de Gastón se había dejado caer sobre el otro, a su lado. Le estrechó la mano para convencerse de su presencia y dio la orden de partida.
* * *
Lao-Wanga hubiese deseado que Gastón no le
acompañase a su entrevista con Ra-Tsung, pero comprendió que nada podía hacer
por evitarlo. Hubiese sido inútil tratar de convencerlo para que se abstuviese
en seguirla, así es que se resignó y se prometió a sí misma ser cauta en el
hablar.
Gastón, siguiendo siempre de cerca a
Lao-Wanga, atravesó toda una serie de lujosas estancias y atravesó ante un
número increíble de guardias y centinelas que se inclinaban respetuosamente al
paso de la muchacha. Llegaron finalmente ante una puerta cerrada y la cual
estaba disimulada por espesos cortinajes. Ante la puerta había dos atléticos
hombres de Venus arma al brazo, y un marciano cuyo aspecto, muy semejante al de
Woonga, no predisponía en su favor.
Al ver llegar a Lao-Wanga se adelantó a
recibirla.
- ¡Mis ojos son dichosos al volverte a
ver, Lao-Wanga!
-Gracias, Dao-Tsing. Sé que cuento con
tu devoción y también yo me siento feliz al verte. ¿Cómo se encuentra el
Magnífico Ra-Tsung?
-Ansioso por verte. Desea conocer las
noticias que le traes de
Pulsó Dao-Tsing un timbre y en respuesta
a él se oyó una voz de timbre metálico:
-¿Qué ocurre ahora?
-Magnífico Tirano.
No se oyó voz alguna en respuesta, pero,
en cambio, los cortinajes se apartaron por sí solos y las puertas corredizas
que se oponían al paso sé abrieron lentamente, dejando la ranura justa para que
pudiese pasar un cuerpo.
Gastón estaba preparado para cualquier
sorpresa y así, apenas vio que la puerta se entreabría, se introdujo por ella
sin aguardar a que lo hiciese Lao-Wanga que pasó inmediatamente detrás de él.
Para disimular su sombra a los ojos del
Tirano, el hombre de
En Magnífico Tirano Ra-Tsung I aparecía
sentado detrás de una mesa grande, de sencillas líneas, al igual de los pocos
muebles que se veían en la amplia sala. Al avanzar Lao-Wanga hacia él, el
soberano se levantó de su asiento y salió a recibirla sonriendo simpáticamente.
Gastón, al verlo de pie, no tuvo más
remedio que reconocer que era el más arrogante de los marcianos que hasta el
momento había visto y pese a la predisposición que contra él sentía, se sintió
subyugado por la prestancia y simpatía que emanaba del Tirano de Marte.
-Bienvenida, querida. Confieso que no
esperaba verte tan pronto.
La voz del Tirano, al hablar así, sonaba
a fría, como en negación del significado de las palabras. Sin más ceremonias
tomó a Lao-Wanga entre sus brazos y la estrechó en ellos a tiempo que la
besaba, aunque de forma un tanto superficial, en la boca.
Gastón sintió la punzadura de los celos
y estaba dispuesto a repetir el tratamiento que había dado a Woonga cuando un
último llamamiento de la razón le contuvo.
¿Qué tenía él que ver con Lao-Wanga para
que aquello le molestara? ¿Y qué derecho tenía por una cuestión de sentimientos
personales a poner en peligro su misión en Marte?
En su ayuda vino además la actitud de
Lao-Wanga que, como si comprendiese el malestar que afligía a su amigo Gastón,
se apresuró a deshacer el abrazo del Tirano.
-Tampoco esperaba yo que mi regreso
tuviese que ser tan rápido. La suerte no me ha acompañado -respondió Lao-Wanga
tranquilamente-. Lo siento.
La actitud de Ra-Tsung cambió
repentinamente, sacando a la superficie la faceta tal vez más acusada de su
compleja personalidad.
-¡Lo siento! ¡Lo siento! ¿Es eso todo lo
que se te ocurre decir? -respondió con expresión mordaz y voz destemplada. Y
añadió:
-No has tenido suerte. ¡Magnífica
disculpa! Sirve muy bien para paliar el fracaso. ¿Por qué no confiesas que has
tenido miedo? ¿Por qué no dices que te ha faltado capacidad? ¡Parece increíble
que esos seres primitivos, a medio civilizar, te hayan hecho abandonar tu
misión sin intentar comenzarla siquiera! ¡Vergonzoso fracaso, Lao-Wanga! Pero
tú sabes perfectamente cómo se pagan en Marte los fracasos, ¿no es eso?
Gastón estaba furioso al escuchar a
Ra-Tsung, tal que si las demoledoras palabras fuesen dirigidas a él y hubo de
hacer un sobrehumano esfuerzo para contenerse y no atacarle como había hecho
con Woonga.
Pero Lao-Wanga permanecía tranquila y
respondió con extrema serenidad cuando el Tirano hubo terminado.
-Naturalmente que lo sé. Y también sé
que los que me deben juzgar han de demostrar antes que son capaces de hacer
aquello en que yo he fracasado. Así es que ya puedes enviar a los que han de
ser mis jueces, a
-¡Gaustrak! ¿No te avergüenza pronunciar
su nombre? ¿Pronunciar el nombre del compañero que has dejado abandonado en tu
cobarde huida?
-Te equivocas, Ra-Tsung. No me da
vergüenza alguna hablar de Gaustrak y me agradaría tenerlo presente para
echarle en cara su ineptitud y su cobardía. Pero de eso no tiene él la culpa,
sino los que le enviaron, porque no tenían confianza en mí o porque me tenían
envidia. Llama a tu fiel Woonga y díselo de mi parte. Gaustrak fue descubierto
por impaciente y a causa de él me descubrieron también a mí. Yo pude escapar
sin ser vista, pero él fue tan débil que dio mis señas personales hasta el
punto de que a las pocas horas mi rostro era más conocido en
El Tirano cambió de actitud
radicalmente, mostrando sus excepcionales dotes de comediante.
-¡Ah! Eso es otra cosa. De eso no me
habían informado.
Paseó nerviosamente Ra-Tsung unos
instantes y a poco se detenía ante un micrófono situado sobre su mesa de
trabajo.
-¡Que venga Woonga inmediatamente!
-ordenó.
Lao-Wanga sonrió irónicamente.
-Dudo mucho que pueda venir. Ha sufrido
un inexplicable y grave accidente en mis mismas narices.
-Es cierto. No recordaba que me lo
habían anunciado desde el campo. Bien. Siéntate y háblame de
Lao-Wanga escuchaba con cierto
desasosiego. Gastón estaba escuchando los proyectos del Tirano y esto no lo
quería ella. Ra-Tsung se dio cuenta del malestar que dominaba a la muchacha,
pero lo achacó a otras causas y añadió sonriendo, volviendo a su rostro la
expresión jovial y simpática que tanto atractivo le prestaba.
-Ya sé que tú no eres partidaria de la
violencia, pero no hay más remedio. Ellos no nos darán de buen grado lo que
necesitamos y, por lo tanto, debo tomarlo por la fuerza. Traer mercancías de
Venus resulta demasiado costoso por la distancia. Sólo
Lao-Wanga se revolvió inquieta en su
asiento:
-Podríamos establecer unas relaciones
pacíficas o intercambiar con ellos los productos que a nosotros nos sobran y
que a ellos les interesan, a cambio de lo que a nosotros nos hace falta...
Pero Ra-Tsung la interrumpió con su
sonrisa cruel, de una crueldad infinita:
-¿Y por qué he de comprar lo que puedo
adquirir gratuitamente? Sería absurdo. Además, necesito más espacio vital. Me
ahogo dentro de este reducido y mortecino planeta.
Y el Tirano dejó su mirada perdida en el
espacio como si quisiese abarcar desde allí con ella la serie de mundos que
necesitaba para saciar su inextinguible ambición.
Lao-Wanga se levantó de su asiento y lo
contempló compasivamente.
-Tienes malos consejeros, Ra-Tsung y
ellos te conducirán a la perdición. Tú antes no eras así.
-Ra-Tsung antes estaba dormido -replicó
el Tirano-. Pero ahora, nada ni nadie lo podrá frenar. ¡Paso al Magnífico
Tirano Ra-Tsung I, Señor del Universo!
A punto, estuvo Gastón de explotar en
estentórea carcajada, pero supo contenerse a tiempo. La megalomanía de aquel
ser podía, si él no lo evitaba, conducir a la catástrofe a una gran cantidad de
seres de los tres planetas. No era cosa de reírse...
Lao-Wanga, molesta por la actitud de
Ra-Tsung, inquieta por la presencia de Gastón, pidió permiso para retirarse:
-Te ruego que me dispenses, Magnífico
Tirano, y que me autorices para retirarme. Estoy rendida.
-Ve, amiga mía. Mañana te aguardo y
podremos hablar con más calma de nuestra futura...
Tornó Ra-Taung a abrazar y a besar a Lao-Wanga, pero con más calor que lo hiciera al recibirla y se despidió de ella. A un mandato de su voz, la puerta se abrió como antes y Gastón se apresuró a salir precediendo a Lao-Wanga.
CAPÍTULO
VI
ESPÍA EN ACCIÓN
Lao-Wanga, apenas llegados a su casa,
alargó una silla a Gastón Loos, invitándole a sentarse.
-Quiero que hablemos un poco, aunque
imagino que estará tan cansado como yo. ¿Sabe usted, Gastón, lo que se hace en
Marte con los espías?
El joven, que se había quitado el casco,
contempló a Lao-Wanga con ojos inquisitivos, tratando de adivinar lo que se
ocultaba detrás de aquella pregunta tan bruscamente hecha.
-Lo ignoro, aunque imagino que los
ejecutarán.
-No. Se les destierra a Venus que es
cien veces peor. La atmósfera allí está saturada de humedad de inmensas
cantidades de gas carbónico. El clima es malsano, como la región peor de
-Lo conozco eso. Los niños de nuestras
escuelas también lo saben y no les preocupa lo más mínimo. ¿Puedo saber por qué
me dice todo eso?
-Estoy agradecida a los favores que he
recibido de usted, pero no quiero que el precio de ellos sea el espionaje en
Marte a favor de
-No le he espiado, Lao-Wanga. Tenía
curiosidad por conocer al Magnífico Tirano y he aprovechado la ocasión. Eso es
todo. Además, estaba intranquilo por la suerte que usted pudiera correr. Le
confieso que ha habido momento que su Magnífico Ra-Tsung ha estado a punto de
recibir una corrección más seria que la que he propinado a Woonga. Mal puede
considerar mi comportamiento como espionaje cuando usted sabía que yo estaba
allí.
-Yo sí lo sabía, pero Ra-Tsung lo
ignoraba y yo no se lo podía decir. De todas formas, le advierto lealmente,
pues en caso de espionaje seríamos implacables con usted.
-No he pensado en espiarles, Lao-Wanga,
pero he de hablarle con sinceridad. Quería conocer a Ra-Tsung y sus propósitos.
No me agradan ni el uno ni los otros. Ese hombre padece manía de grandezas y
por ellas arrastrará a la desgracia y la muerte a millones de seres inocentes
si ustedes no son capaces de frenarle. Conociéndola a usted y su forma de
pensar, no me explico cómo se prestó a servir de espía en
-Tal vez usted no me crea, pero quería
evitar de alguna forma la matanza, la violencia. No me importa que los
marcianos lleguen a dominar
* * *
Gastón se despertó con la sensación de que había dormido demasiado tiempo. Sentía pesadez en la cabeza y náuseas en el estómago. No obstante ello, consiguió incorporarse.
La primera sorpresa del día fue ver a
Lao-Wanga sentada a escasa distancia de él, cerca de la cabecera.
-¿Está usted ahí?
-Sí. Le observaba cómo dormía. Esas
molestias que usted siente le desaparecerán tan pronto se adapte a nuestro
medio y esto lo conseguirá en pocos días. Para ayudarse, tómese estos
comprimidos.
Gastón tomó un estuche que la marciana
le alargaba y tendió la vista en derredor buscando su traje.
-¿Busca su traje? No se canse. Se lo he
quitado yo. Es una garantía para mí. Resultaba peligroso para nuestra seguridad
que usted continuase en posesión de él.
Gastón encajó el golpe sin pestañear.
-Lo comprendo perfectamente. Yo hubiese
hecho lo mismo. También es una tranquilidad para mí el que me lo haya quitado.
Así no sospechará de mí...
-Exacto. Celebro que tenga usted esa
claridad de juicio.
-Pero ahora seré una especie de
prisionero suyo. No me podré arriesgar.
-No lo crea. Hoy mismo tendrá usted una
documentación y otro traje y quedará convertido en un marciano más. Deberá
usted perfeccionar su lenguaje y hasta tanto, se puede fingir sordomudo. En
Marte también los tenemos y no extrañará. Puede usted pasar por un pariente
lejano mío.
-Sí. Algo de lo que yo imaginé para
usted en
-Eso mismo. Y usted disfrutará de toda
libertad. Podrá ir y venir por dónde quiera y cuando se canse de estar ocioso
le buscaremos alguna ocupación...
Gastón permaneció silencioso unos
instantes. La marciana adivinó que deseaba hacerle una pregunta y lo animó,
ansiosa de borrar la mala impresión que en el muchacho hubiese podido acusar su
actitud.
-¿Qué desea saber, Gastón?
-¿Es protocolario que el Magnífico
Tirano abrace y bese a sus visitas femeninas o es usted un caso particular?
En los ojos de Lao-Wanga lucieron unas
traviesas chispas de luz y sonrió picarescamente.
-Ya le dije que le aguardaban bastantes
sorpresas en Marte y me figuro que ésta es una de ellas. Ra-Tsung I, es mi
prometido.
Gastón sintió la misma sensación
desagradable que había experimentado el día anterior al verla a ella en brazos
del Tirano, sensación que no trató de disimular a los ojos de ella.
-Verdaderamente ha sido una sorpresa.
Ahora siento haber frenado el impulso que tuve de ¡haberle estropeado las
narices cuando vi que la besaba.
-Es usted demasiado impulsivo, Gastón, y
celebro haberle retirado el traje -repuso halagada-. Así no tendrá ocasión de
desfigurármelo.
-Me imagino que no será fácil llegar
hasta él, pero no esté tan segura. Pero ¿piensa tenerme todo el día en la cama?
-No. Ahora entrarán mis esclavas con su traje y su desayuno. No se asombre. Son seres un tanto primitivos, pero sencillos y cariñosos. Y además, hermosas, muy ¡hermosas... Son importadas de Venus...
* * *
Gastón, enfundado en su ceñido traje, se
aventuró a salir a la calle, recorriendo los lugares públicos, en particular
museos y salas de conferencias donde poder ir instruyéndose en los usos y
costumbres del planeta. Otro de los lugares preferidos fueron las bibliotecas,
convirtiéndose en asiduo lector de las mismas. Primero, tímidamente; después,
con mayor desenvoltura fue expresándose en el idioma de los marcianos,
estrechando sus relaciones con ellos, consiguiendo superficiales amistades.
Notó que su estatura, que se salía de lo
vulgar, llamaba la atención, pero pronto se acostumbraron a verle y nadie le
preguntó quién era ni de dónde había venido. En ocasiones salía de casa sin
objeto, únicamente con el fin de acostumbrar a Lao-Wanga a sus salidas.
Necesitaba desterrar del ánimo de ella las sospechas que pudieran haber
concebido.
Se dio cuenta de que su apostura
despertaba bastante interés entre las hermosas marcianas y fue relacionándose
entre ellas, pero seleccionando a las empleadas de Ministerios u otras
entidades oficiales que pudiesen suministrarle datos de los que tanto
necesitaba.
Pocos días le bastaron para irse
situando, tendiendo de una manera hábil sus sutiles redes.
Después de conocer los propósitos de
Ra-Tsung, sentía verdadera fiebre por ir consiguiendo resultados positivos que
alejasen el peligro y para ello no se daba punto de reposo. Celebró la idea de
hacer creer a los marcianos que poseían en
Llegó a conocer las costumbres de
Lao-Wanga, las horas que faltaba usualmente de casa. Necesitaba contar con la
noche para entrar en contacto con el profesor Alex Ray.
De
Era el primer problema que tenía
planteado y que debía resolver.
En las afueras de Martha existía una
potente emisora oficial que le podía servir a sus fines, pero su utilización
ofrecía grandes dificultades. La entrada a la instalación, sin estar prohibida
de una forma rigurosa, no era libre y su presencia en ella, sin un motivo que
la justificase no podía menos de llamar la atención. Recordó que entre sus
amistades femeninas existía una que era empleada de la emisora... Adquirió un
pequeño obsequio para ella y fue a visitarla.
. -¡La-Gotán! -exclamó alegremente la
muchacha el divisar al amigo-. Confieso que no esperaba verle.
-¿Sorprendida, pues?
-Mucho. ¿Necesita algo de mí?
-Su compañía. ¡Estoy tan solo! He venido
a recogerla para que me acompañe a cualquier sitio. Con tal de estar a su lado
soy capaz hasta de asistir a una conferencia...
-¡No sea frívolo! -amenazó la muchacha
son riendo picarescamente-. Lo destinarían a Venus y creo que aquello es
horrible.
-¿Lo sentiría usted si me castigasen y
me enviasen allá?
-No sea indiscreto, La-Gotán. No me
alegra el mal de nadie.
-Bueno. Eso ya es algo. ¿Vamos?
-¡Eso es imposible! -exclamó la muchacha
con expresión desolada-. No saldré de este horrible lugar hasta dentro de dos
horas.
-¡Cuidado, amiga mía! Si la oyen la
enviarían a Venus. En ese caso me iría con usted y convertiríamos aquello en un
edén.
-Es usted un adulador y siento
verdaderamente no poder acompañarle. ¡Hubiese sido delicioso!
-¿De verdad lo siente, Isa-Dima? En ese
caso puedo aguardarla. Dos horas cerca de usted deben pasar rápidamente.
-Gracias, La-Gotán. Algunos ratos podré
hacerle compañía, pero también tendrá que pasarse algunos completamente solo.
-No le preocupe...
-Vamos, pues. Ahora estoy libre y podré
mostrarle algunas cosas. Estas instalaciones siempre son interesantes de ver.
-Para mí, en grado sumo -repuso el joven
con acento de profunda convicción-. Creo que sería un placer poder trabajar
aquí, tenerla siempre cerca.
-¿Lo haría por mí o por la instalación?
-interrogó ella anhelante, deteniéndose junto a Gastón.
-Lo haría por las dos, Isa-Dima, pero
preferentemente por usted -murmuró Gastón apasionado.
La tenía cerca y no quiso resistir a la
tentación. La atrajo hacia sí, mirándola apasionadamente a los ojos y la besó
largamente. Ella no intentó resistirse y cuando él terminó la caricia le miró
fijamente a los ojos, con expresión soñadora.
-Creo que eres diferente a los demás,
La-Gotán, y que debe ser una felicidad vivir a tu lado.
Y la bella marciana echó a andar,
señalando el camino e introduciendo a Gastón en la parte de la instalación
reservada al personal. El joven sintió la punzada del remordimiento por lo
indigno de su conducta, pero reaccionó pensando en el desastre que se avecinaba
para los habitantes de
-Y ahora, querido, tengo que dejarte
solo un buen rato -habló ella cuando hubo terminado de enseñarle cuanto
consideró de interés-. Es cuestión de una media hora y tal vez entonces podamos
irnos ya.
-Ve tranquila. Te aguardaré aquí.
Pero apenas Gastón se hubo quedado solo,
consultó su reloj y se dispuso a actuar.
-En media hora tengo tiempo sobrado para
instalar esto.
Su labor en aquellos momentos debía ser
arriesgadísima forzosamente, exponiéndose a ser visto en cualquier momento por
alguno de los empleados que circulaban por las diferentes dependencias, pero,
debía llevarla a cabo, por lo menos en su primera parte. Resuelto a ello se
asomó a la puerta del departamento en que se hallaba esperando, asegurándose de
que no venía nadie a él. Durante el recorrido que hiciera en compañía de
Isa-Dima, había escogido mentalmente el lugar donde debía instalar su aparato y
ahora emprendió sigiloso el camino en dirección a él.
Para llegar a su destino tenía que pasar
forzosamente por un lugar en que un empleado trabajaba pendiente de unos
indicadores y Gastón, conteniendo el aliento se fue deslizando a sus espaldas,
pegado a la pared y sin hacer el menor ruido que pudiese delatarle. En un
momento, el empleado medio se volvió como presintiendo la presencia del extraño
y Gastón se mantuvo quieto como una estatua, pero dispuesto a saltar sobre él a
la menor señal de alarma. Fueron unos segundos de angustia, pero que se
resolvieron por sí solos, volviendo el operario a enfrascarse en su tarea
mientras Gastón conseguía ganar la puerta inmediata, saliendo de la peligrosa
zona.
Un leve crujido de los goznes de la
puerta volvieron a sobresaltarle y se apresuró a esconderse detrás de la puerta,
pero el hombre, desapercibido del ruido, continuaba tranquilo su tarea.
Respiró Gastón satisfecho y se dispuso a
efectuar la suya. Para ello penetró en un cuarto de aseo.
Había elegido el lugar pensando en la
facilidad de encerrarse en él sin que el hecho pudiese llamar la atención
teniendo en cuenta el uso a que estaba destinado. Así pues, encerróse ahora
tranquilamente en él y comenzó a trabajar febrilmente.
La elección del lugar del emplazamiento
del aparato para ponerlo a cubierto de miradas indiscretas fue ardua, pero
consiguió disimularlo convenientemente en el interior de un depósito, tras
practicar un dispositivo gracias al cual no pudiese llegar el agua a él en
ningún momento.
Así quedaba resuelto uno de los
problemas más difíciles que tenía planteados y se sintió satisfecho.
Pese a la temperatura, relativamente
agradable, Gastón sudaba mientras realizaba su tarea. Hallábanse además
pendientes del reloj. No quería que en aquella primera incursión la hermosa
Isa-Dima pudiese encontrar motivos de sospecha y que le quedase cerrada aquella
puerta.
Iban transcurridos veinticinco minutos cuando
dio por terminada su tarea. Le quedaban aún por practicar determinadas
conexiones, pero esto no lo podía hacer en aquel momento. Debería aguardar a
aquella noche.
Borró rápidamente las huellas que su
actividad había dejado y se dispuso a regresar a la pieza donde Isa-Dima lo
había dejado aguardando. Ahora no temía que le viese el operario por cuya sala
había de cruzar. Le había visto en compañía de Isa-Dima y podía pretextar que
había tenido que hacer uso del cuanto de aseo.
No obstante ello, también en su salida
pudo pasar inadvertido y apenas habían transcurrido unos segundos que se había
reintegrado a la salita de espera cuando se abrió la puerta contraria y apareció
en el dintel la graciosa figura de Isa-Dima sonriendo coquetonamente.
-¿Se te ha hecho muy larga la espera?
-Naturalmente. Cuando estoy lejos de ti
el tiempo pasa lento. No camina, se arrastra penosamente.
-¡Me gustas porque tienes algo de
soñador, de poeta, de esas cosas que no se estilan ya y que tanto agradan
porque perfuman la vida. No comprendo esta forma árida de vivir. Nuestros
abuelos no vivían así y eran más felices. Padecemos un empacho de ciencia y de
pedantería y daría algo porque las cosas volvieran a sus cauces normales. Me
gustaría danzar, extasiarme ante una buena música, soñar... El progreso me
parece maravilloso, pero lo han mecanizado, encerrándolo todo dentro de
fórmulas y no comprendo por qué debemos prescindir de la espiritualidad que nos
eleva. Pero te encuentro excitado y hasta un poco sudoroso. ¿Has tenido algún
contratiempo?
Gastón se turbó unos instantes. Le dolía
tener que mentir.
-Nada. Ha sido una chiquillada, pero
para que el tiempo pasara mejor me he entretenido en hacer unas flexiones. Si
alguien me hubiese sorprendido tal vez hubiese pensado que estaba loco.
-Y tal vez lo estés un poco, pero no te
duela porque resultas un loco encantador.
Y cogiéndose mimosamente del brazo de él se lanzaron a la calle.
* * *
Gastón se disponía a salir cuando se
encontró con Lao-Wanga que salía de su departamento personal, también en
dirección a la calle.
-¿Sale también esta noche, La-Gotán?
-interrogó ella sorprendida.
-A ello me disponía. Pero estoy
dispuesto a cambiar mis planes si es que desea que la acompañe. Me sería muy
grato.
-Gracias, pero no es necesario que se
moleste. Ya le he visto esta tarde bien acompañado. Es sorprendente la
velocidad con que los hombres cambian de sentimientos -continuó en tonillo
ligeramente irónico.
-Es usted injusta conmigo, Lao-Wanga.
Usted misma me ha dicho que era la prometida de Ra-Tsung y no me encuentro en
condiciones de luchar contra el Magnifico Tirano, máxime, después de haberme
arrebatado mi maravilloso traje... Pero bastará que usted quiera para tenerme a
su lado. No tiene más que romper su compromiso con Ra-Tsung a menos que aguarde
usted a que sea él quien lo rompa.
-Nos queremos demasiado para eso.
-No lo creo, Lao-Wanga. Él se quiere
demasiado a sí mismo y los ególatras difícilmente pueden querer a los demás. En
cuanto a usted, está dominada también por la ambición que pone una venda a los
ojos de sus verdaderos sentimientos. Ese enlace dará satisfacción a su vanidad,
pero nada más.
-¿Supongo que no creerá que estoy loca
por usted?
-Nada más lejos de eso. Usted no se
vuelve loca por nadie. ¡Cuan diferente es de Isa-Dima! En fin, no la quiero
entretener más. Mis respetuosos saludos para su Magnífico Tirano.
Y sin aguardar a más salió andando,
perdiéndose en la sombra que los vastos edificios proyectaban sobre la amplia
avenida, recta, árida, sin una sombra de vegetación, pavorosamente
impresionante en su desnudez y en la uniformidad de los edificios.
Lao-Wanga estuvo contemplando durante unos instantes la arrogante figura que se alejaba y tentada estuvo en seguirla; pero desistió y dando un suspiro echó a andar en dirección opuesta. La aguardaban multitud de quehaceres y pensó que le hubiera agradado arrojarlos por la borda, tirar su nombre político a un lado y colgarse del brazo de aquel terrícola un poco soñador y absurdo.
CAPÍTULO
VII
EN
CONTACTO CON
Gastón hubo de hacer a pie el trayecto
hasta la emisora, llegando a ella casi dos horas más tarde. Se había provisto
de la especie de ventosas que había visto usar a Lao-Wanga en
Durante las horas que había pasado al
lado de Isa-Dima se había procurado información suficiente para no dar un paso
en falso y ahora sabía exactamente los obstáculos que podían salirle al paso
durante su arriesgada aventura. Habían sido unas horas de difícil y hábil
conversación para no desencantar a la muchacha y para ir sacando la información
que necesitaba.
Así ahora llegó primero que nada al
control dé la iluminación y desconectó, quedando el exterior del edificio
totalmente a oscuras. Para cuando el personal del interior se diese cuenta de
la avería, él podía estar ya en el interior del edificio.
Con precisión de movimientos para
ahorrar tiempo, comenzó a trepar por la lisa pared; primero, torpemente; luego,
con mayor seguridad hasta llegar a dominar en absoluto los extraños aparatos.
Sabía la vital importancia que los segundos podían tener en el buen desarrollo
de su plan y administraba tiempo y energía con verdadera avaricia.
Llegó hasta un pequeño ventanal en el
segundo piso y se dispuso a penetrar por él. Pero antes hubo de desmontar el
timbre de alarma, hábilmente colocado y para ello hubo de colocarse guantes
aislantes.
Conseguido esto, penetró en el interior
del edificio y con todo sigilo se dirigió hacia la parte donde estaba situada
la central de producción de energía. Debía de averiar ésta antes de disponerse
a hacer las conexiones so pena de exponerse a quedar electrocutado.
Para penetrar en el recinto de la
central existían dos caminos. El normal, donde necesariamente debía tropezar
con los operarios de guardia o el del túnel, por donde salían los cables de
conducción de energía. Este camino resultaba arriesgadísimo, pues los cables
conducían energía suficiente para electrocutarle con sólo rozarlos, pero se
decidió por él, considerándolo como el mis seguro para llegar a su objetivo sin
ser descubierto y sin dejar señales de su paso.
El túnel era angosto, dejando apenas
espacio para su cuerpo; pero haciendo acopio de valor comenzó a deslizarse por
él, pegándose bien al suelo para evitar el menor roce. El avance era lento,
premioso. Hubo momentos que le pareció sentir el cosquillear de la electricidad
sobre su nuca y en ellos se pegaba al suelo, atemorizado, sintiendo cómo el
sudor discurría por su cara para ir a humedecer el polvoriento suelo. Casi sin
moverse consultó su reloj. En veinte minutos había recorrido escasamente dos
metros, pero ahora la cabeza asomaba ya al lugar donde estaba la instalación.
El local, reducido, estaba desierto.
Desde donde se hallaba ahora oía las conversaciones de los operarios que
trabajaban en la sala contigua.
Continuó su lento y peligroso avance
hasta conseguir sacar el tronco y entonces, con mayor facilidad, salió el resto
del cuerpo.
Un suspiro de alivio se escapó de su
pecho al verse fuera de peligro. Durante unos momentos se mantuvo en cuclillas
hasta conseguir de nuevo el dominio de sus nervios y se dispuso a actuar.
Eligió la pieza que debía quitar, tiró
de ella suavemente y apenas la tuvo en sus manos se produjo el apagón general.
Dejó caer la pieza en lugar adecuado para ¡hacer creer que había caído sola e
inmediatamente se volvió al túnel en el que penetró ahora con la mayor
ligereza, libre del temor que antes sintiera.
Oyó cómo los operarios centraban en el
local que terminaba de abandonar, sus frases de extrañeza...
Salió del túnel y consultó su reloj de
esfera luminosa. Calculó el tiempo que tardarían los operarios en encontrar
luces, darse cuenta de dónde estaba la avería y encontrar la pieza que él había
dejado caer en sitio bastante difícil de extraer. Tenía unos veinte minutos,
tiempo de sobra para hacer las conexiones que debía llevar a cabo.
Con paso seguro llegó hasta el lugar
donde debía hacerlas y comenzó su trabajo. Tendió luego el cable y lo
introdujo, junto con el normal, en el cuarto de aseo.
Mentalmente pedía a
Con ansiedad febril, casi a oscuras, terminó
su labor y aún no se había extinguido en el aire el amplio suspiro de
satisfacción, cuando las luces se encendieron de nuevo. La avería producida por
él había quedado reparada, dándole el tiempo justo para efectuar su labor.
Apagó la luz del cuarto de aseo y se
tendió a descansar unos instantes. La tensión nerviosa en que se había visto
obligado a trabajar lo había agotado.
Reflexionó. Ahora comprendía el
contenido de la palabra «héroe» que hasta entonces le había parecido un tanto
vacía, sin sentido, y se sintió un poco ligado a la idea que expresaba.
Tal vez lo más difícil de su cometido en
Marte había quedado resuelto y ahora su astucia, su cautela al actuar y la
suerte, decidirían de la continuidad de su obra.
Se encontraba extenuado, sin fuerzas y
pensó en dejar para el siguiente día el tratar de establecer la comunicación
con
Venciendo el cansancio comenzó a emitir
las primeras señales. Al comenzar las manipulaciones miró su reloj de pulsera.
Teniendo en cuenta que las ondas hertzianas viajan a una velocidad aproximada a
la de la luz, lo menos que tardaría en obtener respuesta sería de 17 a 18
minutos.
Durante todo este tiempo y con
intervalos de tres minutos estuvo lanzando la señal convenida de antemano. El
minutero, poco a poco, se iba acercando al límite mínimo y a cada nuevo salto
de la saeta que señalaba los segundos, el corazón de Gastón latía con más
violencia, produciéndole una extraña opresión en el pecho.
Pasaron los diecisiete minutos y llegó
el minuto dieciocho sin que obtuviese respuesta alguna. La emoción y ansiedad
de Gastón iban en aumento. Tornó a hacer la señal y a repetirla más tarde, en
el minuto veintiuno. Era pronto aún para descorazonarse, pero sintió que los
ojos se le llenaban de lágrimas.
Una serle de ideas encontradas
batallaban dentro de su cerebro, golpeándole; las sentía percutir en implacable
lucha.
Según los conocimientos que de la
materia tenía, sabía seguro que las ondas hertzianas de muy pequeña longitud
eran capaces de atravesar desde
Él solo, a demasiados millones de
kilómetros de
Desechó aquellos torturadores
pensamientos para fijar sus angustiosos ojos en la manecilla del reloj. Se
acercaba el minuto veinticuatro y se disponía a enviar de nuevo la señal.
Pero... se quedó con la mano en el aire. Creía estar soñando y se pellizcó
rudamente para asegurarse de lo contrario. La señal se oyó primero débilmente y
luego con precisión, con firmeza: era la ansiada respuesta.
La emoción lo tuvo en suspenso unos
momentos. Aquellos ruidos le parecieron la mejor sinfonía que había escuchado
en su vida. De forma un tanto atropellada primero, con más serenidad luego,
comenzó a dar el informe. ¡Sentía la imperiosa necesidad, para decido todo, de
aprovechar bien el tiempo.
Debía regresar al departamento que
Lao-Wanga le había cedido a una hora prudencial para que ella no llegase a
sospechar.
Terminado su informe atendió a las
instrucciones que desde
Al regresar a su departamento sentíase
otro hombre con renovadas energías que le hacían marchar con la cabeza alta y
una alegre expresión reflejada en el semblante.
Lao-Wanga, desde la penumbra de su habitación le vio llegar y sorprendió la desbordante alegría, la radiante expresión del hombre y suspiró. Por unos momentos llegó a sentir lástima de sí misma y a tener celos y envidia de Isa-Dima, a la que imaginaba causa de aquella alegría...
* * *
Una de las llaves que más puertas abre
en el mundo, es el oro. Tentar la codicia de las gentes, dar sin tasa. Todos
los espías del mundo saben esto y lo practican en su mayoría si quieren conseguir
buenos servicios para la causa que trabajan. Esto lo comprendía Gastón ahora
que tenía que abordar a funcionarios dispuestos a dar informes y facilitar
datos, pero que estaban ávidos de dinero o de cosas que lo valiera. Y que no se
fiaban por ende de promesas que se debían apoyar en un próximo cambio político
en el país.
El joven auxiliar del profesor Ray
comprendía ahora la magnitud de su fallo que alcanzaba tanto a él como al
profesor, debido a la inexperiencia de ambos en aquellas lides. El absoluto
secreto de que consideraron necesario envolver el asunto les impidió toda
consulta con personal experimentado y, por tanto, de prever tan importante
aspecto de la cuestión. De tener oro consigo hoy, tendría en sus manos cosas de
bastante importancia, las cuales, por la carencia del precioso metal, le
estaban ahora vedadas.
Conocedor de las divergencias entre las
dos tendencias políticas que dominaban en Marte, sacó el máximo partido de
ellas, procurando agravarlas, haciendo salir a flote las faltas de unos y
otros, pero con preferencia, las de los hombres del grupo gubernamental. Todo
este trabajo de zapa lo hacía desde la sombra, sin aparecer en nada, valiéndose
de sus amistades, más numerosas cada día.
Pero esto no era suficiente. Necesitaba
que los funcionarios venales, los que no tenían más ideología que sus propios
bolsillos, que sus intereses personales, trabajasen para él.
Necesitaba dinero. Dinero en grandes
cantidades, pero ¿de dónde sacarlo? Aquel mismo día Gastón, hábil dibujante,
comenzó a grabar las planchas que le habían de conducir a la consecución de
billetes de banco. Con ellos compraría los secretos que le interesasen. Sería
pródigo y por medio de los agentes que conseguiría inundaría los diversos
Estados de Marte de billetes. Muchas mercancías desaparecerían y la potencia
adquisitiva del dinero bajaría bastante produciendo el consiguiente malestar.
Era un problema más en que Ra-Tsung I,
bastante hostigado ya por el grupo que tenía enfrente, tendría que poner su
atención, restándole tiempo y energías para el desarrollo de sus planes
bélicos.
El juego para Gastón comenzaba a ser
emocionante y apenas si le permitía descansar. Pero hallaba renovadas energías
en la satisfacción de ver que sus objetivos iban siendo cumplidos. Las noticias
del profesor Ray eran alentadoras. Su «Star-4» comenzaría en breve a ser
fabricado en serie, con lo cual los vuelos de ida y vuelta a Marte y a Venus
serían posibles y el enemigo, por tanto, podría ser atacado en su propia casa.
El «fadar», capaz de anular las ondas superacústicas era ya también un hecho y,
por tanto, el inminente peligro en que se había vivido, aparecía conjurado.
Pero el terrible fantasma de la guerra,
con su secuela de destrucciones y dolor se cernía aún de forma amenazadora, ya
que los preparativos y los planes de invasión de
* * *
Gastón se daba prisa en transmitir un
sustancioso informe sobre producción bélica referente a cantidad y calidad así
como a emplazamiento de las fábricas, muchas de ellas ubicadas en el subsuelo,
así como los puntos vulnerables que ofrecían. Su prodigalidad en el reparto de
billetes de los producidos por él iba produciendo frutos óptimos y para aquella
misma noche le habían prometido planos y datos sobre una nueva y potentísima
arma de destrucción y la cual habíase comenzado a producir dentro del mayor
secreto.
Su alegría era grande cuando se vio
interrumpido por un ruido que provenía de la puerta del cuarto de aseo en el
cual operaba en aquel momento.
Terminó rápidamente su mensaje e hizo la
señal que indicaba peligro para que desde
No era momento oportuno para salir por
otro lugar, así es que decidió aguardar unos momentos a que el importuno, al
ver que no abrían, se marchase. Pero lejos de eso la llamada se hizo más
perentoria, sacudiendo, el que fuere, la puerta. Aquello podía atraer la
atención de otros empleados y ponerle en peligro, así es que se decidió a obrar
rápidamente. Empuñó su pistola, pero en aquel momento una voz que le era
familiar, le llamó:
-¡La-Gotán! ¡La-Gotán! ¿Estás ahí?
Era la voz de Isa-Dima y respiró
aliviado. Abrió y se vio frente a ella. La linda marciana le contempló con
expresión de alarma.
-¿Qué hacías ahí dentro?
-¿Cómo sabías que estaba aquí?
-Alguien te vio pasar y le extrañó que
no estuviese contigo. ¿Cómo has entrado sin avisarme?
-He sentido una necesidad perentoria...
-Por lo que más quieras, no me mientas
-suplicó la muchacha mientras las lágrimas afloraban a sus ojos-. Llevas ahí
dentro demasiado tiempo.
Comprendió Gastón que la mentira era
inútil y que hasta sería conveniente para el futuro que ella conociese parte de
la verdad.
La contempló unos instantes con
inquietud, pero vio en sus ojos tal lealtad hacia su persona, que se decidió.
La tomó de la mano haciéndola pasar y cerró la puerta tras ellos.
Con gesto solemne la condujo hasta el
aparato emisor, el cual puso al descubierto.
-¿Sabes lo que es eso, Isa-Dima?
-No de forma cierta, pero parece un
aparato emisor.
-Eso es exactamente. Es un invento mío
que estoy tratando de perfeccionar.
-¿Y por qué lo has colocado ahí? ¿Cómo
no me has dicho nada?
-Eso es largo de explicar. Cuando
termines tu servicio te hablaré de ello. Quería asegurarme antes de que
funcionaba bien... Ahora te ruego que no digas ni una palabra a nadie. Como si
no lo hubieras visto. ¿Vas a tardar mucho en terminar tu servicio?
-Aún tardaré una hora. Pero confío en
que una amiga me lo haga y podré reunirme en seguida contigo.
Momentos después Isa-Dima se reunía con
Gastón, y salían del edificio.
-Vamos paseando y así me explicarás eso
-habló la marciana cogiéndose del brazo de Gastón.
El auxiliar del profesor Ray había
reflexionado en la mejor forma de abordar el asunto para ganar a Isa-Dima a su
causa y que le sirviera de auxiliar. Ello le evitaría a él exponerse
continuamente a ser sorprendido, cosa que, actuando Isa-Dima en su lugar, se
evitaría.
-Hace algún tiempo inventé ese emisor
que es de una potencia extraordinaria. A pesar de su reducido tamaño, con él se
puede comunicar con
-¿Imaginas lo que hubiese podido ocurrir
si es otro el que te sorprende?
-Sí. Lo he pensado varias veces y por
eso te lo quería decir cuanto antes. Quería ofrecerte mi triunfo cuando lo
hubiese conseguido, pero comprendo que debo pedir tu ayuda. ¿Estás dispuesta a
ser tú la que manipule el aparato o acompañarme al menos cuando vaya yo
personalmente?
-Pero tendré que pedir permiso a mis
superiores...
-En absoluto. Nadie ha de saber una
palabra o me lo echarían todo a perder. Has de prometerme el mayor secreto.
-Prometido. Haces de mí lo que quieres.
-Si no fuera necesario, no te lo
pediría. Te iré poniendo al corriente de todo. Te daré la clave de sonidos...
Si tú me ayudas, nuestro triunfo es seguro.
Media hora más tarde, Isa-Dima quedaba incorporada al servicio de espionaje sin ella misma saberlo y aquella misma noche, acompañando a Gastón cumplió su primer servicio.
CAPÍTULO
VIII
¡DESCUBIERTO!
EL Magnifico Tirano Ra-Tsung I paseaba
nerviosamente por la amplia estancia que le servía de gabinete de trabajo,
lanzando de tanto en cuanto furibundas miradas de soslayo a Lao-Wanga que
permanecía en pie y en actitud displicente. Por fin rompió a hablar.
Lao-Wanga notó que trataba de dominar la
cólera que le poseía y por su parte se dispuso a excitarlo más.
-¡Supongo que ya estarás satisfecha! Tus
absurdos sentimentalismos han llegado a tomar cuerpo y han levantado toda una
opinión en contra mía. En vez de ser mi puntal más firme te estás convirtiendo
en mi mayor enemigo. Tus partidarios están obstaculizando mis planes de ataque
a
-Yo no tengo partidarios, Ra-Tsung, ni
me mezclo en tu política, aunque disiento de ella. No tengo la culpa si otros
disienten también. Si crees que obstaculizan tus planes, ¡duro con ellos!
Demuestra que eres digno del título de Magnífico Tirano que llevas. ¿O es que
tienes miedo?
Ante la pregunta de Lao-Wanga se quedó
parado en seco, mirándola fijamente.
-¿Miedo yo? ¿Cómo te atreves a pensarlo
siquiera? ¡Haré un escarmiento, pero me dolería que cayeses tú entre ellos
porque seré implacable. Pero quiero cogerlos bien, porque han llegado a la
traición.
-¿A la traición? No debes ofuscarte,
Ra-Tsung. Una cosa es una corriente política por muy contraria a la tuya que
sea y otra una traición. Entre esos hombres que dices no hay traidores. Ellos
no piensan como tú, pero te quieren. Son tus mejores amigos y por eso no
quieren verte envuelto en aventuras bélicas. No quieren que la sangre de los
hombres que gobiernas sea derramada estérilmente en ningún sitio. Pero te
repito que no son traidores.
Ra-Tsung respondió con una carcajada
sardónica.
-¿No? ¿Qué dirías si te pudiese
demostrar que se han puesto en comunicación con
-¡Eso no es posible! ¡Es absurdo!
-arguyó Lao-Wanga sobresaltada pensando en Gastón Loos.
-Parece que la que tiene miedo ahora
eres tú. Pues no es absurdo. Nuestros especialistas están tratando de descifrar
esos mensajes en clave que se cruzan mientras los técnicos han tendido un cerco
para localizar la emisora. No tardaré mucho en conocer los resultados. Woonga
lo lleva todo y me lo ha prometido.
-Si es así, nada tengo que decirte. Da
sin piedad. Bien sabes cuánto aborrezco a los traidores por muy amigos míos que
sean. Y gracias por tu aviso, pero me haces muy poco favor si piensas que puedo
estar mezclada en intrigas de ese tipo.
-.Mejor es que así sea. Lo celebro.
-¿Puedo retirarme?
-Si es tu gusto, sí.
Aturdida Lao-Wanga por lo que acababa de
saber, se inclinó sumisa ante el Magnífico Tirano y se dirigió hacia la puerta
que se entreabrió para dejarle paso.
Apenas la puerta se hubo cerrado tras
ella, Ra-Tsung se volvió hacia otra puerta que había a sus espaldas.
-¡Ábrete pronto!
A las vibraciones de la voz del Tirano,
la puerta, sin que nadie la tocase, se fue abriendo lentamente hasta dejar el
espacio suficiente para que pudiera pasar el cuerpo de un hombre.
Woonga, «el Antipático», como le había
apodado Gastón, apareció sonriendo mefistofélicamente por el espacio abierto.
Se inclinó ceremonioso ante Ra-Tsung.
-Tu idea, Magnífico Soberano, dará el
resultado apetecido. He colocado detrás de ella a los mejores sabuesos de que disponemos.
-No seas hipócrita, Woonga. La idea ha
sido tuya. Y no por ello deja de ser excelente. Creo firmemente que después de
mí eres el hombre más inteligente de Marte. Ella se ha ido ciega. Quisiera que
la hubieras visto. Seguro que de aquí marcha a sus amigos a decirles que han
sido descubiertos. Me gustaría que también ella estuviese complicada. Así la
podría alejar de mi lado para siempre.
-No te preocupes, Magnífico Señor del
Universo. Si ella no está complicada, la complicaremos. El hecho de que vaya a
avisar a sus amigos, será suficiente. Nadie la librará de un veraneo en Venus.
-Lo que me inquieta es esa radio
clandestina y lo que estará tramando desde ella.
-Tranquilízate, Magnífico Tirano. Ella
misma nos descubrirá la emisora.
-¿Y cómo es posible que nuestros
técnicos no la hayan podido localizar?
-No me lo explico. Se llegó a creer que
no había tal emisora clandestina y que nuestros enemigos usaban la emisora
Oficial del Campo Marte. La sometimos a control, pero el resultado fue negativo
y, sin embargo, los goniómetros continuaron señalando aquel lugar. ¡Es como
para volverse loco!
-Haré un escarmiento y seré inflexible.
No puedo admitir que cuando nuestra supervivencia peligra estos entes
sentimentaloides vengan a deshacer nuestra justa labor. Tan pronto los haya
aniquilado aceleraremos los preparativos de guerra. Antes de dos meses quiero
que todo esté dispuesto para dar el asalto a
* * *
Lao-Wanga, una vez se vio fuera del
alcance de la vista de Ra-Tsung, sintió que las fuerzas le abandonaban y que la
presencia de ánimo de que había hecho gala ante el Tirano, se desvanecía.
En cuanto Ra-Tsung le habló de la
emisora clandestina asoció el hecho con el único ser capaz de una semejante
audacia: Gastón Loos, el hombre que la había conseguido sacar de
Sin casi hacer caso de los saludos que
le dirigían, atravesó la serie de salas que la dejaron a la puerta del Palacio
del Tirano. Allí la aguardaba un automóvil al cual saltó con gesto de malhumor,
empuñando el volante y poniéndolo en marcha. Mientras se dirigía hacia su casa
en busca de Gastón, Iba pensando en la forma más conveniente de abordar el
problema.
Si descubría a Gastón, ella misma debía
cargar con parte de la responsabilidad de los actos de éste ya que no había
dado cuenta de su presencia en Marte y además le había ayudado a camuflarse. Y
si no lo descubría caía en una responsabilidad mayor aún, ya que ahora no podía
alegar ignorancia de las actividades de su huésped.
Ahora que lo veía en peligro se dio
cuenta de que sentía por Gastón un tierno afecto, mucho más profundo de lo que
hubiese deseado para su tranquilidad y sentía un punzante dolor, una angustia
inextinguible. ¡Si consiguiese amedrentarlo para que desistiese de su labor!
Esto, sin duda, sería lo mejor. ¿Por qué no había vivido más cerca de él? Tal
vez hubiese podido evitarse aquel disgusto.
Embebida en estos pensamientos había
llegado frente a su casa. Dos esclavas salieron a recibirle, inclinándose
sumisas ante ella.
-¿Está el señor La-Gotán en casa?
-No, Serenísima Señora. El salió hace
mucho tiempo.
Sin saber por qué, Lao-Wanga experimentó
un vivo sobresalto al escuchar la respuesta. Pensó en Isa-Dima. Tal vez él
estaría ahora con ella. Tal evocación le hizo daño y sintió que una sorda
cólera hervía dentro de ella. Y desde aquel momento odió a Isa-Dima a la que
hasta entonces había considerado como un pobre ser.
Bajo el signo de estas ideas entró en la
pieza que ocupaba Gastón. Necesitaba borrar las huellas que hubiese de sus
actividades clandestinas por si la policía de Woonga había descubierto ya algo
y hacía allí un registro. Por otra parte sentía una natural curiosidad por
conocer hasta qué punto llegaban las actividades de Gastón.
De forma ordenada y metódica comenzó a
buscar sin que nada escapara a su curiosa avidez, pero todo resultó
infructuoso. Su convicción de la culpabilidad de Gastón llegó a vacilar.
¿Estaría equivocada y serían sus amigos políticos, tal como Ra-Tsung había
señalado, los que manejaban la emisora clandestina? Pero no. Era Gastón. No
podía ser otro. Tal vez las pruebas de su actuación estuviesen en otro lugar,
acaso la propia Isa-Dima fuese la fiel guardadora.
No obstante, antes de darse por vencida
continuó removiéndolo todo, llamando en su auxilio a una de sus esclavas. Los
escasos muebles de la habitación fueron cambiados de lugar y el piso y la parte
baja de las paredes fue sometido a un minucioso reconocimiento, también sin
resultado. Descorazonada ya iba a abandonar la empresa cuando se acordó de su
detector. Corrió a su habitación por él y lo trajo. De nuevo comenzó el
reconocimiento, pero esta vez con más fortuna. El detector dio su señal en uno
de los laterales del piso.
Lao-Wanga ordenó salir a la esclava y
levantó una tabla. Ante su asombrada vista apareció un montón de billetes de
banco. Los sacó con movimiento febril pensando en cómo podía estar allí y
tropezó entonces con una pequeña prensa y los grabados. Comprendió que la cosa
era mucho más grave de lo que había imaginado.
Retiró apresuradamente todo y corrió al
horno donde arrojó prensa, grabados, billetes y todos los útiles que estaban
guardados.
Por la cocina se extendió un olor acre,
pero Lao-Wanga respiró satisfecha. Ordenó a la esclava que volviese a colocar
las cosas en orden y salió corriendo. Necesitaba encontrar a Gastón cuanto
antes. Parte del peligro estaba alejado y después de lo hecho sintió la
sensación de que el joven terrícola, en parte, le pertenecía. Ella lo libraría de
aquel espinoso asunto.
Imaginó que lo podría hallar en la
emisora de radio del Campo de Marte y hacia ella se dirigió a toda velocidad.
Quería llegar antes de que Isa-Dima y él se marchasen.
Dejó el coche en el aparcamiento y subió
las escaleras de dos en dos. Preguntó por Isa-Dima y el conserje le indicó
hacia uno de los departamentos del piso siguiente. Tomó el ascensor y al salir
de él volvió a interrogar a otro empleado que se limitó a señalarle hacia una
puerta. Había terminado el principal turno de trabajo y el edificio medio se
vaciaba, quedando únicamente el personal de guardia.
Lao-Wanga asomó la cabeza en la pieza
que le habían señalado, pero vio que estaba vacía. Continuó adelante; cruzó a
espaldas de un empleado que apenas si contestó con un gruñido a su saludo; a su
pregunta se limitó a señalar con el dedo, volviendo de nuevo a su trabajo.
Al llegar ante una puerta se detuvo
vacilante. Iba a pasar de largo, pero oyó un cuchicheo en ella. El ruido que
producía el ir y venir de empleados le impedía darse cuenta de si uno de los
que cuchicheaban era Gastón. Vaciló unos instantes y por fin se decidió a
llamar con unos golpes suaves.
El cuchicheo cesó instantáneamente, pero
ella repitió la llamada. Silencio.
-¡Soy yo, Lao-Wanga! ¡Abrid!
Transcurrieron unos instantes que a
Lao-Wanga le parecieron larguísimos y finalmente se abrió la puerta, apareció
en ella Isa-Dima quien, tratando de dominar cierto sobresalto se dirigió a
Lao-Wanga.
-¡Lao-Wanga! ¡Qué agradable sorpresa!
¡Eres la última persona de quien hubiese esperado uña visita!
-Me lo imagino, pero no es a ti
precisamente a quien vengo a ver. Di a La-Gotán que salga un momento. Es algo
urgente.
-¿La-Gotán? -inquirió Isa-Dima simulando
extrañeza.
-Sí. Se que está aquí contigo. Creo que
ocurre algo grave...
Algo inusitado, en aquel lugar,
interrumpió a Lao-Wanga. Un numeroso grupo de marcianos armados irrumpió en el
lugar donde hablaban las dos mujeres, rodeándolas unos y penetrando los otros
en tromba en el cuarto de aseo.
El ataque fue tan inesperado y tan
rápido que ninguna de las dos mujeres tuvo tiempo de lanzar el menor grito de
advertencia y el propio Gastón, que se hallaba escondido en el interior del
cuarto, no tuvo tiempo de iniciar siquiera la defensa. Cuatro pares de manos lo
sujetaron brutalmente, sacándolo a empellones hasta donde estaban Isa-Dima y
Lao-Wanga.
Gastón, tan pronto se hubo repuesto de
la sorpresa se afianzó en tierra y describiendo un rápido molinete derribó a
los cuatro hombres que le sujetaban e inició la huida; pero otro de los
marcianos se arrojó a sus pies, haciéndole caer espectacularmente. Revolvióse
entonces como una fiera descargando un furioso golpe en el rostro de su
aprehensor, mas ya el que parecía jefe de la patrulla le apuntaba con un fusil
de rayos cósmicos, amenazándole con tajante expresión:
-¡Estése
quieto o le liquido!...
Lao-Wanga, aterrorizada, exclamó:
- ¡Estése quieto, Gastón! ¡Será mejor!
El aludido se volvió con gesto amargo.
-Estará usted satisfecha de su labor.
Después de esta delación podrá dormir tranquila esta noche:
Lao-Wanga le contempló con expresión
dolorida:
-Le aseguro, Gastón, que yo no lo he
delatado, solo quería avisarle.
-Ya. Por eso los ha traído consigo.
Jamás pensé que usted se pudiese prestar a estos papeles indignos.
Los hombres de Woonga se apresuraron a
esposar a Gastón y a Isa-Dima. Al primero, considerándolo peligroso, le
esposaron también los tobillos.
El jefe del grupo dio la voz de marcha,
pero antes de salir se inclinó ceremoniosamente ante la desolada Lao-Wanga. En
su voz había un dejo burlón.
-Gracias por habernos conducido hasta
aquí, serenísima señora.
La hermosa marciana sintió irresistible
impulso de abofetearlo y lo hubiera hecho de no haber desaparecido el hombre
rápidamente detrás del grupo que conducía a los dos prisioneros.
En tanto, los policías que registraban
el cuarto de aseo, auxiliados por obreros de la emisora, que habían sido
requeridos, habían descubierto la pequeña emisora clandestina de Gastón.
Lao-Wanga miraba todo aquello con ojos
de incredulidad. A sus oídos negaron los comentarios que se hacían sobre el
caso y su admiración por Gastón subió en grado sumo. ¿Qué podía hacer ahora por
él? Acudiría personalmente al Magnífico Tirano. Cuando menos, quería evitar que
los esbirros de Woonga lo torturasen.
Decidida a ello, rompió el cerco de
curiosos que la rodeaba y salió a la calle. Allí, en el aparcamiento, tenía su
coche. Aún tuvo tiempo de ver cómo los coches de la policía se alejaban
llevándose a Isa-Dima y a Gastón, el cual, antes de partir, aún pudo dedicarle
un gesto de desprecio.
Al llegar a la residencia del Tirano se
aseguró que éste se hallaba en ella y se dirigió hacia su gabinete de trabajo.
En el camino se encontró con Dao-Tsing, especie de chambelán del Tirano.
-El Magnifico Tirano, Señor del Universo,
no está en su gabinete de trabajo. Parece que ha salido a los jardines a
inspirarse -le informó sonriente-. ¿Deseas que te anuncie, Serenísima Señora?
-Gracias, Dao-Tsing. Me anunciaré yo
misma.
El chambelán sonrió maliciosamente y
siguió su camino. Pero Lao-Wanga, absorta en sus preocupaciones no había
reparado en aquella sonrisa.
Al intentar salir al jardín, dos seres
de la escolta del Tirano, dos de aquellos primitivos habitantes de Venus,
cruzaron sus lanzas ante ella intentando cortarle el paso; pero Lao-Wanga no
estaba para bromas y al ver la obstinación de aquellos que ella consideraba
como seres inferiores, sacó rápidamente su pistola de rayos cósmicos y la
descargó contra ellos. Dos nubes de ligero humo quedaron flotando en el espacio
en el lugar que ocupaban los guardias y Lao-Wagna continuó su camino con la
misma indiferencia que si aquellos seres que terminaba de anular fuesen dos
alimañas.
Nada se opuso ahora a su avance por el
jardín. Conocía el lugar favorito de Ra-Tsung y se dirigió a él derechamente.
El ruido de sus pasos quedaba
amortiguado por la fina arenilla que cubría el camino y sentía un extraño
placer de poder acercarse a él sin ser notada, de poder sorprenderlo. Así le
cogería desprevenido, lejos de toda influencia nefasta y tal vez le podría
arrancar hasta el perdón para Gastón. Para ello tenía que saber quitar gravedad
al asunto, desviándolo de su verdadero derrotero. Hasta lo podía presentar como
un perturbado.
A oídos de Lao-Wanga llegó el rumor de
una conversación mantenida en tonos suaves, confidenciales... Pese a lo tenue
de las voces, una la reconoció inmediatamente: era la de Ra-Tsung. ¿Quién podía
acompañarle en aquellos momentos? Parecía una voz femenina. Sintió como si un
rayo hubiese caído a sus pies; pero reaccionó pronto y continuó su avance; pero
esta vez, en actitud felina, deseando ver y oír sin ser notada.
Llegó hasta un tupido seto a la otra
parte del cual se hallaba la pareja y se agachó, dispuesta a escuchar. Le
repugnaba aquel espionaje, pero la vida no todo lo que traía era bonito ni
agradable. Apenas se detuvo reconoció la voz de la mujer: era Mae-Langa, la
novia de Gaustrak, una muchacha, según el concepto de Lao-Wanga, frívola,
ambiciosa y de una belleza picante y un tanto provocativa.
La voz de Ra-Tsung llegó precisa a oídos
de Lao-Wanga:
-Creo que te acuerdas demasiado de
Graustrak...
Se produjo la risa de ella, cristalina y
un tanto provocativa.
-Que tontería. Gaustrak sólo fue para mí
un buen medio de llegar hasta ti...
-No lo creo. Tú le quieres aún...
-En poco te estimas, Ra-Tsung, si
piensas que un Gaustrak cualquiera puede hacerte sombra. También podría pensar
yo que tú continúas enamorado de Lao-Wanga. Aún no has roto con ella.
-Espero un motivo que se está
produciendo ya para romper con ella oficialmente. Pero ya sabes...
La coqueta escapó a la caricia que
intentaba el Magnífico Tirano:
-No seas tan impetuoso, Ra-Tsung. Aún no
eres mi prometido oficialmente...
Iba a responder el Tirano cuando se oyó
ruido de pasos. Por uno de los extremos del jardín avanzaba Woonga, elástico el
paso, resplandeciente la sonrisa. Al llegar ante Ra-Tsung, se inclinó
humildemente, haciendo caso omiso del fruncimiento de cejas de su señor,
indicación de que la tempestad estaba pronta a estallar.
-Di orden de que no se me molestase. Has
osado interrumpirme...
-La cosa lo merece, Magnífico Señor del
Universo. La emisora clandestina ha sido localizada y los que la manejaban han
sido detenidos y en este momento están sometidos a un severo interrogatorio.
Lao-Wanga en persona condujo a los policías hasta el lugar. Ella lo conocía
perfectamente y fue a avisarles el peligro que corrían. El hombre que estaba al
frente de la emisora era huésped de Lao-Wanga.
-Y a ella, ¿no la has hecho detener?
-Espero vuestras órdenes, Magnífico
Señor.
-Nada de contemplaciones. Que la
detengan y que practiquen un registro en su casa. Los enemigos del Estado no
pueden ser amigos míos. ¿Dónde estaba emplazada la emisora clandestina?
Lao-Wanga no quiso aguardar la
respuesta. Sabía cuanto necesitaba y deseaba obrar con urgencia si quería
llegar a tiempo de salvar algo.
-¡Qué infame complot! ¡Algún día caerá
Woonga en mis manos! fue una verdadera lástima que Gastón no le arrancase la
cabeza. Y en cuanto a ella... ¡Pobre Gaustrak!
Mientras monologaba de esta suerte, iba alejándose, dejando que aquellos seres tortuosos tejieran sus planes de desdicha. Procuraría parar el golpe y ya llegaría el momento en que sería ella quien los asestaría. La creciente corriente política que se levantaba contra los procedimiento de Ra-Tsung y su camarilla serían su, principal trampolín.
CAPÍTULO
IX
EN LIBERTAD DE NUEVO
La primera idea de Lao-Wanga, apenas
hubo salido del Palacio del Tirano, fue correr a su residencia y apoderarse del
traje especial de Gastón, salvarlo del registro que no tardaría en producirse.
Tal traje en poder de Gastón sería un arma terrible en contra del Tirano y sus
seguidores.
Daría también orden a sus esclavas para
que abandonasen la residencia llevándose con ellas todos los efectos de valor
con que pudieran cargar. Lo llevaría todo a casa de sus padres, que residían a
veinte millas de la ciudad, en un pequeño oasis del desierto de Tumboc. Allí
podían aguardar el día de la revancha.
Apenas llegada a casa puso una guardia
para que la advirtiese en caso de peligro y bajo su dirección se efectuó la
operación proyectada en escasos minutos. Cuando abandonó la casa con el traje
de Gastón cuidadosamente envuelto bajo el brazo, ya sus esclavas estaban en
camino. Dejó la casa cerrada y se alejó.
Encerró el automóvil en casa de un amigo
y aguardó curiosamente la llegada de la policía de Woonga. Desde el puesto de
observación elegido, una torreta de un edificio vecino, vio cómo la policía se
detenía ante la puerta de su residencia y golpeaba en ella, primero con cierta
mesura; después, paulatinamente, cada vez con más violencia.
En vista de que no abrían, uno de los
policías, ayudado por otros, se encaramó a una ventana y trató de forzarla;
pero fracasó en su intento. Una masa de curiosos se fue aglomerando ante la
residencia y los policías, desorientados, trataron de dispersarla.
Consiguiéronlo momentáneamente, pero los curiosos, como moscas que acuden a la
miel, volvieron a concentrarse, cercando a la policía, que casi no se podía
mover en el espacio que les dejaran libre.
Lao-Wanga era bastante conocida y
querida por los habitantes de Martha y comenzaba a interesarle aquella reacción
popular que empezó por simple curiosidad y que iba derivando en ciertas
muestras de hostilidad hacia la policía y el nombre de Woonga, repetido en los
diversos corrillos con demasiada frecuencia y en tono bastante irrespetuoso.
Comprendió que el ataque de que Woonga
la hacía objeto era un arma de dos filos. Trataría de esquivar el que estaba
dirigido contra su propia cabeza y aprovechar el otro para herir de muerte a
sus adversarios. Porque después de lo acaecido aquella mañana, consideraba
también a Ra-Tsung como su enemigo, con preferente lugar sobre Woonga.
Retiróse satisfecha de su observatorio y
se dispuso a preparar la visita que aquella misma noche pensaba hacer a Gastón
en su calabozo para llevarle personalmente el traje.
Para la visita a Gastón contaba
Lao-Wanga con amistades que ocupaban determinados puestos y que bien por
afinidad de pensamiento o por estar en deuda con ella, la complacerían.
Y llegó la noche. Amparada en sus
sombras y con la complicidad de sus amigos, Lao-Wanga pudo deslizarse por
tortuosos pasillos hasta el calabozo de Gastón. El joven levantó curiosamente
la cabeza al oír el chirriar de la cerradura y un gesto de amargura se dibujó
en su rostro al reconocer a su visitante. Lao-Wanga avanzó hasta situarse
frente a él. Un dedo puesto sobre sus labios le recomendaba silencio.
La marciana, sin decir palabra, alargó
al joven un paquete y una nota escrita en grandes caracteres y que Gastón leyó:
«¡Por favor, silencio! En todos estos calabozos hay instalados micrófonos e
instantáneamente Woonga se enteraría. Vista su traje y sígame».
Mientras Gastón se ponía su traje
invisible, Lao-Wanga contemplaba conmiserativamente las huellas que en la
anatomía del joven habían dejado impresas los esbirros de Woonga. Ella, que no
recordaba haber llorado desde su infancia, notó que candentes lágrimas se
deslizaban por sus mejillas, tal era el lastimoso estado que ofrecía el joven.
Gastón, sin prestar atención a la
emoción de la marciana, vistió rápidamente su traje. Dentro de él sentíase
invencible. Ahora no podrían con él. Con un ademán indicó a Lao-Wanga que
estaba dispuesto e inmediatamente calóse el casco y los guantes, convirtiéndose
en una sombra imperceptible.
Lao-Wanga lo tomó de la mano y tiró de
él, saliendo de la celda al pasillo. Una vez en él, una presión de la mano de
Gastón la detuvo. Lao-Wanga le hizo seña indicándole que debían continuar; pero
él se acercó para murmurar a su oído: «Isa-Dima.»
Lao-Wanga no contaba con libertar a su
rival y ante la indicación de Gastón notó que algo se rebelaba dentro de ella.
Intentó resistirse tirando de él y haciéndole comprender por señas que debían
darse prisa, que allí corrían peligro; pero Gastón se mantuvo testarudo,
murmurando de nuevo a su oído: «No me iré sin ella.»
Había firmeza en la expresión del joven
y Lao-Wanga comprendió que no conseguiría nada oponiéndose. Aflojó la presión
de la mano del joven y depositó en ella la llave con que había abierto su
calabozo.
Gastón se acercó a un calabozo vecino y
lo abrió. El espectáculo que se ofreció a sus ojos lo conmovió profundamente,
así como a Lao-Wanga, que asomó la cabeza por encima de su hombro.
Isa-Dima yacía en el suelo, pálida, con
los ojos cerrados y seguramente, privada de conocimiento.
Su rostro presentaba señales evidentes
de haber sido violentamente golpeada y por una de las heridas que le habían
producido había brotado la sangre, que ahora estaba ya reseca, pegada a la
piel.
Gastón, no acostumbrado a aquellos
espectáculos, se detuvo horrorizado, pero una suave presión de Lao-Wanga le
indicó que no había tiempo que perder, que debía darse prisa.
Entró en el calabozo y tomó entre sus
brazos el cuerpo de Isa-Dima. Se escuchó un leve suspiro y la muchacha
entreabrió los ojos. En su inconsciencia notó que era transportada por un ser
invisible y creyó que habían llegado sus últimos momentos. Abrió la boca para
gritar, pero Gastón adivinó el intento y se la tapó para evitarlo.
Salieron de la celda y Lao-Wanga se
encargó de cerrarla. Gastón, enternecido, murmuró al oído de Isa-Dima:
-Por favor, querida; no grites o estamos
perdidos. Soy La-Gotán, aunque no me veas...
Silenciosos avanzaron hasta llegar al
lugar donde les aguardaba el alcaide de la prisión. Este se mostró horrorizado.
- ¡Pero esto es imposible! ¿Qué
responderé a Woonga cuando me los reclame? Tú me dijiste que venías a ver a
La-Gotán...
-No te preocupes. Antes de diez minutos
tendrás aquí una orden firmada de puño y letra de Woonga diciendo que los
entregues. Con ella quedas tú a cubierto. Además, es necesario que vayáis
perdiendo el miedo a Woonga.
Gastón, desde su traje invisible,
observaba la escena sin soltar a Isa-Dima y dispuesto a intervenir si fuese
preciso.
Pero todo se resolvió pacíficamente y a
poco Gastón y las dos marcianas se alejaban en el auto que había traído a
Lao-Wanga. El terrícola dio un suspiro de satisfacción al ver perderse en el
limitado horizonte de la noche la silueta de la pavorosa prisión.
Sólo cuando las puertas del garaje de la
casa del amigo adonde se habla acogido se cerraron tras ellos se consideró
Lao-Wanga a salvo. Sabía que las patrullas de policía andaban desesperadas
buscándola, que las casas de algunos de sus amigos estaban vigiladas
discretamente e incluso que las de dos de ellos habían sido registradas.
Se volvió hacia el lugar en que calculó
debía estar Gastón.
-Bueno, Gastón. Quítese el casco y sabré
dónde está. Aquí estamos seguros, al menos, por ahora.
Preocupóse Lao-Wanga de que asistieran
debidamente a Isa-Dima y de enviar la orden prometida al alcaide de la prisión
y seguidamente se volvió a Gastón, que la veía hacer y disponer sin desplegar
los labios.
-Será conveniente que hablemos, Gastón.
Tenga la bondad de seguirme. Como verá, su amada Isa-Dima está fuera de peligro
y bien atendida...
Pasaron los dos jóvenes a una habitación
que Lao-Wanga cerró por dentro y a una invitación de ésta, Gastón se dejó caer
en uno de los cómodos butacones que la amueblaban.
-Se habrá convencido ya de que no llevé
deliberadamente a los policías al edificio de la radio.
Gastón se ruborizó ligeramente y
asintió:
-Ahora, sí. Le ruego que me dispense,
pero en aquel momento la hubiese estrangulado.
-Gracias. Para ser un espía, no le falta
franqueza.
Gastón no se molestó en rechazar la
acusación que Lao-Wanga le hacía. Sonriendo con cierto cinismo se dirigió a
ella.
-¿Quiere decirme qué juego se trae ahora
entre manos?
Lao-Wanga se levantó como impulsada por
un resorte y se encaró con su antagonista, increpándole en tono violento:
-Si no tuviese la convicción de mí
inferioridad física, le abofetearía ahora mismo.
-No se prive de ello, si es de su gusto,
Lao-Wanga. No pienso hacer el menor esfuerzo en impedírselo -repuso Gastón sin
inmutarse.
Desarmada Lao-Wanga por la tranquila
indiferencia que manifestaba el terrícola, tornó a sentarse.
-He pagado la deuda contraída con usted,
Gastón. Por culpa mía le descubrieron y apresaron. Ya está libre. Puede irse
donde desee.
-Gracias, Lao-Wanga. Usted no me debía
nada, pero piense que al conducir hasta mí la policía me ha privado de mi bien
más preciado: mis medios de comunicación con
-Pero le he devuelto su maravilloso
traje y estoy dispuesta a facilitarle una de nuestras aeronaves interplanetarias
para que regrese a
-De sobra sabe que yo no puedo regresar
allí después de nuestra fuga.
-No sea infantil, Gastón. Aquello no fue
más que una estratagema suya para poder venir aquí a espiar. Ahora lo veo
claro. Entonces estaba ciega. Creí de buena fe que usted estaba enamorado de
mí...
-Y lo estaba, Lao-Wanga. En ese aspecto
no le he mentido nunca.
Lao-Wanga contempló a Gastón con una
lejana esperanza reflejada en el fondo de sus pupilas.
-¿Por qué no olvidamos todo este tiempo
que lleva usted en Marte y nos volvemos a
-¿Otra vez quiere jugar a espía?
-No tiene usted derecho a burlarse,
Gastón. He roto mi compromiso con Ra-Tsung.
Ahora el sorprendido fue Gastón.
-¡Lao-Wanga! No me diga que ha obrado
usted así por mí.
-No lo he hecho por usted, pero lo he
hecho. Ahora comprendo que he llegado tarde, ¿no es eso? Ella se llama
Isa-Dima.
-Sí...
-Bueno. No se preocupe. Retiro lo dicho.
No le obligaré tampoco a irse a
-No le puedo prometer nada, Lao-Wanga.
Comprenderá que no puedo permanecer de brazos cruzados cuando veo lo que se
trata de desencadenar contra
-Eso no se producirá. Somos muchos los
marcianos que estamos contra ellos.
-Pero no me pueden asegurar nada.
Ustedes mismos pueden ser aplastados. Conozco bien su movimiento político y
hasta dónde puede llegar.
-Sin embargo, si contásemos con su
ayuda, podríamos ir lejos. Usted salvaría a
-El panorama es tentador. Veamos,
Lao-Wanga.
La marciana se entretuvo en reflexionar
unos instantes.
-Usted sabe -repuso al fin- que es un
grupo reducido de hombres el que dirige la tendencia belicista. ¿No es eso?
-Así es.
-Pues bien. Si usted hiciese desaparecer
a los más significativos de ese grupo, quedaría todo resuelto.
-¿Incluyendo a Ra-Tsung?
-¿Y por qué no? Los sentimentalismos no
pueden jugar en estas cosas. Usted, con ese traje, puede llegar impunemente
hasta ellos...
Gastón se levantó como dando por
terminada la conversación.
-No continúe, Lao-Wanga. Se lo ruego. Mi
educación y mi concepto de la civilización no admiten determinadas acciones.
-Reflexione, Gastón. Son las vidas de
sus coterráneos las que están en peligro. Basta con suprimir unas vidas aquí
para que ese peligro quede eliminado. En sus manos está hacerlo. Creo que la
elección no es dudosa.
-Lo comprendo perfectamente, pero yo no
hago eso. No se adonde tendré que llegar para evitar la contienda que ese grupo
quiere desencadenar, pero sí le aseguro que no pienso matar a nadie a sangre
fría. Y si puedo evitar matar, lo haré. Si en los actos que tenga que emprender
para ello con alguien, entonces...
Y el joven se levantó de hombros.
-¿Prefiere usted que se derrame sangre
inocente?
-Si es ese su juego, no continúe. No me
agrada.
-Como usted quiera -repuso Lao-Wanga
despechada-. Pero no olvide que si actúa usted como espía me tendrá enfrente y
que conozco el secreto de su traje, y en cuando a Isa-Dima, esa traidora...
-No haga frases de melodrama, Lao-Wanga.
Isa-Dima no es traidora. Es una palomita sin hiel y ha jugado inocentemente el
papel que yo le he señalado. Ella creía que estaba ayudándome a perfeccionar mi
invento...
-Como usted quiera, Gastón. Esta noche
pueden quedarse aquí, pero mañana, a primera hora deberán abandonar la casa.
-Si el estado de Isa-Dima lo permite, la
abandonaremos ahora mismo. Y siento que por culpa mía se vea perseguida. Si se
ve en peligro no tiene más que avisarme.
-Gracias. Supongo que podré pasarme sin
su ayuda...
Media hora más tarde, Gastón, acompañado
por Isa-Dima, abandonaban la casa donde se hallaba Lao-Wanga. La hermosa
marciana sentíase profundamente despechada y hubiese estrangulado a Isa-Dima de
buena gana. No lo dijo, pero tanto Gastón como Isa-Dima lo adivinaron.
-No te veo, La-Gotán, y tengo miedo.
-Cógete de mi brazo y no temas. Ahora ha
pasado todo.
-Me hicieron mucho daño. Querían que
dijera que Lao-Wanga nos había ayudado a montar el aparato ese. Me dijeron que
era una traidora y una espía y me llamaron estúpida.
-No temas. Eso ya pasó para siempre. Pronto
nos iremos lejos, muy lejos de aquí, a un lugar muy hermoso, dónde hay músicas
y flores. Donde se puede reír sin que lo tachen a uno de frívolo, donde se
trabaja y se vive con alegría.
-Llévame pronto allí. Aquí tengo
miedo... ¿Y dónde vamos ahora?
-A la residencia de Lao-Wanga. Allí han
registrado y supongo que estará custodiada por la policía. Será el último lugar
donde irían a buscarnos.
Gastón se había provisto del aparato de
ventosas que ya empleara en la emisora de radio y al llegar al edificio que
estaba a espaldas de la residencia de Lao-Wanga, se detuvo.
-Vamos a emprender un arriesgado
ejercicio, querida; pero no tengas miedo.
-Contigo no tengo miedo, La-Gotán.
Ató las manos de la muchacha y se las
pasó por el cuello.
-Ahora, cógete bien con las piernas a mi
cintura; eso es. Vamos arriba.
Valiéndose de las ventosas comenzó la
difícil ascensión por la lisa pared. Cualquier fallo del aparato podía
significar la muerte para ambos y Gastón sabía que esto se podía producir, pues
llevaba excesivo peso. Pero pudieron trepar sin novedad al tejado y de él,
siguiendo la manzana, llegar hasta el de la residencia de Lao-Wanga. Una vez en
él, el descenso fue fácil, introduciéndose por una de las ventanas del piso
alto.
-Aquí podrás descansar. Éste es el departamento
de las esclavas, pero se han ido todas...
Isa-Dima se tendió en uno de los lechos
y se aferró a las manos de Gastón.
-No te separes de mí. Tengo miedo.
-Pues es necesario que seas valiente.
Aquí no vendrá nadie a buscarte. Yo tengo necesidad de salir. Hay demasiadas
cosas pendientes.
-La-Gotán, dime la verdad: ¿Es cierto
que eres un espía?
-Ya hablaremos de eso, querida. No
quiero mentirte. La verdad es que no pertenezco a Marte, sino a
Una dulce sonrisa se dibujó en el rostro
de la joven, que cerró los ojos. Instantes después diose cuenta Gastón de que
estaba dormida. El cansancio y las emociones la habían vencido.
Gastón se alejó de su lado despacio, sin
hacer ruido. Debía resolver aún muchas cosas aquella noche, antes de que se
hiciera de día.
Debía empezar por recoger de manos de un
funcionario venal un detallado informe sobre una de las armas secretas con que
Marte contaba para la invasión de
Tenía que apoderarse también de su
emisora y volver a instalarla en la emisora de Campo Marte, pero en lugar más
inaccesible. Luego de eso, debería entrar en comunicación de nuevo con el
profesor Alex Ray. En
El momento continuaba siendo difícil,
casi angustioso. Pese a la labor de Gastón y a los avances conseguidos gracias
a su informe,
Gastón, para vencer esto, estaba
tratando de conseguir un informe técnico sobre la isla aérea que había
comenzado a establecer Marte dentro del mayor secreto. Aquélla, que debía
servir de base para el ataque a
CAPÍTULO
X
LEGIONES ARMADAS
En manos de Gastón obraban ya los
informes que necesitaba. Sin embargo, no los había podido transmitir al
profesor Ray y esto le mantenía en estado de irritación.
No había podido terminar la instalación
del aparato emisor y ahora, a pleno día, debía abstenerse de hacerlo.
Por otra parte, le llegaban noticias
inquietantes. Ra-Tsung, despechado por la desaparición de Lao-Wanga y furioso
por la fuga de Gastón y de Isa-Dima, había emprendido una rápida persecución de
sus supuestos enemigos, acusándolos de conspiración contra el Estado y
encarcelando a bastantes de ellos. Para acallar el disgusto que sus medidas
hubiesen podido producir, había hablado con cierta claridad de sus planes de
invasión a
Gastón, desde un bien elegido lugar para
ver y no ser visto, se dispuso a asistir al magno desfile. Isa-Dima, asustada,
permanecería en la residencia de Lao-Wanga, sin atreverse a salir.
El lugar del desfile era una inmensa
llanura en las afueras de Martha, en la que a toda prisa se había improvisado
una aparatosa tribuna destinada al Magnifico Tirano, su séquito, la
aristocracia y los altos funcionarios, así como sus familias.
El público, ansioso de distracciones,
habíase congregado a todo lo largo de la explanada sin darle gran importancia a
los rigores de una temperatura excesiva, dispuesto a no perderse un detalle del
magnífico espectáculo que sólo se daba en excepcionales ocasiones.
Apenas llegado el Magnífico Tirano con
su brillante comitiva, se oyó un sordo rumor en el aire y aparecieran,
rompiendo el desfile, compactas formaciones de aeronaves interplanetarias, de
las que ya Gastón conocía, poderosamente armadas, lanzando cegadores destellos
y desapareciendo rápidamente de la vista de los espectadores para dejar paso a
una copiosa formación de aviones de diferentes modelos, pero tan veloces como
saetas, y a los que por volar excesivamente bajos, casi no se les podía seguir
con la vista.
Gastón palideció ante aquel alarde de
fuerza, preguntándose, a la vez, cómo podían mantener aquella producción
estando semiagotados, carentes de muchos de los productos que tan esenciales
eran para la vida.
Una ensordecedora salva de aplausos
despidió a los veloces aviones y a continuación se oyó un batir de alas en el
cielo. A poco aparecieron en el lejano horizonte verdaderas nubes de aquellos
seres de tipo anfibio, verdes y amarillos, que tanto llamaron la atención del
joven terrícola el día que arribara a Marte. Venían correctamente formados,
guardando las distancias perfectamente, como seres bien adiestrados y
conscientes de la misión que desempeñaban. Al llegar frente a la tribuna del
Magnífico Tirano efectuaron unas graciosas evoluciones, guardando perfecto orden.
Algunos pasaron cerca del lugar donde se hallaba Gastón y éste pudo observar
perfectamente el brillo de sus miradas y la orgullosa expresión de sus
semblantes, tan parecidos al del lagarto. Sus fusiles cósmicos, diestramente
colocados, formaban impecables líneas y al desaparecer despertaron el entusiasmo
del pueblo, que les aplaudió frenéticamente.
Aún se oían las alas al batir en el
aire, cuando aparecieron las unidades blindadas. Venían, primero, los carros
ligeros, veloces, en extraordinaria cantidad y de modelos que en
Tras los blindados hizo su aparición la
artillería. Cañones atómicos, cósmicos, otros con sin número de bocas, capaces
de arrasar de un solo disparo dos kilómetros en cuadro, sin dejar en él bicho
viviente...
Tras la artillería de todos los calibres
y de modelos inimaginables, vino la infantería. En desfile interminable,
sucediéronse las legiones de aquellos seres fuertes y de aspecto primitivo
traídos de Venus. Sus uniformes de escamas centelleaban al sol y las puntas
aceradas de sus enhiestas lanzas desafiando al cielo, eran el digno remate de
su bélica apostura...
Tras ellos, los cuerpos auxiliares, las
especialidades.
Gastón no quiso ver más y se retiró
ansioso de meditar, de encontrarse consigo mismo. Más de cinco horas había
durado el desfile, a pesar de haberse llevado éste con gran rapidez y perfecto
orden, sin una sola detención...
Cuando se dejó caer en un asiento,
frente a Isa-Dima, que lo contemplaba entre curiosa y asustada, sentía una
invencible sensación de anonadamiento. Se encontraba empequeñecido, aplastado.
Tembló por su amada Tierra, por sus hogares, hoy felices y en espantoso
peligro. Temió por la civilización, por la continuidad de la obra de la
humanidad...
A su mente acudieron las palabras de
Lao-Wanga: «Basta con suprimir unas vidas aquí para que ese peligro quede
eliminado. En sus manos está hacerlo. Creo que la elección no es dudosa.»
Las frases le golpeaban el cerebro con
su consistencia. Sí, era cierto. ¡En sus manos estaba evitarlo. Vio sus manos
empapadas de sangre y sintió asco de sí mismo. Se levantó con violento impulso:
-No. ¡Yo no puedo hacer eso!
Isa-Dima le miró con expresión de alarma.
-¿Qué te ocurre, querido? ¿Estás
enfermo?
-No, Isa-Dima. Mi salud es perfecta,
pero hay algo que gravita sobre mí amenazando con aplastarme. La suerte ha
arrojado sobre mis hombros una tarea superior a mis fuerzas...
-¿Puedo ayudarte?
-Ya me has ayudado y has sufrido
bastante por mi culpa. Procura descansar y estar dispuesta para cuando yo
regrese. Nos iremos lejos. Aquí corres demasiado peligro...
Caía el día cuando Gastón salió a la
calle, dirigiéndose a la emisora del Campo de Marte.
La vida de la ciudad, después del
desfile, había recobrado su tono normal y la circulación se había centrado,
como de costumbre, en las vías principales, dejando libres las de menos
importancia.
Esto permitió observar a Gastón pequeños
grupos que mantenían una discreta pero estrecha vigilancia sobre peatones y
vehículos, controlando las entradas y salidas de los edificios...
-Ya ha tendido Woonga su telaraña.
Pobres de los que caigan en ella -observó Gastón.
Nuevamente pensó en la solución que le
diera Lao-Wanga de eliminar al grupo de culpables; pero volvió a rechazarla
como impropia de sus principios.
Tenía a la vista el Campo de Marte y
pudo observar que la vigilancia en torno a la emisora era más estrecha aún que
en la ciudad. ¿Le estarían esperando a él? ¿Poseerían las escuadras de
vigilancia equipos de rayos infrarrojos y, por tanto, podrían verle? Tenía que
correr el albur necesariamente. Su pistola de rayos cósmicos estaba cargada y
no tenía por qué temer. Lucharía.
Pasó por entre los grupos y se dio
cuenta de que su presencia era inadvertida. Lao-Wanga no había hablado, al
menos, de momento.
Valiéndose de las ventosas comenzó a
trepar por la pared del edificio. Pensaba sonriendo en la sorpresa de los
vigilantes si se les ocurriese levantar la vista y vieran moviéndose solas por
la pared las ventosas. Seguramente se morirían del susto.
Casi no había dormido y sentíase
verdaderamente cansado. Los músculos de los brazos los sentía como dormidos, a
punto de estallar.
No obstante ello, pudo llegar hasta la
parte superior de la torre donde se hallaba la antena. Allí, en lugar bien
escondido, estaba su pequeño emisor. Trabajando febrilmente pudo terminar la
instalación en menos de una hora e inmediatamente lanzó la señal de
comunicación a
Recordó que en cierta ocasión, siendo
estudiante, había boxeado en un festival estudiantil. Mal preparado, confiado
en su fuerza física, se había agotado a mitad de combate y desde aquel momento
dejó de pegar para recibir únicamente. Su rival se crecía mientras él ordenaba
pegar a sus brazos. Pero los brazos no le obedecían, manteniéndose inertes,
ayudándole, a lo sumo, a cubrirse de la rociada de golpes que se le venían
encima. Su amor propio no le permitió abandonar la pelea, como la prudencia
aconsejaba, y aguantó estoicamente hasta que sonó la campana final. En aquellos
momentos de verdadera angustia había aprendido el valor del tiempo y lo que
podía significar un minuto en un momento difícil, hasta dónde se podía
alargar... Ahora notaba la misma angustiosa sensación y hasta le parecía
percibir los golpes de un potente rival que, poco a poco, iba deshaciendo su
anatomía sin que él pudiese evitarlo.
Frente a sí mantenía la esfera de su reloj
hasta que en el minuto 19 obtuvo la ansiada respuesta. Seguramente el profesor
Ray no había dormido aguardando sus noticias.
Con parquedad envió el extenso informe,
tai vez el último que enviase. Refirió su detención y su liberación. Dio los
últimos datos que había recibido, refirió cuanto había visto en el desfile de
aquella tarde; habló del discurso de Ra-Tsung, de sus intenciones. Envió los
datos técnicos que servían de base a la construcción de la gran isla aérea.
Últimamente pidió el envío de un equipo de demolición si los «Star-4» podían
servir para su transporte.
La respuesta fue favorable y los dos
hombres se despidieron. Gastón recibió la sensación de que el profesor Ray se
hallaba anonadado. Las fuerzas con que Marte contaba eran aplastantemente
superiores a las de
Dominado por la penosa impresión, Gastón
se dispuso a abandonar el edificio. Por pura precaución, aunque dejó montada la
instalación hecha, se llevó, sin embargo, su aparato.
Salía de la torre por una de las
ventanas e iba a iniciar el descenso, cuando notó cierto movimiento abajo y a
poco, potentes reflectores barrían milímetro a milímetro las fachadas del
edificio.
Aquello le impedía el descenso por donde
había venido, pues aunque no se le viera, no podía evitar que se proyectara
sobre la pared su sombra, aunque de forma un tanto velada.
Seguramente habían captado el mensaje,
aunque no lo entendieran, y se había dado la voz de alarma.
Descendió por el interior de la torre,
llegando hasta una pequeña sala. Debía haber llegado el aviso a ésta, pues se
notaba cierto desasosiego entre los presentes, que se miraban entre sí con
evidente recelo.
Una voz tronó por el hueco de la
escalera:
-¡Que no se mueva nadie del lugar donde
está!
Gastón se fue deslizando buscando los
lugares menos iluminados, procurando esconder la leve sombra que su cuerpo
producía.
Por otra escalera vio ascender un tropel
de soldados y policías y hubo de retroceder para darles paso. Dejólos pasar e
inmediatamente se lanzó él escaleras abajo. Al final de ella encontró la puerta
cerrada. Iba a dar una vuelta para salir por otro lugar cuando la puerta se
abrió violentamente para dar paso a uno de los jefes de policía. Gastón se hizo
a un lado para inmediatamente pasar, aprovechando el instante en que la puerta
se había mantenido abierta.
Hallábase ya cerca de la calle cuando
topó con otra puerta cerrada. Aguardó unos momentos por si tenía la suerte de que
se abriera; pero sus esperanzas resultaron fallidas. En todo el edificio
retumbaban las pisadas de los policías, en continuo movimiento, tratando, sin
duda, de localizarle. Se oían voces de mando... gritos.
Se acercó a la puerta y golpeó en ella
con los nudillos. Se abrió una rendija y apareció una cabeza por ella, fisgando
curiosamente a ver quién llamaba. No había espacio suficiente para pasar y
Gastón tomó una decisión. Agarró al fisgón por la cabeza y tiró de él
violentamente, lanzándolo luego por el aire. El marciano chilló como una rata
herida y fue a estrellarse violentamente contra el piso, mientras Gastón
franqueaba la puerta rompiendo por entre un grupo de policías que acudió
presuroso al ver desaparecer a su compañero. Dos o tres de los policías rodaron
por el suelo, mirándose extrañados por lo incomprensible del fenómeno.
Una vez franqueado el obstáculo y cuando
ya llegaba al vestíbulo, vio Gastón cómo ante la puerta del edificio se
detenían unos automóviles; de uno de ellos descendió el propio Woonga, que
acompañado de un reducido séquito deseaba presenciar personalmente la captura
del espía o espías.
Gastón sintió una tentación irresistible
y se acercó con paso cauto al intrigante. En el rostro de éste lucía una
sonrisa de satisfacción, producida, sin duda, por sus últimos triunfos. En el
momento de llegar Gastón ante él, Woonga se volvía a uno de sus acompañantes
para decirte:
-Veremos si ahora se nos escapan estos
espías. Hemos de hacer con ellos un buen escarmiento para que sirva de ejemplo.
Woonga, destacado de todo su séquito,
avanzó unos pasos más y ya Gastón no tuvo más que alargar el puño. Lanzó
primero su izquierda en directo para medir bien la distancia y cuando vio que
llegaba precisa, dobló de derecha, cruzándola como un rayo a la barbilla y
descargando sobre ella todo el peso de su cuerpo.
Woonga, que se detuvo vacilando al
primer impacto, cayó fulminado al recibir el segundo, yéndose de bruces sobre
el pavimento.
Un movimiento de estupor se produjo
entre su acompañamiento ante el insólito accidente y todos corrieron como un
solo hombre a socorrerlo.
Gastón había contado ya con esto y se
dirigió al propio auto de su víctima, cuyo motor aún estaba en marcha, y se
lanzó con él a toda velocidad.
El estupor que el nuevo hecho produjo no
es para descrito. ¡El auto de Woonga lanzado a toda velocidad y sin que nadie
lo condujera!
Cuando quisieron reaccionar ya el automóvil, con Gastón dentro, había desaparecido, avanzando veloz en dirección a la ciudad.
* * *
Una vez en ella, abandonó Gastón el
coche en una calleja oscura y se dirigió hacia un edificio de grandes
dimensiones y de traza original, donde debían estar aguardándole ya. A cambio
de una fuerte suma de dinero debían hacerle entrega de unos documentos con los
datos de los cuales contaba para actuar con el equipo de demolición que había
solicitado a Ray que le enviase.
Por un pequeño portillo penetró en el
edificio y antes de continuar avanzando, se desposeyó de su traje invisible.
Apenas lo había hecho vio avanzar hacia él una silueta:
-¿Es usted, La-Gotán?
-El mismo. ¿Alguna novedad?
-Nada de particular. ¿Me ha traído el
dinero?
-Naturalmente que sí yo siempre prometí
lo que cumplo -manifestó Gastón arrojando el paquete de billetes que traída
preparado a las narices de su interlocutor- ¿Y usted? ¿Ha traído lo mío?
-Sí. Yo también cumplo siempre mi
palabra. Pero es la última vez que le sirvo. Tome.
Gastón tomó los documentos y les dio un
vistazo. Sonrió satisfecho.
-¿Qué le ocurre? ¿Tiene usted miedo?
-Pues, sí. Han detenido a varias
personalidades del departamento y dicen que vamos a tener cambios de
importancia en la plantilla. No quiero que me pillen. La vida en Venus es
terrible.
-Bueno, Wu-Akong. De acuerdo. Confío que
en lo sucesivo podré pasarme sin sus servicios; pero si lo necesitara, sé que
no me lo negaría. Usted es un hombre consecuente y sabe que está
indisolublemente ligado a mí. Pero tranquilícese. Si corriese usted peligro le
avisaría con tiempo y lo enviaría a un lugar bastante mejor que Venus. Yo sé
portarme con los que me sirven bien y ahora...
Una voz interrumpió, cortando en seco la
palabra de Gastón:
- ¡No se muevan! ¡Levanten las manos!
Les tenemos encañonados...
Gastón reconoció inmediatamente la voz
de Lao-Wanga y por encima de los hombros de su interlocutor la vio avanzar
destacándose de la sombra. Con Lao-Wanga iban dos marcianos a los que Gastón no
conocía.
La muchacha se dirigió a Gastón con
gesto duro:
-Le advertí a usted, La-Gotán...
Esta vez fue Gastón él que interrumpió
cortando en seco la frase. Había medido bien la distancia y de felino salto se
había arrojado sobre Lao-Wanga con ímpetu irresistible.
No le dio tiempo ni a parpadear cuando
se vio violentamente arrojada al suelo en confuso montón con sus dos
acompañantes. Las armas les fueron arrebatadas rápidamente y los acompañantes
de la marciana recibieron la sensación de que un mundo se les venía encima,
tales fueron los demoledores golpes con que Gastón les obsequió, dejándolos
fuera de combate.
En cuanto a Lao-Wanga, le ayudó a
levantarse, pero asegurándose previamente de que no llevaba arma alguna encima.
La muchacha estaba bastante aturdida por el golpe y tardó unos instantes en
reaccionar. Mientras tanto, Wu-Akong habíase apresurado a desaparecer.
-¿Se encuentra en condiciones de
escucharme, Lao-Wanga?
La muchacha hizo un afirmativo
movimiento de cabeza.
-Si.
-Pues óigame bien: No intente oponerse
en mi camino o la aplastaré sin vacilar. Mi decisión está tomada. Pronto
desapareceré de aquí. Aprovéchese usted para irle minando el terreno a Ra-Tsung
y a Woonga. No tardaré en derribarlos y prefiero que sea usted la que esté
dispuesta para sustituirlos. Marte no sufrirá ningún daño por mi culpa, pero no
pienso consentir que
Y Gastón, sin aguardar la respuesta, se alejó rápidamente, desapareciendo por el portillo. Lao-Wanga le contempló hasta el último segundo. Luego suspiró y se volvió a auxiliar a sus compañeros, que comenzaban a moverse.
CAPÍTULO
XI
OBJETIVO CUMPLIDO
Es de noche, una noche brillante,
espléndida, se deja sentir un frío intenso que, por refracción, se produce
después de un día de bochornoso calor, en que los rayos solares se han mostrado
implacables a través de una atmósfera completamente limpia, sin una sola nube
que la empañara.
Un pequeño automóvil de un tipo muy
semejante al «jeep» americano avanza velozmente por la llanura árida,
desértica.
La estudiada disposición de sus ruedas
le permite ir pasando los mil pequeños obstáculos del camino sin que sus
ocupantes sientan la menor molestia, la mis mínima brusquedad. El tal vehículo
es una de las últimas maravillas de los ingenieros marcianos y de la cual se
muestran orgullosos.
Gastón, al volante, conduce con mano
firme, mientras Isa-Dima, a su lado, descansa la cabeza sobre el hombro de su
acompañante.
-¿Frío?
-Un poco, pero no te preocupes. Estoy
acostumbrada y lo resisto bien.
Gastón consultó el reloj y se dirigió a
su acompañante:
-Ellos ya no pueden tardar. Pronto
llegaremos al punto D-3, señalado para la reunión.
-Tengo miedo, Gastón. Si ellos no
vinieran y nos cogieran aquí, no quiero ni pensar lo que harían con nosotros.
-No te preocupes. Suceda lo que suceda,
tal vez Ra-Tsung no esté mucho tiempo en el poder. Las intrigas de Woonga le
van haciendo impopular. Son muchos los que le odian.
-Pero no podemos confiar en eso. El es
fuerte todavía, tiene todos los resortes del poder en sus manos y si por un
acaso cayera, le sucedería Lao-Wanga y no podemos esperar tampoco nada bueno de
ella.
-Pero ella es nuestra amiga.
-Ella me odia a muerte. He adivinado que
está enamorada de ti y el despecho es muy mal consejero. Ella podrá ser una
buena amiga si triunfamos y nos mantenemos lejos de su alcance...
Gastón consultó un mapa que tenía ante
sí y de nuevo echó un vistazo al reloj.
-Ya estamos cerca. Toma tú el volante.
Cedió el volante a la muchacha y dispuso
el equipo de radio de que iba dotado el vehículo, lanzando una primera llamada.
Isa-Dima detuvo el automóvil.
-Hemos llegado. Estamos en el punto D-3.
De nuevo Gastón consultó el reloj.
-Es la hora y no pueden tardar.
Como en respuesta a estas palabras
oyeron un sordo silbido a sus espaldas. Se percibía aún alto y lejano.
De nuevo emitió Gastón su contraseña y
esta vez obtuvo inmediata respuesta:
-Estamos a 57 minutos latitud Norte y 22
longitud Oeste del punto D-3. Nos atacan. Combatimos...
Gastón esperaba esto. Sin embargo, no
pudo evitar el natural sobresalto. ¿Qué posibilidades tendrían sus «Star-4»
frente a las veloces y bien armadas aeronaves marcianas?
Gastón tornó sus gemelos y los dirigió
inquieto hacia la altura. Pero ni la distancia ni la luz le favorecían y se
sintió defraudado.
Con voz inquieta pidió detalles del
desarrollo del combate. Le respondieron prontamente.
-Hemos derribado dos de estos cacharros.
No han podido resistir los impactos de nuestras ametralladoras atómicas.
Cambio.
-Eso es magnífico. Manténganse por todos
los medios lejos de ellos. Llevan rayos cósmicos que no tienen gran alcance,
pero que si les tocan les desintegrarán. Cambio.
-Estamos advertidos. Derribamos el
tercer aparato. Sólo quedan dos frente a nosotros. Cambio.
-Mantengan la lucha tres de ustedes y
que tomen tierra los otros dos. Es necesario actuar con rapidez. Cambio.
-Entendido, señor. Cambio.
Apenas cortada la comunicación se oyó el
potente silbido de los aparatos en su veloz avance y casi sin dar tiempo a nada
se presentaron ante ellos, evolucionando graciosamente y solicitando les fuese
precisada la posición.
Hízolo Gastón y los dos aparatos posaron
suavemente en tierra. Apenas lo hubieron hecho se abrieron automáticamente sus
portezuelas y de sus entrañas brotaron, como sombras, parte de sus
tripulaciones, ceñidos sus componentes en trajes similares al que usaba Gastón
y provistos de escafandra que les permitiera respirar adecuadamente en aquella
atmósfera poseedora de menos oxígeno que la de
Con la rapidez de hombres que han
ensayado la operación centenares de veces, descargaron rápidamente las cajas de
los explosivos, mientras el que hacia de jefe del grupo se cuadraba ante
Gastón, saludándole militarmente:
-Dispuestos para la operación, señor.
Gastón, emocionado, correspondió al
saludo e inmediatamente lo estrechó entre sus brazos.
-No puedo entretenerme en abrazar a
todos, pero que este abrazo sirva de bienvenida para todos y cada uno. Estoy
orgulloso de verles aquí.
Inmediatamente se volvió hacia Isa-Dima.
-Sube en la primera nave, querida.
-No quiero separarme de ti.
-Vamos. Obedece. Con nosotros serías una
rémora que podría poner en peligro nuestras vidas.
Comprendió ella la razón de Gastón y se
apresuró a obedecer, auxiliada por uno de los tripulantes. Seguidamente dio
Gastón la orden de partida y las dos aeronaves se elevaron saliendo al
encuentro de otras tres de la misma escuadrilla. Avanzaban éstas manteniendo
una verdadera batalla con los hombres-lagarto que en número considerable les
atacaban, tratando de envolverlos, disparando sus armas cósmicas.
Afortunadamente, la distancia a que con gran esfuerzo se les mantenía, hacia
que los rayos se perdiesen en el espacio.
Los hombres-lagarto caían en número
considerable, pero no por eso cejaban en su empeño y a los caídos les
sustituían inmediatamente otros y otros en oleadas sucesivas.
Gastón contempló horrorizado la tremenda
lucha y ante la insistencia de los extraños seres de Venus llegó a temer por la
integridad de sus «Star-4». Tomó la emisora de radio y dio una orden:
-Elévense a 20.000 pies. A esa altura no
podrán seguirles. Cambio.
-De acuerdo. Nos alejamos. Mantenemos
contacto en espera de nuevas órdenes. Cambio.
Los cinco «Star-4» maniobraron con
rapidez, iniciando un gracioso «looping», despejando el camino con el nutrido
fuego de sus armas de los pegajosos atacantes, que se vieron obligados a
dispersarse al ver sus filas terriblemente aclaradas y que las aeronaves se
ponían fuera de su alcance.
Gastón, tranquilo ya, contempló
silencioso a los hombres que se mantenían firmes ante él.
-Perdonen que les haya olvidado por unos
segundos. Descansen. Supongo que vendrían ustedes advertidos de la presencia de
estos seres.
El jefe de grupo respondió:
-Sí, señor. Se nos ha instruido
debidamente para evitarnos cualquier sorpresa.
Gastón se fue hasta el auto y regresó
junto al grupo de demolición con unos papeles en la mano.
Desplegó el mayor de todos, extendiéndolo en
tierra e invitó al comandante del grupo para que se sentase a su lado e
indicando también a los componentes del mismo que debían acercarse:
-Este mapa, perfectamente detallado,
corresponde a la vasta zona donde está concentrada casi toda la industria
bélica del planeta. Su destrucción significará que la proyectada invasión de
Cambiaron entre sí miradas los
expedicionarios y al fin el comandante del grupo se dirigió a Gastón:
-Ninguna, señor. Con los datos que
conocíamos habíamos planeado algo así.
-Está bien. Ahí tienen los planos.
Tienen, aproximadamente, una hora para estudiarlos en su detalle. Usted,
comandante, dirigirá personalmente uno de los grupos y designará al que debe
dirigir el otro. Yo acompañaré al segundo grupo. Antes de salir daré las
órdenes para la actuación de nuestras aeronaves, así es que una vez metidos en
harina, deben pensar que cualquier retraso puede significar el fracaso parcial
y la desaparición del grupo.
-Descuide, señor. No fracasaremos. Es
personal escogido y bien entrenado...
Si a simple vista hubiesen resultado visibles,
habrían impresionado fuertemente al espectador que no estuviese preparado para
ello. Con sus escafandras, sus tubos articulados, sus trajes ceñidos, de un
negro purísimo, su forma de avanzar, cauta, pero rápida, parecían más que seres
humanos, productos de la fantasía de un torturado.
Aparte del armamento traído de
Habían repartido el peso de los
explosivos para hacer la marcha más soportable para todos y hallábanse ya en el
interior de una de las instalaciones. Habían podido llegar a ella ante las
mismas narices de los guardianes, sin ser advertidos, gracias a sus trajes.
La silenciosa procesión se deslizaba
ahora por una vasta sala de máquinas. Resultaba inquietante ver aquellos
cuerpos alineados como para una lucha.
Gastón señaló el emplazamiento donde
debía ir la carga. Por ser la primera, debía permanecer más tiempo colocada sin
explotar y, por lo tanto, debía quedar bien escondida a las miradas de las
continuas rondas que recorrían los recintos de la instalación ahora en reposo.
Vio que el encargado de colocarla
vacilaba y comprendiendo, le pidió la carga. El lugar era punto menos que
inaccesible, si no se contaba con medios adecuados, y Gastón se colocó
rápidamente las ventosas de que iba provisto. Ante los asombrados ojos de sus
compañeros de expedición, trepó con suma facilidad y colocó la carga, dejándola
bien escondida. Al bajar entregó los útiles al soldado.
-Tome. La próxima la podrá colocar
usted. Con eso le resultará fácil. Vamos.
Unos tras otros, siempre pendientes del
reloj, fueron cubriendo los objetivos parciales, dejando carga en el sitio
conveniente y dentro del límite de tiempo señalado. Gastón mostrábase sumamente
satisfecho. Sólo quedaban por colocar dos cargas, si bien los hombres se
mostraban bastante cansados, por tener que operar con las caretas puestas.
Les dirigió unas palabras de aliento:
-Vamos, amigos. Falta ya muy poco.
Estamos terminando.
Dirigiéronle los hombres una mirada de
comprensión y agradecimiento y continuaron la marcha con renovados bríos.
Llegaron frente al penúltimo lugar donde debían colocar carga.
Mientras dos hombres se destacaron a
colocarla, bajo la dirección de Gastón, el resto del grupo permanecía vigilante
arma al brazo, atentos al menor rumor, a cualquier fenómeno que pudiera
producirse.
Estaba el trabajo casi terminado, cuando
se sintió un lejano temblor de tierra, seguido del ruido de una lejana
explosión.
Gastón se volvió sobresaltado:
-¡Vamos, terminen rápidamente! Algo no
ha funcionado bien.
Casi coincidiendo con la voz de Gastón
se oyeron lejanas las sirenas de alarma y a poco nuevas explosiones, pero esta
vez más cercanas.
Terminada de colocar la carga explosiva,
el reducido grupo se puso en marcha perseguido por el estrépito de otras
sirenas mas cercanas que gritaban también su alarma.
Automáticamente comenzaron a encenderse
luces, iluminándolo todo profusamente y molestando bastante a los terrestres.
Se oyeron ruidos metílicos y los
componentes del grupo de demolición pudieron observar que a sus espaldas se
iban tendiendo verdaderos telones de acero, mientras los timbres de alarma
señalaban el incendio y lugar donde se había producido.
-¡Cuidado! Seguramente hay incendio y lo
están aislando...
Una puerta metálica cayó ante el grupo,
impidiéndoles el paso. El jefe del grupo se volvió a Gastón:
-¡Nos han cogido en la ratonera!
¡Pronto, una carga! No hay más remedio que volarla...
Disponíase uno de los hombres a
obedecer, pero le detuvo Gastón.
-¡Quieto! Nada de eso. Apártense un
poco. Obedecieron los hombres, colocándose a ambos lados de Gastón, y éste
dirigió una descarga de rayos cósmicos de su pistola contra el obstáculo. Como
si éste fuese de mantequilla, quedó desintegrado en gran parte, dejando espacio
más que suficiente para la salida del grupo. Atravesaron corriendo el lugar y
se vieron inmediatamente en una zona profusamente iluminada, tanto que sus
sombras se recortaban con demasiada precisión, ofreciendo una visibilidad
peligrosa.
Se oyó murmurar a Gastón:
-Es un fastidio que este tejido no acaba
de absorber por completo los rayos luminosos. Acabarán por descubrirnos.
Apagáronse en aquel momento las luces,
quedando todo completamente a oscuras, pero inmediatamente la luz fue
reemplazada por rayos, invisibles a simple vista, pero que dejaron envueltos en
luz negra al grupo, que así resultaba visible para los observadores que
estuviesen detrás de los aparatos.
-¡Luz negra! Hemos sido descubiertos...
Pensó que tal vez aquello se debía al
maquiavelismo de Lao-Wanga y por unos segundos hubiera deseado tenerla a su
alcance.
Los rayos de luz negra fueron siguiendo
el desplazamiento de los terrestres escasamente breves segundos, pues Gastón,
reaccionando con su característica rapidez, envió al aparato que los producía
una ráfaga de su ametrallador: saltó el aparato hecho trizas y el grupo pasó a
otro lugar. Gastón señaló el sitio del último emplazamiento y rápidamente fue
cumplimentado.
-Y ahora, fuera rápidamente.
Un nuevo telón metílico les cortó el
paso, pero fue eliminado con la misma facilidad que el primero y emprendieron
la salida al aire libre subiendo por una empinada rampa.
De nuevo fueron localizados por rayos de
luz negra, mientras un nutrido pelotón de hombres de Venus taponaba la salida,
defendiéndola con sus fusiles cósmicos y sus aceradas picas.
Los ametralladores de los terrestres
comenzaron a funcionar con su habitual eficacia, causando estragos entre las
masas de atacantes, manteniéndolos bastante alejados para que sus armas
cósmicas resultasen ineficaces.
-¡Hemos de mantenerlos, cuando menos, a
esta distancia!-bramó Gastón, dirigiéndose al capitán que con él dirigía el
grupo.
-Descuide, señor. No tardarán en volar
de ahí...
A un gesto del capitán, se acercaron los
portadores de dos fusiles lanzagranadas, mientras Gastón se aseguraba de
mantener libre de enemigos la espalda del grupo; se oyeron dos detonaciones
espantosas y las filas de los hombres de Venus quedaron lo suficientemente
claras para permitir el avance del grupo.
Lanzóse el capitán delante, manteniendo
el fuego constante de su fusil ametrallador y obligando a los atacantes a Ir
cediendo el terreno. Tras el capitán salió el resto del grupo, avanzando en la
misma forma impresionante y pronto la entrada quedó despejada.
Corriendo como exhalaciones se hallaron
pronto al aire libre, fuera del alcance de los enemigos.
-Aunque estén cansados, debemos procurar
mantener esta marcha, por lo menos, cinco minutos.
Dos hombres se dejaron caer agotados,
pero fueron levantados por sus compañeros y obligados a continuar la marcha.
- ¡No podemos detenernos!-aulló más que
dijo Gastón..
En aquel momento se sentía poseído de
una furia indescriptible. La operación no había salido con la limpieza
proyectada y esto le irritaba.
Habían llegado al punto de reunión con
casi un minuto de anticipación y se tendieron a descansar un momento, pero no
tardó en aparecer el otro subgrupo. El comandante se cuadró militarmente ante
él.
-Objetivo cumplido, señor. Sin novedad.
CAPÍTULO
XII
FIN DEL TIRANO
El grupo llegó hasta el lugar donde se
hallaba el automóvil y Gastón ordenó hacer alto. Inmediatamente, y mientras los
componentes del grupo descansaban, Gastón se puso en comunicación por radio con
el jefe de escuadrilla de los «Star-4».
-¿Qué ocurre que no han iniciado el
bombardeo?
-Luchamos, señor. Nos hemos
desembarazado de la mayor parte de enemigos y envío las reservas de bombardeo
sobre el objetivo.
Una escuadrilla completa de aeronaves «Star-4»
pasó velozmente sobre ellos, segundos después, en dirección a las
instalaciones. En la parte subterránea de las mismas se habían iniciado la
serie de explosiones, produciéndose verdaderos cráteres que vomitaban al aire
gigantescas columnas de materias en ignición, envolviéndolo todo de tierra y
humo, enrareciendo el ambiente, haciendo temblar la tierra en poderosas
convulsiones que amenazaban con desgarrar el planeta.
A poco se inició el bombardeo de las
instalaciones de superficie, convirtiendo en segundos las factorías en un
verdadero montón de ruinas.
Gastón observaba todo con gesto de
satisfacción:
-Ra-Tsung tendrá que ir pensando en
variar de planes -murmuró, reconstruyendo en su mente la imagen del tirano tal
como la viera la primera vez, la misma noche de su llegada al planeta.
Sus sentidos alerta divisaron varios
grupos de hombres-lagarto y puso a sus hombres en guardia, distribuyéndolos
convenientemente.
Pero los grupos pasaron sobre ellos sin
descubrirlos.
-Seguramente van en busca de nuestros
bombarderos.
Dos escuadrillas de veloces aviones
cruzaron entonces el espacio, adelantando a los hombres-lagar tos. Pero ya el
bombardeo de las instalaciones había terminado y los «Star-4» cobraban altura,
poniéndose fuera del alcance de vuelo de los diminutos y veloces aviones.
Dos «Star-4» aparecieron ahora en el
horizonte, descendiendo rápidamente hasta tomar tierra junto mismo de donde se
hallaba el grupo de demolición. Gastón dio la orden de embarque, pero al mismo
tiempo aparecieron nuevos grupos de hombres-lagartos, que se dirigieron en
línea recta hacia las aeronaves.
Las ametralladoras de a bordó comenzaron
a repartir metralla en todas direcciones, multiplicando su esfuerzo los
ocupantes de las dos torretas giratorias con que contaba cada aparato. Los
hombres de tierra respondieron también al fuego de forma ordenada, protegiendo
el embarque de los designados por Gastón.
El acoso de los hombres lagartos
resultaba impresionante, suicida. Gastón sudaba. Finalmente, viose solo en
tierra con el comandante y el capitán, ordenándoles embarcar también. A una
orden suya, uno de los «Star-4» cerró sus portezuelas y se puso en movimiento,
despejando el agobiador acoso de los hombres-lagarto y aquel momento lo
aprovechó Gastón para embarcar a su vez, dirigiendo una postrer mirada al
planeta donde tan intensamente había vivido unos meses y donde tantos peligros
y emociones había conocido.
Oyó el ruido de las portezuelas al
cerrarse sobre su cabeza, el furioso detonar de las armas de a bordo y después
una voz acariciante a su oído:
-
¡Estás vivo, querido! ¡Temí que no te volviera a ver más!
Era Isa-Dima que le envolvía con sus
brazos, librándole del casco después y secando el sudor que corría por su
rostro.
El «Star-4» se había puesto en marcha ascendiendo veloz en el espacio...
* * *
La escuadrilla de «Star-4» que había
realizado el bombardeo de las instalaciones de Marte recibió orden de emprender
viaje de regreso a
Mientras tanto, la otra escuadrilla de
cinco aeronaves, con el equipo de demolición, saliéndose de toda ruta probable
de las aeronaves de Marte, avanzaba por el infinito espacio interplanetario en
busca de su segundo objetivo: La isla flotante cuya construcción debía estar va
terminada y en la cual Ra-Tsung I iba acumulando los elementos de ataque a
La isla, según los datos que Gastón
conocía, debía haber sido colocada en lugar cercano a
Esto podía ofrecer el peligro de ser
descubierta por las pantallas de radar. Pero para conjurar tal peligro había
sido dispuesta para que
En el momento que deseasen desencadenar
los ataques, por medio de la energía de que estaba dotada, la podrían, sacar de
allí hasta el lugar que considerasen conveniente, facilitando
extraordinariamente la empresa bélica. De interesar, podrían desde ella
bombardear directamente
Llegaron los expedicionarios a dar vista
a
La poco fructífera búsqueda iba
resultando desmoralizadora y el jefe de escuadrilla señaló a Gastón la
conveniencia de regresar a
La tenacidad de Gastón le llevó a
efectuar un nuevo intento, que también resultó descorazonador y más por los
hombres que componían las tripulaciones y por el equipo de demolición que por
sí mismo, dio la orden de regreso.
Después de las duras luchas sostenidas y
de los éxitos conseguidos, le dolía tener que abandonar momentáneamente la
empresa. ¿Qué podía suceder en el intervalo que forzosamente tenía que abrir?
¿Decidiría Ra-Tsung un ataque relámpago sobre
Conocía suficientemente al Tirano para
comprender que necesariamente tenía que ser así.
Hizo un nuevo intento con el radar, pero
sólo consiguió localizar una escuadrilla de siete aeronaves interplanetarias
enemigas.
Hizo cálculos para ver si quedaba
suficiente energía en los depósitos para poder seguirlas y llegaba a un
resultado decepcionante, cuando le informaron de que las aeronaves los habían
descubierto a ellos y que avanzaban en plan de ataque. Un presentimiento
pareció advertirle que aquel encuentro iba a tener una importancia decisiva. El
jefe de escuadrilla le hizo ver la conveniencia de evitar el encuentro, pero él
se sintió testarudo. Se había trazado rápidamente un plan y dio la orden de
ataque.
Las aeronaves de Marte avanzaban a su
encuentro a una velocidad vertiginosa, evolucionando para evitar que los
«Star-4», más veloces, se les pudieran escapar.
Fue el propio Gastón el que estudió
rápidamente la situación y ordenó la táctica a emplear. El jefe de escuadrilla
cursó las órdenes y los resultados no se hicieron esperar. Cinco de las
aeronaves marcianas no tardaron en quedar desintegradas en el espacio a causa
de los disparos atómicos de los «Star-4», fue algo soberbiamente espectacular y
Gastón se sintió reanímalo. Una nueva orden y los cinco «Star-4» se lanzaron
con rapidez de vértigo sobre las dos aeronaves que quedaban indemnes. Parecían
cinco halcones lanzados sobre su presa. Los marcianos no tenían escape posible
y comenzaron una huida en descenso vertiginosa; pero el acoso de las naves de
Tardó la respuesta y Gastón repitió la
conminación, prometiéndoles respetarles la vida y reintegrar a Marte al que lo
deseara.
A todo esto el acoso continuaba
insistente y la amenaza de las armas atómicas se mantenía, dispuestas a
desintegrar a las dos aeronaves. Gastón comprendió que las tripulaciones
marcianas discutían y les envió un último aviso. Sólo entonces llegó la
respuesta favorable y se les ordenó el rumbo a seguir, así como se les reguló
la velocidad y la posición de vuelo para evitar cualquier sorpresa.
Dispuesto esto, las siete aeronaves
emprendieron un rumbo firme en dirección a
Sin objetivo ya, el viaje resultaba un
tanto lento y Gastón, para calmar su impaciencia, enviaba uno tras otro sus
mensajes a
Las distancias iban quedando reducidas y
ya no se hablaba de centenares de miles de kilómetros...
-Por fin, la ionosfera, cruzaron luego
atravesándola, la primera capa electrificada, con sus fantasmagóricos juegos de
luces, y Gastón la saludó como un viejo amigo; iba sintiéndose ya en casa y
sintió que Se apoderaba de él una dulce emoción que le hacía afluir lágrimas a
los ojos. Sólo le acompañaba el pesar de no haber podido dar fin a su obra. Tan
pronto tomase tierra, forzaría a hablar a las tripulaciones de las aeronaves
marcianas, les obligarían a que les acompañasen en su expedición contra la isla
flotante. Sólo así les concedería la libertad. Tal vez llegase a tiempo de
evitar el desastre.
Este último pensamiento le consoló y su
alegría subió de punto cuando le dijeron que sólo les faltaban cien kilómetros.
El jefe de escuadrilla dio las órdenes disponiendo el aterrizaje, cursó órdenes
a las aeronaves marcianas y tomó contacto con las emisoras del aeropuerto donde
les aguardaban. Gastón, entregado a sus emociones, le dejó hacer. Percibió que
algo rebullía a su lado y se acordó de Isa-Dima, que en todo aquel tiempo no
había osado molestarle. La acarició suavemente y le dirigió una mirada de
agradecimiento. Si hubiese intentado hablar, tal vez hubiese llorado.
Experimentó una leve sacudida y la
sensación de que repentinamente le faltaba peso. Comprendió que habían
aterrizado. Sólo entonces se dio cuenta de que aún llevaba su traje invisible y
se apresuró a despojarse de él. La portezuela se abrió y empujado por el jefe
de escuadrilla, su cabeza fue la primera en emerger. Sintió un deslumbramiento
repentino, mientras un inmenso griterío atronaba el espacio. Una considerable
cantidad de fuerzas armadas acordonaban el espacio donde las aeronaves habían
tomado tierra y hacían terribles esfuerzos para contener a una multitud
enardecida que le vitoreaba entusiasmada. Se dio cuenta de que era el héroe del
día.
-Se está escribiendo la historia -musitó
y compuso un gesto gentilmente digno. Se volvió hacia el interior del «Star-4»
y tendió una mano a Isa-Dima para ayudarla a salir. Había sido su colaboradora
y su víctima de los momentos más difíciles y era justo que compartiese con él
el triunfo.
Varias manos se tendieron para ayudarle
a bajar, pero las rechazó con gesto amable y saltó, afianzándose en tierra.
Tendió los brazos, recibió en ellos a Isa-Dima y la depositó suavemente en
tierra a su lado. El profesor Alex Ray le aguardaba y le abrazo efusivamente.
No entendió lo que le decía, pero se lo agradeció en cordiales palabras.
-Y ahora, profesor, perdone; pero siento
viva curiosidad por ver lo que llevamos en esas aeronaves prisioneras. Nuestra
misión no ha terminado aún. Por favor, acompáñeme.
De un brazo Isa-Dima, de otro el
profesor, llegaron hasta la primera de las aeronaves marcianas. A una orden
suya, las portezuelas se abrieron y sus ocho tripulantes saltaron a tierra con
gesto de vencidos, manteniéndose firmes.
Gastón alargó curiosamente su cabeza al
interior de la aeronave. Jamás había visto el interior de ninguna..., pero la
retiró horrorizado. En el interior de ella se veían cinco cadáveres. Se volvió
al que parecía jefe de la tripulación, un marciano enjuto y de mediana
estatura. La respuesta fue sencilla:
-Son el Magnífico Tirano Ra-Tsung I, el
Serenísimo Woonga, el Gran Chambelán Dao-Sing y los Mariscales Wu-Hang y
Ra-Longa. Ellos no quisieron sobrevivir a la rendición y se suicidaron.
Había dolor en la sencillez magnífica
con que el marciano había hablado y por sus curtidas mejillas resbalaron dos
lágrimas.
Gastón, venciendo su repugnancia,
penetró en la aeronave y comprobó que el marciano le había dicho la verdad.
Repentinamente sintió una relajación de todo su ser y creyó desmayarse. Pero se
repuso y se reunió al profesor e Isa-Dima. Ella había oído y se mostró
consternada. Por su parte, Gastón comprendió que aquella había sido la mejor
solución y recordó su corazonada cuando se habían presentado las aeronaves...
Se volvió al marciano.
-Sois libres. Podéis dar tierra aquí a
sus restos mortales y se les tributarán los debidos honores. Si lo preferís,
podéis volver a Marte y llevároslos con vosotros.
No quiso preguntar más Gastón.
Comprendió que Ra-Tsung, Woonga y sus acompañantes se dirigían a la isla
flotante cuando los encontraron. Ahora, sin dirección, la invasión no se
produciría. Dio gracias a
Se volvió a Isa-Dima:
-Querida, debemos comunicar con
Lao-Wanga. Debe conocer cuanto antes lo sucedido. A esta distancia, ella debe
ser una buena amiga nuestra. Tal vez algún día vayamos de embajadores de
-Yo haré lo que tú dispongas, querido;
pero creo que preferiré no moverme de aquí.
Gastón la enlazó y atrayéndola hacia sí
la besó en los labios.
Un griterío ensordecedor, una ovación
delirante acogió la acción del joven, que levantó la cabeza sorprendido.
-Vamos, querida. Creí que estábamos aún
planeando en torno a
El profesor Ray sonrió comprensivamente
y dio unas palmadas en la espalda al joven.
-Adelante, Gastón. La gente espera.
Estaban asustados y al ver que la borrasca ha pasado, se han desbordado. Ha
sido un triunfo magnífico...
FIN
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