domingo, 7 de mayo de 2023

PANICO EN LA TIERRA (ALF REGALDIE)

 

Alfonso Arizmendi Regaldie, "Alf Regaldie", nació en Valencia en 1911, y no utilizó más seudónimos, si excluimos "Carlos de Monterroble", que usó para una novela romántica. Algunos de sus mejores novelas son "El terror de los sin ley", policíaca, "Cuatro rebeldes", Oeste, y "El enigma de Airón", ciencia-ficción.

CAPÍTULO I

LA FLOTA MISTERIOSA

Vea esto, Gastón, y dígame qué opina de ello.

Gastón Loos, el joven ayudante del profesor Alex Ray, se acercó a éste y tomó de sus manos el «microfilm» que le alargaba. El profesor era hombre que no dejaba traslucir con facilidad sus emociones y, sin embargo, en aquella ocasión, le fue difícil dominarse y sus manos temblaban ligeramente al entregar la cinta al joven.

Gastón se acercó a una de las luces del laboratorio y contempló por unos instantes al trasluz el film que el profesor le había entregado. Un gesto de asombro se dibujó en su rostro moreno de expresión vivaz.

-¡Cáspita! Estas cosas no parecen corrientes a la altura en que han sido tomadas estas películas.

Es tan reducida la fotografía que no se puede apreciar de qué se trata; pero, desde luego, no son cuerpos celestes.

-Exacto. Venga. Vamos a proyectarlo cuanto antes.

Pasaron ambos hombres a la pequeña sala de proyección y poco después, una vez hecha la oscuridad, se entregaron a la contemplación del film. En el silencio de la sala sólo se percibía el leve ruido producido por la diminuta máquina de proyección la respiración entrecortada de los dos hombres, cuya emoción iba en aumento a medida que avanzaba la proyección y aparecían en la pantalla unas formas extrañas que, pasando a una endiablada velocidad, desaparecían rápidamente del campo fotográfico; las primeras formas eran sustituidas por otras que desaparecían, también veloces, dejando una especie de estela luminosa...

-¿Qué le parece? -preguntó excitado el profesor Ray.

-Que pasan con demasiada rapidez para poder determinar exactamente de qué se trata -repuso el joven ayudante-. Pero sea lo que sea no han pasado lejos del objetivo fotográfico de nuestro cohete.

-Veamos qué puede ser. Detenga la máquina y deje fija una de las fotografías. Así las podremos estudiar detenidamente y darnos mejor cuenta de qué se trata.

El joven Loos detuvo la máquina y en la pantalla quedó fija una de las vistas. En el centro de ella y rodeada de una especie de halo luminoso, que era lo que seguramente producía la estela, se veía una extraña forma metálica, de forma circular y achatada y en la cual se podían apreciar bastantes manchas oscuras, así como determinados reflejos.

-¡Fíjese bien! -exclamó el profesor señalando con la mano-. ¡Lo que me temía! Son aeronaves bastante semejantes a nuestros «platillos volantes». Pero sabemos que éstos no pueden ser, ya que, de momento al menos, no alcanzan tales alturas. Esta película ha sido tomada por nuestro «Comet-7» entre los mil quinientos y los mil setecientos kilómetros de altura y ahí es imposible que hayan llegado los platillos...

Las últimas palabras del profesor, dichas en un tono bajo, parecieron mecerse en el aire tomando la forma de una angustiosa interrogante.

-¿Y qué puede ser? -interrogó Loos.

-No quiero ni pensarlo. No se me ocurre nada más sino que pueden ser de otro planeta, seguramente de Marte. ¡Se ha hablado mucho de una posible y antigua civilización allí y tal vez esto sea la mejor prueba...

- ¡Pero eso sería maravilloso, profesor! ¡Y magnífico para nosotros el ser sus descubridores!

El anciano profesor miró contristado a su ayudante y alumno ¡favorito.

-Siento no compartir su entusiasmo, Gastón. Los años me han vuelto escéptico en lo que se refiere a ese ser que llamamos hombre y a sus posibles semejantes de otros planetas y no espero demasiadas cosas buenas de ellos.

El joven contempló a Ray como si no le comprendiese.

-¿Qué buscan esas aeronaves tan cerca de nosotros? -continuó el profesor-. Si fuese un acercamiento amistoso, si les impeliese el interés científico, hubiese tratado de ponerse en contacto con nosotros, hubiesen hecho señales. Lejos de eso, pasan silenciosos, escurridizos y sólo la casualidad ha permitido descubrirlos...

-Tal vez desean conocernos mejor antes de lanzarse a la aventura de darse a conocer y nos están estudiando todo lo cerca que sus medios des permiten.

-Cuando consiguen llegar tan cerca de nosotros con evidente facilidad, es señal de que nos tienen harto conocidos y que lo que buscan de nosotros es otra cosa.

-¿Y qué pueden buscar si, como parece, su civilización es superior a la nuestra?

-En lo que va de siglo he conocido en nuestro planeta dos terribles guerras y le aseguro que no quisiera conocer la tercera. Pues bien, estas guerras han sido motivadas por el eterno móvil: pretender adueñarse de lo que otro tiene. Esto es tan viejo como la humanidad misma.

-¿Y qué pueden ellos apetecer? ¿Qué podemos tener nosotros que ellos no tengan?

-Es difícil poder contestarle a eso, Gastón. Pero no olvide que, según todos los datos, según las observaciones que sobre Marte se han hecho, se trata de un planeta viejo, agotado ya, con escasos medios de vida, tal como nosotros la entendemos. Su vegetación es pobre y, por tanto, su despensa estará poco menos que agotándose.

-Pero si su civilización es tan adelantada como nos demuestran esas aeronaves, habrán sido capaces de superar esa escasez de alimentos con productos sintéticos.

-Es posible, pero esas cosas no siempre dan satisfacción. Acaso esa civilización no se haya desarrollado de una forma equilibrada y estando avanzados en unas ramas, en otras estén atrasados. Pudiera ser que allí, como aquí, las luchas les hubiesen desgarrado, conduciéndolos a un colapso del que estén despertando un poco tarde para poder salvarse por sus propios medios. Pueden ocurrir tantas cosas...

Un silencio denso se hizo entre los dos hombres. Meditaban. Hasta que el vivaz joven le interrumpió:

-¿Y qué piensa hacer ahora, profesor? Esto es un asunto delicado, sobré todo si se le enfoca desde su punto de vista.

-Tan delicado que deseo tratarlo directamente con el Presidente, y le ruego que no deje traslucir lo más mínimo ante nadie, por confianza que le merezca. Quite ese film de ahí y asegúrese de que en los otros conseguidos por el «Comet-7» no aparece nada de este tipo. Si viera algo, sepárelo también.

-Si señor. ¿Entonces verá personalmente al Presidente? Cuánto me gustaría hablar personalmente con él. Es un hombre admirable.

-Sí. Es admirable. No era fácil reunir a todos los países en una organización y él lo ha conseguido. Ha conseguido disipar recelos, aunar criterios, hermanar intereses antagónicos. El fantasma de la guerra que parecía cernerse sobre nosotros ha sido alejado. Gracias a esto me da menos miedo nuestro descubrimiento. Si fuésemos agredidos desde fuera, al menos nos coge a todos unidos... En fin, trataré de conseguir que, cuando me reciba, pueda acompañarme usted. Usted llevará el proyector y los films y me ayudará en todo.

Gastón experimentó una viva alegría:

-Gracias, profesor. 

*     *     *

La entrevista del profesor con el Presidente de la Unión de Estados se celebró al siguiente día del descubrimiento y el joven Loos fue el tercer hombre presente en la entrevista. Ray, apoyándose en el film, que se proyectó una y otra vez, hizo al asombrado Presidente un vasto informe sobre los posibles peligros e hizo sugerencias atinadísimas que lo colocaron en un primerísimo plano, junto con su joven ayudante.

La Secretaría de Defensa de la Unión de Estados se entregó a un trabajo febril, impartiendo órdenes, organizando planes de producción y defensa, estimulando y activando la investigación y el perfeccionamiento de cohetes y aeronaves con capacidad de vuelo para salirse de la órbita terrestre y tener posibilidad de llegar, al menos, hasta los planetas más próximos.

Se llegó a la construcción de un cohete que, pesando setenta toneladas, estaba dividido en varias partes que, a medida que se iba consumiendo el combustible que portaban, las iba abandonando en el espacio, llegando al final de su trayecto con un peso de doscientos kilos. Este cohete era susceptible de conducir a un hombre y cierta pequeña carga, pero no podía contarse con él para el regreso a la Tierra.

Se trazó y comenzó a trabajar sobre el «Plan Lowe». Consistía éste en el montaje de un planeta artificial que, establecido a una considerable distancia de la Tierra (entre los 1.000 y los. 1.200 kilómetros) se mantuviese volando horizontalmente en torno al planeta como un satélite más. Esta isla voladora serviría de estación de tránsito y aprovisionamiento de las aeronaves interplanetarias y su montaje, aunque no exento de dificultades, entraba dentro del campo de las posibilidades técnicas. Más de quinientos cohetes se necesitarían para llevar en viajes sucesivos las mil toneladas de material, mientras otro tipo de aeronaves llevaría a observadores, personal científico y técnico.

Se trabajaba febrilmente y no se pudo evitar que la alarma cundiese al exterior de los círculos oficiales, entre las grandes masas de población, sobre todo las que habitaban alrededor de los centros fabriles.

La prensa vislumbró algo y se hizo eco de ello, fantaseando la mayor parte de ella y manteniéndose en una seria reserva el resto.

El propio Presidente hubo de salir al paso de las fantasías en circulación, calmando la naciente inquietud con un informe bastante objetivo y. haciendo ver la necesidad de estar preparados por si algo que se consideraba remoto, pero no imposible, se producía.

Las palabras del Presidente impusieron un tanto la calma...

Hasta que cierta noche...

Gastón Leos hallábase en el observatorio junto al profesor Ray. Pese a los cohetes de exploración provistos de cámaras tomavistas, que repetidamente habían sido lanzados, no se habían vuelto a encontrar rastro de aparatos, ni la constante vigilancia del radar había captado la menor señal que pudiese resultar alarmante.

Enviaban los dos hombres de ciencia ondas hertzianas de muy pequeña longitud en dirección a Marte. Estas ondas, que viajan a una velocidad igual a la de la luz, eran reflejadas en la pantalla de radar en un periodo de tiempo que se podía considerar normal, sin interferencia alguna.

-Nada, profesor. Parece que tenemos normalidad.. A veces pienso que nos estamos agotando en un esfuerzo estéril, tratando de apresar algo impalpable...

Un ruido lejano, como el ulular del viento en la cumbre de un ventisquero, interrumpió al joven, llenando de zozobra su ánimo.

No había el menor síntoma de tormenta y una suave brisa mecía mansamente las hojas en los árboles. En contraposición con esto, el misterioso ulular iba creciendo en intensidad a un ritmo uniformemente acelerado.

El profesor Alex Ray sintió cómo sus nervios percibían unas extrañas vibraciones y tuvo la intuición del peligro.

-¡Rápido! ¡Emita ondas de nuevo! Presiento que algo extraño se nos viene encima.

Impresionado por la excitación del profesor, Gastón Loos hizo una nueva emisión de ondas, sin perder de vista la pantalla del radar, esperando ver reflejado en ella algún objeto cercano. Pero la pantalla permaneció ciega, mientras el siniestro ulular crecía en intensidad por momentos, produciéndoles una molesta sensación de desequilibrio, de anonadamiento. Se sintieron ambos hombres dominados por angustiosas vibraciones y percibieron que no podían dominar el pensamiento, pese a sus esfuerzos por ello. El profesor Ray comprendió lo que sucedía y aún pudo exclamar:

-¡Los oídos! ¡Son ondas ultrasónicas!

Hizo un esfuerzo Gastón Loos y pudo alcanzar un paquete de algodón, deshaciéndolo febrilmente y alargando a su profesor una parte; él mismo se taponó los oídos y ambos parecieron recobrar el dominio de sí mismos por unos instantes. Pero de nuevo la obsesionante vibración les envolvió, anulándolos, haciéndoles sentirse presa del vértigo. Los oídos les zumbaban y tenían la sensación de que la cabeza les iba a estallar. Entre negras nieblas entrevieron la antesala de la locura, mientras la extraña vibración se hacía más intensa aún.

Percibían que el piso les faltaba debajo de los pies y que la estancia donde se hallaban se entregaba a una danza frenética impidiéndoles conservar el equilibrio. Primero el profesor, poco después Gastón, se sintieron proyectados contra el inseguro suelo, a pesar de un ultimo intento de agarrarse a las paredes y a los instrumentos cercanos.

La nuca les dolía y sintieron la garganta reseca ; intentaron ponerse de pie en un postrer instante de lucidez, pero se vieron extenuados, faltos de energía. El creciente ulular los sumía en un desesperado tormento. Hasta que se desvanecieron...

Escenas similares se desarrollaron en las calles, en las fábricas, en las oficinas y departamentos de la gran Sede de la Unión de Estados. En pocos minutos la vida quedó paralizada en una considerable zona de terreno, cuyo centro era el Departamento de Defensa.

Los hombres más resistentes se debatían aun en la semiinconsciencia cuando, precedidas del atormentador sonido, cada vez más intenso, fueron dibujándose en el éter las formas de cinco aeronaves de forma circular que descendían a una velocidad de vértigo. La luna arrancaba fulgurantes destellos a las armazones metálicas, brillantes, pulidas, que iban dejando tras sí una luminosa estela.

Como cinco halcones lanzados en vuelo picado contra su presa, las cinco aeronaves se dejaron caer hasta tomar contacto con el asfalto que pavimentaba la plaza en la cual se alzaba el edificio principal del Departamento de Defensa.

 Apenas si aminoraron su velocidad hasta tomar contacto con el piso y, sin embargo, el aterrizaje no resultó violento. Pocos metros antes de llegar al suelo, aparecieron en las panzas de las aeronaves un juego de tres patas en cada una y cuyas patas iban rematadas por discos que formaban la zona de contacto con la tierra. Los discos se adhirieron al piso como ventosas, las naves experimentaron una leve sacudida, amortiguada por el ballestaje y el atormentador ruido que había puesto fuera de combate a los seres vivientes que se hallaban dentro de su radio de acción, cesó.

La total paralización de vida daba un aspecto impresionante a la plaza, en la cual, el silencio llegó a ser absoluto por unos instantes.

De improviso se abrieron las panzas de las aeronaves, tendiendo la misma portezuela una especie de pasarela hasta el piso por la que rápidamente comenzaron a deslizarse una serie de figuras, a primera vista en un todo semejantes a las humanas, si bien provistas de algunos útiles que las desfiguraban un tanto.

Eran seres bastante bien proporcionados aunque tal vez excesivamente robustos, macizos y que una vez en pie se movían con una cierta lentitud. ¡Llevaban el cuerpo cubierto por una especie de ceñida malla de un tejido brillante, de reflejos metálicos y que dejaba adivinar una recia musculatura. En la cabeza llevaban una especie de escafandra de forma cilíndrica y de un material transparente y ligero, a través del cual podía apreciarse sus facciones bastante correctas y en un todo semejantes a las de los habitantes de la Tierra. Colgado a la cintura llevaban una especie de pistolón enfundado y junto a él una gran bolsa. Ninguno de los visitantes rebasaba los l,65 metros de altura y entre ellos, en su mayoría varones, se podía apreciar por sus ademanes y su belleza más delicada, sus formas más finas y la elasticidad de sus movimientos, alguna representante del sexo femenino.

Los asaltantes se dirigieron hacia el edificio del Departamento de Defensa, cuyas puertas hallaron cerradas, Pero esto no era obstáculo alguno para ellos. El que avanzaba en vanguardia sacó el arma que llevaba a la cintura y apuntó a la altura de la cerradura. Una especie de rayos luminosos fueron proyectados en línea recta por el cañón del arma y el trozo de puerta afectado quedó desintegrado instantáneamente. Los asaltantes se disgregaron por el edificio y a su paso fueron saltando las puertas y cerrojos de seguridad que se les oponían.

Las cajas acorazadas de los sótanos del edificio fueron violadas y su contenido saqueado concienzudamente.

Escasos minutos duró la operación, al cabo de la cual, las extrañas figuras tornaron a abandonar el edificio, pero esta vez cargados en su mayoría con enorme cantidad de papeles sustraídos.

En el interior del edificio repiquetearon los timbres de alarma mientras, automáticamente, una serie de reflectores, estratégicamente situados, recorrían con sus rayos de luz los pasillos y las amplias estancias, poniendo de relieve los destrozos que los asaltantes habían causado.

Al salir a la plaza, también ésta se hallaba poderosamente iluminada y los haces de luz recortaban perfectamente a las aeronaves, así como a los seres que, con su carga, salían del edificio asaltado en dirección a ellas.

Las portezuelas en rampa tornaron a abrirse, comenzando a funcionar en ellas una especie de cinta rodante que, una vez situados en ella, iba introduciendo automáticamente a los seres en las entrañas de la aeronave.

De nuevo tornó a oírse la extraña vibración que fue ascendiendo de tono paulatinamente mientras las aeronaves, una vez recogidos sus tripulantes y herméticamente cerradas, reanudaban el vuelo desapareciendo a poco dejando tras sí la estela luminosa...

CAPÍTULO II

LA BELLA MARCIANA 

Hacía más de una hora que las aeronaves extrañas desaparecieron en el éter seguidas de su cortejo de vibraciones sonoras y su estela luminosa, cuando Gastón Loos, aturdido aún, abrió los ojos y medio se incorporó apoyándose en uno de sus codos. Lo primero que pudo contemplar al volver a la vida fue el cuerpo del profesor Ray que yacía tendido boca abajo a escasa distancia de él. Volcada junto al profesor había una mesita a la que seguramente en sus momentos de angustia, se había aferrado para tratar de evitar la caída.

Diversidad de papeles se veían desperdigados por el suelo en completo desorden, obedientes sólo a los impulsos del aire que de tanto en cuanto entraba en ráfagas por la abierta ventana.

Gastón percibía aún en sus oídos la sensación del doloroso zumbido y sacudió la cabeza como tratando de despegar de sí la extraña sensación. El recuerdo de lo sucedido acudió a su mente junto con la consciencia de su propio ser. El cuerpo del profesor dejó de parecerle una cosa extraña y trató de incorporarse para acudir en su socorro.

Al esfuerzo notó que la vista se le nublaba por lo que se mantuvo quieto unos instantes, aspirando con delicia el aire fresco que entraba por la ventana.

Apoyó ambas manos en el suelo, procurando mantener la cabeza erguida y dobló las piernas bajo su cuerpo. Apoyándose primero en el suelo y luego en la pared consiguió al fin ponerse de pie. Le dolían el cuello y la nuca, y el cerebro no le obedecía aún como él hubiese querido.

El profesor Ray movió casi imperceptiblemente la cabeza, tratando de levantarla y de su boca escapó un débil gemido. Gastón sintió que debía animarlo de la única forma que podía hacerlo, con la palabra, y exclamó:

- ¡Ánimo, profesor! ¡Arriba! ¡No ha sido nada!

Su propia voz le sonó a extraña y no estuvo muy seguro de que el profesor le hubiese podido oír, con tal debilidad se había producido.

Por fin, tras algunos esfuerzos más, se sintió mejor y pudo auxiliar al profesor, quien también, de una forma paulatina, iba recobrando el conocimiento hasta Conseguir, con la ayuda del joven Loos, quedar sentado en una de las sillas que había en la estancia.

-Ondas ultrasónicas, ¿verdad, profesor?

-Sí. Ellos han progresado más que nosotros en este sentido, ya que nosotros sólo conocemos la teoría, pero ellos han sido capaces de llevarla a la práctica. Tendremos que estudiar esta cuestión a fondo para no quedar a merced de ellos en otro ataque que pudiesen producir.

El timbre del teléfono repiqueteó insistentemente sobre una mesa vecina y el joven Loos acudió al aparato. Escuchó atentamente durante unos minutos lo que le decían desde la otra parte del hilo y repuso:

-Sí. Ha sido el efecto de las ondas ultrasónicas. Afortunadamente no las hemos recibido directamente, pues nos podrían haber producido serias quemaduras además. Tan pronto se reponga el profesor, iremos. El podrá hacerles un informe completo...

Colgó el joven el aparato y se volvió al profesor con expresión de perplejidad.

-¡Le llaman a usted de la residencia del Presidente. Nadie ha tenido ocasión de ver nada y ni siquiera las pantallas de radar han registrado forma alguna. Imaginan que son naves del tipo de las que fotografió el «Comet-7» las que han producido el ataque. Se han llevado gran cantidad de documentos y planos de la Secretaría de Defensa que, a lo que se deduce, ha sido el objeto de la operación.

- ¡Pero eso es terrible! Puede tener graves consecuencias.

-Gravísimas, profesor. No se conoce exactamente aún lo que se han llevado, pero seguramente han desaparecido todos los planes de defensa y los últimos estudios estadísticos de producción, así como planos de las últimas realizaciones, las más modernas. Esto nos obligará a cambiar radicalmente todo y a hacer un esfuerzo en el orden de la investigación para superarnos y, en lo posible, superarles a ellos.

-Sí. Es cuestión de vida o muerte. Todo dependerá del tiempo que tarden en desencadenar el ataque. Tendremos que trabajar mucho, pero tendremos también que saber engañarles. Y por nuestra parte sabemos muy poco de ellos. Ni siquiera sabemos quiénes son ni de dónde han venido. ¿Marte? Es lo más probable. Afortunadamente los datos referentes al «plan Lowe» están aún en nuestro poder, a lo sumo habrán encontrado alguna referencia a él. En cambio se habrán apoderado de los planos de nuestro cohete. «Star-3».

-Sí. Pero no le preocupe. Precisamente quería someterle unas variaciones fundamentales que he estudiado sobre él y que permitirán el viaje de ida y vuelta incluso al propio Marte. Una eliminación de parte de su peso y un mejor aprovechamiento de su energía mediante un nuevo dispositivo. Y de una sencillez extraordinaria, como si dijéramos el «huevo de Colón». No me explico cómo no se me ocurrió antes.

-Más vale así, Gastón. De lo contrario, su secreto estaría ahora en manos enemigas -repuso sonriendo el profesor al comprobar la animación con que el discípulo se expresaba-. Si todos nuestros jóvenes trabajasen como usted, no tendría miedo a mil planetas que nos envolviesen...

El joven Loos abrió la puerta de su departamento, penetró en él y cerró tras sí. Sentíase más que cansado, agotado. A pesar de las muchas horas que no tomaba nada, no sentía el menor apetito. Sólo apetecía acostarse y dormir, dormir hasta quedar totalmente satisfecho.

Desplegó sus largos brazos en un colosal desperezo y se dirigió con pausados movimientos hacia su pequeña despensa. Allí, en la nevera, tenía leche. Se tomaría un par de vasos antes de acostarse.

De súbito hirió su cerebro algo extraño, algo que de momento no supo definir. Era como si existiese allí una atmósfera diferente de la habitual y otro perfume, un perfume suave, dulzón y desconocido para él hasta el momento.

Intuyó que algo anormal sucedía y se puso en guardia. El corazón comenzó a latirle violentamente, como avisándole de un peligro y comprendió que no estaba solo en el departamento.

A espaldas de Gastón se produjo un leve roce, tan leve que no lo hubiese percibido a no estar en aquel momento en tensión con todos sus sentidos en guardia. Presintiendo el ataque se arrojó al suelo. Un ser, como un relámpago que surge de las sombras, le atacó, descargando un fuerte golpe. Silbó un objeto junto a su oído, con silbido siniestro y el golpe, perdido por su movimiento, aún se descargó sobre su hombro produciéndole un vivo dolor.

El atacante, perdido el equilibrio al fallar el golpe por el inesperado movimiento de Gastón, cayó violentamente sobre él. El joven sabio había calculado que esto debía producirse y se volvió rápidamente, haciendo vigorosa presa en uno de los brazos de su agresor, retorciéndoselo con un movimiento violento y obligándole con ello a dar una aparatosa voltereta que le llevó a caer sentado y totalmente a su merced.

Sintiéndolo dominado, trató Gastón de identificar a su adversario. Su sorpresa al verle fue tal que, aturdido, soltó la presa que le había hecho. Aquel movimiento instintivo estuvo a punto de ser su perdición, pues el asaltante tornó a la carga, tratando de alcanzarlo con su violento golpe. Pero ya Gastón se había repuesto de su asombro y con agilidad felina se había apartado de la trayectoria del golpe, lanzándose seguidamente sobre el cuello de su adversario y haciendo presa en él con las dos manos.

Jadeaban los dos luchadores y Gastón, bastante más corpulento y pesado que su antagonista, descargó sobre él todo el peso de su cuerpo y pese a la seria resistencia encontrada, consiguió dominarlo. Furioso al comprobar que el otro no se entregaba, gritó:

-¡Estése quieto de una o lo pateo sin compasión!

Con rápido movimiento despojó al ser que aún se debatía debajo de él, de la porra con que le atacara y de una rara pistola que llevaba en uno de los costados, pendiente de un cinturón y le apuntó con ella aunque, por la extraña forma del arma, no estaba seguro de cómo se dispararía.

Incorporóse Gastón dejando libre a su adversario y murmuró:

-Bien. Ya puede levantarse, pero tenga cuidado con lo que hace o disparo.

La voz de Gastón era agitada debido al esfuerzo realizado y a la sorpresa experimentada, que no le había abandonado aún. Pero ahora podía contemplar a su sabor al extraño asaltante.

Los ojos de éste aparecían desorbitados por el terror y Gastón se apresuró a tranquilizarlo.

-No se asuste. Si se porta bien, no pienso hacerle daño, conque de usted depende el conservar la vida o no.

El extraño ser se expresó a su vez en correcto inglés, pero con voz un tanto impersonal, metálica.

-Por favor, no me haga nada... No me descubra.

-¿Descubrirla?

Gastón reflexionó, unos instantes mientras continuaba el análisis de su oponente.

Su estatura, reducida para un hombre, resultaba normal tratándose de una mujer; porque lo que tenía ante sí, indudablemente pertenecía al sexo femenino, pese a su corto pelo, comprimido por una especie de ligero casco de tejido flexible y de brillo metálico. La cabeza la llevaba protegida por una especie de escafandra de forma cilíndrica, de material ligero y transparente que permitía apreciar sus facciones de trazos finos, agradables, y el color de su piel de tono ambarino. De ambos lados de la escafandra y correspondiendo a los oídos salían dos cables que morían un poco más abajo, en la parte alta del pecho, casi en las clavículas, cubiertas de una placa de material duro y en la cual encajaba la escafandra. El traje era también de un flexible tejido que despedía ¿reflejos metálicos y que se le ceñía al busto y extremidades, poniendo de relieve unas formas graciosas no exentas de reciedumbre. Sus pies iban calzados con zapatos de un material plástico flexible y totalmente silencioso.

El extraño ser soportó silenciosamente el detenido examen que de él hacía el sabio y se aprovechó para, a su vez, lanzarle rápidas ojeadas que fueron satisfaciendo la natural curiosidad que sentía por conocer a su vencedor.

Al terminar su examen, Gastón sonrió humorísticamente, tratando de ganarse la confianza de su «visitante».

-¿Y por qué había de descubrirla? Su intromisión me ha hecho gracia y su disfraz lo encuentro bastante original. ¿Viene a invitarme a alguna fiesta? Porque, perdóneme, pero yo no la recuerdo a usted...

El extraño ser volvió a hablar, pero esta vez con acento más cálido. Su voz y sus mismos ademanes se humanizaban...

-Gentil embuste el suyo. Sabe usted perfectamente que no he venido a invitarle a nada.

-¿A qué ha venido entonces? ¿A robar? Supongo que no habrá encontrado usted nada que pueda interesarle. Soy muy pobre. Gano lo justo para poder mantenerme y costearme mis estudios...

-No es necesario que continúe mintiendo. Usted no sabe quien soy, pero sí qué soy.

-No le comprendo, señorita...

Gastón, al hablar, jugaba en sus manos la extraña arma que había arrebatado a su adversaria. Esta lo advirtió y se sintió desazonada.

-Por favor, no juegue con eso. Me está usted poniendo nerviosa. Si por un azar se le disparase, no quedaría de mí más que el recuerdo y soy demasiado joven para desear morir.

Gastón se estuvo quieto y contempló curiosamente la mortífera arma.

-¿Con qué se carga esto? -interrogó como sin darle importancia.

-Rayos cósmicos. Aquello que tocan, lo desintegran.

-Entiendo. ¿En qué sanatorio estaba usted recluida? ¿Por qué se ha escapado? ¿Es que no la trataban bien? Telefonearé a su familia. Aquí no puede estar. Yo soy soltero y la gente murmurará. El joven hizo ademán de dirigirse al teléfono, pero se vio cortado por un gesto de ella.

-Es inútil. Resulta absurdo que le diga que no tengo familia aquí en la Tierra.

-¿Qué cosas absurdas se le ocurren ahora? ¿Qué quiere decir con eso? Creo que voy a llamar inmediatamente al manicomio. Ya la reclamará allí su familia. En todo caso, no tengo ganas de complicaciones. Bastantes ha tenido para mí el día y además, estoy cansadísimo.

La joven tornó a oponerse a que Gastón llamara.

-Por favor, no llame, no me entregue. Creo que me moriría si no me mataban antes o que me volvería loca. Pertenezco al planeta Marte y soy uno de los componentes del grupo de asalto que hemos descendido hace unas horas... Yo sufrí un accidente y no pude embarcar de nuevo y busqué refugio aquí...

Gastón fingió que sentía conmiseración por la joven y desviando la pistola que conservaba en su mano derecha, pulsó el disparador. Se produjo como un leve relámpago y un bronce que descansaba sobre una repisa desapareció como por arte de encantamiento.

Un leve grito de la joven y Gastón fingió volver a la realidad.

-¡Oh! ¡No sea loco! Ahí dentro hay energía suficiente para deshacer un edificio como éste.

El aire de la habitación se había enrarecido un tanto, produciendo molestias en la respiración al joven sabio, quien contempló con asombro evidente los resultados de su acción.

-¡Bueno! No voy a tener más remedio que creerla... y esto es grave. Sé que ha ocurrido algo extraño, pero ignoro qué. Oí un ruido, como el aullido de un gigante que fue ganando en intensidad hasta darme sensación de que la cabeza iba a estallarme. Luego perdí el conocimiento. Al recobrarlo y cuando venía hacia mi departamento oí que había ocurrido algo extraño y terrible, pero nadie sabía a ciencia cierta qué era. Temo que no voy a tener más remedio que entregarla a las autoridades. La muchacha se arrodilló en acritud implorante.

-¡No, por favor! Seré su esclava. No me dejaré ver de nadie, haré todo lo que usted me ordene, pero no me entregue.

En la desesperación de la joven había sinceridad y Gastón Loos se sintió conmovido.

-Pero... es que incurro en una grave responsabilidad y si algún día la descubren me castigarán severamente. Máxime después del daño que han hecho ustedes...

En los ojos de la joven se veía una expresión de fiera acorralada a tiempo que repetía casi maquinalmente:

-No me entregue... Seré su esclava... No me entregue.

El joven pareció meditar unos momentos y luego la tranquilizó.

-Bien. No la entregaré...

-¡Oh! ¡Gracias! Seré su esclava...

-En la Tierra hemos abolido la esclavitud hace ya muchos años, jovencita. Será usted completamente libre siempre que su conducta sea juiciosa y no se deje ver de nadie, al menos, de momento. Pero ¿cómo han podido llegar hasta nosotros cuando por nuestra parte apenas si hemos conseguido hacer llegar algún cohete a mitad de camino y sin esperanzas de retorno?

-Nuestra civilización es bastante más avanzada que la de ustedes -repuso la joven sonriendo con cierto orgullo.

-Y nosotros que nos creíamos los reyes del Universo. ¡Qué desilusión! ¡Va a ser un golpe terrible para nuestros hombres de ciencia!

-Eso me temo. Nosotros les venimos observando hace bastante tiempo y a veces nos hacían reír sus esfuerzos por dominar el espacio, problema que nosotros tenemos plenamente resuelto hace bastantes años. En más de una ocasión hemos visto sus graciosos cohetes que para nosotros son ya arcaicos, piezas de museo...      

-¿Y cómo es que habla uno de nuestros idiomas más usuales? ¿Acaso lo hablan allí también? No me niegue que sería una estupenda casualidad.

-Los idiomas de Marte son muy diferentes. El inglés y otros idiomas de la Tierra, sólo los conocemos un sector bastante reducido de los de mi raza.

-¿Cómo han podido aprenderlos?

-Gracias a la radio. Hemos tenido que volar con harta frecuencia por debajo de lo que ustedes llaman la ionosfera. Allí podíamos captar fácilmente sus emisiones. Las hemos estudiado pacientemente y los resultados, según usted mismo puede comprobar, no han podido ser mejores...

-¿Y ese horrible sonido?...

-¿Se refiere a las ondas ultrasónicas? Son nuestros obligados acompañantes para evitar todo conato de resistencia allá dónde vamos. Nuestros oídos, al estilo de los de ustedes, sólo registran ciertos tonos, los cuales tienen de 20 a 20.000 vibraciones por segundo. Las ondas acústicas de mayor frecuencia no las percibimos, pero sus efectos sobre el organismo son terribles. Usted mismo los ha experimentado...

-¿Y a ustedes no les causan efecto?

-Dentro de las aeronaves estamos protegidos de tales ondas y cuando salimos, ha cesado la emisión de las mismas.

-Pero eso únicamente puede emplearse para ataques que sólo duren minutos, una hora si acaso.

-El tiempo suficiente para conseguir nuestros objetivos. Imagínese el ejército más potente. Ese tiempo bastaría para aniquilarle o colocarlo en tal situación de inferioridad que prácticamente quedaría anulado...

Gastón Loos permaneció pensativo unos instantes.

-Es algo que se escaparía a mi comprensión si no lo hubiese vivido, si no lo hubiese sentido sobre mi carne. Entonces, ¿estamos a merced de los hombres de Marte?

-Eso creo...

CAPÍTULO III

UN PLAN AUDAZ

 EL joven Loos había conectado un dispositivo de alarma que le hubiese despertado tan pronto como Lao-Wanga, su extraña huésped, hubiese intentado salir de la pequeña pieza que le había designado la noche anterior para que descansase en ella. Pero nada de eso ocurrió y cuando

Gastón despertó se hallaba totalmente recobrado de las fatigas del accidentado día precedente.

La joven marciana le aguardaba levantada, pero sin osar salir de la pieza, tal como él le ordenara la noche anterior. Sus hermosos ojos rasgados y de corte un tanto oblicuo sonrieron alegremente al verle aparecer.

-Voy a preocuparme de hallarle vestidos apropiados para que, si alguien la ve, no le llame la atención. Tendrá usted que vestir como nuestras mujeres.

-Como usted estime conveniente. Confío que sabré acostumbrarme pronto a ellos.

-¿Y no puede usted prescindir de esa escafandra?

-Deben irme adaptando paulatinamente al aire de que se disfruta en este planeta. Será cuestión de sólo unos días, al cabo de los cuales podré prescindir de la escafandra.

-Perfectamente. ¿Y su alimentación? ¿Necesita algo especial?

-No. Puedo comer exactamente lo mismo que usted. En todo caso, llevo unos comprimidos que ayudarían a mi alimentación hasta que la adaptación fuese completa.

-Lo celebro. Quédese aquí tranquila, pero no abra la puerta a nadie aunque echen el departamento abajo. Caso de que sucediese algo extraordinario ahí tiene el teléfono y el número adonde debe llamarme. ¿Sabrá servirse de él?

Nueva risita de la marciana,

-Supongo que sí, aunque es un modelo tan anticuado que en Marte haría reír hasta a los niños. Pero ¿se lleva mi pistola? -preguntó Lao-Wanga con cierto desconsuelo en la expresión.

-Naturalmente que sí. No desconfío de usted, pero así me voy más tranquilo.

Cuando minutos después penetró Gastón en el laboratorio, el profesor Ray le saludó con un gesto como reconviniéndole por su tardanza.

-Buenos días, profesor. No se enfade; no crea que he perdido el tiempo del todo. Fíjese en esto.

Y mientras hablaba puso ante los asombrados ojos del profesor la pistola de rayos cósmicos que había arrebatado a Lao-Wanga.

-¿De dónde ha sacado eso, Gastón? ¿Lo ha construido usted?

El auxiliar, sin contestar, apuntó contra uno de los taburetes y pulsó el disparador. Se produjo la breve luminosidad y el taburete desapareció, flotando en su lugar una ligera nube que ascendió en el espacio hasta disiparse lentamente,

-Comprendo. Esa es una de las armas que emplearon los asaltantes de ayer. ¿Dónde la ha encontrado?

-En mi departamento, junto con el asaltante que la llevaba colgada de la cintura.

-¿Cómo dice? ¿Qué se ha hecho de ese hombre?

-No es un hombre, profesor, sino mujer. Está en mi casa prisionera.

-¡Es un peligro dejarla sola!

-Está desarmada y apenas intentase salir llamarla la atención por su atavío, tan diferente del nuestro.

-Pero usted tiene en su casa los planos y estudios que reforman el «Star-3».

-Los tenía. Se los he traído. Quiero que se haga cargo usted de ellos.

El joven Loos relató al profesor cuanto le había sucedido desde el momento en que entrara en su departamento dispuesto a descansar, hasta el momento en que saliera de él aquella mañana.

-¿No la ha cacheado? ¿Y si llevase otras armas?

-Confieso que me ha dado un poco de vergüenza cachearla y no lo he hecho. Es una mujer y además atractiva y yo no tengo espíritu de polizonte. Además, pretendo ganarme su confianza. Quiero que llegue a confiar en mí ciegamente.

-¿Qué pretende usted, Gastón?

-Escuche, profesor. En cuanto ellos hayan estudiado los documentos que se llevaron ayer, se darán cuenta de que estamos a su merced y no tardarán en caer sobre nosotros y esclavizarnos.

-Esa misma idea me ha impedido dormir tranquilamente esta noche pese a lo cansado que estaba.

-Yo, apenas me di cuenta de quién era ella, pensé en lo útil que nos iba a ser si sabía tratarla y obré en consecuencia. Tenemos planteados varios problemas graves, profesor, y uno es el tiempo. Hemos de ganar tiempo si queremos conservar nuestra integridad. Debemos hacerles creer que, pasada la sorpresa de ayer, estamos en condiciones de anular los efectos de las ondas ultrasónicas. Ellos nos escuchan por radio. Debemos aprovechar esto para dar instrucciones previniendo a la población y así nos creerán invulnerables a esa arma.

-En algo así había pensado yo.

-Esto les detendrá a ellos un tanto pudiendo aprovechar nosotros para poner en marcha el «plan Lowe» y producir en serie los «Star» con arreglo a las mejoras que he introducido en ellos. Yo le llamo el «Star-4».

-Bien. Pero hasta ahora no veo la utilidad que nos puede reportar la marciana esa.

-Le prometeré salvarla, sacarla de la difícil situación en que se halla aquí conduciéndola a su planeta y yo me iré con ella. Ella deberá estarme agradecida por haberla salvado y mis actividades allí pueden ser varias y todas provechosas para nuestra causa: Información, sabotajes...

-¿Y ha de ser precisamente usted quien vaya?

-La suerte lo ha querido así. Además, profesor, allí no puede ir cualquiera. Tiene que ir un hombre preparado, capaz de sorprender los adelantos, los secretos de ellos y transmitirlos fielmente. Además, me tienta la aventura.

-Y no le desagrada la compañera que debe tener en ella. ¡Cuidado, Gastón! ¡Piense que ellas suelen ser más sagaces que nosotros y en el terreno de la intriga nos vencen casi siempre...

-Tendré cuidado, profesor. Para evitar indiscreciones quisiera que se encargase usted directamente de solicitar la aprobación del Presidente. Quisiera que fuese usted el hombre con quien yo comunicaré desde Marte.

-Reflexione, Gastón. Usted no puede dejar sus trabajos de aquí...

-Es necesario, profesor, aunque el afecto que siente usted por mi le impida verlo así...

Alex Ray conocía sobradamente a su discípulo y comprendió que su decisión era firme y que si no le autorizaban se iría él por sus medios y accedió. 

*     *     *

Apenas había abierto Gastón la puerta de su departamento cuando vio una sombra que se proyectaba en la ventana de la parte posterior de la casa. Cerró rápidamente la puerta y se escondió tras un pesado cortinaje a tiempo que sacaba su pistola apuntando con ella hacia la ventana. En el vano de la misma apareció una figura que, tras levantar la cristalera en forma de guillotina, asomó la cabeza precautoriamente y satisfecha sin duda del silencio que reinaba en la estancia, se dejó caer con un salto de felina gracia dentro de ella.

Detúvose unos momentos el personaje para tomar aliento e inmediatamente se quitó el sombrero con lo que dejó al descubierto su cabellera, una cabellera rubia, con reflejos de cobre fundido, y sus facciones, aunque a contraluz, quedaron también expuestas a las miradas de Gastón que no pudo evitar un ligero grito de asombro. El personaje que había entrado por la ventana era Lao-Wanga, quien experimentó un vivo sobresalto al oír el grito de Gastón y comprobar que había sido descubierta.

Gastón salió de su escondite y sin dejar de apuntar a la muchacha se dirigió al encuentro de ella. En su rostro había una expresión de reproche que fue advertido prontamente por la marciana.

-¡Oh! Lo siento, pero no podía aguantar ni un minuto más encerrada aquí. Llamaron varias veces a la puerta y tuve miedo...

-¿De dónde ha sacado ese traje? Porque de mi exiguo guardarropa no es.

La muchacha vestía un estrafalario traje masculino que, para colmo de males, le estaba grande. Dirigióse una mirada de autoinspección, de pies a cabeza y sonrió avergonzada.

-No. Los suyos me estaban excesivamente grandes. Tuve que pasar al departamento contiguo.

-Pues está usted elegantísima. Supongo que si la vieran a usted en Marte, causaría sensación. ¿Y cómo ha podido usted pasar? Seguramente que no ha sido por la puerta...

-No. Me he valido de estos tentáculos.

Lao-Wanga mostró a Gastón una especie de ventosas de un material parecido al caucho. Llevaba una en cada mano y otra en cada pie.

-Esto, con una ligera presión, se adhiere a las superficies lisas perfectamente y resulta facilísimo subir y bajar por las paredes o trasladarse de un lado a otro de ellas. Es sencillo e ingenioso.

-Muy ingenioso. Pero no es esto lo que importa. Ha faltado usted a una promesa que me había hecho...

-Tuve miedo...

Iba a replicar Gastón cuando sonó el timbre del teléfono. Púsose el hombre al aparato y a medida que le hablaban su expresión reflejaba el disgusto y el asombro. Contestaba sólo por monosílabos: «Si..., sí..., si..., no.»

Cuando hubo colgado el auricular se volvió a Lao-Wanga con gesto adusto.

-Han detenido a un compañero suyo según parece y me preguntan si la he visto a usted.

-¿Lo han detenido? ¿No ha pedido escapar? -la muchacha se tornó densamente pálida-. Es un imprudente. Le dije que aguardara hasta que yo le llevara los medios para poder salir en público, pero me desobedeció. Ha caído él y he estado a punto de caer yo...

-Y tan a punto. Pero el peligro no ha pasado. Ahora la buscarán con ahínco y me va a ser difícil ocultarla. Sí vuelve a cometer otra imprudencia no respondo de lo que puede pasar. Tome. Quítese esa ropa que lleva y vístase esta. Si alguien la ve y le pregunta, es usted mi hermana. Es usted de Londres, no lo olvide.

-Sí. De Londres.

Minutos después reapareció Lao-Wanga vestida con un sencillo traje femenino de elegante corte y que realzaba su feminidad de forma extraordinaria. De soslayo dirigió una mirada a un gran espejo colocado en la pared y se observó con agrado.

-Sí, Lao-Wanga. Está usted hermosa y muy femenina. Puede pasar perfectamente por una de nuestras mujeres y creo que no le faltarían admiradores. Pero no se trata ahora de eso. Siéntese ahí.

Obedeció la marciana y Gastón sentóse en un butacón frente a ella; la miró escrutador hasta hacerla enrojecer.

-Ayer me mintió, Lao-Wanga. El que usted quedase en la Tierra no obedeció a un accidente, sino a un plan premeditado. Usted, igual que su compañero, el que ha sido detenido, son espías y a los espías, aquí en la Tierra, acostumbramos a fusilarlos.

-Lo sé. Pero usted no me entregará, ¿verdad?

 -Si usted es sincera, no. Pero si veo que trata de deslizar el menor embuste, lo haré en seguida. ¿Dónde han colocado ustedes el aparato que les permitiría mantener la comunicación con su planeta?

-Con el aparato que hemos traído no podemos mantener comunicación directa con nuestro planeta, sino con nuestras aeronaves. Una de ellas esperará comunicación todos los días, volando por debajo de una capa de la ionosfera que ustedes llaman Heaviside.

-Se desvía usted, Lao-Wanga. Lo que necesito saber es dónde han colocado ustedes el aparato.

Lao-Wanga vaciló unos instantes; por fin, se levantó y seguida de Gastón llegó hasta la pequeña pieza destinada a comedor. Una vez en ella se dirigió a una pequeña alacena, apartó en ella unos botes de conservas y quedó al descubierto un pequeño aparato de severas líneas.

-Ahí lo tiene usted.

-¿Cuándo lo montó ahí?

-Anoche. Terminaba de montarlo cuando usted llegó.

-¿Por qué eligió mi departamento y no otro?

-Estuve antes en tres. En dos de ellos había mujeres. Cuando llegué a éste comprendí que lo habitaba un hombre sólo y me di cuenta de que estaba poco rato en él. Era lo que convenía para empezar...

Gastón desmontó el emisor y se lo guardó en el bolsillo. Tornó al lugar donde conversaba e hizo sentar de nuevo a Lao-Wanga.

-Es la aventura más absurda de que jamás tuve conocimiento. ¿Cómo imaginaron que podían pasar desapercibidos de la forma que venían?

-En Marte no tenemos algodón ni lana. Nuestras ropas están confeccionadas con fibras sintéticas y baños metálicos. Confiábamos poder proporcionárnoslos aquí.

-Ese plan de ustedes estaba elaborado con los pies. Si lo hubiese preparado un enemigo no creo que hubiese conseguido algo peor.

-Tampoco nos ha ayudado la suerte.

-Tiene usted razón... en parte. Porque suerte, y no poca, ha sido el que usted tropezara conmigo. En la voz de Gastón había un matiz de ironía pero la preocupada Lao-Wanga no lo percibió.

-Tendré que procurarle una documentación para que no sospechen y deberá usted amoldarse a nuestros usos.

-¡No tema. Los he estudiado bien. En Marte se hacen las cosas mejor de lo que usted imagina. Podía servirle de ejemplo el magistral golpe de mano de anoche -respondió la joven con cierto orgullo.

-Debe ser interesante conocer aquello. Me agradaría visitarlo.

-Si es usted buen chico no creo que tarde mucho en tener ocasión de hacerlo. Podrá usted ser mi huésped de honor.

-¿Confía usted en poder volver allá?

-Sí.

-Confía en la invasión, ¿verdad?

Lao-Wanga fijó la mirada de sus escrutadores ojos en Gastón. Después la dejó vagar perdida en el horizonte que se vislumbraba por la ventana.

-Sí. Ellos no necesitarán de nuestros informes para darle cuenta de que están ustedes a merced nuestra.

-No esté tan segura, Lao-Wanga. No siempre es posible cogernos por sorpresa. Además, la Tierra es muy vasta y difícil de dominar. No oreo que tengan ustedes bastantes hombres para ello. Nosotros también les conocemos a ustedes aunque no tan bien como ustedes a nosotros.

-Bastante menos; para dominar la Tierra nos basta con las legiones de bárbaros reclutadas en Venus. ¿No puede usted imaginárselos, verdad? -preguntó Lao-Wanga con expresión burlona.

-Legiones reclutadas en Venus. ¿Por ventura han llegado ustedes hasta allí?

-Hace bastantes años. Primero, pensamos apoderarnos de la Tierra. Está mucho más cerca. Pero pronto comprendimos que no lo podíamos hacer sin contar con legiones bastantes más numerosas de las que podíamos disponer y fuimos a Venus por ellas. Ustedes ni siquiera conocen la existencia de seres vivos allí y hasta dudaban de la nuestra. Están demasiado endiosados los habitantes de la Tierra para poder progresar con rapidez.

Gastón se sintió aplanado por la magnitud de las noticias. Un estremecimiento, como una descarga eléctrica, recorrió su cuerpo. 

*     *     * 

Han pasado dos días.

Gastón ha llegado al departamento en que reside un par de horas más tarde de lo habitual.

Lao-Wanga, ante el aparato de radio se deja mecer por los acordes de la música sinfónica que emiten en aquel momento.

-Ha tardado mucho, Gastón.

Y al notarlo preocupado:

-¿Qué sucede? Estaba extasiada con esta música.

-¿No tienen música allí?

-Se la considera como una debilidad y está prohibida. Pero no me ha dicho qué le sucede.

-Que mucho me temo que va a tener que prescindir de la música. Ese compañero suyo ha debido hablar. Ha dado sus señas personales y los dibujantes del Departamento de Investigación han conseguido trazar un retrato suyo bastante parecido. Se la busca afanosamente y hay retratos suyos por todas partes. En estos momentos es usted más popular que nuestro Presidente o que nuestras estrellas cinematográficas más famosas. Se ofrece una crecida suma por su captura y los habitantes de medio mundo se hallan movilizados buscándola.

Lao-Wanga palideció.

-¿Y cree que si me cogen me matarán?

-Casi seguro. Después del golpe de mano que dieron la otra noche, la Tierra se considera en guerra con Marte. Se ha decretado la movilización general y se están tomando una serie de medidas. Se está fomentando el odio contra ustedes por su reprobable ataque. La considerarían espía en tiempo de guerra puesto que su captura sería posterior al golpe de mano...

-Pero usted me protegerá, ¿verdad, Gastón?

-La protegeré hasta donde pueda, pero mis fuerzas son limitadas. Y malo sería que la cogiesen a usted y compareciese ante un Consejo de Guerra, como le ocurrirá a su compañero, pero bastante más temo a que caiga usted en manos de las masas exaltadas por la propaganda de guerra. Imagine que la despedazarían donde la encontrasen.

-Pero eso es vandalismo puro.

-Sí. Pero ¿tiene alguna justificación la agresión de ustedes? Y eso que los habitantes de la Tierra no conocen sus planes de invasión, que si los conocieran...

-Si los conocieran se estremecerían de miedo y me respetarían. Si cae uno sólo de los cabellos de mi cabeza sabrán los habitantes de la Tierra quién es el Tirano de Marte, quién es Ra-Tsung I.

Lao-Wanga aparecía ahora como transfigurada y el orgullo, al reemplazar al miedo, daba mayor prestancia a su figura, envolviéndola en un halo de majestuosidad. Gastón la admiró unos instantes.

-Bien, Lao-Wanga; pero seamos prácticos. Si usted cae, de poco le valdrán esas hipotéticas venganzas a posteriori de su Tirano. ¿No sería mejor pensar en un medio seguro de librarla? ¿No podría recogerla alguna de sus aeronaves?

-No puedo pedir que hagan eso. Además, usted se llevó los medios de comunicación que tenía con ellos,

-¿No podría enviarles un mensaje cifrado por medio de nuestras emisoras de radio?

-No creerían en él. Pensarían que es un engaño.

Gastón se retorció las manos fingiendo una desesperación que estaba muy lejos de sentir.

-Pues yo he de salvarla, sea como sea. Pero no por miedo a su Tirano, sino por devoción hacia usted. Si usted llegase a morir no me consolaría nunca ni me perdonaría jamás...

-¡Gastón! No hable así. Usted no tiene culpa de nada. Demasiado benévolo ha sido conmigo.

El joven auxiliar pareció meditar sólo unos instantes.

-Escuche, Lao-Wanga. ¡Yo la devolveré a Marte, aunque me cueste la vida! ¿Usted se quiere arriesgar? El viaje no será tan seguro como en una de sus aeronaves, pero podemos llegar allá... aunque yo no podré regresar jamás.

-¿Se ha vuelto usted loco, Gastón?

-¡Nada de eso! Yo sé dónde hay un cohete dispuesto que nos pueden llevar. ¡Aguárdeme aquí y no abra a nadie! Yo estaré de regreso antes de dos horas. No sé si podremos salir esta misma noche o si habremos de aguardar a mañana. ¿Está dispuesta a venirse?

La imprevista reacción de Gastón sorprendió a Lao-Wanga, tanto, que estuvo unos instantes sin saber qué contestar para responder al fin:

-¿Y debo regresar con los míos totalmente fracasada?

-Ya le dije que había sido absurdo el planteamiento de la operación. Da la sensación de que deseaban deshacerse de ustedes. Por otra parte, usted no tiene la culpa de que su compañero de equipo la haya delatado de la forma que lo ha hecho. Supongo que ellos podrán comprender...

-No estoy segura de que comprendan. Allí no se suele comprender más que: o se cumple la misión o se deja uno la vida en ella.

Gastón varió la forma de ataque.

-¿Tiene usted muchos enemigos, Lao-Wanga? ¿Ocupa usted algún puesto envidiable y hay quien desea arrebatárselo?

-Sí. Supongo que muchas mujeres y aun bastantes hombres me tienen envidia... Tal vez tenga usted razón -añadió con voz sombría-. Prepare usted cuanto antes nuestra fuga. Estoy dispuesta a seguirle...

Gastón manifiesto su alegría abrazando a la sorprendida joven y desapareció corriendo a tiempo que gritaba:

- ¡Esté preparada por si podemos salir aún esta noche!

CAPÍTULO IV

RUMBO A MARTE 

Gastón detuvo el automóvil en uno de los laterales de la pista, abrió la portezuela y se apeó, volviéndose hacia Lao-Wanga que quedó dentro.

-Silencio y no se mueva. Si la ven, estamos perdidos...

El joven auxiliar del profesor Ray se despegó del coche y llegó hasta una pequeña edificación de la que salió instantes después para tornar a reunirse con Lao-Wanga en el automóvil.

-Puede usted salir. Mi amigo ha cumplido lo prometido y no hay nadie a la vista.

Lao-Wanga, amparándose en el corpachón de Gastón Loos, atravesó la distancia que les separaba de una especie de gigantesco huso con alas, cerca del cual habían parado el coche. La mole del proyectil cohete se recortaba contra el horizonte, dando la sensación de algo imponente e inconmovible, más parecido a un monumento que a algo que estaba destinado a atravesar el espacio a una velocidad de vértigo.

Lao-Wanga sentíase impresionada y Gastón se dio cuenta de ello.

-¿Tiene miedo?

-Le confieso que un poco. Sé que ese tipo de aparatos son muy poco seguros. En Marte, otros de parecido tipo, pertenecen a la prehistoria de la navegación interplanetaria. Allí sólo son piezas de museo...

-¡Pues aquí es lo más avanzado que tenemos, después de innumerables ensayos. Le llamamos el «Star-3» y será el primero capaz de llegar hasta Marte, pero por mi parte, sin posibilidades de regresar.

-¿Eso le preocupa? Tan pronto como usted desee regresar podrá hacerlo en una de nuestras aeronaves.

-Sí, es cierto, pero ¿quién piensa en el regreso después de esto? Menudo escándalo se habrá promovido mañana. Mi nombre aparecerá en la prensa, señalándome como traidor y yo qué sé cuántas cosas más...

En el rostro de Gastón había una expresión de tristeza que llegó a conmover a la marciana. Empezó ésta a comprender que era un magnífico ejemplar de hombre y que no le desagradaría enamorarse de él; pero no. Existían otras, cosas de más interés para ella. Desechó aquellos pensamientos y repuso al joven:

-Aún está usted a tiempo de retroceder, de enmendarse... Es más lógico que sea yo la que se sacrifique.

-¡No! Nada de eso. Anoche soñé que la veía ante el piquete de ejecución y creí que me moría de pesar. Usted se salvará por encima de todo.

Gastón se expresaba con calor y aquello acabó por decidir a Lao-Wanga.

-Tiene razón. Vamos. Es preferible que vivamos los dos.

Con ágiles movimientos inició la marciana la subida por la escalerilla que conducía hasta la cabina del cohete, la cual se hallaba situada en el punto más elevado del gigantesco armatoste. Al llegar a ella se mostró sorprendida al ver su ajustado traje de marciana y junto a él, otro de características similares, pero de mayor tamaño.

-¿Qué es esto? -preguntó ella extrañada.

-Un traje por el estilo de los suyos, pero apropiado para mí.

Lao-Wanga lo examinó detenidamente y se volvió en actitud recelosa hacia su compañero de viaje. Gastón comprendió y le salió al paso.

-Desde que admití que usted quedase oculta en mi departamento, comprendí que más pronto o más tarde tendría que emprender este viaje y me preparé. Lo primero que hice fue encargar que me hicieran ese traje.

-Pero es que las fibras son idénticas.

-No lo crea. A lo sumo, muy parecidas, pero las nuestras tienen otras propiedades. Con este traje, fuera de la luz solar, es uno prácticamente invisible, a menos que se proyecten sobre el que lo lleva rayos infrarrojos. No quiero que me suceda a mí, en Marte, lo que ha estado a punto de suceder a usted en la Tierra y deseo además ahorrarle disgustos a usted.

-Pero es que en Marte usted será mi huésped y nadie osará molestarle.

-No se confíe demasiado. Le agradeceré que hasta que no conozca las reacciones que su vuelta cause en sus comarcianos no les hable de mi presencia. Será muy conveniente para la salud de ambos, en particular para la mía.

-Se lo prometo.

Vistieron ambos los ceñidos trajes de brillante superficie y haciendo un pequeño fardo con los otros los arrojaron al espacio.

-¿Dispuesta?

-Sí.

-Póngase el cinturón de seguridad. El despegue será un poco más violento de lo conveniente -aseguró Gastón, a tiempo que manipulaba en los mandos del aparato.

En la cabina se dejó sentir una fuerte trepidación y de fuera les llegó un potente resoplido, que fue subiendo de tono hasta convertirse en un mugido bronco, ensordecedor.

Asomóse Gastón y pudo apreciar que desde el suelo le hacían las convenidas señales luminosas.

-Esto marcha. Vamos.

Jugó otros mandos y la puerta de la cabina se cerró automática y herméticamente, cesando de percibirse en ella el ensordecedor ruido que llegaba de fuera.

Lao-Wanga dirigió una sonrisa a Gastón mientras éste ceñía, a su vez, el cinturón de seguridad.

-Esto está mejor. Era un ruido horrible.

La trepidación en la cabina aumentaba, sacudiendo a los dos seres, que parecían atacados de una enfermedad nerviosa.

Un fuerte resplandor llegó hasta ellos y simultáneamente cesó la trepidación, mientras notaban una sensación de ingravidez.

Gastón, pendiente de los mandos, percibió que se elevaban rápidamente. Febrilmente comprobaba por la pantalla de radar que la dirección era la conveniente y por los diferentes aparatos de control a su disposición, que el consumo de energía se mantenía por bajo de los cálculos y, por tanto, que de no fallar nada, les sobraría al llegar al término de su viaje.

La marcha era regular sin que, gracias al debido acondicionamiento de la cabina, notasen la menor molestia, ni en la respiración ni en la circulación de la sangre. La temperatura también era agradable y en manos de Gastón estaba el graduarla a su antojo, caso de que, por urna u otra causa, variara bruscamente.

Hubo unos momentos en que Gastón mostró una cierta inquietud, mientras a ambos lados del cohete se producían una serie de fenómenos luminosos, perceptibles a través de las ventanillas de material plástico y transparente.

-¿Algo anormal? -interrogó ella ansiosamente.

-¡De momento todo va bien. Estaba preocupado hasta comprobar las reacciones que se podían pronunciar al atravesar las capas electrificadas de la ionosfera; pero vea: todo normal... La Heaviside ha quedado atrás y no tardaremos en llegar a la Appleton. ¿Cree usted que nos dejarán llegar allá tranquilos?

-Seguramente. La curiosidad podrá en ellos más que nada. Están demasiado seguros de su fuerza. Es muy posible que a estas horas nos hayan descubierto y nos vayan siguiendo.

Gastón manipuló emitiendo ondas, pero la pantalla no reflejó ningún cuerpo extraño cercano.

-No creo que nos sigan. Vea la pantalla. Nada se refleja en ella.

-No se confíe por eso. Nosotros también conocemos los medios de desviar las ondas para que no se reflejen en las pantallas de radar y todas nuestras aeronaves interplanetarias van dotadas del correspondiente equipo. Por eso no pudieron prevenir ustedes nuestro ataque y les pudimos sorprender por completo.

Gastón, atento a las indicaciones de los numerosos aparatos que tenía ante la vista, no respondió.

*     *     * 

El «Star-3» ha ido abandonando en la larga travesía los depósitos de energía consumidos ya, aligerando su peso hasta llegar al mínimo, poco antes de penetrar en la órbita del planeta Marte.

Inesperadamente ha visto Gastón que el cohete se halla rodeado de veloces aeronaves de diversos tipos que le dan escolta.

En el aparato receptor se han registrado diversas llamadas y Gastón ha hecho seña a Lao-Wanga para que ocupe su puesto. Durante los días que ha durado la travesía, la muchacha ha ido aprendiendo el manejo de los diversos aparatos de a bordo hasta poder hacerse cargo del gobierno de la nave y, por su parte, Gastón ha aprendido un buen número de los vocablos más usuales del idioma oficial de los marcianos, así como su pronunciación y forma de construir.

Lao-Wanga ocupó su puesto, colocándose los auriculares.

-Nos ordenan que tomemos tierra en una llanura que se divisa a diez mil metros, en la misma dirección que seguimos.

-¿Le conviene ese lugar de aterrizaje?

-No. Me interesa llegar hasta uno de los aeródromos que rodean a Martha, nuestra capital.

-Pues identifíquese y pida una escolta. Así ellos estarán más tranquilos.

Obedeció Lao-Wanga y la respuesta no se hizo esperar. Era favorable. Gastón vio cómo la mayoría de las aeronaves que les habían salido al encuentro se retiraban haciendo graciosas maniobras y quedando únicamente dos que casi se pegaron a la cola del cohete.

Gastón disimuló una sonrisa que afloraba a sus labios.

-Bien. Parece que su nombre tiene un efecto mágico. A su lado estaré bien protegido seguramente. ¿Tardaremos mucho en llegar a Martha?

-Al anochecer. Pero tendremos tanta luz, casi como si fuese de día. ¿Le importa?

-Cuanta menos luz haya mejor. Ya sabe que deseó pasar inadvertido. ¿Impone bastante su personalidad aquí, verdad?

-Bastante. Pero no puedo pedir que nos dejen a oscuras. Sospecharían inmediatamente.

-No lo decía por eso. Me ha extrañado lo rápidamente que la han atendido.

-Ya irá conociendo los motivos en cuanto lleve unos días conviviendo con nosotros. Pero hasta ahora no hemos hablado de usted. ¿Qué es? ¿En qué se ocupaba?

-Temo decepcionarla. Mi personalidad en la Tierra era totalmente desconocida. Uno más del ejército de técnicos jóvenes que luchan por abrirse camino, sin relieve alguno y sin potencia económica. Tal vez allí me consideren un ingeniero de porvenir... En estos momentos mi nombre habrá alcanzado popularidad, pero no precisamente por mi valor...

-Le comprendo. Imagino que le dolerá recordar esto y no debe mortificarse vanamente. El paso está dado. Con mi afecto procuraré recompensarle de lo mucho que ha perdido al ayudarme. Aquí podrá abrirse usted camina también...

Gastón sonrió enigmático.

-Eso espero. Y gracias, Lao-Wanga, pero considero tan difícil que llegue a corresponder a los sentimientos que me animan hacia usted...

-¿Quién sabe? Su valiente gesto ha abierto una puerta en mi corazón...

Calló ella como si temiese seguir adelante y Gastón respetó este silencio. Por otra parte, su pensamiento estaba en aquellos momentos bastante alejado de lo que él consideraba una trivialidad. Se avecinaban instantes difíciles que para él serian de prueba. De ellos dependía que la misión que se había trazado tuviese éxito o que, por el contrario, se viniese estrepitosamente abajo.

Gastón salió de su ensimismamiento al notar que el cohete descendía. Dirigió su mirada al altímetro y pudo observar que volaban escasamente a tres mil pies de altura.

Pudo en él la curiosidad más que la prudencia y se pegó a una de las ventanillas tratando de estudiar el paisaje. Las impresiones que recibiera las muchas veces que lo había observado a través de los potentes telescopios del observatorio, se vieron confirmadas ahora en su mayoría.

Lo que tenía ante la vista era una superficie casi llana y los relieves que se observaban en ella eran poco acusados. Se veían grandes extensiones cubiertas de una masa rojiza y ondulante y exiguas corrientes de agua perfectamente canalizadas. En las cercanías del agua se veían masas de verde, pero menores que las rojas y menos abundantes. Pero dominaba la impresión dé aridez, de pobreza en suma.

-Encuentra a nuestro planeta envejecido, ¿verdad? La voz de Lao-Wanga sacó a Gastón de su abstracción.

-Sí. Viejo, pero no tanto como imaginaba.

-Está muy empobrecido. Ello nos ha obligado a salir de él. Razones de supervivencia. Nuestro gusto sería muy otro.

-¿Es usted sincera ahora, Lao-Wanga?

-Lo soy y otros piensan como yo, muchos, aunque tal vez sean mayoría los que quieren resolver la cuestión por medio de la agresión.

-Ra-Tsung I, entre ellos, ¿no es cierto?

-Sí -concedió Lao-Wanga con evidente mala gana.

-¿Que le dirá al Tirano, si no es indiscreción preguntarlo?

Lao-Wanga permaneció callada, con la mirada perdida ante sí.

El crepúsculo vespertino se iniciaba y al descender más el cohete comprendió Gastón que se acercaban al término de su viaje. Se levantó de su asiento e hizo una indicación a Lao-Wanga para que le cediera los mandos del aparato.

-Estamos llegando, ¿no es eso?

-Sí.

-Déme los mandos. No va a ser fácil el posar sobre la superficie con este endemoniado artefacto.

-Déjeme a mi, Gastón. Estoy más familiarizada de lo que usted imagina con estas cosas y conozco algo con lo que usted no cuenta en este momento: la gravedad de nuestro planeta, que es bastante menor que la de la Tierra.

-Es cierto -concedió Gastón de mala gana. En aquel momento algo llamó poderosamente la atención de Gastón. Unos seres indefinibles que adelantaron al avión y que volaban en pequeños grupos.

-¿Qué tipo de pájaro es ése?

-No son precisamente pájaros. Ya los verá mejor y además le hablaré de ellos. Pero observe que van armados.

Un nuevo grupo de pájaros quedaba atrás, si bien por la velocidad del cohete, no pudo Gastón distinguir bien las formas, aunque pudo darse cuenta de que eran portadores de unos objetos brillantes, pulidos...

-Le aguardan bastantes sorpresas, Gastón -observó ésta con enigmática sonrisa.

Las luces del aeropuerto se columbraron, a lo lejos y en el aparato comenzaron a oírse las instrucciones para el aterrizaje.

Lao-Wanga, pendiente de la maniobra no volvió a dirigir la palabra a Gastón y éste, acurrucándose en el rincón más oscuro de la cabina se dispuso a observar.

La nave entró dentro del área de potentes reflectores y Gastón se apresuró a colocarse los guantes y una especie de casco flexible de un material semejante al del ceñido traje. Las funciones de ojos, oídos, boca y nariz quedaban aseguradas por unos dispositivos de material rígido y oscuro, pero transparente y que disfrutaba de las mismas características de invisibilidad que el resto del traje.

Entraron en zona profusamente iluminada y a poco el cohete tomaba contacto con la superficie, pero no de la forma brusca que Gastón imaginaba, sino suavemente.

Gastón no pudo menos de elogiar la pericia de su compañera de viaje.

-Bravo, Lao-Wanga. Ha sido perfecto.

-Gracias, pero silencio. Como verá, aunque he desobedecido en parte las órdenes recibidas, he conseguido salirme de la zona luminosa, pero ¿cómo va a llegar hasta mi casa?

-No se preocupe. Piense que en todo momento me tendrá cerca. Y ahora no le extrañe si me difumino y deja de verme.

Gastón había apagado unas determinadas lámparas de «luz negra», dejando únicamente las de luz normal y Lao-Wanga no pudo menos de experimentar un ligero sobresalto. Desde aquel momento perdía el dominio que creía tener sobre el ser que ella misma había traído a Marte por considerar que allí sería un desvalido.

Aún percibió la voz de Gastón en la que se podía adivinar un punto de ironía.

-Supongo que esto no le habrá resultado demasiado sorprendente porque creo haberle hablado de ello, ¿no es eso? Hasta pronto, Lao-Wanga.

Manipuló Gastón los dispositivos que abrían la cabina y cogiéndose a los bordes de la abertura con ambas manos hizo una poderosa flexión y saltó ágilmente al exterior del techo del cohete. Ya era tiempo. Un nutrido grupo de marcianos se acercaban corriendo al aparato, hablando animadamente, gesticulando...

Un potente reflector enfocó al cohete y Gastón se deslizó hacia la parte contraria del aparato, procurando verse rodeado de la mayor cantidad de sombra. Desde donde se había situado podía ver, sin exponerse a ser descubierto, y podría seguir a Lao-Wanga en el momento conveniente.

La linda cabeza de la marciana emergió por la portezuela. Contra lo que Gastón esperaba, era el suyo un gesto grave, serio.

Del grupo que había acudido a esperarla se destacó uno de los componentes, ligeramente más alto que sus compañeros, pero también más delgado. Llevaba la cabeza totalmente rapada y su rostro tenía un tinte marfileño que resultaba poco atractivo y que añadido a la inexpresividad del mismo le hacía aparecer antipático y hasta un tanto repulsivo.

Con voz que carecía casi totalmente de inflexiones se dirigió a la recién llegada, a la que hizo una ligera cortesía con el ademán.

-El Magnífico Tirano Ra-Tsung I me ha conferido el honor de venir a recibirte y a comunicarte que desea verte inmediatamente.

CAPÍTULO V

EL TIRANO RA-TSUNG I 

Lao-Wanga rechazó la ayuda que le ofrecía el recién llegado, descendiendo del cohete por sus propios medios.

Desde su punto de observación pudo darse cuenta Gastón de que los marcianos recibían a Lao-Wanga con bastante frialdad, en particular el que había hablado en nombre del Tirano. La marciana habló secamente también, mostrando cierta hostilidad a los que habían acudido a recibirla.

-Vamos, Woonga. Después de tan largo viaje hubiese preferido ir a descansar un rato, pero si el Tirano ordena, Lao-Wanga obedece.

Gastón se aproximó al grupo que formaba la joven y los marcianos. Formando grupo en un segundo término había observado a unos seres de aspecto bastante diferente a los primeros y sintió curiosidad por estudiarlos de cerca. Así como los primeros eran de mediana estatura, estos otros seres rebasaban todos el metro setenta y cinco; diferenciábanse también de aquéllos en el color de la piel. Eran los primeros de una blancura un tanto marfileña, mientras los segundos eran morenos, con reflejos entre cobrizos y verdosos. Vestían los primeros ceñidas vestiduras similares a las de Lao-Wanga, del mismo tejido y que les defendían todo el cuerpo. Los segundos llevaban el busto defendido por una especie de ceñida cota de metálicas escamas y el vientre y hasta menos de medio muslo iban cubiertos por una especie de faldilla de cuero. Usaban una especie de bragas de recio tejido en vez de pantalones y sus piernas, finas y nervudas, quedaban totalmente al descubierto. Calzaban toscas sandalias de cuero, cubiertas de escamas metálicas e iban armados de largas lanzas y de sendos pistolones, semejantes al de Lao-Wanga, pero de mayor tamaño.

Pero no fue esto lo que más sorprendió a Gastón, sino el vivo contraste que formaban las expresiones de una y otra raza, pues estaba bien patente que se trataba de dos razas de características totalmente diferentes.

Mientras el primer grupo de marcianos poseían facciones finas, frentes despejadas y ojos expresivos que denotaban inteligencia, los seres que habían llamado tan poderosamente la atención de Gastón eran dueños de unas testas de expresión semisalvaje, de frentes comprimidas, cabellos crespos y ojillos pequeños y de maligno mirar. Su idioma, si de tal podía calificarse a la forma que usaban entre sí para entenderse, estaba compuesto de monosílabos, en su mayor parte, guturales.

¿Cómo puede haber tal diferencia entre unos y otros? Entonces recordó las palabras de Lao-Wanga cuando se refirió a las legiones traídas del planeta Venus. ¿Se trataría de estos seres? Seguramente, pues tenían todas las características que Gastón conocía del hombre primitivo. Y respondían al concepto que de Venus se había forjado. Planeta en una de las últimas fases de su formación y en el que, en determinadas zonas, podía existir el hombre, aunque en condiciones de vida durísimas para el concepto que de ella tenían los civilizados.

Pero la atenea en de Gastón fue atraída ahora por los marcianos que rodeaban a Lao-Wanga, examinando en actitud crítica al «Star-3» y pronunciando a costa de él jocosas frases de burla.

Gracias a las lecciones recibidas de Lao-Wanga, Gastón conocía el idioma marciano lo suficiente para comprender la mayoría de las pullas que sugería el cohete y su indignación iba en aumento.

Woonga, «el Antipático», como mentalmente lo había apodado Gastón, se mostró más incisivo que los demás y el joven terrícola no pudo ni quiso aguantarse ya. Amparado en la impunidad que le daba su traje, avanzó unos pasos hasta quedar frente a Woonga y le disparó su puño derecho con precisión y fuerza demoledoras. Gastón no era un buen pugilista, pero había puesto en el golpe todo su coraje y «el Antipático» salió proyectado de espaldas, dando la sensación de que le arrancaban la cabeza del tronco. El mismo Gastón, no acostumbrado a las condiciones de Marte, al encontrar menos resistencia de la esperada, se fue tras su puño y a punto estuvo de dar con su cuerpo en el piso.

El cuerpo de Woonga fue casi dos metros por el aire, hasta chocar contra otro de sus compañeros que, incapaz de resistir el impacto, cayó con él a tierra, evitándole que el golpe fuese más duro.

Los marcianos se miraron unos a otros, sorprendidos. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había podido producirse aquello? La única que hubiese podido dar una explicación era Lao-Wanga y estaba demasiado interesada en ello para hacerlo.

Woonga había quedado sin sentido y prontamente dos de los hombres de la escolta se abrieron paso entre los marcianos y cogiendo el desmayado cuerpo se lo llevaron corriendo en dirección de una de las edificaciones que se veían en el extremo del aeropuerto, no lejos del lugar en que el cohete había posado. De la boca del marciano salía sangre en abundancia, así como de una herida que se le había producido en el lugar donde había recibido el golpe y su aspecto era alarmante.

Los compañeros del golpeado marciano le siguieron hacia el puesto de socorro y Lao-Wanga quedó unos instantes sola. Cerca de ella oyó como Gastón se movía y apercibió su sombra en actitud un tanto belicosa.

-Por favor, Gastón. No haga estas barbaridades o estamos perdidos.

-Lo siento, Lao-Wanga, pero me han irritado sus burlas. Además, me ha desagradado cómo la han recibido. En particular, Woonga. Y cuídese de él. Ese hombre es su enemigo.

-Ya lo sé, pero debo actuar con bastante cautela.

El diálogo quedó interrumpido, pues dos de los marcianos que se habían ido detrás de Woonga volvieron junto a Lao-Wanga.

-Perdona si te hemos dejado sola, Lao-Wanga. Creímos que nos seguías.

-Estoy demasiado cansada para correr detrás de nadie y si estoy dispuesta a ir ahora mismo ante Ra-Tsung, sin pensar en mi cansancio, es porque él lo ordena.

-Nos alegramos de que hayas vuelto, Lao-Wanga. Por aquí no corren muy buenos aires para nosotros. ¿Y Gaustrak, por qué no ha vuelto?

-Gaustrak ha quedado prisionero en la Tierra y posiblemente lo habrán ejecutado a estas horas... fue un poco imprudente y lo malo es que estuvo a punto de arrastrarme a mí.

-Algo de eso sabíamos ya y es posible de que te acusen a ti de ser la responsable de su muerte. Woonga está furioso y ha conseguido influir en el ánimo de Ra-Tsung en contra tuya.

-No temáis. Ra-Tsung...

Iba a continuar Lao-Wanga, pero la seguridad de que Gastón les estaría escuchando le hizo contenerse.

-Bien, amigos. Ya hablaremos más tarde. Ahora quisiera que me acompañaseis hasta el coche. Creo que me empiezan a faltar las fuerzas.

Varios de los seres primitivos que daban escolta al grupo de marcianos habían vuelto y se habían puesto a disposición de Lao-Wanga, flanqueando el grupo que formaban ésta con los marcianos y poniéndose en marcha.

Gastón se había percatado de que aquellos seres primitivos miraban a sus dominadores como semidioses y que los defenderían hasta derramar por ellos la última gota de su sangre. Estaba seguro de que no tenían mucha más inteligencia que los perros y que si alguna ventaja les llevaban a estos era la forma de caminar y aquel reducido número de monosílabos que constituían su idioma.

Púsose en marcha el grupo y Gastón tras ellos. No se habían alejado unos metros del cohete cuando unos cuantos hombres de Venus, tipos primitivos como los otros, pero sin su belicoso atuendo, llegaron hasta el cohete y haciéndose cargo de él lo obligaron a deslizarse por la misma pista en que había aterrizado hasta llegar a un extremo de ella en donde, valiéndose de un pequeño tractor, lo sacaron conduciéndolo a un hangar próximo.

Pero a Gastón, como ya Lao-Wanga le había advertido, le estaban reservadas otras sorpresas aún. Hallábase cerca del automóvil que aguardaba a Lao-Wanga cuando sintió un fuerte batir de alas sobre su cabeza. Sin tiempo casi para levantar la vista se vio rodeado de un grupo de aquellos seres indefinibles que había visto en pleno vuelo y que tanto habían llamado su atención. Ahora los podía examinar a su antojo y en verdad que valía la pena. Tan cerca se habían posado que Gastón hubo de dar un salto para evitar el encontronazo con uno de ellos.

Lo que veía ahora no tenía más que una ligera semejanza con la criatura humana y sin embargo, se adivinaba que era un primitivísimo eslabón en la cadena. Lo primero que llamó la atención de Gastón en estos seres fue el color: amarillos en la cara y parte anterior del cuello y cuerpo y verdes en el resto, pero con un verdor brillante, atractivo.

Andaban sobre dos patas cortas y de pies grandes y palmeados, pero lo más extraordinario eran sus alas, de gran envergadura y que llevándolas plegadas casi les arrastraban al andar. Al extremo de estas alas se veían las manos, unas manos medio atrofiadas aún y también palmeadas como los pies. La parte verdosa de la piel se adivinaba cubierta de finas escamas y en las alas, fuertes y membranosas, se veía un plumón fino, pequeño y de brillante colorido.

La cabeza, como todo lo de este extraordinario ser, era también extraña. Los ojos eran grandes y saltones y despedían un extraño brillo, pero en vez de dos tenían tres, uno a cada lado de la cara y otro en el centro de la cabeza. Las orejas eran recortadas, pequeñísimas y colocadas detrás de los ojos laterales y su boca y nariz recordaban a la del lagarto.

Estos seres tenían también su lenguaje onomatopéyico, iban totalmente desnudos y armados de fusiles cortos que en aquellas manos debían resultar temibles.

Pero Gastón tenía que estar pendiente de los movimientos de Lao-Wanga y no podía detenerse a contemplarlos como hubiera sido su gusto. Tiempo tendría en los días venideros.

Lao Wanga subió en uno de los automóviles que aguardaban. Uno de sus amigos iba a subir en el mismo, pero ella le contuvo.

-Lo siento, amigo mío, pero prefiero ir sola. No me extrañaría que en este automóvil, como ocurre en otros, hubiese oculta una cinta magnetofónica dispuesta a impresionar nuestra conversación. Si quiero que Ra-Tsung o alguno de sus amigos se enteren de mis cosas, quiero que sea porque yo se las digo. No me agrada ser sorprendida.

Lao-Wanga se expresaba en alta voz y Gastón comprendió que aquellas palabras iban dirigidas a él. Eran una advertencia para que se mantuviese callado durante todo el trayecto en el automóvil.

Subió Lao-Wanga en su automóvil ocupando uno de los dos asientos y a poco notó que el pesado cuerpo de Gastón se había dejado caer sobre el otro, a su lado. Le estrechó la mano para convencerse de su presencia y dio la orden de partida. 

*     *     * 

Lao-Wanga hubiese deseado que Gastón no le acompañase a su entrevista con Ra-Tsung, pero comprendió que nada podía hacer por evitarlo. Hubiese sido inútil tratar de convencerlo para que se abstuviese en seguirla, así es que se resignó y se prometió a sí misma ser cauta en el hablar.

Gastón, siguiendo siempre de cerca a Lao-Wanga, atravesó toda una serie de lujosas estancias y atravesó ante un número increíble de guardias y centinelas que se inclinaban respetuosamente al paso de la muchacha. Llegaron finalmente ante una puerta cerrada y la cual estaba disimulada por espesos cortinajes. Ante la puerta había dos atléticos hombres de Venus arma al brazo, y un marciano cuyo aspecto, muy semejante al de Woonga, no predisponía en su favor.

Al ver llegar a Lao-Wanga se adelantó a recibirla.

- ¡Mis ojos son dichosos al volverte a ver, Lao-Wanga!

-Gracias, Dao-Tsing. Sé que cuento con tu devoción y también yo me siento feliz al verte. ¿Cómo se encuentra el Magnífico Ra-Tsung?

-Ansioso por verte. Desea conocer las noticias que le traes de la Tierra. En seguida le anuncio tu visita.

Pulsó Dao-Tsing un timbre y en respuesta a él se oyó una voz de timbre metálico:

-¿Qué ocurre ahora?

-Magnífico Tirano. La Serenísima Lao-Wanga ha llegado y espera ser recibida.

No se oyó voz alguna en respuesta, pero, en cambio, los cortinajes se apartaron por sí solos y las puertas corredizas que se oponían al paso sé abrieron lentamente, dejando la ranura justa para que pudiese pasar un cuerpo.

Gastón estaba preparado para cualquier sorpresa y así, apenas vio que la puerta se entreabría, se introdujo por ella sin aguardar a que lo hiciese Lao-Wanga que pasó inmediatamente detrás de él.

Para disimular su sombra a los ojos del Tirano, el hombre de la Tierra se colocó inmediatamente detrás de Lao-Wanga y avanzó con ella cuando Ra-Tsung I dio orden de que se acercara.

En Magnífico Tirano Ra-Tsung I aparecía sentado detrás de una mesa grande, de sencillas líneas, al igual de los pocos muebles que se veían en la amplia sala. Al avanzar Lao-Wanga hacia él, el soberano se levantó de su asiento y salió a recibirla sonriendo simpáticamente.

Gastón, al verlo de pie, no tuvo más remedio que reconocer que era el más arrogante de los marcianos que hasta el momento había visto y pese a la predisposición que contra él sentía, se sintió subyugado por la prestancia y simpatía que emanaba del Tirano de Marte.

-Bienvenida, querida. Confieso que no esperaba verte tan pronto.

La voz del Tirano, al hablar así, sonaba a fría, como en negación del significado de las palabras. Sin más ceremonias tomó a Lao-Wanga entre sus brazos y la estrechó en ellos a tiempo que la besaba, aunque de forma un tanto superficial, en la boca.

Gastón sintió la punzadura de los celos y estaba dispuesto a repetir el tratamiento que había dado a Woonga cuando un último llamamiento de la razón le contuvo.

¿Qué tenía él que ver con Lao-Wanga para que aquello le molestara? ¿Y qué derecho tenía por una cuestión de sentimientos personales a poner en peligro su misión en Marte?

En su ayuda vino además la actitud de Lao-Wanga que, como si comprendiese el malestar que afligía a su amigo Gastón, se apresuró a deshacer el abrazo del Tirano.

-Tampoco esperaba yo que mi regreso tuviese que ser tan rápido. La suerte no me ha acompañado -respondió Lao-Wanga tranquilamente-. Lo siento.

La actitud de Ra-Tsung cambió repentinamente, sacando a la superficie la faceta tal vez más acusada de su compleja personalidad.

-¡Lo siento! ¡Lo siento! ¿Es eso todo lo que se te ocurre decir? -respondió con expresión mordaz y voz destemplada. Y añadió:

-No has tenido suerte. ¡Magnífica disculpa! Sirve muy bien para paliar el fracaso. ¿Por qué no confiesas que has tenido miedo? ¿Por qué no dices que te ha faltado capacidad? ¡Parece increíble que esos seres primitivos, a medio civilizar, te hayan hecho abandonar tu misión sin intentar comenzarla siquiera! ¡Vergonzoso fracaso, Lao-Wanga! Pero tú sabes perfectamente cómo se pagan en Marte los fracasos, ¿no es eso?

Gastón estaba furioso al escuchar a Ra-Tsung, tal que si las demoledoras palabras fuesen dirigidas a él y hubo de hacer un sobrehumano esfuerzo para contenerse y no atacarle como había hecho con Woonga.

Pero Lao-Wanga permanecía tranquila y respondió con extrema serenidad cuando el Tirano hubo terminado.

-Naturalmente que lo sé. Y también sé que los que me deben juzgar han de demostrar antes que son capaces de hacer aquello en que yo he fracasado. Así es que ya puedes enviar a los que han de ser mis jueces, a la Tierra, a menos que aguardes el hipotético regreso de Gaustrak.

-¡Gaustrak! ¿No te avergüenza pronunciar su nombre? ¿Pronunciar el nombre del compañero que has dejado abandonado en tu cobarde huida?

-Te equivocas, Ra-Tsung. No me da vergüenza alguna hablar de Gaustrak y me agradaría tenerlo presente para echarle en cara su ineptitud y su cobardía. Pero de eso no tiene él la culpa, sino los que le enviaron, porque no tenían confianza en mí o porque me tenían envidia. Llama a tu fiel Woonga y díselo de mi parte. Gaustrak fue descubierto por impaciente y a causa de él me descubrieron también a mí. Yo pude escapar sin ser vista, pero él fue tan débil que dio mis señas personales hasta el punto de que a las pocas horas mi rostro era más conocido en la Tierra que en el propio Marte. Gaustrak ha hecho imposible mi permanencia en la Tierra y por eso he tenido que regresar. Mi sacrificio, de quedarme allí sola, hubiese sido totalmente estéril.

El Tirano cambió de actitud radicalmente, mostrando sus excepcionales dotes de comediante.

-¡Ah! Eso es otra cosa. De eso no me habían informado.

Paseó nerviosamente Ra-Tsung unos instantes y a poco se detenía ante un micrófono situado sobre su mesa de trabajo.

-¡Que venga Woonga inmediatamente! -ordenó.

Lao-Wanga sonrió irónicamente.

-Dudo mucho que pueda venir. Ha sufrido un inexplicable y grave accidente en mis mismas narices.

-Es cierto. No recordaba que me lo habían anunciado desde el campo. Bien. Siéntate y háblame de la Tierra. Algo de interés habrás visto. Nuestros técnicos están estudiando los documentos y planos sacados de allí y parece que no están tan atrasados como suponíamos. Según los últimos informes sacados de sus emisoras, poseen el «fadar», con el cual pueden inutilizar los efectos de nuestras ondas ultrasónicas. La invasión es más difícil de lo que imaginé en un principio, pero no imposible. He mandado construir rápidamente una isla flotante que situaré a una distancia conveniente de la Tierra. Allí concentraré un buen número de legiones de Venus. En ella tendrán nuestras aeronaves su estación de aprovisionamiento sin necesidad de que tengan que venir hasta aquí. Podremos machacar los puntos vitales de la Tierra sin que sepan siquiera de donde les viene el mal. Claro que esto exige algún tiempo, pero triunfaré. Extenderé hasta allí mi Imperio.

Lao-Wanga escuchaba con cierto desasosiego. Gastón estaba escuchando los proyectos del Tirano y esto no lo quería ella. Ra-Tsung se dio cuenta del malestar que dominaba a la muchacha, pero lo achacó a otras causas y añadió sonriendo, volviendo a su rostro la expresión jovial y simpática que tanto atractivo le prestaba.

-Ya sé que tú no eres partidaria de la violencia, pero no hay más remedio. Ellos no nos darán de buen grado lo que necesitamos y, por lo tanto, debo tomarlo por la fuerza. Traer mercancías de Venus resulta demasiado costoso por la distancia. Sólo la Tierra puede evitar nuestro colapso final. Te confieso que estamos casi agotados...

Lao-Wanga se revolvió inquieta en su asiento:

-Podríamos establecer unas relaciones pacíficas o intercambiar con ellos los productos que a nosotros nos sobran y que a ellos les interesan, a cambio de lo que a nosotros nos hace falta...

Pero Ra-Tsung la interrumpió con su sonrisa cruel, de una crueldad infinita:

-¿Y por qué he de comprar lo que puedo adquirir gratuitamente? Sería absurdo. Además, necesito más espacio vital. Me ahogo dentro de este reducido y mortecino planeta. La Providencia ha puesto en mis manos fuerzas de gigante para que las aproveche. No hacerlo sería traicionarla...

Y el Tirano dejó su mirada perdida en el espacio como si quisiese abarcar desde allí con ella la serie de mundos que necesitaba para saciar su inextinguible ambición.

Lao-Wanga se levantó de su asiento y lo contempló compasivamente.

-Tienes malos consejeros, Ra-Tsung y ellos te conducirán a la perdición. Tú antes no eras así.

-Ra-Tsung antes estaba dormido -replicó el Tirano-. Pero ahora, nada ni nadie lo podrá frenar. ¡Paso al Magnífico Tirano Ra-Tsung I, Señor del Universo!

A punto, estuvo Gastón de explotar en estentórea carcajada, pero supo contenerse a tiempo. La megalomanía de aquel ser podía, si él no lo evitaba, conducir a la catástrofe a una gran cantidad de seres de los tres planetas. No era cosa de reírse...

Lao-Wanga, molesta por la actitud de Ra-Tsung, inquieta por la presencia de Gastón, pidió permiso para retirarse:

-Te ruego que me dispenses, Magnífico Tirano, y que me autorices para retirarme. Estoy rendida.

-Ve, amiga mía. Mañana te aguardo y podremos hablar con más calma de nuestra futura...

Tornó Ra-Taung a abrazar y a besar a Lao-Wanga, pero con más calor que lo hiciera al recibirla y se despidió de ella. A un mandato de su voz, la puerta se abrió como antes y Gastón se apresuró a salir precediendo a Lao-Wanga.

CAPÍTULO VI

ESPÍA EN ACCIÓN 

Lao-Wanga, apenas llegados a su casa, alargó una silla a Gastón Loos, invitándole a sentarse.

-Quiero que hablemos un poco, aunque imagino que estará tan cansado como yo. ¿Sabe usted, Gastón, lo que se hace en Marte con los espías?

El joven, que se había quitado el casco, contempló a Lao-Wanga con ojos inquisitivos, tratando de adivinar lo que se ocultaba detrás de aquella pregunta tan bruscamente hecha.

-Lo ignoro, aunque imagino que los ejecutarán.

-No. Se les destierra a Venus que es cien veces peor. La atmósfera allí está saturada de humedad de inmensas cantidades de gas carbónico. El clima es malsano, como la región peor de la Tierra no puede darle idea, y sus tempestades son tan terribles que las que ustedes conocen en la Tierra resultan un juego de niños comparadas con aquéllas. Las condiciones de vida allí son durísimas y sólo naturalezas privilegiadas son capaces de resistirlas.

-Lo conozco eso. Los niños de nuestras escuelas también lo saben y no les preocupa lo más mínimo. ¿Puedo saber por qué me dice todo eso?

-Estoy agradecida a los favores que he recibido de usted, pero no quiero que el precio de ellos sea el espionaje en Marte a favor de la Tierra. Esta noche nos ha sometido a Ra-Tsung y a mí a ese espionaje y no quiero que esto continúe.

-No le he espiado, Lao-Wanga. Tenía curiosidad por conocer al Magnífico Tirano y he aprovechado la ocasión. Eso es todo. Además, estaba intranquilo por la suerte que usted pudiera correr. Le confieso que ha habido momento que su Magnífico Ra-Tsung ha estado a punto de recibir una corrección más seria que la que he propinado a Woonga. Mal puede considerar mi comportamiento como espionaje cuando usted sabía que yo estaba allí.

-Yo sí lo sabía, pero Ra-Tsung lo ignoraba y yo no se lo podía decir. De todas formas, le advierto lealmente, pues en caso de espionaje seríamos implacables con usted.

-No he pensado en espiarles, Lao-Wanga, pero he de hablarle con sinceridad. Quería conocer a Ra-Tsung y sus propósitos. No me agradan ni el uno ni los otros. Ese hombre padece manía de grandezas y por ellas arrastrará a la desgracia y la muerte a millones de seres inocentes si ustedes no son capaces de frenarle. Conociéndola a usted y su forma de pensar, no me explico cómo se prestó a servir de espía en la Tierra.

-Tal vez usted no me crea, pero quería evitar de alguna forma la matanza, la violencia. No me importa que los marcianos lleguen a dominar la Tierra si este dominio se consigue de forma incruenta, si bien preferiría otra solución más en armonía con mis sentimientos y tal vez de haber continuado en la Tierra la hubiese encontrado. Fui yo allí personalmente para evitar que otros precipitasen la violencia. Por eso Woonga, que es contrario a mis puntos de vista y enemigo personal mío, logró meterme a Gaustrak en la expedición. Yo quería asustar un poco a Ra-Tsung, pero ya lo ha visto usted. Dudo de poder conseguir algo. Pero esto no quiere decir que tolere aquí su espionaje. 

*     *     *

Gastón se despertó con la sensación de que había dormido demasiado tiempo. Sentía pesadez en la cabeza y náuseas en el estómago. No obstante ello, consiguió incorporarse.

La primera sorpresa del día fue ver a Lao-Wanga sentada a escasa distancia de él, cerca de la cabecera.

-¿Está usted ahí?

-Sí. Le observaba cómo dormía. Esas molestias que usted siente le desaparecerán tan pronto se adapte a nuestro medio y esto lo conseguirá en pocos días. Para ayudarse, tómese estos comprimidos.

Gastón tomó un estuche que la marciana le alargaba y tendió la vista en derredor buscando su traje.

-¿Busca su traje? No se canse. Se lo he quitado yo. Es una garantía para mí. Resultaba peligroso para nuestra seguridad que usted continuase en posesión de él.

Gastón encajó el golpe sin pestañear.

-Lo comprendo perfectamente. Yo hubiese hecho lo mismo. También es una tranquilidad para mí el que me lo haya quitado. Así no sospechará de mí...

-Exacto. Celebro que tenga usted esa claridad de juicio.

-Pero ahora seré una especie de prisionero suyo. No me podré arriesgar.

-No lo crea. Hoy mismo tendrá usted una documentación y otro traje y quedará convertido en un marciano más. Deberá usted perfeccionar su lenguaje y hasta tanto, se puede fingir sordomudo. En Marte también los tenemos y no extrañará. Puede usted pasar por un pariente lejano mío.

-Sí. Algo de lo que yo imaginé para usted en la Tierra.

-Eso mismo. Y usted disfrutará de toda libertad. Podrá ir y venir por dónde quiera y cuando se canse de estar ocioso le buscaremos alguna ocupación...

Gastón permaneció silencioso unos instantes. La marciana adivinó que deseaba hacerle una pregunta y lo animó, ansiosa de borrar la mala impresión que en el muchacho hubiese podido acusar su actitud.

-¿Qué desea saber, Gastón?

-¿Es protocolario que el Magnífico Tirano abrace y bese a sus visitas femeninas o es usted un caso particular?

En los ojos de Lao-Wanga lucieron unas traviesas chispas de luz y sonrió picarescamente.

-Ya le dije que le aguardaban bastantes sorpresas en Marte y me figuro que ésta es una de ellas. Ra-Tsung I, es mi prometido.

Gastón sintió la misma sensación desagradable que había experimentado el día anterior al verla a ella en brazos del Tirano, sensación que no trató de disimular a los ojos de ella.

-Verdaderamente ha sido una sorpresa. Ahora siento haber frenado el impulso que tuve de ¡haberle estropeado las narices cuando vi que la besaba.

-Es usted demasiado impulsivo, Gastón, y celebro haberle retirado el traje -repuso halagada-. Así no tendrá ocasión de desfigurármelo.

-Me imagino que no será fácil llegar hasta él, pero no esté tan segura. Pero ¿piensa tenerme todo el día en la cama?

-No. Ahora entrarán mis esclavas con su traje y su desayuno. No se asombre. Son seres un tanto primitivos, pero sencillos y cariñosos. Y además, hermosas, muy ¡hermosas... Son importadas de Venus... 

*     *     * 

Gastón, enfundado en su ceñido traje, se aventuró a salir a la calle, recorriendo los lugares públicos, en particular museos y salas de conferencias donde poder ir instruyéndose en los usos y costumbres del planeta. Otro de los lugares preferidos fueron las bibliotecas, convirtiéndose en asiduo lector de las mismas. Primero, tímidamente; después, con mayor desenvoltura fue expresándose en el idioma de los marcianos, estrechando sus relaciones con ellos, consiguiendo superficiales amistades.

Notó que su estatura, que se salía de lo vulgar, llamaba la atención, pero pronto se acostumbraron a verle y nadie le preguntó quién era ni de dónde había venido. En ocasiones salía de casa sin objeto, únicamente con el fin de acostumbrar a Lao-Wanga a sus salidas. Necesitaba desterrar del ánimo de ella las sospechas que pudieran haber concebido.

Se dio cuenta de que su apostura despertaba bastante interés entre las hermosas marcianas y fue relacionándose entre ellas, pero seleccionando a las empleadas de Ministerios u otras entidades oficiales que pudiesen suministrarle datos de los que tanto necesitaba.

Pocos días le bastaron para irse situando, tendiendo de una manera hábil sus sutiles redes.

Después de conocer los propósitos de Ra-Tsung, sentía verdadera fiebre por ir consiguiendo resultados positivos que alejasen el peligro y para ello no se daba punto de reposo. Celebró la idea de hacer creer a los marcianos que poseían en la Tierra medios para anular sus ondas ultrasónicas. Esto retrasaba los proyectos de ataque y le estaba permitiendo ganar el tiempo que necesitaba para que su labor fuese fructífera y para que en la Tierra se preparasen.

Llegó a conocer las costumbres de Lao-Wanga, las horas que faltaba usualmente de casa. Necesitaba contar con la noche para entrar en contacto con el profesor Alex Ray.

De la Tierra había traído un pequeño aparato emisor de ultracorta de extraordinaria potencia. Pero necesitaba de una potente instalación suplementaria de la que él carecía y que, por lo costosa y voluminosa, le resultaba imposible de adquirir.

Era el primer problema que tenía planteado y que debía resolver.

En las afueras de Martha existía una potente emisora oficial que le podía servir a sus fines, pero su utilización ofrecía grandes dificultades. La entrada a la instalación, sin estar prohibida de una forma rigurosa, no era libre y su presencia en ella, sin un motivo que la justificase no podía menos de llamar la atención. Recordó que entre sus amistades femeninas existía una que era empleada de la emisora... Adquirió un pequeño obsequio para ella y fue a visitarla.

. -¡La-Gotán! -exclamó alegremente la muchacha el divisar al amigo-. Confieso que no esperaba verle.

-¿Sorprendida, pues?

-Mucho. ¿Necesita algo de mí?

-Su compañía. ¡Estoy tan solo! He venido a recogerla para que me acompañe a cualquier sitio. Con tal de estar a su lado soy capaz hasta de asistir a una conferencia...

-¡No sea frívolo! -amenazó la muchacha son riendo picarescamente-. Lo destinarían a Venus y creo que aquello es horrible.

-¿Lo sentiría usted si me castigasen y me enviasen allá?

-No sea indiscreto, La-Gotán. No me alegra el mal de nadie.

-Bueno. Eso ya es algo. ¿Vamos?

-¡Eso es imposible! -exclamó la muchacha con expresión desolada-. No saldré de este horrible lugar hasta dentro de dos horas.

-¡Cuidado, amiga mía! Si la oyen la enviarían a Venus. En ese caso me iría con usted y convertiríamos aquello en un edén.

-Es usted un adulador y siento verdaderamente no poder acompañarle. ¡Hubiese sido delicioso!

-¿De verdad lo siente, Isa-Dima? En ese caso puedo aguardarla. Dos horas cerca de usted deben pasar rápidamente.

-Gracias, La-Gotán. Algunos ratos podré hacerle compañía, pero también tendrá que pasarse algunos completamente solo.

-No le preocupe...

-Vamos, pues. Ahora estoy libre y podré mostrarle algunas cosas. Estas instalaciones siempre son interesantes de ver.

-Para mí, en grado sumo -repuso el joven con acento de profunda convicción-. Creo que sería un placer poder trabajar aquí, tenerla siempre cerca.

-¿Lo haría por mí o por la instalación? -interrogó ella anhelante, deteniéndose junto a Gastón.

-Lo haría por las dos, Isa-Dima, pero preferentemente por usted -murmuró Gastón apasionado.

La tenía cerca y no quiso resistir a la tentación. La atrajo hacia sí, mirándola apasionadamente a los ojos y la besó largamente. Ella no intentó resistirse y cuando él terminó la caricia le miró fijamente a los ojos, con expresión soñadora.

-Creo que eres diferente a los demás, La-Gotán, y que debe ser una felicidad vivir a tu lado.

Y la bella marciana echó a andar, señalando el camino e introduciendo a Gastón en la parte de la instalación reservada al personal. El joven sintió la punzada del remordimiento por lo indigno de su conducta, pero reaccionó pensando en el desastre que se avecinaba para los habitantes de la Tierra si él no era capaz de evitarlo y pensó que en la guerra todas las armas son buenas. Tranquilo ya, se dispuso a abrir bien los ojos.

-Y ahora, querido, tengo que dejarte solo un buen rato -habló ella cuando hubo terminado de enseñarle cuanto consideró de interés-. Es cuestión de una media hora y tal vez entonces podamos irnos ya.

-Ve tranquila. Te aguardaré aquí.

Pero apenas Gastón se hubo quedado solo, consultó su reloj y se dispuso a actuar.

-En media hora tengo tiempo sobrado para instalar esto.

Su labor en aquellos momentos debía ser arriesgadísima forzosamente, exponiéndose a ser visto en cualquier momento por alguno de los empleados que circulaban por las diferentes dependencias, pero, debía llevarla a cabo, por lo menos en su primera parte. Resuelto a ello se asomó a la puerta del departamento en que se hallaba esperando, asegurándose de que no venía nadie a él. Durante el recorrido que hiciera en compañía de Isa-Dima, había escogido mentalmente el lugar donde debía instalar su aparato y ahora emprendió sigiloso el camino en dirección a él.

Para llegar a su destino tenía que pasar forzosamente por un lugar en que un empleado trabajaba pendiente de unos indicadores y Gastón, conteniendo el aliento se fue deslizando a sus espaldas, pegado a la pared y sin hacer el menor ruido que pudiese delatarle. En un momento, el empleado medio se volvió como presintiendo la presencia del extraño y Gastón se mantuvo quieto como una estatua, pero dispuesto a saltar sobre él a la menor señal de alarma. Fueron unos segundos de angustia, pero que se resolvieron por sí solos, volviendo el operario a enfrascarse en su tarea mientras Gastón conseguía ganar la puerta inmediata, saliendo de la peligrosa zona.

Un leve crujido de los goznes de la puerta volvieron a sobresaltarle y se apresuró a esconderse detrás de la puerta, pero el hombre, desapercibido del ruido, continuaba tranquilo su tarea.

Respiró Gastón satisfecho y se dispuso a efectuar la suya. Para ello penetró en un cuarto de aseo.

Había elegido el lugar pensando en la facilidad de encerrarse en él sin que el hecho pudiese llamar la atención teniendo en cuenta el uso a que estaba destinado. Así pues, encerróse ahora tranquilamente en él y comenzó a trabajar febrilmente.

La elección del lugar del emplazamiento del aparato para ponerlo a cubierto de miradas indiscretas fue ardua, pero consiguió disimularlo convenientemente en el interior de un depósito, tras practicar un dispositivo gracias al cual no pudiese llegar el agua a él en ningún momento.

Así quedaba resuelto uno de los problemas más difíciles que tenía planteados y se sintió satisfecho.

Pese a la temperatura, relativamente agradable, Gastón sudaba mientras realizaba su tarea. Hallábanse además pendientes del reloj. No quería que en aquella primera incursión la hermosa Isa-Dima pudiese encontrar motivos de sospecha y que le quedase cerrada aquella puerta.

 Iban transcurridos veinticinco minutos cuando dio por terminada su tarea. Le quedaban aún por practicar determinadas conexiones, pero esto no lo podía hacer en aquel momento. Debería aguardar a aquella noche.

Borró rápidamente las huellas que su actividad había dejado y se dispuso a regresar a la pieza donde Isa-Dima lo había dejado aguardando. Ahora no temía que le viese el operario por cuya sala había de cruzar. Le había visto en compañía de Isa-Dima y podía pretextar que había tenido que hacer uso del cuanto de aseo.

No obstante ello, también en su salida pudo pasar inadvertido y apenas habían transcurrido unos segundos que se había reintegrado a la salita de espera cuando se abrió la puerta contraria y apareció en el dintel la graciosa figura de Isa-Dima sonriendo coquetonamente.

-¿Se te ha hecho muy larga la espera?

-Naturalmente. Cuando estoy lejos de ti el tiempo pasa lento. No camina, se arrastra penosamente.

-¡Me gustas porque tienes algo de soñador, de poeta, de esas cosas que no se estilan ya y que tanto agradan porque perfuman la vida. No comprendo esta forma árida de vivir. Nuestros abuelos no vivían así y eran más felices. Padecemos un empacho de ciencia y de pedantería y daría algo porque las cosas volvieran a sus cauces normales. Me gustaría danzar, extasiarme ante una buena música, soñar... El progreso me parece maravilloso, pero lo han mecanizado, encerrándolo todo dentro de fórmulas y no comprendo por qué debemos prescindir de la espiritualidad que nos eleva. Pero te encuentro excitado y hasta un poco sudoroso. ¿Has tenido algún contratiempo?

Gastón se turbó unos instantes. Le dolía tener que mentir.

-Nada. Ha sido una chiquillada, pero para que el tiempo pasara mejor me he entretenido en hacer unas flexiones. Si alguien me hubiese sorprendido tal vez hubiese pensado que estaba loco.

-Y tal vez lo estés un poco, pero no te duela porque resultas un loco encantador.

Y cogiéndose mimosamente del brazo de él se lanzaron a la calle. 

*     *     * 

Gastón se disponía a salir cuando se encontró con Lao-Wanga que salía de su departamento personal, también en dirección a la calle.

-¿Sale también esta noche, La-Gotán? -interrogó ella sorprendida.

-A ello me disponía. Pero estoy dispuesto a cambiar mis planes si es que desea que la acompañe. Me sería muy grato.

-Gracias, pero no es necesario que se moleste. Ya le he visto esta tarde bien acompañado. Es sorprendente la velocidad con que los hombres cambian de sentimientos -continuó en tonillo ligeramente irónico.

-Es usted injusta conmigo, Lao-Wanga. Usted misma me ha dicho que era la prometida de Ra-Tsung y no me encuentro en condiciones de luchar contra el Magnifico Tirano, máxime, después de haberme arrebatado mi maravilloso traje... Pero bastará que usted quiera para tenerme a su lado. No tiene más que romper su compromiso con Ra-Tsung a menos que aguarde usted a que sea él quien lo rompa.

-Nos queremos demasiado para eso.

-No lo creo, Lao-Wanga. Él se quiere demasiado a sí mismo y los ególatras difícilmente pueden querer a los demás. En cuanto a usted, está dominada también por la ambición que pone una venda a los ojos de sus verdaderos sentimientos. Ese enlace dará satisfacción a su vanidad, pero nada más.

-¿Supongo que no creerá que estoy loca por usted?

-Nada más lejos de eso. Usted no se vuelve loca por nadie. ¡Cuan diferente es de Isa-Dima! En fin, no la quiero entretener más. Mis respetuosos saludos para su Magnífico Tirano.

Y sin aguardar a más salió andando, perdiéndose en la sombra que los vastos edificios proyectaban sobre la amplia avenida, recta, árida, sin una sombra de vegetación, pavorosamente impresionante en su desnudez y en la uniformidad de los edificios.

Lao-Wanga estuvo contemplando durante unos instantes la arrogante figura que se alejaba y tentada estuvo en seguirla; pero desistió y dando un suspiro echó a andar en dirección opuesta. La aguardaban multitud de quehaceres y pensó que le hubiera agradado arrojarlos por la borda, tirar su nombre político a un lado y colgarse del brazo de aquel terrícola un poco soñador y absurdo.

CAPÍTULO VII

EN CONTACTO CON LA TIERRA 

Gastón hubo de hacer a pie el trayecto hasta la emisora, llegando a ella casi dos horas más tarde. Se había provisto de la especie de ventosas que había visto usar a Lao-Wanga en la Tierra y una vez ante el edificio, se dispuso a usarlas.

Durante las horas que había pasado al lado de Isa-Dima se había procurado información suficiente para no dar un paso en falso y ahora sabía exactamente los obstáculos que podían salirle al paso durante su arriesgada aventura. Habían sido unas horas de difícil y hábil conversación para no desencantar a la muchacha y para ir sacando la información que necesitaba.

Así ahora llegó primero que nada al control dé la iluminación y desconectó, quedando el exterior del edificio totalmente a oscuras. Para cuando el personal del interior se diese cuenta de la avería, él podía estar ya en el interior del edificio.

Con precisión de movimientos para ahorrar tiempo, comenzó a trepar por la lisa pared; primero, torpemente; luego, con mayor seguridad hasta llegar a dominar en absoluto los extraños aparatos. Sabía la vital importancia que los segundos podían tener en el buen desarrollo de su plan y administraba tiempo y energía con verdadera avaricia.

Llegó hasta un pequeño ventanal en el segundo piso y se dispuso a penetrar por él. Pero antes hubo de desmontar el timbre de alarma, hábilmente colocado y para ello hubo de colocarse guantes aislantes.

Conseguido esto, penetró en el interior del edificio y con todo sigilo se dirigió hacia la parte donde estaba situada la central de producción de energía. Debía de averiar ésta antes de disponerse a hacer las conexiones so pena de exponerse a quedar electrocutado.

Para penetrar en el recinto de la central existían dos caminos. El normal, donde necesariamente debía tropezar con los operarios de guardia o el del túnel, por donde salían los cables de conducción de energía. Este camino resultaba arriesgadísimo, pues los cables conducían energía suficiente para electrocutarle con sólo rozarlos, pero se decidió por él, considerándolo como el mis seguro para llegar a su objetivo sin ser descubierto y sin dejar señales de su paso.

El túnel era angosto, dejando apenas espacio para su cuerpo; pero haciendo acopio de valor comenzó a deslizarse por él, pegándose bien al suelo para evitar el menor roce. El avance era lento, premioso. Hubo momentos que le pareció sentir el cosquillear de la electricidad sobre su nuca y en ellos se pegaba al suelo, atemorizado, sintiendo cómo el sudor discurría por su cara para ir a humedecer el polvoriento suelo. Casi sin moverse consultó su reloj. En veinte minutos había recorrido escasamente dos metros, pero ahora la cabeza asomaba ya al lugar donde estaba la instalación.

El local, reducido, estaba desierto. Desde donde se hallaba ahora oía las conversaciones de los operarios que trabajaban en la sala contigua.

Continuó su lento y peligroso avance hasta conseguir sacar el tronco y entonces, con mayor facilidad, salió el resto del cuerpo.

Un suspiro de alivio se escapó de su pecho al verse fuera de peligro. Durante unos momentos se mantuvo en cuclillas hasta conseguir de nuevo el dominio de sus nervios y se dispuso a actuar.

Eligió la pieza que debía quitar, tiró de ella suavemente y apenas la tuvo en sus manos se produjo el apagón general. Dejó caer la pieza en lugar adecuado para ¡hacer creer que había caído sola e inmediatamente se volvió al túnel en el que penetró ahora con la mayor ligereza, libre del temor que antes sintiera.

Oyó cómo los operarios centraban en el local que terminaba de abandonar, sus frases de extrañeza...

Salió del túnel y consultó su reloj de esfera luminosa. Calculó el tiempo que tardarían los operarios en encontrar luces, darse cuenta de dónde estaba la avería y encontrar la pieza que él había dejado caer en sitio bastante difícil de extraer. Tenía unos veinte minutos, tiempo de sobra para hacer las conexiones que debía llevar a cabo.

Con paso seguro llegó hasta el lugar donde debía hacerlas y comenzó su trabajo. Tendió luego el cable y lo introdujo, junto con el normal, en el cuarto de aseo.

Mentalmente pedía a la Divina Providencia que los operarios no encontrasen la pieza antes del tiempo calculado por él y que no tuviesen otra de recambio.

Con ansiedad febril, casi a oscuras, terminó su labor y aún no se había extinguido en el aire el amplio suspiro de satisfacción, cuando las luces se encendieron de nuevo. La avería producida por él había quedado reparada, dándole el tiempo justo para efectuar su labor.

Apagó la luz del cuarto de aseo y se tendió a descansar unos instantes. La tensión nerviosa en que se había visto obligado a trabajar lo había agotado.

Reflexionó. Ahora comprendía el contenido de la palabra «héroe» que hasta entonces le había parecido un tanto vacía, sin sentido, y se sintió un poco ligado a la idea que expresaba.

Tal vez lo más difícil de su cometido en Marte había quedado resuelto y ahora su astucia, su cautela al actuar y la suerte, decidirían de la continuidad de su obra.

Se encontraba extenuado, sin fuerzas y pensó en dejar para el siguiente día el tratar de establecer la comunicación con la Tierra, pero pensó que el profesor Alex Ray estaría aguardando con verdadera impaciencia, sacrificando inclusive la mayor parte de sus horas de descanso. Reflexionó sobre la posibilidad de que su artilugio fuese descubierto en el próximo día y comprendió la necesidad de comunicar aquel mismo día, en aquel mismo momento para poder, al menos, dar las primeras noticias y poner al corriente a la Tierra de los planes del Magnífico Tirano, aunque no fuese más que en el aspecto general que él conocía. Debía ponerles en guardia. Debía hablarles del efecto causado por la creencia en Marte de que poseían el «fadar» que neutralizaba los efectos de sus ondas ultra acústicas.

Venciendo el cansancio comenzó a emitir las primeras señales. Al comenzar las manipulaciones miró su reloj de pulsera. Teniendo en cuenta que las ondas hertzianas viajan a una velocidad aproximada a la de la luz, lo menos que tardaría en obtener respuesta sería de 17 a 18 minutos.

Durante todo este tiempo y con intervalos de tres minutos estuvo lanzando la señal convenida de antemano. El minutero, poco a poco, se iba acercando al límite mínimo y a cada nuevo salto de la saeta que señalaba los segundos, el corazón de Gastón latía con más violencia, produciéndole una extraña opresión en el pecho.

Pasaron los diecisiete minutos y llegó el minuto dieciocho sin que obtuviese respuesta alguna. La emoción y ansiedad de Gastón iban en aumento. Tornó a hacer la señal y a repetirla más tarde, en el minuto veintiuno. Era pronto aún para descorazonarse, pero sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Una serle de ideas encontradas batallaban dentro de su cerebro, golpeándole; las sentía percutir en implacable lucha.

Según los conocimientos que de la materia tenía, sabía seguro que las ondas hertzianas de muy pequeña longitud eran capaces de atravesar desde la Tierra, las capas electrificadas de la ionosfera, saliendo de la órbita de la Tierra, perdiéndose en el espacio. Se daba corno seguro que ondas de este tipo habían sido reflejadas por algún objeto a 400.000 kilómetros de la Tierra y se suponía que era la Luna. Lo mismo había ocurrido con objetos situados a mucha mayor distancia la correspondiente a los planetas Marte y Venus, pero ¿era seguro que la reflexión fuese con los citados planetas? En teoría, esto era lo admitido, pero Gastón sabía que la realidad podía muy bien ser otra. Y aun suponiendo que no hubiese error al apreciar así las cosas, al invertirse el lugar de emisión de las ondas, ¿ocurriría lo mismo? ¿No estaría él ahora golpeando en el vacío? ¿No podrían sufrir las ondas, por agentes desconocidos para él, alguna desviación?

Él solo, a demasiados millones de kilómetros de la Tierra, se veía impotente para resolver aquellos problemas. Tal vez ni los mismos marcianos, tan adelantados en aquellos órdenes, pudieran responderle.

Desechó aquellos torturadores pensamientos para fijar sus angustiosos ojos en la manecilla del reloj. Se acercaba el minuto veinticuatro y se disponía a enviar de nuevo la señal. Pero... se quedó con la mano en el aire. Creía estar soñando y se pellizcó rudamente para asegurarse de lo contrario. La señal se oyó primero débilmente y luego con precisión, con firmeza: era la ansiada respuesta.

La emoción lo tuvo en suspenso unos momentos. Aquellos ruidos le parecieron la mejor sinfonía que había escuchado en su vida. De forma un tanto atropellada primero, con más serenidad luego, comenzó a dar el informe. ¡Sentía la imperiosa necesidad, para decido todo, de aprovechar bien el tiempo.

Debía regresar al departamento que Lao-Wanga le había cedido a una hora prudencial para que ella no llegase a sospechar.

Terminado su informe atendió a las instrucciones que desde la Tierra le enviaban y se pusieron de acuerdo, temiendo en cuenta las lógicas diferencias horarias, sobre las horas de posible comunicación de cada día.

Al regresar a su departamento sentíase otro hombre con renovadas energías que le hacían marchar con la cabeza alta y una alegre expresión reflejada en el semblante.

Lao-Wanga, desde la penumbra de su habitación le vio llegar y sorprendió la desbordante alegría, la radiante expresión del hombre y suspiró. Por unos momentos llegó a sentir lástima de sí misma y a tener celos y envidia de Isa-Dima, a la que imaginaba causa de aquella alegría... 

*     *     * 

Una de las llaves que más puertas abre en el mundo, es el oro. Tentar la codicia de las gentes, dar sin tasa. Todos los espías del mundo saben esto y lo practican en su mayoría si quieren conseguir buenos servicios para la causa que trabajan. Esto lo comprendía Gastón ahora que tenía que abordar a funcionarios dispuestos a dar informes y facilitar datos, pero que estaban ávidos de dinero o de cosas que lo valiera. Y que no se fiaban por ende de promesas que se debían apoyar en un próximo cambio político en el país.

El joven auxiliar del profesor Ray comprendía ahora la magnitud de su fallo que alcanzaba tanto a él como al profesor, debido a la inexperiencia de ambos en aquellas lides. El absoluto secreto de que consideraron necesario envolver el asunto les impidió toda consulta con personal experimentado y, por tanto, de prever tan importante aspecto de la cuestión. De tener oro consigo hoy, tendría en sus manos cosas de bastante importancia, las cuales, por la carencia del precioso metal, le estaban ahora vedadas.

Conocedor de las divergencias entre las dos tendencias políticas que dominaban en Marte, sacó el máximo partido de ellas, procurando agravarlas, haciendo salir a flote las faltas de unos y otros, pero con preferencia, las de los hombres del grupo gubernamental. Todo este trabajo de zapa lo hacía desde la sombra, sin aparecer en nada, valiéndose de sus amistades, más numerosas cada día.

Pero esto no era suficiente. Necesitaba que los funcionarios venales, los que no tenían más ideología que sus propios bolsillos, que sus intereses personales, trabajasen para él.

Necesitaba dinero. Dinero en grandes cantidades, pero ¿de dónde sacarlo? Aquel mismo día Gastón, hábil dibujante, comenzó a grabar las planchas que le habían de conducir a la consecución de billetes de banco. Con ellos compraría los secretos que le interesasen. Sería pródigo y por medio de los agentes que conseguiría inundaría los diversos Estados de Marte de billetes. Muchas mercancías desaparecerían y la potencia adquisitiva del dinero bajaría bastante produciendo el consiguiente malestar.

Era un problema más en que Ra-Tsung I, bastante hostigado ya por el grupo que tenía enfrente, tendría que poner su atención, restándole tiempo y energías para el desarrollo de sus planes bélicos.

El juego para Gastón comenzaba a ser emocionante y apenas si le permitía descansar. Pero hallaba renovadas energías en la satisfacción de ver que sus objetivos iban siendo cumplidos. Las noticias del profesor Ray eran alentadoras. Su «Star-4» comenzaría en breve a ser fabricado en serie, con lo cual los vuelos de ida y vuelta a Marte y a Venus serían posibles y el enemigo, por tanto, podría ser atacado en su propia casa. El «fadar», capaz de anular las ondas superacústicas era ya también un hecho y, por tanto, el inminente peligro en que se había vivido, aparecía conjurado.

Pero el terrible fantasma de la guerra, con su secuela de destrucciones y dolor se cernía aún de forma amenazadora, ya que los preparativos y los planes de invasión de la Tierra por parte de Ra-Tsung, continuaban su marcha pese a los entorpecimientos que se le oponían. 

*     *     * 

Gastón se daba prisa en transmitir un sustancioso informe sobre producción bélica referente a cantidad y calidad así como a emplazamiento de las fábricas, muchas de ellas ubicadas en el subsuelo, así como los puntos vulnerables que ofrecían. Su prodigalidad en el reparto de billetes de los producidos por él iba produciendo frutos óptimos y para aquella misma noche le habían prometido planos y datos sobre una nueva y potentísima arma de destrucción y la cual habíase comenzado a producir dentro del mayor secreto.

Su alegría era grande cuando se vio interrumpido por un ruido que provenía de la puerta del cuarto de aseo en el cual operaba en aquel momento.

Terminó rápidamente su mensaje e hizo la señal que indicaba peligro para que desde la Tierra se abstuviesen de hacer llamada alguna. Cerró el aparato y se acercó cautelosamente a la puerta en la que continuaban produciéndose insistentes golpes.

No era momento oportuno para salir por otro lugar, así es que decidió aguardar unos momentos a que el importuno, al ver que no abrían, se marchase. Pero lejos de eso la llamada se hizo más perentoria, sacudiendo, el que fuere, la puerta. Aquello podía atraer la atención de otros empleados y ponerle en peligro, así es que se decidió a obrar rápidamente. Empuñó su pistola, pero en aquel momento una voz que le era familiar, le llamó:

-¡La-Gotán! ¡La-Gotán! ¿Estás ahí?

Era la voz de Isa-Dima y respiró aliviado. Abrió y se vio frente a ella. La linda marciana le contempló con expresión de alarma.

-¿Qué hacías ahí dentro?

-¿Cómo sabías que estaba aquí?

-Alguien te vio pasar y le extrañó que no estuviese contigo. ¿Cómo has entrado sin avisarme?

-He sentido una necesidad perentoria...

-Por lo que más quieras, no me mientas -suplicó la muchacha mientras las lágrimas afloraban a sus ojos-. Llevas ahí dentro demasiado tiempo.

Comprendió Gastón que la mentira era inútil y que hasta sería conveniente para el futuro que ella conociese parte de la verdad.

La contempló unos instantes con inquietud, pero vio en sus ojos tal lealtad hacia su persona, que se decidió. La tomó de la mano haciéndola pasar y cerró la puerta tras ellos.

Con gesto solemne la condujo hasta el aparato emisor, el cual puso al descubierto.

-¿Sabes lo que es eso, Isa-Dima?

-No de forma cierta, pero parece un aparato emisor.

-Eso es exactamente. Es un invento mío que estoy tratando de perfeccionar.

-¿Y por qué lo has colocado ahí? ¿Cómo no me has dicho nada?

-Eso es largo de explicar. Cuando termines tu servicio te hablaré de ello. Quería asegurarme antes de que funcionaba bien... Ahora te ruego que no digas ni una palabra a nadie. Como si no lo hubieras visto. ¿Vas a tardar mucho en terminar tu servicio?

-Aún tardaré una hora. Pero confío en que una amiga me lo haga y podré reunirme en seguida contigo.

Momentos después Isa-Dima se reunía con Gastón, y salían del edificio.

-Vamos paseando y así me explicarás eso -habló la marciana cogiéndose del brazo de Gastón.

El auxiliar del profesor Ray había reflexionado en la mejor forma de abordar el asunto para ganar a Isa-Dima a su causa y que le sirviera de auxiliar. Ello le evitaría a él exponerse continuamente a ser sorprendido, cosa que, actuando Isa-Dima en su lugar, se evitaría.

-Hace algún tiempo inventé ese emisor que es de una potencia extraordinaria. A pesar de su reducido tamaño, con él se puede comunicar con la Tierra y aun con Venus. Pero las envidias hicieron que fuera rechazado, negándoseme toda protección oficial. Carente de dinero me vine hacia Martha con ánimo de buscar aquí lo que en mi país me había sido negado, pero mis enemigos me siguieron y todo continuó igual. Entonces fue cuando te conocí a ti y uno de los días que te aguardaba se me ocurrió que podía aprovechar la instalación oficial para hacer mis pruebas definitivas y presentar los hechos consumados. Tal vez debí haberte dicho lo que intentaba, pero temí fracasar y así ha llegado hoy. Cuando has llamado estaba en una de mis pruebas.

-¿Imaginas lo que hubiese podido ocurrir si es otro el que te sorprende?

-Sí. Lo he pensado varias veces y por eso te lo quería decir cuanto antes. Quería ofrecerte mi triunfo cuando lo hubiese conseguido, pero comprendo que debo pedir tu ayuda. ¿Estás dispuesta a ser tú la que manipule el aparato o acompañarme al menos cuando vaya yo personalmente?

-Pero tendré que pedir permiso a mis superiores...

-En absoluto. Nadie ha de saber una palabra o me lo echarían todo a perder. Has de prometerme el mayor secreto.

-Prometido. Haces de mí lo que quieres.

-Si no fuera necesario, no te lo pediría. Te iré poniendo al corriente de todo. Te daré la clave de sonidos... Si tú me ayudas, nuestro triunfo es seguro.

Media hora más tarde, Isa-Dima quedaba incorporada al servicio de espionaje sin ella misma saberlo y aquella misma noche, acompañando a Gastón cumplió su primer servicio.

CAPÍTULO VIII

¡DESCUBIERTO! 

EL Magnifico Tirano Ra-Tsung I paseaba nerviosamente por la amplia estancia que le servía de gabinete de trabajo, lanzando de tanto en cuanto furibundas miradas de soslayo a Lao-Wanga que permanecía en pie y en actitud displicente. Por fin rompió a hablar.

Lao-Wanga notó que trataba de dominar la cólera que le poseía y por su parte se dispuso a excitarlo más.

-¡Supongo que ya estarás satisfecha! Tus absurdos sentimentalismos han llegado a tomar cuerpo y han levantado toda una opinión en contra mía. En vez de ser mi puntal más firme te estás convirtiendo en mi mayor enemigo. Tus partidarios están obstaculizando mis planes de ataque a la Tierra, retrasando la realización de los mismos. ¡Y no estoy dispuesto a tolerar esto!

-Yo no tengo partidarios, Ra-Tsung, ni me mezclo en tu política, aunque disiento de ella. No tengo la culpa si otros disienten también. Si crees que obstaculizan tus planes, ¡duro con ellos! Demuestra que eres digno del título de Magnífico Tirano que llevas. ¿O es que tienes miedo?

Ante la pregunta de Lao-Wanga se quedó parado en seco, mirándola fijamente.

-¿Miedo yo? ¿Cómo te atreves a pensarlo siquiera? ¡Haré un escarmiento, pero me dolería que cayeses tú entre ellos porque seré implacable. Pero quiero cogerlos bien, porque han llegado a la traición.

-¿A la traición? No debes ofuscarte, Ra-Tsung. Una cosa es una corriente política por muy contraria a la tuya que sea y otra una traición. Entre esos hombres que dices no hay traidores. Ellos no piensan como tú, pero te quieren. Son tus mejores amigos y por eso no quieren verte envuelto en aventuras bélicas. No quieren que la sangre de los hombres que gobiernas sea derramada estérilmente en ningún sitio. Pero te repito que no son traidores.

Ra-Tsung respondió con una carcajada sardónica.

-¿No? ¿Qué dirías si te pudiese demostrar que se han puesto en comunicación con la Tierra? ¿Qué poseen una emisora clandestina con la que intercambian comunicaciones continuamente?

-¡Eso no es posible! ¡Es absurdo! -arguyó Lao-Wanga sobresaltada pensando en Gastón Loos.

-Parece que la que tiene miedo ahora eres tú. Pues no es absurdo. Nuestros especialistas están tratando de descifrar esos mensajes en clave que se cruzan mientras los técnicos han tendido un cerco para localizar la emisora. No tardaré mucho en conocer los resultados. Woonga lo lleva todo y me lo ha prometido.

-Si es así, nada tengo que decirte. Da sin piedad. Bien sabes cuánto aborrezco a los traidores por muy amigos míos que sean. Y gracias por tu aviso, pero me haces muy poco favor si piensas que puedo estar mezclada en intrigas de ese tipo.

-.Mejor es que así sea. Lo celebro.

-¿Puedo retirarme?

-Si es tu gusto, sí.

Aturdida Lao-Wanga por lo que acababa de saber, se inclinó sumisa ante el Magnífico Tirano y se dirigió hacia la puerta que se entreabrió para dejarle paso.

Apenas la puerta se hubo cerrado tras ella, Ra-Tsung se volvió hacia otra puerta que había a sus espaldas.

-¡Ábrete pronto!

A las vibraciones de la voz del Tirano, la puerta, sin que nadie la tocase, se fue abriendo lentamente hasta dejar el espacio suficiente para que pudiera pasar el cuerpo de un hombre.

Woonga, «el Antipático», como le había apodado Gastón, apareció sonriendo mefistofélicamente por el espacio abierto. Se inclinó ceremonioso ante Ra-Tsung.

-Tu idea, Magnífico Soberano, dará el resultado apetecido. He colocado detrás de ella a los mejores sabuesos de que disponemos.

-No seas hipócrita, Woonga. La idea ha sido tuya. Y no por ello deja de ser excelente. Creo firmemente que después de mí eres el hombre más inteligente de Marte. Ella se ha ido ciega. Quisiera que la hubieras visto. Seguro que de aquí marcha a sus amigos a decirles que han sido descubiertos. Me gustaría que también ella estuviese complicada. Así la podría alejar de mi lado para siempre.

-No te preocupes, Magnífico Señor del Universo. Si ella no está complicada, la complicaremos. El hecho de que vaya a avisar a sus amigos, será suficiente. Nadie la librará de un veraneo en Venus.

-Lo que me inquieta es esa radio clandestina y lo que estará tramando desde ella.

-Tranquilízate, Magnífico Tirano. Ella misma nos descubrirá la emisora.

-¿Y cómo es posible que nuestros técnicos no la hayan podido localizar?

-No me lo explico. Se llegó a creer que no había tal emisora clandestina y que nuestros enemigos usaban la emisora Oficial del Campo Marte. La sometimos a control, pero el resultado fue negativo y, sin embargo, los goniómetros continuaron señalando aquel lugar. ¡Es como para volverse loco!

-Haré un escarmiento y seré inflexible. No puedo admitir que cuando nuestra supervivencia peligra estos entes sentimentaloides vengan a deshacer nuestra justa labor. Tan pronto los haya aniquilado aceleraremos los preparativos de guerra. Antes de dos meses quiero que todo esté dispuesto para dar el asalto a la Tierra... 

*     *     * 

Lao-Wanga, una vez se vio fuera del alcance de la vista de Ra-Tsung, sintió que las fuerzas le abandonaban y que la presencia de ánimo de que había hecho gala ante el Tirano, se desvanecía.

En cuanto Ra-Tsung le habló de la emisora clandestina asoció el hecho con el único ser capaz de una semejante audacia: Gastón Loos, el hombre que la había conseguido sacar de la Tierra conduciéndola hasta Marte. Tenía que verlo en seguida, antes de que fuera tarde.

Sin casi hacer caso de los saludos que le dirigían, atravesó la serie de salas que la dejaron a la puerta del Palacio del Tirano. Allí la aguardaba un automóvil al cual saltó con gesto de malhumor, empuñando el volante y poniéndolo en marcha. Mientras se dirigía hacia su casa en busca de Gastón, Iba pensando en la forma más conveniente de abordar el problema.

Si descubría a Gastón, ella misma debía cargar con parte de la responsabilidad de los actos de éste ya que no había dado cuenta de su presencia en Marte y además le había ayudado a camuflarse. Y si no lo descubría caía en una responsabilidad mayor aún, ya que ahora no podía alegar ignorancia de las actividades de su huésped.

Ahora que lo veía en peligro se dio cuenta de que sentía por Gastón un tierno afecto, mucho más profundo de lo que hubiese deseado para su tranquilidad y sentía un punzante dolor, una angustia inextinguible. ¡Si consiguiese amedrentarlo para que desistiese de su labor! Esto, sin duda, sería lo mejor. ¿Por qué no había vivido más cerca de él? Tal vez hubiese podido evitarse aquel disgusto.

Embebida en estos pensamientos había llegado frente a su casa. Dos esclavas salieron a recibirle, inclinándose sumisas ante ella.

-¿Está el señor La-Gotán en casa?

-No, Serenísima Señora. El salió hace mucho tiempo.

Sin saber por qué, Lao-Wanga experimentó un vivo sobresalto al escuchar la respuesta. Pensó en Isa-Dima. Tal vez él estaría ahora con ella. Tal evocación le hizo daño y sintió que una sorda cólera hervía dentro de ella. Y desde aquel momento odió a Isa-Dima a la que hasta entonces había considerado como un pobre ser.

Bajo el signo de estas ideas entró en la pieza que ocupaba Gastón. Necesitaba borrar las huellas que hubiese de sus actividades clandestinas por si la policía de Woonga había descubierto ya algo y hacía allí un registro. Por otra parte sentía una natural curiosidad por conocer hasta qué punto llegaban las actividades de Gastón.

De forma ordenada y metódica comenzó a buscar sin que nada escapara a su curiosa avidez, pero todo resultó infructuoso. Su convicción de la culpabilidad de Gastón llegó a vacilar. ¿Estaría equivocada y serían sus amigos políticos, tal como Ra-Tsung había señalado, los que manejaban la emisora clandestina? Pero no. Era Gastón. No podía ser otro. Tal vez las pruebas de su actuación estuviesen en otro lugar, acaso la propia Isa-Dima fuese la fiel guardadora.

No obstante, antes de darse por vencida continuó removiéndolo todo, llamando en su auxilio a una de sus esclavas. Los escasos muebles de la habitación fueron cambiados de lugar y el piso y la parte baja de las paredes fue sometido a un minucioso reconocimiento, también sin resultado. Descorazonada ya iba a abandonar la empresa cuando se acordó de su detector. Corrió a su habitación por él y lo trajo. De nuevo comenzó el reconocimiento, pero esta vez con más fortuna. El detector dio su señal en uno de los laterales del piso.

Lao-Wanga ordenó salir a la esclava y levantó una tabla. Ante su asombrada vista apareció un montón de billetes de banco. Los sacó con movimiento febril pensando en cómo podía estar allí y tropezó entonces con una pequeña prensa y los grabados. Comprendió que la cosa era mucho más grave de lo que había imaginado.

Retiró apresuradamente todo y corrió al horno donde arrojó prensa, grabados, billetes y todos los útiles que estaban guardados.

Por la cocina se extendió un olor acre, pero Lao-Wanga respiró satisfecha. Ordenó a la esclava que volviese a colocar las cosas en orden y salió corriendo. Necesitaba encontrar a Gastón cuanto antes. Parte del peligro estaba alejado y después de lo hecho sintió la sensación de que el joven terrícola, en parte, le pertenecía. Ella lo libraría de aquel espinoso asunto.

Imaginó que lo podría hallar en la emisora de radio del Campo de Marte y hacia ella se dirigió a toda velocidad. Quería llegar antes de que Isa-Dima y él se marchasen.

Dejó el coche en el aparcamiento y subió las escaleras de dos en dos. Preguntó por Isa-Dima y el conserje le indicó hacia uno de los departamentos del piso siguiente. Tomó el ascensor y al salir de él volvió a interrogar a otro empleado que se limitó a señalarle hacia una puerta. Había terminado el principal turno de trabajo y el edificio medio se vaciaba, quedando únicamente el personal de guardia.

Lao-Wanga asomó la cabeza en la pieza que le habían señalado, pero vio que estaba vacía. Continuó adelante; cruzó a espaldas de un empleado que apenas si contestó con un gruñido a su saludo; a su pregunta se limitó a señalar con el dedo, volviendo de nuevo a su trabajo.

Al llegar ante una puerta se detuvo vacilante. Iba a pasar de largo, pero oyó un cuchicheo en ella. El ruido que producía el ir y venir de empleados le impedía darse cuenta de si uno de los que cuchicheaban era Gastón. Vaciló unos instantes y por fin se decidió a llamar con unos golpes suaves.

El cuchicheo cesó instantáneamente, pero ella repitió la llamada. Silencio.

-¡Soy yo, Lao-Wanga! ¡Abrid!

Transcurrieron unos instantes que a Lao-Wanga le parecieron larguísimos y finalmente se abrió la puerta, apareció en ella Isa-Dima quien, tratando de dominar cierto sobresalto se dirigió a Lao-Wanga.

-¡Lao-Wanga! ¡Qué agradable sorpresa! ¡Eres la última persona de quien hubiese esperado uña visita!

-Me lo imagino, pero no es a ti precisamente a quien vengo a ver. Di a La-Gotán que salga un momento. Es algo urgente.

-¿La-Gotán? -inquirió Isa-Dima simulando extrañeza.

-Sí. Se que está aquí contigo. Creo que ocurre algo grave...

Algo inusitado, en aquel lugar, interrumpió a Lao-Wanga. Un numeroso grupo de marcianos armados irrumpió en el lugar donde hablaban las dos mujeres, rodeándolas unos y penetrando los otros en tromba en el cuarto de aseo.

El ataque fue tan inesperado y tan rápido que ninguna de las dos mujeres tuvo tiempo de lanzar el menor grito de advertencia y el propio Gastón, que se hallaba escondido en el interior del cuarto, no tuvo tiempo de iniciar siquiera la defensa. Cuatro pares de manos lo sujetaron brutalmente, sacándolo a empellones hasta donde estaban Isa-Dima y Lao-Wanga.

Gastón, tan pronto se hubo repuesto de la sorpresa se afianzó en tierra y describiendo un rápido molinete derribó a los cuatro hombres que le sujetaban e inició la huida; pero otro de los marcianos se arrojó a sus pies, haciéndole caer espectacularmente. Revolvióse entonces como una fiera descargando un furioso golpe en el rostro de su aprehensor, mas ya el que parecía jefe de la patrulla le apuntaba con un fusil de rayos cósmicos, amenazándole con tajante expresión:

 -¡Estése quieto o le liquido!...

Lao-Wanga, aterrorizada, exclamó:

- ¡Estése quieto, Gastón! ¡Será mejor!

El aludido se volvió con gesto amargo.

-Estará usted satisfecha de su labor. Después de esta delación podrá dormir tranquila esta noche:

Lao-Wanga le contempló con expresión dolorida:

-Le aseguro, Gastón, que yo no lo he delatado, solo quería avisarle.

-Ya. Por eso los ha traído consigo. Jamás pensé que usted se pudiese prestar a estos papeles indignos.

Los hombres de Woonga se apresuraron a esposar a Gastón y a Isa-Dima. Al primero, considerándolo peligroso, le esposaron también los tobillos.

El jefe del grupo dio la voz de marcha, pero antes de salir se inclinó ceremoniosamente ante la desolada Lao-Wanga. En su voz había un dejo burlón.

-Gracias por habernos conducido hasta aquí, serenísima señora.

La hermosa marciana sintió irresistible impulso de abofetearlo y lo hubiera hecho de no haber desaparecido el hombre rápidamente detrás del grupo que conducía a los dos prisioneros.

En tanto, los policías que registraban el cuarto de aseo, auxiliados por obreros de la emisora, que habían sido requeridos, habían descubierto la pequeña emisora clandestina de Gastón.

Lao-Wanga miraba todo aquello con ojos de incredulidad. A sus oídos negaron los comentarios que se hacían sobre el caso y su admiración por Gastón subió en grado sumo. ¿Qué podía hacer ahora por él? Acudiría personalmente al Magnífico Tirano. Cuando menos, quería evitar que los esbirros de Woonga lo torturasen.

Decidida a ello, rompió el cerco de curiosos que la rodeaba y salió a la calle. Allí, en el aparcamiento, tenía su coche. Aún tuvo tiempo de ver cómo los coches de la policía se alejaban llevándose a Isa-Dima y a Gastón, el cual, antes de partir, aún pudo dedicarle un gesto de desprecio.

Al llegar a la residencia del Tirano se aseguró que éste se hallaba en ella y se dirigió hacia su gabinete de trabajo. En el camino se encontró con Dao-Tsing, especie de chambelán del Tirano.

-El Magnifico Tirano, Señor del Universo, no está en su gabinete de trabajo. Parece que ha salido a los jardines a inspirarse -le informó sonriente-. ¿Deseas que te anuncie, Serenísima Señora?

-Gracias, Dao-Tsing. Me anunciaré yo misma.

El chambelán sonrió maliciosamente y siguió su camino. Pero Lao-Wanga, absorta en sus preocupaciones no había reparado en aquella sonrisa.

Al intentar salir al jardín, dos seres de la escolta del Tirano, dos de aquellos primitivos habitantes de Venus, cruzaron sus lanzas ante ella intentando cortarle el paso; pero Lao-Wanga no estaba para bromas y al ver la obstinación de aquellos que ella consideraba como seres inferiores, sacó rápidamente su pistola de rayos cósmicos y la descargó contra ellos. Dos nubes de ligero humo quedaron flotando en el espacio en el lugar que ocupaban los guardias y Lao-Wagna continuó su camino con la misma indiferencia que si aquellos seres que terminaba de anular fuesen dos alimañas.

Nada se opuso ahora a su avance por el jardín. Conocía el lugar favorito de Ra-Tsung y se dirigió a él derechamente.

El ruido de sus pasos quedaba amortiguado por la fina arenilla que cubría el camino y sentía un extraño placer de poder acercarse a él sin ser notada, de poder sorprenderlo. Así le cogería desprevenido, lejos de toda influencia nefasta y tal vez le podría arrancar hasta el perdón para Gastón. Para ello tenía que saber quitar gravedad al asunto, desviándolo de su verdadero derrotero. Hasta lo podía presentar como un perturbado.

A oídos de Lao-Wanga llegó el rumor de una conversación mantenida en tonos suaves, confidenciales... Pese a lo tenue de las voces, una la reconoció inmediatamente: era la de Ra-Tsung. ¿Quién podía acompañarle en aquellos momentos? Parecía una voz femenina. Sintió como si un rayo hubiese caído a sus pies; pero reaccionó pronto y continuó su avance; pero esta vez, en actitud felina, deseando ver y oír sin ser notada.

Llegó hasta un tupido seto a la otra parte del cual se hallaba la pareja y se agachó, dispuesta a escuchar. Le repugnaba aquel espionaje, pero la vida no todo lo que traía era bonito ni agradable. Apenas se detuvo reconoció la voz de la mujer: era Mae-Langa, la novia de Gaustrak, una muchacha, según el concepto de Lao-Wanga, frívola, ambiciosa y de una belleza picante y un tanto provocativa.

La voz de Ra-Tsung llegó precisa a oídos de Lao-Wanga:

-Creo que te acuerdas demasiado de Graustrak...

Se produjo la risa de ella, cristalina y un tanto provocativa.

-Que tontería. Gaustrak sólo fue para mí un buen medio de llegar hasta ti...

-No lo creo. Tú le quieres aún...

-En poco te estimas, Ra-Tsung, si piensas que un Gaustrak cualquiera puede hacerte sombra. También podría pensar yo que tú continúas enamorado de Lao-Wanga. Aún no has roto con ella.

-Espero un motivo que se está produciendo ya para romper con ella oficialmente. Pero ya sabes...

La coqueta escapó a la caricia que intentaba el Magnífico Tirano:

-No seas tan impetuoso, Ra-Tsung. Aún no eres mi prometido oficialmente...

Iba a responder el Tirano cuando se oyó ruido de pasos. Por uno de los extremos del jardín avanzaba Woonga, elástico el paso, resplandeciente la sonrisa. Al llegar ante Ra-Tsung, se inclinó humildemente, haciendo caso omiso del fruncimiento de cejas de su señor, indicación de que la tempestad estaba pronta a estallar.

-Di orden de que no se me molestase. Has osado interrumpirme...

-La cosa lo merece, Magnífico Señor del Universo. La emisora clandestina ha sido localizada y los que la manejaban han sido detenidos y en este momento están sometidos a un severo interrogatorio. Lao-Wanga en persona condujo a los policías hasta el lugar. Ella lo conocía perfectamente y fue a avisarles el peligro que corrían. El hombre que estaba al frente de la emisora era huésped de Lao-Wanga.

-Y a ella, ¿no la has hecho detener?

-Espero vuestras órdenes, Magnífico Señor.

-Nada de contemplaciones. Que la detengan y que practiquen un registro en su casa. Los enemigos del Estado no pueden ser amigos míos. ¿Dónde estaba emplazada la emisora clandestina?

Lao-Wanga no quiso aguardar la respuesta. Sabía cuanto necesitaba y deseaba obrar con urgencia si quería llegar a tiempo de salvar algo.

-¡Qué infame complot! ¡Algún día caerá Woonga en mis manos! fue una verdadera lástima que Gastón no le arrancase la cabeza. Y en cuanto a ella... ¡Pobre Gaustrak!

Mientras monologaba de esta suerte, iba alejándose, dejando que aquellos seres tortuosos tejieran sus planes de desdicha. Procuraría parar el golpe y ya llegaría el momento en que sería ella quien los asestaría. La creciente corriente política que se levantaba contra los procedimiento de Ra-Tsung y su camarilla serían su, principal trampolín.

CAPÍTULO IX

EN LIBERTAD DE NUEVO 

La primera idea de Lao-Wanga, apenas hubo salido del Palacio del Tirano, fue correr a su residencia y apoderarse del traje especial de Gastón, salvarlo del registro que no tardaría en producirse. Tal traje en poder de Gastón sería un arma terrible en contra del Tirano y sus seguidores.

Daría también orden a sus esclavas para que abandonasen la residencia llevándose con ellas todos los efectos de valor con que pudieran cargar. Lo llevaría todo a casa de sus padres, que residían a veinte millas de la ciudad, en un pequeño oasis del desierto de Tumboc. Allí podían aguardar el día de la revancha.

Apenas llegada a casa puso una guardia para que la advirtiese en caso de peligro y bajo su dirección se efectuó la operación proyectada en escasos minutos. Cuando abandonó la casa con el traje de Gastón cuidadosamente envuelto bajo el brazo, ya sus esclavas estaban en camino. Dejó la casa cerrada y se alejó.

Encerró el automóvil en casa de un amigo y aguardó curiosamente la llegada de la policía de Woonga. Desde el puesto de observación elegido, una torreta de un edificio vecino, vio cómo la policía se detenía ante la puerta de su residencia y golpeaba en ella, primero con cierta mesura; después, paulatinamente, cada vez con más violencia.

En vista de que no abrían, uno de los policías, ayudado por otros, se encaramó a una ventana y trató de forzarla; pero fracasó en su intento. Una masa de curiosos se fue aglomerando ante la residencia y los policías, desorientados, trataron de dispersarla. Consiguiéronlo momentáneamente, pero los curiosos, como moscas que acuden a la miel, volvieron a concentrarse, cercando a la policía, que casi no se podía mover en el espacio que les dejaran libre.

Lao-Wanga era bastante conocida y querida por los habitantes de Martha y comenzaba a interesarle aquella reacción popular que empezó por simple curiosidad y que iba derivando en ciertas muestras de hostilidad hacia la policía y el nombre de Woonga, repetido en los diversos corrillos con demasiada frecuencia y en tono bastante irrespetuoso.

Comprendió que el ataque de que Woonga la hacía objeto era un arma de dos filos. Trataría de esquivar el que estaba dirigido contra su propia cabeza y aprovechar el otro para herir de muerte a sus adversarios. Porque después de lo acaecido aquella mañana, consideraba también a Ra-Tsung como su enemigo, con preferente lugar sobre Woonga.

Retiróse satisfecha de su observatorio y se dispuso a preparar la visita que aquella misma noche pensaba hacer a Gastón en su calabozo para llevarle personalmente el traje.

Para la visita a Gastón contaba Lao-Wanga con amistades que ocupaban determinados puestos y que bien por afinidad de pensamiento o por estar en deuda con ella, la complacerían.

Y llegó la noche. Amparada en sus sombras y con la complicidad de sus amigos, Lao-Wanga pudo deslizarse por tortuosos pasillos hasta el calabozo de Gastón. El joven levantó curiosamente la cabeza al oír el chirriar de la cerradura y un gesto de amargura se dibujó en su rostro al reconocer a su visitante. Lao-Wanga avanzó hasta situarse frente a él. Un dedo puesto sobre sus labios le recomendaba silencio.

La marciana, sin decir palabra, alargó al joven un paquete y una nota escrita en grandes caracteres y que Gastón leyó: «¡Por favor, silencio! En todos estos calabozos hay instalados micrófonos e instantáneamente Woonga se enteraría. Vista su traje y sígame».

Mientras Gastón se ponía su traje invisible, Lao-Wanga contemplaba conmiserativamente las huellas que en la anatomía del joven habían dejado impresas los esbirros de Woonga. Ella, que no recordaba haber llorado desde su infancia, notó que candentes lágrimas se deslizaban por sus mejillas, tal era el lastimoso estado que ofrecía el joven.

Gastón, sin prestar atención a la emoción de la marciana, vistió rápidamente su traje. Dentro de él sentíase invencible. Ahora no podrían con él. Con un ademán indicó a Lao-Wanga que estaba dispuesto e inmediatamente calóse el casco y los guantes, convirtiéndose en una sombra imperceptible.

Lao-Wanga lo tomó de la mano y tiró de él, saliendo de la celda al pasillo. Una vez en él, una presión de la mano de Gastón la detuvo. Lao-Wanga le hizo seña indicándole que debían continuar; pero él se acercó para murmurar a su oído: «Isa-Dima.»

Lao-Wanga no contaba con libertar a su rival y ante la indicación de Gastón notó que algo se rebelaba dentro de ella. Intentó resistirse tirando de él y haciéndole comprender por señas que debían darse prisa, que allí corrían peligro; pero Gastón se mantuvo testarudo, murmurando de nuevo a su oído: «No me iré sin ella.»

Había firmeza en la expresión del joven y Lao-Wanga comprendió que no conseguiría nada oponiéndose. Aflojó la presión de la mano del joven y depositó en ella la llave con que había abierto su calabozo.

Gastón se acercó a un calabozo vecino y lo abrió. El espectáculo que se ofreció a sus ojos lo conmovió profundamente, así como a Lao-Wanga, que asomó la cabeza por encima de su hombro.

Isa-Dima yacía en el suelo, pálida, con los ojos cerrados y seguramente, privada de conocimiento.

Su rostro presentaba señales evidentes de haber sido violentamente golpeada y por una de las heridas que le habían producido había brotado la sangre, que ahora estaba ya reseca, pegada a la piel.

Gastón, no acostumbrado a aquellos espectáculos, se detuvo horrorizado, pero una suave presión de Lao-Wanga le indicó que no había tiempo que perder, que debía darse prisa.

Entró en el calabozo y tomó entre sus brazos el cuerpo de Isa-Dima. Se escuchó un leve suspiro y la muchacha entreabrió los ojos. En su inconsciencia notó que era transportada por un ser invisible y creyó que habían llegado sus últimos momentos. Abrió la boca para gritar, pero Gastón adivinó el intento y se la tapó para evitarlo.

Salieron de la celda y Lao-Wanga se encargó de cerrarla. Gastón, enternecido, murmuró al oído de Isa-Dima:

-Por favor, querida; no grites o estamos perdidos. Soy La-Gotán, aunque no me veas...

Silenciosos avanzaron hasta llegar al lugar donde les aguardaba el alcaide de la prisión. Este se mostró horrorizado.

- ¡Pero esto es imposible! ¿Qué responderé a Woonga cuando me los reclame? Tú me dijiste que venías a ver a La-Gotán...

-No te preocupes. Antes de diez minutos tendrás aquí una orden firmada de puño y letra de Woonga diciendo que los entregues. Con ella quedas tú a cubierto. Además, es necesario que vayáis perdiendo el miedo a Woonga.

Gastón, desde su traje invisible, observaba la escena sin soltar a Isa-Dima y dispuesto a intervenir si fuese preciso.

Pero todo se resolvió pacíficamente y a poco Gastón y las dos marcianas se alejaban en el auto que había traído a Lao-Wanga. El terrícola dio un suspiro de satisfacción al ver perderse en el limitado horizonte de la noche la silueta de la pavorosa prisión.

Sólo cuando las puertas del garaje de la casa del amigo adonde se habla acogido se cerraron tras ellos se consideró Lao-Wanga a salvo. Sabía que las patrullas de policía andaban desesperadas buscándola, que las casas de algunos de sus amigos estaban vigiladas discretamente e incluso que las de dos de ellos habían sido registradas.

Se volvió hacia el lugar en que calculó debía estar Gastón.

-Bueno, Gastón. Quítese el casco y sabré dónde está. Aquí estamos seguros, al menos, por ahora.

Preocupóse Lao-Wanga de que asistieran debidamente a Isa-Dima y de enviar la orden prometida al alcaide de la prisión y seguidamente se volvió a Gastón, que la veía hacer y disponer sin desplegar los labios.

-Será conveniente que hablemos, Gastón. Tenga la bondad de seguirme. Como verá, su amada Isa-Dima está fuera de peligro y bien atendida...

Pasaron los dos jóvenes a una habitación que Lao-Wanga cerró por dentro y a una invitación de ésta, Gastón se dejó caer en uno de los cómodos butacones que la amueblaban.

-Se habrá convencido ya de que no llevé deliberadamente a los policías al edificio de la radio.

Gastón se ruborizó ligeramente y asintió:

-Ahora, sí. Le ruego que me dispense, pero en aquel momento la hubiese estrangulado.

-Gracias. Para ser un espía, no le falta franqueza.

Gastón no se molestó en rechazar la acusación que Lao-Wanga le hacía. Sonriendo con cierto cinismo se dirigió a ella.

-¿Quiere decirme qué juego se trae ahora entre manos?

Lao-Wanga se levantó como impulsada por un resorte y se encaró con su antagonista, increpándole en tono violento:

-Si no tuviese la convicción de mí inferioridad física, le abofetearía ahora mismo.

-No se prive de ello, si es de su gusto, Lao-Wanga. No pienso hacer el menor esfuerzo en impedírselo -repuso Gastón sin inmutarse.

Desarmada Lao-Wanga por la tranquila indiferencia que manifestaba el terrícola, tornó a sentarse.

-He pagado la deuda contraída con usted, Gastón. Por culpa mía le descubrieron y apresaron. Ya está libre. Puede irse donde desee.

-Gracias, Lao-Wanga. Usted no me debía nada, pero piense que al conducir hasta mí la policía me ha privado de mi bien más preciado: mis medios de comunicación con la Tierra.

-Pero le he devuelto su maravilloso traje y estoy dispuesta a facilitarle una de nuestras aeronaves interplanetarias para que regrese a la Tierra.

-De sobra sabe que yo no puedo regresar allí después de nuestra fuga.

-No sea infantil, Gastón. Aquello no fue más que una estratagema suya para poder venir aquí a espiar. Ahora lo veo claro. Entonces estaba ciega. Creí de buena fe que usted estaba enamorado de mí...

-Y lo estaba, Lao-Wanga. En ese aspecto no le he mentido nunca.

Lao-Wanga contempló a Gastón con una lejana esperanza reflejada en el fondo de sus pupilas.

-¿Por qué no olvidamos todo este tiempo que lleva usted en Marte y nos volvemos a la Tierra? Estoy dispuesta a seguirle...

-¿Otra vez quiere jugar a espía?

-No tiene usted derecho a burlarse, Gastón. He roto mi compromiso con Ra-Tsung.

Ahora el sorprendido fue Gastón.

-¡Lao-Wanga! No me diga que ha obrado usted así por mí.

-No lo he hecho por usted, pero lo he hecho. Ahora comprendo que he llegado tarde, ¿no es eso? Ella se llama Isa-Dima.

-Sí...

-Bueno. No se preocupe. Retiro lo dicho. No le obligaré tampoco a irse a la Tierra, pero sí le prohíbo que continúe su labor de espionaje. Le he devuelto el traje, pero quiero que lo emplee en contra de Marte.

-No le puedo prometer nada, Lao-Wanga. Comprenderá que no puedo permanecer de brazos cruzados cuando veo lo que se trata de desencadenar contra la Tierra.

-Eso no se producirá. Somos muchos los marcianos que estamos contra ellos.

-Pero no me pueden asegurar nada. Ustedes mismos pueden ser aplastados. Conozco bien su movimiento político y hasta dónde puede llegar.

-Sin embargo, si contásemos con su ayuda, podríamos ir lejos. Usted salvaría a la Tierra del peligro en que se halla y nosotros nos adueñaríamos de Marte. Las cosas variarían radicalmente y lo que hoy es violencia, mañana sería armonía y entendimiento.

-El panorama es tentador. Veamos, Lao-Wanga.

La marciana se entretuvo en reflexionar unos instantes.

-Usted sabe -repuso al fin- que es un grupo reducido de hombres el que dirige la tendencia belicista. ¿No es eso?

-Así es.

-Pues bien. Si usted hiciese desaparecer a los más significativos de ese grupo, quedaría todo resuelto.

-¿Incluyendo a Ra-Tsung?

-¿Y por qué no? Los sentimentalismos no pueden jugar en estas cosas. Usted, con ese traje, puede llegar impunemente hasta ellos...

Gastón se levantó como dando por terminada la conversación.

-No continúe, Lao-Wanga. Se lo ruego. Mi educación y mi concepto de la civilización no admiten determinadas acciones.

-Reflexione, Gastón. Son las vidas de sus coterráneos las que están en peligro. Basta con suprimir unas vidas aquí para que ese peligro quede eliminado. En sus manos está hacerlo. Creo que la elección no es dudosa.

-Lo comprendo perfectamente, pero yo no hago eso. No se adonde tendré que llegar para evitar la contienda que ese grupo quiere desencadenar, pero sí le aseguro que no pienso matar a nadie a sangre fría. Y si puedo evitar matar, lo haré. Si en los actos que tenga que emprender para ello con alguien, entonces...

Y el joven se levantó de hombros.

-¿Prefiere usted que se derrame sangre inocente?

-Si es ese su juego, no continúe. No me agrada.

-Como usted quiera -repuso Lao-Wanga despechada-. Pero no olvide que si actúa usted como espía me tendrá enfrente y que conozco el secreto de su traje, y en cuando a Isa-Dima, esa traidora...

-No haga frases de melodrama, Lao-Wanga. Isa-Dima no es traidora. Es una palomita sin hiel y ha jugado inocentemente el papel que yo le he señalado. Ella creía que estaba ayudándome a perfeccionar mi invento...

-Como usted quiera, Gastón. Esta noche pueden quedarse aquí, pero mañana, a primera hora deberán abandonar la casa.

-Si el estado de Isa-Dima lo permite, la abandonaremos ahora mismo. Y siento que por culpa mía se vea perseguida. Si se ve en peligro no tiene más que avisarme.

-Gracias. Supongo que podré pasarme sin su ayuda...

Media hora más tarde, Gastón, acompañado por Isa-Dima, abandonaban la casa donde se hallaba Lao-Wanga. La hermosa marciana sentíase profundamente despechada y hubiese estrangulado a Isa-Dima de buena gana. No lo dijo, pero tanto Gastón como Isa-Dima lo adivinaron.

-No te veo, La-Gotán, y tengo miedo.

-Cógete de mi brazo y no temas. Ahora ha pasado todo.

-Me hicieron mucho daño. Querían que dijera que Lao-Wanga nos había ayudado a montar el aparato ese. Me dijeron que era una traidora y una espía y me llamaron estúpida.

-No temas. Eso ya pasó para siempre. Pronto nos iremos lejos, muy lejos de aquí, a un lugar muy hermoso, dónde hay músicas y flores. Donde se puede reír sin que lo tachen a uno de frívolo, donde se trabaja y se vive con alegría.

-Llévame pronto allí. Aquí tengo miedo... ¿Y dónde vamos ahora?

-A la residencia de Lao-Wanga. Allí han registrado y supongo que estará custodiada por la policía. Será el último lugar donde irían a buscarnos.

Gastón se había provisto del aparato de ventosas que ya empleara en la emisora de radio y al llegar al edificio que estaba a espaldas de la residencia de Lao-Wanga, se detuvo.

-Vamos a emprender un arriesgado ejercicio, querida; pero no tengas miedo.

-Contigo no tengo miedo, La-Gotán.

Ató las manos de la muchacha y se las pasó por el cuello.

-Ahora, cógete bien con las piernas a mi cintura; eso es. Vamos arriba.

Valiéndose de las ventosas comenzó la difícil ascensión por la lisa pared. Cualquier fallo del aparato podía significar la muerte para ambos y Gastón sabía que esto se podía producir, pues llevaba excesivo peso. Pero pudieron trepar sin novedad al tejado y de él, siguiendo la manzana, llegar hasta el de la residencia de Lao-Wanga. Una vez en él, el descenso fue fácil, introduciéndose por una de las ventanas del piso alto.

-Aquí podrás descansar. Éste es el departamento de las esclavas, pero se han ido todas...

Isa-Dima se tendió en uno de los lechos y se aferró a las manos de Gastón.

-No te separes de mí. Tengo miedo.

-Pues es necesario que seas valiente. Aquí no vendrá nadie a buscarte. Yo tengo necesidad de salir. Hay demasiadas cosas pendientes.

-La-Gotán, dime la verdad: ¿Es cierto que eres un espía?

-Ya hablaremos de eso, querida. No quiero mentirte. La verdad es que no pertenezco a Marte, sino a la Tierra y que debo evitar a toda costa una sangrienta lucha entre los dos mundos, Pero ten fe en mí. Hay dos cosas que son ciertas, por encima de todo: Que soy un hombre honrado y que te quiero mucho, como jamás ser alguno ha sido querido...

Una dulce sonrisa se dibujó en el rostro de la joven, que cerró los ojos. Instantes después diose cuenta Gastón de que estaba dormida. El cansancio y las emociones la habían vencido.

Gastón se alejó de su lado despacio, sin hacer ruido. Debía resolver aún muchas cosas aquella noche, antes de que se hiciera de día.

Debía empezar por recoger de manos de un funcionario venal un detallado informe sobre una de las armas secretas con que Marte contaba para la invasión de la Tierra. Para esto necesitaba dinero y suponía que el fabricado por él habría desaparecido; pero teniendo su traje invisible, no era problema.

Tenía que apoderarse también de su emisora y volver a instalarla en la emisora de Campo Marte, pero en lugar más inaccesible. Luego de eso, debería entrar en comunicación de nuevo con el profesor Alex Ray. En la Tierra, necesariamente estarían preocupados por su falta de noticias.

El momento continuaba siendo difícil, casi angustioso. Pese a la labor de Gastón y a los avances conseguidos gracias a su informe, la Tierra no estaba aún en condiciones de defenderse si el asalto de Marte se producía. El «Plan Lowe», en el que tantas esperanzas tenían para defender la Tierra desde el espacio, no se había podido llevar aún a la práctica. Existían ciertas dificultades de orden técnico bastante difíciles de vencer.

Gastón, para vencer esto, estaba tratando de conseguir un informe técnico sobre la isla aérea que había comenzado a establecer Marte dentro del mayor secreto. Aquélla, que debía servir de base para el ataque a la Tierra y cuyos trabajos estaban bastante adelantados.

CAPÍTULO X

LEGIONES ARMADAS 

En manos de Gastón obraban ya los informes que necesitaba. Sin embargo, no los había podido transmitir al profesor Ray y esto le mantenía en estado de irritación.

No había podido terminar la instalación del aparato emisor y ahora, a pleno día, debía abstenerse de hacerlo.

Por otra parte, le llegaban noticias inquietantes. Ra-Tsung, despechado por la desaparición de Lao-Wanga y furioso por la fuga de Gastón y de Isa-Dima, había emprendido una rápida persecución de sus supuestos enemigos, acusándolos de conspiración contra el Estado y encarcelando a bastantes de ellos. Para acallar el disgusto que sus medidas hubiesen podido producir, había hablado con cierta claridad de sus planes de invasión a la Tierra, presentándolos como una necesidad vital. Y anunciaba también un desfile de fuerzas y armamentos para que el pueblo de Marte se convenciera de su propia superioridad. Con aquel alarde de fuerzas estaba seguro de asustar a los timoratos, recobrando su prestigio y desalentando a los que tenía enfrente.

Gastón, desde un bien elegido lugar para ver y no ser visto, se dispuso a asistir al magno desfile. Isa-Dima, asustada, permanecería en la residencia de Lao-Wanga, sin atreverse a salir.

El lugar del desfile era una inmensa llanura en las afueras de Martha, en la que a toda prisa se había improvisado una aparatosa tribuna destinada al Magnifico Tirano, su séquito, la aristocracia y los altos funcionarios, así como sus familias.

El público, ansioso de distracciones, habíase congregado a todo lo largo de la explanada sin darle gran importancia a los rigores de una temperatura excesiva, dispuesto a no perderse un detalle del magnífico espectáculo que sólo se daba en excepcionales ocasiones.

Apenas llegado el Magnífico Tirano con su brillante comitiva, se oyó un sordo rumor en el aire y aparecieran, rompiendo el desfile, compactas formaciones de aeronaves interplanetarias, de las que ya Gastón conocía, poderosamente armadas, lanzando cegadores destellos y desapareciendo rápidamente de la vista de los espectadores para dejar paso a una copiosa formación de aviones de diferentes modelos, pero tan veloces como saetas, y a los que por volar excesivamente bajos, casi no se les podía seguir con la vista.

Gastón palideció ante aquel alarde de fuerza, preguntándose, a la vez, cómo podían mantener aquella producción estando semiagotados, carentes de muchos de los productos que tan esenciales eran para la vida.

Una ensordecedora salva de aplausos despidió a los veloces aviones y a continuación se oyó un batir de alas en el cielo. A poco aparecieron en el lejano horizonte verdaderas nubes de aquellos seres de tipo anfibio, verdes y amarillos, que tanto llamaron la atención del joven terrícola el día que arribara a Marte. Venían correctamente formados, guardando las distancias perfectamente, como seres bien adiestrados y conscientes de la misión que desempeñaban. Al llegar frente a la tribuna del Magnífico Tirano efectuaron unas graciosas evoluciones, guardando perfecto orden. Algunos pasaron cerca del lugar donde se hallaba Gastón y éste pudo observar perfectamente el brillo de sus miradas y la orgullosa expresión de sus semblantes, tan parecidos al del lagarto. Sus fusiles cósmicos, diestramente colocados, formaban impecables líneas y al desaparecer despertaron el entusiasmo del pueblo, que les aplaudió frenéticamente.

Aún se oían las alas al batir en el aire, cuando aparecieron las unidades blindadas. Venían, primero, los carros ligeros, veloces, en extraordinaria cantidad y de modelos que en la Tierra se hubieran calificado de sensacionales. Seguíanles luego los tanques pesados, en los que se adivinaba una extraordinaria potencia. Gastón contemplaba el desfile entre angustiado y asombrado, calculando, además, que aquello era sólo. Una pequeña parte de las disponibilidades. Comprendió que era demasiado peso y que si Ra-Tsung se lo proponía, podían aplastar a la Tierra, pese al esfuerzo que en ésta se realizaba.

Tras los blindados hizo su aparición la artillería. Cañones atómicos, cósmicos, otros con sin número de bocas, capaces de arrasar de un solo disparo dos kilómetros en cuadro, sin dejar en él bicho viviente...

Tras la artillería de todos los calibres y de modelos inimaginables, vino la infantería. En desfile interminable, sucediéronse las legiones de aquellos seres fuertes y de aspecto primitivo traídos de Venus. Sus uniformes de escamas centelleaban al sol y las puntas aceradas de sus enhiestas lanzas desafiando al cielo, eran el digno remate de su bélica apostura...

Tras ellos, los cuerpos auxiliares, las especialidades.

Gastón no quiso ver más y se retiró ansioso de meditar, de encontrarse consigo mismo. Más de cinco horas había durado el desfile, a pesar de haberse llevado éste con gran rapidez y perfecto orden, sin una sola detención...

Cuando se dejó caer en un asiento, frente a Isa-Dima, que lo contemplaba entre curiosa y asustada, sentía una invencible sensación de anonadamiento. Se encontraba empequeñecido, aplastado. Tembló por su amada Tierra, por sus hogares, hoy felices y en espantoso peligro. Temió por la civilización, por la continuidad de la obra de la humanidad...

A su mente acudieron las palabras de Lao-Wanga: «Basta con suprimir unas vidas aquí para que ese peligro quede eliminado. En sus manos está hacerlo. Creo que la elección no es dudosa.»

Las frases le golpeaban el cerebro con su consistencia. Sí, era cierto. ¡En sus manos estaba evitarlo. Vio sus manos empapadas de sangre y sintió asco de sí mismo. Se levantó con violento impulso:

-No. ¡Yo no puedo hacer eso!

Isa-Dima le miró con expresión de alarma.

-¿Qué te ocurre, querido? ¿Estás enfermo?

-No, Isa-Dima. Mi salud es perfecta, pero hay algo que gravita sobre mí amenazando con aplastarme. La suerte ha arrojado sobre mis hombros una tarea superior a mis fuerzas...

-¿Puedo ayudarte?

-Ya me has ayudado y has sufrido bastante por mi culpa. Procura descansar y estar dispuesta para cuando yo regrese. Nos iremos lejos. Aquí corres demasiado peligro...

Caía el día cuando Gastón salió a la calle, dirigiéndose a la emisora del Campo de Marte.

La vida de la ciudad, después del desfile, había recobrado su tono normal y la circulación se había centrado, como de costumbre, en las vías principales, dejando libres las de menos importancia.

Esto permitió observar a Gastón pequeños grupos que mantenían una discreta pero estrecha vigilancia sobre peatones y vehículos, controlando las entradas y salidas de los edificios...

-Ya ha tendido Woonga su telaraña. Pobres de los que caigan en ella -observó Gastón.

Nuevamente pensó en la solución que le diera Lao-Wanga de eliminar al grupo de culpables; pero volvió a rechazarla como impropia de sus principios.

Tenía a la vista el Campo de Marte y pudo observar que la vigilancia en torno a la emisora era más estrecha aún que en la ciudad. ¿Le estarían esperando a él? ¿Poseerían las escuadras de vigilancia equipos de rayos infrarrojos y, por tanto, podrían verle? Tenía que correr el albur necesariamente. Su pistola de rayos cósmicos estaba cargada y no tenía por qué temer. Lucharía.

Pasó por entre los grupos y se dio cuenta de que su presencia era inadvertida. Lao-Wanga no había hablado, al menos, de momento.

Valiéndose de las ventosas comenzó a trepar por la pared del edificio. Pensaba sonriendo en la sorpresa de los vigilantes si se les ocurriese levantar la vista y vieran moviéndose solas por la pared las ventosas. Seguramente se morirían del susto.

Casi no había dormido y sentíase verdaderamente cansado. Los músculos de los brazos los sentía como dormidos, a punto de estallar.

No obstante ello, pudo llegar hasta la parte superior de la torre donde se hallaba la antena. Allí, en lugar bien escondido, estaba su pequeño emisor. Trabajando febrilmente pudo terminar la instalación en menos de una hora e inmediatamente lanzó la señal de comunicación a la Tierra, repitiéndola, como de costumbre, cada tres minutos. Fueron aquellos momentos de verdadera ansiedad, en que cada minuto le parecía interminable.

Recordó que en cierta ocasión, siendo estudiante, había boxeado en un festival estudiantil. Mal preparado, confiado en su fuerza física, se había agotado a mitad de combate y desde aquel momento dejó de pegar para recibir únicamente. Su rival se crecía mientras él ordenaba pegar a sus brazos. Pero los brazos no le obedecían, manteniéndose inertes, ayudándole, a lo sumo, a cubrirse de la rociada de golpes que se le venían encima. Su amor propio no le permitió abandonar la pelea, como la prudencia aconsejaba, y aguantó estoicamente hasta que sonó la campana final. En aquellos momentos de verdadera angustia había aprendido el valor del tiempo y lo que podía significar un minuto en un momento difícil, hasta dónde se podía alargar... Ahora notaba la misma angustiosa sensación y hasta le parecía percibir los golpes de un potente rival que, poco a poco, iba deshaciendo su anatomía sin que él pudiese evitarlo.

 Frente a sí mantenía la esfera de su reloj hasta que en el minuto 19 obtuvo la ansiada respuesta. Seguramente el profesor Ray no había dormido aguardando sus noticias.

Con parquedad envió el extenso informe, tai vez el último que enviase. Refirió su detención y su liberación. Dio los últimos datos que había recibido, refirió cuanto había visto en el desfile de aquella tarde; habló del discurso de Ra-Tsung, de sus intenciones. Envió los datos técnicos que servían de base a la construcción de la gran isla aérea. Últimamente pidió el envío de un equipo de demolición si los «Star-4» podían servir para su transporte.

La respuesta fue favorable y los dos hombres se despidieron. Gastón recibió la sensación de que el profesor Ray se hallaba anonadado. Las fuerzas con que Marte contaba eran aplastantemente superiores a las de la Tierra y únicamente un golpe de audacia podía salvar la situación.

Dominado por la penosa impresión, Gastón se dispuso a abandonar el edificio. Por pura precaución, aunque dejó montada la instalación hecha, se llevó, sin embargo, su aparato.

Salía de la torre por una de las ventanas e iba a iniciar el descenso, cuando notó cierto movimiento abajo y a poco, potentes reflectores barrían milímetro a milímetro las fachadas del edificio.

Aquello le impedía el descenso por donde había venido, pues aunque no se le viera, no podía evitar que se proyectara sobre la pared su sombra, aunque de forma un tanto velada.

Seguramente habían captado el mensaje, aunque no lo entendieran, y se había dado la voz de alarma.

Descendió por el interior de la torre, llegando hasta una pequeña sala. Debía haber llegado el aviso a ésta, pues se notaba cierto desasosiego entre los presentes, que se miraban entre sí con evidente recelo.

Una voz tronó por el hueco de la escalera:

-¡Que no se mueva nadie del lugar donde está!

Gastón se fue deslizando buscando los lugares menos iluminados, procurando esconder la leve sombra que su cuerpo producía.

Por otra escalera vio ascender un tropel de soldados y policías y hubo de retroceder para darles paso. Dejólos pasar e inmediatamente se lanzó él escaleras abajo. Al final de ella encontró la puerta cerrada. Iba a dar una vuelta para salir por otro lugar cuando la puerta se abrió violentamente para dar paso a uno de los jefes de policía. Gastón se hizo a un lado para inmediatamente pasar, aprovechando el instante en que la puerta se había mantenido abierta.

Hallábase ya cerca de la calle cuando topó con otra puerta cerrada. Aguardó unos momentos por si tenía la suerte de que se abriera; pero sus esperanzas resultaron fallidas. En todo el edificio retumbaban las pisadas de los policías, en continuo movimiento, tratando, sin duda, de localizarle. Se oían voces de mando... gritos.

Se acercó a la puerta y golpeó en ella con los nudillos. Se abrió una rendija y apareció una cabeza por ella, fisgando curiosamente a ver quién llamaba. No había espacio suficiente para pasar y Gastón tomó una decisión. Agarró al fisgón por la cabeza y tiró de él violentamente, lanzándolo luego por el aire. El marciano chilló como una rata herida y fue a estrellarse violentamente contra el piso, mientras Gastón franqueaba la puerta rompiendo por entre un grupo de policías que acudió presuroso al ver desaparecer a su compañero. Dos o tres de los policías rodaron por el suelo, mirándose extrañados por lo incomprensible del fenómeno.

Una vez franqueado el obstáculo y cuando ya llegaba al vestíbulo, vio Gastón cómo ante la puerta del edificio se detenían unos automóviles; de uno de ellos descendió el propio Woonga, que acompañado de un reducido séquito deseaba presenciar personalmente la captura del espía o espías.

Gastón sintió una tentación irresistible y se acercó con paso cauto al intrigante. En el rostro de éste lucía una sonrisa de satisfacción, producida, sin duda, por sus últimos triunfos. En el momento de llegar Gastón ante él, Woonga se volvía a uno de sus acompañantes para decirte:

-Veremos si ahora se nos escapan estos espías. Hemos de hacer con ellos un buen escarmiento para que sirva de ejemplo.

Woonga, destacado de todo su séquito, avanzó unos pasos más y ya Gastón no tuvo más que alargar el puño. Lanzó primero su izquierda en directo para medir bien la distancia y cuando vio que llegaba precisa, dobló de derecha, cruzándola como un rayo a la barbilla y descargando sobre ella todo el peso de su cuerpo.

Woonga, que se detuvo vacilando al primer impacto, cayó fulminado al recibir el segundo, yéndose de bruces sobre el pavimento.

Un movimiento de estupor se produjo entre su acompañamiento ante el insólito accidente y todos corrieron como un solo hombre a socorrerlo.

Gastón había contado ya con esto y se dirigió al propio auto de su víctima, cuyo motor aún estaba en marcha, y se lanzó con él a toda velocidad.

El estupor que el nuevo hecho produjo no es para descrito. ¡El auto de Woonga lanzado a toda velocidad y sin que nadie lo condujera!

Cuando quisieron reaccionar ya el automóvil, con Gastón dentro, había desaparecido, avanzando veloz en dirección a la ciudad. 

*     *     * 

Una vez en ella, abandonó Gastón el coche en una calleja oscura y se dirigió hacia un edificio de grandes dimensiones y de traza original, donde debían estar aguardándole ya. A cambio de una fuerte suma de dinero debían hacerle entrega de unos documentos con los datos de los cuales contaba para actuar con el equipo de demolición que había solicitado a Ray que le enviase.

Por un pequeño portillo penetró en el edificio y antes de continuar avanzando, se desposeyó de su traje invisible. Apenas lo había hecho vio avanzar hacia él una silueta:

-¿Es usted, La-Gotán?

-El mismo. ¿Alguna novedad?

-Nada de particular. ¿Me ha traído el dinero?

-Naturalmente que sí yo siempre prometí lo que cumplo -manifestó Gastón arrojando el paquete de billetes que traída preparado a las narices de su interlocutor- ¿Y usted? ¿Ha traído lo mío?

-Sí. Yo también cumplo siempre mi palabra. Pero es la última vez que le sirvo. Tome.

Gastón tomó los documentos y les dio un vistazo. Sonrió satisfecho.

-¿Qué le ocurre? ¿Tiene usted miedo?

-Pues, sí. Han detenido a varias personalidades del departamento y dicen que vamos a tener cambios de importancia en la plantilla. No quiero que me pillen. La vida en Venus es terrible.

-Bueno, Wu-Akong. De acuerdo. Confío que en lo sucesivo podré pasarme sin sus servicios; pero si lo necesitara, sé que no me lo negaría. Usted es un hombre consecuente y sabe que está indisolublemente ligado a mí. Pero tranquilícese. Si corriese usted peligro le avisaría con tiempo y lo enviaría a un lugar bastante mejor que Venus. Yo sé portarme con los que me sirven bien y ahora...

Una voz interrumpió, cortando en seco la palabra de Gastón:

- ¡No se muevan! ¡Levanten las manos! Les tenemos encañonados...

Gastón reconoció inmediatamente la voz de Lao-Wanga y por encima de los hombros de su interlocutor la vio avanzar destacándose de la sombra. Con Lao-Wanga iban dos marcianos a los que Gastón no conocía.

La muchacha se dirigió a Gastón con gesto duro:

-Le advertí a usted, La-Gotán...

Esta vez fue Gastón él que interrumpió cortando en seco la frase. Había medido bien la distancia y de felino salto se había arrojado sobre Lao-Wanga con ímpetu irresistible.

No le dio tiempo ni a parpadear cuando se vio violentamente arrojada al suelo en confuso montón con sus dos acompañantes. Las armas les fueron arrebatadas rápidamente y los acompañantes de la marciana recibieron la sensación de que un mundo se les venía encima, tales fueron los demoledores golpes con que Gastón les obsequió, dejándolos fuera de combate.

En cuanto a Lao-Wanga, le ayudó a levantarse, pero asegurándose previamente de que no llevaba arma alguna encima. La muchacha estaba bastante aturdida por el golpe y tardó unos instantes en reaccionar. Mientras tanto, Wu-Akong habíase apresurado a desaparecer.

-¿Se encuentra en condiciones de escucharme, Lao-Wanga?

La muchacha hizo un afirmativo movimiento de cabeza.

-Si.

-Pues óigame bien: No intente oponerse en mi camino o la aplastaré sin vacilar. Mi decisión está tomada. Pronto desapareceré de aquí. Aprovéchese usted para irle minando el terreno a Ra-Tsung y a Woonga. No tardaré en derribarlos y prefiero que sea usted la que esté dispuesta para sustituirlos. Marte no sufrirá ningún daño por mi culpa, pero no pienso consentir que la Tierra lo sufra tampoco. Y ahora, hasta siempre. Seguramente no nos volveremos a ver.

Y Gastón, sin aguardar la respuesta, se alejó rápidamente, desapareciendo por el portillo. Lao-Wanga le contempló hasta el último segundo. Luego suspiró y se volvió a auxiliar a sus compañeros, que comenzaban a moverse.

CAPÍTULO XI

OBJETIVO CUMPLIDO 

Es de noche, una noche brillante, espléndida, se deja sentir un frío intenso que, por refracción, se produce después de un día de bochornoso calor, en que los rayos solares se han mostrado implacables a través de una atmósfera completamente limpia, sin una sola nube que la empañara.

Un pequeño automóvil de un tipo muy semejante al «jeep» americano avanza velozmente por la llanura árida, desértica.

La estudiada disposición de sus ruedas le permite ir pasando los mil pequeños obstáculos del camino sin que sus ocupantes sientan la menor molestia, la mis mínima brusquedad. El tal vehículo es una de las últimas maravillas de los ingenieros marcianos y de la cual se muestran orgullosos.

Gastón, al volante, conduce con mano firme, mientras Isa-Dima, a su lado, descansa la cabeza sobre el hombro de su acompañante.

-¿Frío?

-Un poco, pero no te preocupes. Estoy acostumbrada y lo resisto bien.

Gastón consultó el reloj y se dirigió a su acompañante:

-Ellos ya no pueden tardar. Pronto llegaremos al punto D-3, señalado para la reunión.

-Tengo miedo, Gastón. Si ellos no vinieran y nos cogieran aquí, no quiero ni pensar lo que harían con nosotros.

-No te preocupes. Suceda lo que suceda, tal vez Ra-Tsung no esté mucho tiempo en el poder. Las intrigas de Woonga le van haciendo impopular. Son muchos los que le odian.

-Pero no podemos confiar en eso. El es fuerte todavía, tiene todos los resortes del poder en sus manos y si por un acaso cayera, le sucedería Lao-Wanga y no podemos esperar tampoco nada bueno de ella.

-Pero ella es nuestra amiga.

-Ella me odia a muerte. He adivinado que está enamorada de ti y el despecho es muy mal consejero. Ella podrá ser una buena amiga si triunfamos y nos mantenemos lejos de su alcance...

Gastón consultó un mapa que tenía ante sí y de nuevo echó un vistazo al reloj.

-Ya estamos cerca. Toma tú el volante.

Cedió el volante a la muchacha y dispuso el equipo de radio de que iba dotado el vehículo, lanzando una primera llamada.

Isa-Dima detuvo el automóvil.

-Hemos llegado. Estamos en el punto D-3.

De nuevo Gastón consultó el reloj.

-Es la hora y no pueden tardar.

Como en respuesta a estas palabras oyeron un sordo silbido a sus espaldas. Se percibía aún alto y lejano.

De nuevo emitió Gastón su contraseña y esta vez obtuvo inmediata respuesta:

-Estamos a 57 minutos latitud Norte y 22 longitud Oeste del punto D-3. Nos atacan. Combatimos...

Gastón esperaba esto. Sin embargo, no pudo evitar el natural sobresalto. ¿Qué posibilidades tendrían sus «Star-4» frente a las veloces y bien armadas aeronaves marcianas?

Gastón tornó sus gemelos y los dirigió inquieto hacia la altura. Pero ni la distancia ni la luz le favorecían y se sintió defraudado.

Con voz inquieta pidió detalles del desarrollo del combate. Le respondieron prontamente.

-Hemos derribado dos de estos cacharros. No han podido resistir los impactos de nuestras ametralladoras atómicas. Cambio.

-Eso es magnífico. Manténganse por todos los medios lejos de ellos. Llevan rayos cósmicos que no tienen gran alcance, pero que si les tocan les desintegrarán. Cambio.

-Estamos advertidos. Derribamos el tercer aparato. Sólo quedan dos frente a nosotros. Cambio.

-Mantengan la lucha tres de ustedes y que tomen tierra los otros dos. Es necesario actuar con rapidez. Cambio.

-Entendido, señor. Cambio.

Apenas cortada la comunicación se oyó el potente silbido de los aparatos en su veloz avance y casi sin dar tiempo a nada se presentaron ante ellos, evolucionando graciosamente y solicitando les fuese precisada la posición.

Hízolo Gastón y los dos aparatos posaron suavemente en tierra. Apenas lo hubieron hecho se abrieron automáticamente sus portezuelas y de sus entrañas brotaron, como sombras, parte de sus tripulaciones, ceñidos sus componentes en trajes similares al que usaba Gastón y provistos de escafandra que les permitiera respirar adecuadamente en aquella atmósfera poseedora de menos oxígeno que la de la Tierra.

Con la rapidez de hombres que han ensayado la operación centenares de veces, descargaron rápidamente las cajas de los explosivos, mientras el que hacia de jefe del grupo se cuadraba ante Gastón, saludándole militarmente:

-Dispuestos para la operación, señor.

Gastón, emocionado, correspondió al saludo e inmediatamente lo estrechó entre sus brazos.

-No puedo entretenerme en abrazar a todos, pero que este abrazo sirva de bienvenida para todos y cada uno. Estoy orgulloso de verles aquí.

Inmediatamente se volvió hacia Isa-Dima.

-Sube en la primera nave, querida.

-No quiero separarme de ti.

-Vamos. Obedece. Con nosotros serías una rémora que podría poner en peligro nuestras vidas.

Comprendió ella la razón de Gastón y se apresuró a obedecer, auxiliada por uno de los tripulantes. Seguidamente dio Gastón la orden de partida y las dos aeronaves se elevaron saliendo al encuentro de otras tres de la misma escuadrilla. Avanzaban éstas manteniendo una verdadera batalla con los hombres-lagarto que en número considerable les atacaban, tratando de envolverlos, disparando sus armas cósmicas. Afortunadamente, la distancia a que con gran esfuerzo se les mantenía, hacia que los rayos se perdiesen en el espacio.

Los hombres-lagarto caían en número considerable, pero no por eso cejaban en su empeño y a los caídos les sustituían inmediatamente otros y otros en oleadas sucesivas.

Gastón contempló horrorizado la tremenda lucha y ante la insistencia de los extraños seres de Venus llegó a temer por la integridad de sus «Star-4». Tomó la emisora de radio y dio una orden:

-Elévense a 20.000 pies. A esa altura no podrán seguirles. Cambio.

-De acuerdo. Nos alejamos. Mantenemos contacto en espera de nuevas órdenes. Cambio.

Los cinco «Star-4» maniobraron con rapidez, iniciando un gracioso «looping», despejando el camino con el nutrido fuego de sus armas de los pegajosos atacantes, que se vieron obligados a dispersarse al ver sus filas terriblemente aclaradas y que las aeronaves se ponían fuera de su alcance.

Gastón, tranquilo ya, contempló silencioso a los hombres que se mantenían firmes ante él.

-Perdonen que les haya olvidado por unos segundos. Descansen. Supongo que vendrían ustedes advertidos de la presencia de estos seres.

El jefe de grupo respondió:

-Sí, señor. Se nos ha instruido debidamente para evitarnos cualquier sorpresa.

Gastón se fue hasta el auto y regresó junto al grupo de demolición con unos papeles en la mano.

 Desplegó el mayor de todos, extendiéndolo en tierra e invitó al comandante del grupo para que se sentase a su lado e indicando también a los componentes del mismo que debían acercarse:

-Este mapa, perfectamente detallado, corresponde a la vasta zona donde está concentrada casi toda la industria bélica del planeta. Su destrucción significará que la proyectada invasión de la Tierra se les dificultaría en gran manera, a menos que consiguieran dominarla dentro del primer mes, pues en este caso tendrían suficiente con el material de que disponen en la actualidad. Vamos, pues, a intentar destruirles todo esto para evitar que puedan prolongar la guerra más allá de lo que permita nuestra resistencia. Será la primera parte de nuestra actuación. Gran parte de esta industria -continuó Gastón- puede ser atacada desde el aire, pues está en la superficie, pero hay otra parte de ella, la mis importante y la más moderna, que se halla establecida en el subsuelo y que es inatacable desde el aire, y ésta es la parte que a nosotros toca resolver. Yo carezco de experiencia guerrera; no he luchado jamás y sólo tengo referencias de la forma de actuar de ustedes; pero a pesar de ello, he dispuesto la operación, pues se necesita ganar tiempo. Antes de una hora debemos emprenderla para evitar el peligro de ser descubiertos y que el esfuerzo realizado sea nulo. Así, pues, he dividido la operación en dos sectores. Dividiremos el grupo en dos y cada subgrupo se encargará de un sector, coincidiendo al final para efectuar la retirada juntos. En estos días que les he estado aguardando he calculado la disposición de las cargas, graduando el tiempo a que debe explotar cada una para que las explosiones se produzcan, aproximadamente, al mismo tiempo y no descubran antes de hora nuestra actividad. Por consiguiente, he hecho otros dos planos detalladísimos, uno de cada sector, y en ellos van señalados los lugares exactos donde deben ir las cargas y el tiempo a que deben estallar, calculando lo que se debe tardar en cada operación parcial, en trasladarnos de un lugar a otro, teniendo en cuenta la distancia y los obstáculos que se deben franquear en cada caso. Podemos decir, pues, que es ésta una operación contra reloj y que, por tanto, hay que ir pendiente de él durante la duración de la misma. Sólo así nos sonreirá el éxito. ¿Alguna objeción que oponer?

Cambiaron entre sí miradas los expedicionarios y al fin el comandante del grupo se dirigió a Gastón:

-Ninguna, señor. Con los datos que conocíamos habíamos planeado algo así.

-Está bien. Ahí tienen los planos. Tienen, aproximadamente, una hora para estudiarlos en su detalle. Usted, comandante, dirigirá personalmente uno de los grupos y designará al que debe dirigir el otro. Yo acompañaré al segundo grupo. Antes de salir daré las órdenes para la actuación de nuestras aeronaves, así es que una vez metidos en harina, deben pensar que cualquier retraso puede significar el fracaso parcial y la desaparición del grupo.

-Descuide, señor. No fracasaremos. Es personal escogido y bien entrenado...

Si a simple vista hubiesen resultado visibles, habrían impresionado fuertemente al espectador que no estuviese preparado para ello. Con sus escafandras, sus tubos articulados, sus trajes ceñidos, de un negro purísimo, su forma de avanzar, cauta, pero rápida, parecían más que seres humanos, productos de la fantasía de un torturado.

Aparte del armamento traído de la Tierra, Gastón, previniendo una posible lucha con los marcianos, les había provisto a todos de pistolas cósmicas, bastante más efectivas en las luchas a distancia media.

Habían repartido el peso de los explosivos para hacer la marcha más soportable para todos y hallábanse ya en el interior de una de las instalaciones. Habían podido llegar a ella ante las mismas narices de los guardianes, sin ser advertidos, gracias a sus trajes.

La silenciosa procesión se deslizaba ahora por una vasta sala de máquinas. Resultaba inquietante ver aquellos cuerpos alineados como para una lucha.

Gastón señaló el emplazamiento donde debía ir la carga. Por ser la primera, debía permanecer más tiempo colocada sin explotar y, por lo tanto, debía quedar bien escondida a las miradas de las continuas rondas que recorrían los recintos de la instalación ahora en reposo.

Vio que el encargado de colocarla vacilaba y comprendiendo, le pidió la carga. El lugar era punto menos que inaccesible, si no se contaba con medios adecuados, y Gastón se colocó rápidamente las ventosas de que iba provisto. Ante los asombrados ojos de sus compañeros de expedición, trepó con suma facilidad y colocó la carga, dejándola bien escondida. Al bajar entregó los útiles al soldado.

-Tome. La próxima la podrá colocar usted. Con eso le resultará fácil. Vamos.

Unos tras otros, siempre pendientes del reloj, fueron cubriendo los objetivos parciales, dejando carga en el sitio conveniente y dentro del límite de tiempo señalado. Gastón mostrábase sumamente satisfecho. Sólo quedaban por colocar dos cargas, si bien los hombres se mostraban bastante cansados, por tener que operar con las caretas puestas.

Les dirigió unas palabras de aliento:

-Vamos, amigos. Falta ya muy poco. Estamos terminando.

Dirigiéronle los hombres una mirada de comprensión y agradecimiento y continuaron la marcha con renovados bríos. Llegaron frente al penúltimo lugar donde debían colocar carga.

Mientras dos hombres se destacaron a colocarla, bajo la dirección de Gastón, el resto del grupo permanecía vigilante arma al brazo, atentos al menor rumor, a cualquier fenómeno que pudiera producirse.

Estaba el trabajo casi terminado, cuando se sintió un lejano temblor de tierra, seguido del ruido de una lejana explosión.

Gastón se volvió sobresaltado:

-¡Vamos, terminen rápidamente! Algo no ha funcionado bien.

Casi coincidiendo con la voz de Gastón se oyeron lejanas las sirenas de alarma y a poco nuevas explosiones, pero esta vez más cercanas.

Terminada de colocar la carga explosiva, el reducido grupo se puso en marcha perseguido por el estrépito de otras sirenas mas cercanas que gritaban también su alarma.

Automáticamente comenzaron a encenderse luces, iluminándolo todo profusamente y molestando bastante a los terrestres.

Se oyeron ruidos metílicos y los componentes del grupo de demolición pudieron observar que a sus espaldas se iban tendiendo verdaderos telones de acero, mientras los timbres de alarma señalaban el incendio y lugar donde se había producido.

-¡Cuidado! Seguramente hay incendio y lo están aislando...

Una puerta metálica cayó ante el grupo, impidiéndoles el paso. El jefe del grupo se volvió a Gastón:

-¡Nos han cogido en la ratonera! ¡Pronto, una carga! No hay más remedio que volarla...

Disponíase uno de los hombres a obedecer, pero le detuvo Gastón.

-¡Quieto! Nada de eso. Apártense un poco. Obedecieron los hombres, colocándose a ambos lados de Gastón, y éste dirigió una descarga de rayos cósmicos de su pistola contra el obstáculo. Como si éste fuese de mantequilla, quedó desintegrado en gran parte, dejando espacio más que suficiente para la salida del grupo. Atravesaron corriendo el lugar y se vieron inmediatamente en una zona profusamente iluminada, tanto que sus sombras se recortaban con demasiada precisión, ofreciendo una visibilidad peligrosa.

Se oyó murmurar a Gastón:

-Es un fastidio que este tejido no acaba de absorber por completo los rayos luminosos. Acabarán por descubrirnos.

Apagáronse en aquel momento las luces, quedando todo completamente a oscuras, pero inmediatamente la luz fue reemplazada por rayos, invisibles a simple vista, pero que dejaron envueltos en luz negra al grupo, que así resultaba visible para los observadores que estuviesen detrás de los aparatos.

-¡Luz negra! Hemos sido descubiertos...

Pensó que tal vez aquello se debía al maquiavelismo de Lao-Wanga y por unos segundos hubiera deseado tenerla a su alcance.

Los rayos de luz negra fueron siguiendo el desplazamiento de los terrestres escasamente breves segundos, pues Gastón, reaccionando con su característica rapidez, envió al aparato que los producía una ráfaga de su ametrallador: saltó el aparato hecho trizas y el grupo pasó a otro lugar. Gastón señaló el sitio del último emplazamiento y rápidamente fue cumplimentado.

-Y ahora, fuera rápidamente.

Un nuevo telón metílico les cortó el paso, pero fue eliminado con la misma facilidad que el primero y emprendieron la salida al aire libre subiendo por una empinada rampa.

De nuevo fueron localizados por rayos de luz negra, mientras un nutrido pelotón de hombres de Venus taponaba la salida, defendiéndola con sus fusiles cósmicos y sus aceradas picas.

Los ametralladores de los terrestres comenzaron a funcionar con su habitual eficacia, causando estragos entre las masas de atacantes, manteniéndolos bastante alejados para que sus armas cósmicas resultasen ineficaces.

-¡Hemos de mantenerlos, cuando menos, a esta distancia!-bramó Gastón, dirigiéndose al capitán que con él dirigía el grupo.

-Descuide, señor. No tardarán en volar de ahí...

A un gesto del capitán, se acercaron los portadores de dos fusiles lanzagranadas, mientras Gastón se aseguraba de mantener libre de enemigos la espalda del grupo; se oyeron dos detonaciones espantosas y las filas de los hombres de Venus quedaron lo suficientemente claras para permitir el avance del grupo.

Lanzóse el capitán delante, manteniendo el fuego constante de su fusil ametrallador y obligando a los atacantes a Ir cediendo el terreno. Tras el capitán salió el resto del grupo, avanzando en la misma forma impresionante y pronto la entrada quedó despejada.

Corriendo como exhalaciones se hallaron pronto al aire libre, fuera del alcance de los enemigos.

-Aunque estén cansados, debemos procurar mantener esta marcha, por lo menos, cinco minutos.

Dos hombres se dejaron caer agotados, pero fueron levantados por sus compañeros y obligados a continuar la marcha.

- ¡No podemos detenernos!-aulló más que dijo Gastón..

En aquel momento se sentía poseído de una furia indescriptible. La operación no había salido con la limpieza proyectada y esto le irritaba.

Habían llegado al punto de reunión con casi un minuto de anticipación y se tendieron a descansar un momento, pero no tardó en aparecer el otro subgrupo. El comandante se cuadró militarmente ante él.

-Objetivo cumplido, señor. Sin novedad.

CAPÍTULO XII

FIN DEL TIRANO 

El grupo llegó hasta el lugar donde se hallaba el automóvil y Gastón ordenó hacer alto. Inmediatamente, y mientras los componentes del grupo descansaban, Gastón se puso en comunicación por radio con el jefe de escuadrilla de los «Star-4».

-¿Qué ocurre que no han iniciado el bombardeo?

-Luchamos, señor. Nos hemos desembarazado de la mayor parte de enemigos y envío las reservas de bombardeo sobre el objetivo.

Una escuadrilla completa de aeronaves «Star-4» pasó velozmente sobre ellos, segundos después, en dirección a las instalaciones. En la parte subterránea de las mismas se habían iniciado la serie de explosiones, produciéndose verdaderos cráteres que vomitaban al aire gigantescas columnas de materias en ignición, envolviéndolo todo de tierra y humo, enrareciendo el ambiente, haciendo temblar la tierra en poderosas convulsiones que amenazaban con desgarrar el planeta.

A poco se inició el bombardeo de las instalaciones de superficie, convirtiendo en segundos las factorías en un verdadero montón de ruinas.

Gastón observaba todo con gesto de satisfacción:

-Ra-Tsung tendrá que ir pensando en variar de planes -murmuró, reconstruyendo en su mente la imagen del tirano tal como la viera la primera vez, la misma noche de su llegada al planeta.

Sus sentidos alerta divisaron varios grupos de hombres-lagarto y puso a sus hombres en guardia, distribuyéndolos convenientemente.

Pero los grupos pasaron sobre ellos sin descubrirlos.

-Seguramente van en busca de nuestros bombarderos.

Dos escuadrillas de veloces aviones cruzaron entonces el espacio, adelantando a los hombres-lagar tos. Pero ya el bombardeo de las instalaciones había terminado y los «Star-4» cobraban altura, poniéndose fuera del alcance de vuelo de los diminutos y veloces aviones.

Dos «Star-4» aparecieron ahora en el horizonte, descendiendo rápidamente hasta tomar tierra junto mismo de donde se hallaba el grupo de demolición. Gastón dio la orden de embarque, pero al mismo tiempo aparecieron nuevos grupos de hombres-lagartos, que se dirigieron en línea recta hacia las aeronaves.

Las ametralladoras de a bordó comenzaron a repartir metralla en todas direcciones, multiplicando su esfuerzo los ocupantes de las dos torretas giratorias con que contaba cada aparato. Los hombres de tierra respondieron también al fuego de forma ordenada, protegiendo el embarque de los designados por Gastón.

El acoso de los hombres lagartos resultaba impresionante, suicida. Gastón sudaba. Finalmente, viose solo en tierra con el comandante y el capitán, ordenándoles embarcar también. A una orden suya, uno de los «Star-4» cerró sus portezuelas y se puso en movimiento, despejando el agobiador acoso de los hombres-lagarto y aquel momento lo aprovechó Gastón para embarcar a su vez, dirigiendo una postrer mirada al planeta donde tan intensamente había vivido unos meses y donde tantos peligros y emociones había conocido.

Oyó el ruido de las portezuelas al cerrarse sobre su cabeza, el furioso detonar de las armas de a bordo y después una voz acariciante a su oído:

 - ¡Estás vivo, querido! ¡Temí que no te volviera a ver más!

Era Isa-Dima que le envolvía con sus brazos, librándole del casco después y secando el sudor que corría por su rostro.

El «Star-4» se había puesto en marcha ascendiendo veloz en el espacio... 

*     *     * 

La escuadrilla de «Star-4» que había realizado el bombardeo de las instalaciones de Marte recibió orden de emprender viaje de regreso a la Tierra. Su fulminante ataque había atraído sobre sí la atención de las aeronaves interplanetarias de Marte, que ahora les persiguieron insistentemente. Varias veces tuvieron que entablar lucha hasta conseguir finalmente despegárselas, gracias a la superioridad que daba a las naves terrestres el disparo de proyectiles atómicos, desintegradores.

Mientras tanto, la otra escuadrilla de cinco aeronaves, con el equipo de demolición, saliéndose de toda ruta probable de las aeronaves de Marte, avanzaba por el infinito espacio interplanetario en busca de su segundo objetivo: La isla flotante cuya construcción debía estar va terminada y en la cual Ra-Tsung I iba acumulando los elementos de ataque a la Tierra.

La isla, según los datos que Gastón conocía, debía haber sido colocada en lugar cercano a la Luna. Dotada de una primitiva fuerza de propulsión, se mantendría sin consumo de energía a una distancia de la Tierra que consideraba Ra-Tsung apropiada para sus planes.

Esto podía ofrecer el peligro de ser descubierta por las pantallas de radar. Pero para conjurar tal peligro había sido dispuesta para que la Luna se mantuviese entre ella y la Tierra, sirviéndole el satélite de cortina a las emisiones de ondas hertzianas.

En el momento que deseasen desencadenar los ataques, por medio de la energía de que estaba dotada, la podrían, sacar de allí hasta el lugar que considerasen conveniente, facilitando extraordinariamente la empresa bélica. De interesar, podrían desde ella bombardear directamente la Tierra.

Llegaron los expedicionarios a dar vista a la Luna y comenzó la exploración del espacio en tomo a ella. Pero los aparatos de radar de a bordo carecían de la potencia necesaria para localizar objetivos a más de cincuenta kilómetros, el espacio a explorar era inmenso y el objetive relativamente pequeño.

La poco fructífera búsqueda iba resultando desmoralizadora y el jefe de escuadrilla señaló a Gastón la conveniencia de regresar a la Tierra. Los depósitos de energía se iban agotando y era peligroso continuar en el espacio.

La tenacidad de Gastón le llevó a efectuar un nuevo intento, que también resultó descorazonador y más por los hombres que componían las tripulaciones y por el equipo de demolición que por sí mismo, dio la orden de regreso.

Después de las duras luchas sostenidas y de los éxitos conseguidos, le dolía tener que abandonar momentáneamente la empresa. ¿Qué podía suceder en el intervalo que forzosamente tenía que abrir? ¿Decidiría Ra-Tsung un ataque relámpago sobre la Tierra que le revolviese las ventajas que había perdido con las destrucciones ocasionadas en Marte?

Conocía suficientemente al Tirano para comprender que necesariamente tenía que ser así.

Hizo un nuevo intento con el radar, pero sólo consiguió localizar una escuadrilla de siete aeronaves interplanetarias enemigas.

Hizo cálculos para ver si quedaba suficiente energía en los depósitos para poder seguirlas y llegaba a un resultado decepcionante, cuando le informaron de que las aeronaves los habían descubierto a ellos y que avanzaban en plan de ataque. Un presentimiento pareció advertirle que aquel encuentro iba a tener una importancia decisiva. El jefe de escuadrilla le hizo ver la conveniencia de evitar el encuentro, pero él se sintió testarudo. Se había trazado rápidamente un plan y dio la orden de ataque.

Las aeronaves de Marte avanzaban a su encuentro a una velocidad vertiginosa, evolucionando para evitar que los «Star-4», más veloces, se les pudieran escapar.

Fue el propio Gastón el que estudió rápidamente la situación y ordenó la táctica a emplear. El jefe de escuadrilla cursó las órdenes y los resultados no se hicieron esperar. Cinco de las aeronaves marcianas no tardaron en quedar desintegradas en el espacio a causa de los disparos atómicos de los «Star-4», fue algo soberbiamente espectacular y Gastón se sintió reanímalo. Una nueva orden y los cinco «Star-4» se lanzaron con rapidez de vértigo sobre las dos aeronaves que quedaban indemnes. Parecían cinco halcones lanzados sobre su presa. Los marcianos no tenían escape posible y comenzaron una huida en descenso vertiginosa; pero el acoso de las naves de la Tierra les obligó en el derrotero a tiempo que por la radio partieron órdenes conminatorias de rendición.

Tardó la respuesta y Gastón repitió la conminación, prometiéndoles respetarles la vida y reintegrar a Marte al que lo deseara.

A todo esto el acoso continuaba insistente y la amenaza de las armas atómicas se mantenía, dispuestas a desintegrar a las dos aeronaves. Gastón comprendió que las tripulaciones marcianas discutían y les envió un último aviso. Sólo entonces llegó la respuesta favorable y se les ordenó el rumbo a seguir, así como se les reguló la velocidad y la posición de vuelo para evitar cualquier sorpresa.

Dispuesto esto, las siete aeronaves emprendieron un rumbo firme en dirección a la Tierra, devorando los kilómetros, alejándose de la Luna...

Sin objetivo ya, el viaje resultaba un tanto lento y Gastón, para calmar su impaciencia, enviaba uno tras otro sus mensajes a la Tierra.

Las distancias iban quedando reducidas y ya no se hablaba de centenares de miles de kilómetros...

-Por fin, la ionosfera, cruzaron luego atravesándola, la primera capa electrificada, con sus fantasmagóricos juegos de luces, y Gastón la saludó como un viejo amigo; iba sintiéndose ya en casa y sintió que Se apoderaba de él una dulce emoción que le hacía afluir lágrimas a los ojos. Sólo le acompañaba el pesar de no haber podido dar fin a su obra. Tan pronto tomase tierra, forzaría a hablar a las tripulaciones de las aeronaves marcianas, les obligarían a que les acompañasen en su expedición contra la isla flotante. Sólo así les concedería la libertad. Tal vez llegase a tiempo de evitar el desastre.

Este último pensamiento le consoló y su alegría subió de punto cuando le dijeron que sólo les faltaban cien kilómetros. El jefe de escuadrilla dio las órdenes disponiendo el aterrizaje, cursó órdenes a las aeronaves marcianas y tomó contacto con las emisoras del aeropuerto donde les aguardaban. Gastón, entregado a sus emociones, le dejó hacer. Percibió que algo rebullía a su lado y se acordó de Isa-Dima, que en todo aquel tiempo no había osado molestarle. La acarició suavemente y le dirigió una mirada de agradecimiento. Si hubiese intentado hablar, tal vez hubiese llorado.

Experimentó una leve sacudida y la sensación de que repentinamente le faltaba peso. Comprendió que habían aterrizado. Sólo entonces se dio cuenta de que aún llevaba su traje invisible y se apresuró a despojarse de él. La portezuela se abrió y empujado por el jefe de escuadrilla, su cabeza fue la primera en emerger. Sintió un deslumbramiento repentino, mientras un inmenso griterío atronaba el espacio. Una considerable cantidad de fuerzas armadas acordonaban el espacio donde las aeronaves habían tomado tierra y hacían terribles esfuerzos para contener a una multitud enardecida que le vitoreaba entusiasmada. Se dio cuenta de que era el héroe del día.

-Se está escribiendo la historia -musitó y compuso un gesto gentilmente digno. Se volvió hacia el interior del «Star-4» y tendió una mano a Isa-Dima para ayudarla a salir. Había sido su colaboradora y su víctima de los momentos más difíciles y era justo que compartiese con él el triunfo.

Varias manos se tendieron para ayudarle a bajar, pero las rechazó con gesto amable y saltó, afianzándose en tierra. Tendió los brazos, recibió en ellos a Isa-Dima y la depositó suavemente en tierra a su lado. El profesor Alex Ray le aguardaba y le abrazo efusivamente. No entendió lo que le decía, pero se lo agradeció en cordiales palabras.

-Y ahora, profesor, perdone; pero siento viva curiosidad por ver lo que llevamos en esas aeronaves prisioneras. Nuestra misión no ha terminado aún. Por favor, acompáñeme.

De un brazo Isa-Dima, de otro el profesor, llegaron hasta la primera de las aeronaves marcianas. A una orden suya, las portezuelas se abrieron y sus ocho tripulantes saltaron a tierra con gesto de vencidos, manteniéndose firmes.

Gastón alargó curiosamente su cabeza al interior de la aeronave. Jamás había visto el interior de ninguna..., pero la retiró horrorizado. En el interior de ella se veían cinco cadáveres. Se volvió al que parecía jefe de la tripulación, un marciano enjuto y de mediana estatura. La respuesta fue sencilla:

-Son el Magnífico Tirano Ra-Tsung I, el Serenísimo Woonga, el Gran Chambelán Dao-Sing y los Mariscales Wu-Hang y Ra-Longa. Ellos no quisieron sobrevivir a la rendición y se suicidaron.

Había dolor en la sencillez magnífica con que el marciano había hablado y por sus curtidas mejillas resbalaron dos lágrimas.

Gastón, venciendo su repugnancia, penetró en la aeronave y comprobó que el marciano le había dicho la verdad. Repentinamente sintió una relajación de todo su ser y creyó desmayarse. Pero se repuso y se reunió al profesor e Isa-Dima. Ella había oído y se mostró consternada. Por su parte, Gastón comprendió que aquella había sido la mejor solución y recordó su corazonada cuando se habían presentado las aeronaves...

Se volvió al marciano.

-Sois libres. Podéis dar tierra aquí a sus restos mortales y se les tributarán los debidos honores. Si lo preferís, podéis volver a Marte y llevároslos con vosotros.

No quiso preguntar más Gastón. Comprendió que Ra-Tsung, Woonga y sus acompañantes se dirigían a la isla flotante cuando los encontraron. Ahora, sin dirección, la invasión no se produciría. Dio gracias a la Divina Providencia porque le había permitido, en el último instante, interceptar el viaje de los que iban dispuestos a encender la antorcha de la guerra.

Se volvió a Isa-Dima:

-Querida, debemos comunicar con Lao-Wanga. Debe conocer cuanto antes lo sucedido. A esta distancia, ella debe ser una buena amiga nuestra. Tal vez algún día vayamos de embajadores de la Tierra a Marte, donde ella reinará pacíficamente.

-Yo haré lo que tú dispongas, querido; pero creo que preferiré no moverme de aquí.

Gastón la enlazó y atrayéndola hacia sí la besó en los labios.

Un griterío ensordecedor, una ovación delirante acogió la acción del joven, que levantó la cabeza sorprendido.

-Vamos, querida. Creí que estábamos aún planeando en torno a la Luna. Perdone, profesor, pero debo aclimatarme.

El profesor Ray sonrió comprensivamente y dio unas palmadas en la espalda al joven.

-Adelante, Gastón. La gente espera. Estaban asustados y al ver que la borrasca ha pasado, se han desbordado. Ha sido un triunfo magnífico...

FIN

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