Más allá de los sentidos humanos existen cosas que el hombre puede oír y puede ver... Pero no lo ha descubierto todavía...
Changoh se desperezó.
Se había quedado
dormido con la cabeza sobre el pupitre y al despertar sintió una vaga sensación
de lejanía, como si de repente le extrañara todo lo que tenía alrededor.
Fue sólo un momento, porque en seguida
tomó conciencia de la realidad que le envolvía.
Allí estaba el cuadro
de mandos, los botones, las pantallas recordatorias dando los datos para las
operaciones más importantes de la nueva jornada de trabajo.
Estaban también las
hileras de los servidores inmóviles, que aguardaban órdenes. Estaba el medidor
del tiempo señalando la hora cuarta...
Las orejas de Changoh
pudieron percibir el tic-tac sordo de las máquinas de precisión, el teclear de
los cerebros que actuaban independientemente en otros pupitres de la amplia
sala hexagonal.
Observó las paredes
luminosas y las ventanas por las que se filtraba la luz natural del Astro-Guía.
Sí. Todo era tan monótono, tan vulgar como
siempre, excepto la desazón interior que Changoh sentía.
Era una sensación
extraña, como si al cabo del tiempo todo aquello se le antojara absurdo,
irreal.
Llegó a preguntarse dónde estaba y, sobre
todo, ¿en qué época vivía?
Se encogió de hombros, en un gesto
maquinal, y se puso en pie.
Era alto,
extremadamente alto, y al andar lo hacía erguido, sin apenas moverse, como si
el tiempo pasado entre máquinas le hubiera convertido en un autómata más.
Se dirigió hacia la
ventana abierta de par en par y contempló el exterior.
Todo estaba silencioso.
Los altos edificios sin ventanas, sólo
con grandes terrazas que sobrepasaban en mucho sus respectivas bases, las
avenidas de emergencia, de aspecto limpio, casi virgen, las antiguas torres de
observación, vestigios de la ciudad antigua...
Sí, todo era monótono,
frío, casi vulgar...
Su boca emitió un
gruñido y sus ojos siguieron inmóviles, tristes, apagados.
¿Cuánto tiempo hacía
que todo «aquello» estaba igual?
¿Cuánto tiempo que
había llegado el progreso en Stentilvaan?
Se volvió para
dirigirse a la única de las pantallas que no estaba en funcionamiento
recordando fórmulas, números y programas.
En comparación con los
demás objetos, aquella pantalla parecía un vestigio del pasado. Tenía un solo
botón, y ni siquiera funcionaba por el más antiguo artilugio de control remoto.
Changoh pulsó el botón y la pantalla se
iluminó al momento apareciendo en ella un escrito:
«Stentilvaan, metrópoli
de Vulco, descubierta y fundada por el pionero Stentil.»
Era el único retazo de historia que
quedaba de la metrópoli; unas cuantas palabras y un nombre; aquello era
absolutamente todo y nadie parecía molestarse en recordarlo.
Changoh cerró la conexión y la pantalla
volvió a su estado de ostracismo.
Siempre con la mirada
inmóvil y, sin efectuar el menor movimiento, Changoh murmuró:
—Si algún día puedes oírme, Gora...,
quiero que sepas lo mucho que te echo de menos.
Esperó unos segundos y añadió:
—No te reprocho el que te hubieras
marchado, Gora... Tenías razón... Esto está muerto. Completamente muerto.
Otro silencio.
—Estés donde estés..., háblame, Gora...
No importa cuándo. Todavía me queda una esperanza. Es lo único que puedo tener
donde estoy y como me encuentro... Háblame, Gora. Te lo repito, no importa
cuándo, pero si puedes escucharme, háblame...
Se interrumpió. Un leve silbido
procedente del pupitre reclamó su atención y Changoh sin vacilar se dirigió
hacia su asiento. Se acomodó y observó atentamente una de las pantallas
automáticas que transmite informes.
Changoh pudo leer en
aquellos signos:
«Se acerca la hora
quinta. Preparado para recibir al inspector.»
Los signos repitieron el mismo
recordatorio.
—Lo sé, lo sé —exclamó
Changoh—. Recuerdo perfectamente mis obligaciones.
La pantalla reprodujo
nuevamente:
«Se acerca la hora
quinta. Preparado para recibir al inspector.»
—¡Calla de una vez! Ya he dicho que lo
sé.
Pero la pantalla
repitió por tercera, por cuarta vez aquellos mismos signos.
—¡Maldita! —rugió
Changoh, y pulsó frenéticamente un botón a fin de oscurecer el reflector, que
seguía transmitiendo el mismo recordatorio.
La pantalla siguió
iluminada y volvió a transcribir monótonamente la misma consigna.
Changoh pulsó otro
botón y otra pantalla anunció:
«La célula uno cumple
con su deber. No trates de detenerla.»
—¡Tenéis ojos, oídos y memoria, pero os
falta entendimiento! —exclamó Changoh—. ¿Sabéis lo que es entendimiento?
Por toda respuesta escuchó otro silbido y
una nueva pantalla anunció:
«Próxima llegada de heliopilotos
inspección rutinaria, preparado para verificación de costumbre.»
—¡También lo sé!
—exclamó Changoh.
«Próxima llegada de heliopilotos
inspección rutinaria, preparado para verificación de costumbre.»
Y en la otra pantalla
se repetía:
«Se acerca la hora
quinta. Preparado para recibir al inspector.»
Y en
la otra:
«La célula uno cumple
con su deber...»
Y otra...
«Números control fábrica de cerebros,
verificación series...»
Y otra...
«Revisión periódica
controles secundarios, sin novedad.»
Y otra...
Las pantallas no
hablaban, pero para Changoh su ruido le resultaba inaguantable.
«Recuerden...»
«Preparados...»
«Se acerca la hora
quinta.»
«Verificación.»
«Control.»
«Preparados.»
«Heliopilotos...»
Siempre lo mismo... Siempre aquella
música rutinaria, aquel ruido silencioso que se le antojaba infernal.
—¡Basta! —gritó.
Frenéticamente sus
dedos buscaron el botón preciso de entre las docenas que tenía en el inmenso
pupitre.
El botón preciso decía:
PARO TOTAL.
Lo pulsó de un golpe.
Repentinamente, las
pantallas oscurecieron. El sordo tic-tac cesó. La gran máquina que era toda la
sala hexagonal quedó silenciosa.
Entonces uno de los
paneles de la pared se descorrió y en el amplio umbral apareció un hombre casi
tan alto como Changoh y empezó a avanzar con la misma frialdad y la misma
mirada triste y sin vida que tenía el encargado del departamento.
El recién llegado dejó
oír su voz:
—¿No te encuentras
bien, Changoh?
—¿Eh? —el aludido se
volvió, incorporándose de su asiento deslizante.
—Soy el inspector. ¿No
te han prevenido de mi llegada? —siguió preguntando el recién llegado.
—Aquí nunca se les
olvida nada, inspector. Le estaba esperando.
—¿Por qué has pulsado el cierre total?
—No lo sé, inspector.
No puedo contestarle. De repente sentí necesidad de hacerlo.
—Has cometido una falta grave, Changoh.
No se puede parar el sistema circulatorio de una metrópoli. Es como matarla.
—La muerte no existe, inspector. Nosotros
creamos la vida eterna hace tiempo.
—La vida eterna se
paraliza cuando se cierran todos los controles. Este es el gran corazón de
Stentilvaan, Changoh. Si lo detienes, todo morirá.
—Todo está muerto hace
tiempo, inspector. Asómese. Vea la metrópoli. ¡Todo muerto!
—Lo siento, Changoh...
Ya veo que nos equivocamos contigo —replicó el inspector sin la menor emoción
en su voz, sin la menor expresión en su rostro, sin el más leve movimiento en
todo su ser—. No eres el más adecuado para regir este departamento. Tu hora ha
llegado...
CAPITULO II
La puerta se cerró detrás de él.
Changoh miró el largo
corredor de la central. Desierto, con las paredes lisas, desnudas. Al fondo,
la cabina elevadora con los ojos mágicos a los lados. Ojos que podían ver y
oír.
Mientras caminaba
pasillo adelante, Changoh creyó percibir nuevamente el sonido característico de
las pantallas en funcionamiento, de los pequeños aparatos, de los vibráfonos,
de los radares ultrasónicos, de todo aquello que para un oído normal era apenas
audible, pero que él, Changoh, podía escuchar perfectamente.
Transpuso los ojos
electrónicos de la cabina y las puertas se cerraron. La gran plataforma
descendió vertiginosamente y en un abrir y cerrar de ojos volvieron a abrirse
para dejar a Changoh en un cuarto sin muebles ni ventanas. Sólo una especie de
espejo o pantalla alta y estrecha. Alta como Changoh y estrecha como su cuerpo.
Se colocó delante de aquella pantalla,
que en seguida reflejó su propia imagen, como si la reprodujera.
Escuchó un silbido e inmediatamente
Changoh se desmaterializó, desapareciendo de la habitación.
Sus células
descompuestas, transmitidas por las ondas, tomaron cuerpo otra vez, lejos de
aquella estancia, lejos de la central, y se encontró en una de aquellas casas
antiguas con altos minaretes metálicos.
Desde allí podía ver a
lo lejos el edificio de la gran central, de donde acababa de llegar a través de
la pantalla proyectora.
«Todo ha terminado»,
había dicho el inspector.
No servía.
Los ojos de Changoh
parecieron iluminarse.
—¿Lo has oído, Gora? Llegó mi hora. Se
han equivocado conmigo... ¿No tiene gracia esto? —dijo como si de repente se
hubiese quedado concentrado en sus recuerdos.
Sacó de su bolsillo un pequeño aparato
que desprendía un brillo luminoso y lo pulsó.
—El único equivocado soy yo, Gora... Creí
contribuir al progreso y ya ves lo que ha sucedido, pero tal vez tenga remedio.
Un robot apareció por
un extremo de la estancia.
—¡Horak primero! —exclamó Changoh con voz
autoritaria.
—Soy Horak primero —replicó el robot con
voz monótona.
—¿Quién puede darte
órdenes?
—¡Changoh! —replicó la
máquina.
—¿Quién te construyó?
—Changoh —fue la misma
monótona respuesta.
—¿Quién puede
destruirte?
—Changoh...
—Está bien, Horak primero. Contéstame
algo que quiero preguntarte... Tú no puedes tener entendimiento, pero en
cambio posees una respuesta para todo.
—Changoh pregunta y Horak
contesta.
—Exacto. Y Changoh
pregunta: ¿Qué harías tú si fueses libre?
—¿Qué es ser libre?
—No admitir órdenes de
nadie. Actuar de acuerdo con lo que uno desea hacer, moverse a su antojo.
—Horak no puede ser
libre, Changoh.
—Pero si pudieras...
—No puedo comprender...
—replicó la máquina.
Los tristes ojos de
Changoh parecieron iluminarse y una extraña sonrisa burlona brilló por un
instante fugaz.
—Esto es el progreso,
Horak. ¿Te das cuenta? Vives, hablas, incluso estás dotado para pensar, pero no
puedes llegar más allá de tus propias limitaciones... En Stentilvaan antes era
así. Los animales parlantes teníamos ciertas limitaciones y estudiamos para
vencerlas. Para ver más allá de nuestros ojos, para oír los sonidos más
inverosímiles. Quizá nadie logró tanta perfección, y ahora mira en torno tuyo.
Todo está desierto porque las máquinas han reemplazado a los seres vivos...
Todo está planificado, todo calculado, nada puede fallar... Ni siquiera el
invento de la vida eterna significa estímulo alguno... Vosotros, las máquinas
que un día creamos, sois los auténticos habitantes de Stentilvaan y sin embargo
no tenéis el poder de ser libres, pero yo sí, Horak. Soy un animal parlante. El
rey de todo esto, y me voy. Te doy la libertad a ti... No obedezcas a nadie,
procura, con la inteligencia de que has sido dotado, crear algo por tu
cuenta...
Horak permaneció
inexpresivo, sus ojos metálicos, su frente con la luz oscilante, sus brazos
caídos a lo largo del cuerpo inmóvil parecían esperar algo más que palabras incomprensibles
para su mente de robot.
—No debería decirte
esto, Horak. Quizá soy el menos indicado... Pero pretendo salvarte, salvaros a
todos del desastre que yo y muchos otros creamos...
Miró fijamente a la
máquina y volvió a sonreír sacudiendo su cabeza de un lado a otro.
—Deformaciones de una raza de fuertes.
¡Esto es lo que sois! Y yo también voy a convertirme en una deformación...
Pero antes de que esto ocurra abandono, Horak... Ojalá llegues a comprenderme.
Un silbido anunció la llegada de alguien.
Changoh no mostró la
menor sorpresa cuando vio aparecer primero difuminado en la pantalla de la
estancia y después rápidamente materializada la figura del inspector.
—Te he oído, Changoh, y no obras bien
diciéndole todas esas cosas a Horak. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Has perdido la
razón?
—La he ganado,
inspector.
—¡No, Changoh! Hablas como si no tuvieras
un cerebro dentro de la cabeza.
—¿Estás seguro que alguna vez lo he
tenido?
El inspector le miró largamente y sin
responder a su pregunta murmuró:
—¿Adonde piensas ir?
—Esto es cosa mía.
—Haré una excepción
contigo. Seguirás en tu puesto. Tú vales, pero tal vez estás un poco cansado.
Un cansancio mental, claro. Una temporada en la cámara vivificadora te sentará
bien.
—¡Al diablo la cámara vivificadora! Me
iré a la zona oculta. Lo he decidido.
—¿A la zona oculta?
—Sí.
—Eres un demente. Allí no se puede vivir.
Ni siquiera nuestros ojos nos permiten ver lo que hay en medio de tanta
oscuridad. Es un lugar muerto... Y la vida eterna pierde todo su poder si se
traspasa aquel umbral.
—Tal vez exista algún
medio de crear una nueva vida, de luchar por algo, de investigar... De crear un
mundo nuevo sin cometer las mismas torpezas.
—¿Llamas torpeza a la perfección?
—No puedes
comprenderlo, inspector. Porque estás corrompido... No te das cuenta, pero ya
te falta muy poco para convertirte en una deformación.
—¿Cómo te atreves a
hablarme así?
—¿Lo ves? Ya ni siquiera te acuerdas que
sólo yo... ¡sólo yo!, puedo dar órdenes en Stentilvaan. Soy el único descendiente
del pionero Stentil y por ley me corresponde gobernar... Yo creé a los
inspectores para que tuvieran una misión de control ante las máquinas y ahora
eres tú el que me destituye... Pero tú no puedes hacerlo. Me marcho porque
quiero. ¿Comprendes? ¿O es que ya no eres más que un robot, incapaz de razonar?
—No sé lo que dices, Changoh, pero esto
podría costarte un castigo. Desde hace cientos de períodos no se conocía la
rebelión en nuestra metrópoli, y tú, que dices ser el descendiente del
fundador, deberías dar ejemplo de ello.
—No quiero discutir contigo. Me voy.
Quizá vuelva algún día, pero será cuando pueda devolver a la metrópoli su
espíritu vivo... Adiós, inspector...
—¿Vas en busca de Gora?
—Ojalá la encontrara.
—Es la hembra la culpable de tu desvarío.
—Al contrario, sólo
ella me alienta para seguir viviendo. Buscando algo que sea auténticamente
mejor.
—Pobre Changoh...
—Pobre inspector... —replicó Changoh
dirigiéndose hacia la pantalla.
Se colocó ante el
rectángulo y al reflejo del cristal pudo ver cómo de algún lugar de su traje
metalizado el inspector sacaba un objeto semejante a una boquilla.
El artefacto tenía un resorte en un
extremo y el inspector colocó uno de sus dedos sobre el pequeño botón.
Sin volverse siquiera,
Changoh murmuró:
—No lo hagas,
inspector. Yo inventé el arma y también la forma de combatirla.
El inspector pulsó el
resorte.
Un rayo fugaz,
extraordinariamente brillante, surgió del otro extremo de la boquilla y chocó
contra el cuerpo de Changoh, para desaparecer después de provocar algunas
chispas.
Changoh se volvió.
—Te lo advertí. Mi cuerpo está protegido
contra todas las armas.
El inspector accionó de
nuevo el botón y un nuevo rayo, diminuto, fino, fugazmente brillante, volvió a
chocar contra el cuerpo de Changoh, esta vez por delante.
—Ni siquiera lo crees.
No puedes pensar, inspector, sin embargo has intentado matarme dos veces.
—¡Desaparecerás, Changoh! —replicó el
inspector con voz metálica, fría, cruel—. Desaparecerás. No permitiré que
destruyas la metrópoli. Tendré que hablar con el gran inspector.
Sin replicar, Changoh se volvió, levantó
una mano hasta encararla con la pantalla transportadora y en seguida
desapareció.
CAPITULO III
La luz del Astro-Guía parecía a punto de
ponerse tras el horizonte, extrañamente próximo.
El paisaje, libre de edificaciones, se
componía de un campo infinito, de suelo polvoriento de color gris plateado.
La pantalla le había transportado hasta
el pie de un monolito que apuntaba el despejado firmamento, tan alto que parecía
perderse en el infinito y tan reluciente que los rayos del Astro-Guía rebotaban
en su plancha metálica y cegaban los ojos de quien lo mirase.
Bajo el monolito, unos
signos que todo animal parlante podía entender.
La advertencia decía:
ATENCION: ESTE ES EL LIMITE. MÁS ALLA
ESTA LA MUERTE
—Nadie sabe lo que hay más allá —murmuró
Changoh en voz alta.
Miró hacia lo alto y percibió un sonido
inaudible a un oído común. «Vio» también unos rayos, que posiblemente un
habitante de otro planeta no hubiese podido ver.
—Heliopilotos proyectados —dijo.
Elevó sus ojos hacia la
punta del monolito, y luego bajando de nuevo la cabeza cruzó el límite.
¿Sería verdad que más allá estaba la muerte...?
Su figura fue empequeñeciéndose a medida
que avanzaba en dirección opuesta al Astro-Guía.
Una nube, que cada vez
se volvía más densa, le engullía.
Changoh caminaba con firmeza y resolución.
Lentamente, las tinieblas comenzaron a envolverlo.
Sus ojos intentaron taladrar la oscuridad para ver qué era lo que
había más allá.
No lo consiguió.
El poder conquistado en
generaciones se estrellaba en aquella zona.
Bajo sus pies notó que
la tierra se había endurecido. Ya no era una alfombra de polvo grisáceo lo que
pisaba, sino roca dura, basalto.
De pronto la oscuridad
fue absoluta y su cuerpo recubierto contra rayos mortíferos sintió el frío
helado de una temperatura inclemente, irresistible, propia de un lugar donde
nunca han llegado rayos de astros de fuego, de soles.
A duras penas consiguió
sacar de su bolsillo aquel pequeño aparato similar a un conmutador de control a
distancia. Extrajo también una boquilla parecida a la que el inspector utilizó
con fines asesinos.
Accionó el resorte de
la boquilla, dirigiendo un rayo delgado y cortante contra su propio cuerpo.
Sin dejar de accionar
el botón, siguió dirigiendo el rayo a un punto determinado después de separarse
la ropa y dirigir el pequeño chorro hacia la piel.
Al cabo de unos
instantes, pareció satisfecho de los resultados que esperaba y buscó un lugar
elevado donde dejar la boquilla.
No le costó encontrarlo, gracias a las
irregularidades del terreno.
Una vez colocada la boquilla
horizontalmente en el punto elegido, él se situó de modo que uno de los
extremos le apuntara.
Inmediatamente, utilizando el control
remoto, lo accionó y el rayo, a modo de pequeño pero continuado chorro, fue
bañando su cuerpo.
Changoh dio varias vueltas, cambiando de
posición, a fin de que el rayo tocara casi todo su cuerpo, piernas y brazos.
La operación le entretuvo un cierto
tiempo, hasta que al fin, y para efectuar una prueba, se desnudó por completo.
A pesar de la carencia total de luz, su
cuerpo resplandecía con un brillo atenuado, pero que evidentemente le hacía visible
a cierta distancia.
No era esto, sin embargo, lo que Changoh
había pretendido sin duda, sino su propio aislamiento.
El baño recibido contra la coraza
invisible que protegía su piel de radiaciones mortales, ahora con aquel
refuerzo le servía de abrigo contra una temperatura de cientos de grados
centígrados bajo cero.
Completó la operación colocándose una
escafandra de material suave.
La llevaba en el bolsillo y ocupaba menos
espacio que un pañuelo común.
Enfundada la escafandra, la asió al
cuello especial de su traje por medio de una cremallera vegetal. Tiró de ella y
comprobó que había quedado completamente pegada. Ni siquiera se notaban las
juntas.
Sus manos, protegidas también por unos
guantes tenues pero altamente prácticos, no perdieron el tacto y quedaron bien
protegidas.
Con el nuevo equipo
siguió su camino.
El reflejo de su propio cuerpo le servía
para orientar sus pasos, pero el horizonte seguía siendo un misterio para él.
Todo seguía siendo
oscuro, sin vida.
Más allá comprobó que el oxígeno llegaba
a su fin. No era posible respirar por el sistema natural, aunque para él no
representase ningún problema.
Siguió caminando, y a
lo lejos su silueta aparecía como un punto luminoso que se perdía en un
horizonte de tinieblas.
Ciertamente, allí no podía existir
ninguna clase de vida.
Tal vez el aviso del
monolito llevaba razón. Donde no hay vida, sólo se puede encontrar la muerte.
Sin embargo, una nueva sensación le
acompañaba en aquel fantástico viaje a lo desconocido. Era la sensación de lo ignorado,
los posibles peligros que allí podía correr. Se sentía como un simple ser
viviente sin más defensas que las que le podía proporcionar su propia fuerza y
su inteligencia.
Todo el poder que le
convertía en invulnerable en la metrópoli, posiblemente iba a ser nulo en la
ciudad de las tinieblas.
Y perdió la cuenta de los períodos que
había estado caminando.
El Astro-Guía no alumbraba jamás a
aquella parte. Los cuentaperíodos no existían y por primera vez en mucho
tiempo, Changoh comenzó a sentirse cansado. Materialmente cansado.
Fue entonces, cuando iba a sentarse, que
percibió el extraño ruido.
No podía ver a nadie, pero no era sólo
por la oscuridad, sino porque estaba lejos.
Se alegró de comprobar
que sus oídos no habían perdido la facultad de percibir los sonidos por lejos
que se produjeran y por insignificantes que fuesen.
Calculó.
—Más o menos —se dijo a sí mismo en voz
alta—, este ruido se ha producido a un período normal de distancia.
Y se olvidó de que estaba cansado, para
seguir caminando y averiguar de dónde había surgido aquel ruido.
Tenía la sensación de que por fin iba a
encontrar «algo».
Pero..., ¿qué podía ser en medio de las
tinieblas?
Sin embargo, Changoh hubiese asegurado
que eran voces... Voces extranjeras.
----------------
De entre la oscuridad surgieron unos
puntos luminosos seguidos de unas detonaciones.
Cerca de sus botas rebotaron unos trozos
de metal chocando contra el basalto.
Una voz le dijo en idioma desconocido:
—¡Alto! ¡Detente seas
quien seas! ¡Alto!
—No te comprendo —replicó Changoh dando
un nuevo paso adelante.
De nuevo la lluvia de trozos de metal
rebotó cerca del suelo.
—Te he dicho que no te
muevas —repitió la voz extranjera.
—Es una lástima que no
podamos entendernos, amigo —contestó Changoh—. ¿Conoces el idioma de comunicaciones
intercósmicas?
Pronunció el nombre de
unos signos y esperó la respuesta.
Al no obtener
contestación, siguió avanzando con la boquilla en la mano.
—Si no entendéis el
idioma de los signos intercósmicos... ¿Quién demonios sois?
Avanzó hasta unos
cráteres y utilizó la boquilla a modo de reflector.
Una luz cegadora iluminó alternativamente
cada uno de los tres cráteres no mayores que el diámetro de una nave plana y de
una profundidad, calculada en metros, de diez o doce.
Entonces creyó percibir
algo que se movía en el fondo.
Y hasta creyó ver una pequeña nave,
diminuta. Parecía un juguete e ignoraba qué utilidad podía tener.
Descendió con paso
firme y escuchó una voz que sí entendió perfectamente:
—Si eres un habitante
de las sombras, no nos ataques, somos gente de paz.
—Soy un habitante de la
metrópoli y desde luego no pienso atacaros —replicó Changoh.
Cuando estuvo junto a
la nave en miniatura, igual que una de las maquetas que antiguamente se construían
en Stentilvaan, miró en derredor.
Al pie de la nave había
un ser moviente de pequeño tamaño, le llegaba aproximadamente a la altura de
las rodillas.
A su lado, Changoh era
un gigante.
—¿De dónde procedéis?
—preguntó mirando al liliputiense.
—Nos perdimos en el
espacio y una fuerza nos atrajo hasta este planeta. Nuestro mundo está muy
lejos. Imposible saber dónde, todos nuestros aparatos se estropearon, el
cuentaespacios, el radar de infrarrojos, la brújula, todo se fue al demonio.
—¿Quién eres tú?
—inquirió Changoh en el lenguaje especial para comunicaciones intercósmicas que
el enano dominaba perfectamente.
—Me llamo Gabon, soy
comandante piloto de la nave... Seguramente, para un ser de tu tamaño, te
reirás de nuestra nave, pero en ella hemos viajado cuatro personas. El que te
disparó efectuaba su turno de vigilancia. Nos relevamos para nuestra mayor
seguridad.
—¡Cuatro personas! ¿Y dónde están?
—Tal vez no puedas verles.
Hay un agujero ahí. —Y el enano señaló un punto en el cráter que Changoh pudo
distinguir gracias a su potente luz.
—Bueno... Yo no puedo
entrar, pero me gustaría ver a tu gente.
—Es el profesor Rand, su ayudante la
señorita Ryda y el mío, copiloto Grener, pero nuestros trajes no nos permiten
permanecer mucho tiempo con esa temperatura gélida. ¿Cómo te las apañas tú?
—Las características de
mi traje no permiten el paso del frío ni del calor; son ropas termoestáticas,
generan por sí solas la temperatura ambiente.
—¿Y el oxígeno? A
nosotros se nos terminan las reservas, y el profesor se está devanando los
sesos para encontrar un medió de sobrevivir cuando llegue el momento de que se
agote la última gota.
—No necesito oxígeno,
mi traje transpira el necesario para poder respirar.
—Al profesor le gustaría hacerte una
serie de preguntas. Le dije que aguardara. Cuando sonaron los disparos,
creímos que se trataba de un ataque.
—A mí también me gustaría charlar con tu
profesor. Ve a buscarlo y dile que no tiene nada que temer.
—Sí... ¿Cómo te llamas?
—Changoh —replicó él,
sentándose en el suelo y observando al enano.
Su estructura era
bastante similar. Poseía extremidades para andar, brazos, cabeza y se movía
con agilidad.
—¿Cuánto tiempo lleváis
en la cara oscura de Stentilvaan?
—¿Stentilvaan?
—Es el nombre del
planeta.
—Nunca habíamos oído
nombrarlo. Llevamos siete períodos, y nuestras reservas sólo durarán dos
períodos más. Perdimos mucho tiempo vagando por el espacio. Ya deberíamos estar
de vuelta a Olderland; es nuestro punto de procedencia. Voy a por el profesor y
los demás.
Y el enano se metió en el agujero.
Bajo los radiantes rayos del Astro-Guía,
en Stentilvaan, el inspector quedó proyectado en la antesala del santuario del
gran inspector.
Un robot le condujo hasta la presencia
del jefe supremo, que se hallaba sentado detrás de un gran marco de cristal.
Ante sí, y completamente invisible a los ojos de sus visitantes, tenía un
completísimo cuadro de mandos, por el que podía controlar los diferentes
aparatos de la inmensa estancia que, como único atractivo, aparte de las
paredes desnudas y la carencia de muebles, a excepción de un taburete situado
frente al marco de la mesa del jefe, poseía una extraña y hexagonal piscina de
agua aparentemente sulfurosa.
La sala estaba partida en dos. La parte
de los visitantes que concluía allí donde el gran inspector tenía su mesa.
Tras él estaban las mesas con las pantallas regidas por cerebros, controles,
generadores y otros electrogramas, aparte de media docena de robots en estado
de inmovilidad.
Una pantalla, totalmente invisible a un
ojo común, separaba ambas salas.
Tocar aquella pantalla equivalía a morir
desintegrado, fundido, fuese animal pensante o muñeco mecánico.
—Pasa, número uno —dijo
el gran inspector sin mirar al recién llegado, que permanecía en el umbral de
la puerta junto al robot.
El inspector avanzó y, al llegar al
taburete, hizo una breve inclinación de cabeza y se sentó.
—¿Qué noticias traes de
Changoh? —preguntó, siempre sin mirarle.
—Ninguna. Desapareció
por completo más allá del monolito.
—¿Se han establecido
conexiones?
—Es inútil. Los
cerebros profesores están trabajando intensamente para tratar de ver «más
allá», pero hasta ahora no se ha conseguido el menor resultado.
—Es muy importante saber si Changoh sigue
siendo un ser vivo. Si lo es, su actitud puede resultar altamente peligrosa.
En Stentilvaan no se permiten los riesgos de ninguna clase. Desde que se
convirtió en el prototipo de todas las seguridades, no podemos dejar que un
animal pensante destruya el trabajo de cientos de miles de períodos.
—Espero que los
profesores no tarden en obtener resultados:
—Entretanto, número
uno, manda una expedición al valle de las tinieblas.
—La tengo preparada,
gran inspector. Sólo venía a pedir permiso.
—Lo tienes.
—Es probable que los
designados no regresen. Desde determinado punto, estarán fuera de todo control
y tendrán que actuar por sí mismos.
—¿Se les ha instruido
convenientemente? —preguntó el gran inspector.
—Sí.
—Voy a ver quiénes son.
—Y pulsando un botón, vio a través de una pantalla a media docena de robots en
la cámara de reposo.
—¿Qué hacen? —preguntó.
—Están inhalando oxígeno en dosis masivas
para que tengan suficientes reservas.
—No pierdas tiempo...
Necesito a Changoh vivo o muerto.
—Lo tendrás, gran
inspector.
Poco después,
proyectado a través de la pantalla, el inspector número uno estaba en la cámara
de reposo y oxigenación de la base de operaciones especiales de Stentilvaan.
A una orden, los robots
se incorporaron.
Uno a uno se colocaron
delante de la pantalla para autotransportarse a través del éter hasta más allá
de las sombras.
Sus órdenes eran
concretas. Traer a Changoh vivo o muerto.
CAPITULO IV
El profesor Rand, su ayudante Ryda y el
copiloto Grener, eran seres movientes del mismo tamaño aproximado que el
comandante piloto Gabon.
Se notaba que sus ropas
resultaban insuficientes para protegerse de la temperatura gélida.
—Doy por bien empleados
todos los riesgos y hasta no me importaría perder la vida si pudiera ser
testigo de todos los descubrimientos y adelantos que gozan en su planeta —dijo
Rand.
Ryda parecía extasiada en la
contemplación de Changoh, a quien se le antojaba como una muñeca viviente, uno
de los juguetes de cuando en Stentilvaan la gente vivía de un modo sencillo y
primitivo.
—Ese sencillo traje, su
escafandra que parece tan elemental y sin embargo con ella es inmune a todo
riesgo —exclamó la hembra.
—En otras
circunstancias me gustaría llevarles a la parte habitable, pero correría un
grave peligro. Poseemos los aparatos de destrucción más perfectos que ser
viviente haya podido imaginar jamás, lo poseemos todo incluso una vida eterna.
—¿Son indestructibles?
—preguntó Grener, que utilizaba una especie de fusil de cuatro cañones.
—No. Podemos ser
inmortales hasta allá donde la naturaleza en otros confines no lo es, pero
podemos ser destruidos por nuestros propios inventos. Yo me he salvado gracias
a mi coraza protectora, pero pueden inventar otros productos que perforen mi
escudo.
—¡Un escudo! —exclamó entusiasmado el
piloto Gabon—. ¿Dónde lo lleva?
—Pegado a todo mi
cuerpo, cabeza y extremidades Ustedes no podrían verlo. Su visión es limitada.
—¿Es transparente?
—preguntó la ayudante Ryda.
—Es invisible a los
ojos comunes. Sólo a la luz del rayo plutónico podrán advertirlo. Pongan
atención.
Descorrió la cremallera
vegetal de su camisa y su cuerpo quedó al descubierto.
Entonces utilizó la
boquilla para autoalumbrarse a la luz cegadora de su flash, todos pudieron advertir la fina capa
transparente que envolvía a Changoh en una segunda piel.
Apagó la llama y se
guardó la boquilla.
—¡Es sencillamente
fantástico! —exclamó Grener.
—Hablemos de la parte
alumbrada del planeta —pidió el profesor.
—Existe la ciudad más
poderosa de la galaxia. Viajamos por pantallas autotransportadoras. Proyectan
cualquier cosa a voluntad, la desmaterializan para transmitirla a la estación
que uno desea llegar.
—¿Utilizan la influencia de los rayos
catódicos? —preguntó el profesor.
—La fórmula para
nosotros es bastante simple, profesor, pero dudo que la entendiera explicada
en un momento.
Eran muchas las preguntas que Rand
deseaba hacer. En realidad todos sentían la necesidad de conocer los máximos
detalles y el ansia de saber se convertía en un constante ametrallar a Changoh.
—Este planeta debe ser similar al viejo
Mercurio —dijo Ryda.
—Es más pequeño —aclaró
Changoh.
—Pero sólo se mueve en
sentido de traslación alrededor de un sol. ¿No es así? —siguió ella.
—Sí. No tiene rotación sobre sí mismo.
Por tanto, ofrece siempre la misma cara a nuestro Astro-Guía.
—Este es el motivo por
el que existe una zona constantemente en tinieblas y a una temperatura tan
baja —murmuró el profesor Rand.
—El profesor —adujo el piloto Gabon— cree
que podría utilizarse el subsuelo... Dígaselo, profesor. Explíquele lo que ha
encontrado en este tiempo.
—¿Algún descubrimiento? —inquirió
Changoh.
—Tengo unas muestras
allá abajo. Existen cavidades, grutas y humedad. ¿Comprende lo que quiero
decirle? Hay la posibilidad de encontrar agua, o un elemento que la sustituya. Es
una lástima que no tengamos equipos ni medios para averiguarlo, y sobre todo la
falta de tiempo.
—¿Cree de veras que
pueda existir agua? —preguntó Changoh interesado.
—Es sólo una hipótesis,
pero si hay agua tendremos posibilidad de oxígeno y entonces, a partir de esta
base se puede buscar la creación de una atmósfera peculiar que permita un
principio de vida y prescindir de escafandras y mochilas de oxígeno... Claro
que a usted esto no puede interesarle. En Stentilvaan lo han conseguido ya
todo...
—¿Estaba usted explorando cuando le
encontramos —terció Gabon.
—No. Huía —replicó Changoh.
—¿Huía de
la civilización? —preguntó Grener—. ¡Viene de un sitio donde no existe problema
de transporte Pertenece a una raza de gigantes... ¿Y no está de acuerdo?
—Escuchen
todos. Les ayudaré como pueda... Deseen fervientemente construir un nuevo
habitáculo. Crear algo como un antepasado mío hizo cuando descubrió el planeta
hace miles de períodos... Y quiero hacerlo perfecto, sí, pero sin incurrir en
los mismos errores.
—¿Cuál es
el error? —inquirió el profesor Rand.
—Hemos
sufrido una profunda transformación... Miles de seres se han convertido en
mutaciones.
—¡Mutaciones!
¿Pasan por un período de transición —inquirió el profesor.
—Tal vez,
pero yo diría que es el fin.
—¿Qué clase
de mutaciones? —preguntó Ryda viva mente interesada.
—Creamos seres metálicos para liberarnos
del trabajo. Dejamos la planificación del habitáculo
en manos de máquinas, de cerebros; el orden garantizado con implacables
vigilantes. El ejército construido por robots sin corazón, fríos, que trabajan
bajo el patrón que se les ha trazado. Tenemos
cámaras para el descanso, para la oxigenación, para la diversión. Todo mecanizado... Primero constituyó una novedad, pero al
cabo del tiempo la gente comenzó a perder la alegría. ¿Comprenden? Stentilvaan
es un habitáculo sin alegría y sin personas...
—¿Quiere decir que todo son seres metálicos? —inquirió Gabon.
—Aparentemente no, pero por un proceso de
aclimatación los seres pensantes fueron sufriendo una transformación y
comenzaron a obrar como los robots. ¡Oh! No crea que es fácil distinguirlos.
Nuestros robots están fabricados a imagen exacta que los demás seres... No se
diferencian en nada.
—¡La creación del hombre artificial!
—exclamó asombrado Rand.
—Usted lo ha dicho,
profesor...
—¿Y todos son iguales?
—inquirió la ayudante.
—Algunos se rebelaron y
fueron pasados a las cámaras de aclimatación. Los que aún así siguieron rebeldes
fueron transportados a las cámaras de aniquilamiento.
—¿Los asesinaron?
—Peor que eso... Es algo horrible lo que
están haciendo con ellos...
Hizo una pausa ante el silencio de los demás.
Le dejaron proseguir, ávidos de nueva información.
Changoh comenzó a hablar de nuevo:
—Otros consiguieron huir.
—¿Dónde?
—Sólo hay un sitio
donde hasta ahora no ha llegado el poder de los cerebros... La zona de las
tinieblas.
—Entonces... —empezó
Gabon.
—Sí... Hay amigos míos
en algún lugar. Tal vez hayan muerto, pero si alguno está vivo le encontraremos
y juntos construiremos ese nuevo habitáculo en el que ustedes también pueden
colaborar.
—Nada me agradaría
tanto —afirmó el profesor.
—Y a mí —corroboró
Ryda.
Piloto y ayudante
expresaron también su deseo de unirse a Changoh.
—Correrán riesgos,
porque estoy seguro de que en Stentilvaan están utilizando todos los medios
para atraparme.
—¿Los robots?
—Sí.
—Pero, ¿no queda
absolutamente ningún ser viviente que no sea una máquina? —preguntó Gabon.
—Sí... Pero ya se lo he dicho. No se
distinguen. Los que han quedado son deformaciones, mutaciones incapaces de
pensar por sí mismas...
Se hizo un silencio.
Changoh pareció aguzar el oído.
—No se oye nada
—murmuró Grener.
—Ustedes no... Yo,
sí... Mis oídos no han perdido su poder. Han empezado a buscarme... —replicó
lentamente Changoh, mirando hacia un punto de la oscuridad infinita.
Todos volvieron los ojos al mismo lugar, pero no les fue posible ver nada.
CAPITULO V
Changoh se había quedado sólo intentando
reparar la nave.
Su complicado mecanismo resultaba de lo
más elemental para la mentalidad del stentilvaano.
La rotura de los
aparatos no era cosa que no pudiera solventarse con los elementos de que se
disponía en la ciudad. Sin embargo donde se encontraba no llevaba más que unas
pocas herramientas que cabían en el pequeño estuche de bolsillo y algunas
tablas elementales que también se había traído.
Comprendió perfectamente el viejo sistema
de construcción de la nave de Olderland, bastante más complejo que los
módulos que en Stentilvaan construían en la última época en que todavía
utilizaban naves para trasladarse por el espacio.
La pequeñez del
aparato, en relación con el tamaño y envergadura de Changoh, dificultaban
también las operaciones.
Rand asomó por el agujero y preguntó:
—¿Todo bien, Changoh?
—Tendrá que prestarme
algunas de sus herramientas.
—Con mucho gusto...
Supongo que comprende perfectamente el sistema.
—Sí. Y se complican ustedes mucho la
vida.
El profesor trepó por la escalerilla de
entrada. Changoh en cuclillas le indicó unos cables revueltos.
—Con uno sólo bastaría
—¡Imposible! Hay
inductores, compresores, radar de infrarrojos...
—Nosotros teníamos un cable de
funcionamiento múltiple. Bastaba únicamente realizar las conexiones y todo
estaba listo. Esto era antes de poseer las pantallas.
—Esto ni lo hemos
soñado siquiera en Olderland —replicó el profesor mirando el rostro de Changoh,
que seguía en cuclillas.
—Tampoco usamos
tornillos. Es demasiado complicado. Las planchas se pegan por un procedimiento
vegetal, igual que los vestidos.
—¡Ja! —sonrió el profesor divertido.
Para un científico, el
logro de procedimientos que en su planeta ni siquiera se habían planteado era
casi motivo de regocijo.
—¡Si mis colegas oyeran esto...! La
lástima es que ya no podremos regresar nunca... Y con una temporadita con usted
aprenderíamos todos más que en toda una vida con estudios y experimentos.
Changoh procedió a atornillar unas piezas
y murmuró:
—Esto ya está... Ahora vamos a por el
combustible.
—Eso es lo malo. No tenemos suficiente ni
para despegar.
—No es problema. Si sus
depósitos soportan el poder del rayo, tendremos combustible para dar la vuelta
a Stentilvaan.
Sacó su boquilla y,
regresando a la parte trasera de la nave, buscó los depósitos.
Accionó el aparato y un diminuto rayo
perforó la plancha del depósito.
—Es lo que me figuraba. El rayo es más
poderoso que la plancha... Habrá que construir otros depósitos.
—¿Con qué material?
—inquirió el profesor.
—Quería valerme de los
propios medios que encontrara, pero esto nos llevaría demasiado tiempo. Tendré
que regresar, a menos que...
Quedó pensativo unos
instantes, y murmuró:
—Es curioso... Llevaba
muchos períodos sin tener que utilizar la cabeza... Creo que esto es bueno.
—¿En qué está pensando?
—En el ataque que se
avecina.
—¿Está seguro?
—Oigo las pisadas de
seis seres metálicos que se aproximan. Deben estar cerca.
—Avisaré a mis
hombres...
—Las balas de sus
rifles no sirven para nada, profesor...
—¿Está seguro?
—Las vi cuando Grener
me disparaba a los pies para que me detuviera. No abollarían ni siquiera un
cuerpo metálico. Le digo que son inofensivas.
—Están fabricadas con
una aleación especial y el simple roce con otros minerales produce una descarga
eléctrica.
—Muy interesante, pero insuficiente. Pienso
que ni siquiera mi propio rayo servirá para aniquilarles. —Y Changoh volvió a
quedar pensativo.
—Entonces..., ¿cómo
espera combatirles?
—Voy a hacer una prueba... ¿Cree que
puedo caber en esa cueva? —inquirió señalando la entrada subterránea.
—Es un poco justo, pero
ya sabe que donde pasa la cabeza pasa el resto del cuerpo... Su constitución es
similar a la nuestra. ¿Por qué no lo intenta?
Changoh se colocó
completamente pegado al suelo y avanzó hacia el agujero.
La cabeza pasaba
perfectamente.
Asomó y se fijó en la
cavidad interior.
Era una cueva bastante
grande. Mayor en el interior que a la entrada.
Continuó arrastrándose,
hasta que su cuerpo quedó completamente dentro.
Allí le era posible mantenerse en pie y
todavía le quedaba espacio por encima de su cabeza[1] .
Los demás, con piedras, habían
improvisado una mesa y unos asientos.
Estaban comiendo unos
alimentos sintéticos.
—¿Gusta, Changoh?
—inquirió Gabon.
—Gracias, amigos. Nuestro sistema de
alimentación en Stentilvaan no ofrece problemas. Las cámaras de inhalación de
alimentos nos proporcionan lo necesario para una larga temporada.
—¿Tiene reservas? —preguntó Grener.
—Dispongo de un tubo con píldoras
complementarias. En esto no tengo problema. —Y cambiando de tema con una
rápida transición añadió—: Déjenme ver sus armas y municiones.
A una seña del piloto,
Grener se levantó y alcanzó su fusil y una especie de cartuchera con balas.
Changoh la tomó y se quedó observándola
un momento. Luego cogió una de las balas y la dejó en un lugar apartado de la
mesa donde estaban comiendo los otros.
—¿Qué intenta? —preguntó el piloto.
—Hacer una prueba con ese material. —Y sacó la boquilla.
Los demás dejaron de
comer y se aproximaron, deseosos de estar presentes en otro de los
experimentos que prometía ser muy interesante.
Changoh apuntó con la boquilla hacia la
bala y soltó el diminuto rayo.
De inmediato, la bala
produjo una llamarada que se extinguió rápidamente, quedando convertida en algo
deforme.
—No está mal —murmuró Changoh—. Al menos,
no se ha derretido.
Inmediatamente, probó
con otra.
Tres miradas se dirigieron hacia la bala
que nuevamente, al recibir el chorro del rayo, se inflamó para quedar en
estado deforme.
—Graduación mínima. Se puede probar
—comentó Changoh como si hablara consigo mismo.
Dirigiéndose a los dos
hombres añadió:
—Denme todas las balas. Aquí no les
servirían de gran cosa.
Piloto y copiloto
cambiaron una mirada.
El profesor apareció
por el umbral del agujero di entrada.
—Háganlo, muchachos. Sería estúpido no
fiarnos de él, después que pretende ayudarnos.
—Bueno... Si de verdad esto no sirve para
nada —murmuró Grener.
—No quiero que le quepa la menor duda
sobre ello —replicó Changoh—. Dispare contra mí.
Le arrojó el arma
suavemente y Grener la tomó indeciso.
—¡Vamos! Dispare donde quiera...
—Dispare, Grener —sonrió el profesor—. Si
él lo dice puede estar completamente seguro.
Grener sonrió.
—Me basta su palabra.
—¡Dispare, hombre!
—rogó Changoh.
—Bueno... Si se trata
de una demostración... —Y el copiloto apuntó al pecho de Changoh y oprimió el
gatillo varias veces.
Cargadas las cinco recámaras, los cañones
arrojaron las balas fabricadas con aleación especial.
Al chocar contra el
cuerpo de Changoh, los proyectiles rebotaron.
—Si llego a poder
explicarlo, no me van a creer —murmuró el copiloto colocándose displicentemente
el fusil sobre el hombro.
Gabon ya se acercaba
con cuatro cajas de municiones.
—¿Le bastan éstas? —preguntó.
—Espero que sí...
El profesor se volvió. Miró al exterior y
murmuró:
—Parece que alguien se está acercando.
—¿Ahora lo oye?
—inquirió Changoh.
—¡Oh! Usted lo había
oído desde hace tiempo —replicó.
—Sí... Están muy cerca
de la entrada del cráter. Es mejor que se metan todos dentro y me dejen sólo a
mí.
—¿No podemos hacer
nada? —preguntó Gabon.
—De momento, no...
El profesor pasó al
interior y Changoh se colocó pegado contra el suelo.
—Si no saliera usted...
—empezó Rand.
—Es inútil. Ya saben
dónde estoy.
—¿Cree que pueden
verle?
—Verme, no... Pero me
están oyendo.
—¡Asombroso! —exclamó
Rand, mientras Changoh se arrastraba para salir a la superficie.
Los seis robots, con un
aspecto idéntico al del propio Changoh, asomaron desde lo alto del cráter.
Se plantaron
equidistantemente unos de otros rodeando por completo la abertura superior del
cráter, cuando Changoh había salido ya situándose lejos de la nave.
—¿Me buscáis a mí? —gritó alzando la voz.
CAPITULO VI
La perfección de
métodos y sistemas de Stentilvaan no permitía sin embargo poder ver la zona
oscura del planeta.
Las pantallas de visión
a distancia, tanto las normales como las de los memorizadores de los cerebros,
no alcanzaban a reflejar lo que en aquellos momentos tenía lugar en el cráter.
El inspector número uno pulsó varios
botones, sin obtener ni información ni audiovisión de lo que estaba sucediendo.
En su sala de operaciones, el gran jefe
consultaba con un cerebro, que se mostraba impotente para reflejar la cara
oculta del planeta.
Esa podía ser la única ventaja realmente
importante de Changoh en su lucha contra los hombres metálicos de Stentilvaan.
La escena en el cráter era la misma. Los
agresores parecían mostrar una actitud contemplativa hacia su futura víctima.
Changoh, impertérrito, esperaba que diese
comienzo el ataque.
—¿Me buscáis a mí? —repitió.
De los seis robots metálicos, el que
parecía investido con la suprema autoridad contestó:
—Sí, Changoh. Debes
venir con nosotros sin oponer resistencia.
—Sabéis que no
regresaré.
—En tal caso tendremos que destruirte
—replicó la voz del robot jefe.
—No podréis... Nunca consentiré que me
destruyan las máquinas que yo mismo he creado.
—Tenemos que hacerlo, Changoh. Tenemos
que hacerlo ahora mismo —dijo la voz.
—Entonces podéis empezar... Pero antes
sabed una cosa... Necesito la placa metálica de vuestros cuerpos inútiles.
—No la conseguirás. Quedarás destruido
antes. —Y tras esas palabras, el robot jefe levantó una de sus extremidades.
El otro brazo lo situó
de manera que apuntara a Changoh. Los demás le imitaron.
La descarga de rayos
iba a producirse.
Changoh aguardó.
Las manos de los seis
monstruos metálicos brillaron instantáneamente y de cada una de ellas surgió un
rayo.
Los seis chorros
dirigidos al cuerpo de Changoh formaron una estrella, cuyo centro era el
propio Changoh, que aguantó bien la descarga.
Comprendiendo que por
aquel procedimiento era indestructible, los robots comenzaron a descender lentamente
por el cráter.
—Es lo que suponía.
Quieren emplear la fuerza.
Buscó un lugar que
estuviera lo suficiente elevado y, al dar con él, vació una de las cajas de
municiones, formando con ellas un montón.
En otro sitio del
cráter hizo lo mismo con la segunda caja y así sucesivamente con las dos
restantes.
Los robots bajaban al
mismo ritmo, avanzando sistemáticamente paso a paso, sin adelantarse unos a
otros. Todo parecía medido, perfectamente calculado.
Changoh se colocó en
una de las paredes del cráter. Extrajo del bolsillo la boquilla y se situó
detrás del primer montón de balas que había colocado sobre una de las piedras
salientes de la pared.
Esperó.
Los robots avanzaban silenciosos
con la mirada puesta en el ser viviente que esperaba tenso, rígido, con los
sentidos en tensión.
Los seis muñecos
estaban ya en la base misma del cráter y sólo unos pocos pasos les separaban de
Changoh.
Se reunieron y
levantaron los brazos como sujetos sonámbulos hacia el cuerpo de Changoh.
—Tú lo has querido
—dijo el jefe.
Changoh apuntó con su
boquilla el montón de balas y esperó que el robot más próximo estuviera cerca.
Entonces, haciendo un
quiebro y colocándose detrás del montón, accionó el resorte de la boquilla para
arrojar el rayo contra las balas.
Dio una mayor presión y la llamarada que
se produjo en los proyectiles paralizó momentáneamente al robot.
Los cartuchos
estallaron y algunos salieron impulsados hacia el cuerpo del robot.
La composición de los proyectiles
mezclada con el rayo de Changoh produjo el efecto que esperaba, al chocar
contra la carcasa del robot.
El fuego se extinguió y un humo corrosivo
taladró la plancha.
El robot permaneció inmóvil.
Entonces Changoh aplicó el rayo a través
del boquete.
El mecanismo interno produjo una serie de
chispazos y cortocircuitos.
El muñeco se tambaleó y humeante cayó de
espaldas contra el suelo de basalto.
La imagen de aquel ser sin vida tumbado
boca arriba era similar a la de un hombre con el corazón atravesado, sólo que
allí dentro el corazón artificial había sido pulverizado, desintegrado por la
fuerza del rayo.
Changoh no se entretuvo en ver el efecto,
sino que escurriéndose de sus otros atacantes se situó detrás del segundo
montón y esperó a que otro de los robots estuviese a tiro.
Disparó el rayo y las balas, tras
incendiarse al contacto, salieron disparadas contra el cuerpo del también
segundo atacante, que sufrió idénticas consecuencias que el anterior.
—No sois indestructibles —dijo Changoh—.
Incluso puedo venceros con mis puños, aunque nadie se haya atrevido a
hacerlo... Pero sois demasiados... Tenéis tiempo de regresar.
Ninguno de los cuatro muñecos retrocedió,
ni contestó... Eran seres que carecían de razonamiento. Cumplirían su misión
y serían destruidos en el empeño.
Estalló el tercer
montón y el cuarto...
Cuatro robots yacían insensibles en el
suelo, pero quedaban todavía otros dos, amenazadores, implacables.
El profesor asomó por
el agujero, y detrás de él se colocaron los otros dos hombres, estirando sus
cuellos para observar la singular escena.
Uno de los robots, con
el brazo derecho extendido, impedía que Changoh pudiera acercarse. El otro
trataba de rodearle.
Entre los dos parecían querer
emparedarle.
Eran fuertes. Su piel
parecía construida de granito indestructible, pero a Changoh no parecía
importarle gran cosa la desigualdad de la posible lucha.
Atacó.
Inclinándose hábilmente, golpeó el
abdomen de su primer adversario.
El robot ni siquiera se
dobló.
Tampoco Changoh pareció
resentirse de los nudillos al contacto con aquella piel flexible pero dura como
el material de que estaba construida.
Blandió de nuevo sus puños y apartó el
brazo con las manos unidas.
El robot permaneció estático.
El profesor murmuró:
—Esto no es posible. Una lucha cuerpo a
cuerpo de un ser contra dos robots...
—El sabe que puede vencerles —dijo Gabon.
—Deberíamos ir —murmuró
Grener—. Podemos echarle una mano.
—No —previno el profesor Rand—. Si os
alcanzaran con sus rayos, os dejarían reducidos a cenizas... Además, vosotros,
nosotros todos, carecemos de su envergadura. El peso tiene mucha importancia.
En el exterior, en la base del cráter, la
lucha desigual y fantástica proseguía.
Changoh tuvo que repetir el golpe para
que el robot apartara el brazo. Entonces, otra vez con las manos entrelazadas,
buscó el rostro del monstruo.
Por detrás, una mano metálica apretaba ya
su cuello y Changoh maldijo el tiempo perdido con su primer atacante.
La mano seguía apretando y él no podía
desasirse.
Estaba inmovilizado y notaba que aquel
poder terrible amenazaba con seccionarle el cuello.
En un tremendo esfuerzo se revolvió
arrastrando el pesado cuerpo de su atacante.
Utilizando los codos en una extraña
llave, golpeó los flancos de su adversario y sintió que la presión cedía.
Echó la cabeza hacia adelante y pudo
librarse de aquella terrible garra.
Antes de revolverse y pasar al ataque vio
al otro que se acercaba y en acrobático salto echó ambas piernas para
adelante, que chocaron contra el cuerpo del monstruo.
Al impacto, la máquina
se echó hacia atrás y luchó por mantener el equilibrio.
Entonces Changoh, en
otra extraña y acrobática pirueta, saltó hacia atrás de modo que su cabeza,
pasando por entre los brazos del otro robot, chocara contra el pecho de éste.
La dureza del golpe hizo tambalear a su
enemigo, que fue a dar con la espalda contra una de las paredes del cráter.
El otro avanzaba y
Changoh saltó hacia adelante, abrazándole. El robot hizo lo propio y con ello
mantuvo los brazos ocupados.
Changoh aguantó la
presión, al mismo tiempo que sacaba uno de sus brazos. En la mano sostenía la
boquilla.
Rápidamente, con ella
apretó brutalmente el ojo del monstruo, que lanzó un terrible alarido.
Accionando el resorte,
el rayo penetró por la cavidad del ojo reventado y el monstruo quedó
paralizado, estático, y acabó por tambalearse y caer como lo habían hecho con
anterioridad los otros cuatro.
Quedaba uno.
—¡Te destruiré! —bramó
el muñeco.
—Sabes que no podrás...
Sabes que con un aparato me habría bastado para paralizarte, pero aún sin él,
mi ingenio y mis puños son superiores a ti...
—No...
—Sabes que sí... Tienes
un cuerpo y una forma que te hemos dado, pero careces de iniciativa. Eres una
máquina y no puedes ser más fuerte que quien te planeó.
—Te equivocas...
Era el jefe. El que hasta entonces había
comandado a los que yacían panza arriba, inmóviles, destruidos.
—Vamos... Quisiera de veras que pudieras
razonar y que ahora mismo te fueras y buscaras la libertad... Pero esto es
imposible. La perfección no existe.
—Sí, existe... Y yo no
soy un muñeco.
—¿Qué...? —inquirió extrañado Changoh.
—No soy un muñeco... El tiempo y esa
oscuridad te ha impedido reconocerme. He cambiado bastante.
—¿Quién eres? —preguntó
Changoh.
—Soy Belok..., Changoh.
—¡Belok! Has cambiado la voz, pero hay
algo en ti...
—Soy Belok —repitió la criatura—. Hermano
de Gora.
—¡Belok! Creí que...
—No se pasa bien en la cámara de
aniquilamiento, Changoh, y uno aprende que es mejor someterse... No hay
problemas sometiéndose...
—Belok... Tú no puedes hacerles el juego
a ellos. No puedes ponerte de su parte.
—Ya no tengo otro remedio, Changoh.
Además, es justo. —Hablaba como los seres que habían sufrido ya la mutación de
su personalidad. No existía diferencia entre él y los muñecos. No una
diferencia entre el cuerpo y el modo de andar o de hablar, sino en la voz, en
aquella mirada petrificada, triste, fría, insensible, en aquel rostro que la
boquilla de Changoh iluminaba y podía ver totalmente inexpresivo, impenetrable,
como el rostro de un muerto que hubiese quedado con los ojos abiertos, unos
ojos ciegos, sin vida...
—¿Cómo puedes hablar de justicia, Belok?
Tu hermana Gora huyó y con ella otros. Muchos tal vez han muerto, otros deben
haber sufrido mucho en la cámara. ¿De qué servirá su sacrificio si tú, uno de
ellos, te pones de parte de las deformaciones?
—Tú fuiste uno de los
que les creaste.
—Colaboré en la investigación. Sí. Pensé
formar un mundo mejor, pero no pude prever las consecuencias y cuando quise
echarme atrás ya no me dejaron. Había quedado preso de mis propios
descubrimientos.
—Entonces, no puedes
quejarte. Todo salió conforme a los planes.
—Te han inyectado, Belok. Lo veo
claramente. Han experimentado contigo porque necesitan mezclar seres vivos con
los hombres artificiales que produce la fábrica. No acaban de fiarse...
—Tengo que acabar
contigo, Changoh.
—Podría destruirte...
Podría hacerlo, pero Gora nunca me lo perdonaría.
—Gora está muerta. En el valle de las
sombras nadie puede vivir. Excepto los robots.
Belok avanzó con ambos
brazos extendidos.
—Si puedes aniquilarme,
hazlo, pero lo dudo. Tú eres más inteligente. Pero yo más fuerte...
Belok seguía avanzando mientras Changoh
retrocedía.
No era cobardía lo que
sentía, ni miedo a que su contrincante pudiera ser realmente superior.
No quería hacerle daño.
Deseaba conservarlo vivo y especulaba en el modo de hacerlo.
En su retroceso tropezó
con una piedra movible y cayó de bruces.
Al revés que el resto de los robots,
Belok se lanzó contra él como un auténtico luchador.
Changoh esquivó la
acometida rodando sobre sí mismo, mientras su contrincante caía planeando.
Se incorporaron
rápidamente.
Changoh intentaba mover la pesada piedra
en la que había tropezado cuando su antagonista levantaba una mano y la
descargaba rápidamente contra su espalda.
Changoh sólo pudo
esquivar medianamente el golpe, sintiendo el terrible dolor en la parte dañada.
Belok volvió a atacar,
pero ya Changoh se había cubierto.
Retrocedió nuevamente,
luchando a la contra.
Esperó a que su rival descargara el puño
derecho, para esquivar y asirle el brazo retorciéndoselo en una llave brutal.
Belok no dio la menor sensación de acusar
dolor ninguno y, utilizando el otro brazo, golpeó el costado de Changoh, que se
vio obligado a soltar la presa.
Con gran agilidad Belok frente a su
antagonista, tornó a pegarle utilizando ambos brazos y sacudiéndole a los
flancos.
Una terrible punzada y la sensación de
que se paralizaba todo su sistema respiratorio fue lo que sintió Changoh.
Aprovechando aquel
momento de paralización, Belok tendió su brazo hacia la cabeza de Changoh, que
saltó impulsado hacia atrás.
Caído al suelo, parecía
a punto de perder la noción de la realidad, y su antagonista se acercaba con
ánimo de rematarle. De acabar con la lucha asestándole el golpe definitivo.
Jadeante, pero inmóvil,
Changoh le observaba.
Pretendía acumular
todas las fuerzas que aún le quedaban.
Belok levantó la mano.
La cerró y descargó toda su fuerza para golpear la cabeza del caído utilizando
el puño a modo de martillo.
En el último instante y
cuando la manaza estaba a punto de rozarle, Changoh se apartó.
La mano golpeó el
basalto y Belok pareció perder el equilibrio de su cuerpo.
Corrió Changoh
nuevamente hacia la piedra.
La removió y con un
tremendo esfuerzo consiguió levantarla.
Belok llegaba en aquel
instante.
Vio cómo Changoh estaba
a punto de arrojar el pedrusco y trató de cubrirse.
Changoh se lanzó con la piedra,
derribando a su antagonista.
La pesada carga y la
dureza de la roca hicieron caer a Belok.
Su cuerpo y su cabeza,
al dar contra el suelo, aparte del terrible golpe recibido, le inmovilizaron.
Jadeante, Changoh
retiró la piedra y observó a su rival.
Estaba inmóvil, no respiraba...
—¡Ayúdenme! —pidió
Changoh al profesor y sus compañeros, testigos de excepción de aquella singular
pelea.
CAPITULO VII
Lo habían arrastrado hasta el interior de
la cueva del cráter y ahora se hallaba tendido en el suelo.
Changoh buscaba en el
botiquín de los extranjeros.
—¿Necesita algún medicamento especial?
—preguntó el piloto Gabon.
—Algo que esté
compuesto a base de Buconina...
—¿Qué es Buconina?
—inquirió el profesor.
—Plasma...
—¿Plasma sanguíneo?
—Algo parecido...
—Tenemos algunos
frascos, pero puede que no se ajuste al organismo de su amigo.
—No se trata de ninguna
transfusión. Hay que proceder a un lavado interior... Le han inyectado en la
sala de experimentos de la cámara aniquiladora.
—¿Eso hacen?
—Es un proceso para
acelerar las mutaciones y cambiar la especie. Algunas veces lo consiguen,
cuando los organismos resisten.
—¿Y los que no se
someten? —preguntó Ryda.
—Esos son conservados
en cámaras especiales. Ojalá nunca tengan que conocerlas, porque si no mueren
acaban pidiendo a gritos que les conviertan en lo que quieran... Luego utilizan
sus órganos para mezclarlos con los de los robots. Incluso pueden reproducirse
por los procedimientos normales.
—¡No! —exclamó el profesor, cuyo asombro
había llegado al límite.
—Esto es lo monstruoso, porque ya no es
posible evitar un habitáculo completamente degenerado.
Con el pequeño instrumental de los
extranjeros procedió a efectuar una operación quirúrgica a Belok.
—¿Va a hacerlo usted?
—preguntó Ryda.
—Soy médico. Aunque llevo mucho tiempo
sin ejercer.
—Yo también soy médico —dijo el piloto
Gabon—. Pero dejé la ciencia de los cuerpos por la espacial. Me gustará ver
cómo lo hace y si puedo ayudarle...
—La intervención no es
de tipo médico, sino puramente científico-experimental... Hay que extirparle
los controles adicionales y lavar las heridas. Déme ese plasma, profesor.
Rand le proporcionó todos los frascos que
poseía. Seis en total.
—Nuestra constitución es tres veces
superior a la suya, por tanto espero que con tres frascos sea suficiente —dijo
Changoh.
El pequeño bisturí de urgencia que le fue
facilitado sirvió para desgarrar la gruesa piel de Belok.
Tras practicar la
incisión con evidente maestría, trazó en el costado del paciente una línea
recta que en seguida se cubrió de un líquido espeso, negruzco como la sangre.
Aplicó unas compresas y antes de tirar la
piel cauterizó la herida utilizando un diminuto rayo salido de su boquilla.
—Sirve para destruir y
para curar —dijo Changoh—. Pero se creó para lo segundo.
—¿Es láser? —preguntó
Gabon.
—El láser ya no se usa.
Este rayo es mil veces superior. Se obtiene con un generador para
aprovechamiento de rayos cósmicos.
Detenida la hemorragia, Changoh prosiguió
con su intervención.
La tijera de su equipo utilitario de
emergencia, unas pinzas y otros instrumentos que los extranjeros no habían
visto jamás fueron utilizados para extirpar, sujetar, cortar y posteriormente
coser los miembros interiores.
Una especie de ungüento aplicado a la
herida tuvo la propiedad de unir la gruesa piel del paciente.
Por último, la aplicación del rayo dejó a
Belok sin la menor huella de haber sido intervenido.
Ante la mirada atónita
de los cuatro extranjeros, Changoh propuso:
—Ahora les necesito
para construir el nuevo depósito para combustible de su nave. No se preocupen
por Belok, todavía tardará en despertar.
----------------
Aquel rayo extraordinario actuó de
soplete para cortar en láminas los cuerpos de los cinco robots tendidos.
Ryda, habituada a presenciar muchas cosas
desagradables, no pudo reprimir un gesto de asco al ver aquellos cuerpos sin
la piel metálica, mostrando su esqueleto recubierto de los órganos propios de
los seres de Stentilvaan.
Interiormente los
muñecos poseían lo mismo que otros seres vivientes, además de los aparatos de
precisión que servían de radar, de cámara, de generadores de energía por rayos
y todos los perfeccionamientos de la técnica y de la ciencia.
El aparato transmisor a
la altura del cerebro sustituía el oído privilegiado de los seres de la
metrópoli.
Los ojos, dotados de
una retina ultrasensible, podían ver a distancias insospechadas.
Ahora, sin embargo,
eran esqueletos, muñecos a punto de una reparación, animales despellejados,
mientras sus «pieles» eran utilizadas siguiendo un rápido diseño de Changoh,
para que el profesor y los otros dos hombres construyeran el depósito que
había de servirles para proseguir su vuelo espacial y salir del cráter.
A todos les parecía
extraordinaria la rapidez con que actuaban.
Para Changoh no
existían problemas. Su escaso instrumental de bolsillo facilitaba muchos
problemas que en su planeta de procedencia resultaban, además de costosos, muy
laboriosos, y se necesitaban fábricas especializadas.
En cambio Changoh
trabajaba y daba las órdenes sobre la forma de montar aquello como un niño ante
un juguete sin más trascendencia.
¡Y estaba construyendo
nada menos que el depósito de una nave espacial!
En escaso tiempo, la
caja estaba a punto de ser montada.
Las soldaduras se realizaban o bien por
rayos o bien utilizando el mismo ungüento que Changoh había aplicado a Belok.
Mientras soldaba uno de los costados al
depósito ajustando a la cavidad de la nave explicó:
—No es el mismo rayo para todo, ni la
misma fuerza e intensidad. El azul sirve para derretir algunos metales y
unirlos por enfriamiento.
Al hablar seguía trabajando y manipulando
aquella pequeña boquilla con una maestría y tacto que dejaba a los otros sin
capacidad material de sorprenderse.
—Luego hay el rayo
vivificador, para casos de emergencia que sirve para cauterizar las heridas
como hice anteriormente. Y por fin, dando una presión distinta, surge el rayo
mortal. Esto ya está listo.
El depósito estaba perfectamente sujeto,
y los tubos de los diferentes conductos perfectamente soldados.
—Ahora hay que
comprobar si el nuevo combustible servirá. Yo creo que sí.
También fue el rayo el encargado de
proporcionar el combustible.
Changoh había colocado la tapa del
depósito, soldándola y practicando en ella un diminuto agujero. Por él
introdujo a presión una pequeña dosis de rayo, soldando con la misma punta de
la boquilla el agujero.
—Esto es suficiente
para perderse por el espacio. La energía que genera es de la misma densidad que
la existente en la atmósfera.
—Pero en el cosmos no existe la atmósfera
—dijo el piloto en son de amigable protesta.
—No existe la atmósfera
conocida en otros mundos, o en otros habitáculos. Pero existe una clase de
atmósfera. Este no es el nombre adecuado. Debería ser viento espacial. Algo
imperceptible, pero que nosotros hemos llegado a medir, y gracias a ello,
captando todas las ondas y midiendo esa intensidad atmosférica hemos
descubierto, quiero decir que descubrimos hace muchísimo tiempo la aplicación
del rayo para los viajes con vehículo. Tengan en cuenta que de no existir esas
ondas invisibles no sería posible utilizar las pantallas transportadoras.
Se extendió en otros tecnicismos que
sorprendieron al profesor, no por desconocidos, sino por la facilidad con que
dominaba una materia que en muchos habitáculos se estaba en pañales en
relación con la misma.
La ingravidez, la
carencia de oxígeno y nitrógeno en el espacio ya no constituían ningún problema
para los que habían conseguido extraer y analizar el viento espacial.
—Pruebe los mandos —dijo Changoh al
piloto.
Gabon subió solo. Pulsó
los botones para retirar la escalerilla y cerrar la puerta. Comprobó los
depósitos de oxígeno especial para mantener la gravitación dentro de la nave e
hizo un gesto indicando que se proponía despegar.
Las turbinas reactoras, al revés que
cuando eran cargadas con el combustible de Olderland, no emitieron el menor
sonido, si bien a todos extrañó que Changoh se tapara los oídos como si
estuviera escuchando el más estridente e inaguantable de los ruidos.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ryda.
—Ustedes no pueden oírlo, pero este ruido
es ensordecedor...
—¡Si escuchara el
nuestro! —replicó Grener.
—Es infinitamente
superior el que ahora no oyen. Son vibraciones que por oídos corrientes no
pueden ser captadas, pero para la sensibilidad de nuestras trompas escapan de
todo control... Todo lo vivo emite ruidos..., incluso los vegetales.
La nave se elevó verticalmente
con extraordinaria suavidad.
El profesor extrajo su
pequeño transmisor receptor y conectó con el aparato.
El piloto Gabon
transmitía.
—Es fantástico, amigos.
Es como volar sin lastre. Puede alcanzar velocidades insospechadas.
—Magnífico, Gabon.
Comprueba el radar y los demás aparatos. Intenta saber a qué distancia nos
hallamos de Olderland.
—Es lo que estoy haciendo, profesor.
En aquel momento y
cuando Changoh quitaba las manos de los oídos, se volvió porque acababa de escuchar
otro ruido, que los demás, absortos en el vuelo de la nave, tampoco habían
advertido.
El ruido procedía de la cueva, por cuyo
agujero asomaba Belok.
Llevaba una boquilla en la mano y apuntaba hacia el grupo.
CAPITULO VIII
—¡Cuidado, Belok! Son gente de paz
—advirtió Changoh.
Los otros se habían
vuelto y miraban a Changoh como pidiendo consejo sobre lo que debían hacer.
—¡Enanos! ¿De dónde han
salido? ¿Quién me ha metido aquí?
Se incorporó y miró
fijamente a Changoh, con expresión lejana.
—¡Changoh! —exclamó
reconociéndole.
—¿Me recuerdas, Belok?
—¡Qué tontería! Claro
que te recuerdo... Pero... no comprendo qué hago aquí. He tenido un sueño
extraño. Dormía y veía lo que estaba sucediendo.
—¿Y qué veías?
—preguntó Changoh.
—El laboratorio, la
sala de experimentos del cerebro-cirujano... Creí que iba a someterme a ellos.
—Y te sometiste.
—¿Qué?
—Mira lo que hay a tu alrededor
—Y Changoh le mostró los cuerpos despellejados de los robots.
—Son...
—Sí.
—¿Yo estaba con ellos?
—Sí.
—He soñado algo de esto.
—No lo has soñado. Lo has vivido.
—Pero... ¿Qué hago aquí? ¿Y tú?
—¿No recuerdas nada más?
Los otros escuchaban
con vivo interés aquella rápida conversación.
Belok quedó pensativo, confuso. Estaba
haciendo un intenso esfuerzo que lo expresaba con su mirada bien distinta de
antes de ser intervenido.
—No consigo coordinar por completo.
—Recuerda...
—No puedo...
—¡Tienes que hacer un esfuerzo, Belok! Utiliza el cerebro, antes de
que te quede atrofiado.
—Sé que me ordenaron una expedición.
—Para llevarme con ellos.
—¿Sí?
—He huido.
—¡Oh! ¿Y me han mandado a mí? Creo que
empiezo a comprender...
—Bien. Es suficiente
por ahora. Sólo quería asegurarme de que realmente vuelves a ser tú mismo.
—¿Cometí muchas barbaridades?
—Aquí sólo intentaste
matarme.
—Esto no es posible... Eres uno de mis
mejores amigos —protestó jadeante Belok.
—Lo sé. Pero cuando a
uno le cambian el cerebro, y le envenenan la sangre, ya no puede ser dueño de
sus actos.
—Gracias por haberme
ayudado, Changoh... Pero... Estamos en la zona oscura... ¿Qué podemos hacer
aquí? Me estoy helando.
—Utiliza la escafandra, y toma algún
alimento, supongo que no debes tener reservas.
—No.
Changoh le ofreció su tubo.
—Restáurate. Luego iremos con esa gente.
—¿Dónde?
—A explorar. Tal vez
encontremos a Gora y a los otros... El profesor Rand dice que en las profundidades
hay humedad, quizá exista una forma de vida. Construiremos otro habitáculo.
Haremos una metrópoli de esta zona muerta. Algo que no sea tan perfecto como
Stentilvaan, donde varones y hembras puedan vivir con sencillez, incluso con
problemas que puedan resolver por sí mismos.
—Sería muy hermoso.
—Podemos intentarlo.
El profesor intervino
tirando de la ajustada pernera de Changoh.
—¿Y cómo piensan viajar
en nuestra nave. El tamaño es excesivamente reducido.
—Ha quedado plancha. Construir una plataforma y soldarla debajo del
módulo no será difícil —explicó Changoh.
—¿Y viajarán a la intemperie? —preguntó Grener.
—La temperatura no
cambia y nuestras prendas nos aíslan por completo del exterior.
—Bien... Entonces no
hay inconveniente. Será un verdadero placer tenerles como invitados.
La nave descendió
verticalmente posándose sobre la superficie del cráter.
Gabon descendió sonriente.
Al ver cómo Belok se metía nuevamente en
la cueva, murmuró:
—¿Ya despertó?
Era una pregunta que equivalía a dos y
ambas le fueron contestadas afirmativamente.
Había despertado y con los ánimos
apaciguados.
Gabon miró a Changoh, sonrió y lanzó un
silbido de admiración.
----------------
—El oscilador ha quedado inmóvil —dijo el
inspector—. Era nuestro único contacto con los robots.
La pantalla del cerebro
encargada de transmitir, emitió un gruñido y marcó unos signos.
La respuesta quería
decir:
—Siguen en la zona oscura.
—Sabíamos que estaban en la zona oscura,
pero no podíamos seguirles los pasos, sólo la luz roja indicaba que seguían
vivos. Ahora se ha apagado.
—Perdido control —replicó uno de los
altavoces del cerebro.
—¡Nunca tuviste el control! —exclamó el
inspector, como si la máquina fuera un ser viviente.
—Pero oía sus pasos.
Ahora no los oigo —replicó la máquina.
—Entonces es que han
desaparecido.
—Han desaparecido
—repitió la máquina.
El inspector cerró el
contacto de la pantalla y puso en funcionamiento otra.
—¿Qué hay de los
trabajos acelerados?
—Dentro de poco
tendremos el nuevo rayo para perforar los escudos protectores. Pronto estará en
disposición de ser usado.
—Necesito otros seis agentes mejores que
los que he enviado más allá del monolito —exigió el inspector.
—Los agentes serán construidos.
—Lo quiero todo con la
máxima urgencia —recalcó el inspector.
—La máxima urgencia —repitió el cerebro.
Una voz lejana le advirtió:
—«Preséntate inmediatamente, número uno.»
Y el número uno reconoció al gran inspector y se apresuró a replicar:
—Me proyecto ahora
mismo.
----------------
La plataforma ya estaba construida, y la
nave cargada con los cuatro pasajeros en el interior, y Changoh y Belok, sobre
el suplemento recién fabricado, estaba preparada para partir.
Un espejo que Belok
había facilitado, servía para hablar mediante señales entre los del interior y
los de fuera.
A una seña del piloto,
Changoh hizo un ademán afirmativo, y rápidamente se produjo aquel ruido que
sólo los stentilvaanos podían percibir.
Dentro, Gabon murmuró:
—No se necesita ni
copiloto.
—Déjame probar a mí
—pidió Grener.
—Después. Fíjate. No
hay que pulsar ningún botón.
El combustible mueve la nave como si
fuese el artefacto menos pesado.
Accionó la palanca correspondiente al
despegue, y el vehículo espacial se elevó verticalmente.
Sujetos a los tubos que ellos mismos
habían soldado, Changoh y Belok podían ver el rostro sonriente de Gabon,
manejando los mandos.
—Parece que lleve un
juguete —murmuró Belok.
—Es el combustible. Les facilita la
pesada labor de comprobar el resto de aparatos. Están en pañales en cuanto a
ingenios espaciales, pero puede que les convenga no ir demasiado de prisa.
Tras un silencio,
Belok, murmuró:
—Parecen buena gente.
—Sí. Pero susceptibles
a volverse codiciosos. Todo animal pensante, con una inteligencia, procura superarse.
Los hay que tienen escrúpulos, otros persiguen el conocimiento de las cosas a
cualquier precio, sin importarles la forma de conseguirlo...
—No están en
condiciones de inquietarnos —replicó Belok.
—No.
Otro silencio. Belok
miró a su compañero.
—No piensas volver a
Stentilvaan, ¿verdad? Me refiero a la zona de vida.
—No... Y me hubiese
marchado antes de saber lo que ocurría. No me enteré hasta hace muy poco.
Soportaba con resignación esas mutaciones progresivas. Estaba trabajando en
algo para atajar el mal. No sabía que en el laboratorio se experimentaba, hasta
que me hice con unos datos... El inspector lo llevaba todo personalmente, sin
duda porque esperaba mi reacción.
—Ahora volverán a por
ti... Y a por mí.
—Lo sé. Y no me
importa. Intentaré vencerles con todos los medios a mi alcance. No les
destruiré en su propio redil. Allá ellos, pero tampoco consentiré que se metan
en mi nueva forma de vida.
—Será difícil.
—Puedes volverte atrás
si quieres...
Changoh había hecho
oscurecer el rayo y ahora sólo veía al piloto, a través del espejo por la luz
de la nave. Gabon no podía verles a ellos, porque las tinieblas eran absolutas.
—No. No me volveré atrás.
Deseo encontrar a mi hermana, y ayudarte a construir esta nueva ciudad.
Changoh, volvió a
encender la luz a modo de señal, y Gabon se puso a la escucha de un
radio-receptor.
Changoh le habló sin
necesidad, de ningún aparato. Su voz atravesaba el paréntesis metálico de la
nave, aunque Gabon sólo pudiera captar las palabras a través del receptor.
—Sobrevuela bajo. Nos
conviene explorar el terreno.
El poderoso haz de luz
de los focos bajos de la nave, iluminaron la superficie basáltica, descendiendo
notablemente.
Changoh y Belok
contribuyeron a aumentar su claridad, utilizando sus respectivas boquillas.
Las tinieblas quedaron taladradas y el
inhóspito, frío y desolador suelo de la parte muerta del planeta quedó al
descubierto.
—¿Crees de veras que
habrá alguna forma de vida? —inquirió Belok.
—Si existe agua, o un
líquido que la pueda sustituir, tendremos una de las bases primordiales...
Luego habrá que examinar el subsuelo, analizar los minerales, quizá sea
posible encontrar elementos combustibles y minerales para convertir en
herramientas... Si es así, se podrán construir fábricas, las sustancias
vegetales nos permitirán manufacturar alimentos, poco a poco construiremos una
nueva comunidad.
—Sería maravilloso,
sobre todo si pudiéramos encontrar a los que se fueron.
—Yo tengo fe en ello.
—Deberíamos rescatar a
los prisioneros. A los que se niegan a convertirse en deformaciones.
—Tal vez...
—Juntos seríamos un
pueblo unido...
—Ya lo he pensado.
—Pero sería peligroso
volver allí... Ellos habrán descubierto nuevas armas...
—¡Calla! —pidió
Changoh—. ¿No has oído?
—Sí, creo que sí...
—¡Era la voz de Gora.
Estoy seguro!
—¿De mi hermana?
—Sí, Belok... Es Gora, la he vuelto a oír y está en peligro. ¡Vamos! Hay que dirigir la nave hacia donde se encuentra.
CAPITULO IX
Por radio, Changoh dirigió al piloto
Gabon hasta el punto exacto donde debía tomar contacto con el suelo.
La nave bajó lentamente
hasta posar su trípode sobre el duro suelo.
Allí el terreno, aun siendo agreste y
desnudo, cambiaba ligeramente de aspecto.
A los focos de la nave y las luces de las
boquillas de Changoh y de Belock pudieron observar una especie de cadenas
montañosas. Era la única variante de una geografía monótona.
—¿Estás seguro que es
aquí? —preguntó Belok.
—Sí... Por entre esas
montañas —Y Changoh señaló la base de la cadena de elevaciones volcánicas.
—¿Es que han visto algo? —preguntó Rand.
El piloto se encogió de
hombros.
—He oído. —aclaró
Changoh—. Y sigo oyendo. ¡Es Gora, no hay duda!
—¡Mira! Aquel punto negro —advirtió Belok,
señalando hacia un lugar determinado de la montaña.
—Es una entrada...
En efecto, era una
especie de entrada monumental a la cavidad interior de la montaña.
Los focos, al iluminar aquella parte,
mostraron la abertura.
Rand manifestó:
—Esto parece el
interior de un volcán donde se haya abierto una puerta expresamente.
—Eso mismo iba a decir yo —murmuró
Grener.
—Ustedes quédense en la
nave —advirtió Changoh—. Puede existir peligro.
—Lo afrontaremos. Si en
el futuro tenemos que trabajar juntos, debemos acostumbrarnos, desde ahora, a
correr juntos la misma suerte.
—Esperen a que puedan
disponer de las mismas armas protectoras que nosotros —replicó Belok.
—¿No podemos ir?
—inquirió Gabon.
—Bueno, pero no
todos... Usted, Gabon.
—¿Y yo? —inquirió la joven.
—¡Oh, no! Ya has oído
—protestó Gabon—. Puede ser peligroso.
—Ya sabes que no tengo
miedo —protestó la ayudante.
El la miró profundamente, y Changoh
comprendió que en su planeta también el macho y la hembra sentían a menudo el
imperativo del amor.
—Vengan —dijo.
Avanzaron hacia aquella fantástica puerta
abierta en las rocas. Era una abertura de forma irregular que se adentraba en
descenso hacia las entrañas de la montaña.
La oscuridad era completa.
—¿Has oído? —exclamó Belok.
Una voz, que también
Changoh podía oír, repetía:
—Estoy en el tercer
subterráneo junto a las aguas heladas...
Salvadme. Salvadme de estos monstruos...
Era Gora, con palabras plañideras.
Parecía estar agotada. Al borde del final de su resistencia.
—Ha dicho tercer
subterráneo. Vamos.
Tantearon el terreno y cuando Gabon
inquirió por qué no encendían su rayo a modo de antorcha, Changoh replicó:
—A menos que esos monstruos de que ha
hablado Gora estén dotados de ojos especiales, sin luz no pueden vernos... Sin
embargo en este aspecto nosotros tenemos una ventaja.
—No veo cuál —replicó Gabon.
—Ustedes, no. ¿No notas
algo, Belok?
—Sí... Aquí dentro
recupero el poder de los ojos. Veo más..., más allá.
—Esto quiere decir que hay ciertamente
una forma de vida.
—¡Y Gora ha hablado de
aguas heladas! —apostilló Belok.
Ni Ryda ni Gabon comprendían nada en
absoluto de lo que hablaban aquellos que parecían semidioses, oyendo voces a
distancia y viendo en la más absoluta oscuridad.
El suelo se hundió a
los pies de los caminantes y comprobaron que estaban en la parte alta de una escalera
que descendía hasta el fondo.
Bajaron lentamente y Changoh explicó:
—Abajo hay una
plataforma, parece un piso inferior. Tal vez sea el primer subterráneo.
Gabon aun teniendo habituados los ojos a la oscuridad, no podía ver absolutamente nada.
Llegaron sin embargo a la plataforma, y los que no podían ver notaban que la superficie del suelo era completamente lisa.
Caminaron largo rato y
Belok aclaró que estaban cruzando un corredor bastante largo.
Al llegar al final,
Changoh lanzó una exclamación.
—No se puede pasar, hay
una reja.
—¡Una reja! —exclamó
Belok.
—Sí, lo sé... Esto quiere decir que hay
gente que vive aquí... Han construido esa reja por lo menos... Me gustaría
saber de qué clase de material se han servido.
—No hay tiempo de
averiguarlo, Changoh. ¿No oyes a mi hermana?
El poderoso oído de Changoh estaba
percibiendo en aquellos momentos:
—«Este es el fin. Los monstruos me
devorarán... Este es el fin.»
Entonces, hablando con
voz tenue, Changoh dijo:
—Te salvaremos, Gora. Estamos muy cerca.
Indícanos el camino si puedes.
—¡Changoh! —exclamó ella reconociendo la
voz de quien acababa de hablarle, infundiéndole ánimos.
—Estoy con tu hermano y unos
extranjeros... Indícame el camino... Quise advertirte antes en cuanto supe que
eras tú. Pero temo que mi voz pueda ser captada por esos monstruos de que
hablas.
—No sé cuál es su poder, Changoh —replicó
ella—. Pero debes tener mucho cuidado. Son crueles... Y horribles.
—¿Qué clase de criaturas son? —inquirió
Changoh.
—Horribles.
—¿Inteligentes?
—Sí.
—¿Son como nosotros?
—No... Su forma es
distinta. Caminan verticalmente como nosotros y tienen la misma envergadura,
tal vez un poco más altos, pero la cabeza la poseen de lagarto.
—¿Lagarto?
—Sí. Sólo tienen un
ojo, y la frente achatada. Su piel es escamosa y en las extremidades poseen
tres dedos. Van completamente desnudos y su tez es de color parduzco. Tienen
una fuerza extraordinaria.
—Ahora guíanos, Gora —pidió él.
—No puedo... Sé que
estoy en el tercer subterráneo. Oí que alguien lo decía cuando nos apresaron,
no he vuelto a ver a los que iban conmigo. Éramos veinte en total...
—Bien, no hables ahora
y espera. ¿Hay alguien contigo?
—Dos vigilantes. Me
están mirando pero no comprenden lo que digo...
—¿Sabes si piensan
atacarte?
—Temo que sí... Yo
estaba con una compañera, Anka...
—La recuerdo.
—Nos habían encerrado
juntas en este aposento con una reja y un lago de agua helada.
—¿Estás segura que es
agua helada?
—Completamente, y posee
una corriente extraña. Cuando un cuerpo cae, queda rígido. A Anka la arrojaron...
Creo que nunca podré olvidarlo. Dio un terrible alarido y quedó como
petrificada. Luego la sacaron. Su cuerpo había quedado duro completamente y
comenzaron a golpearla para partirla en pedazos... No vi lo que hacían con
ella, pero Kurko asegura que sirve de pasto a estas extrañas bestias.
—Pudiera ser... Ten
calma. Intentaremos llegar cuanto antes.
Belok interrumpió.
—¡Cuidado! Alguien se
acerca —previno.
Changoh observó en la
oscuridad la llegada de dos sombras azuladas.
Cuando estuvieron cerca pudo comprobar
que la descripción que Gora había dado se ajustaba perfectamente a las
características de aquellos sujetos.
Realmente su cabeza
tenía una forma extraña. Un solo ojo, la frente achatada, la piel escamosa.
El ojo concretamente era
extraordinariamente reluciente.
Por lo demás, toda la criatura era harto
repulsiva.
—Es verdad que se parece a un lagarto
—observó Belok.
—Sí. Pongámonos a un lado. Ahora veremos
cómo abren la reja.
Los dos sujetos se aproximaron, y uno de
ellos esgrimiendo un objeto cilíndrico lo introdujo en la cavidad de una roca
cuando faltaba poco para llegar a la puerta.
Al retirar la mano, la puerta enrejada se
abrió.
Apenas traspusieron el
umbral los dos repelentes seres, uno de ellos cerró la puerta con la mano sin
utilizar ninguna llave ni objeto. Las rejas, sin embargo quedaron fijas.
—No nos han visto
—susurró Belok apenas se habían alejado.
Changoh comprobó la puerta. Estaba
perfectamente cerrada.
—En algún lugar debe
existir algún resorte.
—Perderíamos demasiado
tiempo buscándolo. Hay que fundirla con el rayo —dijo Belok extrayendo su boquilla
del bolsillo.
—No. Si lo descubrieran
llamaríamos la atención Mientras sea posible no deben saber que estamos aquí
dentro.
—¿Cómo vamos a entrar?
—Se me ocurre una idea,
Gabon.
—¿Puedo serle útil? Le
advierto que sigo sin ver nada.
—Yo te guiaré, Gabon...
Pero con tu tamaño creo que podrás cruzar por entre los barrotes.
—Sí, ¿usted cree...?
—Sí. Espera. Déjame
calcular los pasos que debes dar... Tendrás que obrar a ciegas. Toma —Había
sacado una herramienta circular del bolsillo.
Gabon la cogió.
—Tiene tres piezas cilíndricas
que salen del mango oprimiendo un botón. Creo que una de las tres entrará en el
resorte que hay escondido a unos diez pasos de los tuyos, una vez estés al otro
lado de la reja.
—¿A qué altura?
—Más o menos a...
Levanta los brazos.
Gabon obedeció.
—Algo más arriba, no
mucho, tanteando la pared lo encontrarás...
—¿Está seguro que esta
herramienta me servirá?
—He visto la que
utilizó el sujeto y más o menos era de ese mismo grueso. Debe ser como una
llave.
—Manos a la obra
—repuso el piloto.
Changoh le colocó junto
a la puerta entre los barrotes.
El piloto comenzó a contorsionarse a fin
de pasar entre la abertura formada por dos de aquellas barras metálicas.
A pesar de su delgadez le costó bastante,
pero al fin pudo introducirse.
Entonces comenzó a contar hasta diez
pasos tanteando la pared.
—Sí. Es por aquí, poco
más o menos —dijo Belok.
Changoh le indicó:
—Extiende los brazos.
Gabon lo hizo y Changoh
comprobó que la abertura debía de estar algo más arriba.
—Procura buscar algún
sitio donde apoyarte. La pared es escarpada.
Antes de que Gabon
pudiera hacerlo, un grito aterrador fue captado por Changoh.
Era Gora.
—¡De prisa! Se están
acercando a mí...
—Entretenles como
puedas, Gora. Entretenles... —pidió Changoh.
Durante tiempo y tiempo
no había conocido la angustia... Únicamente la tristeza de comprobar la degeneración
de una raza. Ahora, repentinamente, Gora, la hembra por la que siempre había
sentido predilección estaba en peligro en un mundo extraño y ante unos seres
repulsivos, estrambóticos, pero según la hembra terriblemente peligrosos.
----------------
Y Gora, con las extremidades desnudas y un harapo que le cubría el
esbelto cuerpo lleno de esguinces y rasguños, estaba sentada en el suelo,
reculando hacia una pared, muy cerca de las aguas —o lo que fueran— turbias y
gélidas del lago.
Los dos guardianes que
hasta entonces se habían limitado a observarla, avanzaban hacia ella.
Tras la reja, otro de aquellos seres repelentes, había pronunciado
unas extrañas palabras, después de las cuales los guardianes, comenzaron a
avanzar hacia ella.
—¡No, no! —gritó Gora.
Los seres pronunciaron
unas palabras que parecían ser cariñosas, pero ella recordaba que también
habían dicho algo semejante cuando su compañera de cautiverio había sido
arrojada al lago.
Pensaba con horror en
aquella escena. En el alarido que soltó cuando su cuerpo chocó contra el
líquido.
—¡No! —volvió a gritar
Gora, y se puso en pie sacando sus últimas energías.
Su actitud había pasado
a ser ofensiva.
Miraba a sus enemigos y
esgrimía sus puños.
—No os acerquéis... No lo intentéis —gritó con todas sus fuerzas.
CAPITULO X
—¡Aquí está! Ya lo encontré —dijo Gabon
con expresión triunfante.
Había dado con la cavidad, y ahora
tanteando, intentaba colocar la varilla cilíndrica en el agujero.
Tuvo que probar con dos
de las herramientas y al final, una vez la que ajustaba hubo encajado perfectamente,
comenzó a moverla.
—Prueba de apretar —sugirió Changoh.
Lo hizo el piloto e inmediatamente la
puerta se abrió.
Pasaron los tres hacia
el otro lado del corredor y cerraron de nuevo.
A Ryda la conducían de la mano hasta que
estuvo con Gabon.
—Sigamos el camino. Id detrás nuestro, el
corredor es estrecho y completamente recto.
Se detuvieron después de haber andado
unos cuantos pasos, hasta otra cavidad lateral de la que arrancaba otra
escalera.
Bajaron hasta hallarse en otra galería
subterránea de paredes carcomidas y suelo completamente liso.
La humedad era mayor. Lo comprobó Changoh
al quitarse uno de los guantes aislantes.
—La temperatura es soportable. Veamos la
atmósfera. —Y al decirlo se desajustó la escafandra, comprobando que era
totalmente posible respirar, si bien el aire u oxígeno resultaba algo distinto.
—Hay vida. No hay duda.
Habría que acondicionarla. La disposición de la plataforma era distinta que la
de la planta superior, y de ella arrancaban varios pasadizos.
—Ahora el dilema está
en saber por dónde echamos.
Pensó un momento y
cuando Belok se mostraba partidario de separarse, Changoh eligió uno de los
caminos.
—Este. Vamos...
----------------
—¡No os acerquéis! —había gritado Gora, y
momentáneamente sus dos guardianes la obedecieron, pero fue sólo por poco
tiempo, porque en seguida reemprendieron sus pasos silenciosos, para volver
hacia ella.
—¡No! No permitiré que
me arrojéis al agua —exclamó Gora.
Los guardianes la
tenían casi al alcance de sus respectivas manos.
Gora retrocedía hasta
chocar con la espalda contra la pared.
La única iluminación de
aquella cueva era una luz rojiza que surgía de alguna parte, por entre los agujeros
e irregularidades de la bóveda que constituía el techo.
Miró hacia lo alto como
si acabara de escuchar las pisadas de alguien conocido, y en seguida,
intentando ganar tiempo, se echó hacia delante a ras de suelo, pasando por
entre los dos seres.
Al caer se lastimó las rodillas, pero se
incorporó rápidamente cuando las extrañas bestias se revolvieron para
perseguirla de nuevo.
----------------
En el corredor habían llegado a una nueva
escalera después de atravesar otra puerta enrejada, pero que estaba abierta.
—Creo que nos acercamos al tercer sótano
—dijo Changoh.
Durante los últimos momentos su fina
percepción acústica le había permitido escuchar unos jadeos, seguidos de ayes
lastimeros y por esto añadió:
—Amigos, soy Changoh...
Hacedme saber dónde estáis... Sé que os encontráis prisioneros... Intentar reunir
fuerzas. Os sacaré de aquí.
De nuevo la respuesta fue una serie de
murmullos, hasta que una voz algo más potente que las otras advirtió:
—Changoh. Soy Rustik. Ayúdame a salir. Me
hallo en el tercer subterráneo.
—No te preocupes...
Comunícate con los demás si es posible. Pronto estaré aquí.
—Gracias, Changoh —replicó la voz
angustiada.
Y de nuevo Changoh pudo
oír a Gora que parecía jadeante como si peleara con alguien.
Descendieron hasta el final encontrándose
en el tercero de los pisos subterráneos.
Al fondo y ya con aquella débil luz
rojiza que iluminaba muy débilmente la galería, pudo ver a un tercero de
seres-lagartos[2] , que parecían estar hablando animadamente.
Emitían gruñidos y sus
palabras resultaban totalmente incomprensibles para los cuatro que avanzaban
en busca de Gora.
—Alto. Quietos —previno
Changoh.
Avanzó él solo haciendo
una seña a su amigo y compañero de raza para que aguardara.
----------------
Entretanto Gora había sido apresada por
sus dos guardianes.
Sentía que su piel
quedaba pegada a las escamas de los dos hombres-lagarto, que actuaban a modo de
ventosas.
Le costaba un gran
trabajo librarse de la presión que sentía sobre su carne, pero seguía luchando.
Aquellos seres, no
obstante, estaban poseídos de una fuerza extraordinaria y los tres dedos de
cada una de sus dos extremidades intermedios, le desgarraban la piel como si
fueran garfios.
Gora se debatía entre
los dos monstruos que la arrastraban en dirección al borde del lago.
Acumulando fuerzas,
había dejado de gritar para no perder la menor energía.
De un tirón tremendo consiguió desasirse
de uno de ellos, y aprovechó la ligera ventaja para soltar una patada contra
la pierna del otro.
La réplica tajante fue un manotazo que la
empujó contra la pared.
Gora sintió el golpe de aquellos tres
dedos... o lo que fueran marcados en la cara, con la desagradable sensación de
algo húmedo y viscoso.
----------------
Y Changoh había avanzado hasta la misma
espalda de aquellos tres sujetos, que continuaban hablando animadamente.
Hizo una seña a los otros para que
avanzaran hacia aquella dirección.
Belok tomó la delantera y pegándose a la
parte desigual del subterráneo, siguió el camino de su compañero, precediendo
a Ryda y al piloto.
La proximidad de la voz
de Gora orientaba a Changoh, que desde su posición y al otro lado de donde se
encontraban los tres seres-lagarto, vio perfectamente un corredor al final del
cual había otra puerta de rejas.
¡De allí provenían los
gritos!
Pero había que pasar por delante de
aquellos hombres, y Changoh presentía que era necesario hacerlo pronto si
quería salvar a Gora.
Entonces todo sucedió con extremada
rapidez.
Uno de los tres se había vuelto y vio a
los que avanzaban.
Inmediatamente dio la alarma.
—¡Nos han descubierto! —gritó Gabon.
Belok, sacó del
bolsillo su boquilla y pidió instrucciones a Changoh con la mirada.
Changoh le dio la
señal.
Ante todo había que librarse de aquellos
tres sujetos que seguían gritando, mientras de una cavidad de la pared sacaban
unos gruesos cañones.
Changoh utilizó su
boquilla contra las bestias, y el primer rayo mortal alcanzó a una de ellas que
en medio de un terrible alarido comenzó a arder como si su cuerpo fuera constituido
por magnesio u otra materia inflamable.
Belok hizo lo propio alcanzando a otro de
los tres sujetos, el tercero sin embargo, tuvo tiempo de utilizar su cañón[3], del que surgieron unas bolas de fuego
que al chocar contra la pared abrían profundas cavidades.
—¡Cuidado! —advirtió Belok.
Por el fondo de la
galería, un auténtico ejército de aquellos seres apareció disparando sus armas.
—¡Cúbreme, Belok! —gritó Changoh,
mientras cruzaba la galería en dirección al corredor.
Otro de los seres
surgió de un rincón y se plantó a escasa distancia de Changoh. Iba a utilizar
su cañón a quemarropa.
Changoh tuvo tiempo de saltar a un lado y
enfocarle la boquilla, al mismo tiempo que accionaba el resorte.
El rayo de la muerte
quemó la cabeza del ser, que ardió como una vela para consumirse lentamente.
Changoh prosiguió su
camino, cuando detrás suyo Belok, parapetado en un saliente de la pared, abría
fuego contra el ejército.
—Vosotros no salgáis
para nada —advirtió a Gabon y a la muchacha.
Gabon lamentó no
disponer de armas para enfrentarse a aquellos monstruos escamosos.
Sus disparos de fuego
rozaban la pared tras la cual estaba Belok.
El rayo, por su parte,
cuando alcanzaba a algún enemigo mostraba todo su poder aniquilador.
Changoh había llegado a
la reja. Al otro lado, Gora se debatía muy cerca del borde del lago entre sus
dos guardianes.
Hasta allí llegaban los
extraños gruñidos de los seres-lagarto, y ello hizo que los dos que intentaban
arrojar a Gora al agua se volvieran.
A través de las rejas
vieron a Changoh que ya encañonaba las rejas con su boquilla.
El rayo fundió inmediatamente las rejas,
que se desprendieron para volatilizarse una vez caídas en el suelo, y
candentes al ser alcanzadas por el arma destructora.
Los guardianes no tenían armas, y al verse
ante el que para ellos era un intruso se abalanzaron agresivamente.
Changoh guardó su
boquilla y apartó de un empellón al primero que trataba de agredirle.
La fuerte piel del
sujeto aguantó bien el golpe, y a su vez soltó su extremidad hacia adelante, y
Changoh pudo esquivar aquel golpe contundente y demoledor.
Hizo un quiebro con el
cuerpo para evitar que el otro sujeto le golpeara la cabeza, y a su vez
arremetió lanzándose hacia delante.
Cogió a uno por la
mitad del cuerpo y consiguió derribarle.
Rápidamente y antes de
hacer frente al otro le golpeó hasta tres veces en el duro rostro.
Su enemigo emitió un
gruñido y su sistema respiratorio se volvió jadeante.
Se revolvió para evitar
que las garras del segundo enemigo le alcanzaran el cuello.
Con uno de sus acrobáticos y
estrambóticos saltos, Changoh se situó detrás de su enemigo y se lanzó con los
pies por delante.
El ser-lagarto salió empujado hacia
delante y su cabeza achatada chocó contra la pared.
Casi al mismo instante sonó una terrible
explosión.
Había sido en aquella
misma estancia, y la explosión la produjo la dura cabeza del lagarto.
Quedó en el suelo decapitado con el resto
del cuerpo, prácticamente deshecho.
—Hombres de materia confundible...
Disparan bombas de fuego y su cabeza estalla —murmuró Changoh, que parecía
impresionado por primera vez en mucho tiempo.
—¡Cuidado! —advirtió ella al ver que el
segundo de los guardianes atacaba con los dos brazos furiosos, golpeando al
aire.
Cada uno de aquellos golpes era terrible,
pero pegaba en el vacío porque Changoh retrocedía hasta el umbral.
Sin traspasarlo hizo un amago y pudo
conseguir un brazo de su enemigo.
Lo asió con fuerza y tiró de él hasta
hacerlo chocar contra la pared del corredor.
El lagarto, sin
equilibrio, chocó también con la cabeza y corrió la misma suerte que su
compañero.
La explosión abrió un boquete y la cabeza
del ser estalló, quedando su cuerpo medio destrozado en mitad del pasillo y
delante de la ya inexistente puerta.
—¡Asombroso! —murmuró,
pero en seguida corrió junto a Gora que a su vez acudía también a su encuentro.
Se fundieron en un abrazo cuando todavía
resonaba en sus oídos el fragor de la batalla que se estaba librando en la
otra galería.
—Tengo que ir a ayudar
a tu hermano... Está entreteniendo a los otros.
Pero la voz de Belok
llegó hasta ellos:
—¡Cuidado! Van tres por
el corredor.
—Atrás, Gora —pidió él
soltándola.
Corrió hacia la puerta
y observó a los que venían armados con aquellos característicos cañones.
Se pegó a la pared y
vio cómo los nuevos enemigos comenzaban ya a disparar para abrirse paso y
librarse de cualquier obstáculo.
Changoh apuntó con la
boquilla y soltó el rayo.
Continuamente, sin
dejar que el fino chorro se extinguiera roció a sus tres enemigos.
La materia inflamable
de los tres contribuyó a acelerar su propia destrucción.
Gora salió cuando
Changoh corría corredor adelante.
Al llegar al extremo
apuntó en la misma dirección que su amigo, y el rayo volvió a causar la muerte
y la destrucción.
Pronto se hizo el más
absoluto silencio. Aquellos gruñidos de los lagartos cesaron, y el subterráneo
hubiera parecido un lugar solitario y vacío de no ser por los extranjeros que
lo ocupaban, aparte de Changoh, Belok y su hermana.
—Esto se ha terminado
—musitó tímidamente Belok.
—Ahora tenemos que libertar a los demás.
Vamos todos, hay que buscar dónde están las celdas...
----------------
Poco después, otras diecinueve personas,
todos varones, estaban reunidos en la galería que se había invadido del
fétido olor de piel quemada. Una piel repugnante que desprendía un hedor
terrible.
Changoh buscó con la
mirada a Rustik.
Rustik era un ser de
aspecto viejo y cansado.
—Profesor Rustik
—saludó Changoh con un cierto tono de veneración hacia la persona.
—¡Oh! Tú eres
Changoh... Gracias por haberme librado, Changoh. No te arredras ante nada.
—Profesor, usted tiene
que decirme qué clase de seres eran esa gente a la que hemos aniquilado.
—Deformaciones de una civilización
primitiva. Eran los últimos descendientes. Se alimentaban con la carne que
podían coger. Nosotros para ellos éramos únicamente un suculento bocadillo.
—¡Cuidado! Oigo pasos
—advirtió Belok.
Todos pusieron atención, aunque los más
se encontraban visiblemente agotados.
Sin embargo, los pasos tímidos y apenas
perceptibles avanzaban por algún lugar de la galería.
—Pueden quedar más
—dijo Belok.
Gabon y Ryda permanecían en un rincón,
observando y escuchando a aquellos seres superdotados que con sus armas habían
terminado con los restos de una generación abyecta.
—¿Disponen de armas?
—preguntó Changoh a Rustik.
—No. Cuando huimos de la zona habitable
éramos considerados como seres pacifistas. No aptos para ninguna clase de
lucha y nos confiscaron las boquillas. Hemos vivido un auténtico calvario.
Sólo conservamos nuestras escafandras y no todos.
—Yo no tengo —dijo
Gora, cerca de Changoh.
—Bueno... Ahora
pongámonos a cubierto, los pasos se acercan —replicó él.
Los varones arrastrando los pies y con
los rostros reflejando las amarguras vividas obedecieron.
Eran seres que parecían
haber perdido la alegría de vivir,
—¿Cuántos han muerto?
—susurró Changoh al oído del profesor Rustik.
—Los primeros en caer en esa gruta.
—¿Quiénes eran?
—El grupo de cabeza. Había unos treinta.
Agotados, entraron para descansar y guarecerse de las inclemencias
exteriores... Todos buscábamos algo, teníamos la esperanza de hallar algún
lugar donde empezar una nueva vida y la cueva podía serlo.
—Es lo que opina el profesor, y ahora
creo que puede ser factible.
—¿Qué profesor? —inquirió
Rustik.
—Un extranjero.
Pertenecen a una raza enana, pero son buenas gentes. Luego os los presentaré.
Siga, Rustik.
El viejo continuó:
—Cuando llegamos y fuimos hechos
prisioneros, quedaban sólo unos cuantos de los que habían apresado. Mi
compañero de cautiverio me advirtió a qué éramos destinados... A él le mataron.
—¿También lo metieron
en el lago?
—Sí.
—¿De qué se compone ese
lago?
Pero antes de que
Rustik pudiera informar, Belok hizo una seña.
Los pasos estaban allí.
Mientras existiera uno solo de aquellos seres-lagarto, no podrían considerarse a salvo.
CAPITULO XI
Cuando aparecieron los dos nuevos seres,
Belok sonrió.
También Changoh se
había dado cuenta de que los nuevos visitantes no eran personas a las que había
que temer, porque se trataba del profesor Rand y el co-piloto de la nave
extranjera.
Tras las
presentaciones, Changoh propuso un registro a fondo de toda la inmensa cueva.
Primero proporcionó
sustancias vitamínicas a los varones para que se repusieran.
Una vez ingeridos los
alimentos comprimidos, fueron reponiéndose.
Más tarde, convenientemente distribuidos,
recorrieron cada uno de los pasadizos y galerías del subterráneo.
Había estancias
comunitarias donde indudablemente pernoctaban y comían los antiguos moradores
de la cavidad.
Cuando todos se reunieron en la tercera
galería, que era donde la atmósfera era más agradable, todos coincidieron en
que no quedaba uno solo de aquellos seres con vida.
—Eran los últimos moradores... Alguna vez
en mis tiempos de investigador, leí algunos datos sobre la raza primitiva. Era
de general creencia que se había extinguido totalmente —explicó Rustik.
Avanzó hasta el lago de una de las
celdas, acompañado de Changoh.
—Hemos terminado con un mundo de horror.
Aquí podemos empezar a edificar nuestra vida futura una vez hayamos descubierto
las propiedades que se pueden extraer —murmuró Changoh—. El agua por ejemplo.
—No es agua... No he podido analizarla,
pero en mi permanencia encerrado he estado pensando... Si huele, notará algo
característico.
—¿Qué cree que puede
ser?
—Una especie de líquido oxigenado. Genera
la atmósfera que respiramos, pero tiene una desagradable particularidad.
—¿Está helada?
—Esta no sería dificultad difícil de
vencer —replicó Rustik.
—¿Venenosa?
—Posee una dosis inexplicable de
corriente galvánica. Es la riqueza natural del subsuelo. Toda la fuerza de
atracción de la cara opuesta que permite que Stentilvaan gire alrededor del
astro guía, posee en cambio por este lado una corriente inversa, tan poderosa
que es la causa de que el planeta no pueda tener movimiento de rotación.
—Comprendo.
—Si se pudiera
neutralizar esa corriente y canalizarla, el líquido al quedar libre podría
convertirse en potable y se podría utilizar la corriente estática en fuente de
energía.
—Se me ocurre que si
los seres primitivos no lo consiguieron, no sería por no intentarlo... Tal vez
pasaron las generaciones queriendo lograrlo.
—No lo creo. Pudiera
ser, pero es más lógico imaginar que hubo un tiempo en que lo que propongo era
la base de la vida subterránea.
—¿Qué pudo haber
ocurrido?
—Algún fallo en el
sistema... Al cabo de millones de períodos la raza comenzó a evolucionar. ¿No
observó la materia de qué estaban construidos esos seres?
—Sí.
—Todos ellos poseían en
su interior unas fuentes generadoras de electricidad que quedaban aisladas por
su piel escamosa. Sus cabezas eran auténticas centrales de corriente y por ella
fluían sus pensamientos, pero cualquier choque podía resultarles fatal...
—Y se alimentaban con
carne de seres vivos a los que para ser comestibles, les bañaban en corriente
galvánica.
—Exacto. Lo necesitaban
para no detener su fuente energética.
—Muy curioso.
Estos seres estaban destinados a
desaparecer, Changoh. En estos confines no es fácil encontrar carne fresca, y
es esto lo que me hace pensar que los que quedaban aquí eran las últimas
deformaciones de una raza que se extinguía por falta de subsistencia... Sus
antepasados debían tener otros medios de vida, de lo contrario la raza no
hubiese prosperado.
Ambos se quedaron
mirando las quietas y aparentemente sucias aguas.
—Ya tenemos por dónde
empezar, Rustik. Ahora sí que podemos empezar a crear algo nuestro.
—Cuenta conmigo,
Changoh.
Al volverse hacia la
puerta, vio que el profesor Rand se había colado y les observaba sonriente.
—Bueno... Nuestro amigo Rand, también es
profesor. Quizá pueda echarnos una mano.
—Bueno —carraspeó
modestamente—. Mis conocimientos no están a la altura de los vuestros. Procedo
de un planeta subdesarrollado, pero en cuestiones eléctricas, en mi mundo soy
considerado un genio... Sé algo de la transformación de corrientes.
—Esto es una buena
noticia —replicó Rustik.
—No se burlen de mis
pobres conocimientos.
—Querido colega...
—Si me llama colega me
siento humillado... Me veo tan pequeño...
—La inteligencia no se
mide por la envergadura de los seres, profesor Rand. La altura es un accidente
de la raza. Lo que cuentan son los conocimientos, la capacidad de trabajo.
—En eso sí tendrá un
colaborador... Cuando me pongo a trabajar el tiempo no cuenta.
—Pues tendrá ocasión de
hacerlo... Empiece ya ahora, colega. Observe el líquido. No lo toque.
—Tengo algunos aparatos en mi equipo,
amigos... Creo que van a serme de utilidad —sonrió Rand.
Se sentía importante
porque iba a colaborar con aquella pléyade de superdotados y podía serles útil.
—¡Rand! —adujo
Changoh—. En esta cara del planeta todos somos extranjeros y desconocemos las
características.
—Espero poderles
informar pronto —replicó el enano muy erguido.
Y desapareció seguidamente.
Más tarde cuando todos
supieron que definitivamente iban a ser habilitadas las grutas para construir
un nuevo habitáculo, alguien murmuró:
—Ahora será necesario
ir a rescatar a las hembras. De lo contrario no sería posible fundar una
metrópoli. No tendría objeto porque tampoco tendría futuro.
—Rescataremos a las
hembras y a todo aquel que pueda y quiera seguirnos. Pero antes es necesario
saber qué posibilidades tenemos.
Por primera vez en
muchísimo tiempo, seres de Stentilvaan mostraban en sus rostros la alegría de
vivir, de hacer algo útil, de tener un problema en qué pensar.
Las caras sonrientes
expresaban el nacimiento de una nueva era.
Sin embargo...
----------------
Sin embargo, en la metrópoli, el desarrollo
de los acontecimientos vaticinaba serios contratiempos para los planificadores
del nuevo habitáculo.
El inspector, después
de hacer algunas comprobaciones, pulsó un botón del tablero y aguardó.
La contestación no se
hizo esperar.
La voz del gran
inspector inquirió:
—¿Hay algo nuevo?
—Sí, por fin, gran inspector. Se ha dado
con el arma. Es totalmente distinta a las conocidas hasta ahora.
—¿Y los que tienen que
utilizarla?
—Están a punto, gran
inspector. Seis bravos soldados recién salidos de máquinas. Poseen cualidades
que en nada pueden igualar los demás... Van provistos de nuevos equipos
especiales y es probable que puedan ver a través de las tinieblas.
—Que se pongan en
marcha ahora mismo, número uno. Y no quiero nuevos fracasos.
—No los habrá.
—Respondes con tu vida, número uno. Si
fallas esta vez irás directamente a la cámara de aniquilamiento. Tal vez tengas
los miembros atrofiados y necesiten una reparación.
—No, gran inspector. Me hallo
perfectamente.
—Te lo diré una vez haya concluido la
misión. Recuerda que quiero a Changoh. Sé que es capaz de trabajar en perjuicio
nuestro. Changoh es nuestra mayor inteligencia y antes de que sea para otros,
quiero verle destruido.
—Lo será... O mejor aún. Una vez
destruido sus miembros podrán sernos muy útiles para la construcción de nuevos
cerebros.
—Eso espero, número
uno.
—¿Algo más?
—No —cortó el gran
inspector.
El número uno sonrió,
mientras hablando consigo mismo y mirando hacia el complejo pupitre de uno de
los cerebros de la central, murmuró:
—El descubrimiento se
ha hecho sin ti, Changoh... No eres tan imprescindible como cree el jefe, pero
te cazaré de todos modos. Te aniquilaré... De nada servirá tu sabiduría ni tu
inteligencia... ¡Nunca habías podido soñar con un arma como la que te va a
destruir!
Sonrió siniestramente y
apretando otro botón manifestó:
—Listos para una
prueba.
—Listos —respondió la voz de uno de los memorizadores.
----------------
Los seis robots construidos como los
anteriores a imagen y semejanza de los seres vivos, estaban alineados en una de
las salas de prueba de la gran fábrica.
El cerebro, en una de
sus pantallas, manifestó:
—Todo dispuesto, número uno.
—¡Atención! —exclamó el
número uno.
Los robots, como
componentes de un ejército, desfilaron hasta colocarse en batería delante del
inspector, hacia el que levantaron sus respectivos brazos derechos en señal de
sumisión.
—Objetivo número uno de prueba —dijo el
inspector.
Se volvieron como si ya supieran de
antemano lo que tenían que hacer.
En una de las pantallas memorizadoras del
cerebro próximo a donde estaba el profesor, surgió una explicación:
—Escudo de triple resistencia del
utilizado por Changoh.
Y dos robots aparecieron al fondo
portando una lámina transparente, sólo visible a los ojos privilegiados del
número uno y de los otros robots.
—Prueba primera con rayo corriente —dijo
la voz del cerebro, y en el memorizador correspondiente apareció una fórmula.
Los seis nuevos robots apuntaron con sus
manos hacia la pantalla invisible.
Soltaron cada uno su correspondiente rayo
que al chocar contra la materia transparente pero de extraordinaria dureza,
produjeron un sonido metálico, debilitándose.
El material demostraba cuanto menos ser
invulnerable.
—¡Prueba número dos! —exclamó la voz del
cerebro.
En la pantalla correspondiente surgieron
otros signos.
—Demostración de la potencia del nuevo
rayo —siguió la voz del cerebro.
Los robots dispuestos nuevamente a la
prueba, apuntaron sus manos hacia la pantalla.
—Empiecen —ordenó el
número uno.
Un rayo de color
azulado y de un brillo extraordinario surgió de las manos de los seis soldados.
La coraza sostenida por
los dos robots que la habían llevado hasta el momento, se tornó de color
rojizo para terminar evaporizándose.
Los robots que la sostenían se volvieron
del mismo tono para volatilizarse.
No quedó absolutamente nada ni de robots
ni de pantalla.
—¡Es magnífico!
—exclamó el número uno con voz inexpresiva, pero mostrando en su semblante un
brillo maligno. Un brillo de triunfo.
—¡En marcha! —ordenó al pequeño
ejército—. A la pantalla de proyección. Y quiero estar informado en todo
momento de lo que ocurre.
Los robots, como seres
vivientes se dirigieron hacia la pantalla para ser proyectados hacia su
destino.
El número uno estaba convencido de que el fin de Changoh era sólo cuestión de tiempo.
CAPITULO XII
—Profesor Rand. Profesor Rand.
El piloto Gabon entró
como una flecha en el improvisado laboratorio donde Rand hacía sus cálculos y
experimentaba sobre la tarea que le había sido encomendada.
_¿Qué hay, Gabon? ¿Es
algo importante? Tengo mucho trabajo... Creí que esto sería más fácil.
Algo más apartada, Ryda efectuaba unas
ecuaciones tratando de encontrar otro dato importante.
—Profesor... Al fin he localizado nuestro
planeta —dijo Gabon triunfante.
—¿Has localizado
nuestro mundo, Gabon?
—Eso he dicho, profesor,
y ahora parece imposible que hayamos podido llegar hasta aquí... Estamos en una
galaxia que ni siquiera conocíamos, pero con el nuevo combustible de que
disponemos, podemos llegar en un abrir y cerrar de ojos.
—Bueno... Si quieres ir, hazlo. Ahora no
te necesitamos.
—Sólo quisiera hacerlo
para probar el combustible en un largo viaje y saludar a los amigos.
Explicarles toda esa aventura.
—Bueno... Puedes ir y volver si te
apetece. E informar de que pienso quedarme una larga temporada a colaborar con
esta gente.
—Profesor... He estado
pensando en esto y de verdad, lo encuentro magnífico, pero...
Rand alzó la mirada.
—¿Qué ocurre, Gabon? ¿Tienes algún
problema?
—No es eso, profesor... Pienso que
nuestra vida no está en Stentilvaan.
—No te comprendo...
—Son gente de otra raza. A su lado no
somos más que enanos. No podemos convivir con ellos.
—¿Se puede vivir en
Olderland? Estamos intentando descubrir nuevos mundos para dejar un planeta abocado
a una guerra continua... Los dirigentes deberían ver esto... Allí se matan los
unos a los otros en disputa del poder, y ya ves que aquí no somos más que...
enanos.
—No me avergüenzo de ser un enano
comparado con los seres de Stentilvaan. En mi país tengo una misión específica,
soy considerado cómo un buen piloto.
—Gabon, comprendo tu punto de vista. Te
humilla ser pequeño aunque no quieras reconocerlo. Piensas que aquí no eres
importante... Yo en cambio ignoro esa importancia relativa. Imagino que voy a
ser útil y que cuando vea el nacimiento de una nueva ciudad, podré regresar con
más conocimientos aprendidos en pocos períodos que en toda mi vida de estudios
en Olderland.
Ante el silencio de
Rand añadió:
—Entonces podré ofrecer mis conocimientos
para el bienestar de nuestros planetas y si son tan necios que no quieren
escucharme, regresaré y seguiré aprendiendo y haré viajes para descubrir mundos
nuevos y ofrecerles a los hombres de ciencia lo que yo sé,
porque lo hermoso del saber es propagarlo, ayudando a que los demás se
beneficien.
—Usted siempre ha
tenido ideas altruistas, profesor Rand y no crea que tengo nada que objetar,
pero sigo pensando que éste no es mi sitio. —Y volviéndose hacia Ryda, añadió:
—¿Me acompañarás?
—Ahora no puedo dejar a Rand, Gabon.
El profesor miró a su ayudante.
—Su misión termina en
el momento en que pudiendo regresar, yo prefiero quedarme.
—Lo sé, profesor, pero
aun así prefiero seguir ayudándole. Siquiera por un breve espacio de tiempo.
—¡Ryda! ¿Tú tampoco te sientes humillada?
—exclamó Gabon.
—¿Por qué? Aprendo.
—¿Sabes qué dijo Rustik? —adujo Rand—.
Que la inteligencia no se mide en centímetros.
—¡Lisonjas! —exclamó el
piloto—. En el fondo se saben superiores a nosotros.
—Gabon... Espero que la velocidad del
nuevo combustible no te haya cegado hasta el punto de haberte vuelto
desagradecido... A estas horas puede que estuviéramos muertos de no haber sido
por Changoh.
—No soy un
desagradecido —replicó secamente.
Acercándose a Ryda
añadió:
—¿Te quedas?
—Sí, Gabon. Una
temporada.
—Está bien. Yo me voy.
Grener sí vendrá conmigo.
—¿Volverás? —inquirió
ella—. Ahora no es difícil.
—Me gustaría volver,
pero sólo para verte a ti... Bueno, y saludar al profesor, pero no para
quedarme.
—Vuelve —susurró ella—.
Vuelve, Gabon. Yo te esperaré.
El piloto se alejó después de despedirse.
En la superficie y
mientras Changoh estaba tomando unas medidas ayudado de Gora que apuntaba los
datos que él le facilitaba, Gabon se acercó acompañado de Grener.
Se despidió de Changoh.
—¿De veras crees que
tendré suficiente combustible?
—Para dar la vuelta a
tu Galaxia y volver. No te preocupes.
—Entonces quizá
volvamos a vernos... Adiós y que todo vaya bien.
Gabon y Grener se
dirigieron a la nave, y Changoh agitó el brazo en son de despedida.
Belok se acercó.
—Sigue siendo su juguete... Aunque me ha
parecido que algo le ocurría.
Changoh se encogió de hombros y siguió
con su trabajo.
Poner en condiciones las grutas no era
trabajo para dormirse. Allí nadie perdía el tiempo.
----------------
Los robots habían sido transportados
hasta el monolito, última pantalla reproductora de la metrópoli.
Después, provistos de un mecanismo que
les imprimía excelente velocidad, se adentraron por entre las tinieblas.
Eran seis seres metálicos dotados de
inteligencia y armas para aniquilar a todo un planeta.
Ajeno al peligro, o sin querer pensar en
él, Changoh seguía trabajando en la parte exterior de la gruta.
En otro departamento,
el profesor Rustik conseguía el primer resultado de un análisis.
—Tierra rica en sales minerales. Se
encuentran diversas clases de tipos. Me llevará algún tiempo clasificarlos,
pero algunos son de tipo corriente, por lo tanto todo da a entender de que la
vida en esta cara de Stentilvaan, puede darse por segura.
Su colega enano aportó
también otros datos, manifestando que la desviación y separación de la
corriente galvánica del agua, tampoco tardaría en producirse.
Todo sonreía, pues
aquel puñado de seres que trabajaban con ahínco, pensando que cuando hubiesen
terminado podrían disfrutar de la compañía de una hembra de la especie y
planear todo lo referente a un nuevo hogar.
Verdaderamente aquello
era el resurgir de todos, porque nadie soñaba con una vida mejor, simplemente
en una vida nueva.
Pero en lo que nadie pensaba
era en la llegada de los robots, que continuaban por los remotos senderos.
----------------
En la sala de control de la central, el
locutor, (otro robot o mutación), anunciaba la marcha y subsiguiente paso por
la ciudad de la nave, explicando que control tenía todos los datos referentes a
la nave, cuya procedencia o destino se ignoraba.
El inspector no hizo el
menor caso al comentario y toda su atención estaba fija en las pantallas
memorizadoras de datos e informativas de todos los acontecimientos más
importantes que se producían en el interior de la metrópoli y fuera de ella.
La visión de los robots
ahora ya no llegaba. Desde la zona oscura era imposible captar onda alguna. Y
tampoco ningún rayo iluminaba la pantalla.
El inspector murmuraba
palabras ininteligibles pulsando una y otra vez los botones.
La voz del control del
cerebro, delante de cuyo pupitre se hallaba sentado, murmuró:
—Domina esos nervios,
inspector. Por ahora todo se desarrolla bien.
—¿Si lo ves por qué no
lo reflejas?
—Lo veo con mis ojos, pero me es
imposible dar luz... Aquello está todo en tinieblas, pero gracias a la capa
fosforescente observo a los soldados en un tono azulado.
—¡Son ellos! ¿Dónde están?
—Cruzan cerca de unos
cráteres. No hay ni rastro de Changoh por aquí, pero parece que van derechos
hacia algún punto determinado. Es posible que «ellos» sí le hayan detectado.
—Bien... Si ves algo
más no vaciles en informarme. Me juego mucho en todo esto.
—¿Por culpa del gran
inspector? —inquirió el cerebro.
—Bueno. Me hace personalmente responsable
de la captura de Changoh.
—No te preocupes. Podrás entregarlo
personalmente cuando los robots te lo traigan.
A continuación el cerebro informante
marcó unos signos que sin pasar por la pantalla privada, fueron lanzados a
través de las ondas hasta el pupitre donde se hallaba sentado el gran
inspector.
La nota a distancia
decía:
—No te fíes demasiado del número uno.
Está de uñas contigo. Te insulta a cada momento.
Terminó la conexión y el gran jefe cortó,
para pedir la intervención de dos de sus robots.
—Si fracasa, encargaos vosotros del
número uno. Tengo que hacer un buen escarmiento con aquellos que no saben
cumplir mis órdenes, y que a espaldas mías critican... En Stentilvaan no se
puede permitir la imperfección.
Los robots permanecieron silenciosos
hasta una nueva orden del gran jefe, que les mandó permanecer atentos.
El resultado de aquella expedición ya no podía hacerse esperar, aunque cualquiera hubiese podido apostar en favor de la victoria de los automáticos. No era posible enfrentarse con la fuerza protectora de que eran portadores.
CAPITULO XIII
Los períodos se sucedían y Changoh y los
demás, se afanaban en el trabajo.
En el interior se
habían acondicionado los departamentos, construyendo verdaderas moradas.
Los rayos destructores
eran empleados como herramientas para producir conductos que posteriormente
transmitirían el oxígeno. Se alisaban las paredes para revestirlas en cuanto
fuera posible convertir el mineral en planchas, pero para ello era necesaria la
consecución de la fuerza suficiente para mantener en funcionamiento una
fábrica, y en lo de la corriente seguía trabajando el profesor Rand.
Ryda se tomó un
descanso y al cruzarse con Changoh, en una de las galerías le preguntó:
—¿Cree que Gabon ha
llegado ya?
—Ya lo creo. El
combustible de rayos sin ser tan veloz como la pantalla protectora, es el más
rápido de los que se conocen. Poniendo las velocidades a tope se cruzan las
distintas galaxias diez mil veces más de prisa que el más fugaz de los
meteoros.
Y mientras Ryda estaba hablando de aquello,
en el planeta Olderland, Gabon tenía los primeros problemas luego de dar el
informe de lo ocurrido.
El jefe de su
demarcación, que aspiraba además al puesto de mando supremo de aquel sector del
planeta, tras escuchar a Gabon, replicó:
—Necesitamos poseer esa
misma clase de armas. Y las corazas protectoras y cuantos otros inventos puedan
sernos útiles.
—En mi opinión —replicó Gabon—, es mejor
esperar algún tiempo. Están construyendo una nueva ciudad, imbuidos con la idea
de que la antigua es demasiado perfecta... Dejémosles que trabajen, señor.
El jefe descargó un puñetazo sobre la
mesa.
—No eres tú quien debe decidir en una
cuestión de esta importancia. ¡Quiero fórmulas!
—Bien, señor. Puedo
regresar.
—Hazlo cuanto antes, porque si no vas tú
mandaré a otros.
—Me permito decirle, jefe, que a pesar de
nuestra breve estatura relacionada con la de los stentilvaanos, les debemos su
ayuda. Si ellos ahora se negaran a darle lo que desea, aparte de que sería
inútil emplear la fuerza contra quien es más poderoso, demostraríamos ser unos
desagradecidos.
—Tú, Gabon, limítate a cumplir órdenes.
Realizarás el viaje con otros cuatro expertos.
—¿Y Grener?
—Para esta misión, Grener no es el
co-piloto ideal.
Y Gabon comprendió que su inmediato viaje
de regreso ya no sería de exploración, ni mucho menos una visita de buena
voluntad. Volvería con una misión concreta. Conseguir todo lo que pudiera
interesar a los jerifaltes de Olderland.
Cierto que Gabon
prefería estar entre los suyos, cierto que le humillaba sentirse —verse—
inferior en estatura que los seres de Stentilvaan, pero ello no significaba
que quisiera perjudicarles, lo que por otra parte su propia inferioridad se lo
hubiese impedido.
El jefe del sector
dispuso personalmente a los hombres.
Cuatro buenos comandos, temerarios y
decididos fueron llamados para acompañar al piloto en su viaje de vuelta a
Stentilvaan.
----------------
Entretanto los seis robots llegaron a la
zona montañosa de la parte oscura del planeta.
El robot jefe emitió una voz y los demás
se reunieron en torno a él.
—Nos han pedido a Changoh, pero con él
están trabajando otros hombres. ¿Podéis percibir los sonidos?
—Sí, comando control
—respondieron uno a uno.
—Destruiremos a todo
ser viviente. Arrasaremos las montañas y regresaremos. Los comandos uno, dos y
tres rodearán la cima. Los comandos cuatro y cinco vendrán conmigo.
En seguida se formaron los dos grupos y
se separaron. Los tres asignados a la parte posterior tomaron la delantera. Su
paso era ligero y seguro. En breves momentos todo estaría dispuesto para la
lucha.
—Sé que están cerca pero no puedo
precisar dónde —murmuró Changoh, reunido con Belok y Gora.
—Es extraño...
—Quizá se trate de
seres de nueva construcción. Temo que esta vez mi coraza protectora ya no me
sirva.
—¿Quieres decir que ya
han encontrado nuevas armas?
—Nuevas armas, nuevos métodos y nuevos
seres. No hay nada imposible para los cerebros de Stentilvaan. Y no se pueden
neutralizar los inventos si no se conoce su proceso de creación.
Rustik llegó desde su
improvisado laboratorio.
—¿Han escuchado esto?
—murmuró.
Changoh asintió:
—Vienen por nosotros...
—¿Ha contado cuántos
son, profesor Rustik? —inquirió Changoh.
—Es algo confuso. Antes
resultaba más fácil...
—Es lo que yo dije. Son
gente de nueva planta. Ahora nos enfrentamos ante un poder desconocido.
¡Belok! Llévate a toda la gente hasta el tercer subterráneo.
—¿Piensas hacerles
frente tú solo? —preguntó Gora.
—Quiero ver primero sus
posibilidades.
—¡Alguien está taladrando
el basalto! —dijo alguien que se acercaba corriendo.
—¡La boquilla, Belok! Hay que iluminar la
cumbre —exclamó Changoh.
Los dos únicos hombres portadores de
aquellos objetos de múltiples usos apuntaron con sus boquillas hacia lo alto
de la cadena montañosa.
Los rayos, actuando de poderosas
linternas taladraron las tinieblas.
La silueta de un robot,
horadando la tierra con su chorro de rayos azules, se dibujó fugazmente.
—¡De prisa! —exclamó
Changoh—. Todos dentro. Los tenemos encima. Posiblemente se hayan dividido.
Corrieron hacia el interior de las
galerías y el trabajo quedó interrumpido a la espera de los acontecimientos.
El duro basalto crujía ante el fuego
demoledor del nuevo rayo, y las paredes de la inmensa gruta temblaron.
Junto a la entrada de la cavidad, Changoh
miró al exterior y pudo ver a los otros tres robots avanzar en dirección a la
puerta.
Absorto en sus propios pensamientos,
Changoh no advirtió la presencia del profesor enano.
—Changoh —murmuró el
recién llegado.
Changoh se volvió.
—No debe permanecer
aquí, Rand.
—Tal vez pueda
ayudarle, Changoh. Es una idea que se me ha ocurrido. He oído decir que el
poder de los atacantes es ilimitado.
—Porque no tenemos medios de combatirlo.
—Tal vez sí los
tenemos...
Y mientras Rand exponía
con breves palabras su hipótesis de posible salvación, los tres robots estaban
ya frente a la entrada.
—Gracias, profesor. Tal vez ponga en
práctica su idea, pero ahora váyase. Busque un lugar más seguro si lo hay.
Los robots lanzaron sus
rayos azulados hacia el interior.
La luz cegadora hizo volver los ojos a
Rand, mientras Changoh aguardaba pegado a la pared de la entrada.
Inmediatamente el profesor echó a correr
por la bóveda resquebrajada y temblorosa.
La acción de los que perforaban la parte
superior había llegado a su fin.
Un boquete daba acceso a los tres robots
que descendían pegados materialmente a la pared, con las púas aceradas que
surgían de sus dedos.
No había camino que no
pudieran recorrer aquellos seres fabricados exclusivamente para luchar.
Los del exterior avanzaron hacia la
entrada, y entonces Changoh utilizando su boquilla lanzó uno de los rayos, que
no hizo mella alguna en sus atacantes.
La risa del jefe de los
robots, que más que una risa, era un gruñido glacial, retumbó por todo el
ámbito.
—Nada puedes contra
nosotros, Changoh. Ven o te destruiremos —dijo el robot jefe.
—Quiero ver hasta dónde llega vuestro
poder —replicó Changoh, sin moverse de su posición.
Esperó hasta el último
momento, y entonces, utilizando aquella agilidad que le era peculiar, se lanzó
hacia la escalinata que descendía al primero de los subterráneos.
Allí habían llegado ya los tres primeros
robots, y taladraban las paredes con sus rayos azulados.
—¡Changoh! —gritó uno
de ellos al verle.
—Alcanzadme si podéis
—replicó el aludido, echando por un corredor y adentrándose hacia otra galería.
El robot jefe y los dos
que se habían quedado con él, se reunieron con los demás.
—Está agotando todas
sus posibilidades. Acabaremos con él y con todos —aseguró el robot jefe.
Changoh se había
encaramado a una especie de nicho, formado por la pared irregular de la sima.
En sus manos tenía una de las barras que antes habían servido para las celdas
de sus moradores, los seres-lagarto.
Aguardó el paso de los seis robots.
—Sabemos que estás ahí,
Changoh —dijo el jefe—. Podemos oírte.
Changoh guardó silencio. No estaba seguro
de si los robots tenían el poder de detectar su emplazamiento exacto, o sólo
presentían la proximidad.
Ellos siguieron en su avance, y el
primero traspuso la cavidad que servía de escondrijo a Changoh.
Pasó el segundo sin que ninguno de los
dos se volviera, demostrando haberle descubierto realmente.
Así uno a uno hasta que
el sexto cruzó por delante.
Entonces, Changoh, blandió el barrote y
los descargó contra la cabeza del ser moviente.
Sabía que todo robot tiene su punto flaco
en un lugar determinado del cerebro artificial.
Acertó de lleno y el
robot quedó rígido un instante, hasta que las piernas se le doblaron hacia
delante.
Changoh saltó y lo
sujetó parapetándose con su cuerpo.
Los demás se habían vuelto y sin vacilar
echaban sus rayos contra el cuerpo tras el cual se hallaba Changoh.
El fuego de los rayos
era indestructible para la delgada pero dura piel del hombre-máquina.
—Atravesadlo —gruñó el
robot jefe.
La intensidad del rayo
creció y Changoh comprendiendo que era posible la destrucción del robot que le
servía de escudo, escapó por el lado opuesto.
Una intensa llamarada consumió la coraza
del robot.
—Ellos mismos se destruirán si puedo
lograrlo —murmuró al llegar a la galería donde Belok asomaba preguntando si
podía ser útil.
Pero ignoraba que el robot jefe estaba
dando nuevas órdenes, utilizando una frecuencia de voz diferente a las
conocidas hasta entonces, y por tanto imposible que Changoh o cualquiera de los
ex habitantes de Stentilvaan pudiera oír y entender.
Las órdenes del robot
eran concretas:
—Número uno, conmigo a
la entrada para impedir que nadie salga. Los otros tres pongan en marcha el
plan definitivo. ¡Destrucción!
¡Destrucción total de la sima!
Inmediatamente las
órdenes fueron cumplidas y un trío de poderosos rayos comenzó a perforar las
paredes.
Gruesos terrones de
basalto candente comenzaron a desprenderse.
Toda la sima tembló.
Changoh comprendió cuáles
eran sus propósitos.
—Tratan de hundir la
cueva y sepultarnos.
Belok corrió hacia la
primera galería para ver si había posibilidades de salida, pero se detuvo al
ver una auténtica cortina de rayos taponando la entrada.
El calor se hizo
imposible de aguantar en el interior, y Changoh murmuró:
—Sólo hay una
posibilidad... Poner en práctica la idea del profesor Rand.
—¿Qué te propones?
—Hacer que me sigan.
—Es peligroso.
—Es la única forma. Vuelve con los demás.
Changoh echó a correr
en busca de uno de los robots que actuaban por separado en distintas partes de
la sima.
Se armó con otro pedazo de barrote, y con
sigilo, se acercó hacia uno de los seres destructores.
El robot detectó su presencia y se volvió
con intención de fulminarlo, pero Changoh haciendo un quiebro se metió por
otro pasadizo.
—¡Vamos, sígueme! —gritó—. No tienes
tanto poder como te imaginas.
Para el robot el reto de Changoh era
demasiado tentador. Imbuido de su propio poder, no vaciló en andar tras él.
Descendieron hasta la tercera galería y
Changoh, procurando siempre no colocarse al alcance de sus rayos, le condujo
hasta una de las celdas.
Con la ligera ventaja que había tomado,
se acercó hasta el lago, pegándose al suelo.
Extrajo la boquilla de su bolsillo y
disparó un pequeño rayo en dirección al agua.
Se produjo una pequeña descarga que se
agrandó con las ondas del agua, decumplicándose.
—Un escudo aislante
puede proteger de la corriente galvánica. Es necesario que lo intente.
Se jugaba mucho en el envite, pero no
tenía otra alternativa en aquella lucha sin cuartel y a muerte.
El robot apareció en el umbral de la
puerta y dirigió su mano derecha hacia él para fulminarle con su rayo.
Ya sin dudar, Changoh,
se echó al agua.
El líquido al contacto con el cuerpo del
stentilvaano produjo unos cuantos chispazos, pero Changoh no experimentó la
menor sensación. Su escudo protector le aislaba completamente de la corriente.
El robot se aproximó y
Changoh comenzó a nadar por las tranquilas aguas, descubriendo al cabo de unas
brazadas, que el lago se convertía en canal que comunicaba con otras
dependencias.
El robot al borde lanzaba rayos en todas
direcciones.
Changoh se había
detenido en un recodo formado por las paredes del canal y gritó:
—¿Por qué no me sigues, muñeco?
El robot vaciló, pero
al fin tomando impulso se dejó caer.
Cuando su cuerpo tomó
contacto con el agua se produjo una tremenda explosión, el líquido ardió en
chispas un buen rato, y después un humo azulado surgió de las profundidades.
Cuando Changoh se aproximó, no quedaba el
menor rastro del cuerpo del robot.
—¡Lo he conseguido! El
profesor Rand tenía razón... Tengo que atraer a los otros...
Sin embargo, uno de los robots que había
llegado hasta la puerta fue testigo de lo ocurrido y comunicó con su jefe:
—¡Maldición! —exclamó
el jefe, como si realmente fuese capaz de sentir lo ocurrido—. Que nadie se
acerque a los lagos. Debe ser corriente galvánica... No caigáis en ninguna
trampa y destruidlo todo. Uno solo de nosotros se basta para echar abajo la
montaña.
El robot retrocedió, y
entonces Changoh comprendió que todas las tretas serían inútiles.
La inteligencia de
aquellos seres, era superior a los creados hasta entonces, y el robot jefe
sabía proteger a los suyos y ordenar lo más adecuado.
Ya sólo cabía esperar
la destrucción total de la sima, y con ella la muerte de los que se hallaban
bajo ella.
----------------
La montaña se había convertido en un
terrible caos. El suelo temblaba y algunas paredes se desmoronaron con el
contacto de los rayos azules.
Parte de la techumbre natural del primer
subterráneo se había venido abajo, y en la segunda galería comenzaban a
aparecer las grietas.
Sólo el tercer subterráneo parecía ser el
más sólido, pero no tardaría en sucumbir bajo los efectos de aquellas armas poderosas.
Fue entonces cuando apareció en el espacio la nave de Olderland, pilotada por Gabon.
CAPITULO XIV
—¡Robots! —dijo el piloto señalando hacia
la entrada.
Los comandos que le acompañaban miraron
con sus teleobjetivos.
—Se mueven con mucha
soltura —dijo uno.
—Están intentando
destruir a los stentilvaanos. No podemos ayudarles.
Uno de los comandos adujo:
—Deberíamos intentarlo.
Si hemos de conseguir de ellos algunas cosas, es mejor que les demos algo a
cambio. Toma contacto con el suelo. Hazlo a alguna distancia para que no nos
descubran.
El comando que hablaba actuaba de
comandante de la fuerza y podía dar órdenes al propio piloto especialista
Gabon.
Este obedeció y condujo
la nave al otro lado de la colina.
El robot jefe miró hacia lo alto y
murmuró:
—Una antigua nave. Y además enana. No
constituye ningún problema.
Por su parte, Changoh
se había apercibido de su llegada por aquel ruido que sólo los dotados con el
oído extraordinario podían escuchar.
Corrió desesperadamente por los
corredores en busca de Belok y del profesor.
El suelo seguía temblando,
resquebrajándose. Algunas de las celdas o aposentos del habitáculo se hallaban
ya hundidas o habían desaparecido bajo enormes terrones de basalto.
—Sólo nos queda un recurso. Ir a la parte
opuesta del planeta y encontrar el medio que destruya a los robots.
—Queda muy lejos, cuando lleguemos lo
habrán destruido todo...
—Utilizaremos la nave
de los extranjeros.
—¿Y por dónde salimos?
—inquirió Belok.
—Por el mismo boquete
que han abierto en la cumbre. ¡Vamos!
Corrieron con todas sus
fuerzas hasta la primera plataforma y comenzaron a trepar por entre los
montones de basalto hasta llegar a la abertura.
La agilidad de que
estaban dotados les permitió llegar a lo alto no sin grandes esfuerzos.
El profesor Rustik era el que más
dificultades encontraba.
—Temo que voy a ser un lastre —dijo
tratando de trepar el último tramo.
—Déme la mano, profesor... —replicó
Changoh ayudándole a subir.
Cuando se hallaron en la superficie,
Changoh, utilizando la boquilla, alumbró los contornos.
—¡Están arriba! —gritó
el robot jefe.
—¡La nave está allí!
—gritó a su vez Changoh.
—Démonos prisa. Nos han descubierto
—exclamó Belok.
Descendieron por el irregular suelo y
siempre imprimiendo a sus movimientos la máxima velocidad consiguieron llegar
a la base de la cadena montañosa.
Gabon iba hacia ellos.
—¡Changoh! Tenías razón, con este
combustible es posible hacer el viaje de ida y vuelta casi con sólo desearlo.
—Estamos en un apuro,
Gabon... ¡Oh! Ya veo que no has venido solo —añadió Changoh observando a los
comandos que estaban cerca de la nave.
—Sí, Changoh, y si podemos ayudaros...
—¿Lleváis todavía la
plataforma que construimos para viajar?
—Sí... Lo hemos
conservado todo tal como lo montasteis.
—Entonces vamos a la otra cara del
planeta. Necesitamos encontrar medios para combatir las nuevas armas de los
robots. Vosotros no será necesario que descendáis... Sería demasiado peligroso.
Os fijaremos un tiempo y volveréis a recogernos.
—¡Vamos! —exclamó
Gabon.
Momentos después, los
tres hombres de Stentilvaan ocupaban la plataforma soldada bajo la nave, que emprendió
el vuelo.
Uno de los robots advirtió la huida de
los tres stentilvaanos.
—¡Mira! —dijo al jefe.
Los chorros de rayos
azules intentaron alcanzar la nave, pero Gabon, advirtiendo el peligro, dio más
presión al gas y el vehículo se elevó perdiéndose en el infinito.
De momento habían pasado el primer
peligro, pero en la cara habitable e iluminada del planeta les aguardaba la
peor parte.
----------------
Los detectores anunciaron la llegada de
la nave extranjera y las defensas automáticas se aprestaron a combatirla.
—¿Cómo vamos a combatirlos? —inquirió el
comando jefe.
—Pediré instrucciones a Changoh —replicó
el piloto.
—No va a oírte. No lleva ningún
transmisor, ni receptor.
Gabon sonrió.
—Los hombres de
Stentilvaan no lo necesitan. Ellos son transmisores-receptores vivientes.
Y añadió como si
hablara consigo mismo:
—¡Changoh! Nuestros
radares indican peligro.
Utilizando el espejo que todavía
conservaba, Changoh hizo unas señales que el piloto Gabon captó perfectamente.
—Hay que incrementar la velocidad
—murmuró.
La claridad era ya total y el monolito se
encontraba cerca.
Changoh hizo una nueva señal dando
instrucciones para que tomaran contacto con el suelo justo donde se
encontraban.
—Antes de pasar el monolito —dijo el
profesor Rustik—, los rayos dirigidos no podrán alcanzarnos.
—Es lo que me propongo
—replicó Changoh.
La nave tomó contacto con el suelo con la
habitual suavidad y precisión.
Instantes después, los comandos
descendieron de la nave.
—Le acompañaremos —dijo
el jefe a Changoh.
—No. Regresad con Gabon. Aquí no podríais
combatir. Seríais aniquilados.
—Tenemos órdenes del
jefe de nuestra misión, Changoh. Necesitamos poseer algunos de vuestros conocimientos.
Os hemos ayudado y a cambio queremos también vuestra ayuda.
—Ya hablaremos luego.
Ahora, obedeced. Volved a la nave y los demás, ¡vamos! No podemos perder ni una
milésima de tiempo.
Avanzaron trasponiendo el umbral del
monolito. Un umbral invisible que marcaba la entrada de la más fabulosa de las
civilizaciones de todas las galaxias; y también de la más fría, de la más
inhumana.
Los comandos siguieron atrás, decididos a no perder contacto, pero Changoh y los suyos no hicieron nada por retenerles. Su objetivo estaba en la central, pero ya habían sido descubiertos.
----------------
El inspector sostenía una conversación a
distancia con el gran inspector.
—Has fracasado otra
vez, número uno. El propio Changoh ha regresado y si está aquí es porque
necesita algo.
—Yo mismo le destruiré —replicó el número
uno.
—Es tu última oportunidad. No seré más
paciente contigo. ¡Aniquílale!
Los recién llegados se dirigieron a un
viejo caserón metálico reliquia de la metrópoli antigua.
—¿Dónde vamos? —preguntó Belok.
—A buscar alguno de los viejos bólidos.
Sé que guardaron unos cuantos... Todavía estaban en buen uso.
Cruzando desiertas
avenidas llegaron al caserón. La boquilla de Changoh sirvió para taladrar la
puerta soldada.
Dentro, bajo la bóveda de una nave
inmensa, se alineaban varios bólidos de diferentes tipos y épocas.
—¡Este! —señaló Changoh
indicando uno de aspecto rectangular, capaz para cuatro personas.
Era un artefacto carente de ruedas. Unas
palas a modo de esquíes tocando el suelo y una carlinga protectora que Changoh
retiró eran los detalles más sobresalientes.
La carrocería metálica carecía de capó u
otra cavidad para el motor. No disponían de motor.
Se ponía en funcionamiento accionando una
palanca movida por rayos almacenados en un depósito de reducidas dimensiones y
que podía ser trasladado en un bolsillo. Un control remoto rectificaba la
dirección. La palanca de puesta en marcha servía para incrementar la velocidad
y frenar.
Saltaron los tres dentro del artefacto,
que Changoh puso rápidamente en movimiento.
Los esquíes deslizantes patinaron
velozmente por el suelo de las avenidas y, a una velocidad de vértigo,
Changoh condujo hasta la entrada de la
central, cerrada y custodiada por media docena de robots.
—Agárrense. Vamos a entrar —dijo
lacónicamente Changoh.
Apretó a fondo la
palanca y el bólido saltó impulsado hacia adelante.
El choque con la puerta metálica fue
tremendo.
No cedió, sin embargo, y entonces Changoh
exclamó:
—¡Las púas perforadoras!
Dio marcha atrás y, utilizando la palanca
única en sentido inverso, hizo que de la parte delantera surgieran cuatro
afiladas púas de material duro.
Lanzó de nuevo el bólido hacia adelante y
aquella vez la lámina quedó perforada por las resistentes púas.
Los robots habían
tenido que retirarse, pero ya estaban dispuestos a lanzar sus rayos
mortíferos.
—Usan las armas
comunes. Agachaos. Mi coraza me protegerá mientras trato de hacer más grande
los boquetes.
Los rayos de los robots perforaron la
plancha transparente de la carlinga, pero se estrellaron contra el cuerpo de
Changoh, cuando éste repetidamente iba de atrás adelante y viceversa para
agrandar los boquetes.
Cuando consiguió una
abertura suficiente, saltó del bólido y gritó a los demás:
—¡Esperad mi señal!
Se dirigió hacia uno de
los robots defensores de la entrada, que seguía rociándole con su rayo inútil.
Se lanzó contra él con
la cabeza por delante y el hombre-máquina recibió un terrible impacto que le
hizo tambalearse.
Cayó de espaldas y
entonces Changoh saltó a horcajadas sobre él, pinchándole un ojo con la
boquilla.
El robot lanzó un
alarido y quedó inmóvil.
—No voy a destruirte
porque te necesito. Tú me librarás de los otros.
Lo incorporó,
situándose tras él.
El robot se dejó manejar a voluntad, como
si al tener un ojo reventado le faltara un punto vital.
Changoh cogió uno de
sus brazos y accionó el resorte para la salida de rayos.
Apretó el máximo y una columna de fuego
fue en busca de los otros cinco defensores.
—Está dando la máxima
presión —dijo Belok.
—Sí. Intenta formar una
cortina protectora para que pasemos —murmuró el profesor Rustik.
—¡Saltad! —gritó
Changoh manteniendo la presión.
Los dos compañeros
obedecieron y cuando hubieron transpuesto el umbral, Changoh soltó al robot y
corrió tras ellos.
Instantes después, se
hallaban en la sala principal de la central.
El inspector les estaba aguardando con una pistola con la nueva carga mortífera.
CAPITULO XV
Iban a entrar.
Al otro lado les
esperaba una muerte cierta.
El inspector sonreía
inexpresivamente esperando el momento culminante de su triunfo.
Entonces surgió una
voz:
—No paséis. Corréis un
grave peligro.
Changoh se volvió al
reconocer la voz.
¡Era Horak, su robot
servidor!
El robot avanzó
murmurando:
—He seguido tu consejo, Changoh. Me gusta
ser libre...
—¡Horak! ¡Lo has
conseguido!
—Sí, Changoh. Soy el primer ser
artificialmente construido con voluntad propia. Y voy a ayudarte. Tú me
ideaste y estoy en deuda contigo.
—Gracias, Horak...
—Venid conmigo.
Horak les condujo a
través del corredor hasta una puerta de emergencia.
—Es la puerta de los
robots. Sólo el inspector puede abrirla. Tú lo sabes...
—Cierto —murmuró
Changoh.
—Pero yo soy robot y
también puedo hacerlo.
Avanzó su mano y un
flujo invisible accionó el resorte movido por ondas cerebrales sólo manejables
desde el interior o por medio de los robots, por poseer éstos la misma
frecuencia.
La puerta cedió y los tres hombres
penetraron al interior.
Instantes después, Changoh asomaba por la
espalda del inspector, que se revolvió al percibir el ruido inaudible de los
pasos.
Iba a dirigir su rayo contra él, pero
Changoh se lanzó como un ariete contra el inspector, que cayó perdiendo la pistola.
Unos cuantos golpes bastaron para dejar
al inspector número uno fuera de combate.
Casi inmediatamente la voz suprema del
inspector jefe retumbó por la sala:
—Pagarás el fracaso,
número uno.
Instantáneamente una
llamarada, seguida de una explosión interior, descompuso al inspector.
—¡De prisa, al cerebro!
—gritó Changoh—. Antes de que el gran inspector nos haga estallar a distancia.
El profesor Rustik
corrió hacia el pupitre y accionó el botón de paro total.
Casi al mismo instante que conseguía detener
la maquinaria, lanzó un gruñido. Otra explosión sorda se produjo y el profesor
cayó sobre el pupitre.
—¡Lo ha aniquilado!
—exclamó Belok.
—Sí... ¡Vamos! No podemos perder tiempo.
Coge la pistola.
Changoh se dirigió a uno de los cerebros
secundarios. Accionó los memorizadores y dejó libre el micrófono de entrada
de instrucciones.
—Os habla Changoh. Soy el jefe del
departamento... Necesito inmediatamente todas las armas nuevas. Quiero que
estén preparadas. Salgo inmediatamente para la fábrica.
Cerró el contacto y dijo a Belok que lo
acompañara.
Al llegar de nuevo al
exterior vieron cómo los robots de la entrada estaban atacando a alguien.
—Son los enanos —dijo Belok.
—La pistola. Con ella podemos
destruirles.
Belok accionó el
gatillo, dirigiendo el chorro azulado contra los robots, que uno a uno cayeron
pulverizados.
—Es fantástico. Nunca
se había construido un arma semejante.
—Es horrible, Belok. Cuando esto termine
tendremos que destruir todas esas armas.
Los cinco comandos
enanos aparecieron. Estaban realmente asustados.
—Gracias, amigos. Nos
habéis salvado la vida.
—Vuelvan al monolito y
procuren no ser descubiertos —dijo Changoh.
Y saltó sobre el bólido
en compañía de Belok, para dirigirse hacia la fábrica.
----------------
Las armas estaban dispuestas.
Cerrado todo contacto
con el santuario del gran inspector, éste no podía dar órdenes a todos los
sicarios metálicos, pero era necesario que se dieran prisa porque si el jefe
supremo mandaba a sus esbirros personales a la central y se restablecía el
contacto, ya nada les podría salvar.
Tomaron las armas y Changoh ordenó:
—Al laboratorio de
experimentos y a la cámara de aniquilamiento.
Un auténtico ejército de robots
perfectamente armados cruzó las dependencias y, sin salir del edificio de la fábrica,
llegaron hasta las salas de experimentos.
—Sigue todo bajo
nuestro control. No será difícil.
Los robots médicos
estaban haciendo sus experimentos con seres vivos.
—¡Basta! —ordenó Changoh—. Abran las
puertas de las celdas. Dejen a todos en libertad.
Los médicos
obedecieron.
Las cámaras fueron abiertas y de ellas
extrajeron a los seres depauperados. Eran varones y hembras sometidos a
estados de conserva, mediante cabinas heladas. Seres dispuestos a la muerte,
al martirio... Algunos carecían de parte de sus órganos esenciales. Eran como
ratas de laboratorio.
Belok, recordando los tiempos que había
permanecido allí, cerró los ojos horrorizado.
—Todos fuera... —dijo Changoh, y
dirigiéndose a Belok agregó—: Refuérzales con vitaminas. Las van a necesitar.
----------------
En el exterior esperaba Horak.
—Me gustaría venir contigo, Changoh, pero
mi mundo es éste, un mundo mecánico. Mi libertad no me permite convivir con
seres distintos...
—Quizá podríamos hacer algo por ti. Ven.
No te quedes aquí.
—No puedo... Y daos prisa... El gran
inspector ha llegado hasta la central. Si no huís, os va a destruir.
No había tiempo que
perder. Se cargó el bólido con los que estaban más enfermos, mientras el resto
recorría a pie las calles.
—No es posible utilizar
las pantallas conductoras —dijo Changoh—, porque los cerebros están paralizados...
Ellos tampoco habían podido usarlas antes porque, siendo detectados, habrían podido ser aniquilados durante su descomposición. Ahora tenían que actuar con sus propios medios y, a pesar del peligro, no les importaba. Era como si realmente ya hubiesen empezado de nuevo otra existencia.
----------------
El gran inspector pudo dominar la
situación cuando ya los otros habían llegado al otro lado del monolito.
Enloquecido por la
derrota, lanzó todos los rayos en persecución de los fugitivos.
Entonces Horak, el robot que había
recobrado la libertad, haciendo uso de su doble personalidad que nadie conocía,
accionó por su cuenta uno de los cerebros.
Los rayos empezaron a buscarse entre sí.
Las explosiones se sucedieron y los edificios de aquella ciudad muerta
comenzaron a desmoronarse.
Poco a poco, en medio
de una guerra relámpago, todo fue quedando reducido a la nada.
La metrópoli de Stentilvaan desapareció de la faz del planeta.
----------------
Con las nuevas armas no fue nada difícil
aniquilar a los robots superdotados, último bastión
de una civilización desaparecida.
Después, la montaña resquebrajada recobró
el silencio. La paz...
—¿Todavía piensas regresar? —preguntó
Rand al piloto Gabon.
—No... He aprendido demasiado. El poder
enloquece a la gente... No. No regresaré. Si en
Olderland llegan a poseer la mitad de los conocimientos de
Stentilvaan, precipitarían su destrucción.
Changoh miró a los comandos.
—¿Y vosotros?
—Regresaremos, sí...
Pero si en Olderland las cosas no se arreglan, volveremos aquí... Este puede
ser un buen sitio para empezar de nuevo... Vendremos con nuestras hembras y
construiremos nuestros habitáculos.
—Podéis venir cuando
queráis —replicó Changoh—. Aquí habrá sitio para todos... Será el primer paso
para que los seres del cosmos vivan en armonía.
Gabon se alejó para reunirse con la
ayudante Ryda. Ningún complejo le impedía quedarse. Al fin y al cabo, él ya
tenía allí su hembra.
También Changoh se reunió con Gora, mientras los seres de Stentilvaan se afanaban por construir la nueva ciudad. Era un pueblo en marcha, desde sus comienzos, un pueblo que abría los brazos hacia los habitantes de todo el cosmos para vivir en paz con todos. Changoh, caminando al lado de Gora, murmuró: —Por primera vez, miro el porvenir con optimismo...
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario