Eric Sorenssen es el seudónimo de Manuel González, escritor español que publicó numerosos títulos para la colección «Héroes del espacio» de la editorial Bruguera
Johnny Wasp descendió del giroscopio
con una sonrisa alegre en sus labios:
Nunca había estado antes en la
Concentración Estambul, a la que deseaba conocer desde sus ya relativamente
lejanos años de estudiante en la Parcialidad de Harvard.
Hacía ya casi cincuenta años del fin
de la Gran Paz, y el planeta Tierra era un lugar hermoso, puro y limpio, donde
todos los potentes eran felices.
El portero-robot del Welcome Estambul
que, como todos los welcomes del mundo pertenecían a la American-Soviet
Corporation, se encargó diligentemente de sus portenedores, y Johnny sólo tuvo
que introducir su identidad en el detector.
Para él, esta operación era simple y
fácil rutina. Johnny Wasp era un personaje importante de la Tierra Limpia y Feliz.
No sólo era Reservador de Culturas No
Racionales, sino también Reproductor Tolerado.
Y en
los laberintos subterráneos de Washington y de Moscú se decía que era también
otras cosas.
Por esas «otras cosas» estaba en la
Concentración Estambul.
Muchas cosas se susurraban en los
laberintos subterráneos...
Y la
que con más insistencia se repetía en los últimos meses era la historia
relativa a ciertas extrañas naves que —se decía— habían sido vistas en diversas
zonas periféricas.
El antiguo país Turquía —como todo el
subcontinente Europa al cual pertenecía—, había sido convertido en Prado Fértil
tras la Gran Paz.
Los europeos, un grupo de subrazas
decadentes, no entendieron la grandeza de las Nuevas Doctrinas, como tampoco
las entendieron los negros, indios y amarillos, y debieron ser exterminados,
para garantizar al planeta Tierra el Gran Equilibrio, gracias al cual todos
eran tan felices.
Pero, desde unos años atrás, había
comenzado a hablarse de la aparición de las extrañas naves...
Y, en los lugares donde ellas
aparecían, los habitantes se mostraban desasosegados y, en algunos casos, hasta
con claros síntomas de infelicidad regresiva, un mal que se creía totalmente
erradicado.
Para acabar con todo esto —previo
estudio del problema— había sido enviado desde Washington, Johnny Wasp.
«Pero —pensó él, echado sobre la
amplia cama de su compartimento individual—, ya que se supone que he venido a
Estambul a visitar sus monumentos históricos, mejor es que les eche una
ojeada.»
A su pedido, un eficiente robot le
llevó un videorama y Johrmy pasó las dos horas siguientes llenándose los ojos y
la mente con la visión de la iglesia de Santa Sofía, la mezquita Azul y los
tesoros del Museo TopkapL Todo ello explicado por una agradable voz femenina en
rusglish, el nuevo idioma universal.
Pero, al cabo de las dos horas, tanto
monumento y tanta explicación, le durmieron.
Hasta que llegó al final de la cinta, la modulada voz siguió hablando para las insonorizadas paredes.
CAPITULO II
Kovalsky era el Número Uno de la
Tierra Igualitaria, así como Johnny lo era de la Tierra Limpia y Feliz.
Se encontraron a la mañana siguiente
en el bar del welcome y se saludaron, como siempre, con una sonrisa.
Kovalsky —Igor, para los colegas—
estaba bebiendo su primer neovodka del día. El otro, para no ser menos, se hizo
servir un whiskyasep.
—Ponme al tanto de todo -—pidió de
inmediato. No estaba en la forma de ser de ellos el perder el tiempo en charlas
decadentes.
—Sé que estás enterado de lo
fundamental —comenzó Igor, agregando—: Me refiero a las primeras apariciones de
las naves, naturalmente...
—Estoy enterado de ellas. Háblame de
lo actual.
—En los últimos dos meses Control ha
detectado tres aterrizajes. Dos de ellos en la meseta de Anatolia.
—¿Por qué elegirían un lugar tan
desértico y poco poblado?
—No lo sabemos. Pero, en cuanto a los
resultados, no han elegido mal...
—¿Muchos problemas? —la expresión de
Johnny era tensa.
—Sabes lo que ha costado a Gobierno
someter a los Marginales...
Sí, Johnny lo sabía muy bien. Aunque
los largos años de la Gran Paz sólo habían sido para él motivo de estudio de
Preliminar y de Parcialidad, en su profesión le había tocado actuar en mi par
de oportunidades contra Rebeldes.
Cada vez eran menos y más aislados e
impotentes, pero Gobierno se mantenía siempre alerta.
Aún no hacía un año que, gracias a su
labor, había abortado una rebelión de latinos, en una reserva de la antigua
América Marginal, ahora convertida en Prado Fértil.
Aunque la Tierra era Una, Igualitaria
y Feliz, como bien rezaban los slogans; por razones administrativas se la había
dividido en dos mitades, llamadas Naciente
y Poniente.
El bienestar de Naciente correspondía
al Sub-Gobierno de Tierra Igualitaria, así como el de Poniente era
responsabilidad de las autoridades de Tierra Limpia y
Feliz.
—¿ Crees que los tripulantes de las
naves buscan contactar con Marginales? —la pregunta acababa de ocurrírsele a
Johnny y sus posibles implicancias eran alarmantes.
Y la respuesta de Igor las confirmó.
—Sí, Johnny, lo creo. Ellos saben
dónde deben aterrizar.
—¿Con quiénes han contactado estas
veces?
Igor respondió con otra pregunta.
—¿Has recibido programación sobre un subgrupo
llamado Kurdos?
—No.
—Se trataba de un conjunto de
Marginales muy guerreros, a quienes no fue fácil dominar durante la Gran Paz...
—¿Se les permitió supervivencia?
—A unos miles. Nuestro Sub-Gobierno
creía posible terralizarlos y convertirlos en seres útiles para reserva de
órganos vitales y esas cosas...
—Al parecer, tu Sub-Gobierno se
equivocó.
Igor endureció su rostro. Los comentarios
negativos estaban absolutamente prohibidos para todos los habitantes, hasta
categoría 5. Cierto que ellos, por su profesión, estaban por encima de las
categorías comunes, pero aún así no eran bien vistos los negativos,
—Sabes que una equivocación es
imposible —reaccionó Kovalsky.
Johnny, con un gesto conciliatorio de
su mano derecha, dio por terminado el incidente y le invitó a proseguir.
—No tuvimos problemas con ellos en
los últimos diez años —continuó Igor—. Pero, desde que aparecieron las naves...
—¿Rebeliones?
—No han llegado a ellas. Pero se
niegan a colaborar...
—¿Cómo? —se sorprendió Johnny. La
negativa a colaborar era imposible, con todos los controles. Quiso más
detalles—: ¿Cómo pueden conseguir negarse a colaborar?
—Matándose -—fue la lacónica
respuesta.
Ahora sí, la sorpresa de Johnny fue
total.
El, por sus estudios, sabía que antes
de la Gran Paz algunos —tal vez, muchos— terrestres se mataban a sí mismos, en
un desesperado rechazo de las horribles condiciones de vida a las que estaban
sometidos.
Aún en la década siguiente a la Gran
Paz hubo casos aislados de muertes autoprovocadas. Esto era, en parte,
comprensible, ya que el sistema aún no se había consolidado totalmente.
Pero ahora, cuando ya no había
motivos más que para la felicidad total, que alguien, por Marginal que fuera,
quisiera anticipar el eterno descanso era algo sencillamente impensable.
—Llévame de inmediato a la reserva de los kurdos —urgió Johnny. Y los dos se dispusieron a marchar.
No bien descender del giroscopio,
Johnny intuyó hostilidad en el ambiente.
Los guardianes de la Felicidad, más
numerosos que en otras partes, parecían inquietos y mantenían sus dedos en los
disparadores de sus lanzarayos.
No había welcome en la reserva, por
lo que fueron alojados en el propio centro.
Como la mayoría de los instalados en
reservas, era subterráneo y bastante confortable.
Después de la asepsia —seguramente
innecesaria, pero conveniente estando en zona marginal—, Johnny e Igor se
encontraron, para visitar la reservación propiamente dicha.
No difería mayormente de las que
ambos conocían a lo largo y a lo ancho del planeta Tierra.
Sólo que aquí hombres, mujeres y
hasta niños, les miraban con desconfianza y con temor.
O, tal vez, fueran imaginaciones de
Johnny. En realidad, todo era normal. Al menos, en apariencia.
Los hombres jóvenes estaban en las
tierras de cultivo, por lo que eran ancianos o niños y mujeres los que les
contemplaban desde las puertas dé sus casas, o desde bancos y columpios, en el
Parque Igualitario.
De la gran fuente central salía,
junto con los chorros de agua de distintos colores, una música suave y relajante.
«¿De qué pueden quejarse estos marginales?», se preguntó Johnny.
Como si leyera sus pensamientos, Igor
comentó:
—No puedes imaginar cómo vivían estos
desgraciados antes de la Gran Paz... Viviendas miserables, enfermedades de
todo tipo, analfabetismo...
—¿Y de qué se quejan ahora? —Esta vez
la pregunta fue hecha en voz alta.
—Mucho daría por saberlo —contestó el
otro, agregando-—: Pero no hablan. He intentado por todos los medios hacerles
hablar, pero no conseguí más que mentirosas negativas y protestas de felicidad
y adhesión a Gobierno...
—Naturalmente, han sido todos
esterilizados, ¿verdad? -—quiso asegurarse Johnny,
La pregunta era retórica. Todos los
seres humanos, con la lógica excepción de los reproductores, eran esterilizados
al cumplir los siete años.
Así se había terminado con problemas
que parecían insolubles antes de la Gran Paz, como el exceso de población, los
subnormales, las razas inferiores y el amor.
—¡Claro que han sido
esterilizados...! —se ofendió Igor, matizando—: Claro que, para éstos, es sólo
la segunda generación...
«—Eso explica que aún conservan
características raciales diferenciadas —comentó Johnny.
En el caso de las razas puras, los
reproductores pertenecían a ellas mismas. Pero no era del todo así en las razas
inferiores.
Si bien uno de los reproductores pertenecía
a la raza en cuestión, el otro debía ser obligatoriamente de raza pura.
Esto retrasaba inevitablemente el
Programa de Igualdad Racial, pero había sido aconsejado por los científicos,
ante el fracaso de una experiencia piloto realizada con un grupo de negros I.
Los hijos de los reproductores puros,
naturalmente todos blancos, fueron rechazados por la comunidad anterior de
negros, lo que obligó a exterminar a éstos.
De todos modos, se había conseguido
lo fundamental: evitar el contacto directo cuerpo-cuerpo, una de las principales
causas de la decadencia final.
Por medios mecánicos, se extraía el
semen de los reproductores machos, el que era inoculado in vitro en óvulos de
reproductoras previamente seleccionadas.
Por lo general, eran las hembras las
que pertenecían a la raza a al que los nuevos seres iban a ser destinados.
Los científicos creían que, en un par
de generaciones más, sería posible prescindir de reproductoras pertenecientes
a razas inferiores. Entonces sí se habría alcanzado el objetivo de igualdad
racial, tan deseado.
El paseo por la reservación no
ofrecía nada nuevo a los ojos y la mente de Johnny, que comenzaba a sentir la
necesidad de acción.
—Volvamos al centro —pidió a su
compañero.
* * *
Esa misma tarde tuvieron una reunión
decisiva.
Coincidieron en que era inútil tratar
de conseguir información de los Marginales. Por otra parte, poco era lo que
podrían decir.
Y que acabaran o no con sus vidas,
era un problema para científicos y estadísticos, no para ellos.
La cosa estaba bien clara: tenían que
apoderarse de los tripulantes de la próxima nave que llegara.
No sería fácil, desde luego, pero no por nada ellos eran CX 150. El más alto cociente intelectual a que un ser humano puede aspirar.
CAPITULO IV
Tuvieron que esperar tres largas,
inacabables semanas, hasta la aparición de una nave.
Dormían profundamente —gracias a
sendas cápsulas «Cerebro Blanco» cuando fueron despertados por un robot-vigía.
En la pantalla del radar pudieron
constatar la presencia de una nave no identificada, que se acercaba a una
velocidad de cinco mil kilómetros por hora. Fácil les fue calcular que aún
demoraría una hora en llegar a tierra.
Se tragaron sus cápsulas
«Instant-Recuperation», y se instalaron en el giroscopio, que les estaba
esperando.
Rechazaron la escolta que el jefe del
centro les había ofrecido. Ellos se bastaban solos.
Tras cuarenta y cinco minutos de
espera, una voz en el intercom les anunció que la nave no identificada
aterrizaría en un lugar situado a ochenta kilómetros al NNE, del que se
hallaban.
Una pregunta ocupaba prioritariamente
el cerebro de los dos: ¿por qué la nave no se había ocultado con «velo
anti-radar»?
Johnny consultó con Igor al respecto.
—No lo sabemos —respondió el
aludido—. Pero nunca lo han hecho.
—¿Será porque no lo poseen?
-—Eso es lo que yo creo. Y si es
así...Si era así, eso significaba que el planeta del cual procedían, estaba en
una etapa de su desarrollo bastante anterior a la de Tierra. El «velo
anti-radar» había sido uno de los tantos inventos tecnológicos realizados durante
la Gran Paz.
Tras cuatro minutos de vuelo, el
control automático les anunció que estaban en la zona en la que la nave acababa
de aterrizar.
No tardaron en verla. Estaba posada
en tierra, en una zona totalmente desértica y con pequeñas elevaciones.,
Era de forma circular y de unos
veinticinco metros de diámetro. Despedía un resplandor luminoso muy fuerte, de
un tono anaranjado.
Johnny lo observó atentamente, seguro
de que no podían ser vistos ni detectados desde la nave, gracias a la
protección integral, de que el giroscopio provisto. Después preguntó a Igor:
—¿Se te ha suministrado información
sobre lo que antiguamente se llamaba OVNIS?
La respuesta no se hizo esperar.
—Estaba pensando lo mismo. De acuerdo
a la información audiovisual que se me ha proporcionado, no dudaría un
segundo en afirmar que esa nave es un OVNI.
* * *
Descendieron suavemente, posándose en
tierra a unos doscientos metros del OVNI. Cuidaron de hacerlo tras una de las
pequeñas elevaciones, ya que sus trajes y ellos mismos carecían de la
protección integral que poseía el giroscopio.
Ignoraban si sus lanzarayos serían
capaces de destruir la nave enemiga, pero tampoco les importaba. En realidad,
no querían destruir ni a la nave y a sus ocupantes.
A éstos les necesitaban vivos, para
que hablaran, y a la nave intacta, para poder estudiarla a fondo.
Protegidos por la elevación» se
decidieron a esperar la salida de los astronautas.
No tuvieron que esperar mucho. Una
rampa se abrió en el costado de la nave y descendió lentamente hasta tocar
tierra. Un tripulante apareció en la escotilla, seguido por otro y por otro
más.
Los tres, sin armas en las manos,
recorrieron el trayecto que les separaba del suelo y, ya en él, comenzaron a
andar en dirección perpendicular el lugar en el que se encontraban Johnny e
Igor.
Estos dudaban. Reducir a los tres era
tarea de niños, ya que iban desarmados, pero no podían saber si otros no
estarían vigilando desde el interior de la nave.
Decidieron seguirles, ocultándose, a
la vez, de ellos y de los posibles vigías.
Los tres parecían dirigirse hacia una
elevación que destacaba entre todas por su altura. Sin embargo, los seguidores
no podían descubrir en ella alguna entrada o paso que justificara la elección.
Cuando los navegantes llegaron junto
a la roca, hicieron algo que acabó de desconcertar a los otros dos: se
volvieron de espaldas a la pared, y permanecieron quietos, como esperando.
Johnny e Igor intercambiaron una
mirada. Los dos estaban de acuerdo. No había porqué esperar más. Era el momento
de apresarles. La distancia a la que se encontraba la nave y la oscuridad
reinante eran protecciones más que suficientes contra los imaginados vigías.
Armas en mano, abandonaron la roca
tras la que se ocultaban, y avanzaron a cara descubierta hacia los tripulantes
que seguían inmóviles, a unos sesenta metros de distancia.
Pero Igor y Johnny no llegaron a
recorrer diez. Sendos pinchazos, como picaduras de los antiguamente existentes
insectos, les sorprendieron, obligándoles a detenerse para inquirir la causa.
Tampoco llegaron a hacerlo porque, aun antes de caer al suelo, ya habían perdido el conocimiento.
CAPITULO V
Igor fue el primero en despertar.
Tras convencerse de que ningún daño físico les había sido inferido a él y a su
compañero, echó un vistazo al lugar en el que los dos se encontraban.
Era una estancia pequeña, de no más
de dos metros de lado, totalmente acolchada. Ellos habían sido depositados
sobre el suelo. Tenían todas sus ropas, pero les habían despojado de las armas
y de todas las cápsulas que, como parte del equipo, llevaban en sus bolsillos.
De todo esto se hizo cargo en un par
de segundos, pero necesitó varios más para darse cuenta que estaban a bordo de
la nave y en pleno vuelo. La estabilidad era perfecta, sólo un apagado zumbido
y una mínima vibración denunciaban la marcha.
Liberado de la tiranía de la memoria,
y habiendo vivido toda su vida en un mundo seguro y feliz, Igor no conocía el
miedo. Es decir, nunca lo había experimentado en sí mismo, aunque lo conocía,
ya que ese sentimiento y los efectos que producía, formaban parte de la
información que se le había proporcionado, para la mejor comprensión de la
historia del planeta Tierra y, en especial, de las razas inferiores.
Pese a todo, sintió que una sensación
desconocida, algo como lo que había sentido las pocas veces que había sido
objeto de reprimendas por parte de algún superior, se apoderaba de él.
Su pulso se aceleró perceptiblemente
y los latidos de su corazón parecían querer traspasar la cárcel de su tórax.
Lamentó que le hubieran quitado su
provisión de cápsulas, con sólo ingerir una «stress-balance», habría recuperado
su equilibrio.
Johnny comenzaba a despertar. Igor le
ayudó a sentarse, con la espalda apoyada contra la pared y contestó lo mejor
que pudo a su pregunta de «¿Dónde estamos?».
No les habían quitado sus relojes.
Dos horas y veinte minutos después de haber despertado, el apagado zumbido de
los reactores cambió su ritmo.
—¡Estamos descendiendo! —dijeron los
dos a la vez.
Exactamente dieciocho minutos más
tarde, el zumbido desapareció por completo. Los dos, que habían permanecido
todo ese tiempo sentados en el suelo, ya que la estancia estaba totalmente
vacía de mobiliario, se pusieron de pie.
Simultáneamente, la puerta se abrió y
dos tripulantes aparecieron ante ellos.
Lo primero que sorprendió a Johnny
fue la apariencia de seres terrestres que los dos tenían.
Lo segundo, que les hablaran en
rusglish, su propia lengua,
—Acompáñennos, por favor —les
dijeron.
Atravesaron un pasillo, siguieron por
otro, desembocaron en una sala de control y, finalmente, abandonaron la nave
por la misma rampa que vieron en la Tierra.
Ante los asombrados ojos de los dos
se presentó un panorama muy colorido, que a Johnny le recordó las reservas
forestales, que había tenido ocasión de conocer durante el desempeño de
misiones en la América Marginal.
Todo era como muy terrestre, aunque
con una sensación diferente, había más color y —así le pareció a Johnny— más vida en el conjunto.
Estaban en un aeropuerto, en el que
se veían una media docena de naves similares a la que acababan de dejan Había
un par de guardias, armados con algo no muy diferente de los lanzarrayos,
aunque de un aspecto más tosco.
Siempre escoltados por sus dos
guardianes, fueron introducidos en un gran edificio, especie de sala de espera,
donde varias decenas de hombres y mujeres parecían esperar la salida de sus
vuelos.
Nadie les prestó la más mínima
atención. Esto comenzó por sorprenderles a los dos, hasta que cayeron en la
cuenta que todos los pobladores de ese planeta, o lo que fuera, iban vestidos
de forma muy parecida a la de ellos mismos.
Por otra parte, ninguna actitud de
sus guardianes podía hacer sospechar que ellos fueran otra cosa que voluntarios
visitantes.
Atravesando el salón, salieron al
exterior, donde les esperaba un vehículo de cuatro ruedas, al que fueron
invitados a subir.
Los dos confirmaron lo que desde un
primer momento habían supuesto: el lugar donde se encontraban estaba en un
estadio de su desarrollo inferior al de la Tierra. En ella hacía ya muchos años
que no se utilizaban vehículos de ruedas, que transitaran sobre el suelo.
El automóvil, de antes de la Gran Paz, había sido ventajosamente reemplazado
por el giroscopio y, si bien aún existían los trenes, éstos circulaban a un
metro de altura sobre sus bases, mantenidos por una cámara de aire que evitaba
los movimientos y permitía alcanzar velocidades de hasta
Pero este vehículo en el que eran
transportados circulaba sobre una carretera y su velocidad no superaría los
Pero la lentitud tenía, como
compensación, la posibilidad de contemplar en profundidad el paisaje que les
rodeaba.
Cada uno por su lado, los dos
coincidieron en que era muy hermoso. Parecía uno de los inmensos prados
fértiles de la Tierra, pero aquí había núcleos habitacionales de tanto en
tanto.
Parecía como si los habitantes de esa
región cultivaran sus propias tierras, sin estar sometidos ni hacerlo por
obligación.
De hecho, todos los habitantes que
veían a través de las ventanillas del vehículo parecían felices y se saludaban
los unos a los otros con grandes gestos de sus manos.
Incluso el guardián que conducía el
vehículo manualmente —no contaba con conducción automática—, contestaba a esos
saludos y sonreía.
Todo esto desconcertaba grandemente a
Johnny y a Igor, que no podían entender el porqué de tanta exteriorización
feliz, al menos no habiendo nada que pareciera justificarlo.
Los campos cultivados quedaron atrás,
y el vehículo entró en una ciudad. Un alto y ancho viaducto les permitió
cruzarla en pocos minutos. Igor y Johnny pudieron ahora contemplar muy altos
edificios —pero no tanto como los de Tierra—, y un animado tránsito de
vehículos tan antiguos como el que a ellos transportaba.
Cuando la ciudad de los altos
edificios se estaba cambiando en casas más bajas, con amplios parques circundándolas,
dejaron el viaducto y, tras varias curvas y varias calles, cada vez más
estrechas, se detuvieron ante un gran edificio, que no ostentaba cartel ni distintivo
alguno en su frente.
Invitados a bajar, los dos
extranjeros siguieron a sus guías —mal se les podía seguir llamando guardianes—,
a través de encristaladas puertas que abrieron ocultas células fotoeléctricas.
Una amplia recepción y un ascensor
ultrarrápido, hasta el piso doce, último del edificio.
Varias puertas cerradas, una de doble
hoja. Ante ella se detuvieron los guías y sus seguidores.
Una de las hojas se abrió lentamente,
y uno de los guías hizo un gesto a Johnny ya Igor, invitándoles a entrar.
Lo hicieron, y se encontraron en el
interior de una estancia de regulares dimensiones, amueblada como despacho,
según la moda de cien años atrás, que los dos conocían por sus estudios.
Tras un amplio escritorio de madera
noble, se hallaba un hombre de mediana edad, vestido con ropas acordes con el
mobiliario; es decir, las que se llevaban en la Tierra a mediados del siglo XX
y hasta la iniciación de la Gran Paz.
—Soy el doctor Barriére —se presentó
el dueño del despacho, acercándose a ellos, e invitándoles con un gesto a
ocupar unos cómodos y profundos sillones, a un costado del escritorio.
Johnny e Igor se sentaron, sin abrir la
boca.
El anfitrión se dirigió hacia un
mueble bar, vertió bebidas y trozos de hielo en dos vasos y volvió hacia ellos.
—Vodka y whisky auténticos —les dijo
y agregó, sonriendo—: Pensé que les gustaría...
Con iguales gestos, los dos
rechazaron la invitación»
Barriére hizo una mueca de
comprensión, dejó los vasos sobre una mesa baja, y se sentó frente a ellos.
—Les comprendo —dijo—. La presencia
de ustedes en nuestro planeta es un poco... ejem... forzada.
Pareció esperar una respuesta pero,
el no recibirla, siguió hablando.
—Esa presencia no es casual, señores
Wasp y Kovalsky... —sonrió, al detectar la sorpresa de ambos al comprobar que
conocía sus nombres—. En realidad —continuó—, el traerles aquí ha sido el
motivo de nuestros últimos viajes al planeta Tierra...
Ahora sí la sorpresa de los dos fue
total. Barriére no sonrió al comprobarlo, sino que continuó hablando.
—Así es, y ya les diré por qué lo
hemos hecho. Antes, tengo que decirles quiénes somos nosotros...
Hizo una pausa, sus forzados
huéspedes seguían sin abrir la boca, pero el interés por seguir escuchando lo
que Barriére tenía que decirles se traslucía en sus miradas.
—No prolongaré el misterio —prosiguió
el dueño de casa—. Yo y todos los que aquí vivimos somos terrestres, como
ustedes.
Una expresión como de alivio y
distensión se pintó en las caras de Igor y Johnny, Desde que sus captores
aparecieron en la puerta de la improvisada cárcel voladora en la que fueran
confinados, habían imaginado estar entre terrestres. Y, aunque se negaran a
confesárselo a ellos mismos, preferían que así fuese.
—Somos terrestres —continuó
Barriére—, la mayoría de los cuales hemos nacido aquí, en este pequeño y desconocido
planeta al que, por motivos sentimentales, hemos bautizado Tierra 2.
—Entonces —balbució Igor—. Ustedes
son los emigrados...
Barriére sonrió, en lo que casi era
risa franca.
—¿Entonces les han hablado de
nosotros...? —quiso saber,
—Sólo a los que recibimos la II.
—comenzó Kovalsky.
—«II» significa... —intentó explicar
Johnny, pero Barriére le interrumpió.
—Sé lo que significa: Instrucción
integral…
Igor no salía de su asombro.
—Confieso que..., que yo siempre
creí...
El anfitrión volvió a completar la
frase por él.
—Usted siempre creyó que la historia
de los emigrados que habían huido en plena Gran Paz y que constituían un
peligro latente contra el que había que estar siempre alertas, era una patraña
más de Gobierno, ¿verdad?
Era verdad, pero también era más de
lo que Kovalsky, o cualquier terrestre podría llegar a admitir.
—No... —se enredó-—. No es eso. Usted
tergiversa…
Un amplio y comprensivo ademán de
Barriére, cortó la explicación.
—Dejémoslo así —concluyó, agregando—:
Lo importante es que sepan que los emigrados existieron y que nosotros somos
sus hijos o sus nietos...
—Creo recordar «—intervino Johnny—»
que ustedes provenían de Europa y se dedicaban a profesiones decadentes...
Barriére no perdió la sonrisa.
—No nosotros, sino algunos de
nuestros antecesores —.precisó—, eran escritores, pintores y músicos. Supongo
que es a ellos a quienes se les llama «decadentes»...
Sus interlocutores permanecieron en
silencio.
—Pero también había —continuó—
obreros, estudiantes, amas de casa y campesinos. Pertenecían a todas las
clases sociales...
—Ya no hay diferencia de clases en la
Tierra —interrumpió Igor.
—Lo sé —asintió el anfitrión—, como
también sé que no hay libertad. Y por el amor a la libertad y a la paz y a la
justicia fue que esos millares de hombres y mujeres se decidieron a abandonar
su planeta y cuanto poseían, para venir a instalarse aquí, en este pequeño
lugar del Universo, que entonces sólo era una estación de aprovisionamiento
para naves espaciales.
—¿Cómo pudieron escapar? —la
curiosidad de Johnny se impuso a su reticencia.
—En la antigua ciudad francesa de
Annecy, en región montañosa y de no fácil acceso, existía por aquellos tiempos
una de las más grandes concentraciones de naves espaciales de toda Europa. Los
conjurados fueron reuniéndose en los alrededores, hasta que pudieron hacerse
con las naves. El resto fue muy fácil.
—Pero hemos visto una ciudad con
grandes edificios, campos cultivados, vehículos, ¿cómo pudieron hacer tanto en
tan poco tiempo, sin poder aprovisionarse de Tierra?
—Gracias a los conocimientos y a la
experiencia que todos trajeron consigo. En menos de cien años, hemos logrado un
adelanto similar al de Europa, a mediados del siglo veinte. Y seguimos
avanzando —concluyó, con su abierta sonrisa de siempre.
Ya era hora de hacer la pregunta, y
fue Igor quien la hizo.
—¿Por qué nos han traído aquí?
La cara de Barriére se distendió,
como sí la pregunta le tranquilizara.
—Quisiera, antes de responder, que
nos conocieran más. Pero tienen derecho a saber. Les hemos traído porque son
ustedes seres de inteligencia excepcional. La obra más perfecta de la
inseminación artificial...
Johnny se estaba alterando
visiblemente.
—Eso ya lo sabemos —interrumpió— y
puede que explique el «porqué», que preguntaba mi compañero. Pero ahora soy yo
el que pregunta, ¿para qué nos han traído aquí?
La cara de Barriére se puso seria.
—Esa respuesta es más difícil de dar.
Creo que no es aún el momento...
Pero Johnny no estaba dispuesto a
conceder prórrogas.
—Se han apoderado de nosotros por la
fuerza, nos han sacado de nuestro planeta, nos han traído no sabemos dónde...
Al menos, tenemos derecho a saber para qué se ha hecho todo esto con nosotros.
Tras unos segundos de reflexión,
Barriére se decidió.
—Sí, tienen derecho a saber. Les
hemos traído porque, ya lo he dicho, son ustedes de máxima inteligencia y
creemos que son los más indicados para... para conocer el amor.
—¿Para conocer el amor? —preguntaron
los dos al unísono.
—Sí —Barriére parecía hablar para sí
mismo—. Nuestro propósito es devolver la libertad a la Tierra. Y creemos que
el único camino que puede llevar a la libertad, es el del amor...
—¿Pero nosotros...? —se confundió
Igor.
—Ustedes han sido elegidos para conocer aquí el amor y... y llevarlo a la Tierra.
CAPITULO VI
Johnny y su compañero fueron tratados
como invitados de honor, en Tierra 2. Se les asignó una confortable vivienda y
hasta una mujer para que les preparara las comidas y les limpiara la casa.
Por otra parte, tenían libertad
absoluta para hacer lo que se les antojara.
Aunque pasaban los días recorriendo
la ciudad y los campos que la circundaban, así como realizando visitas a las
ciudades satélites, que se iban creando a medida que el aumento de la población
lo hacía necesario, la mente de ambos sólo pensaba en la huida.
Naturalmente, sus captores pusieron
todo el empeño posible en relacionarlos con los habitantes del planeta.
Conocieron a músicos, escritores y
pintores, profesiones inútiles que ya no existían en la Tierra.
Pero estos conocimientos sólo
valieron para refirmarles en su deseo de huir. Los artistas que les fueron presentados,
se preocuparon mucho más de denigrar a sus propios colegas, que de interesar a
sus oyentes en la obra que realizaban.
Igor y Johnny salían de estos
encuentros convencidos de la inteligencia de Gobierno, al acabar con esta raza
de envidiosos.
También conocieron hermosas muchachas,
que les enseñaron bailes y juegos que a ambos les parecieron inútiles pérdidas
de tiempo.
Como reproductores, los dos se habían
salvado de la esterilización obligatoria, pero, naturalmente, nunca habían
tenido contacto cuerpo-cuerpo con ninguna mujer, acto que estaba especialmente
prohibido, y que se castigaba con la muerte de los culpables.
En cuanto a los periódicos
requerimientos de esperma, la extracción se realizaba por medios mecánicos y
sólo provocaba en ellos una molesta excitación, que desaparecía al producirse
la eyaculación.
Para evitar dicha excitación, las
autoridades aconsejaban a los reproductores ingerir una cápsula «stress-
balance», media hora antes de comenzar la extracción.
Igor la tomaba siempre, pero Johnny
dejaba algunas veces de hacerlo, ya que la excitación no le era del todo
desagradable.
Una tarde, ya casi oscurecido, en que
los dos paseaban sin rumbo fijo por la ciudad, se acercaron a ellos dos
muchachas.
—¿Por qué no nos lleváis a vuestra
casa? —les preguntó una de ellas.
Creyendo que se trataría de nuevas
enviadas de Barriére, Johnny les hizo un aburrido gesto de que les siguieran,
y pronto atravesaban la puerta de la vivienda que ambos ocupaban, situada a
cuatro o cinco manzanas del lugar del encuentro.
Igor estaba aburrido y hubiera
preferido seguir discutiendo con Johnny las posibilidades de fuga, tema casi
único en las conversaciones de los dos, pero su compañero no quería de ninguna
manera dar motivos de sospecha a Barriére y a su gente, por lo que se dispuso a
atender lo mejor posible a las invitadas.
Haciendo una seña a Igor para que le
siguiera, penetró en la cocina y comenzó a preparar refrescos para todos.
Igor puso embutidos y pan en una
bandeja, y los dos volvieron al salón con sus respectivas cargas.
Pero allí no estaban las muchachas.
Los dos se miraron, sorprendidos, e
Igor inició una risa feliz, en la creencia de que, por alguna ignorada razón,
las molestas visitas se habían ido.
Pero muy pronto la risa se trocó en
mueca de sorpresa, porque un par de alegres gritos provenientes del dormitorio
hizo saber a ambos que las muchachas, lejos de haberse ido, habían penetrado
mucho más profundamente en la casa.
Todavía con las bandejas en la mano,
los dos se encaminaron al dormitorio.
En el dintel de la puerta se
detuvieron, petrificados.
Cada una en una cama, las dos chicas
estaban completamente desnudas, y les hacían grandes gestos para invitarles a
lo que a todas luces pretendía ser un contacto cuerpo-cuerpo.
Igor se fue. Volvió al salón o a la
cocina. Tenía perfecta conciencia de lo que podía y de lo que no podía hacerse.
Pero Johnny se quedó.
Algo se agitaba en su interior. Una
sensación nunca antes sentida. Una especie de ancestral deseo insatisfecho o
de necesidad urgente y animal le impedía apartar los ojos de esos cuerpos
desnudos.
Más de una vez, durante las
prácticas, había visto mujeres desnudas. Pero esto era muy distinto.
Aquellas habían sido esterilizadas a
los siete años, y nunca habían sentido más deseos que los fisiológicos de
comer, beber y hacer las necesidades.
Miraban a los hombres como miraban a
las mujeres, sin ningún interés especial. Y, naturalmente, con el mimo
desinterés los hombres esterilizados las miraban a ellas.
Pero esto era muy distinto.
Estas mujeres le miraban con algo que
los conocimientos teóricos de Johnny le permitieron identificar como deseo.
Estas mujeres no habían sido esterilizadas y, seguramente, habrían hecho muchas
veces el amor.
Este nuevo pensamiento, por alguna
oscura razón, aumentó grandemente la desazón de Johnny.
Sentía hervir todo su cuerpo, las
manos le temblaban, haciendo tintinear los vasos que llevaba en la bandeja.
Y el calor que dominaba su cuerpo,
parecía concentrarse en el bajo vientre, haciendo que su miembro se elevara
inconteniblemente, como sólo le ocurría en el Centro de Inseminación...
Sabía que tenía que irse de esa
habitación. Oía claramente a Igor llamándole nerviosamente desde algún lugar
de la casa. Pero no podía dejar de mirar.
Su mente enviaba cada vez más
nerviosas y urgentes órdenes a los pies para que se pusieran en movimiento y a
los ojos para que se desviaran del peligroso enfoque, pero ni unos ni otros la
obedecían.
Por el contrario. Sin intervención
—al menos consciente— de su voluntad, Johnny comenzó a marchar lentamente
hacia el espacio que separaba las camas.
En una silla, dejó la bandeja. Y
siguió avanzando.
Una de las chicas, una morena, enlazó
una de sus piernas con su pie y tiró hacia ella.
En parte por su confusión y en parte
porque deseaba hacerlo, Johnny cayó sobre la muchacha.
En menos de un segundo, las dos se
apoderaron de su cuerpo, comenzando por desnudarle.
Más o menos conscientemente, él se
dejó hacer.
Lo que siguió pasó ante sus ojos —más
bien dicho, ante todos sus sentidos— como una cinta de videorama pasada a enloquecida
velocidad.
Se sintió besado, mordido, acariciado
y hasta arañado. Sentía algún dolor, pero un sentimiento nuevo, una excitación
irrefrenable y un deseo de sentir más y más de todo eso, se había apoderado de
él.
Comenzó, aunque tímidamente, a responder
a las caricias con caricias, y a los besos con otros besos.
También se dejó hacer cuando
comprendió que una de ellas —¿cuál?— se había apoderado con ambas manos de su
erecto sexo y se esforzaba por introducirlo en su húmedo y palpitante orificio.
Tanta contenida excitación, explotó
para Johnny en un interminable orgasmo.
Cuando acabó de gozar y pudo comenzar
a serenarse, comprendió que acababa de conocer una nueva vida, que nunca podría
abandonar.
CAPITULO VII
Cinco días después de la primera experiencia
cuerpo-cuerpo de Johnny, su compañero le anunció que tenían que hablar de algo
muy importante.
Pusieron el televisor del salón a
todo volumen y hablaron en susurros, precauciones que siempre tomaban, para
burlar la posible escucha a que podían estar sometidos.
Lo que Igor tenía que decir era
realmente importante. —Escaparé esta noche, ¿vienes conmigo? Johnny temía la
llegada inevitable de ese momento, en que tendría que optar definitivamente.
Intentó ganar tiempo, aun cuando sólo fueran minutos.
—¿Por qué esta noche?
—Sé como hacerme con una nave, ¿a qué
esperar? La lógica era irrefutable. No se admitían más dilaciones para Johnny.
Y éste tomó su decisión.
—Te ayudaré a escapar... Pero no iré
contigo.
* * *
Nadie les había vigilado nunca, al
menos abiertamente. Bien entrada la noche, llegaron sin dificultad al
aeropuerto. El movimiento humano era muy restringido, pero suficiente como para
que ellos no llamaran la atención. En
numerosas, y aparentemente inocentes, visitas previas, Igor había estudiado con
todo detalle el lugar donde se guardaban las aeronaves, las guardias y los
sistemas de control.
Sin vacilaciones, condujo a Johnny,
por una serie de corredores, desde las instalaciones destinadas al público,
hasta los hangares. Nadie les prestó atención.
La primera dificultad se presentó al
penetrar en el hangar. Un mecánico les dio la voz de alto.
Estaban preparados para ese tipo de
contingencias. Ocultando en el bolsillo de su pantalón la especie de porra de
que se había provisto, Johnny se acercó al hombre, en actitud de hacerle alguna
pregunta.
Sin sospechar nada, el mecánico se
dejó desmayar de un cachiporrazo.
Ocultaron su cuerpo tras una
aeronave.
El inmenso hangar no tenía puertas.
Igor se encaminó hacia la aeronave que estaba más próxima a la salida hacia las
pistas.
En Tierra había realizado los
estudios completos de pilotaje, que se exigían a todos los de su profesión; no
podía serle difícil pilotar una de estas naves, mucho menos sofisticadas que
las que él estaba acostumbrado a conducir.
El momento en que el aparato se
pusiera en marcha sería el más peligroso. Todos los guardias y sistemas de
segundad se alertarían y podían llegar hasta destruir la nave si no podían
detenerla.
Para este momento era imprescindible
Johnny.
Igor ascendió la rampa abierta de la
primera aeronave, se introdujo en ella y, ya en el interior, manejó algún
mecanismo que cerró herméticamente la abertura.
Johnny se escabulló al exterior para
controlar la posible llegada de guardias.
Si se trataba de pelear hombre-hombre
podría serle útil a su compañero, pero si disparaban contra la aeronave, nada
podría hacer. No habían tenido la más mínima oportunidad de hacerse con armas.
La aeronave comenzó a carretear en el
interior del hangar y, de inmediato, salió al exterior.
Ningún reflector se apresuró a
iluminarla, ningún guardia llegó a la carrera.
Johnny comenzó a inquietarse ante
tanta calma.
La aeronave prosiguió su lenta
marcha. Igor buscaba el mejor lugar para iniciar el despegue.
Por el ruido, Johnny comprendió que
su compañero estaba utilizando sólo algún tipo de motor auxiliar, reservando
los reactores para el ascenso.
A unos quinientos metros de la salida
del hangar y seguramente tranquilizado ante la total falta de obstáculos
humanos o tecnológicos, Igor encendió las luces de la nave y un notable aumento
del ruido hizo saber a Johnny que se disponía a elevarse.
Mentalmente, le deseó suerte.
Y se dispuso a contemplar el ascenso,
seguro ya de que nada lo impediría.
Pero el ascenso no se produjo.
Pasaron segundos, que se hicieron
minutos y la nave continuó inmóvil.
Los cambios de ritmo en los reactores
transmitían a Johnny la nerviosidad de su compañero, cada vez más desesperado
al comprender que, por algún artilugio que se le escapaba, nunca podría
escapar.
Al cabo de cinco minutos, se rindió.
Apago los reactores, después las luces y el motor auxiliar, que aún
funcionaba, y abrió la rampa.
Johnny corrió hacia la nave. Faltos
de cápsulas, pensé que su presencia podría ayudar a su compañero.
Pero no le ayudó mucho.
En silencio, los dos rehicieron el
camino hacia el edificio central del aeropuerto.
En él les esperaba un sonriente y
comprensivo Barriére.
—El estado natural del hombre es la
libertad —les saludó—. Es lógico que usted, Kovalsky, quisiera conseguirla.
Los dos siguieron su camino, sin
hacerle caso. Pero él no estaba dispuesto a dar por terminada la charla. Y
sabía cómo interesar a Igor.
—¿No quiere saber el motivo por el
cual no pudo despegar?
Johnny se volvió instintivamente,
Igor también, aunque todavía reticente.
—Es muy sencillo —sonrió Barriére—,
Para evitar..., problemas, todas las aeronaves están conectadas en su sistema
de despegue a la torre de control. Si no se oprime desde ella el
correspondiente botón...
Johnny e Igor continuaron la marcha,
dejándole con la palabra en la boca.
* * *
Tras el fallido intento de fuga, Igor
cayó en una progresiva depresión, que asustó a Johnny.
Por indicación de Barriére, fue
examinado por un grupo de psiquiatras, que aconsejaron el ingreso del paciente
en una clínica de recuperación psico-somática.
Así se hizo, ante la completa
indiferencia del interesado.
El plazo previsto de internación era
de dos semanas. Johnny decidió invertir ese tiempo en conocer mejor la ciudad y
a sus gentes.
Un par de veces por semana, recibía la
visita de las alegres muchachas, las que, según ellas mismas decían, le ponían
«en forma».
Y de
verdad lo hacían, hasta extremos que ellas nunca podrían entender.
Johnny estaba sufriendo una
transformación total en su forma de pensar y de entender la realidad que le
circundaba.
Como en una «Inmersión Total»,
sistema de aprendizaje ultrarrápido, muy de moda en la Tierra, había conocido
y asumido el amor.
Y ahora
el amor le llenaba íntegramente. No sólo el amor crudamente sexual que
compartía con las alegres muchachas, sino todos los amores.
El amor a secas, en una palabra.
Aprendió a comprender el amor de los
padres por los hijos, y de éstos por aquéllos.
«Es lógico que se amen», pensaba
Johnny, «porque son fruto del contacto cuerpo-cuerpo entre dos seres que, a su
vez, se amaban. Son fruto del amor y no de manipulaciones de científicos».
La ciudad no era ni remotamente tan
limpia y tan organizada y tan «perfecta», como las ciudades de la Tierra.
Pero a pesar de ello —¿o a causa de
ello?— daba la impresión de ser más viva, más real.
No siempre sus habitantes mostraban
signos externos de felicidad, a veces mostraban claros síntomas de Infelicidad
Regresiva y, en ocasiones, llegaban al enfrentamiento físico, algo impensable
en el Planeta Tierra.
Pero también los seres humanos, como
la ciudad en la que vivían, daban una mayor impresión de vitalidad integral,
pese a todas sus imperfecciones, que los habitantes de Tierra, con todo su
estado de Felicidad Permanente.
«¿Sería el amor el que hacía tan gran
diferencia?», se preguntaba Johnny, para concluir que, de ser así, sería
hermoso consagrar el resto de su vida a propagar tan venturosa nueva entre sus
coterráneos.
De momento, se interesaba por todo y
todos se interesaban por él. Casi no pasaba día sin que se le invitara a
conciertos, a cenas o, simplemente, a tomar una copa con un par de personas que
deseaban charlar con él sobre la tan añorada Tierra 1, como ellos acostumbraban
a llamar al planeta de donde sus antecesores habían partido.
* * *
Igor languidecía en el Centro de
Recuperación al que había sido confinado.
Su poderosa y entrenada mente lanzaba
cada vez más frecuentes señales de alarma. Sabía lo suficiente de medicina
como para comprender que, siguiendo por ese camino, pronto caería en una
disociación mente-cuerpo absolutamente irreversible.
Pero nada podía hacer por evitarlo.
Había sido programado desde generaciones anteriores para vivir en determinado
mundo, para actuar de determinada manera y para reaccionar rutinariamente ante
la presencia de también rutinarios estímulos.
Pero no había sido programado para
adaptarse a la novedad.
Su estado inspiraba serios temores a
los médicos y mucho más a Johnny.
Entonces Ruth entró en escena.
CAPITULO VIII
Para Igor, Ruth era una más de las
atentas, eficientes y guapas enfermeras que se afanaban diariamente por hacerle
más grata su estancia en el Centro. Pero para Ruth Igor no era un paciente más.
En primer lugar, porque provenía de Tierra I, el planeta al que ella se había
acostumbrado a amar desde muy pequeña, oyendo las historias de sus abuelos que,
a su vez, las habían oído de sus padres.
Su mayor sueño —imposible de
realizar, desde luego-—, era, algún día, poder conocer ese planeta.
Sabía que, en cuento a su naturaleza
y clima, era muy similar a Tierra 2, que por tales razones había sido elegida
por los Emigrados como lugar de residencia, pero también sabía que Tierra 1
tenía muchas otras cosas.
Las ciudades, por ejemplo. Le habían
hablado de París y sus palacios y sus monumentos y los cuadros y las porcelanas
y los mármoles del Museo del Louvre, Y de Londres y su niebla y sus casas y
tabernas,
Le habían hablado de muchas ciudades
de Europa, entre ellas Moscú, porque sus antecesores provenían de la que había
sido capital de la antigua Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.
Igor también venía de esa tierra.
Claro que Moscú, como Washington y
París y tantas otras ciudades, había quedado totalmente destruidas al comienzo
de la Gran Paz, pero esto nadie se lo había contado a Ruth.
En los colegios de Tierra 2 se
enseñaba la historia y la geografía y la realidad total de Tierra 1 hasta el
inicio de aquella horrible conflagración que, además, no llamaban los
profesores «Gran Paz», sino «Tercera Guerra Mundial».
Ruth tenía veintidós años y era
romántica.
Algo que, si había desaparecido
totalmente de Tierra 1, tampoco era nada frecuente en Tierra 2.
Pero Ruth era romántica y tenía
veintidós años y el ser venido de tan lejos era también joven y guapo y estaba
sufriendo.
Además venía de Moscú.
Aunque ella no lo supiera del todo, e
Igor ni siquiera lo imaginara, Ruth estaba perdidamente enamorada de él.
* * *
Una tarde fría y lluviosa, Kovalsky
pensó por primera vez en quitarse la vida.
Estaba convencido que nunca le
permitirían regresar a Tierra y no encontraba objeto en seguir viviendo en un
planeta tan imperfecto.
Toda esa noche la pasó despierto,
buscando una forma rápida y segura de procurarse la muerte.
A la madrugada se durmió casi
tranquilo, porque ya había dado con ella.
Durante todo ese día llovió y los árboles
grises que divisaba desde la ventana de su cuarto le reafirmaron en su
decisión.
Escribiría por la noche una carta a
Johnny y se quitaría la vida antes que el nuevo día se presentara ante sus
ojos.
Tal vez por esa especial sensibilidad
que antiguamente se atribuía a los pueblos eslavos, Ruth estuvo todo ese día
nerviosa y desasosegada.
Un par de veces penetró en la
habitación de Igor con motivos fútiles y el aspecto del muchacho no contribuyó
a tranquilizarla.
Aunque no le correspondía hacerlo, fue
ella quien le llevó la cena.
Se esforzó por entablar una
conversación con él, pero sólo obtuvo monosílabos por respuesta.
Cuando volvió para retirar los platos
vacías y tuvo que llevárselos llenos, adoptó una decisión.
Intuía que algo decisivo ocurriría en
las próximas horas y que ese algo, fuese lo que fuese, afectaría decisivamente
a los dos.
Ahora ella estaba convencida que
amaba a Igor más de lo que hubiera amado a nadie en su vida.
Sabía que él estaba sufriendo y que
era obligación de ella mitigar el dolor todo lo que le fuera posible.
Tenía que darle lo más que pudiera.
Lo mejor de sí misma.
Ruth había tomado una decisión y no
estaba dispuesta a volverse atrás.
* * *
Igor estaba terminando de escribir su
triste carta de despedida cuando un ligero ruido a sus espaldas le hizo
volverse con el instintivo gesto de autodefensa para el que había sido
entrenado. La sorpresa le paralizó.
A medio camino entre la cerrada
puerta y la cama, estaba Ruth, de pie y completamente desnuda.
—Vete... ¡Váyase! —fue todo lo que
pudo articular. Pero la chica se acercó lentamente a él y le tomó una mano.
—Tú me necesitas..., y yo quiero
ayudarte —murmuró.
Sintiendo que una extraña y
desconocida parálisis se apoderaba de sus miembros, Igor se dejó llevar por
ella hasta la cama.
Fue la misma Ruth quien le quitó la robe de chambre y la chaqueta del pijama
que lo cubrían.
Por instinto, se resistió a ser
despojado de los pantalones, pero la voluntad de ella era la más fuerte de los
dos.
Pronto estuvieron echados uno junto
al otro, los dos completamente desnudos, sobre la estrecha cama,
—Quiero ser tuya —musitó Ruth, con
voz baja, pero firme.
Igor conocía la teoría de esos
prohibidos actos, pero nunca los había realizado. También él era Reproductor y
se había sometido periódicamente a las extracciones, que sólo le habían
producido un extraño desasosiego, pronto superado, gracias a las cápsulas.
Era todo lo que conocía del contacto
cuerpo-cuerpo.
La chica comprendió que, además, de
todo, su compañero estaba desconcertado y, una vez más, intuyó la verdad.
Tampoco ella —aunque por muy
distintas causas—, tenía experiencia. Á la espera de ese amor total que, estaba
segura, algún día iba a llegar, se había negado a entregarse a los muchos que
la habían requerido.
Era virgen y esa noche quería dejar
de serlo.
Comenzó a acariciar a Igor, porque
sabía que a ella le correspondía tomar la iniciativa.
El se dejó hacer porque el contacto
de ese cuerpo de suaves curvas y delicada piel, comenzaba a turbarlo,
No hubiera podido definir la naturaleza
de sus sensaciones. Se parecían en algo al desasosiego de las extracciones,
pero tenían un componente distinto. Algo que las hacía bellas, necesarias y
deseables.
Ruth comenzó a besarla, aplastando su
boca en la de él y moviendo su lengua. El la imitó.
Después fue todo más fácil. Ambos
conocían la teoría y ahora eran dos los que querían ser uno.
Cuando comprendió que había llegado
el momento, Igor separó delicadamente las piernas de su compañera y se
introdujo en ella.
Cuando, minutos más tarde, los dos descansaban estrechamente abrazados, para Igor también se había iniciado una nueva vida que nunca podría abandonar.
CAPITULO IX
Un mes más tarde, Barriére convocó a
Igor y Johnny a su despacho. Se habían estado viendo casi todos los días en las
últimas semanas, pero esta vez la reunión sería muy distinta a las anteriores.
El anfitrión no se anduvo por las
ramas.
—Bien, amigos —comenzó, no bien los
tres estuvieron cómodamente sentados—, creo que el gran momento ha llegado...
Sus dos contertulios casi saltaron en
sus asientos de alegría. Ardían en deseos de volver a Tierra 1, pero por
motivos distintos de los que llevaron a Igor a intentar la huida.
—¿Cuándo? —quiso saber Johnny.
—Pasado mañana —fue la respuesta,
Igor era práctico.
—¿Cuáles son las órdenes?
—Yo no os doy órdenes... —comenzó
Barriére,
Los dos rieron.
—De acuerdo —concilió Johnny—.
¿Cuáles son… las sugerencias?
Ahora rieron los tres. El dueño de
casa retomó la palabra.
—Vuestra misión será muy difícil. No
necesito ocultaros que...
—Que lo más probable es que nos maten
antes de que podamos abrir la boca —interrumpió Johnny,
Barriére hizo un gesto de rechazo.
—No, eso no. Os dejaremos entre
amigos...
—¿Qué amigos? —era Johnny.
—Hemos logrado crear algunos pequeños
núcleos de amigos entre los kurdos y entre los latinos de la América
Marginal...
—¿Y vuestros antepasados, los
europeos? —quiso saber Igor.
El rostro de Barriére se ensombreció.
—Ya no quedan... Han sido diezmados
durante la Tercera Guerra Mundial y después de ella. Constituían un peligro
demasiado grande para los vencedores... Los que sobrevivieron fueron enviados a
Reservaciones en vuestros superpaíses. No, no se puede contar con ellos... Ya
no existe Europa —concluyó.
Hubo unos minutos de silencio que los
tres respetaron en tácito acuerdo. Era como una especie de fúnebre homenaje a
la muerta Europa.
Fue Barriére quien retomó la palabra.
—Tendréis que trabajar entre los
marginales. No será nada fácil, os lo repito. Habéis estado demasiado tiempo
fuera de Tierra 1 como para engañar a vuestros amos, fingiendo ser leales a
ellos. Por lo tanto, tendréis que vivir ocultos...
Johnny hizo un gesto de detención.
—Sabemos todo eso, Barriére, y
estamos dispuestos a arriesgarnos.
Al aludido se le ilumino el rostro.
—¿Eso significa que estáis
convencidos de que el amor es lo suficientemente importante como para dar la
vida, sólo para hacer que otros seres lo conozcan?
Igor tomó la palabra en nombre de los
dos. Era justo. El era el que más sabía sobre el tema.
—No me gusta hacer discursos —comenzó—,
pero tanto Johnny como yo estamos convencidos de ello. Lamentamos dejar la
seguridad y... —su voz tembló un tanto—, y la felicidad que aquí disfrutamos,
pero teníamos una misión que cumplir y bien vale dar la vida por ella.
—Pasado mañana entonces —concluyó
Barriére, y los tres se pusieron de pie.
* * *
Ruth era alta, rubia y esbelta. Tenía
un pelo muy largo y una cintura muy fina. Sus caderas eran redondeadas y sus
piernas largas y bien torneadas.
Contemplándola, mientras ella se
atareaba en su pequeña cocina preparando la cena para los dos, Igor se preguntó
por milésima vez cómo podría decirle que iba a dejarla para siempre
veinticuatro horas más tarde.
Cenaron esos sabrosos manjares que
nada tenían que ver con los insípidos anhidropaks de Tierra 1.
Después, Ruth colocó un cassette en
el magnetófono, que a Igor le parecía una venerable reliquia.
Ella se había propuesto hacerla
conocer la música de los compositores más famosos del viejo planeta, que ninguno
de sus actuales habitantes había escuchado nunca, ya que todas las Artes
Decadentes estaban rigurosamente prohibidas.
Al muchacho le había resultado
especialmente impresionante la música de Beethoven y, naturalmente, de los
compositores rusos.
Escuchando a Tchaikovsky descubrió —y
así lo dijo a su compañera— que sus antecesores, indudablemente, habían
conocido y vivido el amor.
Ella sonrió y se acurrucó entre sus
brazos.
Pero esa noche tocaba el turno a
Wagner y la grandiosidad casi militar de su música dio ánimos a Igor para
decir lo que tenía que decir.
Ruth le escuchó en silencio, mientras
la obertura de Tannhauser parecía llenar la habitación, la ciudad y todo el
planeta.
Cuando él terminó, habló ella.
—Iré contigo —dijo.
—¡Eso es una locura impensable!
—estalló él.
Pero las palabras no iban a desviarla
de su decisión.
—Sabes que mis padres murieron en un
accidente de tránsito... No tengo a nadie... Es decir, sólo te tengo a ti.
—Yo voy a una muerte segura. No
quiero que tú...
—Moriremos abrazados, luchando por el
amor, ¿conoces una forma más hermosa de morir?
Los timbales le daban ruidosamente la
razón. Igor permanecía silencioso.
—Además —sonrió ella—, me había
jurado a mí misma no morir sin conocer Tierra 1...
El se rebeló.
—¡París y Londres y Moscú ya no
existen! —Ruth le miró boquiabierta, sabía que estaba destrozando un sueño,
pero tal vez estuviera también salvándole la vida.
Continuó—: ¡Todo ha sido destruido en
la Gran Paz…. o en la Tercera Guerra Mundial, como vosotros le llamáis!
Había lágrimas en los ojos de la
chica. Pero Igor no quería dejarse ablandar.
—Tierra 1 es un inmenso cementerio
—se exaltó—. Europa, esa Europa de las catedrales y de los museos, con la que
has soñado toda tu vida, ya no existe. ¡La borraron de la faz de la tierra las
bombas atómicas y de hidrógeno y de neutrones y de protones...! Hoy sólo es...
—le costaba decirlo—, ¡un inmenso Prado Fértil donde se cultivan legumbres y
cereales y donde se crían vacas y corderos para alimentar a los habitantes de
mi tierra..., de nuestra tierra 1 —se
corrigió.
Ruth lloraba silenciosamente, con la
cabeza oculta en su brazo.
—Tampoco hay ya pirámides ni templos
en Egipto… —continuó él—. Ni ruinas de las antiguas civilizaciones en América
Marginal... Todos son Prados Fértiles, para alimentar a los millones y millones
de vencedores de la Gran Paz...
La muchacha levantó la cabeza. Sus
ojos estaban enrojecidos, pero ya no había lágrimas en ellos. —Iré contigo
—dijo con voz ronca.
—Es absurdo y no voy a permitirlo
—insistió él, pero ella le interrumpió.
—Ahora más que nunca sé que es
necesaria mi presencia en Tierra 1... Cuando te dije por primera vez que iría
contigo, sólo me guiaba mi egoísmo..., mi desesperación por no dejarte, por no
quedarme sola otra vez. Ahora sé que es mucho más que eso. Si medio planeta ha
quedado destruido, si millones de seres son esclavos de otros millones, eso
ocurre porque el amor ha desaparecido de la Tierra...
Hizo una pausa para controlar su
respiración. Igor no osó interrumpirla.
—Sólo el amor podrá volver a levantar
las catedrales —continuó—, a poblar los museos, a repoblar Europa...
Lentamente, se acercó a él y se echó
en sus brazos.
—¡Oh, querido! —rogó—. ¡Llévame
contigo, para que esas pobres gentes sepan lo que es el amor!
El inició una frase de protesta, pero
ella le tapó la boca con su mano.
—Si es necesario —insistió—, haremos
el amor en público... Cuando nos vean ser tan felices, querrán serlo ellos
también...
Igor sabía que la inmensa mayoría de
los pobladores del Planeta Tierra estaban esterilizados y que nunca podrían
gozar del amor, pero no tuvo valor para decírselo.
Eso era algo negativo que le había
proporcionado su nueva relación: inseguridad, miedo.
Miedo a perder a Ruth, inseguridad
sobre lo que podría ocurrir mañana.
En Tierra 1, nadie tenía miedo, ni se
sentía inseguro.
El Gobierno velaba por todos y cada
uno de sus súbditos. A nadie podía faltarle nada, ni ocurrirle nada malo.
Toda la vida estaba programada desde
el momento mismo del nacimiento, incluso cada ser conocía con exactitud la
fecha de su muerte.
No había inseguridad, ni miedo.
Tampoco había amor.
CAPITULO X
Cuando los pilotos anunciaron que
Tierra 1 estaba a la vista, los tres se apretujaron ante los amplios parabrisas
de la nave. Efectivamente, allí estaba el
viejo planeta. Tal como Ruth lo había visto en los atlas. Precisamente estaban
viendo Europa, las islas circundantes y parte de Asia y África.
Habían decidido que el aterrizaje se
efectuaría cerca de la reservación kurda, ya que la lejanía de los centros
poblados les aseguraba un mínimo de tranquilidad para iniciar su misión.
Igor pasó su brazo por la cintura de
Ruth y la atrajo hacia sí, ella respondió besándole la mejilla.
Tras ellos, Johnny les contemplaba
con envidia. No había conocido el auténtico y profundo amor en Tierra 2, sólo
el más venal, el que se compra y se vende. Pero aún ese era bueno para él, que
del amor solamente había conocido antes las máquinas extractoras de semen.
Deseó tener en la nave a sus dos
alegres amiguitas, aunque sólo fuera para darles el abrazo final.
Seguramente no volvería a verlas
nunca. Porque nunca podría volver a Tierra 2. Ninguno de los tres volvería… Y
eso a pesar de que Barriére les había asegurado que la nave iría a buscarles
los días 10, 20 y 30 de cada mes (1).
«Volved cuando lo consideréis
conveniente», les había repetido mil veces.
Pero Johnny, tal vez porque sus
amiguitas no estaban con él, estaba convencido que no volverían nunca.
Cuando el comandante de la nave
anunció: «¡Cinco minutos para aterrizar!», los tres contuvieron con esfuerzo
el temblor que quería apoderarse de sus cuerpos.
Ocultos tras elevaciones similares a
las que —¿cuánto tiempo antes?—, les
sirvieran para vigilar la nave que tanto preocupaba a Gobierno, los tres
esperaron la llegada de sus amigos kurdos.
Sabían que no se acercarían hasta que
la nave no hubiera desaparecido en el infinito cielo nocturno y, efectivamente,
así fue.
Cuando el vehículo espacial era sólo
un punto brillante más en una constelación, tres sombras más oscuras que las
sombras que les rodeaban, se acercaron a ellos.
El más alto iluminó con una tosca
lámpara la cara de los recién llegados y, seguramente reconociendo a Johnny y a
Igor, dio instintivamente un paso atrás y en su mano apareció un largo puñal.
Pero Barriére había previsto esta
contingencia.
Johnny puso ante la luz de la lámpara
un anillo de sello que representaba un pez, el antiguo símbolo cristiano del
amor.
Ante la vista de la sortija, el kurdo
se tranquilizó y les hizo señas de que les siguieran.
Como a todos los marginales, les
estaba vedado a los kurdos el conocimiento de la lectura y la escritura, sólo
reservada a las clases más altas de la sociedad igualitaria y feliz. Por tal
motivo, los de Tierra 2 se valían de símbolos visuales como contraseña.
(1) Según el antiguo calendario
Gregoriano, aún vigente en Tierra 2. (N. del A.)
Pocos minutos más tarde, llegaban sin
novedad a las primeras casas de la Reservación.
Por la hora avanzada, o por razones
de prudencia, a nadie salió a recibirles. Los tres guías les condujeron a una
choza algo más grande que las demás.
El jefe abrió la puerta y en el
interior encontraron un alegre fuego, muy necesario dada la baja temperatura
exterior.
—Hassam —se presentó a sí mismo el
jefe, añadiendo—: Kadir y Dismet —y señaló a sus acompañantes.
A su vez, Igor se presentó a sí mismo
y presentó a sus acompañantes.
Después el jefe sirvió carne asada y
una bebida con alto contenido de alcohol, lo que por sí solo era un delito que
se castigaba con la muerte.
Los recién llegados comieron con buen
apetito, pero sólo mojaron sus labios en la fuerte bebida.
Cuando hubieron terminado la
colación, los kurdos sacaron a relucir sus largas pipas —otra trasgresión a la
ley—, y encendiéndolas se dispusieron a hablar.
—Aquí estaréis seguros —comentó
Hassam—, los guardias nunca entran en la Reservación...
—¿ Porque os tienen miedo? —rió
Johnny.
—Supongo que será por eso —respondió
el jefe, acompañando las risas de todos.
Igor, como siempre, estaba dispuesto
a no perder tiempo.
—¿Cuántos de tu pueblo están con
nosotros?
El kurdo lanzó una bocanada de humo
al ennegrecido techo de madera antes de contestar.
—Aquí somos tres mil —dijo por fin,
agregando—: Yo diría que todos...
Los otros dos asintieron en silencio.
Era un excelente comienzo. «Tierra
—¿Vosotros habéis sido
esterilizados...? —preguntó, aunque imaginaba la respuesta.
—No —le confirmó Hassam—. Muchos de
los nuestros tuvieron que morir para que Gobierno se convenciera que estaba
perdiendo el tiempo intentando esterilizarnos...
—Todos hubiéramos muerto antes que
dejarnos esterilizar —terció uno de los dos acompañantes, que hasta ese
instante no habían abierto la boca.
Los visitantes sonrieron con anchas
sonrisas. Era reconfortante saber que todo un pueblo estaba dispuesto a morir
antes que permitir ser esterilizados.
Es decir, antes que renunciar al
amor.
—Entonces tu pueblo no nos necesita,
tendremos que continuar nuestra marcha —era Igor, que seguía siendo práctico.
—Descansad un par de días —aconsejó
el jefe—. Nosotros vigilaremos a los guardias y al Centro. Después de cada
venida de las naves, se intensificaba la vigilancia… Nosotros os diremos cuándo
podréis salir y os guiaremos adonde queráis ir.
Tendidos sobre jergones y cubiertos
por mantas de complicados dibujos, durmieron profundamente hasta que el mismo
Hassam tuvo que despertarles, anunciándoles que un tardío desayuno les
esperaba.
Durante el resto del día contestaron
innumerables preguntas sobre el amor, la libertad, la educación de los hijos y
mil temas más.
Ruth fue de inestimable valor en las
respuestas, ya que de los tres, era la que más conocía sobre esos temas.
Por la noche, mientras cenaban,
sostuvieron una decisiva conversación con Hassam.
El kurdo les aconsejó que marcharan
hacia el noreste donde, en antiguo territorio de la Unión Soviética, existían
Reservaciones de seres que, en otros tiempos, habían pertenecido a la religión
musulmana y, según el Informante, eran enemigos potenciales de Gobierno.
El creía que no habían sido
esterilizados.
Tras otro día de responder preguntas,
iniciaron la marcha al amanecer. Iban con un guía provisto por Hassam y los
tres se vestían con las típicas ropas kurdas. Montaban buenos caballos, regalo
del jefe que también les había proporcionado documentación falsa, según la cual
Igor y Johnny eran comerciantes y Ruth la esposa del primero.
Dentro de grandes restricciones, y en
áreas no lejanas a sus reservaciones, se permitía a los marginales traficar
con las reservaciones vecinas.
Cambiando alimentos por vestidos o
por medicinas, los marginales sobrevivían y Gobierno se evitaba tener que
instalar centros distribuidores en las reservaciones.
Con esta mínima libertad contaban los
conspiradores para poder desplazarse.
Cruzaron seis controles en doscientos
kilómetros sin que ninguno de los guardias demostrara sospechar en lo más
mínimo de ellos.
Por fin, tras varios días de marcha,
llegaron a su primer destino: la Reservación MA-7-527, próxima a las antiguas
explotaciones petrolíferas de Bakú, en las cercanías del Mar Caspio y en
territorio de la ex URSS.
Hassam les había dado el nombre de un
hombre de su confianza, llamado Mustafá Alí, a quien debían mostrar el anillo
y decir que iban de su parte.
La guardia de la Reservación intentó
impedirles la entrada, aduciendo que ya habían pasado demasiados comerciantes
en esos días, pero el kurdo que les servía de guía hizo una muy convincente
representación de miseria y necesidad de traficar ante los soldados y éstos,
entre risas, les permitieron pasar.
Encontraron a Mustafá Alí en una
especie de café.
Para Johnny y para Igor, tanto como
para Ruth, todo lo que estaban viendo era nuevo.
No se parecía en nada a la
esterilizada asepsia de sus tierras natales, pero tampoco se parecía a la vida,
comparativamente más atrasada, de Tierra 2.
Las gentes parecían desgraciadas y
pobres. Había una como aureola de polvo y suciedad en el ambiente.
Una vez más, los dos compañeros
estaban descubriendo un mundo nuevo, Pero esta vez de muy distinto signo. En
realidad, lo que se estaban descubriendo era a ellos mismos, porque
Reservaciones casi miserables, habían conocido muchas, a causa de su
profesión.
Pero esta vez era muy distinto. Esta
vez no habían llegado a la Reservación como Enviados de Gobierno.
Esta vez eran Marginales auténticos.
Porque cada vez se sentían más
identificados con estas gentes, contra Gobierno y todo lo que él representaba.
Y tan profundo cambio en tan poco
tiempo no era de extrañar.
Habían conocido el amor. Eso lo
explicaba todo.
Ante la vista del anillo desapareció
la marcada desconfianza que endurecía los rasgos .del musulmán.
—Sed bienvenidos —les saludó, alzando
sus manos, a la viejo usanza árabe.
Minutos más tarde estaban los cuatro
sentados sobre cojines, en la casa de Mustafá. Todos bebían un fuerte café que
no parecía sintético.
El anfitrión era un hombre cortés y
reposado. Parecía contener en sí mismo toda la cultura y la cortesía y la
paciencia que fueran virtudes ancestrales de su raza.
—¿Cuáles son vuestros planes?
—preguntó tras un largo silencio que todos respetaron.
Johnny se dispuso a contestar, pero
fue Ruth la que tomó la palabra.
—Somos portadores de un mensaje de
amor. Queremos que la mayor cantidad posible de terráqueos lo reciban...
Mustafá sonrió.
—Mahoma, nuestro profeta —dijo—, nos
transmitió un mensaje de amor hace muchos siglos. También Jesucristo lo había
hecho antes... —hizo una pausa, y prosiguió— : Sin embargo, todos esos
mensajes no fueron suficientes para evitar la Gran Paz y la destrucción de
casi todo el planeta. ¿Por qué creéis que vuestro mensaje tendrá más éxito?
De nuevo se hizo el silencio, pero
esta vez no por motivos de cortesía. La pregunta era difícil de contestar.
Los dos hombres, con sus CI 150, le
daban vuelta en sus mentes.
Otra vez Fue Ruth la que tomó la
palabra.
—No sé... —vaciló—. Es difícil
contestar a su pregunta... Pero se me ocurre una respuesta...
Mustafá sonrió y movió sus manos,
animándola a proseguir.
—Se me ocurre pensar —siguió Ruth—,
que las generaciones anteriores vivieron durante siglos el amor. Después
quisieron ir más allá de él y, finalmente, acabaron con él. Cuando eso
ocurrió, vino la Gran Paz.
Y la
destrucción y el odio y la esterilización, que es la antítesis del amor...
Igor la contemplaba admirado. Johnny,
más bien sorprendido, preguntándose a cuánto ascendería su Cociente
Intelectual.
—Pero ahora es distinto —se exaltaba
ella—. Ahora las nuevas generaciones no conocen el amor. Cuando lo conozcan...
—Gobierno es muy fuerte —interrumpió
Mustafá—.
Y es
consciente de que su principal enemigo es el amor. Aplastará sin piedad los
primeros conatos de rebelión…
Pero la exaltación de Ruth no
disminuyó.
—Cuando los seres humanos sepan que
existe el amor..., aun los esterilizados..., lucharán por él, al menos para
que no se esterilice a sus hijos. Y no hay fuerza humana que pueda vencer a la
fuerza del amor...
Una vez más se hizo el silencio en la
reducida estancia. Pero ahora era un silencio grávido de gozosas expectativas.
Las encendidas palabras de Ruth
habían calado en las mentes de sus tres interlocutores.
Y los tres, sin palabras, coincidían
en sus pensamientos.
Las cosas, desgraciadamente, no
serían tan fáciles como la chica creía, pero esa misma fe ciega en el poder
del amor, les comprometía a todos ellos a la lucha.
Tal vez, llegaban a pensar, en la misma
lucha estuviera la victoria.
—¿Hasta dónde piensan llegar? —preguntó Mustafá, Ruth no entendió, o simuló no
entender, el sentido axiológico de la pregunta y la tomó en su acepción
geográfica.
—Hasta el propio corazón del Sub-Gobierno de Tierra Igualitaria —respondió, con voz muy segura—. Si logramos convencer a los pueblos que sus tiránicos gobernantes no son invencibles, la Rebelión devolverá a todos los hombres de la Tierra el derecho al amor y a la libertad...
CAPITULO XI
La tarea en la Reservación musulmana era muy
fácil. Aunque muchos jóvenes habían sido esterilizados, los viejos habían
mantenido viva la fe islámica en las nuevas generaciones y esto era decisivo.
Aun los esterilizados les escuchaban
con fervor j se comprometían a luchar para que sus nietos nacieran del amor y
no de un tubo de ensayo.
Entretanto, Mustafá Alí creaba un
«camino» de hombres fieles que pudiera llevar a los tres conjurados hasta la
misma Novogrado, capital de Tierra Igualitaria y sede del Sub-Gobierno.
Tras un mes de ingentes esfuerzos por
su parte, el «camino» quedó terminado.
Había llegado el momento de iniciar
la gran marcha.
En el momento de la despedida,
Mustafá, junto con su abrazo, les hizo el último y nada desdeñable obsequio:
dos lanzarrayos con su correspondiente munición y una antigua pistola de
pre-Paz, que podría ser de alguna utilidad a Ruth.
Salieron de la Reservación con las
ropas con las que habían llegado para no despertar las sospechas de los
adocenados guardias, y tomaron el largo camino que conducía a Novogrado.
Llevaban caballos y un carro tirado
por un burro cargado de alfombras. Vendedores de alfombras fue la mejor
cobertura que el gran Mustafá pudo encontrarles.
Como Marginales que aparentaban ser,
les estaba prohibido el uso de las autovías, por las que discurrían en ambas
direcciones los giroscops, marchando regularmente a un par de metros de altura
sobre el pavimento.
Ellos debían contenerse con las
Sendas Auxiliares, lo que no dejaba de ser una ventaja, ya que en ellas la vigilancia
era escasa y rutinaria.
¿Qué se podía temer de unos
desharrapados Marginales?
El «camino» de Mustafá Alí funcionó a
la perfección. En los puntos convenidos, se les proveyó de alimentos y lugares
donde descansar.
Tras diez días de marcha sin
incidentes, llegaron a la vista de Novogrado.
Ahora la cosa se ponía verdaderamente
difícil.
Podía pensarse que, en una ciudad de
quince millones de habitantes, sería fácil ocultarse, pero este razonamiento
no era válido para la capital de Tierra Igualitaria.
En primer lugar, todo su perímetro
estaba «amurallado». Es decir, perfectamente protegido por una densa red de
fotodetectores que proporcionaban al Control Central la filiación completa de
todos los que entraban o salían de la ciudad, sin que el interesado llegara a
enterarse del examen a que era sometido.
Este era el primer gran escollo que
había que salvar.
Su último contacto antes de Novogrado
era un anciano, padre de un guardia que, por razones de servicio de su hijo,
vivía en una de las pequeñas Comunidades Protectoras que rodeaban la capital
como un inmenso anillo de seguridad.
El viejo se asustó al verlos, pese a
estar bien informado de su llegada. Temía que su hijo llegara a enterarse de
la ayuda que estaba prestando a Rebeldes. No dudaba que, de enterarse, le
denunciaría de inmediato, aunque esto seguramente ocasionaría su propia muerte,
junto con la de su padre y el resto de su familia.
Pero Igor logró tranquilizarle,
asegurándole que sólo deseaban información y que, no bien se le proporcionara,
continuaría su marcha. La información que necesitaban era la forma de entrar en
Novogrado sin ser «examinados» por los fotodetectores,
Y volvieron a tener suerte.
En su juventud el viejo había
trabajado —junto a otros centenares de miles de Marginales—, en la construcción
de la nueva capital.
Por su falta de especialización, se
le había destinado a los trabajos subterráneos de alcantarillado.
El conocía la forma de entrar y salir
de la ciudad sin ser «examinado».
Para no seguir comprometiéndole,
continuaron su marcha a pleno día. Era un riesgo adicional, pero no tenían
otro remedio.
Para dejar pasar las horas, montaron
una especie de tenderete junto a un Área de Servicios de la Autovía.
Tras una hora y media de vocear
inútilmente su mercancía, fueron expulsados violentamente por una pareja de guardias
que, afortunadamente, no sospecharon siquiera que fueran otra cosa que
miserables Marginales.
Con las primeras sombras del
crepúsculo, comenzaron a acercarse al lugar que el viejo les indicara como el
más próximo.
Las aguas residuales y su carga de
materia orgánica se reconvertían en agua potable y fertilizantes nuclearizados
en inmensas factorías, fuera de la ciudad.
A más de diez metros de profundidad,
circulaban por sus entrañas verdaderos canales de kilómetros y kilómetros de
longitud que contaban, cada mil metros, con bocas de registro para seguridad y
limpieza.
Por una de ellas Igor y sus amigos
tenían que penetrar en Novogrado.
El viejo no les había hablado de
guardias especiales para las bocas de registro. Por un instante temieron que el
pobre diablo hubiera sido descubierto y obligado a hablar.
Pero de inmediato desecharon ese
temor. De haber sido así, ya habrían sido ellos capturados. Fácil les hubiera
resultado acabar o, al menos, neutralizar al guardia, pero eso significaría
delatarse.
Se encontraban en un inmenso parque,
vacío a causa de la hora y del frío reinante. Ocultos tras unos árboles, se
decidieron a esperar los acontecimientos.
Una hora más tarde, el guardia fue
relevado. Ya era noche cerrada y los tres tuvieron que acercarse todo lo
posible para no perder de vista a su presa.
El frío era intenso y el guardia
aumentó un par de veces la temperatura de su uniforme.
Tras el segundo incremento, todo su
cuerpo debió llenarse de un agradable calorcillo, porque el muchacho se refregó
las manos con satisfacción. Esto hizo nacer alguna esperanza en los que lo
vigilaban.
En efecto, media hora más tarde,
apoyado contra el tronco de un árbol, el guardia entrecerró sus ojos. Un gesto
instintivo que los otros no podían ver, pero sí adivinar por los cabezazos.
Esperaron todavía media hora más.
Querían que el sueño fuera más profundo, pero temían que se produjera de
inmediato el cambio de guardia.
Con el soldado dando esporádicos
cabezazos, se decidieron a abandonar su protección y marchar hacia la boca de
Registro que se encontraba a unos tres metros a la derecha del durmiente.
Igor marchaba el último, con el
lanzarrayos preparado. Esperaba no tener que utilizarlo.
Sin hacer el más mínimo ruido y
consumiendo casi cinco minutos en la sencilla tarea, Johnny consiguió levantar
la tapa metálica.
Ruth descendió la primera, tras ella
Igor, mientras Johnny seguía sosteniendo la cubierta para evitar dejarla sobre
el suelo, lo que hubiera complicado el cierre.
Finalmente, le tocó el tumo a Johnny.
El sostener la tapa dificultaba su maniobra. Al colocar el pie en el primer
escalón tropezó y se produjo un pequeño raído. El soldado dio un respingo y,
medio dormido aún, miró a su alrededor.
Inmóvil, con medio cuerpo afuera y
siempre sosteniendo la tapa, Johnny le contempló aterrado. Pero el muchacho se
conformó con su mirada circular, a la altura de sus ojos. No se le ocurrió
bajar la vista.
Johnny completó su descenso y, casi
con las mismas precauciones iniciales, volvió a cerrar la abertura.
Se encontraban en una angosta cornisa
felizmente iluminada. El canal, de unos diez metros de ancho, discurría junto
a ellos con gran fuerza, cubiertas sus sucias aguas por una espesa capa de
detergente biodegradable.
Avanzaron en dirección a la ciudad.
El viejo había sido muy exacto:
tendrían que cambiar dos kilómetros en línea recta y después, en un cruce, torcer
a la izquierda. Tras caminar unos doscientos metros más, se encontrarían en una
amplia cámara situada tres metros por encima del nivel del canal, y que había
sido construida —junto con centenares de otras—, para contener las aguas en
caso de hipotéticos desbordamientos.
La cámara tenía salida directa al
exterior y podía servirles de temporal refugio.
Lo que el informante no les había
podido decir era con qué se encontrarían arriba.
Calcularon los dos kilómetros por los
pasos. Encontraron un desvío a la izquierda y lo siguieron por más de
trescientos o cuatrocientos metros, hasta convencerse que no era el que
buscaban. Volvieron atrás y dieron con él
La cámara era realmente inmensa y el
menor sonido se amplificaba en el espacio vacío hasta adquirir volumen de
grito multitudinario.
Tenían un último contacto
proporcionado por Mustafá Alí. Se trataba de Alexsei Grotinov, profesor adjunto
de la Parcialidad local y descendiente de musulmanes. Las ropas de Marginales
que lucían eran potencialmente sospechosas en la ciudad, por lo que se acordó
que Igor marcharía en busca del contacto y los otros le esperarían en la
relativa seguridad de la cámara. Kovalsky conocía muy bien Novogrado.
Convinieron en esperarle cuatro
horas» Be no regresar en ese lapso, Ruth y Johnny quedaban en libertad para
actuar según mejor les pareciera.
Igor volvió antes de que pasaran tres
horas. Venía realmente eufórico.
—¡Grotinov es fantástico! —susurró
para evitar que sus palabras se transformaran en gritos—» Nos espera arriba,
con ropa para vosotros.
El ya lucía el «uniforme»
convencional de los terráqueos: pantalón y chaqueta blancas, de tela muy
gruesa, con el número y las siglas de identificación en el bolsillo superior.
La especie de pequeño macuto que todos
llevaban colgando del hombro izquierdo para guardar en él documentos,
cápsulas, etcétera, le era muy útil para esconder el lanzar rayos.
Animados por una nueva esperanza, los
tres ascendieron la vertical escalera y emergieron a la superficie, en pleno
centro de Novogrado, capital de Tierra Igualitaria.
Un amplio giroscop les esperaba a una
decena de metros. La oscuridad, pese a la iluminación de cuarzo, era
suficiente para que los ocupantes de los vehículos que transitaban a gran
velocidad no repararan en ellos.
Se introdujeron rápidamente en el
giroscop y, tras musitadas presentaciones, Grotinov se introdujo en la veloz
marea del tránsito.
Al menos nominalmente, los
científicos de cierto renombre gozaban de libértales impensables para el común
de los terráqueos en el nuevo orden del Planeta Tierra
Por tal causa, el inteligente Mustafá
Alí había elegido al joven profesor.
Siempre necesitado de nuevas armas
para hacer frente a sus enemigos reales o imaginarios, Gobierno «mimaba» a
sus científicos.
Determinadas partes de las
Parcialidades —laboratorios y viviendas de profesores entre otras—, eran terreno
vedado aún para los mismos Benefactores, la policía ultrasecreta que nunca
hacía prisioneros, más que cuando necesitaba «interrogarlos». ..
Por tai motivo, la Parcialidad era el
escondite ideal para los conjurados.
El trayecto no llegó a durar diez
minutos. Muy pronto se encontraron en el salón de la confortable vivienda de
Grotinov, alegremente saludados por Tania, su mujer»
Johnny e Igor estaban asombrados. Ni
ellos mismos, que gozaban de extraordinarios privilegios, se habían movido nunca
con la libertad y despreocupación con que sus anfitriones lo hacían.
—¡Los guardias nunca llegarán hasta
aquí! —les había repetido muchas veces la pareja.
Bebieron auténtico vodka de 15° de
alcohol —Alexsei explicó que mayor graduación era realmente perjudicial para la
salud—, destilado en el mismísimo laboratorio de Química Nuclear, que él
dirigía, y comenzaron a hacer planes.
Por sus elevados cocientes
intelectuales y por la pureza de su raza, Tania y su marido no habían sido
esterilizados de pequeños. No tenían hijos, pero conocían y practicaban el
amor.
Sólo con verles actuar en los
detalles más nimios, ese decisivo hecho saltaba a la vista.
Los dos eran Reproductores y se veían
forzados a entregar sus espermatozoides y sus óvulos para procrear nuevos seres
de laboratorio, pero por las noches podían hacer el auténtico amor, y eso les
permitía mantenerse en sano equilibrio psicosomático.
—Hace anos que soñábamos con una
oportunidad como ésta —comenzó Alexsei.
—¿Oportunidad...? —se extrañó Johnny.
—Me refiero a vuestra presencia.
—Pero lo que nosotros venimos a
decir, podíais decirlo vosotros mismos...
Las caras del matrimonio se
ensombrecieron y Johnny se arrepintió de haber hablado.
—Puede que sí —respondió Tania—.
Pero..., pero la verdad es que no teníamos suficiente valor para decidirnos a
actuar solos...
—¡Tampoco nosotros tenemos valor para
actuar...! ¡Esperábamos que fuerais vosotros quienes nos lo proporcionárais!
—chilló Igor, y todos rieron a carcajadas.
La tensión volvió a su nivel normal. Alexsei
sirvió otra vuelta de, vodka,
—Desde que supimos de vuestra
llegada, hemos hecho tanteos a algunos estudiantes que nos parecen más receptivos
—explicó Tania.
—¿Con buenos resultados? —quiso saber
Igor. —Mañana lo sabréis —sonrió ella.
CAPITULO XII
Al día siguiente tuvieron buena
oportunidad de saberlo.
Terminadas las actividades académicas
del día, Alexsei se presentó en su casa con tres estudiantes, dos muchachos y
una chica»
Los tres habían sido esterilizados,
pero eso no disminuía su interés por saber más sobre el amor y la libertad y
la vida que se vivía en Tierra 2.
Ruth habló durante dos horas, sin más
interrupciones que certeras preguntas de los muchachos y rondas de vodka
servidas por Alexsei.
Los tres del primer día se
convirtieron en cinco el segundo y en ocho, el quinto.
Ya era peligroso reunir a un número
tan elevado de personas —las reuniones de más de cinco personas necesitaban
permiso especial y no eran bien vistas—, por lo que se acordó dividir a los
neófitos en dos grupos.
Durante dos meses, Ruth, Johnny e
Igor adoctrinaron a decenas de estudiantes sobre la vida basada en el amor y en
la libertad, en lugar de la esclavitud y la esterilización.
Reconocieron que la vida libre no
garantizaba ese cien por ciento de seguridad, de que gozaban los súbditos del
Planeta Tierra, pero los estudiantes les respondieron que esa seguridad era lo
que quitaba incentivo a la vida y la principal causa del masivo consumo de
cápsulas de todo tipo entre la juventud* Una lacra cada vez más extendida y que
Gobierno se cuidaba muy bien de mencionar en sus reiterados «Noticieros de Felicidad».
Al cabo de los dos meses, los
conjurados podían contar con un verdadero «ejército» de jóvenes que propagaban
la nueva doctrina entre familiares, amigos y vecinos.
Habían pasado todo ese tiempo sin
salir al exterior, ocultos en el desván de la casa de los Grotinov, pero ese
pequeño sacrificio bien había valido la pena.
Consideraron llegado el momento de
dar aviso a Mustafá Alí.
Cuando con él ajustaron el plan de
acción, nada o muy poco podían prever sobre los resultados de su gestión en
Novogrado.
Y, de haberlo hecho, nunca hubieran
imaginado tener tanto éxito.
De todos modos, resolvieron que, si
lograban formar un número adecuado de posibles Rebeldes, se lo comunicarían de
alguna forma y él se encargaría de sublevar a sus pueblos, contando también con
el apoyo de los kurdos, con quienes se encargaría de coordinar la acción.
Dos meses de poder trabajar sin
problemas y varios centenares de entusiastas, era mucho más de lo que habían
soñado obtener. Por otra parte, seguir más tiempo era tentar peligrosamente al
destino, que tanto les había ayudado.
No pretendían, desde luego, que la
Rebelión acabara con el poder de Gobierno, eso era impensable, sólo intentaban
—y la idea había partido de Mustafá Alí—, demostrar que la sublevación era
posible. Que eran muchos los que aspiraban a vivir una vida intensa y total,
sin disminuciones físicas y espirituales.
Un estudiante adicto, que poseía uno
de los codiciadísimos pases inter-Parcialidades, lo que permitía viajar sin
despertar sospechas, fue comisionado para alertar a Mustafá Alí.
Al día siguiente de su partida, un
estudiante detuvo a Alexsei, a la salida de una clase práctica en el laboratorio,
para comunicarle con gran inquietud que Boris Sebrinsky, su compañero de
estudios y entusiasta con jurado, no había regresado a su vivienda tras la
reunión de la larde en casa de los Grotinov.
Conociendo la eficacia de los
Benefactores, Alexsei temió lo peor y marchó presuroso a su casa para dar la
alerta.
Si la Rebelión llegaba a producirse,
todo el Planeta se enteraría de ella, por más esfuerzos que Gobierno hiciera
para ocultar información.
Es decir, se enteraría la población
de Tierra Limpia y Feliz con quienes, por razones de distancia e imposibilidad
absoluta de comunicación, no podían establecer contacto.
A mediano plazo, calculaba Alexsei,
podría producirse otra Rebelión, esta vez de alcance planetario y con ciertas
probabilidades de éxito.
Pero para que ello ocurriera era
necesario, era imprescindible, que no abortara la Rebelión que ellos estaban
a punto de iniciar.
Apresuró el paso, lanzando inquietas
miradas a su alrededor. No se veía nada anormal.
Su casa estaba totalmente silenciosa
pero esto era natural, ya que Tania se encontraría tomando notas en la
biblioteca para su próxima conferencia sobre la influencia del ácido
desoxirribonucleico en los caracteres hereditarios y la determinación del sexo.
También Igor y sus amigos recibieron
la noticia con gran preocupación.
—Nos iremos de inmediato de tu casa
—decidió Johnny.
Pero Grotinov le detuvo con un gesto.
—No nos apresuremos —pidió—. La cosa
puede no tener importancia...
Pero ni él mismo, ni los otros se
creían sus palabras.
—Tenemos que actuar como si la
tuviera —terció Igor.
Ruth le miro, preocupada.
—¿Qué haremos? —preguntó.
La demora de su compañero en
responderle era signo visible su propia confusión,
Johnny tomó la palabra.
—Lo primero es lo primero, amigos.
Tenemos que irnos de aquí.
—¿Adonde? —era Alexsei.
—Ño lo sé —confesó Johnny—. Pero
tenemos que irnos. A la cámara de las alcantarillas, si no hay un lugar
mejor...
El dueño de casa intentó disuadirles,
pero todo lo que consiguió fue convencerles para que no salieran hasta que
fuera de noche.
Esa tarde tenía que reunirse con
ellos un grupo de cinco estudiantes, pero Alexsei les hizo saber que la reunión
se había suspendido, sin darles explicación sobre los motivos.
A la hora de cenar, Tania no había
regresado y todos comenzaron a inquietarse. Alexsei salió en busca de noticias.
Volvió quince minutos más tarde, con
el rostro desencajado,
—Tenemos que irnos ya mismo —anunció,
con voz temblorosa, agregando—: Los Benefactores se llevaron a Tania de la
Biblioteca.
Johnny le palmeó en silencio. Era
todo lo que podían hacer.
Buscaron sus armas y el siempre
eficiente Igor se proveyó de alimentos deshidratados, en previsión de lo que
pudiera acontecer. Salieron casi de inmediato.
Dudaron en utilizar el giroscopio y,
finalmente, se decidieron por una solución intermedia: lo usarían para alejarse
de los terrenos de la Parcialidad y luego le dejarían abandonado. Era de
suponer que ya se habría dado orden de captura para Alexsei y su vehículo.
Llegaron sin contratiempo hasta la
cámara. El escondite era razonablemente seguro, pero su mayor inconveniente
radicaba en lo expuestos que estaban a ser descubiertos, al entrar o salir de
él. El previsor Igor también había llevado algo de vodka y obligó a beber a
Grotinov, que se había dejado caer sentado sobre el piso, no bien se hubo
cerrado la trampa sobre sus cabezas.
La bebida le reanimó lo suficiente
como para que volviera la necesidad de acción a su mente.
—Torturarán a Tania hasta que hable
—comenzó con voz impersonal—. Eso no demorará más de media hora. Después la
matarán. Calculando que haya hablado ya, los Benefactores estarán llegando a
nuestra casa. Tania ya debe haber muerto. Al menos de momento, olvidémosla. Ya
nada se puede hacer por ella.
Los otros permanecieron en silencio.
Grotinov siguió hablando, con voz cada vez más firme.
—Sin embargo, y en otro orden de
cosas, sí podemos hacer mucho por ella —sus tres interlocutores alzaron sus
cabezas—. Llevar hasta el límite de nuestras posibilidades la obra por la que
dio su vida —concluyó, y todos asintieron.
Hablaban en susurros, para evitar la
tremenda resonancia. Eso y la cruda luz que iluminaba sin sombras el inmenso
recinto, prestaba a la escena una sensación de nigromántico aquelarre, de
tenebrosa irrealidad.
—Tenemos que causar a Gobierno el
mayor daño posible —se exaltó Johnny.
—¿Cómo? —quiso saber Ruth.
—Lo primero —sistematizó Igor—, será
mantenemos vivos y libres los cinco o seis días que demorará Mustafá Alí en
iniciar la Rebelión. Después..., ya veremos.
—Después —intervino Alexsei—, yo
tengo un plan.
Los otros volvieron a alzar sus
sorprendidas cabezas hacia su cara.
—Para Gobierno y el prestigio del
sistema —explicó él—, la Parcialidad y todo lo que ella contiene, son
fundamentales...
Sus tres oyentes asintieron en
silencio.
—Pues bien —continuó Alexsei—, yo sé
cómo destruirla con relativa facilidad.
El asombro y la admiración se pintó
en la cara de los otros.
—¿El Centro de Esterilización está
dentro de la Parcialidad, verdad? —fue Ruth quien hizo la pregunta.
Grotinov asintió con un movimiento de
cabeza.
—Entonces la destrucción será todo un símbolo —sonrió la chica»
CAPITULO XIII
Durante las cuarenta y ocho horas
siguientes, permanecieron en la cámara sin moverse, ya que salir era muy
peligroso y, además, innecesario.
Tenían que coordinar en lo posible
sus acciones con las que los musulmanes y los kurdos iniciarían tres o cuatro
días después.
Pero al iniciarse el tercer día de
estancia en el escondite, sintieron ruidos de botas que avanzaban hacia ellos.
Rápidamente, Johnny y Alexsei tomaron
posiciones junto a la abertura que comunicaba con el canal, que discurría tres
metros por debajo.
Igor y Ruth quedaron vigilando la
trampa exterior.
Igor y Johnny disponían de
lanzarrayos, en tanto Alexsei empuñaba la vieja pistola que había sido de
Ruth.
Utilizar las armas era, aun en el
mejor de los casos, delatarse y tener que abandonar el refugio, por que
esperaban no tener que hacerlo.
Los pasos, amplificados hasta el
infinito por la inmensidad de las vacías bóvedas, resonaban cada vez más cerca
de ellos.
Eran cuatro o cinco los que venían.
Contando con el factor sorpresa, la victoria era segura para Johnny y los
suyos, pero ellos seguían confiando en evitar el enfrentamiento.
Por otra parte, a ninguno de los
cuatro les cabía la menor duda de que esos hombres les estaban buscando a
ellos.
¿Cuánto habrían hecho hablar a Tania?
¿Cuántos fieles estudiantes estarían siendo torturados en esos momentos o ya
habrían muerto?
Johnny se preguntó si tanta muerte y
tanto dolor estarían justificados,
Pero no tuvo tiempo de darse una
respuesta, porque la cabeza cubierta por un casco del primer guardia apareció
en la pequeña escalera que llevaba hacia ellos.
Le dejaron subir, ocultándose en la
pared interna de la cámara. Cuando apareció en ella, Johnny disparó una breve ráfaga
y el desgraciado se desintegró.
Ya Alexsei hacía fuego contra el
siguiente y la deflagración de la pólvora de la vieja pistola retumbó como
esos cañonazos de marinería que mostraban las viejas películas que proyectaba
la totalvisión.
Eran cuatro y los otros dos huyeron.
Johnny descendió a la carrera los escalones, para impedir que escaparan.
Lo consiguió con uno, pero no con el
otro.
Ahora eran ellos los que tenían que
escapar de inmediato.
Discutieron muy brevemente sobre la
vía a utilizar para la huida. Podían seguir el borde del canal y salir fuera de
la ciudad, o ascender hasta la trampa e intentar ocultarse en los amplios
terrenos de la Parcialidad, bien conocidos por Alexsei.
No sólo por razones de seguridad,
eligieron esta última vía.
Aunque les pareciera imposible —pero
era muy lógico—, el estruendo del disparo no había sido oído en el exterior ya
que el cierre era hermético. Aunque era de día, pudieron salir sin ser vistos
más que por los transeúntes, que estaban acostumbrados y educados para no
intervenir en lo que no les concernía directamente.
Pudieron llegar hasta las cercanías
de la Parcialidad sin incidentes, pero las dificultades no hacían más que
empezar.
Para entrar en el recinto, debía
presentarse la tarjeta al Control electrónico, quien admitía o rechazaba al
visitante, según las instrucciones que hubiera recibido. Obviamente, a Alexsei
ya no le serviría la suya. Por otra parte, el campus debía pulular de Benefactores
y guardias.
Los cuatro se paseaban separados,
entre la multitud de estudiantes que entraba y salía por las grandes puertas,
cuando Ruth reconoció entre ellos a uno de los adictos. El también la reconoció
a ella. Tuvieron un breve conciliábulo y el muchacho volvió a mezclarse entre
la multitud.
Media hora más tarde volvía junto a
Ruth y le entregaba cuatro tarjetas de otros tantos estudiantes adictos que,
con ese solo acto, se jugaban la vida por ellos.
La chica las recibió emocionada y
musitó un: «Gracias». El chico hizo un gesto de rechazo y agregó: «Ya se darán
cuenta cuándo deben entrar», perdiéndose una vez más entre sus compañeros.
Sin saber qué era exactamente lo que
estaban esperando, los cuatro continuaron sus lentos y solitarios paseos.
No tuvieron que esperar mucho. Unos
diez minutos más tarde, un moviscop, pequeño vehículo muy usado por los
jóvenes, se detuvo con violencia contra la entrada y de él bajaron dos
estudiantes a la carrera, entre grandes gestos y gritos de alerta.
De inmediato, una columna de humo
surgió del motor del moviscop.
Cuando el humo se transformó en
llamas y la multitud, aumentada por varios guardias con extinguidores se
precipitaba sobre el vehículo, Johnny y los otros pasaron el Control sin más
problemas.
Lo más difícil estaba hecho, ahora
faltaba encontrar un escondite razonablemente seguro.
Descartada por obvios motivos la
vivienda de los Grotinov, así como los dormitorios de los estudiantes, que
debían estar sometidos a severa vigilancia, Alexsei sé decidió por su propio
laboratorio de Química Nuclear.
Era seguro que habría sido
prolijamente revisado, por lo que no era probable que volviera a serlo.
De hecho, era muy difícil que los
sabuesos pensaran que ellos se ocultaban en un lugar tan conspicuo como era la
Parcialidad.
Se encaminaron hacía el laboratorio.
—Tengo tres ayudantes —explicó
Alexsei—. Uno ha concurrido a nuestras reuniones y está íntegramente con
nosotros. Los otros dos no, pero siempre me han sido fieles...
—¿Es imprescindible que sepan de
nuestra presencia? —preguntó Igor.
—No veo cómo podríamos evitarlo. Nos
ocultaremos en uno de los tres almacenes anexos al laboratorio propiamente
dicho. Los ayudantes entran y salen de ellos continuamente.
—Supongo que no tenemos más remedio
que correr el riesgo —se resignó Johnny.
Varios estudiantes reconocieron a
Grotinov y le saludaron con lo que parecía ser sincero afecto. El devolvió
todos los saludos.
Nadie les detuvo hasta que llegaron a
los edificios del laboratorio.
Por precaución, decidieron entrar por
la puerta posterior, que conducía a uno de los almacenes.
Alexsei tuvo que utilizar su llave
para abrir la puerta. La amplia estancia, repleta de elementos de laboratorio,
grandes recipientes con sustancias químicas y cajones tipo contenedor pequeño,
sin abrir, estaba vacía de seres humanos.
—Vosotros escondeos por aquí —dispuso
Alexsei, agregando—: Yo iré a echar una ojeada.
Lo hizo, y en la parte central del
laboratorio se encontró con uno de sus ayudantes.
—Buenos días, Kostia —saludó, y el
aludido quedó paralizado de asombro al reconocerle.
Aunque no era el adicto, se vio
obligado a ponerle, en parte, al tanto de la situación. El otro prometió
guardar absoluto silencio y llevarles lo que necesitaran para su subsistencia.
Explicó que, a raíz de la agitación reinante en la Parcialidad por las
detenciones y los rumores, los otros dos ayudantes no habían concurrido a sus
tareas, lo harían al siguiente día.
De hecho, casi toda la actividad
universitaria se hallaba paralizada y los estudiantes, con el apoyo de algunos
profesores, se encontraban en estado de gran tensión, exigiendo se les dijera
los motivos de las detenciones de sus compañeros y del matrimonio Grotinov, ya
que se creía que los dos estaban presos.
Alexsei rogó a Kostia que no hiciera
el más mínimo comentario sobre su presencia, y el otro así se lo, prometió.
Pasaron el resto del día y toda la
noche en gran tensión, pero sin incidentes.
A la mañana siguiente se hicieron
presentes en el laboratorio los tres ayudantes. Fedor, el que había asistido a
las reuniones, demostró una gran alegría al ver a su profesor Nikolas, el
tercer ayudante, también.
Al mediodía Fedor les llevó una
bandeja llena de alimentos algo más sabrosos que los deshidratados y sendas
copas de vodka de producción casera.
La comida y la bebida contribuyeron a
animarles.
Calculaban que, en cuarenta y ocho
horas más, estallarían las esperadas Rebeliones, cuyos ecos llegarían
necesariamente hasta ellos.
Se preparaban a pasar esos dos días
en el bastante confortable refugio del almacén, infinitamente mejor que la
cámara subterránea.
Después intentarían volar la
Parcialidad, con su Centro de Esterilización y todos sus símbolos de la
deshumanización de la Ciencia.
Más tarde..., ya verían.
A media tarde, los tres ayudantes
concurrieron a despedirse de ellos hasta el día siguiente.
Kostia y Fedor dijeron: «Hasta
mañana». Nikolas dijo: «Adiós», pero de inmediato se corrigió y también dijo:
«Hasta mañana».
Los tres abandonaron el edificio y
Alexsei pudo oír el familiar ruido de la llave de Fedor cerrando la puerta
principal.
Pero de pronto, un raído inesperado y
no identificado en un primer momento, le alertó.
Lo descubrió de inmediato: era la
llave que volvía a abrir la puerta.
Se acercó cautelosamente al
laboratorio.
Alcanzó a ver a Fedor que gritaba: «¡Doctor...» vienen!», y el cuerpo que se desintegraba ante sus ojos, alcanzado por la descarga de un lanzarrayos.
CAPITULO XIV
Los otros también habían oído el
grito del pobre muchacho. Cuando Alexsei retrocedía instintivamente hacia la
relativa protección del almacén, Johnny apareció junto a él disparando a
ciegas una ráfaga de su lanzarrayos.
No se detuvieron a ver el resultado.
El profesor gritó: «¡Síganme!», y todos le obedecieron.
Atravesaron a la carrera la puerta
por la que habían entrado el día anterior y salieron al campus. No había guardias
ni Benefactores a la vista, pero no tardaría en haberlos.
Alexsei continuaba corriendo y los
otros le seguían, sin saber si esa carrera tenía un destino determinado, o
avanzaban a la ventura.
Dos guardias que habían rodeado
externamente el edificio del laboratorio, aparecieron a la derecha del grupo
esgrimiendo sus lanzarrayos.
Al descubrirles, se detuvieron para
tomar puntería, pero Igor fue más rápido. Los dos quedaron desintegra» dos en
una fracción de segundo.
La carrera tenía un destino.
Tras haber recorrido unos doscientos
metros, y cuando el inconfundible sonido de los rotores de un giroscop
comenzaba a oírse, acercándose hacia ellos, Alexsei señaló una cerrada puerta
de pesado metal y no más de metro y medio de altura.
Mientras él trataba de abrirla,
apareció el giroscop a la vista de todos. Johnny e Igor dispararon contra él
No pretendían atravesar su blindaje
especial, desde luego, pero sí ganar tiempo impidiendo a sus ocupantes hacer
fuego sobre ellos.
El giroscop se alejó unos centenares de
metros para tomar mejor posición de ataque, cuando Alexsei logró abrir la
pesada y extraña puerta.
Empujó a Ruth al interior y todos le
siguieron.
El profesor entró el último y cerró
tras de sí la puerta, junto a tiempo de evitar una descarga de rayos, lanzada
desde el giroscop.
Estaban en un pasillo estrecho y de
techo bajo, iluminado a trechos por lámparas de cuarzo adosadas a la pared.
—Estamos en las entrañas de la
Parcialidad —dijo Alexsei.
Igor, con un gesto, le invitó a
explicarse.
—Aquí está todo el sistema vital de
los edificios —fue la respuesta—. Las centrales de calefacción, de refrigeración,
los baños de agua pesada y..., y la central nuclear.
—¿Entonces...? —comenzó Johnny.
Alexsei le interrumpió.
—Sí —afirmó—. Esto es lo que tenemos
que destruir.
—Pero no todavía —se apresuró Igor—.
Debemos esperar cuarenta y ocho horas más...
Los otros lo miraron con
escepticismo.
—¿Es que crees que podremos resistir
aquí cuarenta y ocho horas? —se burló Johnny.
No, ninguno de los cuatro lo creía.
—Intentaremos llegar hasta mañana por
la noche —resumió Igor, agregando—: ¿Cuántas entradas tiene este lugar?
—Dos —respondió el profesor—. La que
hemos utilizado y otra en el otro extremo del campus.
—Alexsei —decidió Igor—, tú y Ruth,
vigilad esta puerta. Johnny y yo iremos hasta la otra y reduciremos al
personal...
—¿Personal? —se asombró Alexsei—.
¡Pero si todo esto se maneja por control electrónico, desde un edificio
exterior!
Igor puso mala cara.
—Eso quiere decir que pueden
quitarnos la energía, inundar el recinto y, en fin, hacer lo que les plazca con
nosotros... —comentó,
Alexsei se permitió una sonrisa.
—Pueden… Pero no lo harán. No olvides
que tienen que mantener constante la alimentación del reactor nuclear. Si
cortaran instantáneamente la corriente eléctrica o inundaran las
instalaciones...
Dejó la frase sin terminar. No era
necesario hacerlo, los otros habían comprendido.
La situación, pensó Johnny, no era
tan mala para ellos, después de todo. Para reducirlos, los otros tendrían que
entrar al recinto. Y eso prometía una lucha más o menos pareja...
Igor y Johnny recorrieron con grandes
precauciones los interminables corredores. Vieron grandes calderas atómicas
capaces de proveer calefacción a una ciudad de medio millón de habitantes que,
por otra parte, era más o menos la población total de la Parcialidad.
También vieron, con el respeto con
que siempre se miran esas cosas, el reactor nuclear que proveía a todo el
complejo.
No era muy grande, pero de
explotar...
Cuando abandonaban la inmensa sala
del reactor, que más inmensa parecía por su soledad y su silencio, solo
alterado por el glub, glub, sordo y constante de la reacción, oyeron ruido de
pasos sigilosos a no mucha distancia de donde se encontraban.
Por señas, se distribuyeron para
cubrir las dos posibles entradas al recinto.
Muy pronto, ante Johnny apareció el
primer guardia»
Disparó el primero y desintegró a su
enemigo.
Pero no tenía ángulo de visión, por
lo que no podía saber cuántos enemigos quedaban a la expectativa.
Igor no había tenido oportunidad de
disparar su lanzarrayos. El silencio, sólo interrumpido por el glub, glub, volvió
a apoderarse del recinto y ese silencio preocupó a los dos defensores.
Era evidente que sus enemigos
intentaban tenderles una trampa.
O atacar por algún lugar imprevisible.
Efectivamente eso era.
Un resplandor azul iluminó vivamente
a Igor, que consiguió cubrirse tras una de las bases del reactor, con lo que
evitó ser desintegrado por el rayo que le había lanzado un guardia desde una
cornisa estrecha, que rodeaba todo el recinto, a unos ocho metros de altura.
Ya eran tres los guardias cuanto Igor
como Johnny dispararon sobre ellos.
Por el ángulo desde el que efectuara
el disparo, el rayo de Igor rebotó contra las blindadas paredes, pero el de
Johnny llegó a destino.
Dos guardias cayeron sobre el
parapeto antes de desintegrarse en el aire.
El otro juzgó prudente retirarse.
Después de una prudencial espera, los
dos amigos abandonaron sus protecciones y reiniciaron su ronda de vigilancia,
ahora con más precauciones todavía que antes.
Estaban seguros de que los guardias
no habían abandonado el lugar y estaban decididos a sorprenderles.
Tenían la desventaja de no conocer el
lugar, por lo que avanzaban muy cautelosamente, cuidando de no hacer el menor
ruido.
Tuvieron su premio. Al término de un
corredor, que se continuaba en unas inmensas piscinas que servirían para la
refrigeración del reactor, oyeron voces de mando.
Las voces provenían del otro extremo
de las piscinas y eso dio a Johnny una idea. De todos modos, el recinto no
ofrecía ninguna protección excepto unos grandes filtros tras los cuales,
seguramente, estaban los guardias.
—Seguramente no esperarán un ataque
«naval» —susurró Johnny al oído de Igor.
Este sonrió asintiendo.
La iluminación no era fuerte y sólo iluminaba
los pasos entre las paredes y el borde de las piscinas, dejando el interior de
éstas en una propicia penumbra.
Tratando de hacer el menor ruido
posible, Johnny se introdujo en el agua, que estaba todo lo fría que era de
temer. El traje era impermeable, pero no autocalefaccionado.
Igor le siguió de inmediato. Por
suerte para ellos, la profundidad no llegaba al metro y medio.
Avanzaron por el centro para
aprovechar la zona de máxima oscuridad y lentamente fueron acercándose hacia
los filtros. Ya no se oían las voces.
Cuando estaban a unos diez metros de
su objetivo, los guardias abandonaron su protección y comenzaron a avanzar en
fila india por ambos bordes de la piscina.
Les dejaron salir a todos, para
comprobar que eran diez en total. Cinco por un lado y cinco por otro.
Desintegrarlos a los diez fue juego
de niños.
Ahora se sentían más tranquilos. No
temían un ataque por la puerta que ellos mismos utilizaron para entrar, ya
que los guardias tenían que imaginar que estaría bien defendida.
Y, dado que el enemigo no podía
utilizar armas más potentes que los lanzarayos, por temor a provocar una
explosión nuclear, la lucha podía considerarse razonablemente pareja.
Siguieron adelante. Imaginaban, y
estaban en lo cierto, que no se encontrarían lejos de la otra entrada.
Tras un breve recorrido de
corredores, oficinas y un almacén, llegaron a la vista de ella.
Dos Benefactores conversaban en el
vano. Parecían discutir las posibilidades de entrar o no en el dédalo de
corredores.
Sin ningún remordimiento, Johnny
interrumpió abruptamente la discusión.
A la carrera, llegó hasta la puerta
disparando ráfagas de su lanzarrayos hacia las tinieblas exteriores.
No se detuvo a evaluar los daños; sin
dejar de disparar, cerró la puerta y la aseguró por dentro.
Ya más relajados, volvieron a
reunirse con sus amigos.
Habían pasado la sala del reactor
cuando una explosión, indudablemente el disparo de la pistola de Ruth, llenó
de violentos ecos los blindados recintos.
Los dos corrieron hacia el ruido.
Encontraron a la chica empuñando con
sus dos manos la pistola, aún humeante.
Un guardia acabó de retorcerse con un
espasmo final, ante los ojos de los dos.
No había rastros de Alexsei.
Igor abría la boca para preguntar por
él, cuando la horrorizada expresión de Ruth le hizo adivinar la verdad.
El guardia aún sostenía en su
crispada mano la culata de su lanzarrayos.
—Nos sorprendió... -—intentó explicar
ella—, Alexsei me cubrió con su cuerpo...
Suavemente, Igor le quitó la pistola
de las manos. Ella se fue dejando caer hasta quedar sentada en el suelo, con
todo su cuerpo sacudido por convulsivos sollozos.
Igor la dejó desahogarse unos
instantes y luego la obligó a levantarse.
—No deben volver a sorprendernos,
porque sería el final. Tendremos que revistar palmo a palmo el recinto.
Ruth inició un movimiento de
protesta, pero se dejó llevar. Tampoco era agradable abrir los ojos y toparse
con el cadáver del guardia.
Y pensar que allí mismo, confundido
con las partículas de polvo que flotaban en el aire, estaban los restos de
Alexsei Grotinov, un buen amigo.
Pasaron gran parte de la noche
revisando meticulosamente los más recónditos lugares, pero sin éxito.
Ya no quedaban enemigos en el
interior del recinto.
El último era el que había desintegrado a Alexsei.
CAPITULO XV
Quedando siempre uno de guardia,
todos durmieron al menos un par de horas.
A las siete de la mañana celebraron
consejo de guerra.
Por más que los atacantes no pudieran
entrar, o no se decidieran a hacerlo, la situación de los tres era insostenible.
Por otra parte, podían existir vías
desconocidas para ellos que permitieran el acceso al recinto, con la consiguiente
sorpresa que, sin duda, les sería fatal.
Claro que aún estaban a, por lo
menos, veinticuatro horas del estallido de la Rebelión, pero ya no tenían
opción.
En cuanto a la salida, sólo
encontraron dos posibilidades. Una, hacerlo por cualquiera de las dos puertas,
lo que era ciertamente un suicidio, ya que ambas estarían fuertemente
vigiladas las veinticuatro horas del día.
La otra posibilidad, completa y difícil
era, sin embargo, la única viable. Consistía en salir por los conductos del
aire acondicionado. Una vía de escape que ya podía considerarse tradicional.
Pese a los indudables riesgos,
eligieron esta salida, porque no podían elegir ninguna otra.
Pero aún quedaba algo trascendental
por hacer, antes de iniciar la marcha: poner al reactor bajo condiciones tales
que, en un plazo determinado, provocara una explosión atómica, arrasando la
Parcialidad entera. Para hacerlo, también se enfrentaban a un grave problema.
Nada menos que no tener ni la menor idea de cómo hacerlo.
La idea había sido de Alexsei y él sí
sabía lo que había que hacer. Pero una ráfaga de un lanza rayo? había acabado
con su vida y con su secreto.
Dejando dormir a Ruth, Igor y Johnny
fueron a reconocer el terreno, esperando encontrar alguna pista que les
permitiera actuar.
Y la
encontraron, aunque muy grosera e imperfecta.
La caldera de la calefacción, inmenso
monstruo también alimentado con energía atómica.
Los dos razonaron que, si lograban
obturar los sistemas de seguridad para la expansión de la presión sobrante y
elevaban la temperatura al máximo, en un tiempo que no podían calcular
exactamente, pero razonablemente breve, la caldera explotaría y su explosión
provocaría una reacción en cadena, que acabaría por englobar al reactor
nuclear; con toda su carga de uranio enriquecido.
Durante la siguiente media hora, los
dos se dedicaron a descubrir y obturar las salidas de presión del monstruo.
Después volvieron donde habían dejado
a Ruth y la despertaron, explicándole el plan de fuga.
Se repartieron las dos últimas
tabletas, que comieron de inmediato, y se dirigieron nuevamente a la caldera.
Ya habían elegido el lugar más idóneo
para penetrar en el conducto del aire acondicionado. El lugar no distaba más
de veinte metros de la caldera.
Llevaron hasta el máximo la llave que
regulaba la temperatura y tuvieron tiempo de ver cómo ascendía, lenta pero
regularmente, el termómetro.
Y no
esperaron más. Un rápido y superficial cálculo de Igor, basándose en el ritmo
de aumento de la temperatura, le permitió suponer que, si todo andaba bien, la
caldera estallaría alrededor de cuarenta minutos más tarde.
Obviamente, la explosión del reactor
se produciría inmediatamente después, por lo que no disponían de mucho tiempo.
Ayudaron a Ruth a introducirse en el
estrecho conducto y ellos la siguieron.
La marcha era incómoda, pero no
imposible. Es decir, hasta que el conducto de improviso se verticalizó en
ángulo de noventa grados.
Apoyándose en manos y pies —y en
codos y en rodillas—, asiéndose como podían de las salientes que les
desgarraban la piel, consiguieron ascender con desesperante lentitud,
Al pasar por un orificio de
refrigeración, Igor pudo consultar su reloj, comprobando que ya habían pasado
veinte minutos desde la «preparación» de la caldera.
La nerviosidad comenzaba a apoderarse
de los tres.
Al cabo de unos cinco metros de
desesperante ascenso, el conducto volvió a horizontalizarse.
Igor miró su reloj, para enterarse
que habían transcurrido otros diez minutos, es decir que estaban sólo a diez
de la hora prevista para la explosión.
Tirándole de los bajos de su
pantalón, Igor hizo comprender a Ruth, que precedía a sus compañeros, la imperiosa
necesidad de salir del conducto. Ella hizo señas de haber comprendido.
Un par de metros más adelante, un
resplandor anunciaba la presencia de una posible salida. Ruth se detuvo ante
ella, pero tras una vacilación siguió su camino.
Pronto pudieron enterarse los otros
del motivo de haber desechado esa vía. El enrejado daba a un cuarto de
regulares dimensiones, en el que se hallaban descansando, pero con las armas
al alcance de la mano, media docena de guardias.
Ruth también desechó la próxima
rejilla y, finalmente, comenzó a dar golpes a la siguiente.
Igor la ayudó y de inmediato tuvieron
el camino libre.
Se descolgaron hasta el suelo, una
tarea fácil, ya que estaban a unos dos metros y medio de altura, y muy pronto
estuvieron los tres buscando la salida de un pequeño almacén de artículos de
limpieza.
Salieron a un corredor de servicio y,
tras recorrerlo una decena de metros, encontraron un cristal que protegía un
timbre de alarma. En el cristal estaba escrito: ROMPER EL CRISTAL Y OPRIMIR EL
TIMBRE SOLO EN CASO DE EXTREMO PELIGRO.
Hacer sonar la alarma ofrecía dos
inmensas ventajas. Por un lado, crear una conveniente confusión; por la otra,
y esto era lo más importante, dar a los miles de estudiantes, profesores y
empleados, una oportunidad de sobrevivir a la explosión.
Sin pensarlo dos veces, Johnny rompió
el cristal y oprimió el timbre.
La barahúnda que se armó superó las
más optimistas previsiones.
De todas las puertas comenzaron a
salir a la carrera jóvenes estudiantes y maduros profesores, que arrasaban con
todo lo que se podía oponer a su huida.
Sin poder evitar una sonrisa, Igor
volvió a consultar su reloj. Faltaban cinco minutos.
Ellos también se sumaron a la
estampida.
Ya no tenía objeto callarlo, así que
comenzaron a dar fuertes voces, anunciando a sus vecinos que el reactor nuclear
estaba a punto de estallar.
Se produjo una oleada de pánico, que
hizo caer y ser aplastados por la multitud enloquecida a un par de personas.
Pero esto era preferible al holocausto de miles.
Los guardias y los Benefactores eran
incapaces de contener a la multitud despavorida, por lo que optaron por
dejarles huir. Para evitar ser arrollados, se protegieron tras los árboles del
campus, sin abandonar la vigilancia.
Y aquí la suerte se volvió contra los
prófugos.
Señalando a Ruth, que en ese momento
corría algo separada de los demás, un guardia gritó: «¡Es uno de los
rebeldes!»Tres o cuatro se lanzaron sobre la chica y la redujeron. Igor y
Johnny, que la seguían de muy cerca, se detuvieron, indecisos. No podían
disparar, porque la desintegrarían a ella también.
El grueso de la multitud ya les había
rebasado. Sólo algunos viejos profesores y empleados atravesaban ahora el
campus, en dirección a las amplias salidas.
Igor y Johnny no tenían posibilidad
de ocultarse de los ojos de los guardias, pero por nada del mundo iban a
abandonar a Ruth a sus captores.
Estos arrastraban a la chica hacia un
giroscop, que se hallaba estacionado unos sesenta metros más adelante, casi
junto a las garitas de vigilancia de la salida.
Evidentemente, se conformaban con esa
presa y daban por perdidos a los otros.
Protegiéndose como podían tras los
cada vez más escasos árboles, Igor y Johnny seguían al cortejo sin decidirse
a actuar por temor a que mataran a Ruth.
La distancia del giroscop era ahora
de menos de veinte metros. Johnny tomó una súbita decisión.
Ocultando el lanzar rayos en el
bolsillo de su pantalón, pero con su índice en el disparador, corrió hacia el
grupo dando fuertes voces. Ya bastante próximos al giroscop, los guardias se
volvieron a él, confundidos. Igor le seguía muy de cerca, con el arma también
preparada.
Cuando estuvo seguro de hacerse oír,
Johnny gritó «¡El reactor nuclear va a estallar!»
Instintivamente, los guardias
soltaron a Ruth y se aprestaron a huir. Pero uno de ellos gritó: «¡Miente!», y
Johnny se vio obligado a actuar.
A menos de cinco metros de distancia,
y aterrado ante la posibilidad de dar a Ruth, lanzó una ráfaga a los guardias.
Desintegró a tres. Sólo se salvó el
que estaba más cerca de la chica, pero ese huyó despavorido hacia la garita de control,
de donde ya salían dos Benefactores a la carrera preparando sus lanzarrayos.
Ahora fué el turno de Igor. Con dos
ráfagas cortas acabó con los Benefactores.
—¡Al giroscop! —gritó y se lanzó a la
carrera al aparato, seguido a centímetros de distancia por los otros dos.
Cuando Igor, el primero, penetraba en
el aparato, la tierra que aún pisaban Johnny y Ruth pareció encogerse sobre sí
misma y, de inmediato, una fuerte explosión atronó el aire.
No había terminado Johnny de ayudar a
subir a Ruth y de subir él mismo, cuando ya Igor elevaba el aparato y se
alejaba a máxima velocidad del campus de la Parcialidad.
Bajo ellos, la multitud huía
enloquecida sin rumbo fijo, sólo intentando poner la mayor cantidad posible de
distancia entre ella y la Parcialidad.
El giroscop habría alcanzado una
altitud de unos cien metros y se hallaría a medio kilómetro del campus, cuando
se produjo la explosión atómica del reactor.
Igor siguió pisando con desesperación
el acelerador, aunque no pudo impedir que la pequeña nave bailoteara enloquecida
al recibir la onda expansiva* Pero de inmediato pudo recuperar la estabilidad.
El temible hongo comenzaba a formarse
a la vista de Ruth y Johnny.
—Él Centro de Esterilización acaba de
desaparecer —comentó la chica.
—Y Gobierno y todos sus sicarios
saben ahora que no son invulnerables —acotó Igor.
Pero fue Johnny quien digo la frase
necesaria.
—Algún día construiremos una nueva
Parcialidad para hombres y mujeres libres y en ella Tania y Alexsei tendrán un
monumento.
Después de un par de minutos, Igor
aflojó la presión de su pie sobre el acelerador. Todo peligro, al menos de
momento, había pasado.
—¿Adonde vamos? —quiso saber.
No había discusión posible al
respecto.
—¡A la Reservación de Mustafá Alí!
—dijeron Ruth y Johnny al unísono.
—No sé si hay energía suficiente —fue
la cauta respuesta—, pero lo intentaré.
Pero mucho antes de llegar a la
Reservación, vieron cosas que les llenaron de excitación.
Al borde de un inmenso lago, una
multitud de civiles armados con las más diversas armas atacaba un Puesto de
Vigilancia.
En lo que a todas luces era una Reservación musulmana, varios jóvenes estaban izando una bandera con la media lima creciente del Islam, lo que significaba que las tropas de Gobierno ya habían sido allí derrotadas. Largas columnas de hombres armados avanzaban por la carretera, cuyo trazado seguía el giroscopio, en dirección contraria a ellos, es decir, en dirección a Novogrado. La explicación de todo esto era una sola y les llenaba de gozo a los tres: La Rebelión, que se hacía en nombre del Amor y de la Libertad ya había comenzado.
CAPITULO XVI
Encontraron a Mustafá Alí en su nuevo
puesto de mando, la antigua Guardia de la Reservación, que había sido tomada
por sus hombres.
El puesto tenía enlace por microondas
con todas las Reservaciones de la región, con un alcance de casi mil kilómetros
a la redonda, por lo que había podido establecer contacto con Hassam y sus
kurdos, que también habían reducido a sus guardias y se estaban agrupando para
marchar en busca de los musulmanes y unir las fuerzas.
Mustafá Alí rezumaba entusiasmo por
todos sus poros y daba por hecho el triunfo de la Rebelión. Pero Johnny, Igor y
Ruth no eran tan optimistas. Sabían muy bien que la fuerza de Gobierno podía
aplastar a los insurgentes en minutos y no dudaban que lo harían.
Un par de horas después de haber
llegado los tres prófugos de Novogrado, y cuando todos esperaban la llegada de
los kurdos para iniciar el avance, las microondas comenzaron a emitir noticias
desalentadoras, Una columna de unos mil rebeldes había sido diezmada a las
puertas de la capital, pertenecían a una Reservación musulmana que había sido
de las primeras en sublevarse.
Otra Reservación, también musulmana,
anunció que estaba siendo atacada con armas nucleares pesadas y la transmisión
se cortó entre gritos de horror y angustia de los Marginales atacados.
Estos gritos siguieron resonando en
los oídos de Mustafá Alí y de sus amigos durante muchas horas.
En las primeras horas de la tarde
llegaron los kurdos,
Hassam y Mustafá Alí, con la
presencia de Johnny y sus amigos, se encerraron para deliberar.
Tanto el jefe kurdo como el musulmán
eran hombres viejos y sabios. Los dos querían demasiado a sus pueblos como
para enviarlos a una muerte inútil.
Pero tampoco estaban dispuestos a
dejar pasar una oportunidad como esa para recuperar, siquiera en parte, la
libertad que el nuevo régimen les había quitado.
De común acuerdo, resolvieron no
avanzar sobre Novogrado, ya que ese avance sólo serviría para que todos
murieran.
Pero también resolvieron abandonar para
siempre las Reservaciones, símbolo de la esclavitud a la que estaban
sometidos, y volver a la vida libre del desierto.
En esa memorable jornada se habían
apoderado de numerosas armas de todo tipo y calibre.
Desde los manejables y eficientes
lanzarayos hasta armamento nuclear pesado. Con todo ello tenían más que
suficiente para hacerse fuertes en los valles casi inaccesibles rodeados de
montañas, cuyos pasos sólo ellos conocían, y librar una larguísima guerra de
guerrillas contra el opresor.
Al fin y al cabo, eso era lo que sus
antecesores habían estado haciendo durante muchos siglos.
Estaba a punto de terminar la
conferencia, cuando un vigía entró muy agitado al salón.
—Un fuerte contingente de guardias se
acerca a la Reservación —anunció, con voz entrecortada.
En pocos minutos, se dispuso una
línea defensiva en las afueras de la Reservación y se estudió una rata de
retirada hacia las montañas, si la situación así lo exigía. Entre kurdos y
musulmanes habría unos mil hombres aptos para luchar, unos cien de los cuales
poseían lanzarrayos y algunas armas nucleares pesadas. El resto estaba armado
con fusiles ametralladores y fusiles de antes de la Gran Paz.
Según una estimación de Igor, los
atacantes eran casi dos mil y tenían armamento ultramoderno.
El resultado del combate era más que
previsible.
Igor y Johnny sugirieron a Hassam y
Mustafá Alí que ,se retiraran cuando aún eso era posible y ellos quedarían a
retaguardia, para facilitarles la retirada con fuego de cobertura, pero los dos
ancianos se negaron terminantemente.
Igor y Johnny tuvieron que aceptar la
decisión de luchar de los jefes y, en consecuencia, ocuparon lugares en la
primera línea.
Igor se había conseguido, nadie sabía
de dónde, un lanzagranadas nuclear, que era un arma novísima y de gran
efectividad.
Johnny tuvo que conformarse con su
lanzarrayos de siempre.
El primer choque fue un ataque
frontal de los guardias, muy pronto rechazado en toda la línea, con un buen
número de bajas para los atacantes.
Igor y su lanzagranadas tuvieron
bastante que ver en este éxito inicial.
Entonces los guardias cambiaron de
táctica. Rodearon totalmente la posición de los rebeldes y comenzaron a
lanzar, ellos también, granadas nucleares al perímetro.
Cada granada causaba entre diez y
veinte muertos.
En una acción desesperada, Igor y
Johnny salieron de los parapetos y arrastrándose por la arena, cubriéndose
tras todo lo que pudiera servir de protección, llegaron sin ser vistos —y bien
cubiertos también por el fuego de sus compañeros— hasta las proximidades de las
líneas enemigas.
Desde no más de diez metros, Igor de
un certero disparo de su lanzagranadas acalló el mortero enemigo y así el
perímetro defensivo ganó unas horas de relativa paz.
Pero, al caer la noche, la situación
era desesperada para los defensores,
La táctica de desgaste de los
atacantes daba sus frutos. No pasaba minuto sin que cayera algún kurdo o musulmán
y el desánimo hacía presa de todos.
Era opinión generalizada que, en
cuanto fuera de día, los guardias lanzarían el ataque final y no quedaría uno
solo vivo.
Mustafá Alí confesó a Ruth, que se
afanaba por calmar los sufrimientos de los heridos, su arrepentimiento por no
haber huido a las montañas, cuando Igor y Johnny se lo ofrecieron.
Para empeorar mucho más las cosas, un
nuevo mortero comenzó a lanzar sus mortíferas granadas a los defensores.
Un cálculo hecho a medianoche dio la
cifra de ciento ochenta muertos y doscientos cuarenta y cinco heridos. Más de
un cuarenta por ciento de bajas.
La palabra «rendición» comenzó a
musitarse en voz baja entre los defensores.
Y entonces se produjo el milagro.
Un potente reflector, que parecía
venido del cielo, iluminó con vivísima luz las líneas de los atacantes y una
serie de explosiones, que ocasionaron numerosos muertos y heridos, creó el
pánico entre los guardias.
Los rebeldes aprovecharon la ocasión
y lanzaron un ataque por todo lo alto, que dio por resultado romper el cerco en
varios puntos y obligar a una retirada general.
Sólo entonces Ruth, Igor y Johnny
levantaron sus ojos al oscuro cielo para convencerse que la providencial
aparición era nada más y nada menos que la nave que les había traído y que esa
noche venía a buscarles porque, según el calendario Gregoriano, era veinte del
mes? cosa que ninguno de los tres había tenido en cuenta.
Entretanto, la nave estaba
destruyendo con sus cañones la flotilla de giroscop de transporte que había
llevado a los guardias y en la que ellos esperaban volver.
Kurdos y musulmanes acababan con los
últimos restos de resistencia, mientras la nave venida de Tierra 2 se posaba
suavemente a menos de trescientos metros de donde los tres inminentes viajeros
la saludaban alborozados.
Pocos minutos más tarde, los
Marginales, bien provistos de armas y botín, marchaban hacia el seguro refugio
de sus montañas, de donde bajarían en un mañana no lejano para, junto con
millones de hombres libres, asegurar el reinado de la libertad y el amor en el
Planeta Tierra.
En esos mismos instantes, Ruth, Igor
y Johnny, contemplando la Tierra cada vez más pequeña, desde el parabrisas de
la nave, se juramentaban también a volver muy pronto a ella.
Habían destruido un Centro de
Esterilización, pero aún quedaban, desgraciadamente, muchos más.
Y aún
quedaban millones de desgraciados seres que estarían condenados a morir sin
conocer la libertad y el amor si ellos, y otros como ellos, no volvían para
enseñarles a amar, que es enseñar a ser libres.
Volverían.
Y harían
triunfar el Amor.
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